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Ashley Larsen odiaba volar. Pero entonces David McLean se sentó a su lado y, de repente, empezó a desear que el retraso del avión se prolongara. Cuando les dijeron que el vuelo se retrasaba hasta el día siguiente, no perdieron tiempo en ir al hotel del aeropuerto. Afortunadamente, los Estados Unidos estaban llenos de ciudades. Los Ángeles, Nueva York, Miami... Nada podía sugerir más pasión y tórrido deseo que una aventura tan cosmopolita...
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Seitenzahl: 223
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 2010 Kathleen O’Reilly
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Seducción inevitable, Elit nº 444 - enero 2025
Título original: Hot Under Pressure -ANT
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410745773
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Ashley Larsen pasó prácticamente por encima de una familia de tres al tiempo que murmuraba unas palabras de disculpa. En realidad, por muy elegante que fuera aquel avión, no había modo adecuado en el que una pudiera llegar a su asiento con la dignidad intacta. Además, el pequeño de la familia de tres no hacía más que pincharla en el trasero y reírse a carcajadas. Su madre, mientras tanto, trataba de fingir que no ocurría nada.
Con una tensa sonrisa en el rostro, Ashley pasó por delante de aquel mocoso rebelde y consiguió sentarse con un suspiro de alivio. Odiaba los cinco asientos de la fila central. ¿A quién podía haberle parecido que algo así podía ser una buena idea?
Afortunadamente, por fin había conseguido sentarse, aunque, a partir de aquel momento, le aguardaba su verdadero desafío: prepararse para el despegue. Sacó la bolsa de plástico de su equipaje de mano y metió su maleta debajo del asiento anterior. Entonces, con un gesto de furia, se quitó los zapatos y se colocó sus cómodas zapatillas de conejitos color rosa. Si iba a morir en el aire, al menos, quería que fuera con algo a lo que le tuviera mucho cariño.
Ashley odiaba volar. Le aterraba la idea de moverse a través del cielo a miles de metros de distancia del suelo, pero tampoco le gustaba ser esclava de sus temores por lo que, como mecanismo de supervivencia, había creado un ritual propio antes de empezar a volar. Todos los meses, cuando despegaba del aeropuerto O’Hare para uno de sus viajes, seguía meticulosamente el mismo ritual para tratar de mantener la cordura. Fuera como fuera, funcionaba.
Muy pronto, todos los pasajeros estuvieron sentados y las azafatas comenzaron con las comprobaciones pertinentes antes de despegar. Justo cuando Ashley terminaba de prepararse muy adecuadamente para despegar, otro pasajero entró en la cabina y reclamó el único asiento libre que quedaba en el avión. Justo el que quedaba entre Ashley y la familia de tres.
Se puso a mirar hacia la ventanilla. Normalmente no era una persona grosera, pero su miedo a volar le sacaba todos los demonios que tenía dentro. Valerie, su hermana, decía que aquellos viajes le venían bien para conseguir superar sus miedos, que el único modo de superar una fobia era enfrentarse a ella. Ashley había pensado en muchas ocasiones que iba a dejar de escuchar a su hermana, pero no aquel día. Aquel día necesitaba su ritual.
Un poderoso muslo rozó el suelo. Ashley se sobresaltó.
—Lo siento —dijo una voz profunda y masculina. Ashley se dio la vuelta para mirarlo y la sonrisa cortés que había dibujado en el rostro se le congeló inmediatamente.
¡Vaya hombre!
Iba vestido con unos pantalones de color caqui y una camisa blanca, algo arrugada, que, en la mayoría de los hombres, tendría un aspecto lamentable, pero en él… En ocasiones, el hábito hace al monje, pero, en aquella ocasión, era exactamente al contrario.
En todas sus horas de vuelo, que Ashley había compartido con señoras de edad, familias varias y obesos hombres de negocios, nunca antes se había sentado junto a un hombre que tuviera una hermosa sonrisa, unos maravillosos ojos castaños y un magnífico cuerpo que parecía suplicar que lo dejaran al descubierto.
Ashley tragó saliva.
—No pasa nada —dijo ella un segundo antes de volver a apartar la mirada.
«Vamos, Ashley, flirtea un poquito. Sonríele. A los hombres les gusta eso».
Era la voz de Valerie. La primera vez en tres años que Ashley sentía calor entre las piernas y ella se ponía a escuchar a su hermana pequeña.
—Creía que no iba a conseguir llegar —comentó el hombre.
Ashley no sabía qué hacer. Le habría gustado seguir charlando con aquel hombre tan guapo, pero era consciente de sus zapatillas. Trató de ocultarlas bajo el asiento, pero resultaba casi imposible por la falta de espacio.
—Pero lo ha conseguido —replicó ella con una sonrisa. Entonces, se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se detuvo en seco.
—He tenido que recorrerme toda la terminal corriendo porque el próximo vuelo a Los Ángeles no es hasta mañana a las seis y yo sólo quiero terminar con esto. ¿Se ha sentido así en alguna ocasión?
—Siempre.
Él sonrió. Entonces, frunció el ceño inmediatamente. Estaba mirando hacia el pasillo.
Debía de estar casado. O al menos tener pareja.
Sutil pero inconscientemente, Ashley le miró la mano izquierda. No estaba interesada. No necesitaba un hombre. Ni siquiera lo deseaba, por mucho que Valerie insistiera en ello. Por eso no entendió el saltito que le dio el corazón al comprobar que no había anillo.
Mientras consideraba sus propias reacciones, observó cómo la azafata sacaba un chaleco salvavidas para demostrar los procedimientos de seguridad. Ashley se imaginó flotando sola en el océano, con las manos ateridas de frío, el rostro con un ligero color azulado y los pulmones debilitándose poco a poco. Se agarró con fuerza al reposabrazos. Sabía que el lago Michigan tenía una temperatura de unos quince grados en abril, lo que no estaba tan mal, pero había visto la maldita película de Titanic. No quería vivir la experiencia.
—¿Es su primer vuelo? —preguntó el guaperas con una hermosa sonrisa que tuvo el inesperado efecto de calmar los temores de Ashley.
—Desgraciadamente no. El año pasado me dieron una tarjeta platino por mis numerosos vuelos. Sencillamente, soy una cobarde de corazón.
—Lo siento —dijo él. Los ojos color avellana parecían tener un cierto brillo verdoso, cálido y terrenal, que conseguía distraerla de sus temores más que el relajante muscular. Ese hecho le recordó que hacía mucho que no tenía relaciones sexuales.
—No tiene por qué. Es herencia familiar. Así somos los Larsen.
El desconocido volvió a sonreír. Ella sintió cómo su delator corazón volvía a palpitar con fuerza. Apartó la mirada de aquellos cautivadores ojos verdes y se fijó en el niño de la familia de tres, que parecía estar preparando su siguiente travesura.
«Pregúntale su nombre».
«No».
«Se trata sólo de un nombre, una presentación cortés. No le estás invitando a nada».
«No me importa. Cállate, Valerie».
«Pero si ni siquiera estoy aquí».
«Lo sé. Juro que cuando aterrice voy a ir a ver a un psicólogo».
«No seas gallina, Ashley».
«Sé perfectamente que lo soy. No hay más».
«¿Por qué me molesto contigo?»
«Porque eres una sádica y disfrutas con mi dolor. Te hace sentir superior».
«Ni siquiera estoy aquí…».
—No me hables —murmuró Ashley mientras se preguntaba si escuchar los sermones de su hermana significaba que estaba a punto de sufrir un ataque de nervios. Ciertamente eso era lo que parecía.
—¿Cómo dice? —preguntó el guaperas.
—Oh. No me refería a usted. Oigo voces.
Él levantó las cejas. Tenía una fantástica sonrisa en el rostro, aunque no era una sonrisa completa, sino más bien un gesto de la comisura derecha de la boca, que iba adornada de un minúsculo hoyuelo.
—¿Es parte de la fobia?
—No. Mi hermana psicótica. ¿Tiene usted una hermana psicótica?
—No.
—Pues no sabe la suerte que tiene. Yo siempre he pensado que habría estado bien tener un hermano, siempre que no sermonee.
—¿Y su hermana le sermonea?
—Sí. Como si fuera mi madre.
—Vaya, lo siento.
Se había vuelto a disculpar. Ashley pensó en lo raro que resultaba oír disculparse a un hombre. Jacob jamás se había disculpado. Ni siquiera una vez.
Justo en aquel momento, Junior, que así se llamaba el niño de la familia de tres, decidió apuñalar al guaperas con una pajita en la mano. Él soltó un grito y se agarró con fuerza al reposabrazos, atrapando sin querer la mano de Ashley.
Ella también soltó un grito mientras Junior se reía como un histérico. Su madre, muy cortésmente, miró en la dirección opuesta como si estuviera completamente en paz con el mundo. Los relajantes musculares producían ese efecto en una persona.
El guaperas apartó la mano de la de Ashley y la miró. Los ojos verde avellana le dedicaron una mirada de verdadero pánico. Parecía haber comprendido la seriedad de su situación: cuatro horas sentados junto al terror de los cielos.
—Acaban de soltarlo —susurró Ashley—. Lo buscan en cuatro estados. Vi su rostro en un cartel que estaba colgado en la oficina de correos.
El guaperas se inclinó hacia ella. Ashley sintió el cálido aliento que emanaba de sus labios contra la piel.
—¿A usted también la ha apuñalado?
—No, pero me ha sometido el trasero a un magreo de tercer grado.
—¿De verdad? —preguntó él con una sonrisa—. Estamos frente a un cerebro criminal con muy buen gusto.
«Está ligando contigo, Ashley. Está ligando».
«Cállate, Valerie».
—¿Para qué va usted a Los Ángeles? —preguntó Ashley, comenzando también a flirtear con el desconocido—. ¿Se debe a trabajo, vacaciones o simplemente para tener un cambio de aire?
—Trabajo —respondió él mientras golpeaba suavemente con los pies la bolsa de un ordenador—. Soy analista empresarial. ¿Y usted?
—Voy a comprar ropa.
El desconocido la miró de la cabeza a los pies y se dio cuenta por fin de las zapatillas de conejito que ella llevaba puestas.
—¿Tanto le gusta ir de compras?
—Soy dueña de algunas boutiques —dijo.
Se había comprado las tiendas como regalo para sí misma tras su divorcio. Había tratado con ello de reinventar su vida, pero el negocio no había funcionado como ella esperaba. El olfato empresarial de Ashley no había aparecido mágicamente, tal y como Valerie había esperado. El hecho de tener buen ojo para los colores y los estilos no bastaba. De hecho, en los últimos meses, sobre todo cuando tenía que pagar sus innumerables facturas, había pensado en vender. Además, le habían subido el alquiler por segunda vez en dos años y ella había empezado a sentirse convencida de que no estaba capacitada para llevar un negocio.
De repente, cuando sintió que el avión comenzaba a dar marcha atrás, sintió el ya familiar vacío en el estómago.
—¿Asustada?
—Estoy bien —replicó Ashley. Y así sería. A pesar de sus muchos problemas, Ashley era una superviviente. Cuando se encontraba trabajando en un escaparate nuevo, rodeada de maniquíes ataviadas de hermosas prendas, era capaz de recuperar el sueño. Podría conseguirlo. Lo único que necesitaba era mantener la fe.
Le dedicó al desconocido una débil sonrisa. Él no había retirado la mano. Se la mantenía agarrada en un gesto que se suponía que debía ser reconfortante.
«Si movieras un poquito el pulgar, a modo de pequeña caricia…».
«Cállate, Valerie».
Él tenía las manos grandes, cálidas, con largos dedos que parecían ofrecer infinitas posibilidades.
—¿Va todo bien?
—Genial.
Justo en aquel momento, los motores comenzaron a rugir. Rápidamente, Ashley sacó una bolsita para vomitar.
Por si acaso.
David McLean no se había sentido muy emocionado ante la perspectiva de ir a Chicago para ver a su hermano. Ex hermano. Chris había perdido todo el derecho a utilizar aquel título familiar después de acostarse con la esposa de David. Habían pasado ya cuatro años desde aquello, pero a David aún le escocía.
Sin embargo, al ver a la desconocida enfundada con unas zapatillas de conejito que tenía a un lado y al pequeño monstruo que tenía al otro, sintió que algo muy poco familiar se le dibujaba en el rostro. Una sonrisa.
La mujer le gustaba. Tenía el cabello oscuro, casi negro, unos dulces ojos pardos y una nariz que era demasiado grande como para ser simplemente respingona. Sin embargo, le daba algo distintivo a su rostro: carácter. Además, tenía una hermosa boca de labios gruesos que estaban siempre ligeramente separados, como si fueran los de un niño que ve el mundo por primera vez… o una mujer que está a punto de tener un orgasmo.
Algo se le estaba despertando en los pantalones y suponía un gran problema. El sexo convertía a los hombres en perros estúpidos. Como ejemplo, lo que le había ocurrido a Chris con Christine. Cuando le presentó a su hermano por primera vez a la que iba ser su futura esposa, los tres se rieron de lo parecidos que eran los nombres de éstos. Cuando los encontró a los dos en la cama, la cosa dejó de tener gracia.
Lanzó una mirada furtiva a las zapatillas de conejito.
—Me llamo David —dijo.
—Ashley.
—¿Eres de Chicago?
—Nacida y criada aquí. Seguramente moriré también en esta ciudad. ¿Y tú? ¿Eres también de Chicago?
—No. De Nueva York.
De repente, algo hizo que David mirara hacia la ventanilla. El avión había dejado de avanzar por la pista de despegue y se dirigían de nuevo a la puerta por la que habían embarcado en la nave.
Ashley también se dio cuenta.
—Ocurre algo, ¿verdad?
Estaba a punto de llamar a la azafata para que la informara cuando el capitán comenzó a hablar por la megafonía del avión con una voz tranquila y sosegada, que sólo consiguió que Ashley se pusiera más nerviosa.
—Señoras y caballeros, acabamos de tener una avería mecánica sin importancia. Nada de lo que preocuparse. Voy a regresar a la puerta de embarque para que los mecánicos puedan realizar las comprobaciones necesarias. Tendremos que estar aquí durante un rato, así que podrán desembarcar si quieren. Les recuerdo que necesitarán su tarjeta de embarque para poder volver a montar en el avión.
—¿Significa eso que no vamos a volar? —preguntó ella. David notó inmediatamente el alivio que se le había reflejado en la voz.
—Claro que vamos a volar —respondió David. Quería tranquilizarla, pero, más que nada, necesitaba regresar a Los Ángeles. Cuando antes se marchara de Chicago, mejor.
—No me pienso quitar las zapatillas. No me pueden hacer eso.
—No pasa nada. Estoy seguro de que no tardaremos mucho.
—¿Qué clase de problemas mecánicos crees que tiene el avión? Una vez, yo tenía que ir en avión a Miami. Pensaron que había problemas con el tren de aterrizaje, pero luego resultó que todo estaba bien.
—En una ocasión, yo iba a Houston. El motor se paró… —dijo él. Entonces se percató de que ella había abierto los ojos como platos. Decidió no dar más detalles—. Lo siento. No pasó nada. Aterrizamos bien. Tienen motores de refuerzo, por si falla algo.
Se dio cuenta de que no la estaba ayudando, por lo que decidió que era mucho mejor callarse.
Maldita sea… Le gustaba hablar con ella. Normalmente, durante los vuelos sacaba su ordenador y se ponía a trabajar, pero, aquella tarde, estaba un poco confuso. Dos semanas atrás le había dicho a su ex esposa que tenía que ir a Chicago para una reunión de trabajo. No debería haberla llamado. Christine le había dicho que estaba embarazada. Al final, David había decidido mentir y le había dejado un mensaje en el que le comunicaba que, después de todo, no iba a pasar por Chicago.
A David no le gustaba ser un cobarde. Jamás lo había sido. Tan sólo en esa ocasión.
Lo del embarazo le había dolido. No se trataba de que quisiera recuperar a Christine, pero le había escocido mucho que prefiriera a su hermano, que la palabra «fidelidad» no formara parte de su vocabulario y que él, como profesional que evaluaba negocios que movían millones de dólares a diario, no hubiera sabido elegir a la esposa perfecta.
—Conozco un pequeño café en la Terminal 1 —comentó. No quería quedarse allí sentado evaluando las implicaciones sociales que tenía el hecho de tener un sobrino que era el hijo de su ex esposa. Algo de comer resultaba mucho más atrayente. Entonces, le miró los pies—. Huy. No importa.
—¿El que hay al lado de la Puerta 12?
—Sí. ¿Lo conoces?
—Claro. Como allí en muchas ocasiones —dijo ella. Separó aún más los labios, atrayendo los ojos de David. Aquello olía a problemas—. Hay pocas cosas que me animen a quitarme mis zapatillas, pero lo hago por un perrito caliente y un motor de avión averiado. Vayámonos antes de que Junior engulla otra barrita de chocolate.
Se llamaba David McLean. Tenía el cabello castaño, con un corte muy conservador que le sentaba muy bien. Sí. Jamás se parecería a un modelo de pasarela, pero había algo en él que le fascinaba. Era curioso e inteligente. Preguntaba sobre todo, pero no parecía tan dispuesto a hablar sobre sí mismo. Al final, descubrió por qué.
Estaba divorciado. La mandíbula se le tensó al mencionarlo, por lo que Ashley estaba segura de que no había sido un divorcio amistoso.
El restaurante estaba tranquilo, sumido en una tenue luz. Los camareros y camareras trabajaban con eficacia y los pequeños cubículos resultaban perfectos para las confidencias.
—No es fácil, ¿verdad? —comentó ella pensando en su propio divorcio.
Dos semanas de orgullo herido, muchas más en la que tuvieron que solucionar el tema económico para dividir entre ambos las pertenencias que tenían y cinco meses de preguntas incómodas y de consejos bienintencionados por parte de los amigos. Entonces, Ashley se levantó una fría mañana de diciembre y supo que todo iba a salir bien. Iba a poder sobrevivir. Mientras estaba en ese estado tan frágil Valerie la convenció para que hiciera algo radical con su vida, para que viviera su sueño y comprara una cadena de cuatro pequeñas boutiques en Chicago. Para volver a empezar.
—¿No te va muy bien? —le preguntó David cuando ella le dijo a lo que se dedicaba.
—¿Por qué dices eso?
—No sé. No pareces tener la joie de vivre que tienen los dueños de muchos pequeños negocios cuando las cosas van bien.
—¿Es que ves a muchos dueños de muchos pequeños negocios?
—Oh, sí. De Omaha a Oahu. Kalamazoo a Klondike. He visto muchos.
—Oh.
—Ser el dueño de su propio negocio implica mucho trabajo. Yo me siento y les explico a esas personas cuánto vale su negocio, lo que están haciendo mal y recomiendo a nuestros inversores si deberían entrar en ese negocio o no. Mi trabajo es la parte más fácil. Después, examino la operación, hablo con unos cuantos clientes y proveedores, hago números y me voy al siguiente negocio. A la siguiente oportunidad.
—Yo antes era agente de reclamaciones de seguros —comentó ella. David hizo un gesto divertido con los labios. Ella lo interrumpió—. No me lo digas. Lo sé. Tengo todo el aspecto.
—No. De una agente de seguros, no. Tal vez de una librera o de una pastelera. Algo más personal.
—Yo creo que eso es un cumplido.
—Lo es. Eres demasiado mona para el negocio de los seguros. ¿Por qué el mundo de la moda?
«Mona. Cree que eres mona».
«Es de Nueva York»
«¿Y a quién le importa? Aprovéchate, Ash».
Durante un segundo, ella lo miró a los ojos… algo más osadamente de lo que solía.
—Quiero demostrar algo. Quiero tomar una planta y alimentarla, cuidarla, regarla y ver cómo florece.
—Florista. Te veo de florista —afirmó él, chascando los dedos.
Ashley se echó a reír.
—No, no… De florista nada. Quería hacer algo que pudiera dirigir. Algo que me representara un desafío. Me sentía atrapada y necesitaba demostrar que podía hacer algo diferente.
—¿Y la moda representa un desafío?
—Sí —respondió ella. Los hombres no tenían ni idea. A ella le había llevado dos horas decidirse por la falda amarilla, una camiseta verde pálida perfecta y un collar de cuentas de cristal. El atuendo le quedaba maravillosamente con su cabello y, lo mejor de todo, no dejaba arrugas en los viajes.
—Buena suerte.
—Gracias.
—Bueno —dijo él, reclinándose en el asiento. Entonces, observó los monitores en los que se anunciaban las salidas—, creo que es mejor que regresemos a la puerta de embarque.
—¿Tienes muchas ganas de marcharte de aquí? —preguntó ella, tras notar la tensión que se le había reflejado en el rostro.
—No. No es eso.
Ashley sabía lo que le ocurría.
—Negación. No te preocupes. Las cosas mejorarán.
—¿Han mejorado en tu caso?
—Oh, sí —mintió ella. No habían empeorado, pero tampoco habían mejorado. Estaba sumida en una especie de limbo posdivorcio del que no sabía cómo salir.
—¿Cuándo fue la última vez que saliste con alguien?
—No hace mucho tiempo.
—¿Cuánto?
Ashley se rebulló en su asiento.
—No sé… —respondió vagamente. Llevaba tres años y ocho meses divorciada, pero no le apetecía la idea de volver a salir con nadie. Le parecía que estaba mal. Tenía treinta y dos años y no podía salir para ir simplemente a sentarse en un bar. Si se apuntaba en una agencia matrimonial tenía miedo de que nadie la eligiera. Además, la mayoría de las citas a ciegas que había tenido habían sido decepcionantes.
—¿Hace más de un año?
—Tal vez, pero he estado ocupada.
David permaneció en silencio durante un instante antes de contestar.
—Lo comprendo. Yo no soy uno de esos hombres que tiene que estar casado. Cocino y me lavo yo solo la ropa. Soy muy independiente.
—En ese caso me parece que estás en la situación idónea…
—Eso creo. ¿Y tú?
—Oh, sí…
De repente, decidió dejar de fingir. David estaba en su misma situación. Sabía exactamente lo que se sentía. ¿Por qué no decir la verdad? Ashley echaba de menos cocinar para dos, despertarse los domingos por la mañana y no tener que planear el día. Regresar del trabajo y comentar lo ocurrido en su jornada laboral. Había estado casada siete años. No había sido el mejor matrimonio del mundo, pero…
—A veces lo es, pero a veces no. Bueno, ya sabes. Hay cosas que echo de menos.
—Sí…
—Por la noche me siento sola.
—Exactamente.
—Es decir, sé que puedo pedirle a Valerie que venga a ver una película conmigo, pero a mí me encantan las películas de terror por la noche y a mi hermana le dan mucho miedo. Lo único que vemos son dramas históricos. De algún modo, ver televisión resulta más entretenido si es con otra persona.
—Claro. Creo que deberíamos volver al avión.
—¿Volver al avión? ¿Al lado de ese niño? Debes de ser tan sádico como Valerie —comentó ella riendo.
—Tal vez esté dormido.
Cuando volvieron al avión, no tuvieron esa suerte. Junior estaba muy activo, seguramente por todo el chocolate que parecía haberse comido a juzgar por las manchas que tenía en la cara. No hacía más que saltar encima del asiento, pero, al menos, no parecía tener a mano ningún tipo de objeto que pudiera utilizar como arma.
David observó cómo Ashley se cambiaba de nuevo de zapatos y se dio cuenta de que tenía unos pies verdaderamente bonitos. Suaves, compactos, con bonitas curvas. Sintió que su miembro viril se rebullía un poco y apartó la mirada. ¿Excitado por unos pies? Estaba perdido… completamente perdido. Hacía mucho tiempo desde la última vez que había estado en compañía de una mujer soltera. Después del divorcio, se había consagrado por completo a su trabajo porque le gustaba y se le daba bien. Si no podía tener una vida familiar, al menos podría asegurarse la jubilación. Aquel día había sido como sumergirse en un océano profundo. Todo había vuelto: los nervios, el deseo…
«Si por lo menos ella no hubiera mencionado la palabra “sexo”…». En realidad, ella no había mencionado el sexo para nada. Sólo había pronunciado la palabra «por las noches». La imaginación de David había hecho el resto. Deseaba sinceramente que no estuvieran en un aeropuerto. No hacía más que preguntarse si la falda se le levantaría tan fácilmente como parecía para poder acariciarle los muslos. Piel tostada, cremosa, suave… Piel deliciosa frotándose contra la de él…
Mientras trataba de evitar mirarle la piel, levantó los ojos y se encontró de pleno con el pecho de Ashley. Muchas curvas ahí también. Después de eso, apartó la mirada y se encontró con los ojos de Junior. El niño parecía saber lo que él estaba pensando. A una altitud de treinta mil pies, no le iba a resultar mucho más fácil. Era mejor concentrarse en otras cosas menos excitantes. Junior le lanzó un bloque de Lego.
Cosas como la supervivencia.
Dos horas más tarde seguían sin despegar. Estaban esperando o una pieza nueva u otro avión. Los pilotos no parecían estar seguros de qué era lo que iba a llegar primero, pero seguían pensando que iban a despegar aquella noche. A la luz de aquellos hechos, hacía mucho que Ashley había abandonado su miedo a volar. Resultaba evidente que no iban a marcharse a ningún sitio, al menos en los próximos minutos.
Tenía el muslo apretado contra el de David. El de él era fuerte. Los brazos tampoco estaban mal. Hacía treinta minutos que se había remangado y a ella le resultaba imposible apartar la mirada de aquellos bíceps. Era un hombre fuerte y corpulento, tal vez demasiado para un asiento de avión. Sus brazos no hacían más que rozar los de ella, provocándole pequeñas descargas eléctricas.
Además, él no se lo estaba poniendo demasiado fácil. La conversación había cesado hacía media hora y ella lo había sorprendido mirándole el pecho, momento en el que los dos apartaron cortésmente la mirada.
Ashley no hacía más que cruzar y descruzar las piernas. Sentía unos profundos deseos de pedirle que se reuniera con ella en el cuarto de baño. Sacó una revista para tratar de distraerse, pero no lo consiguió.