Secuestro en las Highlands - Terri Brisbin - E-Book
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Secuestro en las Highlands E-Book

Terri Brisbin

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Beschreibung

Ella acabó a merced del único hombre capaz de hacer que se sintiera ella misma Arabella Cameron estaba aterrada la mañana de su boda. Sin embargo, si el conflicto entre los Cameron y los Mackintosh se terminaba por el hecho de que se casara con un hombre al que no amaba, ella cumpliría con su deber. Eso hasta que Brodie Mackintosh, desterrado por su propio clan, entró en sus aposentos y se la llevó a las montañas. Brodie sabía que Arabella tenía motivos de sobra para odiarlo, pero un beso furtivo consiguió que esos enemigos declarados se lo replantearan todo. Además, cuando su prometido la reclamó, Brodie tuvo que luchar con toda sus fuerzas por ella.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Theresa S. Brisbin

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secuestro en las Highlands, n.º 587 - noviembre 2015

Título original: Stolen by the Highlander

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7217-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Dedicatoria

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Dieciséis

Diecisiete

Dieciocho

Diecinueve

Veinte

Veintiuno

Veintidós

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Dedico este libro, el primero de mi serie nueva, a mi «equipo» editorial de Harlequin Historical en las oficinas de Richmond, Reino Unido. Sobre todo, a Megan Haslam, Kahtryn Chesire y la editora jefe Linda Fildew. Ellas me impulsan constantemente para que mi trabajo sea mejor y más intenso para mis lectores y, aunque discrepamos algunas veces en la forma de conseguirlo (¡Jajaja!), siempre lo hacen con amabilidad y comprensión. Ha sido fantástico trabajar con vosotras durante estos libros, Gracias por todo lo que hacéis por mí.

Uno

 

Arabella Cameron entendió lo que sentía una capa de hielo en un lago helado. Su sonrisa, mientras otro Mackintosh declamaba una poesía sobre su belleza, iba a resquebrajarse enseguida, como pasaba cuando una piedra caía en el hielo. No creía que pudiera seguir sonriendo mientras esas palabras resultaban cada vez más ridículas. Notó un cosquilleo en la nariz y dejó de preocuparse de que se le resquebrajara la cara cuando empezó a preocuparse por no soltar una carcajada.

Tomó aliento, parpadeó varias veces y esperó que el peligro de ser impertinente o irrespetuosa pasara pronto. Levantó la mirada y se quedó espantada al encontrarse con los ojos oscuros y amenazadores de Brodie Mackintosh. Sentado al final de la mesa, a la derecha de ella, el mayor de los dos hombres que podían ser herederos de los Mackintosh la miraba fijamente. Se conocían desde hacía poco tiempo, pero no recordaba haberlo visto sonreír. Sus ojos color caoba no daban ningún indicio sobre lo que sentía al oír tantas alabanzas a su belleza y gentileza ni sobre lo que sentía por ella o sobre la posibilidad de que fueran esposos dentro de unos meses.

Distraída por la intensidad de su mirada, no se había dado cuenta de que el poema había terminado y de que la habitación estaba en silencio mientras esperaba su reacción. Entonces, él giró la cabeza hacia el bardo Mackintosh, quien había dejado de hablar, y luego la miró a ella con curiosidad. Ella asintió con la cabeza y aplaudió.

—Me siento honrada por vuestras amables palabras…

Ella no podía recordar su nombre.

—Dougal no estaba siendo amable, lady Arabella —la interrumpió Caelan Mackintosh a su izquierda mientras le guiñaba un ojo al haberse dado cuenta de que había olvidado el nombre del bardo—. Solo decía la verdad, como todos podemos ver.

Ella volvió a mirar al hombre que había hablado y asintió con la cabeza.

—Aun así, tus alabanzas me honran, Dougal, y quiero darte las gracias por el poema y por haberlo declamado para nuestros clanes.

El bardo se inclinó y volvió a su mesa entre los vítores de los asistentes al festín. Caelan se inclinó y le susurró para que los demás no pudieran oírlo.

—Arabella, has cautivado a todos los Mackintosh con tu belleza y gentileza. Los Cameron habrían podido ganar esta disputa hace mucho si te hubiesen empleado como su arma secreta —él le acarició levemente la mano y se llevó la copa a la boca sin dejar de mirarla—. Me has cautivado.

Ya había oído esas palabras. Llevaba toda su vida oyendo alabanzas a su belleza, un don que el todopoderoso le había concedido sin que ella hubiese hecho nada. Sin embargo, al ver los penetrantes ojos azules de Caelan quiso sentir algo, quiso creerlos.

Él le ofreció su copa y la giró para que los labios de ella tocaran el sitio donde habían estado los de él. Arabella aceptó ese gesto íntimo del hombre conel que podría casarse.

Él esbozó una sonrisa seductora mientras ella bebía el vino.

La oleada abrasadora que sintió por dentro no se debió al fuerte vino, sino a cómo la miró Caelan mientras lo tragaba y se pasaba la lengua por los labios para secárselos. Él se inclinó un poco más como si fuese a atreverse a besarla en ese momento y lugar y ella contuvo el aliento.

Un ruido metálico la sobresaltó y se dio la vuelta para ver a Brodie, que recogía su pesada copa del suelo y volvía a dejarla en la mesa. Lo hubiese hecho intencionadamente o no, había estropeado ese momento entre Caelan y ella. Además, cualquier esperanza de que volviera a brotar se desvaneció cuando su padre habló.

—Tu tía está esperándote, Arabella. Retírate a tus aposentos.

Si bien habría rebatido a su padre si hubiesen estado en su castillo y solo con su clan, nunca lo haría allí y en ese momento, cuando tantas cosas dependían de que fuese una hija obediente y cumplidora, cuya única tarea era salvar a su clan de la destrucción. Volvió a esbozar esa sonrisa que detestaba tanto, se levantó, hizo una reverencia a su padre y a los Mackintosh, rodeó la mesa y bajó los escalones de la tarima.

Su tía Devorgilla estaba esperándola y observando todos sus movimientos. Con toda certeza, esa noche le darían instrucciones sobre su comportamiento y apariencia. Ella sonrió e inclinó la cabeza a todos los que susurraban su nombre, pero su elegancia y cortesía ya la cansaban después de tantas horas.

Siguió a un sirviente con una antorcha y subió las escaleras que llevaban a la habitación que le habían asignado durante su estancia allí. Una vez dentro, esperó un momento a que se cerrara la puerta, se dejó caer en la cama y relajó el rostro después de horas esbozando esa sonrisa que la torturaba. Se llevó las manos a las mejillas y supo lo que se avecinaba.

—Te has sentado demasiado cerca de uno y no has hecho caso al otro, Arabella —aunque tenía los ojos cerrados, sabía que su tía iba alrededor de la cama—. No debes mostrar preferencia por ninguno.

—Sí, tía Devorgilla.

—No prestaste atención durante el último poema. No puedes ser irrespetuosa con el bardo de los Mackintosh ni con su arpista ni con…

—Lo entiendo, tía Devorgilla —la interrumpió ella—. Además, mi madre estaría avergonzada por mis modales… y por no hacer caso a tus advertencias…

—Cariño… —susurró su tía—. Tu madre estaría orgullosa de ti. Orgullosa de que estés cumpliendo con la obligación para la que naciste —la voz de su tía se cargó de emoción y Arabella miró a la hermana menor de su madre—. Estaría orgullosa de que estés cumpliendo con tu deber cuando sería más fácil no hacerlo, cuando significa que vivirás en resto de tu vida entre nuestros enemigos.

—Tía Gillie —dijo ella sin poder contener las lágrimas—, lo siento. No quería parecerte una niña terca. Agradezco tus consejos, de verdad. Estoy agotada y mañana estaré preparada para afrontar esto.

—Venga, te ayudaré a prepararte para que te acuestes —su tía se puso detrás de ella.

—Puedo pedirle a Ailean que me ayude.

Su prima menor actuaba de doncella y acompañante cuando hacía falta.

—No hables y siéntate.

Su tía le soltó los lazos del vestido y la túnica. Arabella se quedó solo con la camisola y suspiró cuando su tía empezó a deshacerle la larga trenza. Primero le pasó los dedos y luego empleó un cepillo para soltarle los nudos. La tensión iba disipándose y permitiendo que al agotamiento se adueñara de ella. Cerró los ojos y el cuerpo empezó a relajarse. Las preocupaciones se esfumaban con cada caricia del cepillo en el pelo.

—¿Qué planes hay para mañana?

Arabella volvió a suspirar al tener que pensar en su incierto futuro.

—Daré un paseo a caballo con Caelan por la mañana y con Brodie después de la comida. No te preocupes, tía Gillie, Ailean me acompañará siempre que salgamos del castillo.

—No me preocupo por tu seguridad, me preocupo por tu corazón —su tía dejó de cepillarla y se apartó. Arabella se dio la vuelta para mirarla y vio una tristeza en sus ojos que no había visto antes—. No dejes que tu corazón elija a ninguno de estos Mackintosh hasta que los mayores elijan al sucesor. Eso solo te partiría el corazón y sería motivo de dolor en el futuro.

—Tía Gillie, ¿qué…?

Eso era inesperado y sorprendente, e indicaba algo que ella no sabía.

—Da igual, Arabella —le interrumpió su tía—. Creo que estoy más cansada de lo que me imaginaba. Iré a acostarme.

Su tía dejó el cepillo en la mesita, se dio la vuelta y salió de la estancia.

Ya le habían dado ese consejo antes, pero que su tía hablara del corazón partido daba a entender algo más personal. Lo preguntaría al día siguiente, pero llamaron a la puerta y supo que Ailean había llegado.

Enseguida estuvo tumbada en la oscuridad y pensando en la diferencia entre los dos primos Mackintosh y en su futuro como esposa de uno de ellos. El consejo de su tía no tenía en cuenta lo que sentía ella acerca de la única cosa que no iba a cambiar, que, independientemente de con cuál se casara, iba a entregarse al enemigo.

Se convertiría en parte del clan que había intentado aniquilar a su familia durante las últimas generaciones y les daría hijos. Aunque se esperaba que ese conflicto terminara cuando se casara con el próximo jefe de los Mackintosh, daba igual, iba a casarse con su enemigo muy pronto.

 

 

Brodie levantó la copa a una de las mujeres que servían la mesa y la miró mientras la llenaba. Inclinó la cabeza para darle las gracias y siguió observando a todos los Cameron que estaban en el salón. Habían llegado con la bandera de la tregua y habían aceptado la hospitalidad que les habían ofrecido, pero él no se fiaba de ninguno. Fue mirando a todos los guerreros Cameron y supo que algunos habían matado a algún Mackintosh en las batallas y escaramuzas del pasado. Además, algunos de los mayores no querían esa tregua ni el futuro tratado. Más motivos para desconfiar. No se fiaba ni de la heredera con trenzas de oro.

El salón donde se había celebrado el festejo para darle la bienvenida estaba empezando a vaciarse una vez que lady Arabella Cameron se había retirado. Miró a todos los hombres que había situado donde estaban sentados los Cameron. Que los bardos cantaran alabanzas a su belleza, que su primo coqueteara con la muchacha. Él cumpliría con su obligación de garantizar la seguridad de su clan mientras otros se comportaban como cortesanos o pasaban por alto el peligro.

Cuando cada uno de sus hombres asintió con la cabeza, dirigió su atención a su tío, a su primo y a sus invitados.

Él, que se conformaba con observar sin participar en las conversaciones, se dio cuenta de que el jefe del clan Cameron y su hijo mayor, Malcolm, hablaban y también lo observaban. Eso confirmó su convencimiento de que las dos familias recelaban, si no preparaban una traición, algo que los Cameron hacían muy bien. Su tío se levantó y toda la mesa lo imitó, una señal de que el festejo había terminado.

Él dejó la copa y se acercó a su tío. Los Cameron siguieron a su escolta para que los llevara a las estancias que les habían asignado en la torre norte. Era más fácil vigilarlos si estaban juntos en una torre, y aislarlos si había algún problema. Sonrió.

—Acompañarás a la muchacha Cameron después de la comida de mediodía —comentó su tío.

—No, tío, tengo que ocuparme….

—Brodie, acompañarás a la muchacha —le interrumpió su tío—. Es lo que tienes que hacer mañana.

Ya habían hablado muchas veces de eso antes de que los Cameron llegaran a sus tierras. A él le parecía prematuro, pero los ancianos apoyaban a su tío y les parecía una manera de evaluar a los dos primos antes de que eligieran a uno. Después de pasar por las pruebas que habían programado los ancianos, uno de los primos sería proclamado sucesor del jefe del clan de los Mackintosh. No quedaba otro varón vivo y Caelan o él gobernaría la confederación Chattan cuando su tío muriera. Los ancianos elegirían a uno de los dos para que gobernara a la gente, las tierras y las posesiones de su clan.

Le debía mucho a Lachlan por haberlo criado después de que sus padres murieran. Él le había enseñado todo lo que necesitaba saber para vivir y mandar. Por eso, aunque discrepara con su tío, haría lo que le pedía, o le ordenaba. En ese momento, su tío había añadido cortejar a la muchacha Cameron como uno de los dones que se necesitaban para liderar el clan. Levantó la mirada y vio la firmeza reflejada en los ojos de su tío y la alegría y victoria en los de su primo.

Sí, a Caelan se le daban bien las mujeres. Sus palabras delicadas y sus caricias las encandilaban y las llevaban a su cama. Su primo, experto en conquistar y desechar a cualquier mujer dispuesta, emplearía esa experiencia para ablandar el corazón de la muchacha Cameron. Él no tenía ninguna esperanza de que la mujer que podía acabar con ese conflicto interminable entre sus familias no se sintiera atraída por su primo.

—Sí, tío.

Él prefería adiestrar a la guardia u organizar la defensa de sus fronteras que ese cortejo inútil, pero, al ver el ceño fruncido de su tío y los brazos cruzados sobre su inmenso pecho, supo que pasaría la tarde con esa muchacha, Arabella.

—Intenta que no se quede dormida —le provocó Caelan mientras se alejaba.

Le habría encantado replicar algo ingenioso o cáustico, pero no se le ocurrió nada. No era famoso por su ingenio o su sentido del humor. Tampoco era famoso por su destreza con las mujeres. Resopló, cruzó el salón y entró en el pasillo. Lo que se le daba bien era proteger a su clan de las constantes incursiones de sus enemigos.

Llevaba mucho tiempo deseando que ese conflicto terminara, incluso desde antes de que asesinaran a sus padres en una emboscada en las colinas que rodeaban el lago Arkaig.

Su deseo de encontrar algo que sellara la paz entre los Mackintosh y los Cameron había aumentado con cada lucha o batalla que había originado más pérdidas en su familia. Si además se conseguía sin que todos quedaran destruidos, mejor todavía. Prefería la paz mediante la negociación, pero la aceptaría independientemente de cómo se consiguiera. Aunque tuviera que casarse con esa muchacha que lucía una sonrisa falsa como si fuese su segunda piel.

Por eso, a pesar del recelo y del escepticismo que lo acompañaban siempre, obedecería las órdenes de su tío y la llevaría de paseo. Luego, podría centrarse en lo importante, en que lo eligieran para ser el próximo jefe del clan. Si eso implicaba casarse con una enemiga, lo haría.

 

Dos

 

Todo estaba yendo mejor de que lo que ella había esperado cuando salió del castillo en compañía de Caelan Mackintosh. Cabalgaban al lado de Caelan por el camino del pueblo seguidos por Ailean y un escolta Cameron y otro Mackintosh. Esa mañana también sonreía, pero era porque él hacía que sonriera y que lo pasara bien de verdad. Sus halagos no eran tan abrumadores como los que solía oír y los repartía bien. Caelan incluso había conseguido que Ailean sonriera, y eso no era una tarea fácil cuando se trataba de su sombría prima. Siguieron el camino hacia el este hasta que tomaron un sendero que bordeaba un arroyo que se adentraba en el bosque. Pasearon durante un rato a lo largo del arroyo con los demás a cierta distancia, aunque sin perderlos de vista.

Cuando volvieron para la comida de mediodía, estaba asombrada de que las horas hubiesen pasado tan deprisa.

—Espero que os haya gustado la excursión, lady Arabella —dijo él llevándose su mano a los labios—. Ailean, tu compañía ha sido una gran aportación a la mañana —añadió él dirigiéndose a la mujer sonrojada y balbuciente.

Caelan había conquistado a una Cameron e iba camino de conquistar a otra.

—Me ha gustado, señor, y ha sido un cambio muy agradable que fuese una mañana soleada después de las recientes tormentas —comentó Arabella.

—Casi como si los hados nos sonrieran.

Su tía la llamó y ella hizo un gesto con la cabeza. Había llegado el momento de atender la siguiente de sus obligaciones. Al menos, el día había empezado bien.

—Os dejaré para que os ocupéis de vuestras obligaciones —se despidió ella inclinando la cabeza.

Sus ojos azules dejaron escapar un destello y ella se fijó en el atractivo hoyuelo que la salía en la mejilla cuando sonreía. Era atractivo, hospitalario y encantador, unas virtudes dignas de tener en cuenta para un posible marido.

Subió los escalones hasta la puerta y entró detrás de su tía, quien no dijo nada hasta que llegaron a sus aposentos y mandó a Ailean a hacer un recado para que se quedaran solas.

—A juzgar por el color de tus mejillas y el brillo de tus ojos, diría que la mañana ha salido bien… —comentó su tía mientras la daba un paño que había junto a una palangana con agua.

—Sí. Es… aceptable —confirmó ella.

Mojó el paño en el agua y sonrió mientras se lavaba la cara y las manos.

—¿Aceptable? ¿Solo eso? Caelan parece el más agradable de los dos.

—Sí, tía —ella le devolvió el paño a su tía y se quitó el aro que le sujetaba el velo—. Me dijiste que no mostrara preferencia por ninguno y estoy intentando seguir tu consejo.

Se sentó para que la tía Gillie pudiera recogerle el pelo con una trenza y arreglarla antes de la comida.

—Aunque creo que soy poco optimista sobre mis posibilidades de que un matrimonio sea más feliz con uno que con otro.

Su tía siseó mientras le estiraba el pelo.

—El matrimonio no se celebrará por eso, Arabella. Tenlo muy presente mientras estás con estos hombres. Los ancianos de su clan tomarán la decisión y te casarás con el que elijan.

Arabella notó que el placer por la excursión se disipaba con cada advertencia de su tía. Entendía cuál era su obligación y la cumpliría, pero eso no significaba que no pudiera disfrutar con esos momentos cuando la decisión parecía estar muy lejos todavía. Llamaron a la puerta y no pudo replicar. Ailean abrió la puerta y entró.

—Están llamando para que vayamos a comer —dijo su prima.

—Vamos, tía Gillie. No debemos hacerles esperar.

Ella se levantó y se alisó el vestido. Ailean encabezó el camino hacia el salón porque estaba empezando a conocer los pasillos y escaleras de ese castillo enorme. Ella intentó aclararse las ideas y no preocuparse con la parte siguiente del día… con Brodie Mackintosh. Era lo opuesto a su primo, era sombrío y amenazante. Caelan hablaba y se reía con ella, pero Brodie la miraba fijamente con un aire de desaprobación que ella no podía entender. Era como si la mirara y la viera insuficiente. Por eso, fue un alivio cuando su tío comunicó que no los acompañaría en ese almuerzo. Al menos, sería placentero.

Caelan se sentó unos asientos alejado, junto al hermano de ella, pero siguió prestándole atención. Su padre sonrió más y los Mackintosh también. Parecía que cada día que pasaban allí se relajaba un poco más la tensión que había vibrado en el aire cuando llegaron hacía cuatro días. Sin embargo, el almuerzo informal terminó pronto, demasiado pronto, y llegó el momento de que pasara la tarde con Brodie. Tomando aliento, hizo un gesto con la cabeza a su tía y a su prima. El señor del castillo dio instrucciones a un sirviente para que la acompañara al patio y ella se dio cuenta de que Caelan se ofreció, pero su tío negó con la cabeza. Arabella siguió al sirviente fuera del castillo. Una vez en el patio, vio a Brodie junto a los caballos, despidió al hombre con una mano y se acercó a él.

 

 

Brodie se agachó y se cercioró de que la cincha que sujetaba la silla estuviera firme. Acarició al animal, que, aunque no era uno de los suyos, era muy hermoso. Los Cameron sabían seleccionar los caballos y tenían algunos de los mejores de las Highlands. Él susurró algo para tranquilizar al caballo y terminó la tarea, o la habría terminado si su amigo Rob no lo hubiese interrumpido.

—Vaya, es una preciosidad, ¿verdad? —comentó Rob desde el otro lado del caballo.

Brodie miró los atributos evidentes del caballo y frunció el ceño.

—Sí, es precioso —replicó sacudiendo la cabeza mientras comprobaba las riendas.

—¿Eres tonto o te lo haces? —preguntó Rob acercándose más a él—. La muchacha, la muchacha es preciosa.

—¡Ah, la muchacha! Sí —farfulló él siguiendo con lo que estaba haciendo.

Empezaba a pensar que había sido un error pedirle a Rob que los acompañara. Debería habérselo pedido a uno de los hombres que estaban de servicio.

—Vamos, tienes que reconocer que casarte con ella no sería un sacrificio. Tenerla en la cama… Ver ese pelo suelto… Esos ojos, esa boca…. —comentó Rob en voz baja antes de reírse de él—. No me importaría acabar con ella de esposa cuando este trato se cierre.

—Sí, es preciosa —reconoció Brodie mientras se alejaba un poco para mirar el caballo por última vez—. Si soy sincero, Rob, yo preferiría acabar con otra docena de cabezas de ganado o de caballos como este que con ella. El ganado y los caballos me serían más útiles que una mujer que vive de su belleza.

Brodie vio la expresión petrificada de su amigo y oyó el silencio que se hizo alrededor y supo que ella estaba detrás de él. Cerró los ojos un instante y resopló. Habían sido unas palabras desconsideradas que no debería haber oído ella, pero las había oído y tenía que disculparse. Su tío se enfurecería si no arreglaba eso. Se dio la vuelta lentamente mientras intentaba pensar lo que tenía que decir. Si se hubiese retrasado un segundo, no habría visto que sus ojos se habían oscurecido fugazmente y que había apretado levemente los labios. Las entrañas se le retorcieron al verlo, pero ella esbozó esa sonrisa vacía que siempre lucía y se acercó a él.

—Sois muy amable por acompañarme a recorrer vuestras tierras —dijo ella sonriendo—. Sé que tenéis otras obligaciones y os agradezco que me dediquéis vuestro tiempo.

—Lady Arabella…

Entonces, se quedó en silencio. Ni palabras acertadas ni equivocadas, nada.

—¿Qué os parece? —preguntó ella—. ¿No os parece magnífico?

Estaba siendo gentil y ofreciéndole una escapatoria al insulto que acababa de dirigirle. Él la aceptó.

—Sí, es fuerte y vivaz —reconoció él acariciando él lomo del animal—. Creo que también es resistente —añadió él mirándole las patas.

—Puede galopar durante días —comentó ella acariciando la cabeza del animal—. Me ha llevado en muchos viajes.

Ella retrocedió y lo miró a los ojos. Él intentó encontrar algún indicio de que se sintiese ofendida, pero sus ojos azules no reflejaban ninguna emoción.

—¿Nos vamos? —preguntó ella mirando las nubes que estaban formándose.

—Montaos —ordenó él al resto del grupo mientras la ayudaba a subirse a su caballo.

Una vez acomodada, le entregó las riendas y se montó en su caballo. Ella se sentó como si hubiese nacido en una silla de montar. Él no pudo evitar fijarse en que agarraba las riendas con la tensión justa para que el caballo tuviera cierta libertad, pero que también sintiera sus órdenes. Brodie salió por la puerta del patio y tomó la dirección opuesta a la que había tomado Caelan esa mañana. Rob sabía a dónde iban y se adelantó.

El escolta de los Cameron se quedó detrás y la prima de la muchacha, una joven que se llamaba Ailean con el ceño fruncido y aspecto de solterona, se quedó al lado de Arabella, justo detrás de él. Cruzaron el arroyo como a kilómetro y medio del castillo y siguieron hacia las montañas que cruzaban sus tierras desde el lago hasta el mar. Unos minutos después de que oyera a las mujeres susurrar detrás de él, Brodie se encontró con que la muchacha cabalgaba a su lado.

—¿Adónde vamos? —le preguntó ella en un tono delicado y sin dejar de mirar hacia delante.

—Ya habéis visto nuestras tierras cerca del lago. Vamos a un sitio en la montaña para que tengáis otra vista —era su sitio favorito, pero no lo dijo—. Dentro de poco, tomaremos el sendero de la montaña.

Ella no volvió con su prima, siguió su paso y se quedó a su lado, lo cual, probablemente, era lo que había hecho con Caelan. La intranquilidad le atenazó las entrañas, prefería luchar contra un ejército de Camerons que lidiar con ella. Peor aún, ella ni siquiera su había dado por insultada y así conseguía que eso fuese lo único que él podía pensar mientras ascendían por el sendero. Doblaron un recodo y entraron en un claro, en un saliente por encima de las tierras de los Mackintosh. Era una vista que le gustaba y a donde iba cuando necesitaba soledad. En ese momento había nubes bajas, pero cuando brillaba el sol y soplaba la brisa, se podía ver a kilómetros de distancia hacia el mar por un lado y el lago por otro.

—Es… precioso.

La voz entrecortada de ella lo sobresaltó porque se había olvidado de que estaba allí.

—Sí.

La miró de soslayo y vio que sus ojos, normalmente vacíos, estaban rebosantes de asombro. Por un instante disparatado, él llegó a pensar que quizá no apreciara solo la vista, sino las tierras en sí. Unas tierras mucho más extensas que las de los Cameron aunque se contaran las tierras que les habían robado hacía generaciones. Oyeron que los demás se acercaban y la mirada de ella cambió tan deprisa como había aparecido. Además, también volvió la temida sonrisa.

—Estoy desorientada —comentó ella—. ¿Dónde está el lago?

Brodie se giró en la silla y señaló a la derecha.

—El lago Lochy está a unos siete kilómetros en esa dirección. Arkaig está al norte y el mar a unos cincuenta kilómetros al oeste.

—¿Y las tierras de los Mackintosh? —preguntó ella mirando de un lado a otro.

—Desde el lago hasta donde alcanza vuestra vista por el oeste —contestó él sin disimular el orgullo—. Y hasta bastantes kilómetros por el norte y el sur también.

Ella miró en las direcciones que le había indicado y asintió con la cabeza.

—Entonces, teníais razón —comentó ella con delicadeza y mirándolo a los ojos.

—¿Razón sobre qué, lady Arabella?

Él dio la vuelta al caballo para ponerse de frente a ella y sus piernas casi se rozaron. No podía recordar que hubiese dicho nada aparte de la extensión de sus tierras y sabía que tenía razón al respecto, las conocía a la luz del día o en la oscuridad de la noche.

—Sobre que más ganado o caballos os serían útiles. Quizá debierais incluirlo en las negociaciones de los Mackintosh antes de que sea demasiado tarde —contestó ella con una mirada gélida y sin sonreír por un instante.

Entonces, Rob se rio ligeramente detrás de ellos y ella recuperó el dominio de sí misma. Había sido el único momento en el que había visto a la auténtica muchacha y había desaparecido. La gélida doncella lo miró sonriendo hasta que, con un leve movimiento de la mano, lo rodeó con el caballo y se marchó del claro. El resto la siguió precipitadamente y él se quedó solo mirando sus tierras y pensando en los errores que había cometido hasta el momento. Primero, había estado tan ocupado intentado pasarla por alto y no preocuparse por el posible matrimonio que no se había fijado en ella ni en su verdadera personalidad.

Para ser el hombre que supervisaba a los espías del clan de los Mackintosh, eso era un fallo enorme. Segundo, no había hecho lo que hacía mejor; darse cuenta de las cosas que afectaban a la seguridad del clan y prepararse para la batalla. Solo había visto lo que esa muchacha había querido que él, y todos, vieran: una mujer que no pensaba por su cuenta y que hacía lo que le decían que hiciera. Tercero, y lo peor para su tranquilidad de espíritu, descubrir que no era una belleza insustancial y con la cabeza vacía le agradaba de una manera que prefería no pensar ni reconocer.

Se dirigió hacia el sendero que bajaba de la montaña y decidió que tendría que vigilarla más de cerca, pero no entendió por qué eso hizo que sonriera. Los alcanzó y se puso al lado de ella, con la prima, Rob y los escoltas por delante. Todavía tenía que disculparse por esas palabras tan ácidas e insultantes.

—Lady Arabella —frenó un poco el caballo para que la distancia fuese mayor—, me gustaría hablar con vos.

Cuando la doncella miró hacia atrás y vio que la separación aumentaba, lady Arabella le hizo una señal con la mano, se quedó a su altura y cabalgaron un momento en silencio mientras él intentaba elegir las palabras con más cuidado que antes. Una vez más, ella lo salvó.

—Señor… —empezó a decir ella sin alterarse y sin mirarlo—. Me han educado para que cumpla con mi deber hacia mi familia. Ese deber es que me case con el próximo jefe de vuestra familia, sea quien sea. Lo cumpliré independientemente de mis sentimientos personales. ¿Puedo suponer que haréis lo mismo? —preguntó ella mirándolo a los ojos.

—Cumpliré con mi deber —contestó él asintiendo con la cabeza.

No sabía muy bien cuáles eran sus sentimientos personales al respecto cuando ella lo miraba así, pero ya lo pensaría más tarde, por el momento…

—Lady Arabella, yo… —él balbució sin que le salieran las palabras que quería decir—. Yo no debería haber dicho lo que dije sobre vos.

—¿Dijisteis de verdad que necesitabais el ganado o lo caballos más que a mí? —preguntó ella sin que el tono o la expresión delataran sus sentimientos.

—¿Queréis oír la verdad?

—Prefiero la verdad, la oigo muy pocas veces.

—Sí, necesitamos más ganado.

Se hizo el silencio, pero ninguno de los dos miró hacia otro lado.

—Entonces, la ventaja de tener una esposa es que ella os proporcionará el oro para que podáis comprar más ganado.

La muchacha se movió en la silla de montar y él supo que iba a alejarse. Alargó una mano y tocó la de ella. Ella dio un respingo por el contacto, pero no la retiró.

—Sí, pero, aun así, no debería haberlo dicho.

—No —ella levantó la mano de debajo de la de él y tomó las riendas—. No deberíais haberlo dicho.

Ella se dirigió hacia donde estaban los demás y él se rio en voz alta por primera vez desde hacía mucho tiempo. Esa muchacha era mucho más de lo que se había imaginado. Quizá, casarse con ella, si tenía que hacerlo, no fuese tan malo…

 

Tres

 

Malcolm se abrió paso entre la multitud de Mackintosh que se había reunido para la comida. Ella se fijó en que se había parado varias veces para hablar con distintas jóvenes. Su hermano era alto y apuesto y atraía las miradas mientras se acercaba a la tarima. Le sonrió y se sentó al lado de ella.

—Bueno, dentro de un par de días nos iremos de aquí —le susurró él mientras una criada muy servicial y pechugona le llenaba la copa.

—Sí, un par de días más y nos marcharemos —confirmó ella—. Sin embargo, dentro de unos meses yo tendré que volver y quedarme para siempre.

—¿No quieres casarte aquí? —preguntó él mirándola a los ojos—. ¿Has cambiado de opinión? —él entrecerró los ojos—. Dime la verdad.

Él era la única persona a la que podía decirle lo que sentía de verdad. Habían compartido el vientre de su madre y habían pasado casi toda la vida juntos desde que nacieron.

—Quiera o no, haré lo que se espera que haga. Ya lo sabes —susurró ella—. Solo me gustaría saber algo más de ellos dos. Me gustaría tener más tiempo. Me gustaría…

Ella no siguió. Lo que le gustaría daba igual en las negociaciones o en su resultado. Sintió que unas lágrimas inesperadas le abrasaban la garganta y bebió un poco de cerveza para tragarlas.

—¿Qué puedo hacer para aliviar tu carga y tus preocupaciones, hermana?

—¿Casarte con el que elijan como sucesor?

Malcolm se rio tan sonoramente que llamó la atención de todos. Su tía frunció el ceño para avisarle de que el comportamiento de ella era inadecuado.

—No creo que vaya a escaparme de un trato matrimonial como el tuyo —replicó Malcolm—. Si hubiese habido una hija, puedes estar segura de que me habrían sacrificado como el cordero que tú eres —él se inclinó hacia ella—. Además, tampoco creo que vaya evitar que me vendan al siguiente mejor postor.

Alguien, unos de sus amigos, lo llamó. Malcolm vació la copa y se puso serio antes de marcharse.

—De verdad, ¿puedo hacer algo para tranquilizarte por el matrimonio y el trato que se ha hecho?

—Descubre cómo son esos hombres.

Eso era lo importante de verdad. Ella solo veía lo que ellos le mostraban, como ellos no sabían nada o casi nada de ella. Sin embargo, cualquiera de los dos, como marido suyo, controlaría completamente su cuerpo, su patrimonio y su futuro. Ellos no tenían nada que temer por casarse, pero ella tenía muchas preocupaciones. Preocupaciones que no podía decir ni comentar, pero que le quitaban el sueño.

—¿Que descubra qué? —preguntó él haciendo un gesto con la cabeza a sus amigos.

—Qué clase de hombres son. Cómo tratan a otras mujeres. El concepto que tienen de ellos en el clan. Ese tipo de cosas.

—El tamaño de su p…

Ella le tapó la boca con la mano antes de que pudiera terminar la palabra y se sonrojó. Solo el irreverente de su hermano le diría algo así, pero disfrutaba escandalizándola.

—¡Malcolm!

Él le apartó la mano y le besó el dorso. Se levantó, inclinó la cabeza a su padre y al jefe de los Mackintosh y se alejó después de guiñarle un ojo. Sus amigos lo rodearon enseguida y ella sonrió. Él descubriría lo que ella necesitaba saber, la ayudaría a prepararse para esa vida nueva que la esperaba.

Dejó de mirar a su hermano y Brodie captó su atención. Siempre parecía intranquilo, siempre miraba alrededor por el rabillo del ojo y vigilaba a todo el mundo. Ella creía haber visto que hacía algunos gestos disimulados a otros hombres repartidos por la reunión. ¡Efectivamente! Acababa de intercambiarse un mensaje con un hombre alto que estaba al fondo del salón. Dio un sorbo y lo miró por encima del borde de la copa. Él volvió a hacerse señales con todos los hombres, uno a uno, hasta que su mirada se clavó en ella. Estuvo tentada de apartar la mirada, pero lo saludó con la cabeza y lo observó mientras se acercaba.

Era más alto que su primo y tenía al pelo largo y castaño, solo recogido en los lados de la cabeza. Aunque no lo veía sonreír casi nunca, tenía unas arrugas alrededor de los ojos marrones y de la boca que indicaban lo contrario. Como sus piernas eran largas, salvó la distancia con unas zancadas y se quedó delante de ella con los brazos cruzados y mirándola con tanto detenimiento como ella a él.

Sus encuentros desde el día que fueron a la montaña, cuando él le dijo que prefería más ganado a ella, habían sido una mezcla interesante de cortesía y desafío. La noche anterior, durante la cena, le hizo una pregunta sobre cosechas y lo que él farfulló después le indicó cuánto le sorprendía que ella pudiera hablar de esas cosas. Esa mañana, en el patio, él le pidió permiso para montar su caballo. Le dijo que el animal necesitaba una buena cabalgada después de llevar tanto tiempo en el establo, pero ella captó que le gustaban los caballos tanto como a ella.

En ese momento, lo tenía delante y esperando a que ella le permitiera sentarse a su lado. Dejó la copa en la mesa y asintió con la cabeza. Brodie se sentó en la silla que había dejado vacía su hermano.

—Muchas gracias por permitirme montar vuestro caballo, lady Arabella.

Ella se quedó sin aliento cuando él sonrió y su hermoso rostro viril se iluminó. ¿Cómo había podido parecerle intimidante y amenazante?

—¿Qué os ha parecido? —preguntó ella mientras esperaba a que les rellenaran las copas—. ¿Hasta dónde habéis ido?