Sin reglas - Susan Stephens - E-Book

Sin reglas E-Book

Susan Stephens

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

No podían huir de sus sentimientos. Stacey había trabajado muy duro para convertirse en una profesional de éxito. No estaba dispuesta a dejar que nadie, ni siquiera el sensual magnate Lucas Silva, le recordara la insignificante adolescente que había sido. Cargado con la responsabilidad del mantenimiento de su familia y de una empresa de alcance mundial, Lucas siempre había sido un hombre muy controlado. Pero cuando se quedó atrapado en la nieve junto a Stacey, la hermana pequeña de su mejor amigo, mujer vedada precisamente por ello, se encontró ante una tentación inusitada. Y conforme su mutua atracción fue creciendo, Lucas se sintió más cerca que nunca de romper sus propias reglas…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 179

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2019 Susan Stephens

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sin reglas, n.º 2934 - junio 2022

Título original: Snowbound with His Forbidden Innocent

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-696-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Las fiestas lo aburrían. No quería ir a la de aquella noche, pero los invitados contaban con su presencia. Embajadores, gente famosa y hasta miembros de la realeza que esperaban ver a Lucas Silva representando a la exitosa compañía tecnológica que dirigía y haciendo honores a su mesa.

Se dispuso a bajar al salón en su ascensor privado. Alerta, se preparó para revisar hasta el último detalle del evento que había organizado la empresa contratada. ¡Pobre de Party Planners si no estaba a la altura de sus expectativas!

Aunque… ¿por qué no debería ser así? Party Planners tenía la reputación como la mejor del sector. Solo había una mosca en aquella sopa tan cara. Debido a que la directora de la empresa, lady Sarah, había caído repentinamente enferma, la hermana pequeña de Niahl, Stacey, había asumido la responsabilidad de organizar la fiesta de Barcelona. Y la mayor sorpresa de todas: su propia gente le había asegurado que Stacey era actualmente considerada la mejor organizadora de ese tipo de eventos.

Niahl era su mejor amigo, pero habían pasado cinco años desde la última vez que había visto a su hermana en otro evento de Party Planners y, en aquella ocasión, la joven no le había inspirado precisamente mucha confianza. Por entonces apenas había empezado a trabajar en la empresa, pero eran muchas las cosas que podían haber pasado en cinco años. En aquella ocasión en particular se había afanado en ayudar con poco éxito, derramando copas a diestra y siniestra. Pero, por supuesto, los recuerdos que guardaba de ella eran los de la adolescente bien dispuesta y servicial que había conocido cuando, estando todavía en la universidad, Niahl lo invitó a la finca de su familia. Niahl, Stacey y él adoraban los caballos y, cuando vio la calidad de los animales que criaba su padre, se juró a sí mismo que algún día tendría su propia cuadra. Y así había sido: en aquel momento era uno de los más destacados propietarios de purasangres y ponis de polo del mundo.

Sentía curiosidad por ver cómo había cambiado Stacey. Esperaba que hubiera hallado la felicidad al menos en su trabajo, porque en su casa sabía que no había sido así: su padre y su madrastra siempre la habían tratado como una sirvienta. En aquel entonces la pobre siempre se había llevado las culpas de todo, principalmente porque su madre había tenido la desgracia de morirse al darle a luz. Ninguna niña se merecía que la trataran así.

Niahl le había contado todo eso coincidiendo con la época en que, una vez alcanzada la mayoría de edad, Stacey se marchó de casa. Lo único que había querido su hermana por aquel entonces, según le comentó Niahl, había sido servir y hacer feliz a la gente, con la esperanza de que algún día alguien pudiera apreciar sus esfuerzos… cosa que nunca llegó a hacer su padre.

Rumiando todavía lo ocurrido durante aquellos cinco últimos años, entró en el ascensor. Obviamente Stacey había llegado a triunfar en su trabajo, pero, por lo que se refería a su vida personal, tenía sus dudas. La recordaba como una chica tan fresca e inocente… Se sonrió al evocar el flechazo que había tenido con él. Lucas nunca le había dado a entender que lo sabía, pero… ¿cómo olvidar el beso que le dio Stacey en las cuadras, cuando se abalanzó de pronto sobre él para colgarse de su cuello? Era un recuerdo que conservaba toda su viveza. La dulce presión de sus senos contra su duro pecho jamás había abandonado su mente: se excitaba cada vez que evocaba la sensación. Lo cual era un error: Stacey era fruta prohibida para él. Demasiado joven, demasiado tímida, demasiado cercana.

Stacey había sido la verdadera razón de su última visita a la finca de su padre. Supuestamente había ido allí a examinar los caballos que ansiaba comprar cuando tuviera el dinero suficiente para ello. Ella no había dejado de provocarlo, de desafiarlo, cosa que no habido podido gustarle más. Había sido una presencia estimulante, vigorizante: lo había mantenido vivo justo cuando el dolor más abrumador había amenazado con ahogarlo. Lucas nunca había llegado a compartir sus sentimientos con ella… ni con nadie. Jamás nadie había sospechado la batalla interior que había mantenido durante años, excepto, quizá, Niahl.

En aquel momento no le faltaba precisamente el dinero, de manera que podía comprar todos los caballos que se le antojara. Algunos se los había comprado al padre de Stacey, todo un experto en purasangres: varios los había convertido en campeones y había ganado mucho dinero con ellos, igual que con la cría de sementales. La empresa tecnológica que había fundado en la habitación de la casa familiar como medida desesperada para saldar las deudas de sus padres no había dejado de crecer. Y el dinero no había dejado de afluir desde entonces.

Decidido a mantener a sus hermanos y a su hermana después del accidente que acabó con la vida de sus padres, cuando el banco reclamó los créditos impagados, se había servido de un viejo ordenador para diseñar un programa capaz de rastrear las dinastías de purasangres de todo el mundo. Aquel programa había llevado a otro, y a otro más, hasta que la empresa Silva había terminado abriendo oficinas en las principales capitales del mundo. Su primer amor, sin embargo, siempre habían sido los caballos y las salvajes montañas de Sierra Nevada, en cuya finca criaba amorosamente sus ejemplares.

Cuando se detuvo el ascensor y las puertas se acero se abrieron con un siseo, salió a la planta del salón. No pudo evitar ser consciente del interés que suscitó su llegada. La empresa Silva era puntera a nivel mundial. Gracias a su talento para las nuevas tecnologías y a la desesperación que lo había empujado, era el propietario de cuanto abarcaba con la vista, incluido aquel hotel. Pero no era ese su hábitat natural. Mientras contemplaba la deslumbrante decoración del salón, con la doble puerta todavía cerrada al paso de los invitados, le entraron ganas de quitarse de encima el compromiso cuanto antes. Aquel banquete, sin embargo, representaba una buena oportunidad de agradecer a su equipo de colaboradores el trabajo realizado, además de recaudar una buena cantidad de dinero para una serie de proyectos benéficos dignos de financiamiento. Pese a lo incómodo que se sentía con aquel esmoquin y aquella pajarita que amenazaba con estrangularlo, estaba dispuesto a mover cielo y tierra con tal de triunfar aquella noche.

Se dedicó a observar el bullicio de los preparativos, pero buscando todo el tiempo a Stacey con la mirada. ¿Cómo le habrían sentado los cinco años transcurridos? Esperaba que estuviera contenta y feliz. ¿Pero cómo se comportaría con él? Había llamado antes a su habitación, pero no había recibido respuesta. La fiesta estaba a punto de empezar. Ya debería estar allí… ¿dónde se habría metido?

Cuando estaba pasando por delante de la mesa de las bebidas, evocó la última y lejana ocasión en que había visto a Stacey, quien por cierto había derramado entonces una copa sobre su pareja, arruinándole el vestido… Al parecer, no dejaba de pensar en ella.

Le sorprendía que el destino hubiera vuelto a ponerla en su camino. Reconoció divertido que echaba de menos las pullas de Stacey. Solo ella se había atrevido a plantarle cara y la verdad era que estaba harto de que lo adularan. Anhelaba su estimulante compañía, aunque antaño había estado a punto de volverlo loco con las pesadas bromas que solía gastarle en la granja. Echaba de menos las miradas que solían cruzarse y las chispas que habían saltado cada vez que habían estado juntos. Resultaba irónico que un hombre que podía comprarlo todo no pudiera comprar lo único que deseaba en aquel instante: unos pocos momentos de su tiempo.

El dinero no significaba nada para Stacey. Eso se lo había dejado muy claro el día en que él adquirió su caballo favorito. Cuando su padre le ofreció aquel potro tan prometedor, Lucas no había tenido ni idea de lo mucho que había significado para ella. Cuando apareció el transporte para trasladarlo a su finca de España, Lucas le ofreció a Stacey el mismo dinero que había pagado por el animal con tal de que dejara de llorar. Nada pudo haberla enfadado más en aquel momento. Y recordarle que con aquel dinero podía pagarse la universidad no mejoró la situación.

–¡Te odio! –le había gritado–. Tú no sabes nada del amor. ¡Lo único que te importa es el dinero!

Aquello le había dolido, porque sí que le había importado el amor. El dolor que le causó la muerte de sus padres nunca le había abandonado, aunque rara vez pensaba demasiado en ello, consciente de que corría el riesgo de hundirse si lo hacía.

–¡Si maltratas a Ludo, te mataré –le había prometido Stacey.

Ante el dolor que había visto brillar en sus ojos verdes, Lucas había entendido bien su situación: la angustia de alguien que, en términos de afecto, solo podía contar con un alocado hermano y con un caballo al que adoraba.

–¿Está todo a su satisfacción, señor Silva?

Se giró en aquel momento para encontrarse con la ansiosa mirada del director del hotel.

–Si detecta algún defecto, mi plantilla se encargará de corregirlo rápidamente –continuó, retorciéndose nervioso las manos–. Tengo que decirle que Party Planners se ha superado a sí misma. No recuerdo de ningún gran evento celebrado aquí que haya transcurrido tan bien.

–Gracias –repuso Lucas, cortés–. Yo estaba pensando precisamente lo mismo. Er… ¿ha visto usted a la responsable de Party Planners, por cierto?

–Ah, sí, señor. La señorita Winner está en la cocina, encargándose de los detalles de última hora.

El director pareció especialmente contento de ayudar y Lucas le dio una palmada en la espalda.

–Ustedes tienen una plantilla de primera. Estoy seguro de que ayudarán a los planificadores en todo lo que les pidan.

¿Pero por qué Stacey no había ido directamente a saludarlo? La chica debería estarle agradecida, en lugar de rehuir su compañía. Fuera como fuese, Stacey siempre había hecho las cosas a su manera y sin duda, se presentaría cuando se le antojara, nunca antes.

En un intento por distraerse, se dedicó a admirar la escena de fantasía invernal en la que Stacey había convertido el salón. Una fuente de champán, formada por copas colocadas en precario equilibrio, se elevaba hasta alcanzar la planta del entresuelo. Varios artistas estaban dando los últimos toques a esculturas de hielo a tamaño natural que representaban a caballos y jinetes mientras, en una esquina, los camareros de un bar de hielo preparaban elaborados cócteles. Girando sobre sí mismo, paseó la mirada por la pista de baile circular rodeada de mesas. Los mejores chefs del mundo cocinarían para los invitados. El aire parecía vibrar de tensa expectación. Pesadas copas de cristal tallado se alineaban en el inmaculado mantel, mientras un verdadero bosque de velas iluminaba el ambiente. El color elegido para la decoración, verde y blanco, resultaba perfecto. La plantilla de camareros ya estaba preparada y los músicos de la orquesta afinaban sus instrumentos.

Como un purasangre firmemente refrenado por su jinete, todo a su alrededor parecía listo para entrar en acción. Excepto su libido, se recordó, que esa noche tendría que sofocar como fuera.

 

 

Todo estaba listo. Stacey adoraba aquellos momentos, justo antes de que se disparara la pistola. Todavía estaba en vaqueros y camiseta, dispuesta como estaba a ayudar en todo lo que fuera necesario hasta el último momento, pero quería estar duchada y vestida con la máxima elegancia para cuando entraran los invitados. Siempre experimentaba un estremecimiento de excitación en aquellas circunstancias, aunque aquella noche la sensación era más bien de terremoto ante la perspectiva de volver a ver a Lucas. Quería que supiera que había triunfado, profesionalmente hablando, pero, sobre todo, que le encantaba su trabajo.

Lo que el equipo de Silva no podía saber era que lady Sarah, la propietaria de Party Planners, había caído enferma de repente y que el banco amenazaba con embargarla, pero si Stacey conseguía hacer de aquella noche un éxito y asegurarse el próximo contrato con Silva, el banco retiraría su intención de ejecutar el crédito. El equipo había trabajado demasiado duro. Si algo salía mal, sería ella quien asumiría la responsabilidad.

Enfrentarse al hombre que le había robado tantas noches de sueño durante su adolescencia no era poca cosa. Debería resultarle fácil, ya que le había seguido la pista desde entonces mediante Niahl y la prensa. Lucas solía aparecer acompañado de tal o cual princesa o celebridad, siempre elegante pero con aspecto algo aburrido. ¿Estaría acompañado aquella noche? El pensamiento la inquietó. No podría soportarlo. Pero tenía que hacerlo. Lucas no era suyo, nunca lo había sido.

Todo el mundo estaba muy excitado cuando el equipo de Party Planners se congregó para una reunión de última hora en la oficina contigua al salón de baile. Aquella era una ocasión tan emocionante como glamorosa y, aunque su agenda diaria estaba repleta de eventos similares, la fiesta de Silva era algo especial, sobre todo cuando el propietario y fundador se encontraba en el edificio. Todo el mundo había oído hablar de Lucas Silva. Sus proezas en el terreno profesional eran de conocimiento público, así como su prodigioso talento para el polo o su impresionante capacidad para criar y entrenar purasangres. Como resultado, todo el equipo hervía de entusiasmo ante la perspectiva de verlo, aunque fuera de lejos, lo cual incluía a Stacey.

¿Se abalanzaría sobre él, como había hecho en el pasado? ¿O le tiraría una copa a su pareja, caso de que se presentara con alguna? «¡Resiste! No te dejes vencer por los nervios», se dijo. Tuvo que recordarse que lo único importante era demostrarle a Lucas que tanto ella como su equipo eran los mejores para aquel trabajo.

 

 

Nada más ver a Lucas Silva, el aire escapó de golpe de sus pulmones. Al menos estaba solo, sin pareja alguna a la vista. Aún. Vestido de esmoquin, estaba insoportablemente guapo. Y el paso del tiempo había añadido gravedad a ese atractivo tan suyo. Se había dejado abierto el botón superior de la camisa y llevaba la corbata de lazo colgando del cuello. Con aquel físico de gladiador que tenía, exudaba un peligroso glamour que incitaba a toda mujer presente en aquel momento en el salón a intentar llamar su atención. Con la excepción de Stacey, dado que lo más probable era que Lucas continuara pensando en ella como en la irritante y algo molesta hermana de su amigo.

Sí, por supuesto que Lucas tenía un aspecto formidable, pero ella tenía trabajo que hacer. Le daría la bienvenida al evento, soportaría las críticas que él pudiera hacerle y corregiría cualquier defecto inmediatamente. Tenía que asegurarse el próximo contrato con su empresa. La fiesta anual que Silva celebraba en las montañas era aún más importante que aquel banquete. Cuando se filtrara la noticia, como era previsible, de que lady Sarah estaba enferma… ¿confiaría Lucas en ella para que ocupara su lugar?

Una vez que los miembros de su equipo se marcharon para cumplir con sus obligaciones de última hora, Stacey dispuso de un momento a solas para pensar. Sus pensamientos volvieron al hombre al que estaba viendo en aquel momento deambular por el salón, de lejos. Sin que pudiera evitarlo, evocó el beso que intentó darle años atrás, cuando sus sentimientos se impusieron a su razón. Sus hormonas de adolescente habían jugado un papel en ello, pero esa no podía haber sido la única causa, porque… ¿por qué entonces estaba experimentando la tentación de seguir aquel mismo impulso tantos años después?

En un intento por distraerse, fue a revisar la provisión de botellas de champán que se estaban enfriando. Seguía, sin embargo, pensando en Lucas. Resultaba inevitable. Lucas había estado presente el día en que ella tomó la decisión de abandonar la casa familiar, además de que había jugado un importante papel en la misma. La había sorprendido en las cuadras despidiéndose del potro al que tanto había adorado. En aquel momento había llegado a albergar la loca esperanza de que se hubiera presentado allí para decirle que había cambiado de idea y que podía quedarse con Ludo, pero, en lugar de ello, le había ofrecido dinero. Pero lo que le dolió todavía más fue que la conociera tan poco, que hubiera supuesto que el vil metal pudiera reemplazar a un animal tan querido. Su padre le había prometido que jamás vendería a Ludo. Le había mentido.

Se había enterado más tarde de que Lucas no había sabido entonces lo mucho que adoraba a Ludo cuando le hizo la oferta: la verdad era que su padre había vendido el potro sin informarla siquiera a ella. Aquello había sido la gota que había colmado el vaso. Ya por entonces había estado pensando en abandonar la granja, pero, después de aquello, no había tenido ya ninguna razón para quedarse. Para poder mantener a un animal con sus propios medios, había tenido que estudiar y cualificarse profesionalmente. Una carrera profesional había sido su único camino hacia la independencia.

Estaba ayudando a los miembros de su equipo a cargar las cajas de champán de reserva cuando se le ocurrió que, en realidad, no podía culpar a Lucas de la decisión que había tomado de abandonar su hogar. Si acaso, debería estarle agradecida. Aquel era un trabajo fantástico y contaba con los mejores colaboradores.

Qué contraste con la vida en la granja, reflexionó mientras avisaba a sus colaboradores de que solamente faltaba media hora para que abrieran la doble puerta para dar paso a los invitados. En su equipo, todos colaboraban con todos: los desafíos los enfrentaban juntos y ella era feliz allí, entre amigos. A su padre, en cambio, nunca le había caído bien, y a su nueva esposa todavía menos. Con Ludo vendido, no había tenido razón alguna para seguir en aquella solitaria granja. Se le había presentado la oportunidad de probarse a sí misma en la gran ciudad y, en aquel momento, era una buena profesional con un trabajo que hacer, se recordó mientras seguía afanándose con los preparativos. Estaba atravesando por enésima vez el salón de baile, con la idea de saludar de una vez por todas a Lucas y no retrasar más el momento, cuando una colaboradora la detuvo para comentarle un problema que había surgido con la disposición de los asientos en las mesas cercanas a la del anfitrión.

–Yo me encargo –dijo Stacey. Había dedicado horas a aquel asunto. En eventos como aquellos había que seguir un estricto orden jerárquico, para evitar susceptibilidades. Sospechaba que a Lucas no le importaría dónde sentarse, pero a sus invitados sí.

Sin embargo, para cuando hubo arreglado la situación, no vio a Lucas por ninguna parte. Se le encogió el estómago. Cuando lo saludara, debería mantener la actitud más profesional posible… Y después no volver a perderlo de vista y ponerse a su disposición con tal de asegurarse de que no fuera a rescindir el siguiente contrato con Party Planners. Lo que no significaba ponerse a su disposición en todo, por supuesto…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Le irritó ver a Stacey cruzando el salón de un lado a otro sin dignarse a mirarlo ni una sola vez. Vestida de manera informal como iba, sin maquillaje y con el pelo recogido en un moño, seguía impresionándolo con su belleza. Cierto que el ritmo de trabajo en un evento así era frenético, sobre todo cuando solamente faltaba una hora para que entraran los invitados, pero eso no era excusa para que no se hubiera acercado aún a saludarlo. «Al fin y al cabo yo soy el cliente, ¿no?».