Reparar (casi) cualquier cosa - Paolo Aliverti - E-Book

Reparar (casi) cualquier cosa E-Book

Paolo Aliverti

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Beschreibung

Los objetos que nos rodean están diseñados para estropearse cuando caduca la garantía. El oficio de reparador ha desaparecido y ya nadie arregla porque no vale la pena. Pero, ¿es así realmente? ¿Podemos hacer algo más que tirar todo lo que se rompe? ¿Existen alternativas sostenibles y más interesantes? Este libro nace para transmitir a todo el mundo la pasión por reparar; un oficio nada fácil que, muchas veces, recuerda al trabajo de los investigadores privados. Es cierto que los objetos se rompen fácilmente, pero las nuevas tecnologías electrónicas y de prototipos rápidos, junto con un enfoque racional, pueden ayudar a reparar casi cualquier cosa. Este manual presenta distintas técnicas de reparación basadas en la electrónica y la impresión 3D, con múltiples ejemplos prácticos, dibujos e imágenes para fabricar recambios a medida y devolver la vida a tus objetos. Paolo Aliverti. Ingeniero de telecomunicaciones, artesano digital y escritor. Ha escrito los best seller Il manuale del maker (Edizioni FAG, tr. ingl. The Maker's Manual, Maker Media Press), Stampa 3D - Stazione futuro (Hoepli), Electrónica para makers (Marcombo) y Manual de Arduino (Marcombo). Organiza cursos y talleres sobre la fabricación digital y hace poco ha inaugurado un taller de reparaciones industriales que está teniendo un gran éxito (www.reelco.it). En 2011 fundó el Frankenstein Garage y más tarde el FabLab Milano. Su sitio web es www.zeppelinmaker.it.

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Reparar (casi) cualquier cosa

Reparar (casi) cualquier cosa

Cómo arreglar objetos cotidianos con la electrónica y la impresión 3D

Paolo Aliverti

 

Edición original publicada en italiano por Edizioni LSWR con el título: Riparare (quasi) ogni cosa, © Paolo Aliverti 2018.

Título de la edición en español:

Reparar (casi) cualquier cosa

Primera edición en español, año 2018

© 2018 MARCOMBO, S.A.

www.marcombo.com

Traducción: Sònia Llena

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (entro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.»

Esta publicación contiene opiniones del autor y tiene por objeto proporcionar información clara y precisa. El procesamiento de textos, incluso si se realiza con una atención escrupulosa, no puede asumir la responsabilidad específica del autor y/o editor de los posibles errores o imprecisiones.

El editor ha hecho todo lo posible para obtener y citar las fuentes exactas de las ilustraciones. Si en algunos casos no ha sido posible encontrar alguna con derechos de autor, está dispuesto a hacer frente a las omisiones involuntarias o errores en las referencias citadas.

ISBN: 978-84-267-2870-8

Producción del ebook: booqlab

Índice

Introducción

El libro

El autor

Advertencias

1. Reparar (casi) cualquier cosa

Aprender a reparar

¿Por qué reparar?

El Montalbano de la electrónica

Desmontar objetos

Trabajo manual y creatividad

2. Componentes electrónicos

Corriente y tensión

Resistencia

Potencia

Los componentes electrónicos en detalle

3. Medidas e instrumentos de medida

Testers y multímetros

Osciloscopio

Alimentador

Frecuencímetro

Generador de señales

Analizador lógico

Chip tester

Programador universal

Trazador de curvas

Verificar los componentes

4. Reparaciones electrónicas

Circuitos y soldadores

Soldar

Desoldar

Técnicas para extraer componentes

La búsqueda de los fallos

Reparar alimentadores

¿Dónde encontrar estos componentes?

Rediseñar

Ejemplos de reparaciones electrónicas

5. Mecanismos y dispositivos: mecánica de supervivencia

Máquinas y mecanismos

Fuerzas

Menos restricciones

Trabajo

La fricción

Máquinas simples

Motores y motorreductores

6. Reparar con una impresora 3D

Impresoras 3D

El proceso de impresión FDM

¡Escáneres 3D para todos!

Reparar con una impresora 3D

Conclusión

Introducción

«Buddha, el Dios, reside en el circuito de una calculadora o en el engranaje de una motocicleta, del mismo modo que en la cima de una montaña o en los pétalos de una flor».

Robert M. Pirsig – Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta

Reparar objetos no es fácil. Este libro no contiene ni la «solución» a todas las averías ni tampoco «reglas» sencillas aplicables de vez en cuando. Reparar objetos es todavía un arte que necesita un periodo de incubación antes de apreciar resultados evidentes. No existen recetas preparadas, aunque he intentado recoger lo que sé en un conjunto de consejos aplicables a distintos casos. Estas páginas os pueden ayudar a aprender una forma de reparar para aplicar en ciertas ocasiones. Aunque el libro está centrado en mi gran pasión, la electrónica, también trata la mecánica y la impresión 3D, pues reparar algo, actualmente, es una tarea bastante complicada.

Antes se fabricaban objetos diseñados para durar lo máximo posible y para ser reparados. Hoy en día ya no es así. Antes se utilizaba menos plástico y más metal, se usaban más tornillos y pernos y menos colas y encajes. Las cosas han cambiado mucho, y no precisamente a mejor. Estamos rodeados de objetos más bonitos, pero que duran mucho menos que antes. Los objetos que nos rodean tienen todos fecha de caducidad y están destinados a romperse en los plazos planeados por sus diseñadores. ¿Cómo es posible? Los circuitos y las piezas mecánicas están sujetos al uso. La corriente calienta los componentes, los engranajes se consumen. ¿Por qué la batidora que mi madre compró en 1971 todavía funciona y la que yo compré el año pasado ya he tenido que tirarla? Si en lugar de un engranaje de metal se coloca uno de plástico, está claro que durará poco. Si un circuito está mal diseñado o es insuficiente, está destinado a quemarse. Las empresas justifican este comportamiento porque así la economía se mueve. Si las cosas se rompen y no se pueden reparar fácilmente, se comprarán otras nuevas. Nos hemos acostumbrado a comprar electrodomésticos a precios escandalosamente bajos y, cuando se rompen, lo más normal es tirarlos a la basura con toda la tranquilidad y comprar otro de inmediato. Si un televisor nos cuesta poco más de 100 y es difícil de reparar, lo más seguro es que nos salga más a cuenta llevarlo a un punto de reciclaje que dejar que un técnico lo repare. Por otro lado, debido a esta tendencia a la baja, incluso los técnicos de reparación, literalmente, han desaparecido. De vez en cuando veo alguna tienda como las de antes con el rótulo «Reparamos TV». En su interior puede verse una mesa de trabajo de aspecto triste y abandonado y, en el escaparate, algún televisor lleno de polvo. Una verdadera lástima, pero se trata de una lucha desigual. ¿Cuánto nos puede pedir un técnico para que su reparación nos salga a cuenta? Si una lavadora cuesta 200 y la reparación necesita media jornada... ya estamos al límite para que nos salga a cuenta.

¿Y qué podemos hacer? ¿Adaptarnos y dejarnos llevar por esta oleada de consumo y reciclaje o intentar cambiar las cosas?

Las nuevas tecnologías pueden ayudarnos a cambiar esta situación. Es cierto que, en la mayoría de los casos, no podremos hacer nada y el desguace será la única alternativa, pero gracias a una impresora 3D, quizás podremos crear aquella pieza que nadie nos quiere vender porque no sale a cuenta. Volver a reparar nos devolverá las destrezas manuales que desde hace tiempo estamos perdiendo y nos permitirá apreciar el trabajo manual, en muchas ocasiones menospreciado.

Para reparar un objeto, a veces se necesitan varios intentos, pero cuando al final lo devolváis a la vida, será un gran momento y os sentiréis realmente satisfechos y agradecidos.

El libro

Este libro es casi un diario de viaje de las experiencias recogidas durante estos últimos años. Algunos temas requieren un conocimiento no básico, sino avanzado, aunque he intentado incluir unas páginas de introducción para los principiantes que quieran acercarse a la reparación. Durante años he estado buscando algún libro que explicara cómo reparar cosas, pero nunca he encontrado nada que me satisficiera. No creo que lo haya escrito yo, ese libro, pero sí espero haber aportado algo.

Quien tenga una formación estrictamente electrónica, encontrará una serie de informaciones que raramente aparecen en los libros técnicos ni se enseñan en la escuela y, sobre todo, un método para hacer frente a las reparaciones. Cada reparación es un caso único y se afronta como tal. En mi opinión, el reparador es como un Montalbano de la electrónica, que recoge indicios, hace preguntas, sigue pistas y, al final, resuelve el caso. Reparar es difícil: al principio son más los daños y las derrotas que los casos resueltos. Se requieren paciencia y determinación, cualidades que un libro, desafortunadamente, no puede enseñar.

El primer capítulo es introductorio y trata de afrontar las reparaciones desde un punto de vista más «filosófico» y conceptual que práctico. El segundo capítulo afronta la parte electrónica presente en cualquier dispositivo moderno. Es un capítulo introductorio, pero visto desde la óptica de la reparación: trata los componentes fundamentales y cómo podrían dañarse. En el tercer capítulo muestro los instrumentos necesarios para realizar reparaciones electrónicas y cómo utilizarlos para comprobar los fallos. El cuarto capítulo explica cómo utilizar estos instrumentos para reparaciones electrónicas, es decir, cómo soldar, desoldar y extraer componentes; además, muestra el proceso de una reparación. El quinto capítulo presenta conceptos teóricos de mecánica, útiles para comprender el funcionamiento de cualquier mecanismo, y, por último, el sexto explica cómo utilizar una impresora 3D para efectuar reparaciones de forma rápida y eficiente.

El autor

Este libro nace de una pasión profunda y duradera que me acompaña desde que era niño. A los diez años pasaba muchas horas en el «taller». En cuanto llegaba de la escuela bajaba al estudio de mi padre, expropiado y transformado en mi taller, y el soldador ya no se apagaba hasta la noche. El escritorio era una tabla de madera que casi nunca ordenaba: estaba literalmente cubierto de libros, revistas y componentes y yo trabajaba en un espacio reducido en el centro, que parecía un pequeño cráter. Una lámpara telescópica iluminaba aquel pequeño anfiteatro artificial. No tenía muchos instrumentos más que el soldador, un pequeño multímetro digital y un tester analógico. Me había construido un alimentador regulable y un generador de señales, pero que solo producía ondas cuadradas.

Pasaba los días experimentando. Recuperaba componentes de televisores viejos y chatarra electrónica e intentaba utilizar las piezas para construir otros circuitos. Deseaba mucho tener un osciloscopio y me habría gustado fabricarme uno digital, porque para mí era más fácil de diseñar. En una de las revistas electrónicas que compraba cada mes apareció publicado el proyecto de un osciloscopio muy básico, que en lugar de la pantalla tenía una matriz de LED, pero que para mí era suficiente. No tenía grandes pretensiones. Una de mis cruces era construir una radio UHF/VHF para escuchar a los aviones. Probé decenas y decenas de circuitos distintos, cambiando las bobinas o algún condensador, sin saber en realidad si funcionarían o no. A veces se oían susurros por los auriculares, otras parecía que se oyeran sonidos, voces perdidas entre el ruido: aquellos eran momentos inolvidables. Sin embargo, después todo desaparecía y regresaban los susurros o, peor aún, el silencio absoluto. No es fácil trabajar sin instrumentos.

Un día vino a mi laboratorio mi tío Andrea con una bolsa de plástico llena de placas electrónicas. Trabajaba en Mapei, una empresa especializada en la producción de colas y adhesivos para azulejos y construcción. Unos años atrás, la empresa había regalado a algunos clientes medidores de humedad que se colocan en el suelo antes de poner los azulejos. Creo que aquellos instrumentos servían para identificar el momento óptimo para la colocación. Mi tío conocía mi pasión y me preguntó si podía repararlos. Acepté de inmediato y me puse manos a la obra.

Creo que tenía trece o catorce años y ese fue mi primer trabajo. No fue fácil repararlos, pero los arreglé casi todos y me gané una pequeña propina, que gasté rápidamente en componentes electrónicos para algún circuito nuevo. Así empezó mi carrera de reparador electrónico.

Después, empecé a estudiar topografía porque decían que el instituto técnico más próximo a la ciudad donde yo vivía no tenía opiniones muy buenas y, por tanto, abandoné «oficialmente» la electrónica para dedicarme a casas y proyectos. Pero este paréntesis no me hizo olvidar mi pasión y, en cuanto me diplomé, me inscribí a ingeniería de telecomunicaciones en el Politécnico de Milán. Siempre elegí las materias por las que sentía curiosidad e interés, a veces incluso arrepintiéndome un poco. ¡Recuerdo una clase del quinto año en la que solo éramos cinco! Era dura pero muy interesante: «Algoritmos y circuitos para telecomunicaciones».

En cuanto me gradué, me desvié de mi camino por enésima vez. Como sabía programar empecé a trabajar como programador, después como analista y más tarde como project manager en distintas empresas. Mi último trabajo como empleado fue en una empresa de transporte ferroviario. Durante aquellos años no lo pasé nada bien porque parecía que los jefes de la empresa, en lugar de favorecer las capacidades personales y a las personas ingeniosas y motivadas, disfrutaran pisoteándolas. Los últimos meses fueron los más duros y tristes.

Finalmente, dejé mi puesto de trabajo y volví, tras varias aventuras, a seguir el camino que había empezado a los trece años. He seguido mi pasión por vías complicadas y difíciles y, al final, esta ha sido la que me ha proporcionado mayores satisfacciones. A menudo no nos damos cuenta de que tenemos en nuestras manos las cosas más preciadas y las descuidamos o, peor aún, las descartamos. He cometido muchos errores en todos estos años pero también creo que he aprendido muchas cosas, la más importante de las cuales es, sin duda, la de detenerse y escuchar las propias pasiones. Ellas sabrán dónde llevarnos, aunque se necesiten mucha paciencia y determinación. Durante estos años he desarrollado muchas actividades y tecnologías relacionadas con el mundo de los makers. He experimentado con startups y empresas, transformándolas en varias ocasiones, buscando un negocio que funcionara. En 2011, fundé la Frankenstein Garage y, más tarde, el FabLab Milano, unas de las primeras startups que se ocupó de nuevo de hardware en lugar de software y apps. Después abrí Fabb srl, dedicada sin demasiado éxito a la impresión 3D, hologramas y diseño de IoT (Internet of Things, Internet de las cosas). Hace unos meses, puse en marcha Reelco (www.reelco.it), REborn ELectronic Company, que lleva a cabo reparaciones electrónicas industriales. Cada día es un nuevo reto y trabajamos con objetos de cualquier tipo, que casi siempre reparamos con enorme satisfacción. En poco tiempo, he dejado mi ático para alquilar un pequeño taller con la ayuda de otros cinco compañeros de viaje y colaboradores. Parece ser que se trata de un negocio acertado y que, finalmente, las cosas empiezan a moverse.

He escrito algún libro, como el Manuale del Maker, algunos textos sobre la impresión 3D y otros libros que podéis encontrar en esta misma colección (Manual de Arduino y Electrónica para Makers). Podéis poneros en contacto conmigo a través de mi sitio web www.zeppelinmaker.it o por correo electrónico a la siguiente dirección: [email protected].

Advertencias

La corriente eléctrica puede ser muy peligrosa: es invisible y, si no se es consciente o se está seguro de lo que se está haciendo, se pueden sufrir accidentes graves o mortales. No utilicéis nunca en vuestros experimentos una tensión de red de 220 voltios. Utilizad solo pilas o baterías, prestando igualmente la máxima atención.

En este libro se describen actividades que requieren el uso de sustancias químicas que pueden ser peligrosas si se utilizan de forma inadecuada. Seguid siempre las indicaciones señaladas en las instrucciones y usad guantes, gafas y todas las protecciones necesarias.

Si no estáis seguros u os surgen dudas, preguntad a un experto, un amigo o un profesional... En Internet existen muchos sitios y grupos (también en Facebook), aunque no siempre es fácil saber si una persona es o no realmente experta en lo que escribe. Ni el editor ni yo podemos hacernos responsables de los resultados obtenidos en los experimentos descritos en este libro. No podemos dar cuenta de incidentes o daños sufridos en cosas, personas y animales que podrían ocurrir durante la realización de estos experimentos. Trabajad siempre con la máxima atención e intentad prever las consecuencias de lo que estáis haciendo.

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Reparar (casi) cualquier cosa

¿Qué es la reparación? ¿Todavía tiene sentido reparar objetos? En este capítulo quiero explicar por qué reparar es una actividad que aún puede tener sentido y es importante. Tendréis que aprender distintas técnicas y tener mucha paciencia porque no es sencillo, más bien sería como el trabajo de un investigador de policía. Las nuevas tecnologías os pueden ayudar a crear fácilmente piezas de recambio.

«Ese genio de mi amigo,él sabría lo que hacer,él sabría lo que ajustar,con la herramienta a mano hace milagros».

Lucio Battisti – Sí, viajando

Cuando acababa de cumplir los veinte, tuve la suerte de sacarme el carné de moto. Mis padres, tal vez un poco exasperados por la gran cantidad de folletos y revistas de motos que dejaba en cualquier rincón de casa, me pagaron una parte. Aunque en mi familia no faltaban comodidades, siempre me enseñaron el valor del dinero y del trabajo. Por eso, no quería «aprovecharme» demasiado de la generosidad de mi familia e intenté arreglármelas ahorrando tanto cuanto pude: me presenté al examen sin ir a clase. Estudié mucho e hice el examen en el periodo de introducción del permiso de conducir europeo. Me encontré en una gran sala de las autoridades de tráfico de Milán, donde tuve que esperar durante horas. Mientras esperaba a que me llamaran, me enteré de que el examen para el que yo me había preparado no era escrito, sino oral: ¡un auténtico shock! Inmediatamente me puse a repasar la teoría y, finalmente, pasé tanto la prueba oral como la escrita y obtuve el carné A. Para pasar el examen práctico, me prestó la moto un primo lejano. Era una Moto Guzzi V35 II roja. Después me compré una Guzzi V35C azul: la moto más barata de aquellos tiempos. Tenía unos 50.000 kilómetros y había sido matriculada en los años 80. El chasis, de hierro, era muy pesado y robusto. Me costó un poco más de un millón de liras (unos 500 actuales).

La moto siempre llevaba algún que otro «parche» y, pensando en mis ahorros y en mi autonomía, aprendí yo solo a hacer un poco de mantenimiento. En ocasiones, las intervenciones eran «extraordinarias» y en otras, había que realizar reparaciones bastante atrevidas e improvisadamente mecánicas. Me inspiraba en libros como el de Pirsig, que de técnico tenía más bien poco, aunque quedaba ampliamente compensado por el espíritu filosófico necesario para afrontar estas reparaciones. Por aquel entonces todavía no había Internet tal como lo conocemos ahora: no había vídeos de YouTube que te explicaran con todo detalle cómo cambiar filtros y pastillas de freno. Erais tú, la moto y la llave inglesa. Una vez, cuando volvía de una reunión de motos, pasé por un bache y se rompió una pieza del chasis que sostenía el sillín y el guardabarros. Era evidente que la Guzzi necesitaba ser reparada: los paneles laterales se salían fácilmente porque estaban colocados a presión. El depósito se abría con una goma y, una vez cerradas las válvulas y desconectados los tubos del carburante, era completamente accesible. El motor simple y lineal invitaba a ser explorado. En aquella ocasión, quité el asiento y busqué un sistema para fijar el chasis roto. Conseguí una barra de hierro lisa que entrara fácilmente dentro de los tubos y, una vez colocada, procedí a la soldadura de las partes metálicas. El chasis que sostenía el motor V35 ya era de hierro. Una operación «de carnicero», si queréis, pero hecha con total autonomía y gran satisfacción.

En el garaje de mi casa de Ceriano Laghetto pasaba mucho tiempo reparando la Guzzi, pero también bicicletas y todo cuanto se me rompía. En mi familia siempre ha existido la «cultura del reparar», una actividad antes normal y cotidiana. Mis abuelos, que vivieron durante la guerra, estaban acostumbrados a cambiar y reparar las herramientas agrícolas para su trabajo. De pequeño, yo les seguía y les observaba con interés mientras llevaban a cabo sus tareas y, a menudo, reparaban cosas. Antes, las reparaciones de las herramientas era más fácil porque las cosas se fabricaban de una forma más simple y sin tanta malicia. A veces, algunas herramientas se vendían a piezas: en el consorcio agrario comprabas un mango de madera (o te hacías con una rama grande y robusta), la lama de una pala, unos clavos para fijarla y procedías al montaje. Una vez construida la herramienta, en caso de rotura, ya sabías cómo repararla. Por ejemplo, de vez en cuando era necesario añadir algún clavo para que la pala quedara bien fijada. Estas intervenciones no siempre daban como resultado objetos «bonitos», pero sin duda sí funcionales. Había personas con una atención y una capacidad especiales para crear herramientas y modificarlas.

Todo cuanto fue diseñado y fabricado antes de los años 80 es bastante «accesible», en el sentido de que dispone de tornillos «visibles» que permiten una apertura fácil del objeto. La introducción del plástico limitó mucho las posibilidades de intervención y de reparación de los objetos. Aunque sea un material que puede asumir cualquier forma y sea omnipresente, no es resistente como una pieza de metal o de aluminio. Por otro lado, la fabricación en masa no puede permitirse utilizar materiales tan preciados como el metal. El plástico es muy cómodo, rápido y económico. Los plásticos más utilizados son los termoplásticos: polímeros que pueden ser «deformados» con el calor. El proceso de deformación es reversible, pero sin los instrumentos y los trucos adecuados es difícil intervenir sobre estos objetos para repararlos. No sé cuántas veces he intentado pegar objetos de plástico con supercolas esperando resolver un problema. Mi fe en este tipo de pegado desapareció hace tiempo. Los primeros objetos creados con plástico tenían tornillos. Los tornillos valen dinero y, por tanto, para ahorrar y hacer los objetos aún más bonitos y perfectos, se eliminan a favor de encajes pensados para que no se abran nunca, sobre todo porque no habría ninguna razón para hacerlo. ¿Para qué querríamos desmontar un objeto que no funciona?

Los objetos modernos no contemplan la posibilidad de ser abiertos, inspeccionados y, aún menos, reparados. Observad vuestro nuevo smartphone: una pastilla de jabón negra y brillante con ranuras muy pequeñas, casi invisibles. El cristal de la pantalla forma un todo con el resto del objeto. La batería es interna y no se puede extraer. ¿Para qué querrías abrirlo? Pues porque, por ejemplo, durante su fabricación el cable del altavoz ha quedado «pillado» y, tras unos meses de funcionamiento, el teléfono se ha quedado inexplicablemente mudo. Esto me ha pasado de verdad y confieso que perdí una semana entera pensando que la causa podían ser el software o los posibles efectos de alguna actualización del sistema. Solo cuando el teléfono se declaró inservible tuve el valor de abrirlo. Una operación que debe llevarse a cabo con extremo cuidado, vista la delicadeza y complejidad del dispositivo. Levantando un poco el circuito impreso se notaba que uno de los cables del altavoz se movía libremente... Y ahí estaba el problema. La imposibilidad de sustituir las baterías también es desconcertante. Hasta hace pocos años, los ordenadores y los teléfonos contaban con una batería extraíble. Las baterías no duran mucho y, después de unos cientos de ciclos de recarga, se acaban gastando. Mientras que antes el dueño del objeto podía cambiar la batería por una nueva de una manera muy sencilla, hoy en día esta operación está altamente desaconsejada a favor de la sustitución del dispositivo por uno nuevo o de una intervención por parte de la asistencia técnica que nos hará pagar generosamente por llevar a cabo una operación que, hasta hace poco, todos éramos capaces de realizar.

He llegado a entender en parte la necesidad de crear objetos perfectos e inaccesibles leyendo la biografía de Steve Jobs, que no quería que los clientes abrieran sus productos o traficaran con ellos. Su primer ordenador vio la luz en un periodo muy concreto en el cual la electrónica era muy popular, la gente quedaba para hablar de sus proyectos y para explicarlos y compartirlos con otras personas, un poco como sucede actualmente con la impresión 3D. El Apple II vio la luz en este entorno y estaba rodeado de gente que sentía curiosidad por sus circuitos y deseaba manipularlos para conectarles periféricos hechos en casa. Para Steve esto era inacceptable y consiguió que el primer «Apple» comercial fuera inaccesible, se utilizaron para ello pocos tornillos con cabezas especiales y muy escondidos. Era normal que los ordenadores de aquella época tuvieran un puerto de expansión al cual conectar periféricos de distintos tipos, incluso fabricados por uno mismo, cosa que faltaba en el ordenador de Jobs, y él era plenamente consciente de ello. Jobs sabía que podía hacer un producto de óptima calidad y no quería que nadie lo manipulara. Esta posición tiene su lógica, porque así todo está bajo control. Un sistema cerrado tiene un hardware bien definido y estable, igual que el software que en él se ejecuta. Un sistema de este tipo es más controlable y, por tanto, debería funcionar mejor. De hecho, los ordenadores que fabrica Apple son ordenadores de óptima calidad. El enfoque adoptado por Microsoft e IBM se encuentra completamente en las antípodas del de Apple; ambas empresas se aliaron para crear un hardware modular y de bajo coste sobre el cual pudiera ejecutarse el sistema operativo Windows, adaptable a las distintas situaciones. Esto permitió una rápida y masiva difusión de los ordenadores de escritorio y que naciera el amor/odio por Windows, sistema operativo omnipresente que debe rendir cuentas ante miles de situaciones distintas.

Los productos de Apple fueron muy innovadores y de referencia en todo el mercado. Por esta razón, algunas decisiones tecnológicas y de diseño presentadas por Apple han sido inmediatamente adoptadas por muchos otros fabricantes. Otro ejemplo de innovación que ha marcado este paso ha sido el uso de fuentes de alimentación conmutadas, que ya existían hacía tiempo, pero introducidas por primera vez de forma masiva en un ordenador personal, a voluntad de Steve Jobs, porque el ordenador no podía distraer al usuario con el ruido del ventilador y lo único que podía funcionar sin un sistema de refrigeración era una fuente de alimentación conmutada.

Para empeorar la reparabilidad de las cosas, han surgido otras prácticas poco correctas, como insertar chips dentro de los recambios, una cosa bastante extendida en el ámbito automovilístico y en algunas maquinarias industriales, entre las cuales, las impresoras 3D. Los consumibles tienen pequeños circuitos integrados que llevan la cuenta de las horas de uso y, una vez alcanzado el límite, o bien terminado el cartucho, requieren su sustitución, que debe realizarse con cartuchos y recambios compatibles y oficiales. No es posible recargar o regenerar estas piezas. La presencia del chip está justificada porque así se tiene un mayor control de lo que ocurre. El estado de desgaste de las piezas lo lee un controlador central y, así, no hay peligro de quedarse «averiado». Incluso el Parlamento Europeo ha percibido estas prácticas al límite de la legalidad y hace unos años aprobó una ley, en el ámbito automovilístico, para limitar el uso de recambios «exclusivos» y garantizar la reparabilidad de los vehículos de motor en cualquier taller mecánico, y no solo en aquellos pertenecientes al fabricante.

Aprender a reparar

En junio de 2017 ayudé a organizar en Padua un minicurso de reparación inspirado en el Repair Café, es decir, un encuentro en el cual los participantes reparan electrodomésticos, objetos comunes, bicicletas y piezas de vestir. Se organizan de forma periódica en locales ya preparados, como pequeños talleres, con herramientas, soldadores e impresoras 3D. Un grupo de voluntarios ayuda a los participantes a llevar a cabo las reparaciones. La idea de los Repair Café fue de Martine Postma, quien, en 2009, organizó el primer evento en Amsterdam. El objetivo de estos encuentros es reducir los residuos tecnológicos, no derrochar y difundir la cultura del reparar y del reutilizar, creando puntos de agregación social. De hecho, los Repair Café tienen carácter «local» y de barrio. A partir de 2009, esta iniciativa se difundió por todo el mundo. Cualquiera puede abrir uno de estos puntos, afiliándose y aportando una pequeña contribución para poder utilizar el logo y el formato; actualmente, podemos encontrar Repair Café también en España, aunque con una representación muy reducida.

A diferencia de los encuentros oficiales, el evento en el que participé en Padua estaba organizado, en primer lugar, con una parte teórica y, después, con las actividades prácticas. La teoría sirvió para ofrecer una «pincelada tecnológica» a los participantes, con la idea de encaminarlos hacia la vía de la reparación en lugar de ofrecerles un punto de reparación en la ciudad. A pesar de la calurosa jornada y el clima ya vacacional, el centro Toselli de Padua se llenó de una docena de curiosos. Yo traté de guiarles, proponiéndoles un recorrido lo más simple posible.

El objetivo de estos encuentros no es tanto el de hallar a alguien que pueda reparar los objetos, sino más bien aprender a hacerlo uno mismo, un concepto bastante difícil de dar a entender. Sé algo de eso tras unos años de experiencia con los fablab, que seguramente se inspiran en una filosofía similar: son una especie de gimnasio superpreparado en el cual puede entrar cualquiera y, tras haber aprendido a utilizar las máquinas con seguridad, proceder a fabricar todo lo que desea. Desafortunadamente, la mayoría de las veces, los «visitantes» pretenden que alguien les ayude a fabricar algo y que les resuelva el problema, sin haber aprendido a hacerlo solos.

En el experimento de Padua, se explicó a los participantes durante tres horas la importancia de reparar y de «saber hacer», además de mostrarles técnicas básicas para crear piezas con una impresora 3D y técnicas electrónicas simples como soldar, desoldar y, sobre todo, reconocer los componentes. La tarea es realmente ardua cuando entre los participantes hay desde una ama de casa a un ingeniero, pasando por profesores, diseñadores y algún jubilado que siente curiosidad.

Para reparar algo es preciso saber cómo funciona. No se puede manipular un mecanismo o un circuito sin haberse antes familiarizado con él y, para ello, es necesario desmontarlo y observar cómo está fabricado y cómo se mueven las cosas en su interior: engranajes que giran, palancas que hacen clic, luces que se encienden, relés y otros diablos eléctricos y electrónicos. Para no sufrir daños, es importante trabajar con calma, sin prisas, para ser capaces de desmontar y volver a montar sin problemas. Para que entendieran el funcionamiento general, les propuse que reflexionaran sobre la función del objeto e intentaran esquematizar su funcionamiento, si era necesario, sobre papel. Cada participante traía un objeto propio para reparar con el cual poder realizar la práctica.

Tras haber seleccionado algunos de los objetos más interesantes y con alguna probabilidad de reparación, todos practicamos un poco aprendiendo a soldar y desoldar componentes electrónicos. Uno de los objetos a reparar era un lector de CD para DJ. Lo desmontamos porque se había caído y se había quedado un CD dentro, que no podía ser expulsado. El desmontaje no fue difícil y, tras pocos minutos, pudimos empezar a estudiar el complicado mecanismo de la bandeja del CD formado por un complejo sistema de palancas, muelles y engranajes. Nos dimos cuenta de que un pequeño diente de plástico se había roto por la caída. Este diente hacía de guía por una especie de palanca dentada que ahora salía de su espacio y bloqueaba el CD: la avería era mecánica.

Figura 1.1 – Un momento del evento Repair Café de Padua.

Con la impresora 3D intentamos imprimir unos pequeños «dientes» que pudieran mantener inmóvil la palanca. Tras unos intentos, el diente estaba en su sitio y el CD volvía a funcionar. Una intervención nada fácil, pero con un gran efecto entre los participantes, que se quedaron asombrados por la rapidez y la flexibilidad de uso de la impresora 3D.

Figura 1.2 – La reparación del CD durante el Repair Café de Padua.

¿Por qué reparar?

Hoy en día es extraño encontrar servicios de reparación. La mayor parte de los que «reparan» en realidad sustituye piezas enteras, mecanismos o placas, y no osa adentrarse en los detalles del objeto que manipula. Si enviáis un teléfono móvil o un ordenador roto a un centro de asistencia, normalmente se limitarán a abrir el objeto y sustituir en bloque la placa madre o los módulos probablemente dañados. La tarea consiste simplemente en quitar, con mucho cuidado, las piezas que pueden ser extraídas: placas de control, sensores, motores, baterías, discos, tarjetas de vídeo, módulos wifi o tarjetas de memoria. Ya casi nadie se atreve a colocar la punta del soldador sobre una de estas placas; de hecho, hay motivos muy válidos para no hacerlo.

Cuando llega el técnico de la lavadora y os la repara sustituyendo en bloque toda la placa, en realidad no ha realizado una reparación real. Sin embargo, su intervención está justificada por el hecho de que no puede dedicar a vuestra lavadora horas y horas para identificar una avería, y porque debería poseer un importante bagaje tecnológico y ser competente en bombas, corriente eléctrica, mecánica y electrónica. Su trabajo está optimizado y él es especialista solo en una determinada marca y un determinado tipo de electrodoméstico (con pocas excepciones). Si no fuera así, probablemente no llegaría a fin de mes. Más que nada porque trabajando por piezas y sustituyendo grupos enteros como la unidad, la puerta o la bomba de descarga reduce el tiempo y confina las habilidades necesarias. Si para cada caso tuviera que dedicar toda su atención, necesitaría demasiadas horas de trabajo, lo que para él sería prohibitivo. El hecho de limitar el alcance de la competencia a una única marca y a un único tipo de producto lo especializa y lo erige como «experto» de aquel tipo de objeto en concreto, del cual lo sabrá todo o casi todo. Así encuentra el equilibrio entre el tiempo que puede pasar reparando el objeto y sus gastos a fin de mes.

Las piezas que sustituye normalmente tienen un coste muy elevado, a veces desproporcionado, tanto que en caso de averías graves (o no tan graves) es casi más conveniente comprar un objeto nuevo que repararlo. Probablemente investigando más, intentando desmontar aquella bomba que hace un ruido sospechoso o sustituyendo aquel diodo quemado, la lavadora volverá a funcionar, pero estas tareas requieren mucho tiempo, cosa que nuestro técnico no se puede permitir. Para reparar la lavadora, solo debemos decidir entre «inmediatamente», con certeza, pero con un precio elevado, o «con el tiempo necesario», entre mil dificultades pero a un precio bajo. Normalmente, la decisión recae sobre la primera opción o, peor aún, se valora la posibilidad «quizás no vale la pena repararlo».

Atención a la frase «de bajo coste». ¿Qué significa? ¿Se refiere solo al precio del recambio o de la pieza sustituida? El coste de la reparación depende casi exclusivamente del tiempo empleado para resolver el problema, y el tiempo vale mucho, sobre todo si acudimos a un técnico o a un experto. Por este motivo, para la mayor parte de los electrodomésticos, no vale la pena repararlos. A menos que lo hagamos nosotros. Llegados a este punto, queda claro también el porqué los recambios son tan caros. Yo he podido ver simples interruptores de 50 céntimos venderse por el fabricante a más de 10 . El caso del interruptor es bastante extremo, pero por lo general el precio de un recambio es muy elevado. Y por varias razones. El fabricante y el distribuidor deben mantener la pieza en stock. Solo por el hecho de tenerlo en un estante ya tiene un coste, porque la pieza que quizás vale solo unos euros ha sido fabricada y, además, alguien ya habrá pagado por ella o habrá invertido solo por tenerla allí llenándose de polvo. Antes o después, quien tiene la pieza en el estante espera recuperar su inversión y, por tanto, nos hará pagar a nosotros esta «molestia».

Las piezas de recambio son normalmente difíciles de encontrar y todos sabemos que cuando un bien es escaso, su precio sube. Además, añadimos la urgencia personal. No nos podemos permitir lavar a mano la ropa y desearíamos resolver lo antes posible el problema. La urgencia hace aumentar la propensión al gasto y, por eso, abrimos la cartera sin pensarlo y pagamos 300 por algo que vale diez veces menos.

Quien repara lo suele hacer para sí mismo, principalmente por motivos económicos, para ahorrar. ¿Se os ha roto alguna vez la caldera de casa? Como ya sabemos, el técnico nos propondrá dos opciones: sustituir la caldera por una nueva, más eficiente, de bajo consumo y múltiples facilidades, o bien sustituir la placa. La placa puede costar más de 100 y habrá que pagar también la mano de obra. Y bueno, además la caldera ya no está nueva, tiene sus años y puede durar todavía un poco, pero no se sabe cuánto. Si no tenéis problemas económicos, probablemente optaréis por comprar una nueva caldera, pero si os parece una locura cambiarla después de solo cinco años, entonces sí, os decidiréis por la sustitución de la placa de control que, al final, os costará unos 100 . Es como tener que elegir entre el huevo o la gallina. Si debemos estrecharnos el cinturón, elegiremos la sustitución de la placa, mientras cruzamos los dedos para que dure el máximo posible. El técnico se llevará la placa, la cual será desechada, o bien devuelta al fabricante, donde casi seguro nadie la reparará.

Si vosotros fuerais capaces de repararla, probablemente no llamaríais al técnico y comprobaríais la placa. A veces, la causa de la avería es una tontería (aunque solo a veces). Hace unos años también a mí se me averió la caldera. Antes de llamar al técnico intenté abrirla (ya que la garantía había caducado hacía años) y curioseé por su interior entre tubos, bombas y placas varias. Encontré un fusible, que estaba intacto. En la parte inferior había una especie de tanque fijado con tornillos. Lo abrí y encontré la placa de control. Después vi otro fusible: ¡estaba quemado! Lo sustituí de inmediato y me ahorré la visita del técnico y el gasto imprevisto. Saber manipular las cosas es realmente un gran qué que ofrece enormes satisfacciones. Es una competencia que se puede aprender con paciencia y muchos «experimentos», pero recordad siempre la regla de oro:

¡No abráis nunca los objetos en garantía!

Si están en garantía, id al centro de asistencia o donde lo comprasteis.

El segundo motivo por el cual se recurre a la reparación es por no existir alternativas, por ejemplo, cuando una pieza está obsoleta y ya no se produce. En estos casos, normalmente también se suele recomendar adquirir un producto nuevo a un precio muy superior. Pero si es posible encontrar un recambio, sin duda alguna se debe intentar reparar lo que se ha roto.

El 99 % de los hombres descienden genéticamente de los monos y les gusta rodearse de objetos. A veces, se pierde el control de este aspecto y se llega a la acumulación en serie. Algunos de los objetos que tenemos pueden tener un gran valor afectivo, quizás porque nos los ha regalado alguien y no los queremos tirar. Hace unos años, a una tía mía se le rompió la máquina de escribir. Toda la vida había utilizado una Olivetti Lettera 22 e, incluso, una vez jubilada, solía escribir con su querida máquina de escribir mecánica. Como le tenía mucho afecto, para no dejarla sin un objeto tan importante para ella, le busqué una por Internet y se la compré. La suya me la dio y yo, con calma, la reparé. Ahora mi tía ya no está, pero yo continúo teniendo su máquina de escribir, que me la recuerda cada vez que la veo. A veces los objetos de este tipo ya no tienen ningún valor y quizás existen nuevos modelos que son más eficientes y actualizados, pero sí son importantes para el propietario, que estará dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguir repararlos.

Otra causa que podría alentar a alguien a reparar algo sería por motivos más profundos y filosóficos. Si compro un objeto, cedo un dinero a cambio de su propiedad, que pasa del vendedor al comprador. En la práctica, este intercambio no es perfecto, porque aun siendo propietario de un bien adquirido, no tengo todo los conocimientos de cómo ha sido fabricado y de cómo funciona. Ahora ningún fabricante entrega ya los esquemas eléctricos y de funcionamiento y se limita solo al manual de uso. Y esto es así para proteger las propiedades intelectuales inherentes al bien adquirido. El fabricante ha invertido tiempo y dinero para crear un objeto y no desea que otros lleguen y utilicen la documentación sumistrada para convertirse en competidores.

Antes, con cierta frecuencia, venían junto al manual de uso los esquemas eléctricos. Hoy en día estos son una auténtica rareza. Existen movimientos de personas que reivindican el derecho de poder reparar los objetos y que piden a los fabricantes que se lo permitan hacer creando objetos reparables, dotados de sistemas de apertura y que proporcionen incluso las piezas de recambio para poder llevar a cabo las reparaciones. El Repair Manifesto es muy popular en Internet, sobre todo en sitios relacionados con el mundo maker1. La versión de Platform212 incluye 11 puntos:

1. ¡Alarga la vida de tus productos! Reparar ofrece a tus objetos una nueva vida. ¡No lo entierres, apedázalo! ¡No lo tires, remiéndalo! Reparar no está en contra del consumismo, está en contra de la basura inútil.

2. Los objetos deberían ser diseñados para poder ser reparados. Diseñador: crea productos reparables e informaciones claras y comprensibles. Consumidor: compra cosas que puedan ser reparadas y, si no es así, investiga por qué no lo son. Sé crítico y curioso.

3. Reparar no es sustituir. Sustitutir significa tirar la pieza rota. Este NO es el tipo de reparación que estamos tratando.

4. Lo que no destruye, refuerza. Cada vez que reparamos algo, aumentamos su potencial, su historia, su alma y su belleza intrínseca.

5. Reparar es un reto creativo. Reparar despierta la imaginación. Utilizar nuevas técnicas, nuevos instrumentos y materiales presenta nuevas posibilidades en lugar del fin de los objetos.

6. Reparar no es una moda. La reparación no tiene nada que ver con el estilo o las tendencias. No existen fechas de entrega para los objetos que se reparan.

7. Reparar es descubrir. Mientras arreglas algo, aprendes cosas maravillosas acerca de cómo funciona y no funciona.

8. ¡Reparamos incluso cuando no hay crisis! Si piensas que este manifiesto tiene algo que ver con la recesión, es que no has entendido nada. No se trata de dinero, sino de mentalidad.

9. Los objetos reparados son únicos. Incluso un objeto falso se convierte en original una vez reparado.

10. Reparar nos hace libres. No seas esclavo de la tecnología, sé maestro. Si una cosa está rota, arréglala y será mejor. Si eres maestro, enseña al resto.

11. Repara de todo, incluso bolsas de plástico... Pero te recomendamos que cojas una bolsa que dure y que la repares si es necesario.

Y, por último, el lema:

¡No recicles, repara!

Uno de los puntos del manifiesto subraya la importancia de reparar, a menudo confundida con sustituir piezas enteras de un objeto. La sustitución de la placa de la caldera rota por una nueva no es una reparación y, además, es una operación que puede realizar cualquiera. Y así debe ser por motivos económicos y prácticos. El técnico de la caldera no puede permitirse quedarse en cada casa que tenga la caldera rota intentando repararla. Vosotros moriríais de frío y él no podría garantizarse el número de intervenciones necesarias para pagarse el sueldo.

Otro problema es la ausencia de reparadores. Antes era normal llevar el televisor averiado a arreglar; hoy en día, por muchos factores, antes se opta por tirarlo. Los electrodomésticos actualmente valen muy poco dinero y esto hace que sea tan antieconómico repararlos. Si un electrodoméstico complejo, como un teléfono móvil, puede llegar a costar menos de 50 , ¿cómo puede salir a cuenta repararlo? Esta tendencia, unida al uso de tecnologías electrónicas y de fabricación cada vez más avanzadas y miniaturizadas, ha hecho desaparecer literalmente el oficio de reparador de TV y de electrodomésticos. Hoy en día, aún es posible reparar las placas incluidas en los electrodomésticos, pero solo a nivel aficionado, y casi siempre con muchas dificultades. A menudo, los fabricantes utilizan piezas casi imposibles de encontrar, eliminan el texto que habla de los componentes o revisten las placas con un recubrimiento de resina. Algunas piezas, probablemente fabricadas a medida, desaparecen del mercado «oficial» a los pocos meses de su salida y prácticamente no se pueden encontrar.

Los diseñadores de Platform21 han analizado los procesos de realización de los diseños y el papel de diseñadores y consumidores. Su manifiesto quiere hacer reflexionar al diseñador para intentar limitar la obsolescencia programada, cada vez más breve, que caracteriza todos los productos que nos rodean, acompañada por el empuje al reciclaje, siendo esto seguramente bueno, pero que nos induce a tirar los objetos más a la ligera. Desde hace unos años, en la escuela también se enseña la importancia de reciclar objetos, y no tanto de reutilizar o reparar. Reciclar significa simplemente tirar las cosas o llevarlas al punto de recogida ecológico y dejar que otras personas se ocupen de ellas, esperando que el plástico, el vidrio y los metales sean después realmente reutilizados para crear nuevos objetos para el consumo. Sospecho que el «reciclaje» que tanto nos inculcan sea un lobo con piel de oveja, un sistema ingenioso y perverso para animarnos a tirar las cosas rotas, sin siquiera considerar la posibilidad de una reparación.

Entre el reciclaje y la reparación se encuentra la reutilización, la posibilidad de dar una nueva vida a objetos para tirar. Así, hay bancos que se pueden transformar en mesas y muebles con estilo «industrial», ropa vieja que puede volver a estar de moda con pequeñas modificaciones y engranajes y mecanismos que se transforman en joyas. Una vez el objeto ha sido consumido y reutilizado, ya podemos tirarlo a la basura, aunque el sistema de reciclaje de objetos, sobre todo tecnológicos, tiene sus fallos. No sé si habréis oído hablar alguna vez del RAEE (Residuos de Aparatos Eléctricos y Electrónicos). Probablemente habréis visto este texto adicional en la factura del último electrodoméstico que hayáis comprado. Esta cuota, también denominada «ecoimpuesto», sirve para cubrir los costes de un futuro desmantelamiento del objeto, una vez se haya roto y tenga que tirarse. Se necesita un impuesto extra porque los electrodomésticos y los objetos electrónicos contienen un tipo de sustancias y metales que requieren tratamientos especiales para un correcto desguace, porque son elementos tóxicos y peligrosos para el ser humano y para el medio ambiente.

Un informe publicado en enero de 2017 por el Comité de vigilancia de residuos RAEE calcula que en 2016 se produjeron, en Italia, 283.089 toneladas de residuos especiales: casi 5 kilos por persona, aunque parece que esta estimación sea por defecto. El comité de vigilancia y control del Ministerio de Medio Ambiente indica que seis de cada diez electrodomésticos no son desmantelados correctamente y basta con dar una vuelta por cualquier calle de las afueras de nuestra ciudad para darnos cuenta de que estos datos son reales. Algunos caminos rurales parecen vertederos con auténticas montañas de electrodomésticos apilados que no siempre son abandonados por ciudadanos de a pie: a menudo, detrás de estos vertederos, están negocios ilegales y bien organizados. Otro sistema para hacer desaparecer la basura electrónica o e-waste de manera aparentemente más «limpia» es enviarla a África, donde se recoge en sitios como Agbogbloshie, suburbio de la ciudad de Accra, en Ghana, donde hay uno de los vertederos electrónicos más grandes del mundo, con 70.000 personas trabajando en la extracción manual de metales. La zona también se conoce como «Sodoma y Gomorra» y recibe millones de toneladas de residuos tecnológicos al año.

El manifiesto nace por casualidad en un periodo de crisis, en el que ciertas tendencias solo se acentúan. El problema que evidencia es que los consumidores no tienen el control de los objetos que compran. No saben cómo están hechos, no pueden abrirlos, no pueden, eventualmente, mejorarlos y, por tanto, son esclavos de ellos. Los diseñadores y las empresas tienen grandes responsabilidades en este círculo que se ha creado; el manifiesto las evidencia, alentando a los diseñadores a hacer objetos reparables y lo más «abiertos» posible, es decir, documentados y accesibles.

¿Por qué utilizar engranajes de plástico en una batidora? ¿Por qué colocar componentes sensibles al calor junto a piezas que se sobrecalientan? ¿Por qué termosellar las cubiertas y no utilizar simplemente tornillos? Muchos objetos se crean con malicia y con su fecha de caducidad ya codificada en su proyecto: se llama obsolescencia programada y dicen que tiene su origen en los tiempos de las primeras bombillas, cuando se reunieron todos los productores para constituir un acuerdo y definir la duración máxima de estos objetos en 1.000 horas, cuando algunas podían llegar incluso a las 2.500. El acuerdo tenía como objetivo uniformizar al máximo las características de los productos, entre las cuales garantizar la duración mínima, que, sin embargo, fue entendida por muchos como la duración efectiva.

Actualmente, para ningún fabricante sería admisible hacer una cosa así, aunque por varios motivos es sencillo introducir rupturas programadas. Los mismos componentes electrónicos, como los condensadores electrolíticos, tienen una duración predeterminada que puede afectar la funcionalidad de un producto. En el peor de los casos, estas averías «a tiempo» pueden ser introducidas dentro del firmware cargado en los microcontroladores omnipresentes. Es muy sencillo programar que, tras un cierto número de horas de trabajo, la placa empiece a funcionar mal o a disminuir sus prestaciones. El consumidor que desea «salvar el mundo» y al que, por tanto, le interesan fines «ecológicos» y la salvaguardia del medio ambiente, debería buscar, según el manifiesto, solo productos que se presten a ser reparados y tener un espíritu más crítico. Son conceptos muy bonitos y que encienden nuestra chispa revolucionaria, pero desgraciadamente muy difíciles de realizar. Las empresas no deberían adoptar nunca políticas de este tipo, sobre todo en periodos de crisis como el de estos últimos años.

iFixit es un sitio que desde hace años publica manuales gratuitos para la reparación de cualquier tipo de objeto. Nacido en torno al mundo Apple, está especializado en sus productos, pero actualmente hospeda cientos de miles de guías de cualquier tipo. Hace tiempo, los técnicos de iFixit compraron uno de los nuevos MacBook para analizarlo e intentar saber cómo repararlo. Desgraciadamente, el informe de reparación fue muy negativo. El nuevo MacBook con pantalla de retina ha sido definido por ellos como el portátil menos reparable que habían visto nunca. La pantalla es todo un conjunto con el cristal, las RAM están selladas directamente sobre la placa madre y no se pueden sustituir o ampliar y la batería está pegada.

Por desgracia, Apple marca el ritmo para todos los fabricantes de portátiles y, con sus ordenadores tan sutiles, traza una senda hacia la cual el resto de fabricantes se están encaminando. Por lo tanto, en un futuro, será cada vez más difícil reparar ordenadores, porque nos han acostumbrado a quererlos bonitos, sutiles y no actualizables3. A nosotros los reparadores, o aspirantes, no nos queda otra que luchar con el ingenio para reparar objetos «con caducidad», creados con materiales de baja calidad y piezas no accesibles. Será difícil difundir los ideales del manifiesto y hacerlos llegar a oídos de diseñadores y empresas, pero cabe esperar que nos pueda echar una mano la Unión Europea o algún estado más iluminado que los otros, como Suecia, donde se ha presentado una ley según la cual aquel que lleve a reparar un bien en lugar de comprar uno nuevo pagará menos impuestos.

La ley sería aplicable a cualquier tipo de objeto, sea tecnológico o no. Quien repare en vez de tirar podrá disfrutar de una reducción sobre el IVA que va del 25 al 12 %. Además, los gastos por la reparación podrán ser deducidos en la declaración de impuestos. Ignoro si la ley ha sido finalmente aprobada, pero es importante destacar que algo se está moviendo. Es cierto que, si las cosas deben cambiar, todos debemos poner de nuestra parte y no podemos esperar que la iniciativa llegue de los gobiernos. Todos podemos empezar a reparar nuestros objetos y poner nuestro grano de arena.

El Montalbano de la electrónica

Reparar no es nada fácil: os lo aseguro. Se necesita mucha paciencia y no se puede tener prisa por desenroscar y asaltar con el destornillador en mano un objeto roto. Debéis reflexionar con calma y buscar información. El modo de actuar de un reparador es similar al de un investigador de policía. El comisario Montalbano, creado por Camilleri, es un óptimo ejemplo en el cual inspirarse. Una reparación es un «caso» por resolver y requiere ingenio y paciencia. Es necesario observar y comprender para crearse el esquema de la situación y, además, como en cualquier delito, las cosas no son nunca lo que parecen. Buscad manuales y documentación sobre el objeto y preguntad a quien os lo traiga: «¿Por qué se ha roto?», «¿Cómo se estaba utilizando?», etc.

Me arrepiento cada vez que llega una placa con una avería evidente y rápidamente exclamo: «¡Ah, esta es fácil!». Incluso detrás de un fusible quemado se podría esconder cualquier otra causa. ¿Por qué se ha quemado? Una vez nos llegó una máquina para pulir metales. Era una caja azul con un motor en su interior y unas correas que mueven un brazo sobre una placa pulidora giratoria. La máquina tenía solo un diodo quemado. Lo sustituimos y volvió a funcionar. Pocos meses después, la máquina volvió a llegar con el mismo problema. Estaba claro que la parte quemada era solo el síntoma de algo más profundo. Un análisis más profundo reveló poleas y correas sueltas que producían una alta fricción. El motor debía trabajar forzado, requería más corriente y, por tanto, el componente predispuesto a su protección se quemaba.

Reparando se aprende. Cuanto más reparéis más expertos llegaréis a ser. En algunos ámbitos, es posible identificar «patrones» que se repiten y pueden facilitar las cosas. La mayor parte de los electrodomésticos se rompen porque se estropea el módulo de alimentación conmutado, que, aunque puede variar bastante entre casos distintos, tiene siempre la misma estructura. En los distintos modelos veréis que el módulo de alimentación ha sido creado utilizando uno u otro circuito de regulación, con distintos valores de resistencia y condensadores, pero el funcionamiento básico y la estructura serán siempre iguales. El reparador experto sabe reconocer estos «signos», estas «estructuras», que se definen como «patrones» y que son como un lenguaje mediante el cual se fabrican las cosas. Reparadores, médicos, mecánicos y jugadores de ajedrez se parecen un poco en lo que hacen. Daniel Kahneman, en Pensar rápido, pensar despacio