Seamos libres - Osvaldo Bazán - E-Book

Seamos libres E-Book

Osvaldo Bazán

0,0

Beschreibung

"Porque es hora de que les dé vergüenza de una vez por todas arrear pobres, manosearlos, jugar con su miseria. Que les dé vergüenza celebrar una lealtad de morondanga al que más chorea. Que les dé vergüenza ser nietos putativos del fascismo mussoliniano, el de 'al amigo, todo; al enemigo, ni justicia'." Este libro trata de la impunidad, del choreo y de la venganza, los tres pilares básicos en los que se asienta el gobierno de Fernández-Fernández, y de cómo ciertos intelectuales, artistas, periodistas y empresarios son cómplices del desastre. "Seamos libres" propone alternativas para cambiar el rumbo y contrarrestar este presente de loas a los dictadores venezolanos, verdades precocidas, testigos torturados y ahorcados, presos comunes liberados, presos distintos en mansiones robadas, jueces perseguidos, jubilados estafados, derechos humanos violados, consagración del pobrismo, reformas judiciales direccionadas para el beneficio propio, periodistas patoteados, marchitas, sarasas y cosos. Para que Ezeiza deje de ser la salida. Para que recuperemos la República para todos los argentinos. ¿Cómo fue que llegamos a pensar que no podíamos?

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 321

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Osvaldo Bazán

Seamos libres

Bazán, Osvaldo

Seamos libres / Osvaldo Bazán. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Libros del Zorzal, 2020.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-599-704-2

1. Análisis de Políticas. 2. Corrupción Política. I. Título.

CDD 320.82

Foto del autor en solapa: © Daniel Nahmías

Diseño de tapa: Osvaldo Gallese

Revisión: Federico Juega Sicardi y Pablo Krantz

© 2020. Libros del Zorzal

Buenos Aires, Argentina

<www.delzorzal.com>

Comentarios y sugerencias: [email protected]

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Impreso en Argentina / Printed in Argentina

Hecho el depósito que marca la ley 11723

A Dani, responsable siempre de mi mejor versión

Al amperímetro

Table of Contents
Los mejores días
La noche inolvidable
El amperímetro
Diciembre de 2019
Artisssteando
La mesa contra el hambre
Las palabras
Todo es coso
Total miserabilidad
Este es un mundo de mierda
Todos Tus Muertos
La peste
Ya está
Agradecimientos

Los mejores días

No han sido tiempos fáciles.

Ya sabíamos que no lo serían, pero resultaron mucho peores de lo que podían prever los más pesimistas.

Por un lado, claro, la pandemia, la peste que vino a descubrir lo bello y lo monstruoso de un planeta en construcción. Todo fue puesto en tensión: las relaciones mundiales, las relaciones personales, la solidaridad, el egoísmo. Gente normal convertida en delatores de vecinos sin barbijo. Organizaciones internacionales con pies de barro. El verdadero estado social de un país sin rumbo. La estructura feudal, el esqueleto sin músculo, la indigencia material, espiritual y mental.

Por otro lado, el nuevo gobierno. “Nuevo”, porque comenzó a fines de 2019, pero, por lo demás, es la misma serie de fotografías en sepia que venimos sufriendo desde la Segunda Guerra Mundial. Inflamado discurso de igualdad en donde los lenguaraces siempre miran desde arriba: a ellos no les toca ser iguales. A ellos, las mansiones malhabidas, las carteras Hermès, las tierras del sur. Ellos son los que no son iguales porque son buenos, están para repartir lo que otros ganan con su trabajo.

Ni libros ni alpargatas.

Una administración que no administra, unos funcionarios que no funcionan y una cuarentena que no termina.

Como dice un chiste popularizado en las redes: “Entre economía y salud, eligieron salvar a Cristina de las causas judiciales”.

Millones de argentinos somos más pobres, más infelices, más ninguneados. Sin embargo, los tres objetivos básicos que sabíamos que estos cosos en el poder iban a tener se cumplen día a día: impunidad, choreo, venganza.

De eso se habla en este libro.

De la impunidad, del choreo y de la venganza, los tres pilares básicos en los que se asienta el peor gobierno de la historia.

De cómo todo, absolutamente, está dirigido a esos tres objetivos.

De cómo intelectuales, artissstas, periodistas, empresarios y círculo rojo son responsables de este desastre.

Este libro también intenta ayudar a pensar salidas, porque las hay.

Y mire usted por dónde, esa salida somos ni más ni menos que nosotros mismos. En acción, claro.

Contrariamente a lo que desean muchos nostálgicos, no tengo ningún interés en volver a “la Argentina de nuestros abuelos”. Resulta mucho más excitante preparar “la Argentina de nuestros nietos”.

Es allá adelante en donde van a pasar las cosas.

Y lo que ocurrirá será exactamente lo que sepamos armar ahora.

Mi manera de empezar ha sido escribir este libro.

Te toca a vos.

La noche inolvidable

Fue una pata de elefante sobre el pecho.

Fue la asfixia y fue el desgarro.

Fueron la oscuridad y el desastre cayendo de punta sobre cada uno de nosotros.

Fue un dolor por viejos dolores, fue un dolor por los dolores que vendrían.

Fue el comienzo de la pesadilla; peor aún, la certeza del comienzo de la pesadilla.

Fue de mirarse con los propios, llorar, no poder respirar.

Fue de pedir perdón al futuro, contar las pérdidas, juntar los pedazos.

La noche del 11 de agosto de 2019 fue, para muchos, la peor noche de su vida.

Fue ver el tren de frente, limpio, impasible, decidido.

Fue un golpe bajo, un terremoto, un sismo de magnitudes inusitadas, 10 en la escala Richter del desánimo.

Los números que daba la televisión eran incontestables. Alberto Fernández, 15 puntos por sobre Mauricio Macri.

Axel Kicillof, 17 puntos por sobre María Eugenia Vidal.

No fue una cachetada.

Fue una paliza en todo el cuerpo.

Sabíamos lo que se vendría.

Impunidad, choreo, venganza.

No era ningún prejuicio. Los habíamos visto, los habíamos sufrido a lo largo de años.

Y, lo que era peor, habíamos visto que otra cosa era posible. Dicen que el ciego de nacimiento no puede hacerse una idea de lo que pierde por no ver. Nunca vio. Nosotros habíamos visto que otra manera de hacer las cosas era viable. Y cuando estábamos empezando a diferenciar los colores, ¡zas!, el zarpazo que nos tiró para atrás, para abajo, muy abajo.

Fue una noche inolvidable.

De la peor manera, inolvidable.

De golpe, una campana inmensa quitó el aire al territorio nacional. No podíamos respirar. ¿Recuerdan que no podíamos respirar? Sí, claro que lo recuerdan.

Daba vergüenza mirarse a los ojos.

Se nos había escapado entre los dedos.

Muchos también nos sorprendimos de que nos afectara tanto. “Bueno, unas elecciones, ya pasamos muchas, ganamos pocas, ¿qué es tan grave?”, nos decíamos como para conformarnos.

Pero todos sabíamos que no era tan poco.

Que se jugaban años de nuestras vidas.

Que algunos de los nuestros, cumpliendo lo que sabíamos que iban a cumplir, se irían.

Volvería la tropa de la superioridad moral, subida al poni de la claridad intelectual, señalando a todos los demás como gorilas, oligarcas, de ultraderecha, violentos.

Volvería el desprecio por el otro, disfrazado de “la patria es el otro”.

Desde detrás de la tranquera, los demonios afilaban sus tridentes.

Los veíamos venir.

No durmió casi nadie esa noche.

El amperímetro

Si se repetía el resultado de las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (paso) en las elecciones generales, ya no habría salidas. ¿Se podría revertir? ¿Cómo? ¿Con quién? Los trece días en los que vivimos en ácido.

24 de agosto

Los que hubo entre las paso y el 24 de agosto fueron trece días en los que el futuro se había terminado para siempre.

Fueron trece días de insultar al abuelo por haber tomado el barco que venía al sur y no el que iba al norte; de hacer la lista de cada uno de los conocidos y pensar: “¿Este habrá votado para que vuelva la banda de facinerosos?”; “¿qué se hace con los amigos que alegremente eligen que vuelvan al gobierno los que van a hacer que me vaya del país?”; “¿cómo no ven lo que estoy viendo?”; “¿cómo me sigo relacionando con ellos?”; “¿me sigo relacionando?”; “¿qué es más fuerte, la amistad o el exilio?”. Si en las elecciones generales se repetía el resultado de las paso, se quedaban con todo: el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo, lo que, en gente como a la que estábamos temiendo, incluía el Poder Judicial; se quedaban con nuestro presente, con la reescritura del pasado y la incertidumbre del futuro. Volvía el país que se despertaba cada mañana con una nueva cachetada en forma de declaración de funcionario.

Fueron trece días de preguntarnos dónde estábamos para-dos. ¿Y dónde estábamos parados?

Entre la desorientación y el espanto, un poco más abajo de la esperanza, un poco más arriba del abandono. “¿Cómo bajamos hasta acá?”, nos preguntábamos en esos días sin poder siquiera mirarnos al espejo de tanta vergüenza; “¿qué pasó?”; “¿qué nos pasó?”. Sí, la malaria, el gusto que no nos dábamos, la luz que había aumentado. ¿Eso era? ¿Dejar de pagar un bimestre de gas lo mismo que media pizza nos volvió ciegos al autoritarismo y la soberbia? En la elección del 11 de agosto de 2019 hubo una tormenta perfecta. La elección de las paso, lo que en teoría era una simple nominación de candidatos partidarios, se convirtió en un plebiscito sobre el gobierno de Cambiemos. Los resultados fueron catastróficos. El Frente de Todos tuvo una campaña con cuatro aciertos, que finalmente se demostraron ladinos, pero que en ese momento sirvieron a sus fines: escondió a la actual presidenta-vice Cristina, de gran valoración negativa, que casi no hizo campaña; diferenció a un Fernández de otro, algo absolutamente imposible, pero, bueno, hasta Betty Sarlo, tan leída ella, se lo creyó; eludió toda cuestión moral, ética o republicana contando para eso con la mirada de vaca al vacío del periodismo, que en general no se lo recordó, y del público, al que mucho pareció no molestarle, y se centró en el bolsillo del votante que no podía darse un gustito. El gobierno de Cambiemos, confiado en su obra y su gestión, despreciando el cortoplacismo intenso del votante nacional y el ninguneo del contrincante por las formas democráticas, fiscalizó menos de lo necesario. El electorado oficialista, confiado en que ganaba, no fue a votar.

Por arte de la prepotencia y el silencio, el 11 de agosto todos consagraban a un nuevo presidente sin que hubiera sido puesto un solo voto para esa elección. Fuimos el único país que eligió presidente el día en que se decidieron los candidatos de los partidos, y, en esa anormalidad, todos contentos. Lo primero que hicieron los Fernández, esa misma noche en la que ganaron las paso, fue echar a los brasileños que les armaron la campaña y ni se sintieron en la obligación de pagarles porque, total, “ya somos gobierno”. Como hicieron las cosas bien, los echaron. Lindo primer paso que preanunció el segundo: empezaron a hacer las cosas mal. Con los moditos que ya les conocíamos y que por los resultados vimos que no a todos les caían mal, arrancaron diciendo que Venezuela no era tan tan dictadura; después de todo, con 6.700 muertos en un año y medio y cinco millones de exiliados, mirá si vas a hacer problemas por esas menudencias; y luego continuaron hablando de reeditar la Junta Nacional de Granos, o de organizar una conadep de periodistas, o de cambiar la Constitución. Ningún sindicato ligado a la aviación se privó de su paro de 48 horas para ir preparando el terreno del desastre. Los cortes de calles se agudizaron, porque total ya fue… Grabois y los suyos entraron a patotear al Patio Bullrich, mientras las señoras los miraban aterrorizadas, y volvieron los cortes de silobolsas y las amenazas en la calle. En ese momento, se sintieron gobierno y dejaron claro lo que podrían llegar a ser: una bolsa de gatos babeantes que se pelean por sus privilegios sin parar, tirando cada tanto un fútbol gratis, por las dudas. Los medios, rápidos para sus propios reflejos, entronizaron al nuevo presidente; si hasta Héctor Magnetto aplaudió de manera prematura al candidato aclamado en el seminario “Democracia y desarrollo”, que organizó el Grupo Clarín en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (malba). Al lado del antes denostado empresario periodístico, brillaban los ojitos de Paolo Rocca, enrojecían las palmas de Carlos Miguens (del Grupo Miguens) y de Enrique Cristofani (en ese momento, número uno del Banco Santander), lo más rojo del círculo rojo, el establishment o como quieran llamarlo, que empezó a ver alto, rubio, sano y fuerte al dueño de Dylan. Y sobre todo, bien cerca de frenar cualquier cuaderno investigado que los salpicase. Claro, lo de “salpicase” es un desliz teniendo en cuenta lo bañado en chanchullos perfumados con gotas de intensos sobornos que suele estar el círculo rojo. ¿Cómo se le iba a ocurrir al Estado investigar los curros del Estado? Habrase visto, que no es para esto que se pagan las campañas, se hacen las vistas gordas o se rellenan alegres cheques inadvertidos. Jubilosamente, se convirtieron en el perro Dylan, todos muy felices y moviendo la cola. A nadie le molestó. Como dijo la avispada tuitera @TAFKAjarrito en medio del caos: “Si la guerra de Troya era en Argentina, el caballo podría haber sido transparente tranquilamente”. Nadie puede argumentar ignorancia con respecto a los fines.

Habíamos pasado trece días de desesperanza, pero no teníamos en cuenta que, aquella noche del 11 de agosto en la que no habíamos podido dormir, un muchacho, Gonzalo Bergareche, que todo el día de las elecciones había estado en la escuela Nuestra Señora del Líbano en Villa Lynch, como fiscal adjunto por Cambiemos, aprovechó su bronca para sacar cuentas. ¿Cuántos votos faltan para que no vuelva el pasado? ¿Quién tiene que votar? ¿Cómo se motiva a toda esa gente? Hizo cuentas, pensó cuánta gente más tenía que votar, qué adhesiones se podían conseguir. El 12 de agosto de 2019, a las 16:51, mientras a su alrededor decenas de compañeros de oficina —muchos de ellos, votantes de Fernández— se restregaban los ojos frente a las pantallas, sin poder creer la suba vertical del dólar y el riesgo país, todo desatado por el resultado de la votación, tuiteó:

SABADO 24 DE AGOSTO 17HS - OBELISCO Y PLAZAS DEL PAÍS.

SUMEMOS LOS VOTOS DE NOS, UNITE Y CONSENSO FEDERAL. POR LA REELECCIÓN DE MAURICIO MACRI Y EVITAR LA VUELTA DEL KIRCHNERISMO. POR NUESTRA LIBERTAD Y LA LIBERTAD DE LAS LIBERTADES.

Lo nuevo estaba ocurriendo delante de los ojos de quienes podían ver. Vida digital y vida real eran lo mismo, pero, claro, los medios no estaban capacitados para percibirlo hasta que tres días después, desde España, Luis Brandoni mandó un video diciendo: “Hay que juntarse en la plaza”. Recién entonces algunos productores televisivos levantaron la vista de su agenda gastada y dijeron: “Ah, mirá estos pibes, qué simpáticos”, y hablaron de una marcha organizada por Brandoni y Campanella, cosa que no fue cierta, pero los medios son así. Y pasó lo que nadie esperaba: decenas de miles de personas en Plaza de Mayo gritando: “Gato, ponete las pilas, sos candidato y acá todavía nadie votó”. Sacaron a Macri de la quinta, donde lamía sus heridas, y el helicóptero, en vez de salir, llegó a Casa Rosada.

Algo estaba cambiando.

Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899.

París se liberó de los nazis el 24 de agosto de 1944.

Para épica, alcanzaba y sobraba.

Era el 24 de agosto de 2019.

Trece días había durado el shock.

Alguna gente comenzaba a despertar.

Un tipo arriba de una camioneta

Crónica de una truchada anunciada, comenzó hermosa la Justicia a deshacer cosas que había hecho en los últimos tiempos. Salieron de la cárcel, como si fueran presos políticos, empresarios venales, dirigentes inmorales, correveidiles del poder.

Pero también empezaron a pasar otras cosas que nadie esperaba y que dieron un poco de oxígeno a quienes pensaban que podía frenarse en algo el 47 a 32 de las paso. El kirchnerismo (no el peronismo) fue perdiendo cada elección en la que se presentó. Claro, hay que tener en cuenta que la candidata a gobernadora en Mendoza, la impertinente Anabel Fernández Sagasti, la niña mimada de la presidenta-vice, mostró todo su conocimiento en el debate cuando aseguró muy suelta de cuerpo que “Mendoza tiene muchos minerales: azufres, piedras semipreciosas, ladrillos, mármol, etcétera”. Después de asegurar que el ladrillo era un mineral, tuvo seguidores en las redes que lo justificaron, porque la ignorancia nunca es completa si no es aplaudida.

Salta dio otro dato. Las universidades de Córdoba y Buenos Aires pasaron a ser dirigidas por gente sin contacto con La Cámpora, que demostró en ese momento lo difícil que le resultaba una confrontación mediante los votos. El resultado de las paso hizo que muchos recordaran el látigo de Cristina, y aparecieron las dudas propias.

Fue entonces que comenzó una épica extraña que nunca había estado presente en los cuatro años previos de Cambiemos: las treinta marchas del oficialismo; la comunicación cara a cara del presidente con el pueblo, sin intermediarios; un tipo parado sobre una camioneta o sobre un tractor diciendo casi nada; miles de ciudadanos juntos que escuchaban todo el tiempo lo que los medios, los dirigentes, los círculos rojos les decían perversamente: “Ya votaste, hay un presidente nuevo, no jodas”.

Esas marchas fueron creciendo con gente que gritaba: “Sí, se puede”, mientras el establishment y las corporaciones miraban para otro lado. En la televisión, nadie tomaba en serio lo que estaba ocurriendo. Mariano Iúdica, muy sutilmente, fiel a su estilo de humor inteligente, renombró “la marcha del millón” como “la garcha del millón” y se descuajeringó de risa junto a Chiche Gelblung; Sergio Berensztein se rio de la edad de los participantes diciendo que la convocatoria porteña era en la Glorieta de Barrancas de Belgrano, a donde iba solo gente mayor a bailar el tango; Rosario Lufrano, quien como premio conseguiría después volver a dirigir con obediencia debida y zalamera la Televisión Pública, se rio en cámara asegurando que eran marchas para ir en 4x4. Se reían de las viejitas, de los viejitos que apenas podían caminar e insistían con banderitas celestes y blancas y ojos llorosos, mientras sus nietos sobreescolarizados cantaban la cantinela de una revolución latinoamericana que solo trajo tristeza y dolor para millones de personas y buenas mansiones y seguridad para sus dirigentes.

Como a esas corporaciones jamás les interesaron las personas, lo que esas personas hicieran no les importó. En agosto, antes de las paso, las encuestadoras dibujaron los numeritos que todos teníamos en la cabeza, lo que todos suponíamos que iba a ocurrir: 3 o 4 puntos de diferencia en favor del Frente de Todos por encima de Juntos por el Cambio. Hasta el 11 de agosto, todas las encuestadoras repetían eso. Pero vino la elección, los números fueron otros, y nadie pidió disculpas. Simplemente, cambiaron el numerito, que quedó en 20 puntos de diferencia en favor del Frente, y listo, porque los encuestadores no trabajan para que sepas qué estamos pensando. Trabajan para quienes les pagan: los políticos que quieren que vos pienses en ese número.

Hubo coincidencia. La diferencia entre el candidato del Frente de Todos y Juntos por el Cambio iba a ser de 20 puntos. Se pasaron tres meses asegurándolo. La certeza era total: la Universidad de San Andrés decía que ganaría Fernández 51% a 34%; la encuestadora Oh! Panel, 52% a 33%; Gustavo Córdoba y Asociados, que metieron unos decimales para disimular, 52,2% a 32,7%; la medición de Ricardo Rouvier fue de 52,3% a 34,3%; la firma Trespuntozero indicaba 52,5% a 34,8%; la consultora Clivajes, muy suelta de cuerpo, aseguraba un 53,7% contra un 33,2%; la encuestadora Proyección dijo 53,8% a 33,4%; Federico González & Asociados señalaba 54,1% a 30,2%, porque dos puntos más no se le niegan al favorito.

Radios, diarios, televisión, portales de noticias, en todos lados se repetían los resultados de las encuestas: la diferencia era obvia. Era como si se hubieran llamado por teléfono y se hubieran puesto de acuerdo.

Mientras ninguna encuestadora lo veía, sin aparatos ni sindicatos ni organizaciones sociales ni apoyo de los medios se produjeron en el país las mayores concentraciones políticas de la historia de treinta ciudades. En Rosario y Buenos Aires, esas concentraciones solo eran comparables a las de la vuelta a la democracia. Sin embargo, los analistas políticos, los Artemios de la vida, repetían su mantra, tan cómodos como están siempre en sus lugares comunes acolchados con los dólares de quienes pagan las encuestas: esas marchas “no mueven el amperímetro”.

Y uno se preguntaba cómo era posible que no se moviese el puto amperímetro, fuera eso lo que fuere; por qué ir o por qué no, con quién; a qué iba toda esa gente. Toda esa motivación ¿no movía el amperímetro?

Los medios no entendieron que en esa oportunidad ellos también estaban en discusión, que había un gran porcentaje de la ciudadanía que votaría contra ellos, contra la élite intelectual y artística que opina sin fundamento parada en su autocelebrada sensibilidad: “Soy artista, quiero artissstear”.

Abuelas de 60 años llevarían a votar a sus madres de 90. Y eso, en vez de ser visto como ejemplar, era objeto de burla. ¿Eso no “movía el amperímetro”? En decenas de ciudades de todo el mundo, un grupito de argentinos, en vez de disfrutar un sábado hermoso, salía con la banderita a decir: “Sí, se puede”. Pero tampoco “movía el amperímetro”. Un batallón de ciudadanos que en su vida se había interesado por la política salía a anotarse para fiscalizar una elección difícil. ¿Eso tampoco “movía el amperímetro”? ¿O acaso en el contrato que firmaron para hacer los análisis había una cláusula que exigía que una vez por día negaran la posibilidad de movimiento de amperímetro?

El 24 de octubre de 2019, cansado de escuchar en todas partes lo del amperímetro, me levanté y, antes de los mates de la mañana, escribí un largo texto en Facebook. Se viralizó al momento. Mucho de lo que escribí ese día es parte de este capítulo. A la tarde, me llamaron por teléfono del programa de tn donde trabajaba, tn Central, y me ofrecieron leerlo completo. Eso hice después de que me presentara mi amigo Nicolás Wiñazki. Terminaba así:

Quienes votaron a Alberto Fernández pensando que Alberto Fernández no era Cristina Fernández escucharon a Alberto Fernández decir “Cristina y yo somos lo mismo”.

Por eso, el 11 de agosto se plebiscitó el gobierno de Cambiemos. Sin fiscalización. Este domingo se vota para adelante, pensando si es Cristina quien debe dirigir el país. Con fiscalización. Y participación ciudadana.

Yo creo que el amperímetro se movió. Y que es hipocresía pura que vengan a joder con el amperímetro los que rompieron todos los instrumentos de medición.

Seamos libres. Lo demás se arregla.

Diciembre de 2019

Las élites intelectuales y empresarias no notaron lo que millones de ciudadanos rasos sin sus posibilidades sí. Solo nueve meses después, diversas personalidades relevantes del quehacer nacional lloraban arrepentidas el apoyo a la fórmula presidencial ganadora. Ya era demasiado tarde.

Cabecita de Sarlo

Beatriz Sarlo aún pensaba, pensaba y pensaba, porque ese su trabajo, que Alberto Fernández no iría a rifar su destino político a la obediencia de Cristina.

Sí, Beatriz Sarlo, cuyo trabajo es pensar, pensar y pensar, pensaba que Alberto Fernández tenía destino político.

Y pensaba que no participaba en rifas y pensaba que la Fernández 1 había elegido al Fernández 2 para que el Fernández 2 le dictase a la Fernández 1 qué hacer. “Yo lo conozco, es un tipo muy inteligente que supo retirarse en su momento —dijo Betty a un complaciente Marcelo Longobardi en septiembre de 2019, en plena campaña—. Él se retira después de la crisis con el campo cuando ve que el gobierno de Cristina no va a negociar y piensa, supongo, porque no es que lo conozca, que esta es una oportunidad para rearmar alguna zona del justicialismo que sea todo lo contrario de Cristina. Yo no estoy diciendo para nada que esto está acordado con Cristina; esto es más bien lo que yo pienso que él podría hacer”.

Betty pensaba todo esto.

Pensaba que el Fernández 2 se había ido para armar algo que fuera todo lo contrario de la Fernández 1 y consiguió armarlo finalmente cuando la Fernández 1 lo llamó para su fórmula presidencial.

Nada grave si uno no recuerda que el trabajo de Beatriz Sarlo es pensar.

Sin embargo, muchos argentinos cuyo trabajo no es pensar, sí pensaron que el Fernández 2 haría lo que la Fernández 1 dijese por la sencilla razón de que la Fernández 1 fue quien puso al Fernández 2 allí. A través de esa simple acción, millones de argentinos entendieron todo: manda la Fernández 1. Beatriz Sarlo, cuyo trabajo es pensar, no lo entendió así. Entendió que Alberto Fernández no iba a rifar su destino político obedeciendo a Cristina Fernández.

¿Cómo habrá sido el proceso en esa cabecita de Sarlo?

¿Qué habrá pensado?

¿Habrá pensado que Cristina dijo: “Ay, Alberto, ¿querés tener más poder que yo? Bueno, dale, te pongo ahí para que me digás de ahora en más qué hacer, porque en cualquier momento voy presa. Me dedicaré a aprender a tejer crochet para los nenes de Flor y de Maxi, que también van a ir presos. Porque yo, como todos mis antecedentes anuncian, solo voy a dirigir el Senado. No lo voy a usar para zafar, ni para que zafen mis hijos, ni voy a querer que vos levantes un dedo para tener ninguna injerencia en el sistema que va a querer que yo y los chicos tengamos que dar respuestas por lo que todos sabemos que hicimos y que ya está probado. Ya sabés, miedo a Dios, nomás. Y un poquito a mí”?

Los intelectuales argentinos, los que a lo largo de los años han venido a enrostrarnos sus lecturas profundas en entrevistas televisivas a las que nunca dicen no, quieren pasar por la decadencia nacional sin inmutarse, sin responsabilizarse, sin mancharse. Si supieran que muchas veces son llamados porque los productores de televisión los tienen en las agendas del sí fácil, que los salvan de cualquier bache en la programación, quizá se les movería un poquito el banquito del ego.

Esta gente vota

Hay otra gente que no se dedica a pensar, o al menos no en los términos de Sarlo. Son los empresarios que, como todo el mundo sabe, en Argentina se dedican a empres.ar, que quiere decir protagonizar diálogos como este:

—Tome usted, señor empresario, esta licitación hecha a su medida. Esperamos que sea de su total agrado y que cumpla sus expectativas.

—Muchas gracias, señor funcionario. Este bolso es suyo. Haga con él lo que quiera. Si tiene la malísima suerte de que le toque justo un juez que en un momento de honradez lo denuncie, ya tendrá un convento a mano para revolearlo.

Pues bien, esos empresarios con cabecita de Sarlo también son responsables de esto que hay hoy.

Ellos, autoelegidos eternos para diseñar los caminos de la economía del país, que se las saben todas, que estuvieron en todas y cada una de las asunciones del poder nacional, no vieron lo que tantos argentinos sí vieron y sintieron en diciembre de 2019.

Empresarios argentinos, pescadores en peceras, que no intentan conquistar el mundo porque con vender en las Saladitas de todo el país les alcanza y les sobra. Obvio, pocos de ellos son los que ahora se animan a levantar un poquito la voz porque el populismo los trata con palo y zanahoria.

Palo: porque por esa manera de empresari.ar que tienen dependen del gobierno tanto o más que una familia con ingreso familiar de emergencia (ife) y asignación universal por hijo (auh). Nunca harán nada que pueda enojar al patroncito y los deje fuera del telefonazo que avisa de las condiciones a medida de la nueva licitación para comprar “porotos, fideos y esas cosas que comen los pobres”, como decía la Susanita de Quino, esa madre putativa de las Fabiolas, las Malenas, las Mayras y las Ofelias, aunque ellas se autoperciban Mafaldas o Libertad.

Zanahoria: porque pertenecer tiene sus privilegios.

Era todavía diciembre de 2019 y Eduardo Costantini aseguraba: “Me sorprendió para bien Alberto Fernández”. Pocos días después, desde su casa de Manantiales en Punta del Este, extasiado, Cristiano Rattazzi sentenciaba: “El primer mes de gobierno de Alberto Fernández fue brillante”.

Para millones de argentinos que no eran Beatriz Sarlo ni empresarios de la Unión Industrial Argentina (uia) o de la Asociación Empresaria Argentina (aea), las cosas estaban mucho más claras. Se venía el choreo, la venganza y la impunidad. Pero a los empresarios no les molestaba, o querían ser parte de…

Era diciembre de 2019 y los empresarios de la aea se sentaron a comer con el presidente Coso. En la coqueta mesa principal, no faltó nadie: Jaime Campos, presidente de la aea; Federico Braun, de La Anónima; Sebastián Bagó, de los laboratorios; el constructor José Cartellone; el supermercadista Alfredo Coto; Héctor Magnetto, del Grupo Clarín; Carlos Miguens, del Grupo Miguens; Luis Pagani, de Arcor; Rattazzi, de Fiat, y el ceo de Techint, Paolo Rocca. En las mesas del costado, deglutían Carlos Blaquier, de Ledesma; Martín Brandi, de Petroquímica Comodoro Rivadavia; Alejandro Bulgheroni, de Pan American Energy; Eduardo Costantini, de Consultatio; Eduardo Elsztain, de irsa; Alberto Grimoldi; Martín Migoya, de Globant; Alec Oxenford, de olx; la directora del área de Educación de la aea, Cecilia Pasman, y Luis Pérez Companc.

A la salida de la comilona, se peleaban por agarrar un micrófono y elogiar a Coso. “Lo noté muy consistente, muy realista. Se nota que hay un programa económico. Lo veo muy razonable”, dijo Costantini.

Don Alfredo Coto, al que todos conocemos, fue la voz de varios de los asistentes que prefirieron no hablar. Dijo que el encuentro “fue muy bueno”. Amadeo Vásquez fue clarito: “Me pareció brillante, muy claro y preciso”. El textil Teddy Karagozian se la jugó: “Esto no es kirchnerismo. El presidente es Alberto y eligió una forma de gobernar y es con todos”. Para terminar, el presidente de la aea, don Jaime Campos, elogió del presidente Coso que haya tenido “un diálogo muy abierto”, y le gustó que le haya asegurado que “no quiere insistir en la herencia recibida”.

Como se dice en estos casos, esta gente vota.

¿Por qué los empresarios, con tanta información, no veían eso que era obvio? ¿No lo veían, o no les importaba? ¿Creyeron, como Betty, que la Fernández 1 había elegido al Fernández 2 para que el Fernández 2 le dictase a la Fernández 1 qué hacer? ¿Quizá todavía confiaban en el viejo mito de que solo el peronismo puede manejar este país? O siendo más brutales: ¿estaban encontrando otra vez el camino fácil que siempre para sus negocios les allanó la “política tradicional”, que es el eufemismo que usan los comentaristas cuando no quieren decir “peronismo”? No hay que olvidar que muchos de ellos solo nadan en piletas con las tres canillas acostumbradas: la caliente, manejada por la Confederación General del Trabajo (cgt), la fría, operada por ellos, y la que dispone la cantidad de agua, en manos del gobierno peronista. Ellos no se zambullen en los siete mares del mundo. Ahí nada Marcos Galperin, no casualmente alguien que no salió a elogiar al presidente Coso después de su primer encuentro; más bien huyó del país, perseguido por los tiburones de Moyano.

No descartaría la hipótesis de que muchos de ellos, sabiendo lo mismo que sabía gran parte del país —que se venía un festival de subsidios y corrupción—, se alegraron por eso. Solo que no imaginaron el tamaño del desastre. Hubieran preguntado.

¿Y ahora me lo venís a decir?

Apenas nueve meses después de la apología de la nada, Eduardo Costantini lloriqueaba: “Con las últimas medidas económicas, vamos de frente a una pared”.

Los de la uia, enojados todavía porque el exministro de la Producción Francisco Cabrera alguna vez les dijo “llorones” por no modernizarse y competir, hicieron trompita, pero bajito, y continuaron aplaudiendo al presidente Coso en el imaginario Día de la Industria Nacional. Le dejaron un documento que decía que el 63% de las empresas en septiembre de 2020 ya no estaba produciendo o tenía caídas mayores al 50%, y que la caída de las ventas afectaba al 62% de las empresas con bajas mayores al 30%. Lo dijeron, pero como que no se notara, no fuera que se enojase Fernández 1, que mire usted por donde mire resulta finalmente quien manda, cosa que todos sabíamos menos los intelectuales y los empresarios.

Con el presidente Coso tienen la delicadeza que no tuvieron con Macri. ¿Cómo olvidar que, en octubre de 2019, el presidente de la uia, Miguel Acevedo, recibía con lisonjas al candidato Coso al día siguiente de dejar plantado al entonces presidente Mauricio Macri?

Era diciembre de 2019, gran parte del país estaba de luto y ya sabía lo que la aea sollozaría casi un año después, que no habría orientación ni una política definida, previsible y mantenida en el tiempo. Le podríamos haber avisado a Martín Migoya, que estuvo en aquel banquete, lo que reconocería ocho meses después, en la 37ª edición del congreso del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas: “Sin un marco claro, no se puede pensar en una reinversión del sector privado. Mucho menos, en hacerlo crecer”.

Yo te avisé

Pero mientras los cabeza de Sarlo discurrían sobre “Alberto, el bueno”, mientras Tinelli llenaba su boca de alfajores lavados en paraísos fiscales, millones de argentinos pasábamos de la bronca a la apatía, de la apatía a la tristeza, de la tristeza al insulto, del insulto a la desesperación, de la desesperación al asco.

Me corrijo. No, no íbamos de una sensación a otra. No había sentimientos fugaces. Eran simultáneos. Sentíamos que nos estábamos quedando sin aire, sin país, sin esa idea de país que consagra el preámbulo de la Constitución. Veíamos que unos cuántos tipos, siguiendo intereses muy claros (los propios), iban a entregar la república por dos monedas (lo de “dos monedas”, claro, no es literal).

Como siempre, empezaron cambiando el significado de las palabras. Los intelectuales no lo anunciaron. Las feministas festejaban a la presidenta Alberta. Los científicos se reunían con “Alberto” para amenazar todos juntos, entre sonrisas maquiavélicas, a Sandra Pitta, que se había animado a contradecirlos. Los empresarios sacaban sus cuentas. Mientras tanto, nos percatábamos de todo eso y solo podíamos poner cartelitos en las redes comunicando: “Yo te avisé”.

Entonces, “devaluación”, que es algo que todos conocíamos y significaba que éramos más pobres, pasó a ser simplemente “un impuesto al turismo”. Treinta por ciento más para conseguir esa moneda que permitía a cualquier ciudadano dar una vuelta por el mundo, entender que no somos únicos en el planeta, ir a ver qué hay de bueno por ahí, aprender.

“Ajuste”, que es algo que todos conocíamos y significaba que éramos más pobres, pasó a ser simplemente “solidaridad”.

Lo que desde diciembre estaba claro era que el gobierno no entendía que nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. Sabíamos que las palabras en sus bocas mentirosas no tenían ningún valor. Les conocíamos el truco, pero ellos iban a insistir con los mismos conejos de las mismas galeras. Ellos no lo sabían. Nosotros sí.

No iba a haber Dylan que pudiera engañar a argentinos que ya habían escuchado que no se contabilizaban pobres para no estigmatizarlos; que en Chaco había desocupación 0; que en Argentina se comía por 6 pesos o que en este país había menos pobres que en Alemania. Eso, claro, cuando se animaban a dar la cara, y no huir como rata como un exministro de Economía: “Me quiero ir”, dijo, cuando una periodista extranjera osó preguntarle qué inflación había en ese país maravillosamente inventado. Así, que años después otro ministro de Economía dijera que no quiso decir que iba a sarasear cuando estaba presentado el Presupuesto 2021 era un truco ya gastado.

Eso era lo que ya sabíamos en diciembre y el gobierno despatarrado que entraba a la Casa Rosada no quiso entender.

Que ya no habría espacio para el engaño.

Que nadie podía decir: “El 10 de diciembre subo un 20% las jubilaciones” y el 20 de diciembre anunciar un ajuste a jubilados que cobraban 20.000 pesos.

Que no alcanzaba tanto excolega tirando la pelota afuera cuando lo que cubría al país era un ajuste contundente sobre la base de impuestos y desenganche de jubilados.

Que quedó claro que la Iglesia ayudó a imponer el número 40% de pobres al real 32. Por supuesto que era horrible que el país tuviese un 32% de pobres. No obstante, más espantoso y escandaloso (aunque no haya producido ningún escándalo) fue que la Iglesia jugase a través de la Universidad Católica Argentina (uca) con ese número, largándolo oportunamente con malicia para beneficiar su relato. Y que después dijera: “Ay, me equivoqué; bueno, ya está”. Que ya sabíamos que el papa mentía.

Que cuando algunos periodistas, para cubrirse, en una nueva muestra de indignidad y cinismo nombraban a “la clase política”, ya quedaba clara la jugada: decir “son todos lo mismo” es meter a todos “en el mismo lodo, todos manoseados”. No. ¿Saben qué? Allá en el horno no nos vamos a encontrar. Porque no somos lo mismo. Carlos Caserio, el senador peronista cordobés, tartamudeó cuando Carolina Amoroso le preguntó para tn por el esfuerzo de la política y, cínicamente, contestó: “Hablar del esfuerzo de la clase política es no entender el Estado, no es un elemento productivo del país”. Pocos meses después, con la pandemia y el pedido a todos de hacer un esfuerzo, fue justamente el presidente peronista el que decidió que no iban a hacer ningún esfuerzo.

Claro que no son todos lo mismo.

Claro que hay legisladores que se vendieron antes de jurar en la primera votación. En Cambiemos, fueron la tucumana Beatriz Ávila, el santacruceño Antonio Carambia y el dirigente de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (uatre) Pablo Miguel Ansaloni, que entraron por Juntos por el Cambio y apenas fueron elegidos pasaron a la bancada de Unidad Federal para el Desarrollo.  Claro que no es lo mismo sacar una ley que ajuste la jubilación por inflación + salarios, como hizo el gobierno anterior, que decretar: “Te aumento cuando quiera lo que quiera”. Te superaron, Discépolo: los inmorales ya no solo nos han igualado. Nos han superado. En diputados, en senadores, en cada uno de los organismos del Estado en donde una banda de forajidos, creyéndose dueños de lo colectivo, humillaron a empleados y rompieron los lectores biométricos. Los asesores de la nada, los intelectuales funcionales, los artissstas artisssteando su sensibilidad de contrato, insignificantes florcitas tristes en el florero de la inmundicia.

Claro que no hay posibilidad de transparencia en un show en homenaje a la solidaridad cuando “solidaridad” es la palabra que usaron esta vez para el robo. Porque Juan Carr hizo su última aparición estelar el 22 de diciembre de 2019 con #CantaArgentina. A las 20 horas, en la Plaza de Mayo, su Red Solidaria organizó una cantada popular. La idea era que en más de trescientas ciudades se cantase “Inconsciente colectivo”, de Charly García. Turf, Airbag, Hilda Lizarazu, Juan Carlos Baglietto, Lito Vitale, Zorro Von Quintero, Fernando Samalea, Javier Malosetti, entre otros, se dignaron a pasar por el escenario. Con gran presencia en los medios estatales y cobertura de la agencia oficial, los artistas homenajearon a la solidaridad, que ya para ese entonces era el 30% del precio de los dólares. A propósito de Juan Carr, en diciembre de 2019 ya sabíamos también que por más frío que hiciera no iba a volver a repetir la épica de aquella noche en River, cuando había sobreactuado en cámara preocupación y tristeza por los homeless porteños.

Entre otras cosas, en diciembre de 2019 ya sabíamos que no se podía confiar en Juan Carr.

Mañana es mejor

Hay otra cosa más que supimos desde diciembre de 2019. Fue fundamental y nos sigue manteniendo en pie. Es algo para recordar todo el tiempo.

No ganaron los mafiosos por siempre. Es cierto que era difícil verlo en ese momento, cuando festejaban con soberbia. Pero siempre supimos que hay otro país. Hay gente honesta, trabajadora, valiente. Estuvo un poco desorientada, porque no sabe luchar con armas tan bajas; porque el cinismo de pedir igualdad para que todos seamos pobres mientras Dylan come de la mano caprichosa del amo es demasiado; porque la caradurez de convertir “políticos presos” en “presos políticos” los paraliza; porque no son así.

No hay tierra arrasada.

Hay tierra con bronca.

Esa bronca se organiza.