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La media noche: visión estelar de un momento de guerra es una obra magistral de Ramón del Valle-Inclán que refleja su profundo compromiso con los dilemas sociales y éticos de su tiempo. Este libro, con su estilo modernista y simbolista, se adentra en el caos y la desolación de la guerra, evocando imágenes vívidas y emocionantes a través de un lenguaje poético y metafórico. La narrativa se sitúa en un contexto de profundas transformaciones sociopolíticas en España a principios del siglo XX, donde las tensiones entre el romanticismo y el vanguardismo se manifiestan en la prosa incisiva del autor, que mezcla lo real y lo fantástico para crear un panorama desolador y esperanzador al mismo tiempo. Ramón del Valle-Inclán, una de las figuras más significativas de la literatura española, fue un autor prolífico, dramaturgo y poeta. Su exposición a los horrores de la guerra y su crítica constante al estado de la sociedad española influenciaron su obra, en la que siempre buscó la verdad detrás de la apariencia. Valle-Inclán, conocido por su estilo irreverente y su compromiso con lo que él llamaba la "esperanza estética", logra a través de La media noche una reflexión profunda sobre la condición humana y la naturaleza del conflicto. Recomiendo encarecidamente La media noche a los lectores interesados en una exploración literaria de las repercusiones de la guerra y la lucha por la identidad. La habilidad de Valle-Inclán para combinar lo poético con lo trágico ofrece una experiencia enriquecedora, invitando a una reflexión profunda sobre los dilemas existenciales. Este libro no solo es una obra maestra de la literatura española, sino también un llamado a la conciencia sobre las realidades que la guerra desvela.
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Veröffentlichungsjahr: 2019
Era mi propósito condensar en un libro los varios y diversos lances de un día de guerra en Francia. Acontece que, al escribir de la guerra, el narrador que antes fué testigo, da a los sucesos un enlace cronológico puramente accidental, nacido de la humana y geométrica limitación que nos veda ser a la vez en varias partes. Y como quiera que para recorrer este enorme frente de batalla, que desde los montes alsacianos baja a la costa del mar, son muchas las jornadas, el narrador ajusta la guerra y sus accidentes a la medida de su caminar: Las batallas comienzan cuando sus ojos llegan a mirarlas: El terrible rumor de la guerra se apaga cuando se aleja de los parajes trágicos, y vuelve cuando se acerca a ellos. Todos los relatos están limitados por la posición geométrica del narrador. Pero aquel que pudiese ser a la vez en diversos lugares, como los teósofos dicen de algunos fakires, y las gentes novelescas de Cagliostro, que, desterrado de París, salió a la misma hora por todas las puertas de la ciudad, de cierto tendría de la guerra una visión, una emoción y una concepción en todo distinta de la que puede tener el mísero testigo, sujeto a las leyes geométricas de la materia corporal y mortal. Entre uno y otro modo habría la misma diferencia que media entre la visión del soldado que se bate sumido en la trinchera, y la del general que sigue los accidentes de la batalla encorvado sobre el plano. Esta intuición taumatúrgica de los parajes y los sucesos, esta comprensión que parece fuera del espacio y del tiempo, no es sin embargo ajena a la literatura, y aun puede asegurarse que es la engendradora de los viejos poemas primitivos, vasos religiosos donde dispersas voces y dispersos relatos se han juntado, al cabo de los siglos, en un relato máximo, cifra de todos, en una visión suprema, casi infinita, de infinitos ojos que cierran el círculo. Cuando los soldados de Francia vuelvan a sus pueblos, y los ciegos vayan por las veredas con sus lazarillos, y los que no tienen piernas pidan limosna a la puerta de las iglesias, y los mancos corran de una parte a otra con alegre oficio de terceros; cuando en el fondo de los hogares se nombre a los muertos y se rece por ellos, cada boca tendrá un relato distinto, y serán cientos de miles los relatos, expresión de otras tantas visiones, que al cabo habrán de resumirse en una visión, cifra de todas. Desaparecerá entonces la pobre mirada del soldado, para crear la visión colectiva, la visión de todo el pueblo que estuvo en la guerra, y vió a la vez desde todos los parajes todos los sucesos. El círculo, al cerrarse, engendra el centro, y de esta visión cíclica nace el poeta, que vale tanto como decir el Adivino.
Yo, torpe y vano de mí, quise ser centro y tener de la guerra una visión astral, fuera de geometría y de cronología, como si el alma, desencarnada ya, mirase a la tierra desde su estrella. He fracasado en el empeño, mi droga indica en esta ocasión me negó su efluvio maravilloso. Estas páginas que ahora salen a la luz no son más que un balbuceo del ideal soñado. Volveré a Francia y al frente de batalla para acendrar mi emoción, y quién sabe si aun podré realizar aquel orgulloso propósito de escribir las visiones y las emociones de Un día de guerra.
V.-I.