Psicoanálisis y medicina - Emilio Vaschetto - E-Book

Psicoanálisis y medicina E-Book

Emilio Vaschetto

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Beschreibung

Durante su formación, los futuros médicos tienen que obtener un saber sobre la enfermedad y su curación, pero no deben olvidar que lo que les espera en la práctica clínica no son enfermedades, sino pacientes que las padecen. La relación médico-paciente que se establece a partir de ahí será determinante en el desempeño de su profesión y el discurso analítico puede aportar algunas de sus coordenadas. La formación de los médicos debería contemplar algunas disciplinas que están ausentes en la mayor parte de los programas académicos universitarios. Además del psicoanálisis, las ciencias del lenguaje y la filosofía de la ciencia son herramientas que sedimentarán un conocimiento de gran utilidad para su praxis. Santiago Castellanos Como podrá comprobarse en la lectura de los textos que componen esta obra, el dolor, la vida, la vocación, los consumos, el acto, la trama familiar; producen un entramado conceptual que contribuye a la reflexión clínica en general y el lugar del médico en particular. En el proceso de formación de un médico es esencial, a lo largo de todo el itinerario, comprender el cruce entre el cuerpo (del paciente y del médico) y el saber (supuesto y expuesto). El médico sabe que es médico, pero no es médico porque sabe. Opera bajo un saber establecido en su formación académica (universidad, ciencia) pero también a instancias de un saber supuesto. Eso lo ubica en un lugar de autoridad –como advertimos, muy devaluado hoy– pero, aunque el saber sea aquel provisto por el anonimato de las informaciones vertidas en las redes, sabe que es médico porque, a pesar de todo, se le demanda. Se le pide, se le solicita algo desde el inicio de los tiempos. El hombre que sufre, todos nosotros, nos dirigimos hacia el médico para obtener, sencillamente, una respuesta. En muchos casos esta respuesta no es más que la apertura hacia una pregunta, siempre singular, atrapada entre sufrimiento y satisfacción. Emilio Vaschetto

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PSICOANÁLISIS Y MEDICINA

Entre sufrimiento y satisfacción

Emilio Vaschetto(Coord.)

Participan

Carolina Alcuaz - Viviana BegaClaudio Castillo - Darío CharafJorge Faraoni - María Marta GianiDamiám Isoldi - Emilio Vaschettoy Santiago Castellanos

CONEXIONES

Créditos

Colección CONEXIONES

Título original:Psicoanálisis y medicina - Entre sufrimiento y satisfacción

© Emilio Vaschetto (Coord.)

© Los derechos de cada capítulo pertenecen a cada uno de los autores que participan en esta copilación.

© De esta edición: Pensódromo SL, 2022

Diseño de cubierta:María Villaró Lupón - Pensódromo

Esta obra se publica bajo el sello de Xoroi Edicions.

Editor: Henry Odell

e–mail: [email protected]

ISBN print: 978-84-124848-7-8

ISBN ebook: 978-84-125932-0-4

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Índice

PrólogoEmilio Vaschetto¿Qué es a vida?Damián Isoldi y Emilio VaschettoSobre el dolorDamián Isoldi y Emilio VaschettoEl acto médico, entre sufrimiento y satisfacciónViviana Bega, María Marta Giani y Emilio VaschettoLa vocación médicaDarío Charaf y Emilio VaschettoLa familia y el médicoClaudia Castillo y Jorge FaraoniLa sociedad de los consumidores tristesCarolina AlcuazAnexoConecciones: psicoanálisis y medicinaSantiago CastellanosBibliografía citadaSobre los autores

Prólogo

Emilio Vaschetto

El par «psicoanálisis y medicina» suele suscitar cierta inquietud, tanto del lado de los médicos como de los propios psicoanalistas. Unos sospechan la conjunción de un par inconciliable, un encuentro dilemático; otros, la juntura de un par imperfecto que deja rengo al que bien camina. Dejando de lado los manuales tradicionales de «psicología médica» o aquellos capítulos que abordan las constelaciones psicológicas en las entrevistas clínicas, pocas son las publicaciones que abordan los temas «psi» ligados a la medicina. En el campo específico del psicoanálisis, a la hora de abordar la interfase entre psicoanálisis y medicina, se recurre corrientemente a la práctica de la interconsulta o a los estudios de psicosomática. La perspectiva muchas veces no va más allá del propio corpus teórico, impermeable a los problemas que suscita el ejercicio concreto de la medicina. En consecuencia, son escasas las investigaciones psicoanalíticas que exploran la posición «propiamente médica» sin acudir muchas veces al auxilio o al complemento de lo que falta o lo que queda por fuera en el acto médico. Lo que falta —según entendemos— es proporcional a la pérdida del prestigio que se le adjudica a la función del galeno o el halo sacramental que supo tener antaño. La exhortación de Jacques Lacan, ante un auditorio tapizado de delantales blancos y miradas —entre perplejas e indignadas— introducía no el complemento sino la pérdida. Ya no es posible recuperar esa «función sagrada», pero si el médico «debe seguir siendo algo» entonces tiene la responsabilidad de «continuar y mantener en su vida propia el descubrimiento de Freud».

 

Quienes formamos parte de este proyecto de enseñanza, cuyos retazos de transmisión pueden traslucirse en esta publicación, tenemos la enorme fortuna de ver en la intimidad, los primeros pasos en la vertiginosa carrera hacia la acreditación del futuro título universitario de medicina. Los integrantes de este colectivo, profesionales médicos psiquiatras y psicólogos dedicados a la práctica del psicoanálisis, integramos la materia Salud Mental dentro del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. ¡Extraordinaria paradoja! No hay muchas materias que comiencen con el término «salud» y poco suele decirse en estos claustros acerca de la salud humana. Tampoco es nuestra intención conceptualizar aquí la salud mental. Es más bien un sintagma que, en su polisemia, nos ayuda a sumergirnos en los eventos subjetivos provocados por eso que ha dado en llamarse la relación médico paciente. Se trata nada menos que de ese lazo interhumano cuyo espesor se haya repleto de todo lo que impresiona inhumano: el dolor, el sufrimiento ignorado, el nacimiento, la muerte, la dependencia tóxica, la inadecuación entre los sexos. Serie que orilla lo indecible o más precisamente, lo real como aquello imposible de soportar.

 

La medicina ha sabido enunciar lo real anticipándose incluso a las mutaciones antropológicas: la apertura del cadáver puso al descubierto la realidad fragmentada en el viviente —que se ilusiona ante su imagen unificada en el espejo—; el cuerpo del médico con el cuerpo del enfermo fue separándose cada vez más mediante los instrumentos de exploración —anticipando en el «tabú del contacto» la ruptura del lazo social producto de la tecnociencia—; el lugar de la confianza que pasó de la desnudez (como cuando uno se entrega al amor) a la ocultación distante del cuerpo —«ya los médicos no te tocan» solemos escuchar con frecuencia—; el lugar de la confesión, donde el médico pasó de ser el guardián de los secretos a un intruso pasible de sospecha —el consentimiento informado o la medicina defensiva son fieles testimonios de ello—. Estos cambios interpelan no sólo a una praxis específica sino al conjunto de la especie. Es menester ser permeables a ellos, calibrarlos y contemplarlos a la luz de la subjetividad humana.

 

La enseñanza universitaria, destinada a los estudiantes del primer año de la carrera de medicina, hunde sus pilares fundamentales en las estructuras anatómicas del cadáver o en las descripciones microscópicas de la arquitectura celular. Luego vendrán los fundamentos patogénicos de las enfermedades y el modo de explorar los signos en la topografía del cuerpo humano. La propuesta esbozada aquí no entra en contradicción con ello, ni tan siquiera en una visión crítica de la perspectiva tradicional de la currícula universitaria —lo cual requeriría de una nueva publicación—; se trata más bien de la integración de un marco antropológico para pensar la relación médico paciente. Y dentro de esa perspectiva, todos aquellos elementos inherentes a ese campo: la erótica en juego (el amor de transferencia), los prejuicios del médico (la contratransferencia como la suma de todos ellos), el examen de su posición respecto a la medicina (la vocación médica), la mirada (travesía del cuerpo fragmentado), la relación al propio cuerpo (estatuto imaginario, maneras de tener un cuerpo, modalidades de satisfacción), la frontera entre el organismo y el cuerpo (circuitos pulsionales, dialéctica del deseo).

 

Como podrá comprobarse en la lectura de los textos que componen esta obra, el dolor, la vida, la vocación, los consumos, el acto, la trama familiar; producen un entramado conceptual que contribuye a la reflexión clínica en general y el lugar del médico en particular. Resulta para nosotros esencial, a lo largo de todo el itinerario, comprender el cruce entre el cuerpo (del paciente y del médico) y el saber (supuesto y expuesto). El médico sabe que es médico, pero no es médico porque sabe. Opera bajo un saber establecido (universidad, ciencia) pero también a instancias de un saber supuesto. Eso lo ubica en un lugar de autoridad —como advertimos, muy devaluado hoy— pero, aunque el saber sea aquel provisto por el anonimato de las informaciones vertidas en las redes, sabe que es médico porque, a pesar de todo, se le demanda. Se le pide, se le solicita algo desde el inicio de los tiempos. El hombre que sufre, todos nosotros, nos dirigimos hacia el médico para obtener, sencillamente, una respuesta. En muchos casos esta respuesta no es más que la apertura hacia una pregunta, siempre singular, atrapada entre sufrimiento y satisfacción.

Agradecimientos

Cabe una mención especial a aquellos compañeros que han participado desde el comienzo en la travesía de la enseñanza: Jorgelina Casajus, Diego Costa, Ana Nucíforo, Muriel Naymark, Andrés Rousseaux y María de las Mercedes Sánchez. A nuestro querido profesor titular de esta cátedra el Doctor Juan Carlos Stagnaro. A Santiago Castellanos por su cordial disposición a participar en este trabajo. A Henry Odell por la confianza otorgada en esta publicación, sus consejos y cuidados en la edición de este volumen. Finalmente, a nuestros alumnos, sin quienes todo nuestro esfuerzo sería vano.

¿Qué es la vida?

Damián Isoldi y Emilio Vaschetto

En nada piensa menos el hombre libre que en la muerte: su sabiduría consiste en reflexionar, no sobre la muerte, sino sobre la vida.

Spinoza, Ética(citado por Schrödinger).

Introducción

¿Qué es la vida? Es una pregunta que no suele surgir con facilidad en el discurso médico y mucho menos en la formación médica de pregrado. La estructura del programa para el estudiante recién llegado a la Facultad de Medicina en la Universidad de Buenos Aires, una vez atravesado el ciclo básico (CBC), ubica a la anatomía como fundamento de todo estudio del organismo humano. Es en la sala de disección donde el novel, más o menos despistado, comenzará a despejar los interrogantes que su vocación instiló en él. No hay por qué sorprenderse ya que es en el fondo de ese cadáver donde la mirada clínica comenzó a autorizarse, hace no mucho tiempo, haciendo surgir la estructura de una nueva visibilidad. La estasis del cuerpo muerto, su anatomía, entrega las formas de lo que puede escrutarse, a la vez que un nuevo lenguaje inaugura las claves sobre lo que es preciso ver y decir. «Fascia», «mediastino», «bíceps femoral», «hueco poplíteo»… las palabras recubren la morfología de un cuerpo que ya no está animado por nada. Progresivamente, conforme va avanzando el programa, la máquina se pone a andar y así la fisiología intenta —en clave experimental— reunir las variables dispersas de un organismo que, a cada paso, se deshace. Las variaciones físico químicas que se ensamblan de manera compleja, irán integrando esa máquina humana en una serie de niveles y de discontinuidades. Las fallas, la contingencia o el azar, dan paso al escalón posterior de adquisición de conocimientos que es el tiempo de la patología. Las inflamaciones, por ejemplo, serán nombradas con el sufijo «itis» (pleuritis, osteocondritis, linfangitis), a los fines de demostrar que esa república de células que habitan nuestra geografía nos hacen, en el pathos, iguales ante el microscopio. El principio de isomorfismo, sostenido por Pinel1 (esto es: la alteración del tejido es la misma, más allá del órgano o la región que esté afectada), hace apenas poco más de dos siglos, se inscribirá como precepto. Finalmente el escalón superior implica la clínica como su noble acepción la designa, lo que se hace en el lecho del enfermo. El cuerpo a cuerpo, el encuentro entre dos vivientes (el médico y el enfermo), aunque más no sea a través de la pantalla del saber establecido, pone al estudiante de medicina ante lo real de la clínica: desde el nacimiento hasta la muerte cada etapa de la existencia tiene sus nudos imposibles. No hacemos más que evocar aquí la eficaz escritura de Michel Foucault en El nacimiento de la clínica, donde mejor que nadie logró describir el tridente en el que se halla sujetada la medicina occidental: la mirada, el lenguaje y la muerte. La clínica médica no es otra cosa que la mirada pero, como hemos dicho, una mirada que da a ver y decir. También un lenguaje que, más allá del uso neológico, apunta a la acreditación de un saber específico amén de influir, por su función performativa, en la manera en que se estructura el campo social y material de la práctica médica. Asimismo puede extenderse hacia una característica propia del orden humano en general: el acceso a lo simbólico, la inmersión en el campo del lenguaje, implica necesariamente una pérdida, un corte, una castración. La sucesión de metáforas, tomadas de las ciencias de la vida, para explicar aquello que ocurre en el cuerpo —del cuerpo máquina al cuerpo como red informacional— suponen la pérdida de la naturalidad del mismo.

En la pintura que esbozamos es evidente que la muerte, sobre ese fondo inaugural del estudio del cadáver, nos hace evocar a la fuerza el lugar del símbolo y el efecto de mortificación que el lenguaje produce en la cosa2. Al mismo tiempo sus determinaciones desatan un orden que, paradójicamente, se halla fuera de toda naturaleza. Y tan elocuente resulta ser, que muchas veces recordamos con simpatía la sorpresa descripta por algunos estudiantes al encontrarse en la sala de disección ante el cadáver que viene portando una etiqueta con un nombre impreso.

No obstante, a poco andar, ese ámbito lúgubre e inquietante, entre lámparas, bisturís, separadores y olor a formol, termina siendo familiar, rutinario para el estudiante. Incluso podría decirse que la dificultad en captar la demanda del enfermo hacia el médico es consecuencia de una formación cuyo escenario barroco abraza la muerte y la enfermedad.

En definitiva, el conjunto de situaciones descriptas ingresan bajo una forma del sentido, un modo más o menos diferido de encubrir la pregunta enunciada ab initio.

Biología y muerte

Charles Darwin construye su teoría sobre el origen de las especies luego de haber leído tempranamente el célebre Ensayo sobre el principio de población de Malthus. Esta tesis de economía advertía sobre el crecimiento vegetativo en una mayor proporción que los recursos disponibles, provocando así una situación insostenible. Nacen muchos más individuos de los que podrán sobrevivir y cada generación paga un fuerte tributo a la muerte. De no ser así, la especie inundaría el planeta con gran rapidez. Los que sobrevivan dejarán descendencia, mientras que la mayoría se extinguirá sin ella; por ende, los caracteres ventajosos y útiles darán a los descendientes la condición de más aptos en virtud de la ley de la herencia. La selección (natural) impresiona como el nombre que vela lo que finalmente reemplaza al hombre en la naturaleza: la muerte. Sin embargo, al dar a conocer en 1859 El origen de las especies, Darwin no se contentará con proponer la teoría de la selección natural sino que, también, va a demostrar la teoría de la evolución o de la descendencia3. En el caso del hombre, siempre estará presente de manera subyacente una fuerza destructora y mortal. De allí que el mismísimo struggle for life, la conocida «lucha por la vida», tenga un fuerte componente segregativo, y no es casual que provenga —según observa con agudeza Jacques Lacan— de una nación de corsarios «cuya industria nacional era el racismo»4. Huelga decir que el lenguaje evolucionista, arrastrando su idea de progreso, ha servido para muchas cosas aunque no necesariamente para el beneficio del conjunto de la población. Más bien parece ser todo lo contrario. De la mano de las novedosas doctrinas eugénicas5, se promovieron todo un conjunto de «soluciones» al servicio de las burguesías para, en última instancia, liberarse de esa parte de la humanidad que consideraban abyecta. Una selección artificial fundada en la naturaleza y una medicina al servicio de los nuevos modos de segregación6.

Lenguaje y vida / cuerpo y vida

Erwin Schrödinger, eminente físico y filósofo austríaco, premio Nobel en 1933, brindará una conferencia diez años después de esta distinción titulada: ¿Qué es la vida?7, dando un impulso decisivo a lo que en un futuro sería la biogenética. Estas reflexiones pletóricas de interés para nosotros, tienen la particularidad de exceder el ámbito del saber científico natural. En efecto, su continuo entrecruzamiento con la filosofía de Schopenhauer y las doctrinas de la sabiduría hindú, tanto como con la obra de su maestro Ernst Mach y la fenomenología de Husserl, lo hacen acreedor de un carácter no solo de científico destacado sino también de filósofo y librepensador.

En 1943, cuando Schrödinger buscaba una respuesta acerca de qué es la vida, el mundo no contaba con la genética tal como la conocemos hoy: no había doble hélice, el gen era una abstracción vinculada a una propiedad observable y la herencia era definida bajo el modelo mendeliano de variables interpuestas.

De alguna manera el primer paso de dicho autor fue modalizar la pregunta acerca de ¿qué es la vida? hacia ¿cuál es el fundamento físico-químico de la herencia?8, de modo que pudieran establecerse variables científicas de experimentación. Al mismo tiempo, mediante este movimiento la investigación será doble: por un lado la transmisión de «un orden al otro» y seguidamente, la transferencia del orden contenido en el genoma hacia la complejidad del organismo (esto es: la expresión, el genotipo). Esta parte de la historia concluye con los desarrollos de Watson y Crick, quienes propusieron el modelo de doble hélice como descripción detallada del ADN9.

Entendemos que la noción de un orden y la posibilidad de una transmisión de información nos sumergen necesariamente en la dimensión del símbolo, en el campo del lenguaje. Lo que se ha dado en llamar «el discurso de acción de los genes»10 —la transformación de estos en agentes activos capaces, no solo de animar el organismo, sino de llevar a cabo su construcción—11 ha posibilitado continuar con las investigaciones científicas sin información específica sobre su accionar. En el caso de Schrödinger, el postulado del código-guión    con el cual define las estructuras cromosómicas, trae a la biología del siglo XX una especie de homúnculo, «el hombrecito que hay en el hombre» —diría Lacan12— que va imponiendo diversas reglas y mecanismos para hacer posible la vida. Pero en el fondo todo esto acarrea una paradoja. Podríamos decir que el ser humano, en tanto hablante, ingresa a la vida ya muerto. Esa representación, al igual que la del sexo, no la encontrará nunca. Está escrita en silencio.

La vida desnuda

«¿Cuál es el rasgo característico de la vida? ¿Cuándo puede decirse que un pedazo de materia está vivo?» se pregunta Schrödinger con destreza, al mismo tiempo que anticipa de manera sencilla una respuesta: la materia está viva «cuando sigue haciendo algo, ya sea moviéndose, intercambiando material con el medio ambiente…»13. De allí procede la diferencia con la materia inanimada, que en condiciones similares tiende a una paralización, a un equilibrio, propio de la segunda ley de la termodinámica o entropía14.

Resulta enigmático, para nuestro autor, cómo «un organismo vivo evita la rápida degradación al estado inerte de equilibrio»; y es que «en los tiempos más remotos del pensamiento humano, se decía que una fuerza especial, no física o sobrenatural (vis viva, entelequia), operaba en el organismo»15. Pero para que un organismo evite la degradación, lo cual equivale a decir que llegue a un punto de equilibrio (máxima entropía, entropía positiva), es necesario que se mantenga lejos de ella y se alimente de entropía negativa, o bien que el metabolismo logre «librarse a sí mismo de toda la entropía que no puede dejar de producir mientras está vivo»16.

No obstante, algo más deberá añadirse para que pueda garantizarse la existencia de un organismo viviente, y es lo que el autor llamará un «mecanismo» (o un dispositivo, device), consistente en «absorber continuamente orden de su medio ambiente». El rasgo característico de la vida no será la reproducción ni el nacimiento, sino la puesta en funcionamiento de un dispositivo para el diferimiento de la muerte. Se evita el equilibrio, es decir la entropía positiva, por la voluntad de «seguir funcionando», por el hecho de continuar en movimiento. Precisamente, corría el año 1943 y Europa estaba en llamas, mientras que Schrödinger, por su parte, seguía en marcha17. Pero volviendo al dispositivo en cuestión, cabe precisar que el autor hablará del gen, elemento que pone en consideración tanto al individuo como a la especie. Ahora bien, el gen al que se refiere posee una disposición muy particular en cuanto a sus moléculas y en él no se aplican las leyes corrientes de la física18. En el epílogo a sus conferencias, y contrastando con el desarrollo de fórmulas, cálculos y conceptos de la física y de la química, hará hincapié en dos aspectos, el determinismo y el libre albedrío, ligados las siguientes premisas:

1) El cuerpo como mecanismo que sigue las leyes de la Naturaleza (con mayúscula) y

2)  El hombre como responsable de la dirección de sus movimientos.

Dará un curioso paseo por el pensamiento hindú para explicar lo que sucede con el yo y el mundo, y acabará por concluir acerca de lo que implica la experiencia y la memoria en lo que al yo singular compete. Desde nuestra perspectiva es muy probable que ese yo se encuentre situado en la estructura molecular del gen (el hombrecito dentro del hombre, antes aludido), una suerte de homúnculo de la existencia, pero también una lección acerca de que ninguna vida debe deplorarse. Él sabe lo que está diciendo puesto que se halla en un exilio obligado.

El cuerpo como huésped del gen narcisista

Sigmund Freud, fiel a los ecos de la ciencia de su tiempo, ajusta su teoría de la libido a lo que dicta la biología. Las pulsiones, como la fuerza de trabajo que pone en movimiento esa constante libidinal, van a estar orientadas hacia dos fines: el de preservación del individuo y el de la continuidad de la especie. Con el giro de los años veinte, en Más allá del principio de placer, el trasfondo de la teoría freudiana será la teoría de Weismann, quien propone la existencia de una sustancia inmortal presente en las células sexuales. Esta sustancia o plasma germinal tiene como principal función perpetuar la especie y perdurar de manera egoísta en cada individuo. Por el contrario el soma, forma que recubre la sustancia inmortal, es lo perecedero, cuya única finalidad es la de operar como un huésped.

La teoría del plasma germinal es retomada en muchos de sus aspectos en la conocida obra del «genocentrista» y neodarwiniano Richard Dawkins quien, en The selfish gen19, identifica el río de la vida con el flujo del genoma. Al igual que François Jacob en su Lógica de lo viviente, destaca las dos invenciones más importantes en la historia de la evolución: el sexo y la muerte20, lo cual nos reconduce a nuestro interrogante inicial ¿qué es la vida? Si el individuo que se desarrolla es radicalmente distinto a la sustancia viviente fundamental, a su núcleo germinal, «¿cuál es entonces su función en la propagación de la vida? Ninguna —aclarará Jacques Lacan—. Desde el punto de vista de la especie, los individuos están (…) ya muertos»21. Lo que el individuo porta en su seno es lo que existe como vida pero a lo cual no tienen acceso. Se ve conducido, por la pulsión, a propagar la sustancia inmortal, reproduciendo el tipo ya realizado en el linaje de sus antepasados. Con lo cual no solo es mortal sino que tampoco tiene porvenir alguno22. Es verdaderamente inquietante que en el libro de Dawkins dos preguntas encuentren asidero: ¿por qué nosotros, al igual que la mayoría de las demás máquinas de supervivencia, practicamos la reproducción sexual?, ¿por qué no vivimos eternamente?, desplazando la cuestión de la sexualidad y la muerte hacia la sexualidad y la vida.

Continuidad y discontinuidad

Hemos visto hasta aquí una serie de interpenetraciones y cruces: lenguaje y muerte, cuerpo y lenguaje, cuerpo y muerte, conjugando acciones performativas tendientes a responder la pregunta que motiva este escrito. El campo del lenguaje en el sujeto humano introduce una serie alternante cuya arbitrariedad se lee bajo el término lingüístico de significante. Se ha insistido aquí tanto en su función como sus efectos. Información, transmisión, desnaturalización, sexualidad, muerte; el lenguaje antecede al ser hablante y va disecando las fibras que componen la ilusoria integridad corporal (esa geografía mítica de la que habla Lévi-Strauss). No obstante una dimensión se opone a esta discontinuidad en la que se hallan presos tanto el científico como el ser humano en general23: la vida como continuum, eso inapresable por el lenguaje y que en las claves del placer y el sufrimiento se resume bajo el término lacaniano de goce.

En nuestro tiempo el lenguaje de la biología entra en congruencia con la disposición actual del Otro de la civilización, donde los cuerpos parecieran adquirir cierta autonomía y ocuparse maquinalmente de sí mismos. Su inversión no es menos sugerente. Las máquinas, en efecto, comienzan a suplir el cuerpo tanto en sus funciones orgánicas básicas como en el pensamiento24. El empalme captado por el psicoanálisis entre las palabras y los cuerpos, que habilitó la vía para la concepción del síntoma histérico a partir del teatro clínico de Charcot, ha sido sustituido hoy por una nueva angustia. Adoramos nuestro cuerpo cada vez más, creemos en él como un nuevo dios, pero al mismo tiempo vemos cómo este se deshace, se desarma. La proliferación epidémica del pánico como trastorno nos debe alertar sobre un nuevo peligro que acecha a nuestra civilización. Cabe recordar al respecto la definición de angustia que Lacan da en los años setenta: el miedo al cuerpo, a quedar reducidos a este. El nudo real de nuestra existencia centrada en la problemática de la vida puesto que de ahí emana el goce25. Hay en ello un exceso, un traumatismo, una efracción de goce con el cual el ser hablante tiene que arreglárselas; por este motivo Lacan llegó a equiparar la vida a lo real mismo:

¿Por qué razón —dirá en su conferencia «La tercera» (1975)— he escrito al nivel del círculo de lo real la palabra vida? Es porque indiscutiblemente de la vida, después de ese término vago que consiste en enunciar el gozar de la vida, de la vida no sabemos nada más26.

Aquello que se sabe, desde las ciencias biológicas, respecto a la vida, no es menos inquietante que el no saber planteado por Lacan. Jacques Monod, en El azar y la necesidad, sostiene que la única hipótesis concebible mediante la observación y la experiencia es que la vida se debe al «puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del edificio de la evolución»27. Lo desolador de esto es que dinamita cualquier antropocentrismo. Al mismo tiempo, logra oponer esta hipótesis del azar en el origen de la vida a cualquier teoría de sesgo vitalista y/o animista. Surgida del puro azar deviene necesidad en la conservación molecular.

Por otra parte, al no saber qué es la vida se le añade un saber: que el cuerpo se satisface. Es decir, el cuerpo aquí resulta ser no solo su forma ni la asunción jubilosa de esa imagen que devuelve el espejo, sino también un cuerpo real en tanto viviente, condición del goce.

Estamos habituados a pensar la muerte como un imposible de simbolizar. Tan es así que, a lo largo de este sucinto recorrido, en las fronteras entre los discursos de la ciencia y el psicoanálisis, encontramos que la vida, esa oscura pregunta que se agita en el alma de un biólogo como Schrödinger, la misma que se niega en el discurso médico, es en el fondo inefable para todo sujeto.

Sobre el dolor

Damián Isoldi y Emilio Vaschetto

Introducción

Se da por entendida la importancia que posee para el practicante el sufrimiento corporal, los gestos dolidos de quien acude a la consulta, los signos de molestia o la queja más o menos persistente. Reconocemos en tales manifestaciones las fuentes del ejercicio cotidiano del médico y, más aún, el predominio de la demanda del paciente. Claro está, no enunciamos novedad alguna si al escuchar el padecimiento físico de quien consulta, el médico al mismo tiempo advierte las perturbaciones subjetivas que acarrea ese malestar. Al conocido dicho popular: «de la muerte no escapa nadie», habría que agregarle: «… y del dolor tampoco». El dolor tanto como la muerte son experiencias profundamente democráticas; en su distribución no hay privilegio de clase social, raza, sexo o género. Es un para todos.

El hablar aquí del dolor implica abordar de entrada un aspecto constitutivo de la condición humana. Su irrupción atenta contra el soporte de palabras e imágenes, contra la trama histórica en la cual se despliegan las existencias particulares. Su presencia introduce lo real del cuerpo28