Seducir a su enemigo - Completamente mía - Katherine Garbera - E-Book

Seducir a su enemigo - Completamente mía E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 506 Seducir a su enemigo Para sellar el acuerdo que pondría a Moretti Motors a la cabeza del mundo del automóvil, Antonio Moretti haría cualquier cosa… incluso seducir a la guapa abogada Nathalie Vallerio, de la empresa rival. Haría que la reina de hielo se derritiese antes de que la tinta con la que habían firmado el acuerdo se secara. Antonio no estaba preparado para una tigresa con vestido de Chanel… y ninguno de los dos estaba acostumbrado a dar su brazo a torcer. Pero todo eso daba igual, porque una parte de aquel trato no era negociable: Nathalie sería suya de una manera o de otra. Completamente mía Dominic Moretti sabía que podía despedir a su secretaria, pero se dio cuenta de que lo que realmente quería era hacerle pagar. Aquella mujer le había robado y no sabía por qué. Había confiado en ella por completo y, durante todo el tiempo en el que había estado luchando contra su atracción por ella, Angelina había estado confabulada con su enemigo. Pero podía hacer con ella lo que quisiera, y lo que deseaba era conseguir que fuera totalmente suya.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 506 - diciembre 2022

 

© 2009 Katherine Garbera

Seducir a su enemigo

Título original: The Moretti Seduction

 

© 2009 Katherine Garbera

Completamente mía

Título original: The Moretti Arrangement

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-966-4

Índice

 

Créditos

Índice

 

Seducir a su enemigo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

 

Completamente mía

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

El edificio de cinco plantas en el que estaban situadas las oficinas de Moretti Motors era lujoso y elegante, combinando lo mejor de la arquitectura italiana con el diseño moderno más atrevido. Ocurría lo mismo en la ultramoderna fábrica, situada a su lado, donde pronto empezaría a ser producido el coche más rápido y más caro del mundo.

El único problema era el nombre del coche.

Los ingenieros de Moretti Motors habían revisado el modelo más clásico y más famoso de su producción, un deportivo de 1969 que había revolucionado el mundo del motor y había hecho millonario a Lorenzo Moretti, y ahora, cuarenta años después, querían volver a fabricar el Vallerio Roadster, el coche que llevaba el nombre del segundo piloto de Fórmula 1 de la escudería.

Dominic, Antonio y Marco, la última generación de los Moretti, no habían pensado que eso pudiera ser un problema hasta que enviaron un comunicado de prensa anunciando la próxima fabricación del nuevo modelo… y de inmediato recibieron una demanda de Vallerio, S.A.

Pierre-Henri Vallerio había creado su propia empresa cuando dejó Moretti Motors. Pierre-Henri, además de un gran piloto, era un genio de la ingeniería automovilística, pero con el paso de los años, Vallerio, S.A. había dejado de ser una empresa puntera en la industria. De modo que, en opinión de Antonio, deberían alegrarse de que su nombre volviera a estar en boca de los aficionados al motor de todo el mundo.

El único problema era que, como con todo lo que había tocado el abuelo de Antonio, Lorenzo, siempre conseguía enfadar a la familia Vallerio.

–¿Te has preguntado alguna vez si el abuelo tenía mala suerte con todas las mujeres? –le preguntó un día a Dominic, su hermano.

Dominic era el presidente de Moretti Motors. Tenía que ser el presidente porque siempre había sido un mandón, incluso cuando eran niños.

–Sí, lo he pensado alguna vez. Pero fuera cual fuera su problema, nos dejó como herencia un serio problema, ¿no te parece?

–Y a ti te gusta el reto de solucionar problemas, cuanto más complicados mejor –rió Antonio.

Dom era uno de esos hombres que vivían para trabajar. Llevar Moretti Motors a lo más alto no era tarea fácil, pero el desafío de aquella nueva pelea con la familia Vallerio no disgustaría a su hermano. Ni a él.

–Necesitamos los derechos legales para usar el nombre Vallerio Roadster.

–Lo sé. ¿Quién firmaría un contrato por el que después de veinte años sin fabricar ese modelo perderíamos los derechos?

–Papá –contestó Dominic.

Su padre era un hombre maravilloso, pero en lo referente a los negocios, Giovanni Moretti era un completo desastre. Y por eso, él y sus hermanos habían sido los parientes pobres de la familia Moretti.

–Bueno, yo tengo una reunión con la abogada de la familia Vallerio –Antonio cerró el informe que había estado estudiando.

La abogada era Nathalie Vallerio. Y, por las fotografías que había visto en el informe, era una persona inteligente, con una belleza y una elegancia innatas que reflejaba su ascendencia francesa.

–Estupendo –suspiró Dom–. Con Marco enamorado de Virginia, me temo que nuestra suerte podría estar cambiando y no quiero que nada comprometa la producción del nuevo modelo.

Que su hermano se hubiera enamorado de la nieta de la mujer que lanzó la maldición no iba a cambiar su suerte. Antonio no creía en la suerte.

La primera novia de su abuelo, Cassia Festa, maldijo a Lorenzo cuando éste decidió casarse con la hermana de Pierre-Henri Vallerio. Pero Virginia, la nieta de Cassia, decía haber encontrado la manera de romperla.

La maldición decía que ningún hombre de la familia Moretti sería afortunado en los negocios y en el amor y, desde luego, el padre de Antonio no había tenido cabeza para los negocios; de ahí el embrollo en el que se encontraban con la empresa Vallerio.

Pero Giovanni se había enamorado locamente de Philomena y era muy feliz desde entonces.

Antonio y sus hermanos sabían desde pequeños que podían ser ricos o estar felizmente enamorados. Y, siendo chicos prácticos, habían hecho un juramento años atrás para no estropear las cosas como había hecho su padre. Eso significaba que tendrían éxito en los negocios y no se arriesgarían a enamorarse y perderlo todo.

Pero la determinación y el deseo de triunfar eran mucho más importantes que la suerte o que cualquier maldición, pensaba Antonio. Eso y su negativa a aceptar la derrota. Y, desde luego, no iba a dejar que Nathalie Vallerio le ganase aquella batalla.

–Ningún problema. La familia Vallerio firmará el acuerdo, ya lo verás.

Dom se pasó una mano por el cuello.

–Ya sé que no tengo que decírtelo, pero no podré relajarme hasta que lo tenga delante. Hay que hacer lo que sea para conseguirlo.

Antonio levantó una ceja, sorprendido. Fuera lo que fuera lo que su hermano estaba pensando, debía sobrepasar los límites de la ética profesional. Y, aunque alguna vez habían considerado hacer las cosas en esa zona gris, nunca llegaron a hacerlo.

Entre su determinación, el talento de Marco para las carreras y las naturales dotes de mando de Dom, los hermanos Moretti no necesitaban salirse de la legalidad para conseguir lo que querían.

–¿Sigues preocupado por las filtraciones?

–Sí, claro.

El año anterior, cuando sus mayores rivales, ESP Motors, anunciaron la creación de un motor que era exactamente el mismo en el que ellos llevaban seis meses trabajando, habían descubierto que alguien vendía información a la competencia.

–Creo que podemos descubrir al espía sin hacer nada ilegal.

–¡Tony! No iba a pedirte que hicieras algo ilegal. Además, tengo una pista sobre quién puede ser el espía.

–¿Entonces qué ibas a decirme?

Dom se echó hacia delante, los dos brazos reposando sobre el escritorio de nogal.

–Usa los medios que sean necesarios. Si tienes que seducirla, hazlo. Las mujeres no pueden resistirse ante un seductor.

–Me temo que es ese tipo de comentario la razón por la que sigues soltero.

Su hermano era un hombre de negocios y un líder natural, pero en lo que se refería a las mujeres… Dom no confiaba en ellas y las trataba como si fueran objetos intercambiables. Lo sabía por Liza, la mujer a la que Dominic había amado y perdido.

En ese momento sonó un golpecito en la puerta y Dom levantó la cabeza. Era su secretaria, Angelina de Luca.

–Siento interrumpir, signore Moretti, pero la abogada de la familia Vallerio está aquí para ver a su hermano.

–Grazie, Angelina. Por favor, llévala a sala de juntas y ofrécele un refresco.

Cuando Angelina salió del despacho, Dom se quedó mirándola y Antonio se preguntó si su hermano mayor era tan inmune a las mujeres como decía ser.

–Después del compromiso de Marco y Virginia, podría no ser un cambio en nuestra suerte en los negocios… sólo en el amor.

Dominic sacudió la cabeza.

–Para ti quizá, pero no para mí. Creo que he heredado la mala suerte del abuelo con las mujeres.

Riendo, Tony le dio un golpecito en la espalda.

–Yo no tengo esa mala suerte. De modo que la señorita Nathalie Vallerio –murmuró, tomando el informe– no sabe con lo que se enfrenta.

–A por ella, tigre.

 

 

Nathalie Vallerio lo sabía todo sobre la familia Moretti porque sus primeros recuerdos eran de su abuelo y su padre haciendo planes para arruinar a Lorenzo Moretti, que había sido, como su abuelo, un legendario piloto de Fórmula 1.

Y ahora estaba en la guarida del león, en el sitio en el que su abuelo había jurado que ningún Vallerio pisaría nunca. Pero, aunque fuese un infierno para ella, debía reconocer que la sala de juntas era muy agradable.

Frente a ella había una estantería llena de trofeos de Fórmula 1 ganados por los Moretti, incluyendo los de su abuelo. En otra de las paredes, fotografías de los Moretti y sus coches. Todos eran hombres muy atractivos, con cierto aire aventurero.

Su abuelo, Pierre-Henri, siempre se había sentido orgulloso de que el mejor coche de los Moretti llevara su nombre. Pero, por supuesto, cuando Lorenzo rompió el corazón de su hermana, negándole además su derecho a la parte de la fortuna que le correspondía, Pierre-Henri hizo todo lo posible para que los Moretti no pudieran volver a usar su nombre.

El hijo de Lorenzo, Giovanni, había perdido los derechos del nombre en los años ochenta y, desde entonces, Moretti Motors prácticamente se había hundido. Pero recientemente, bajo el mando de Dominic, Antonio y Marco, la compañía empezaba a resurgir y estaban a punto de sorprender al mundo del motor.

Y ésa era la razón por la que Nathalie estaba allí; para asegurarse de que lo hicieran sin utilizar el nombre de su familia.

Nerviosa, paseó por la sala de juntas, sabiendo que Antonio la hacía esperar a propósito. Su reunión debería haber empezado cinco minutos antes.

Una de las cosas que más la sacaban de quicio era la impuntualidad; era una falta de respeto. Pero cuando Antonio llegase le dejaría bien claro que con ella no se jugaba.

–Ciao, signorina Vallerio. Siento haberla hecho esperar.

Nathalie se dio la vuelta. Antonio Moretti, con el pelo oscuro, rizado, y clásicas facciones romanas, era un hombre impresionante. Pero no era eso lo que llamó su atención, sino la inteligencia y el sentido del humor que había en sus ojos. Era un hombre que la hacía contener el aliento… y ella no era así.

Pero cuando iba a estrechar su mano se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo haciendo negocios con norteamericanos. Había olvidado que los italianos siempre saludaban con un beso en la mejilla.

Pero el aroma de su colonia era embriagador y, al sentir el roce de sus labios, tuvo que tragar saliva, como si fuera su primera vez en una sala de juntas, su primera reunión de trabajo.

Todo por una cara bonita, pensó, enfadada consigo misma y contenta de que su hermana Genevieve no estuviera allí para verlo.

Al ver un brillo de burla en los ojos de Antonio se dio cuenta de que su nerviosismo no le había pasado desapercibido y se obligó a sí misma a besarlo en la mejilla.

–Sólo tengo veinte minutos para hablar con usted, signore Moretti.

–Ah, entonces será mejor que hablemos muy rápido –bromeó él.

Nathalie tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse seria. Se daba cuenta de que era un hombre encantador. No estaba intentando seducirla, sencillamente era así.

Aunque ella era una persona seria. Siempre había sido la más responsable de las dos hermanas, con la que su padre y su abuelo podían contar para todo.

–En realidad, no veo razón alguna para esta reunión. Como usted sabe, Moretti Motors renunció a sus derechos sobre el nombre del modelo Vallerio por un contrato que no se renovó. Y, en este momento, no estamos inclinados a cambiar de opinión.

–Pero aún no le he dicho lo que estamos dispuestos a ofrecerle.

–No hace falta. No tienen ustedes nada que interese a la familia Vallerio –respondió Nathalie.

Aunque sí estaba interesada. Incluso su padre pensaba que los Moretti no acudirían a la mesa de negociaciones sin estar dispuestos a ofrecer una compensación sustanciosa. Y lo que él quería era el cincuenta por ciento de los beneficios de Moretti Motors. Pero, para ser honesta, Nathalie estaba segura de que ellos no lo aceptarían nunca, de modo que aquella reunión era una pérdida de tiempo.

Sin embargo, estaba allí porque su padre se lo había pedido.

Ése era el problema de una disputa familiar como aquélla, pensó; que nunca habría un ganador, daba igual el trato que Antonio y ella negociasen.

–¿Está segura? Todo el mundo quiere algo.

–Y si no se consigue, acaba siendo muy frustrante.

–Sí, es verdad. Pero yo le ofrezco lo que quiera.

–¿Lo que quiera, signore Moretti?

–Sí, Nathalie –dijo él, tuteándola–. Pero quiero pedirte algo antes de que sigamos con las negociaciones.

Le gustó cómo pronunciaba su nombre. Los norteamericanos, con los que estaba acostumbrada a negociar, no sabían dónde poner el acento, pero Antonio sí.

–¿Qué es?

–Debes dejar de llamarme signore Moretti. Soy Antonio para mis socios y Tony para mis amigos.

–Muy bien, Antonio.

Él rió y Nathalie se encontró sonriendo. Le gustaba aquel hombre, aunque no había esperado que fuera así. Sabía de él que normalmente lograba lo que quería, pero también lo hacía ella. Había esperado que fuera como los demás hombres y se alegraba de que no fuera así. Aunque debía recordar que estaba siendo encantador por una sola razón: quería algo de ella y no pensaba aceptar una negativa.

Antonio no conocía a ninguna mujer a la que no pudiera seducir, pero raras veces conocía a una que lo cegase con su sonrisa. Intentaba concentrarse en lo que lo había llevado allí, pero no podía dejar de pensar en lo suave que era su piel cuando la besó en la mejilla.

Y cada vez que hablaba sentía una especie de cosquilleo por la espalda, que era lo que, sin duda, ella pretendía.

Pero había sabido desde que pidió aquella reunión que las relaciones con la familia Vallerio no iban a ser fáciles.

La investigación que había hecho sobre Nathalie Vallerio lo había ayudado a formarse una opinión y sabía que no iba a ser fácil convencerla sólo a base de encanto.

Y lo de seducirla, como Dominic haba sugerido, tampoco iba a funcionar. Ella era demasiado lista y lo vigilaba de cerca.

–Siéntate, Nathalie. Vamos a ver si encontramos algo que la familia Vallerio acepte a cambio de dejarnos usar el nombre que tu abuelo hizo famoso.

Ella pasó a su lado, su aroma limpio y refrescante, y cuando se sentó a la cabecera de la mesa Antonio tuvo que morderse el carrillo para no soltar una carcajada. Era evidente que aquella chica estaba acostumbrada a llevar el control.

Evidentemente, no le gustaba dejar que nadie le dijera lo que tenía que hacer, pero sentarse a la cabecera de la mesa no le daba más poder. El poder emanaba de la persona que lo ejercía.

Y sospechaba que Nathalie también sabía eso. Debía haberlo aprendido de su abuelo. Pierre-Henri Vallerio era un orgulloso piloto de Fórmula 1 que, además, diseñaba motores y que, al final de su vida, hacía cualquier cosa que pudiera disgustar a Lorenzo Moretti, el hombre que una vez había sido su amigo y compañero en el circuito de Fórmula 1.

–La verdad es que sí queremos algo de Moretti Motors –dijo ella entonces.

–Sí, claro. Y yo estoy aquí para que los dos consigamos lo que queremos.

–Muy bien.

–¿Va a decirme cuáles son sus condiciones?

–Vallerio, S.A. quiere el cincuenta por ciento de los beneficios de todas las operaciones de Moretti Motors y el setenta por ciento de los que se consigan con el nuevo modelo… si lleva nuestro nombre. Y también queremos el derecho a cambiar la imagen de marca.

Antonio sacudió la cabeza.

–He dicho que íbamos a negociar, no a regalar todo aquello por lo que mis hermanos y yo hemos trabajado tanto.

–¿Qué nos ofrece entonces?

–Estamos dispuestos a ofrecer un tanto por ciento de los beneficios anuales del modelo Vallerio y un puesto en nuestro consejo de administración.

–Êtes-vous fou?

–No, no estoy loco. A nosotros nos parece una oferta muy generosa.

Ella negó con la cabeza.

–Sí, claro, porque estáis acostumbrados a tener todas las cartas en la mano. Pero en este caso, tú sabes que no es así.

–¿No?

–Si no llegamos a un acuerdo para que uséis el nombre de Vallerio, no podréis vender el nuevo modelo.

–Claro que podemos. Sólo tendremos que ponerle otro nombre, algo que estamos dispuestos a hacer si fuera necesario –dijo Antonio.

Y no estaba mintiendo. Era un coche del que empezaba a hablar todo el mundo y el objetivo era recuperar la magia que el abuelo había encontrado cuando creó Moretti Motors.

–Entonces sugiero que cambiéis también el diseño.

–¿Por qué?

–Como sabes, no podéis usar ni el nombre ni cualquier parecido en diseño con el original Vallerio Roadster.

Nathalie se levantó para tomar su maletín de piel y Antonio supo que aquella mujer no iba a ser una rival fácil. Y eso lo excitaba.

–Sólo estamos conversando. No hay necesidad de levantarse todavía.

Ella negó con la cabeza, su precioso pelo rojo moviéndose alrededor de los hombros del conservador traje de Chanel que acentuaba sus curvas.

–¿Estás dispuesto a aceptar mis condiciones?

–No, no lo estoy. Podemos hablar de un pequeño porcentaje de beneficios, pero no del cincuenta por ciento.

–Entonces, me temo que la reunión ha terminado.

–¿Y por qué has venido? Tú sabías que no aceptaríamos esa barbaridad.

–Tú pediste esta reunión, Antonio. A nadie en el consejo de administración de Vallerio le importa un bledo Moretti Motors. Prefieren que el nombre de mi abuelo se pierda para siempre antes que daros licencia para que podáis usarlo.

Antonio se arrellanó en la silla, pensativo. No podía seguir mostrándose complaciente y esperar que eso convenciera a la fiera abogada porque no iba a pasar.

Nathalie era inteligente y estaba dispuesta a mantenerse firme, de modo que tendría que reevaluar cuál iba a ser su trato con ella.

–¿Por qué me miras así? –le preguntó, apartándose el pelo de la cara.

–¿Estaba mirándote?

–Tú sabes que sí.

–Ah, sí, claro. Estaba buscando algún resquicio en tu armadura; intentando imaginar qué puedo hacer para que sonrías –dijo Antonio entonces, sabiendo que la sinceridad, a veces, resultaba ser una herramienta poderosa porque muchos de sus oponentes no sabían lo que era eso.

–Lo siento, pero mi armadura está bien soldada.

Él soltó una carcajada. Sí, le gustaba aquella mujer. Si no fuera una Vallerio incluso la invitaría a salir, pero sabía que su familia y ella tenían mal karma para los Moretti. Y, a pesar de lo que le había dicho antes a Dominic, no quería arriesgarse a que se le pegara la mala suerte de su abuelo con las mujeres.

–Me gusta tu risa –dijo Nathalie entonces.

–¿En serio? ¿Por qué?

–No sé, porque te hace parecer más humano.

–Soy humano, Nathalie. No lo dudes nunca.

–Tu reputación dice lo contrario.

–¿Qué dicen de mí? Cuéntamelo.

Nathalie se echó un poco hacia delante, apoyando las manos en la mesa. El movimiento hizo que su blusa se ahuecase un poco y Antonio vio por un segundo el nacimiento de sus pechos.

Y se preguntó si debería seguir el consejo de Dom y seducir a aquella chica… pero no para conseguir que renegociasen el contrato, sino porque le gustaba.

–Dicen que no tienes compasión en los negocios.

–Yo he oído lo mismo sobre ti –replicó él.

Y era cierto. Nathalie Vallerio era conocida como «la reina de hielo» y los hombres con los que habían tenido que negociar hablaban de ella en términos poco halagadores.

–Eso no es verdad.

–¿Entonces cuál es la verdad? –preguntó Antonio.

–Simplemente, creo que en el amor y en la guerra todo está permitido –contestó Nathalie.

–Yo también.

–Bueno, entonces estamos de acuerdo. Y yo diría que se acaba de declarar la guerra, signore Moretti.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Nathalie sabía perfectamente cómo había terminado esa noche en el restaurante Cracco Peck, en el centro de Milán. Nunca había conocido a un hombre que fuera absolutamente perfecto para ella, pero Antonio Moretti lo era.

Era inteligente, divertido y sexy como el demonio y sabía que, pasara lo que pasara, iba a disfrutar de las negociaciones con él. Le gustaba su compañía porque, al contrario que otros abogados con los que había tenido que tratar, a él no parecía molestarle en absoluto que fuese una mujer de carácter.

Antonio estaba a unos metros, hablando con el chef y propietario del restaurante, Carlo Cracco, y eso le permitió estudiarlo detenidamente. Se movía con gracia, como si estuviera cómodo en todas partes. Tenía un encanto innato, no algo que ponía en marcha cuando estaba delante de una mujer.

–¿Nathalie?

Ella sonrió al ver a un compañero de universidad de su padre: Fredrico Marchessi.

–Buona sera, Fredrico –le dijo, besándolo en la mejilla–. ¿Maria está contigo?

–No, me temo que no. He venido por una cena de negocios.

–Yo también.

–¿Con un miembro de la familia Moretti?

–Oui, Fredrico.

El hombre sacudió la cabeza.

–Tu padre está preocupado.

A Nathalie le molestó que le hablase como si fuera una niña pequeña. Llevaba varios años como directora jurídica de Vallerio, S.A. y nadie tenía nada que reprocharle.

–Mi padre sabe que puede confiar en mí.

–Sí, claro, me parece bien. Tenemos que cenar juntos cuando vuelvas a París.

–Claro que sí. Te llamaré a la oficina.

Fredrico se alejó y, un segundo después, Antonio volvió a la mesa.

–Nathalie, permite que te presente a Carlo Cracco.

–Ah, encantada.

Después de intercambiar unas frases, el chef volvió a la cocina.

–Siento haberte dejado sola.

–No pasa nada. No es una cita.

–¿Y si lo fuera?

–Bueno, entonces no me gustaría que me dejases sola. Una mujer merece ser el centro de atención.

–¿Y qué merece un hombre?

–Lo mismo.

–¿Eres romántica?

Nathalie negó con la cabeza.

–No, pero no suelo perder mi tiempo con alguien que no lo merece.

Antonio sonrió, con esa sonrisa suya un poco ladeada, mostrando unos dientes muy blancos.

–Otra cosa en la que estamos de acuerdo.

Nathalie se encogió de hombros. Aunque, en realidad, empezaba a sospechar que Antonio Moretti era la clase de hombre que ella había pensado que no existía. Alguien que podía ser su igual en la sala de juntas y fuera de ella.

–¿Qué ha recomendado el chef para cenar?

–Nunca me ha disgustado nada de lo que sirve, pero mis platos favoritos son la dorada a la sal y crochettes de chocolate negro con caviar.

Nathalie fingió estudiar la carta. Durante aquella cena debían tratar exclusivamente sobre la posibilidad de un acuerdo. Tenía que concentrarse y repetirse a sí misma que su familia llevaba mucho tiempo esperando aquel momento.

Por mucho que le gustase la novedad que representaba Antonio Moretti.

Era sólo eso: una novedad. Y aquélla era una oportunidad para que su abuelo se vengase de Lorenzo Moretti, aunque los dos habían fallecido mucho tiempo atrás. Su abuelo no descansaría tranquilo hasta que le hubiera devuelto a los Moretti todo el mal que le habían hecho.

–Estás muy seria, cara mia. ¿Tan horrible sería que te aconsejase un plato? –Antonio nombró dos de ellos, diciendo que eran fabulosos.

Nathalie levantó la mirada.

–Me temo que eres el tipo de hombre que explotaría cualquier síntoma de debilidad en el oponente.

–Pensé que ya habíamos dejado a un lado las absurdas demostraciones de poder.

¿Dejarlas a un lado? Nathalie era muy consciente de ser una mujer en un mundo de hombres y ni por un momento podía mostrarse débil. Nunca lloraba, no charlaba o reía con las demás mujeres en el despacho y jamás dejaba que un hombre pidiera por ella en un restaurante. Eso era algo demasiado «femenino» y sabía que un hombre como Antonio Moretti lo vería como un signo de debilidad.

–Gracias por la recomendación, la tendré en cuenta.

–Sí, por favor –rió él.

Pero cuando llegó el sumiller, Nathalie tuvo que hacer un esfuerzo para no poner los ojos en blanco. Porque el hombre, automáticamente, se dirigió a Antonio para que eligiera el vino y, aunque se decidió por el año y la marca que ella hubiese elegido, Nathalie decidió pedir algo diferente.

Después de eso, se arrellanó en la silla, dispuesta a controlar la velada.

–Háblame de vuestros planes para relanzar el modelo Vallerio.

–Sólo puedo darte cierta información antes de que lleguemos a un acuerdo. Como imagino que entenderás, ésa es información privilegiada.

–Pues dime por qué deberíamos considerar hacer negocios otra vez con la familia Moretti. La última vez, Lorenzo le destrozó la vida a mi tía abuela Anna y le robó parte de los beneficios a mi propio abuelo.

La pelea entre ambas familias tenía de fondo las emociones de una joven novia. Décadas antes, su tía Anna se había casado con el mejor amigo de su hermano, Lorenzo Moretti, para encontrarse poco después sola y abandonada por su marido. Lorenzo era un mujeriego y Anna estuvo tres horribles años casada con él antes de dejarlo, algo de lo que Lorenzo no se dio cuenta hasta seis meses después.

Era eso lo que había dado lugar a la pelea entre los Moretti y los Vallerio.

Cuando Anna se divorció de Lorenzo, algo que la aisló de la devota comunidad católica de París, Lorenzo dio por terminada la producción del Vallerio Roadster, alegando que no compartiría beneficios con una familia que lo había traicionado.

Seguramente porque pensaba que ser un mujeriego era una cosa normal y que Anna debería haber seguido con él, lamiendo sus heridas en privado.

–Hablas de nosotros como si fuéramos maquiavélicos, pero te aseguro que no lo somos.

–Eso está muy bien, Antonio, pero yo prefiero tener ciertos hechos en la mano, algo que pueda llevar al consejo de administración.

–¿Qué tal el hecho de que Vallerio, S.A. no ha realizado una innovación en el mundo del motor en casi veinte años?

–Conozco bien la historia de mi empresa –replicó ella.

–Y por eso estás aquí conmigo. La colaboración Vallerio-Moretti salió mal la última vez, pero nosotros nos encargaremos de solucionar ese problema. Nuestro objetivo común debería ser que tanto el nombre de Moretti como el de Vallerio ocupasen el sitio que merecen en la historia.

 

 

Milán estaba vibrante y llena de vida aquella noche de primavera y Antonio respiró profundamente mientras llevaba a Nathalie por el centro de la ciudad hasta la Piazza del Duomo.

Sabía que para conseguir que firmasen el acuerdo, primero tenía que destruir la imagen de monstruo de su abuelo. Y aquella plaza era el sitio perfecto para hacerlo.

–¿Por qué me has traído aquí? –preguntó Nathalie, que parecía un poco cansada y bastante desconfiada.

Y Antonio esperaba sacar ventaja de ambas cosas.

–Quería que entendieses por qué la historia es tan importante para los Moretti. Sé que la familia Vallerio no confía en nosotros…

–Eso es decir poco.

–Sí, bueno, conozco la historia de ambas familias –sonrió Antonio–. Sé que todo deriva de un malentendido sobre qué clase de hombre era mi abuelo.

Ella inclinó a un lado la cabeza y el brillo de su pelo lo distrajo. Tenía un pelo tan precioso…

–Puede que tu abuelo tuviese otra cara, además de la conocida por todos, pero de ser así era una cara que sólo vieron los más cercanos.

–Pues entonces deja que te hable de ella.

Nathalie suspiró.

–¿De verdad crees que eso servirá de algo?

Antonio la miró, a la luz de la luna, y supo que quería hablarle de su familia. Quería que dejase de pensar en los Moretti como el lobo feroz.

–Cuando yo era pequeño venía a Milán a visitar a mi abuelo y él me llevaba a misa todas las mañanas. No se la perdía ni un solo día.

–Mi abuelo era igual. Decía que era porque Dios lo protegía en el circuito.

Antonio sonrió para sí mismo. Su abuelo le había contado que Pierre-Henri era un hombre muy devoto. Era una de las pocas cosas positivas que decía de su rival. Lorenzo Moretti había sabido desde siempre que el Señor cuidaba de él cada vez que subía a un coche de carreras para hacer cosas que ningún otro hombre se había atrevido a hacer.

–¿Lo ves? Ya tenemos algo en común.

Nathalie arqueó una ceja.

–¿Tú crees? ¿Ésa es la conexión, que los dos iban a misa?

–En esta batalla, con el resultado siendo tan importante como es, empezaré por donde pueda.

–¿Por qué estás tan empeñado? Como tú mismo has dicho, Moretti Motors puede ponerle otro nombre al coche.

–Sí, pero el Vallerio Roadster es un coche venerado por coleccionistas de todo el mundo. Se demanda ese modelo en concreto, por el estilo y la gracia de las líneas que diseñaron mi abuelo y el tuyo. Es un coche legendario.

–¿Entonces nos necesitas?

–Es posible.

Antonio tomó a Nathalie de la mano para llevarla a los pies de la catedral.

–¿Sabías que el Duomo nunca fue terminado?

–No, la verdad es que no sé mucho sobre esta iglesia.

–Entonces no te contaré su historia, sólo que están constantemente reformándola y reparándola. Pero nunca estará terminada del todo porque siempre hay alguna manera de incrementar su belleza o de mejorar sus funciones.

–Ya.

–Es lo mismo con los motores Moretti. No nos contentamos con pensar que ya lo hemos hecho todo. Tenemos que cambiar constantemente, mirar hacia el futuro. Lo que te ofrecemos, Nathalie, a ti y a toda la familia Vallerio y sus inversores, es una oportunidad de ser parte de ese futuro.

Nathalie apartó la mano.

–Veo que eres un gran orador.

–Y creo que te gusta eso de mí.

–Me gustan muchas cosas de ti, Antonio. Pero eso no significa que hacer negocios con tu empresa sea beneficioso para la mía.

–¿Por qué no?

Las estatuas que custodiaban la puerta de la catedral parecían mirarlos. Era una de las más famosas del mundo, la segunda más grande después de la Basílica de San Pedro en Roma, y todos los milaneses estaban orgullosos de ella. Aprovechando que estaban allí, Antonio ofreció una silenciosa plegaria: que aquel momento fuese un punto de partida para él y para Moretti Motors.

–Mi abuelo solía decir que Lorenzo era un demonio capaz de seducir hasta al más fiero rival –dijo ella–. Y creo que tú has heredado ese encanto.

–Pues deberías conocer a mi padre.

–Supongo que todos los hombres de la familia Moretti tienen ese don. ¿Sabes lo que tienen los Vallerio?

–Dotes para la velocidad y sed de conocimiento –contestó Antonio.

El legado de Pierre-Henri no era algo que se tomara a la ligera. Ésa era una de las principales razones por las que él, Marco y Dominic habían decidido negociar con los Vallerio. Podrían haber tomado un camino más fácil relanzando otros modelos, pero el único que querían relanzar era el Vallerio Roadster.

–También tenemos cierto talento para ver la verdad a través de la niebla o los espejos deformantes –sonrió Nathalie.

–Pues sigue mirando –dijo Antonio–. Aquí no hay más que verdad y sinceridad. En Moretti Motors queremos que ambas compañía prosperen. Queremos que nuestro nombre se recuerde para la posteridad.

–Sí, ésa es una bonita imagen. Casi tan bonita como esta catedral, pero yo sé que dentro de estos muros, como detrás de la belleza de tus palabras, se esconden muchos secretos.

–En la iglesia, quizá, pero yo he puesto todas mis cartas sobre la mesa.

–Lo dudo. Eso te dejaría sin nada nuevo con lo que negociar.

Antonio tuvo que reír.

–Bueno, quizá me he guardado un par de ellas en la manga.

–Yo también. Y no voy a cambiar de opinión esta noche.

–¿No?

–Si quieres que te sea sincera, dudo que vayamos a alcanzar un acuerdo. Hay demasiada mala sangre entre nuestras dos familias.

–Pero no entre nosotros. Tu abuelo y el mío eran dos ancianos a los que les gustaba discutir; nosotros somos jóvenes y sabemos que en la vida hay algo más que viejas rencillas.

–¿Tú crees?

–Sí, Nathalie, lo creo –dijo Antonio, tirando de ella para estrecharla entre sus brazos–. La noche es joven y nosotros también. ¿Por qué no la aprovechamos?

 

 

Al final de la noche, Antonio la acompañó a su hotel. Nathalie estaba cansada, pero más bien satisfecha. Lo había pasado estupendamente y entendía ahora dónde estaba el verdadero encanto de Antonio Moretti.

Su abuelo había sido un hombre brusco y amargado cuando ella lo conoció y sabía que Lorenzo Moretti era responsable de esa amargura. Pero en aquel momento, mientras Antonio la acompañaba a su habitación, eso no parecía importarle en absoluto.

Sabía que tener una aventura con él era lo más absurdo que podía hacer, pero sentía la tentación de probar.

Cuando llegaron a la puerta, y aunque tenía la certeza de que no sería muy sensato, pensó que le gustaría invitarlo a tomar la última copa.

Pero Antonio interrumpió sus pensamientos.

–Me miras como si tuviera algo que tú quieres.

–Y así es.

–Dime lo que es y será tuyo.

Nathalie inclinó a un lado la cabeza.

–¿Hablabas en serio al decir que en el amor y la guerra todo está permitido?

–Sí.

–¿No vas a renegar de eso?

–No. ¿Y tú?

–No, yo no. Pero he descubierto que los hombres se enfadan cuando no ganan, hayan dicho lo que hayan dicho antes.

–Creo que estás intentando saber si voy a portarme como un niño si las cosas no salen como yo quiero. Pero deberías saber que yo soy un hombre… no un niño.

Nathalie sonrió. Sabía que Antonio estaba intentando seducirla. Quería que conociese al hombre que era fuera de la empresa y sería conveniente para ella hacer lo mismo: dejar que la conociera como mujer. Sin eso, nunca tendría ventaja sobre él.

–Para, mia bella, ¿vas a decirme lo que quieres?

–Tal vez.

–¿Tal vez?

–Creo que ser misteriosa me beneficiaría.

–Sí, ser misteriosa siempre beneficia a una mujer tan guapa como tú.

Nathalie sospechaba que ese comentario era, al menos, setenta y cinco por ciento ensayado, pero…