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Ambientada en «un Madrid absurdo, brillante y hambriento», Luces de bohemia es la primera de las obras teatrales que el propio Valle-Inclán calificó de esperpento. Se trataba de un nuevo género teatral. Una manera de observar el mundo que le valdría un lugar de honor en la literatura en lengua española del siglo XX. Es el propio protagonista de la pieza teatral, Max Estrella, un poeta muerto de hambre y ciego, quien acuña el término en la Escena Duodécima: «El esperpentismo lo ha inventado Goya. […] Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. […] España es una deformación grotesca de la civilización europea. […] Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas». En Luces de Bohemia Valle-Inclán denunciaba la realidad de su época. A través de Max, se disecciona la España de la Restauración. Era, en la visión de Valle-Inclán, un país opresivo, injusto e inconsciente de su propia monstruosidad. Este es un arquetipo célebre en la literatura. Existe desde Edipo, el mítico Homero y Demócrito. Y lo vemos aquí en la ceguera de Max, que se convierte en la base paradójica de una mirada más lúcida. Los escritores y artistas bohemios y las dificultades y grandezas de su estilo de vida son el tema de fondo. El argumento es la muerte de Max Estrella, bohemio y anarquista, en parte inspirado en el poeta modernista Alejandro Sawa, amigo de Valle-Inclán. Max es acompañado y traicionado por don Latino en su última noche.
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Ramón del Valle-Inclán
Luces de Bohemia
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Luces de Bohemia.
© 2024, Red ediciones S.L.
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-194-4.
ISBN rústica: 978-84-9897-495-9.
ISBN ebook: 978-84-9953-325-4.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Personajes 10
Escena I 13
Escena II 19
Escena III 26
Escena IV 35
Escena V 45
Escena VI 50
Escena VII 55
Escena VIII 64
Escena IX 74
Escena X 81
Escena XI 88
Escena XII 91
Escena XIII 99
Escena XIV 108
Escena última 115
Libros a la carta 125
Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936). España.
Formó parte del Modernismo y estuvo cercano a la Generación del 98. Era hijo del escritor liberal Ramón del Valle-Inclán Bermúdez de Castro. Estudió en el Instituto de Pontevedra hasta 1885, y después estudió Derecho en la Universidad de Santiago de Compostela y en 1888 se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios.
En 1890, tras la muerte de su padre, abandonó la universidad, se fue a Madrid y colaboró en periódicos como El Globo.
En 1892, Valle-Inclán viajó a México. Allí escribió en los diarios El Veracruzano Libre, y El Universal. De regreso a España en 1893, vivió en Pontevedra.
Hacia 1896 volvió a Madrid y acudió a varias tertulias, en las que conoció a Gómez Carrillo, Pío y Ricardo Baroja, Azorín, Benavente, González Blanco, Villaespesa, Mariano Miguel de Val etc.
Sus Sonatas se publicaron a partir de 1902 (Sonata de otoño), 1903 (Sonata de estío), 1904 (Sonata de primavera) y 1905 (Sonata de invierno). Y en 1905 publicó una colección de cuentos con el título de Jardín novelesco; Historias de almas en pena, de duendes y de ladrones.
Desde 1924 Valle-Inclán se opuso a la dictadura de Primo de Rivera y en 1927 participó en la fundación de la Alianza Republicana.
En 1932, el gobierno de la República le nombró conservador del Patrimonio Artístico Nacional y director del Museo de Aranjuez.
En marzo de 1935 Valle-Inclán se marchó a Santiago de Compostela donde murió de cáncer el 5 de enero de 1936.
Ambientada en «un Madrid absurdo, brillante y hambriento», Luces de bohemia es la primera de las obras teatrales que el propio Valle-Inclán calificó de esperpento, un nuevo género teatral y una manera de observar el mundo que le valdría un lugar de honor en la literatura en lengua española del siglo XX. Es el propio protagonista de la pieza teatral, Max Estrella, un poeta muerto de hambre y ciego, quien acuña el término en la Escena Duodécima:
El esperpentismo lo ha inventado Goya. [...] Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. [...] España es una deformación grotesca de la civilización europea. [...] Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
A través de Max, Inclán denunciaba la realidad de su época, la España de la Restauración, un país opresivo, injusto e inconsciente de su propia monstruosidad. Y, como en algunos otros casos célebres en la literatura, desde Edipo o el no menos mítico Homero, hasta Demócrito, quien, según Borges, «se arrancó los ojos para pensar», la ceguera de Max Estrella parece convertirse en la paradójica condición de una mirada más lúcida.
Max Estrella, su mujer Madame Collet y su hija Claudinita
Don Latino de Hispalis
Zaratustra
Don Gay
Un Pelón
La Chica de la Portera
Pica Lagartos
Un Coime de taberna
Enriqueta la Pisa Bien
El rey de Portugal
Un Borracho
Dorio de Gadex, Rafael de los Vélez, Lucio Vero, Mínguez, Gálvez, Clarinito y Pérez, jóvenes Modernistas
Pitito, capitán de los équites municipales
Un Sereno
La voz de un vecino
Dos Guardias del orden
Serafín el Bonito
Un Celador
Un Preso
El Portero de una redacción
Don Filiberto, redactor en jefe
El Ministro de la gobernación
Dieguito, secretario de su excelencia
Un Ujier
Una Vieja pintada y la Lunares
Un Joven desconocido
La Madre del niño muerto
El Empeñista
El Guardia
La Portera
Un Albañil
Una Vieja
La Trapera
El Retirado, todos del barrio
Otra Portera
Una Vecina
Basilio Soulinake
Un Cochero de la funeraria
Dos Sepultureros
Rubén Darío
El Marqués de Bradomín
El Pollo del Pay-Pay
La Periodista
Turbas, Guardias, Perros, Gatos, un Loro
La acción en un Madrid absurdo, brillante y hambriento
Hora crepuscular. Un guardillón con ventano angosto, lleno de Sol. Retratos, grabados, autógrafos repartidos por las paredes, sujetos con chinches de dibujante. Conversación lánguida de un hombre ciego y una mujer pelirrubia, triste y fatigada. El hombre ciego es un hiperbólico andaluz, poeta de odas y madrigales, Máximo Estrella. A la pelirrubia, por ser francesa, le dicen en la vecindad Madama Collet.
Max Vuelve a leerme la carta del Buey Apis.
Madama Collet Ten paciencia, Max.
Max Pudo esperar a que me enterrasen.
Madama Collet Le toca ir delante.
Max ¡Collet, mal vamos a vernos sin esas cuatro crónicas! ¿Dónde gano yo veinte duros, Collet?
Madama Collet Otra puerta se abrirá.
Max La de la muerte. Podemos suicidarnos colectivamente.
Madama Collet A mí la muerte no me asusta. ¡Pero tenemos una hija, Max!
Max ¿Y si Claudinita estuviese conforme con mi proyecto de suicidio colectivo?
Madama Collet ¡Es muy joven!
Max También se matan los jóvenes, Collet.
Madama Collet No por cansancio de la vida. Los jóvenes se matan por romanticismo.
Max Entonces, se matan por amar demasiado la vida. Es una lástima la obcecación de Claudinita. Con cuatro perras de carbón, podíamos hacer el viaje eterno.
Madama Collet No desesperes. Otra puerta se abrirá.
Max ¿En qué redacción me admiten ciego?
Madama Collet Escribes una novela.
Max Y no hallo editor.
Madama Collet ¡Oh! No te pongas a gatas, Max. Todos reconocen tu talento.
Max ¡Estoy olvidado! Léeme la carta del Buey Apis.
Madama Collet No tomes ese caso por ejemplo.
Max Lee.
Madama Collet Es un infierno de letra.
Max Lee despacio.
Madama Collet, el gesto abatido y resignado, deletrea en voz baja la carta. Se oye fuera una escoba retozona. Suena la campanilla de la escalera.
Madama Collet Claudinita, deja quieta la escoba, y mira quién ha llamado.
La voz de Claudinita Siempre será Don Latino.
Madama Collet ¡Válgame Dios!
La voz de Claudinita ¿Le doy con la puerta en las narices?
Madama Collet A tu padre le distrae.
La voz de Claudinita Ya se siente el olor del aguardiente!
Máximo Estrella se incorpora con un gesto animoso, esparcida sobre el pecho la hermosa barba con mechones de canas. Su cabeza rizada y ciega, de un gran carácter clásico-arcaico, recuerda los Hermes.
Max ¡Espera, Collet! ¡He recobrado la vista! ¡Veo! ¡Oh, cómo veo! ¡Magníficamente! ¡Está hermosa la Moncloa! ¡El único rincón francés en este páramo madrileño! ¡Hay que volver a París, Collet! ¡Hay que volver allá, Collet! ¡Hay que renovar aquellos tiempos!
Madama Collet Estás alucinado, Max.
Max ¡Veo, y veo magníficamente!
Madama Collet ¿Pero qué ves?
Max ¡El mundo!
Madama Collet ¿A mí me ves?
Max ¡Las cosas que toco, para qué necesito verlas!
Madama Collet Siéntate. Voy a cerrar la ventana. Procura adormecerte.
Max ¡No puedo!
Madama Collet ¡Pobre cabeza!
Max ¡Estoy muerto! Otra vez de noche.
Se reclina en el respaldo del sillón. La mujer cierra la ventana, y la guardilla queda en una penumbra rayada de Sol poniente. El ciego se adormece, y la mujer, sombra triste, se sienta en una silleta, haciendo pliegues a la carta del Buey Apis. Una mano cautelosa empuja la puerta, que se abre con largo chirrido. Entra un vejete asmático, quepis, anteojos, un perrillo y una cartera con revistas ilustradas. Es Don Latino de Hispalis. Detrás, despeinada, en chancletas, la falda pingona, aparece una mozuela: Claudinita.
Don Latino ¿Cómo están los ánimos del genio?
Claudinita Esperando los cuartos de unos libros que se ha llevado un vivales para vender.
Don Latino ¿Niña, no conoces otro vocabulario más escogido para referirte al compañero fraternal de tu padre, de ese hombre grande que me llama hermano? ¡Qué lenguaje, Claudinita!
Madama Collet ¿Trae usted el dinero, Don Latino?
Don Latino Madama Collet, la desconozco, porque siempre ha sido usted una inteligencia razonadora. Max había dispuesto noblemente de ese dinero.
Madama Collet ¿Es verdad, Max? ¿Es posible?
Don Latino ¡No le saque usted de los brazos de Morfeo!
Claudinita Papá, ¿tú qué dices?
Max ¡Idos todos al diablo!
Madama Collet ¡Oh, querido, con tus generosidades nos has dejado sin cena!
Max Latino, eres un cínico.
Claudinita Don Latino, si usted no apoquina, le araño.
Don Latino Córtate las uñas, Claudinita.
Claudinita Le arranco los ojos.
Don Latino ¡Claudinita!
Claudinita ¡Golfo!
Don Latino Max, interpón tu autoridad.
Max ¿Qué sacaste por los libros, Latino?
Don Latino ¡Tres pesetas, Max! ¡Tres cochinas pesetas! ¡Una indignidad! ¡Un robo!
Claudinita ¡No haberlos dejado!
Don Latino Claudinita, en ese respecto te concedo toda la razón. Me han cogido de pipi. Pero aún se puede deshacer el trato.
Madama Collet ¡Oh, sería bien!
Don Latino Max, si te presentas ahora conmigo en la tienda de ese granuja y le armas un escándalo, le sacas hasta dos duros. Tú tienes otro empaque.
Max Habría que devolver el dinero recibido.
Don Latino Basta con hacer el ademán. Se juega de boquilla, maestro.
Max ¿Tú crees?...
Don Latino ¡Naturalmente!
Madama Collet Max, no debes salir.
Max El aire me refrescará. Aquí hace un calor de horno.
Don Latino Pues en la calle corre fresco.
Madama Collet ¡Vas a tomarte un disgusto sin conseguir nada, Max!
Claudinita ¡Papá, no salgas!
Madama Collet Max, yo buscaré alguna cosa que empeñar.
Max No quiero tolerar ese robo. ¿A quién le has llevado los libros, Latino?
Don Latino A Zaratustra.
Max ¡Claudina, mi palo y mi sombrero!
Claudinita ¿Se los doy, mamá?
Madama Collet ¡Dáselos!
Don Latino Madama Collet, verá usted qué faena.
Claudinita ¡Golfo!
Don Latino ¡Todo en tu boca es canción, Claudinita!
Máximo Estrella sale apoyado en el hombro de Don Latino. Madama Collet suspira apocada, y la hija, toda nervios, comienza a quitarse las horquillas del pelo.
Claudinita ¿Sabes cómo acaba todo esto? ¡En la taberna de Pica Lagartos!
La cueva de Zaratustra en el Pretil de los Consejos. Rimeros de libros hacen escombro y cubren las paredes. Empapelan los cuatro vidrios de una puerta cuatro cromos espeluznantes de un novelón por entregas. En la cueva hacen tertulia el gato, el loro, el can y el librero. Zaratustra, abichado y giboso —la cara de tocino rancio y la bufanda de verde serpiente—, promueve, con su caracterización de fantoche, una aguda y dolorosa disonancia muy emotiva y muy moderna. Encogido en el roto pelote de una silla enana, con los pies entrapados y cepones en la tarima del brasero, guarda la tienda. Un ratón saca el hocico intrigante por un agujero.
Zaratustra ¡No pienses que no te veo, ladrón!
El Gato ¡Fu! ¡Fu! ¡Fu!
El Can ¡Guau!
El Loro ¡Viva España!
Están en la puerta Max Estrella y Don Latino de Hispalis. El poeta saca el brazo por entre los pliegues de su capa, y lo alza majestuoso, en un ritmo con su clásica cabeza ciega.
Max ¡Mal Polonia recibe a un extranjero!
Zaratustra ¿Qué se ofrece?
Max Saludarte, y decirte que tus tratos no me convienen.
Zaratustra Yo nada he tratado con usted.
Max Cierto. Pero has tratado con mi intendente, Don Latino de Hispalis.
Zaratustra ¿Y ese sujeto de qué se queja? ¿Era mala la moneda?
Don Latino interviene con ese matiz del perro cobarde, que da su ladrido entre las piernas del dueño.
Don Latino El maestro no está conforme con la tasa, y deshace el trato.
Zaratustra El trato no puede deshacerse. Un momento antes que hubieran llegado... Pero ahora es imposible. Todo el atadijo, conforme estaba, acabo de venderlo ganando dos perras. Salir el comprador, y entrar ustedes.
El librero, al tiempo que habla, recoge el atadijo que aún está encima del mostrador, y penetra en la lóbrega trastienda, cambiando una seña con Don Latino. Reaparece.
Don Latino Hemos perdido el viaje. Este zorro sabe más que nosotros, maestro.
Max Zaratustra, eres un bandido.
Zaratustra Ésas, Don Max, no son apreciaciones convenientes.
Max Voy a romperte la cabeza.
Zaratustra Don Max, respete usted sus laureles.
Max ¡Majadero!