Romance de lobos - Ramón del Valle-Inclán - E-Book

Romance de lobos E-Book

Ramón Del Valle Inclán

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Beschreibung

JORNADA PRIMERA Escena primera Un camino. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche, y la Luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino, jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado a la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierna sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.

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Ramón del Valle-Inclán

Romance de Lobos

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Romance de Lobos.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de cubierta: Michel Mallard

ISBN tapa dura: 978-84-1126-154-8.

ISBN rústica: 978-84-9953-446-6.

ISBN ebook: 978-84-9953-445-9.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Dramatis personae 8

Jornada primera 9

Escena primera 9

Escena segunda 12

Escena tercera 17

Escena cuarta 21

Escena quinta 24

Escena sexta 29

Jornada segunda 38

Escena primera 38

Escena segunda 44

Escena tercera 48

Escena cuarta 62

Escena quinta 70

Escena sexta 72

Jornada tercera 78

Escena primera 78

Escena segunda 83

Escena tercera 91

Escena cuarta 97

Escena quinta 105

Escena final 111

Libros a la carta 115

Brevísima presentación

La vida

Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936). España.

Formó parte del Modernismo y estuvo cercano a la Generación del 98. Era hijo del escritor liberal Ramón del Valle-Inclán Bermúdez de Castro. Estudió en el Instituto de Pontevedra hasta 1885, y después estudió Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela y en 1888 se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios.

En 1890, tras la muerte de su padre, abandonó la universidad, se fue a Madrid y colaboró en periódicos como El Globo.

En 1892, Valle-Inclán viajó a México. Allí escribió en los diarios El Veracruzano Libre, y El Universal. De regreso a España en 1893, vivió en Pontevedra.

Hacia 1896 volvió a Madrid y acudió a varias tertulias, en las que conoció a Gómez Carrillo, Pío y Ricardo Baroja, Azorín, Benavente, González Blanco, Villaespesa, Mariano Miguel de Val etc.

Sus Sonatas se publicaron a partir de 1902 (Sonata de otoño), 1903 (Sonata de estío), 1904 (Sonata de primavera) y 1905 (Sonata de invierno). Y en 1905 publicó una colección de cuentos con el título de Jardín novelesco; Historias de almas en pena, de duendes y de ladrones.

Desde 1924 Valle-Inclán se opuso a la dictadura de Primo de Rivera y en 1927 participó en la fundación de la Alianza Republicana.

En 1932, el gobierno de la República le nombró conservador del Patrimonio Artístico Nacional y director del Museo de Aranjuez.

En marzo de 1935 Valle-Inclán se marchó a Santiago de Compostela donde murió de cáncer el 5 de enero de 1936.

Dramatis personae

El caballero don Juan Manuel Montenegro.

Sus hijos: Don Pedrito, Don Rosendo, Don Mauro, Don Gonzalito y Don Farruquiño.

Sus criados: Don galán, La roja, El zagal de las vacas, Andreíña, La Rebola y La Recogida.

Don Manuelito su capellán, Abelardo patrón de la barca, los marineros y el rapaz, Doña Moncha y Benita la costurera, familiares de la casa.

La hueste de mendigos donde van El pobre de san lázaro, Dominga de Gómez, El manco leonés, El manco de Gondar, Paula la reina que da el pecho a un niño, Andreíña la sorda y el morcego con su coima.

Artemisa la del casal, bastarda del caballero, con un hijo pequeño a quien llaman Floriano.

El ciego de Gondar con su lazarillo Fuso Negro, loco.

Una tropa de siete chalanes: son Manuel Tovío, Manuel Fonseca, Pedro Abuín, Sebastián de Xogas y Ramiro de Bealo con sus dos hijos.

Doña Isabelita, que fue barragana del caballero. Una viuda con sus cuatro huérfanos.

La santa compaña de las ánimas en pena.

Jornada primera

Escena primera

Un camino. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche, y la Luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino, jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado a la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierna sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.

El caballero ¡Maldecido animal!... ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo!... ¡Un rayo me parta y me confunda!

Una voz ¡No maldigas, pecador!

Otra voz ¡Tu alma es negra como un tizón del Infierno, pecador!

Otra voz ¡Piensa en la hora de la muerte, pecador!

Otra voz ¡Siete diablos hierven aceite en una gran caldera para achicharrar tu cuerpo mortal, pecador!

El caballero ¿Quién me habla? ¿Sois voces del otro mundo? ¿Sois almas en pena, o sois hijos de puta?

Retiembla un gran trueno en el aire, y el potro se encabrita, con amenaza de desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de la Santa Compaña. El Caballero siente erizarse los cabellos en su frente y disipados los vapores del mosto. Se oyen gemidos de agonía y herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche oscura, las ánimas en pena que vienen al mundo para cumplir penitencia. La blanca procesión pasa como una niebla sobre los maizales.

Una voz ¡Sigue con nosotros, pecador!

Otra voz ¡Toma un cirio encendido, pecador!

Otra voz ¡Alumbra el camino del camposanto, pecador!

El Caballero siente el escalofrío de la muerte, viendo en su mano oscilar la llama de un cirio. La procesión de las ánimas le rodea, y un aire frío, aliento de sepultura, le arrastra en el giro de los blancos fantasmas que marchan al son de cadenas, salmodian en latín.

Una voz ¡Reza con los muertos por los que van a morir! ¡Reza, pecador!

Otra voz ¡Sigue con las ánimas hasta que cante el gallo negro!

Otra voz ¡Eres nuestro hermano, y todos somos hijos de Satanás! ¡Reza, pecador!

Otra voz ¡El pecado es sangre, y hace hermanos a los hombres como la sangre de los padres!

Otra voz ¡A todos nos dio la leche de sus tetas peludas, la Madre Diablesa!

Muchas voces ... ¡La madre coja, coja y bisoja que rompe los pucheros! ¡La madre morueca, que hila en su rueca los cordones de los frailes putañeros, y la cuerda del ajusticiado que nació de un bandullo embrujado! ¡La madre bisoja, bisoja corneja, que se espioja con los dientes de una vieja! ¡La madre tiñosa, tiñosa raposa, que se mea en la hoguera y guarda el cuerno del carnero en la faltriquera, y del cuerno hizo un alfiletero! Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones!

El Caballero siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado, y advierte con espanto que solo oprime un hueso de muerto. Cierra los ojos, y la tierra le falta bajo el pie y se siente llevado por los aires. Cuando de nuevo se atreve a mirar, la procesión se detiene a la orilla de un río donde las brujas departen sentadas en rueda. Por la otra orilla va un entierro. Canta un gallo.

Las brujas ¡Cantó el gallo blanco, pico al canto!

Los fantasmas han desaparecido en una niebla, las brujas comienzan a levantar un puente y parecen murciélagos revoloteando sobre el río, ancho como un mar. En la orilla opuesta está detenido el entierro. Canta otro gallo.

Las brujas ¡Canta el gallo pinto, ande el pico!

Al través de una humareda espesa los arcos del puente comienzan a surgir en la noche. Las aguas, negras y siniestras, espuman bajo ellos con el hervor de las calderas del Infierno. Ya solo falta colocar una piedra, y las brujas se apresuran, porque se acerca el día. Inmóvil, en la orilla opuesta, el entierro espera el puente para pasar. Canta otro gallo.

Las brujas ¡Canta el gallo negro, pico quedo!

El corro de las brujas deja caer en el fondo de la corriente, la piedra que todas en un remolino llevaban por el aire, y huyen convertidas en murciélagos. El entierro se vuelve hacia la aldea y desaparece en una niebla. El Caballero, como si despertase de un sueño, se halla tendido en medio de la vereda. La Luna ha trasmontado los cipreses del cementerio y los nimba de oro. El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa.

Escena segunda

Don Juan Manuel Montenegro, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra. Una ventana se abre en lo alto de la torre, sobre la cabeza del hidalgo, y asoma la figura grotesca de una vieja en camisa, con un candil en la mano.

El caballero Apaga esa luz...

La roja Agora bajo a franquealle la puerta.

El caballero Apaga esa luz.

El Caballero se ha cubierto los ojos con la mano, y de esta suerte espera a que la vieja se retire de la ventana. El caballo piafa ante el portón, y Don Juan Manuel no descabalga hasta que siente rechinar el cerrojo. La vieja criada aparece con el candil.

El caballero ¡Sopla esa luz, grandísima bruja!

La roja ¡Ave María! ¡Qué fieros! ¡Ni que le hubiera salido un lobo al camino!

El caballero ¡He visto La Hueste!

La roja ¡Brujas fuera! ¡Arreniégote, Demonio!

Sopla la vieja el candil y se santigua medrosa. Cierra el portón y corre a tientas por juntarse con su amo, que ya comienza a subir la escalera.

El caballero Después de haber visto las luces de la muerte, no quiero ver otras luces, si debo ser de Ella...

La roja Hace como cristiano.

El caballero Y si he de vivir, quiero estar ciego hasta que nazca la luz del Sol.

La roja ¡Amén!

El caballero Mi corazón me anuncia algo, y no sé lo que me anuncia... Siento que un murciélago revolotea sobre mi cabeza, y el eco de mis pasos, en esta escalera oscura, me infunde miedo, Roja.

La roja ¡Arreniégote, Demonio! ¡Arreniégote, Demonio!

Al oír un largo relincho acompañado de golpes en el portón, Don Juan Manuel se detiene en lo alto de la escalera.

El caballero ¿Has oído, Roja?

La roja Sí, mi amo.

El caballero ¿Qué rayos será?

La roja No jure, mi amo.

El caballero ¡El Demonio me lleve!... ¡Se ha quedado la bestia fuera!

La roja ¡La bestia del trasgo!...

El caballero ¡La bestia que yo montaba! Despierta a Don Galán para que la meta en la cuadra.

La roja Denantes llamándole estuve porque bajare a abrir, y no hubo modo de despertarlo. ¡Con perdón de mi amo, hasta le di con el zueco!

El Caballero se sienta en un sillón de la antesala, y la vieja se acurruca en el quicio de la puerta. Se oye de tiempo en tiempo el largo relincho y golpear del casco en el portón.

El caballero Prueba otra vez a despertarle.

La roja Tiene el sueño de una piedra.

El caballero Vuelve a darle con el zueco.

La roja Ni que le dé en la croca.

El caballero Pues le arrimas el candil a las pajas del jergón.

La roja ¡Ave María!

Sale la vieja andando a tientas. Canta un gallo, el hidalgo, hundido en su sillón de la antesala, espera con la mano sobre los ojos. De pronto se estremece. Ha creído oír un grito, uno de esos gritos de la noche, inarticulados y por demás medrosos. En actitud de incorporarse, escucha. El viento se retuerce en el hueco de las ventanas, la lluvia azota los cristales, las puertas cerradas tiemblan en sus goznes. ¡Tac-toc!... ¡Toc-toc!... Aquellas puertas de vieja tracería y floreado cerrojo, sienten en la oscuridad manos invisibles que las empujan. ¡Toc-toc!... ¡Toc-toc!... De pronto pasa una ráfaga de silencio y la casa es como un sepulcro. Después, pisadas y rosmar de voces en el corredor: Llegan rifando la vieja criada y Don Galán.

La roja Ya dejamos al caballo en su cuadra. ¡Qué noche Madre Santísima!

Don Galán Truena y lostrega que pone miedo.

La roja ¡Y no poder encender un anaco de cirio bendito!...

Don Galán ¿No lo tienes?

La roja Sí que lo tengo, mas no puede ser encendido en esta noche tan fiera. Tengo dos medias velas que alumbraron en el velorio de mi curmana la Celana.

El caballero ¿Habéis oído?

La roja ¿Qué, mi amo?

El caballero Una voz...

Don Galán Son las risadas del trasgo del viento...

Suenan en la puerta grandes aldabonazos que despiertan un eco en la oscuridad de la casona. El Caballero se pone en pie.

El caballero Dame la escopeta, Don Galán. ¡Voy a dejar cojo al trasgo!

Don Galán Oiga su risada.

La roja Lo verá que se hace humo o que se hace aire...

Abre la ventana Don Juan Manuel, y el viento entra en la estancia con un aleteo tempestuoso que todo lo toca y lo estremece. Los relámpagos alumbran la pina desierta, los cipreses que cabecean desesperados, y la figura de un marinero con sudeste y traje de aguas, que alza el aldabón de la puerta. La lluvia moja el rostro de Don Juan Manuel Montenegro.

El caballero ¿Quién es?

El marinero Un marinero de la barca de Abelardo.

El caballero ¿Ocurre algo?

El marinero Una carta del señor capellán. Cayó muy enferma Dama María.

El caballero ¡Ha muerto!... ¡Ha muerto!... ¡Pobre rusa!

Retírase de la ventana, que el viento bate locamente con un fracaso de cristales, y entenebrecido recorre la antesala de uno a otro testero. La vieja y el bufón, hablando quedo y suspirantes, bajan a franquear la puerta al marinero. En la antesala el viento se retuerce ululante y soturno. Las vidrieras, tan pronto se cierran estrelladas sobre el alféizar, como se abren de golpe, trágicas y violentas. El marinero llega acompañado de los criados y se detiene en la puerta, sin aventurarse a dar un paso por la estancia oscura. Don Juan Manuel le interroga, y de tiempo en tiempo un relámpago les alumbra y se ven las caras lívidas.

El caballero ¿Traes una carta?

El marinero Sí, señor.

El caballero Ahora no puedo leerla... Dime tú qué desgracia es esa... ¿Ha muerto?

El marinero No, señor.

El caballero ¿Hace muchos días que está enferma?

El marinero Lo de agora fue un repente... Mas dicen que todo este tiempo ya venía muy acabada.

El caballero ¡Ha muerto! ¡Esta noche he visto su entierro, y lo que juzgué un río era el mar que nos separaba!

El caballero ¿Eres tú, Roja?

La roja Yo soy, mi amo.

El caballero