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«Remedios para la vida» reúne treinta y cinco de las recomendaciones más incisivas concebidas por Petrarca en su «De remediis utriusque fortunæ»—escrito entre 1354 y 1366—para el escarmiento de los prósperos y el consuelo de los desdichados. En ellas, las principales pasiones del alma entablan un diálogo con la razón sobre el fruto, bueno o malo, de los diversos aspectos de la vida: los atributos del cuerpo y el alma, las distracciones, la educación, el arte, los parientes, los amigos, el poder, la guerra, la posición social, la salud, el dinero, el amor y la muerte, entre muchos otros. Una selecta «summa» moral que pone las armas de la filosofía al servicio del ser humano. «En Remedios para la vida el poeta italiano practica la literatura del cómo vivir, que no ha cambiado. Y cuando acerca el foco para abordar temas más específicos, su actualidad es mayor». Pilar Gómez, La Lectura (El Mundo) «Un libro mucho más útil que todos los manuales de autoayuda que se venden actualmente». Jordi Llovet, El País «Esta nueva edición de los Remedios para la vida apela al mundo contemporáneo en todas sus contradicciones y necedades». Ricardo F. Colmenero, El Mundo «La lucidez y la vivacidad del humanista toscano mantienen perfectamente vigentes muchas de sus admoniciones —en una lectura actual se muestran no exentas de cierta dosis de humor negro—, que preconizan de algún modo los ensayos de Montaigne y prefi guran el ensayo moderno». La Voz de Galicia «Los Remedios para la vida constituyen una lectura deliciosa y una manera de adentrarse en uno de los grandes clásicos de la literatura universal y del pensamiento humanista. Lo que Petrarca escribió en el siglo XIV para sus contemporáneos sigue apelándonos con la misma intensidad que si lo hubiera escrito hoy mismo». Juan Carlos Laviana, Nueva Revista «Hay una vigencia en el tiempo en las palabras de Petrarca que tienen, por su verdad, una actualidad tal como si fuesen escritas ayer y no hace más de seis siglos». Francisco Recio, La Opinión de Málaga «Un libro nutritivo, simpático, moral, inteligente y previsor». Ricardo Martínez, Todo Literatura
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FRANCESCO PETRARCA
REMEDIOS
PARA LA VIDA
SELECCIÓN, PRÓLOGO Y TRADUCCIÓN
DEL LATÍN DE JOSÉ MARÍA MICÓ
ACANTILADO
BARCELONA 2023
CONTENIDO
Presentación, de JOSÉ MARÍA MICÓ
Nota sobre el texto y la traducción
LIBRO PRIMEROREMEDIOS CONTRA LA BUENA SUERTE
I. La edad florida y la esperanza de una vida larga
II. La belleza corporal
III. La salud
VIII. La memoria
XII. La sabiduría
XIV. La libertad
XVII. El próspero nacimiento
XXV. El juego de la pelota
XXXIV. Las casas magníficas
XLIII. El que tiene muchos libros
XLIV. La fama de los que escriben
XLIX. La amistad con reyes
L. La abundancia de amigos
LIII. La abundancia de riquezas
LXI. Las monas de compañía
LXVI. La esposa bella
LXIX. El amor placentero
XCII. La gloria
CVIII. La felicidad
CXVII. La esperanza de fama póstuma
CXX. Las muchas esperanzas
CXXI. La esperada paz de ánimo
LIBRO SEGUNDOREMEDIOS CONTRA LA MALA SUERTE
XI. El pobre nacimiento
XV. La pérdida del tiempo
XXVIII. Los amigos desleales
XXXV. El que es envidiado
XXXVII. La tardanza de lo prometido
LII. La muerte del amigo
LXIII. La casa pequeña
LXXVI. La guerra civil
LXXXVI. El insomnio
LXXXVII. Las pesadillas
XCVI. La ceguera
CVI. La envidia
CXIX. La muerte
Sum peregrinus ubique: ‘En todas partes soy un peregrino’. Así se definió más de una vez Francesco Petrarca, cuyo padre, el notario ser Petracco di Parento, un güelfo bianco hostigado y condenado por los neri, había tenido que huir de Florencia a finales de 1302 y se estableció en Arezzo con su mujer, Eletta Canigiani. Allí, in exilio, como él mismo se ocupó de precisar, nació Francesco el lunes 20 de julio de 1304. Su infancia transcurrió en Incisa Valdarno y, tras un breve período en Pisa (donde quizá vio a Dante por única vez) y un accidentado viaje por Génova y Marsella, la familia se instaló en Aviñón, sede de la corte papal. Estudió sus primeras letras (gramática, dialéctica y retórica) en Carpentras, bajo la tutela de Convenevole da Prato, y en 1316 fue enviado por su padre a estudiar Leyes a Montpellier, donde permanecería hasta 1320, interrumpido por alguna pesadumbre (su madre murió hacia 1318) y más dedicado al estudio de la literatura que al derecho. Con su hermano Gherardo, tres años menor, se trasladó después a Bolonia para continuar sus estudios, pero los abandonaría en 1326, en parte forzado por la muerte de su padre y en parte desengañado por la deshonestidad que advertía en los hombres de leyes.
De nuevo en Aviñón, la curiosidad y el destino le depararían varios hallazgos no menos trascendentales para su obra que para su vida: reunió algunos manuscritos importantísimos (Virgilio, san Agustín, san Isidoro, Tito Livio…) y, sobre todo, vio a Laura por vez primera el 6 de abril de 1327 en la iglesia de Santa Clara. Los primeros años de su amor por Laura fueron también los de la restauración y comentario de los libros Ab urbe condita, y en 1330 entró en religión (tomó las órdenes menores) y al servicio del cardenal Giovanni Colonna, lo que le permitió, por ejemplo, viajar a lo largo de 1333 por el norte de Europa (París, Gante, Lieja, Aquisgrán, Colonia, Lyon…). De aquellos años datan las primeras rimas en lengua vulgar, reunidas hacia 1336 pero no configuradas todavía como cancionero.
Dos logros de aquella época marcaron su vida, y el mismo Petrarca les asignaría un profundo valor simbólico: el ascenso al monte Ventoux en 1336 y el viaje a Roma en 1337, que representaban, cuando menos, su entrada en la madurez. De vuelta a Aviñón, se instaló en la casa que había comprado en Vaucluse y en los años siguientes (1338-1342) inició algunos de sus proyectos literarios más ambiciosos: el poema épico latino Africa, la primera colección De viris illustribus, quizá el núcleo primitivo de los Trionfi, una nueva compilación de las rimas… Por la excelencia de sus obras, y una vez examinado de arte poética por el rey Roberto de Anjou en Nápoles, fue laureado en el Capitolio el 8 de abril de 1341. Vuelto a Vaucluse en marzo de 1342, obtuvo algunas sinecuras en la diócesis de Pisa e inició, sin perseverar, el estudio del griego con el monje Barlaam. El nacimiento de su segundo hijo natural (Francesca; el primero, Giovanni, había nacido en 1337), la entrada de su hermano Gherardo en el monasterio cartujo de Montrieux, la muerte de Roberto de Anjou y las fracasadas misiones diplomáticas en Nápoles tiñeron el año de 1343 con una sombra de desilusión. Su incesante peregrinaje y los conflictos bélicos lo llevaron a Parma (asediada por los Visconti), a Verona (allí descubrió varias cartas de Cicerón y proyectó su propia colección de epístolas) y de nuevo a Vaucluse, donde inició el De vita solitaria y el Bucolicum carmen, no acabados hasta diez años después, en 1356. En 1347 compuso el De otio religioso con ocasión de una visita a su hermano en Montrieux, y es casi seguro que inició en ese año la redacción de su obra más personal, el Secretum, sometido al menos a dos revisiones en 1349 y en 1353.
Todavía en 1347, ilusionado con la rebelión de Cola di Rienzo en Roma, abandonó el servicio de los Colonna y decidió volver a Italia. Se detuvo un tiempo en Génova, en Verona y en Parma, pero nuevas adversidades se le cruzaron en el camino: la derrota de Cola di Rienzo y, sobre todo, la extensión de la peste, que acabó con la vida de Laura en otro 6 de abril, el de 1348. Francesco se enteró dos meses después por la carta de un amigo y determinó dar a su obra una nueva dimensión: compuso seguramente los Psalmi penitentiales y concibió la muerte de su amada como eje de los Rerum vulgarium fragmenta, dispuestos desde entonces en dos secciones (en vida y en muerte de Laura). Fueron los años de la recopilación de epístolas latinas en prosa (Familiares) y en verso (Metrice) y del soneto-prólogo al Canzoniere, escrito en 1350 poco tiempo antes de viajar a Roma con motivo del Jubileo y de conocer en Florencia a Giovanni Boccaccio, a quien daría pruebas de amistad en diversas ocasiones y lugares a lo largo de casi veinte años (en Milán en 1359, en Venecia en 1363 y en Padua en 1368).
En 1353, tras dos años en Vaucluse, volvió para siempre a Italia y se estableció en Milán, donde permaneció ocho años—viajes aparte—vinculado a la corte de los Visconti. El Canzoniere siguió creciendo hasta alcanzar nuevos estadios de elaboración (la «forma Correggio», de hacia 1356-1358, y la «forma Chigi», de 1359-1363), mientras su autor se ocupaba también en el De remediis… La peste, que no cesaba, le obligó a trasladarse a Padua en junio de 1361, y un año después a Venecia, donde residió hasta 1368. Desde allí procuró favorecer el retorno del papa a Roma y, en respuesta a las violentas críticas de ciertos aristotélicos venecianos, compuso De sui ipsius et multorum ignorantia.
En la primavera de 1368 se estableció en Padua, hospedado por Francesco da Carrara y retomó, para ampliarlo, el De viris illustribus al tiempo que su salud se iba deteriorando. En marzo de 1370, ya bastante enfermo, se instaló en Arquà en una casa que había mandado levantar un año atrás (muy pronto acudiría a cuidarle Francesca con su familia), y el 4 de abril, en previsión de un inminente viaje a Roma, dictó su testamento. En Ferrara le sobrevino un síncope y se quedó sin ver al papa en el Vaticano (porque al poco tiempo Urbano V sería expulsado de nuevo a Aviñón); volvió primero a Padua y después, definitivamente—a salvo de un nuevo viaje a Venecia—, a Arquà en mayo de 1373. En los que serían los últimos meses de su vida preparó nuevas revisiones de su Canzoniere (las formas «Malatesta» y «Queriniana», anteriores a la «Vaticana») y escribió, tradujo, amplió o retocó varias piezas de importancia, entre las que destaca, también simbólicamente, el Triumphus Eternitatis, compuesto y revisado con gran empeño en apenas un mes.
Francesco Petrarca murió en Arquà durante la noche del 18 al 19 de julio de 1374.
REMEDIOS PARA LA VIDA
Hacia el final del libro segundo del Secretum, cuando Agustín y Francesco andan a vueltas con el tema de la fortuna, el discípulo afirma que quizá acabe diciendo lo que piensa «en otro momento y en otro lugar». Ésa es la primera traza de un proyecto que, como casi todos los suyos, acompañó a Petrarca durante un largo período. Muy poco tiempo después de esa declaración de propósitos, en una epístola de mediados de 1354 (Seniles, XVI, 9), Petrarca le explica a Jean Birel que tiene entre manos, in manibus, un libro, De remediis ad utranque fortunam, «en el cual me ocupo con todas las fuerzas de aliviar, y aun de extirpar, si fuese posible, las pasiones del alma, mías o de quienes lo lean», y precisa a continuación que la carta a la que está respondiendo le ha llegado «mientras tenía bajo la pluma el tratado sobre la infelicidad y la miseria».1
Aunque el capítulo «De tristitia et miseria» es de los últimos (II, 92), no parece razonable ni necesario suponer, por más que el mismo Petrarca lo afirme en el prólogo, que un texto de la extensión y la complejidad del De remediis pudiera haber sido «empezado y acabado en unos pocos días»: su composición no tuvo por qué ser progresiva, y, por otra parte, hacia 1367 Giovanni Boccaccio lo menciona como novissimus mientras anuncia su inminente difusión. La escritura del De remediis utriusque fortune (tal fue el título definitivo) acompañó, pues, a Petrarca durante una docena de años vividos con relativa calma entre Milán, Padua y Venecia. En otra de sus epístolas, fechada el 9 de noviembre de 1367 (Seniles, VIII, 3), el autor da por terminada su obra y se alegra de que haya gustado a «algunas personas de gran ingenio».2
Sin embargo, el tema escogido no es precisamente muy original—resultaría difícil hallar en la época otro que lo sea menos—, y de hecho el mismo autor declara haberse inspirado en el De remediis fortuitorum, uno de los muchos tratados atribuidos a Séneca que alcanzaron celebridad en la Edad Media. Pero Petrarca completa y supera el modelo pseudosenequiano con una concienzuda voluntad enciclopédica y una inextinguible capacidad de contemplación de la fortuna y de sus efectos. Sabe muy bien, por ejemplo, que lo habitual ante «los súbitos e inciertos movimientos de las cosas humanas» es buscar alivio cuando la fortuna nos muestra su peor cara, la de la adversidad, y que es mucho más difícil saber regirse y desengañarse cuando la suerte nos es favorable. «Las dos caras de la fortuna deben temerse y sobrellevarse, pero una requiere freno y la otra distracción; en una se debe reprimir la soberbia del alma y en la otra aliviar su desamparo».
Gracias a la terca asunción de esa bicefalia, no tan frecuente como cabría esperar en los moralistas antiguos y medievales, Petrarca culmina una especie de summa moral para todos los hombres, que sirve igualmente para el escarmiento de los prósperos y el consuelo de los desdichados. De ahí que los dos libros de que se compone se organicen de un modo simétrico y complementario: las cuatro principales pasiones del alma (en el primer libro el gozo y la esperanza, en el segundo el dolor y el temor) entablan un diálogo (llamémoslo así por ahora) con la razón, que es quien lleva la voz cantante. Esas cuatro pasiones se refieren, además, a los aspectos positivos o negativos del presente (gozo y dolor) y del futuro (esperanza y temor), de modo que en los más de doscientos cincuenta capítulos de que se compone el De remediis se trata del fruto, bueno o malo, de todos los aspectos de la vida: las dotes del cuerpo y el alma, las distracciones, la educación, el arte, los parientes, los amigos, el poder, la guerra, la posición social, la salud, el dinero, el amor, la muerte…
Quien haya disfrutado ya con las fecundas conversaciones del Secretum y las compare sin más con los romos y escuetos parlamentos (más bien estribillos) del Gozo y del Dolor, enseguida se dará cuenta de las diferencias, pero también advertirá que Petrarca supo adaptarse al carácter cerrado y sistemático del De remediis y a las necesidades demostrativas de la Razón. En cualquier caso, ese rudimentario diálogo entre personajes abstractos basta y sobra para dar variedad y vivacidad, no meramente oratorias, a lo que, de otro modo, no hubiese pasado de ser una previsible retahíla de verdades morales. Además, aunque también esté lejos de aquel ordo neglectus con el que Petrarca contribuyó a prefigurar o apuntalar el desarrollo del ensayo moderno, el De remediis valía y vale como «discurso», al arrimo y al modo de los clásicos, por el territorio invariable de la condición humana.
Nada más aleccionador, por tanto, que la obstinada actualidad de la que ha sido definida como «l’opera più medievale del Petrarca».
El lector de hoy que quiera acceder al texto latino completo del De remediis puede recurrir a dos opciones extremas: el incunable y el CD-ROM. En las bibliotecas públicas españolas se conservan varios y buenos ejemplares de las obras latinas de Petrarca en las ediciones de Basilea, 1496 y 1554 (yo he manejado para mi traducción un ejemplar de la princeps, el Inc. 502 de la Biblioteca de la Universidad de Barcelona); por otra parte, la edición informática de las Opera omnia (Roma, Lexis) incluye un «testo provvisorio» del De remediis a cargo de L. Ceccarelli y E. Lelli.
En mi traducción he preferido respetar las formas antiguas o peculiares de algunos nombres conocidos (Tulio por Cicerón o Cayo por Calígula, por ejemplo) y no me ha parecido necesario poner notas o interpolaciones en los dos o tres lugares en que se dice tan sólo «el poeta cómico» o «el poeta lírico» y debe entenderse, por excelencia, Terencio y Horacio. Ya queda explicado aquí. También he visto, claro, la primera traducción castellana de Francisco de Madrid (publicada en Valladolid en 1510), tan lograda para su tiempo como inservible para un lector medio de hoy (puede verse una muestra en la principal antología del Petrarca latino en castellano, Obras, I: Prosa, ed. F. Rico et al., Madrid, Alfaguara, 1978); en otras lenguas son relativamente accesibles, y me han resultado útiles, la breve selección con versión italiana de P. G. Ricci (en Prose, ed. G. Martellotti, Milán, Riccardo Ricciardi, 1955) y la traducción completa al inglés de Conrad H. Rawski (Bloomington, Indiana University Press, 1991).
Para decidir el título de este volumen hemos tenido en cuenta que se trata de una selección. El título latino original puede traducirse de varias maneras y en el fondo todas son buenas, porque se trata de remedios—que son tanto ‘consejos’ como ‘admoniciones’ y ‘antídotos’—de, contra o para los dos tipos de suerte: la buena y la mala. Remedios para la vida, en definitiva.
GOZO Y ESPERANZA Es la flor de la edad: hay mucho por vivir.
RAZÓN He aquí la primera vana esperanza de los mortales, que ha engañado y engañará a millares de hombres.
GOZO Y ESPERANZA Es la flor de la edad.
RAZÓN Vano y breve placer: es una flor que se seca mientras hablamos.
GOZO Y ESPERANZA Está la edad entera.
RAZÓN ¿Quién puede llamarla entera, si carece de muchas cosas y no se sabe cuántas le faltan?
GOZO Y ESPERANZA Y sin embargo hay una ley cierta en el vivir.
RAZÓN ¿Quién promulga esa ley y cuál es ese tiempo legítimo de la vida? Resulta verdaderamente inicua una ley que no es igual para todos, sino tan variable, que nada hay más incierto que el límite de la vida.
GOZO Y ESPERANZA Con todo, hay algún límite y fin de la vida establecido por los sabios.
RAZÓN Poner límite a la vida no puede hacerlo quien la recibe, sino Dios, que la da. Pero te entiendo: piensas en los setenta años o, si se trata de naturalezas más robustas, en los ochenta, y ahí fijas el momento en que el dolor y la angustia alcanza a los ancianos. A no ser que vuestra esperanza vaya aún más lejos de la mano del que dijo: «El número de los días del hombre es, como mucho, cien años», y son muy pocos los que llegan. Pero, aun suponiendo que todos llegasen, ¿de qué sirve tal insignificancia?
GOZO Y ESPERANZA ¡Es muchísimo! La vida de los jóvenes es más segura, y está más lejos de la vejez y de la muerte.
RAZÓN Te engañas. Si bien para el hombre no hay nada seguro, la parte más peligrosa de la vida es aquella que, a causa de una seguridad excesiva, transcurre descuidada. Ninguna cosa está tan cerca de otra como la muerte de la vida. Parecen muy distantes, pero están juntas, porque la una huye sin cesar y la otra sin cesar se aproxima. Adonde vayáis la tendréis delante, y aun encima de la cabeza.
GOZO Y ESPERANZA Por lo menos la juventud está presente ahora, y la vejez lejos.
RAZÓN Nada hay más inestable que la juventud ni más insidioso que la vejez. Aquélla nunca está firme: nos halaga y escapa; ésta, acercándose de puntillas en la oscuridad, hiere a los desprevenidos y, cuando se finge lejana, está a la puerta de casa.
GOZO Y ESPERANZA Es una edad en ascenso.
RAZÓN