Su hijo perdido - Cenicienta en su puerta - Rebecca Winters - E-Book
SONDERANGEBOT

Su hijo perdido - Cenicienta en su puerta E-Book

Rebecca Winters

0,0
4,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su hijo perdido Theo Pantheras era un millonario hecho a sí mismo que podía tener todo lo que deseara, pero sólo quería una cosa: recuperar a su hijo perdido… Theo había cambiado y ya no era el chico rebelde del que Stella Athas se enamoró seis años antes, pero nada más verlo, Stella sintió que todo su mundo se volvía del revés. . Ella quería que Theo supiera que le rompió el corazón, pero antes él tenía que conocer al hijo de ambos. Cenicienta en su puerta Érase una vez una discreta joven que siempre intentaba no llamar la atención… hasta que llegó al château de Belles Fleurs y se convirtió en la estrella de su propio cuento de hadas. Dana se quedó de piedra cuando el guapísimo propietario del château, Alex Martin, se fijó en ella, despertando sentimientos que creía olvidados para siempre. ¡Ella podría no tener un hada madrina, pero le demostraría a Alex que había una mujer vibrante y segura de sí misma deseando salir de Dana Lofgren!

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 313

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

©2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 201 - abril 2019

 

© 2009 Rebecca Winters

Su hijo perdido

Título original: The Greek’s Long-Lost Son

 

© 2009 Rebecca Winters

Cenicienta en su puerta

Título original: Cinderella on His Doorstep

 

Publicadas originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-930-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Su hijo perdido

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Cenicienta en su puerta

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

DESPUÉS de un duro día de trabajo negociando precios con sus clientes extranjeros, Stella Athas se marchó de su despacho de Atenas poco después de las tres de la tarde, en su nuevo Jaguar XK descapotable, el primer coche que había comprado con su dinero.

Junto con el coche nuevo, le había parecido que necesitaba un corte de pelo. Siempre había llevado el pelo moreno, muy largo y liso, pero eso no pegaba con el descapotable, así que se había ido a la peluquería y le habían hecho un corte moderno, a la altura de la mandíbula.

A todo el mundo parecía gustarle su nuevo aspecto. Sus compañeros de trabajo le habían dicho que realzaba sus pómulos. Sus amigos insistían en que eran sus ojos marrones los que destacaban con él.

Su hermano mayor, Stasio, le había advertido bromeando que tuviese cuidado; era toda una belleza, como su difunta madre. Y todos los hombres, solteros o no, le habían echado el ojo ahora que se paseaba por Atenas en su nuevo coche deportivo. ¿Cuándo iba a salir en serio con Keiko y le iba a dar un paseo? ¿Es que no sabía que le estaba rompiendo el corazón?

Stella sabía que su hermano tenía la esperanza de que tuviese una relación con Keiko Pappas, pero ya le habían hecho demasiado daño en el pasado como para volver a salir con otro hombre. Prefería seguir teniendo únicamente amigos.

Pero ese día sólo quería pensar en divertirse, porque era el primer día de sus tres semanas de vacaciones. Además, era el último día de colegio de su hijo de seis años, Ari.

Aunque le gustaba la casa familiar que tenían en Atenas, al fin y al cabo había pertenecido a su familia desde hacía tres generaciones, le encantaba la playa y siempre estaba deseando pasar las vacaciones en Andros con Stasio y su esposa, Rachel.

Stella había ido a la universidad en Nueva York y allí había conocido a una chica estadounidense llamada Rachel Maynard. Se habían hecho amigas cuando Theo Pantheras la había abandonado, embarazada. Pero de eso ya habían pasado seis años. Hacía mucho tiempo que se había recuperado de ello, aunque la experiencia había hecho que perdiese la fe en los hombres.

No obstante, en esos momentos ya nada le importaba. Estaba de vacaciones, deseando ver a Rachel, que se había casado con Stasio y había dado a luz a dos niñas, Cassie y Zoe, que adoraban a Ari, como él a ellas. Todo el mundo estaba deseando reunirse en la casa familiar de Andros. Su hermano Nikos también iría desde Suiza con su esposa Renate para pasar las vacaciones con ellos.

La llegada de Nikos siempre ponía nerviosa a Stella, ya que tenía muy mal carácter y podía hacerles la vida muy difícil cuando quería. No obstante, ella tenía la esperanza de que estuviese de buen humor, aunque no sabía si era posible.

En vez de ir a Andros en el helicóptero de Stasio, Stella tenía planeado ir en coche con Ari. Quería tener su coche nuevo allí para disfrutar de él en la isla. Al día siguiente se levantarían temprano y tomarían el ferry en Rafina. A Ari le encantaban los barcos y navegar. Y a ella también.

Una vez en la parte trasera de la casa, aparcó lejos de los árboles y los pájaros y corrió por el porche trasero. Entró en la enorme cocina y vio al ama de llaves regando una planta en el fregadero.

–Yiasas, Iola. ¿Qué tal el día?

Ésta volvió la cabeza canosa para mirarla.

–Muy liado.

–Anímate. Ari y yo nos marcharemos mañana por la mañana. Y la familia de Stasio tampoco va a estar, así que vas a tener tres semanas para tomártelo con tranquilidad y divertirte –le dio un beso en la mejilla–. Voy arriba a hacer las maletas.

–Toda la ropa está lavada y planchada. ¿Quieres que te suba las maletas?

–Gracias, pero mi maleta ya está en mi armario. No necesitamos demasiadas cosas para la playa, así que meteré en ella lo de los dos.

Stella tomó una manzana del frutero y le dio un gran bocado mientras se dirigía a las escaleras que había en la parte delantera de la casa. Cuando no estaban en Andros, Stasio y Rachel vivían en el tercer piso de la casa con las niñas. Ari y ella ocupaban el segundo y la habitación de Nikos estaba en el primero, al lado de la piscina, pero no iba casi nunca.

Entró en su habitación y se puso a trabajar. Ari había ido a pasar el día con su amigo Dax y ella había quedado en recogerlo a las cuatro y media, por lo que tenía una hora.

Mientras empezaba a meter pantalones cortos, camisetas y trajes de baño oyó sonar el teléfono de la casa una vez. Levantó el auricular del que tenía en su mesita de noche.

–¿Quién es, Iola?

–Tienes que bajar. El cartero ha traído una carta certificada para ti y la tienes que firmar.

Stella frunció el ceño.

–Todos los documentos legales van al despacho de Stasio, ya lo sabes.

–Sí, pero me ha dicho que esto es para ti. Insiste en que tiene que dártelo en mano.

–Ahora bajo.

Stella se preguntó qué pasaba y bajó dispuesta a aclarar lo que sin duda debía de ser un error antes de seguir haciendo la maleta. Una vez abajo entró en el salón.

–Yiasou.

El cartero asintió.

–¿Es usted Despinis Estrella Athas?

–Sí –aunque nadie la llamaba así.

El cartero le tendió una tablilla con sujetapapeles.

–Por favor, firme la tarjeta para demostrar que se lo he entregado personalmente.

–¿Puedo preguntarle quién lo envía?

–No tengo ni idea.

A pesar de su malestar, Stella sonrió mientras firmaba.

–Usted no es más que el mensajero –comentó.

Pero el cartero se mantuvo impasible. Recuperó la tablilla y le tendió la carta.

–Adiós.

Iola lo acompañó hasta la puerta principal y la cerró tras de él. Stella se paseó por el vestíbulo, divertida por la interrupción.

–Tal vez me hayan pillado conduciendo más rápido de lo debido con el coche nuevo. ¿Tú qué piensas? –sugirió.

–¿No vas a abrir la carta para averiguarlo?

Era su primer día de vacaciones y Stella no iba a permitir que nada se lo estropease.

–Tal vez lo haga cuando vuelva de viaje. Al fin y al cabo, si hubiese llegado mañana, no habría estado aquí.

–¡Pero has firmado hoy!

–Cierto. ¿Por qué no la abres tú y me cuentas lo que es mientras yo termino de hacer la maleta? –le dio el sobre a Iola antes de empezar a subir las escaleras.

Stella esperó a que el ama de llaves entrase corriendo en su habitación con las noticias, pero no fue así. Después de unos minutos, salió al pasillo y se acercó a las escaleras.

–¿Iola?

Nadie respondió.

Stella corrió escaleras abajo. Iola no estaba en el salón. Volvió a llamarla. Corrió a la cocina y la encontró allí, sentada en una silla con la cabeza entre las manos y la carta abierta encima de la mesa.

Stella fue a recogerla, pero el ama de llaves se le adelantó y la apretó contra su generoso pecho.

–¡No! No puedes leerla.

Iola llevaba en su familia desde que ella era niña y Stella sabía que habría hecho cualquier cosa para protegerla.

–¿Qué puede ser tan horrible que no quieres que lo vea? –preguntó Stella sentándose al lado de la otra mujer y rodeándola con un brazo por los hombros–. Por favor, Iola, deja que la lea.

Pasó un minuto antes de que le diese la carta. Estaba escrita a mano, con una letra que le era vagamente familiar. Le dio un vuelco el corazón.

 

Querida Stella:

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvimos juntos. Después de que me devolviesen las cartas que te envié sin abrir, perdí toda esperanza de encontrarte. Me marché a Nueva York a trabajar, pero he vuelto a Atenas para siempre.

Te he visto paseando cerca de tu casa con un niño que lleva escrito el apellido Pantheras en la piel. También es hijo mío.

Tenemos que vernos.

Puedes llamarme al número de teléfono de mi despacho que figura en la cabecera de esta carta. También te doy mi número de teléfono móvil. Espero que me llames mañana antes de que se acabe el día. No hagas que acuda a los tribunales a exigir mi derecho a estar con mi hijo. Es lo último que querría para ninguno de los dos.

Theo.

 

El grito de Stella retumbó en las paredes de la cocina.

Empezó a leer la carta de nuevo y el nombre de Theo bailó delante de sus ojos. Se dispuso a levantarse, pero sintió que tenía el cuerpo helado. Las náuseas hicieron que se sintiese débil. Tenía como un zumbido en los oídos. En la distancia, oyó gritar a Iola antes de dejarse caer sobre ella.

Cuando despertó estaba tumbada en el suelo de la cocina, con Iola rezando sobre ella mientras le aplicaba unos paños fríos en las mejillas. Entonces se acordó de la carta.

Después de seis años, Theo Pantheras había reaparecido en su vida y quería hablar con ella.

Había tenido momentos de mucha ira en su vida, pero ninguno comparable a la violencia de sus emociones cuando se trataba del padre de Ari, el hombre que había estado a punto de terminar con ella.

Era ridículo esperar que fuese a llamarlo por teléfono. La noche en que le había dicho que estaba embarazada, él le había asegurado que encontraría el modo de ocuparse de ella y del bebé. Que se casarían aunque sus familias no lo aprobasen.

Habían decidido quedar en la iglesia y casarse en secreto, pero Theo jamás había aparecido y Stella no había vuelto a verlo. Había sido como si hubiese desaparecido de la faz de la tierra. El dolor y la vergüenza la habían destrozado. Sin el cariño y el apoyo de Stasio, y si no hubiese sido por su hijo Ari, probablemente se habría muerto.

–Estoy bien, Iola –le aseguró mientras se agarraba al respaldo de la silla y esperaba a que la cabeza dejase de darle vueltas.

–Bébete esto –le dijo Iola tendiéndole un vaso de agua.

Se lo bebió todo.

–Gracias.

–Theo Pantheras ha estado espiándote. Eso no es bueno. Debes llamar a Stasio de inmediato.

–No. No voy a hacerlo. Tengo que pensar en Ari. Es algo que tendré que solucionar sola.

Desde la muerte de sus padres, Stella se había apoyado en su hermano para todo, pero ya no era una adolescente indefensa. Era una mujer de veinticuatro años con un puesto de responsabilidad en la empresa y que llevaba seis años educando a su hijo.

Stasio había hecho por ella y por su hijo mucho más de lo que habría cabido esperar. Y ella lo quería tanto que sentía por él casi adoración. El único modo de compensarlo por todo lo que había hecho era dejarlo fuera de aquello. Tenía mujer e hijas en las que pensar, y Rachel estaba de nuevo embarazada. Stella no iba a cargarlos con sus problemas. No volvería a hacerlo.

Miró a Iola a los ojos.

–No quiero que digas ni una palabra de esto a nadie. Sobre todo, a Nikos y a Stasio. Será nuestro secreto. ¿Lo has entendido?

La mujer asintió, pero volvió a rezar entre dientes.

Stella subió a su habitación y buscó su bolso. Después llamó a la madre de Dax para decirle que iba a ir a recoger a Ari. Informó a Iola de adónde iba y se metió la carta en el bolsillo.

Nada más verla, Ari corrió escaleras abajo con la mochila en la mano y se metió en el coche. Ella le dio un beso en la mejilla.

–¿Qué tal tu último día de colegio?

–Bien. Nos han dado todos nuestros dibujos para que los traigamos a casa. ¿Podemos volar a Palaiopolis esta noche? –era el nombre de la casa de Andros en la que vivía Stasio.

–No, cariño. Vamos a ir en coche mañana por la mañana. Quiero tener mi coche nuevo allí.

–¡Bien! Me encanta tu coche nuevo.

Stella rió.

–A mí también.

Ella lo observó. Era un niño alto para su edad y tenía el pelo moreno. Tenía la piel de color aceituna, como Nikos, y la sonrisa de ella, pero los ojos negros, el cuerpo delgado y fibroso, y el pico entre las entradas del pelo eran de Theo.

Le dolió el corazón. Ari era el niño más adorable del mundo. Theo no tenía ni idea de lo que se había perdido al darles la espalda, pero no tenía sentido que se interesase por él después de tanto tiempo.

Continuó conduciendo. La brisa jugó con el pelo de Ari, que estaba demasiado largo. Tenía tendencia a rizarse en las puntas, como el de Theo… A veces también ladeaba la cabeza de un modo que le recordaba al hombre al que tanto había amado, y sin el que había pensado que no podría vivir.

Pero aquel hombre que le había demostrado tanto amor y que la había hecho sentirse inmortal había desaparecido de su vida. Al darse cuenta de que jamás volvería, Stella había pensado que estaba viviendo una pesadilla de la que despertaría. Pero había descubierto que había estado despierta todo el tiempo. Y había tenido que enfrentarse a la nueva realidad de su vida.

Miró a Ari.

–¿Tienes hambre?

–No. La madre de Dax nos ha dado de comer. ¿Crees que Dax podría venir a Andros para pasar con nosotros parte de las vacaciones?

En cualquier otro momento Stella le habría dicho que sí sin pensarlo, pero todo su mundo se había sacudido aquella tarde. Le daba miedo abordar el tema de su padre con Ari, pero si retrasaba el momento se sentiría todavía peor y Ari se daría cuenta.

Era un niño muy intuitivo. Y dado que siempre había sido sincera con él, no podía dejar de serlo en esos momentos. Paró el coche detrás de la casa, pero no se bajó.

–Ari… antes de que entremos, tengo que contarte algo.

Él parecía molesto.

–¿Es sobre Dax? No te cae bien, ¿verdad?

–¿De dónde te has sacado esa idea? Es tu amigo que más me gusta.

–El año pasado tampoco quisiste que viniese a Andros.

Stella suspiró con ansiedad.

–El año pasado sus padres querían darle una sorpresa y llevárselo a Disneyland. Por eso no vino con nosotros.

–Entonces, ¿por qué no has dicho que este verano puede acompañarnos? –inquirió el niño, traspasándola con sus penetrantes ojos negros mientras esperaba una respuesta.

A veces podía ser muy maduro para su edad. Siempre la pillaba desprevenida, probablemente porque le recordaba al Theo que había conocido.

Con dieciséis años, Stella había sido muy tímida e insegura, pero Theo la había tratado con ternura y paciencia y se había ganado su confianza poco a poco. Cuando Nikos se portaba mal o se burlaba de ella delante de sus amigos, Stella siempre confiaba en Theo, cuyo amor y aceptación le habían curado todos los males.

¿Adónde había ido a parar aquel hombre? Cuando había desaparecido de su vida, ella había deseado morirse.

Se aclaró la garganta y miró a su hijo.

–¿Recuerdas que me preguntaste si sabía dónde vivía tu padre y te dije que no?

De pronto, Ari se quedó muy quieto. Asintió.

–Era la verdad. No sabía nada de él. Te pregunté por qué querías saberlo y me dijiste que no tenías ningún motivo, pero yo supe que no era cierto –balbuceó.

–Stasi me dijo que te había hecho tanto daño que estuviste enferma.

–Cierto. Mi mamá se murió antes de que tú nacieses. Y luego tu padre se marchó y no volví a verlo. Estaba tan triste que me derrumbé.

Y para hacer que el dolor fuese todavía más insoportable, Nikos había sido muy cruel con ella y le había recordado que Theo no provenía de una buena familia, que no tenía clase ni dinero. Que un matrimonio entre ambos era algo impensable. Y que debía dar gracias de que hubiese salido de su vida.

Stasio, que se había dado cuenta de que la situación era muy delicada, se había llevado a Stella a Nueva York a tener el bebé. Seis meses más tarde, su padre había sufrido un infarto. Después de su funeral, Ari y ella se habían quedado en Nueva York cuatro años más. Dado que Stasio pasaba allí quince días al mes por negocios, todo había salido bien, y ella había podido estudiar.

Por suerte, por aquella época Nikos había vivido entre Atenas y el piso que la familia tenía en Chamonix, adonde iba a esquiar. Y ella casi no lo había visto, afortunadamente.

–Me puse bien gracias al amor y a la amabilidad de tu tío Stasio. Pero lo que quería decir es que de eso ha pasado mucho tiempo –se humedeció los labios con nerviosismo–. Esta tarde me he enterado de que tu padre ha estado viviendo en Nueva York.

Él abrió mucho los ojos.

–¿Cómo nosotros?

–Sí –a ella también le había sorprendido–, pero ahora ha vuelto a Atenas, a quedarse. Y quiere… verte.

Se hizo un largo silencio. Stella vio cómo su hijo digería la noticia.

–Dado que han pasado seis años y que nunca se ha acercado a nosotros hasta ahora, quiero saber qué te parece, si quieres verlo –añadió–. No tienes que contestarme ahora. Piénsalo. Si decides que te gustaría conocerlo, lo llamaré, pero si no te sientes cómodo, Ari, sólo tendrás que decírmelo, ¿de acuerdo?

En realidad, no quería que aquel hombre que los había abandonado se acercase a su hijo.

Ari bajó la cabeza.

–No quiero ir a vivir con mi padre. Quiero estar en casa contigo. Pero me gustaría verlo –alargó la mano hacia ella.

–Si ésa es tu decisión, se la comunicaremos juntos.

Ari se separó de ella con un movimiento brusco y salió del coche con su mochila.

–Voy a llamar a Stasi.

–¡No, Ari!

Él se detuvo y se volvió.

–¿Por qué no?

–Porque ya se ha preocupado bastante por nosotros a causa de este asunto.

–Pero…

–He dicho que no. Esto sólo nos afecta a ti y a mí. ¿Entendido? Vamos a llamar a los padres de Dax, a ver si le dejan venir a Andros con nosotros unos días. Pero pase lo que pase, no quiero que le cuentes nada de esto a nadie. Salvo Iola, nadie sabe que ha vuelto a Grecia. No quiero que se lo digas a las chicas, ni a Rachel, ni a Stasio, ni a Nikos. ¿Me lo prometes?

–Sí.

Los ojos del niño se llenaron de lágrimas y corrió hacia el porche, dejándola deshecha.

 

 

El complejo turístico que había hecho construir Theo en St. Thomas, en las islas Sarónicas, recibía a la elite de los principales continentes. Su gerente le había dicho que estaban convirtiéndose en el destino preferido de toda Grecia y las estadísticas así lo demostraban.

La noticia era buena, pero después de marcharse de Atenas para pasar la noche allí, Theo tenía otras cosas en la cabeza. Le daría a Stella otra hora más para que respondiese a su carta antes de llamarla. No sabía dónde estaba en esos momentos. Probablemente con sus hermanos, planeando un modo de pararle los pies. No lo conseguirían.

Había logrado hacer mucho dinero en los últimos años. El suficiente para estar al mismo nivel que la dinastía Athas.

Theo nunca había sido un mercenario. Por eso, la casa que había hecho construir en Salamis era cómoda sin ser excesiva para sus padres y hermanos.

Como necesitaba quemar energía, se dio un paseo hasta el puerto deportivo. La mayoría de las lanchas motoras y de los pequeños barcos veleros seguían disfrutando de la agradable tarde. Dentro de poco disfrutaría él también de alguna mañana con su hijo.

Charló con un par de empleados, entró en el hotel y fue al despacho del gerente. Éste había hecho llamar al nuevo chef para que Theo lo conociese y repasasen los menús juntos.

Una vez hecho esto, Theo se quedó solo en el despacho. Boris, su guardaespaldas, estaba fuera. Se acercó a la ventana y marcó el número del teléfono móvil de Stella.

Ésta respondió, al cuarto tono.

–¿Dígame?

Era su voz, pero era diferente. Era la voz de una mujer.

–Kalispera, Stella.

Ella tomó aire.

–Theo… ¿Cómo…? –hizo una pausa–. No importa. Supongo que no debería sorprenderme.

–Tengo que admitir que cuando pasé por tu casa, a mí sí que me sorprendió ver que no habías abortado.

–¿Abortado? –repitió ella con incredulidad.

Nikos le había mentido al decirle que su hermana se había deshecho del bebé. Y él había decidido marcharse a Nueva York para empezar una nueva vida y hacer el dinero necesario para que su familia jamás tuviera que volver a vivir en la pobreza.

Pero al volver a casa había descubierto que tenía un hijo, y nada iba a separarlo de él. Estaba dispuesto a luchar por su hijo y a ser para él un padre a tiempo completo.

Durante todos aquellos años, había acusado a Stella de haber hecho lo peor que una madre podría hacer. Tenía que haber sabido que ella no era así. No obstante, le dolía que le hubiese ocultado la existencia del niño.

–¿Cómo se llama?

–Me sorprende que no hayas averiguado eso también –hizo una pausa–. Se llama Ari.

–¿Es un nombre de tu familia?

–No, pero me gustaba –murmuró ella.

Y a él también le gustaba. Mucho. Por el momento, Stella parecía ser la misma de siempre.

–¿Si pudieses definirlo en un palabra, cuál sería?

–No podría definirlo con una sola –contestó ella con voz temblorosa–. Es dulce, cariñoso. El niño más listo y bueno del mundo.

Estaba describiendo a la mujer a la que él había amado. Stella hablaba como una madre que adoraba a su hijo. Ari parecía ser la antítesis de su tío Nikos, que siempre los había vigilado, lo había amenazado, e incluso lo había intentado sobornar para que se alejase de su hermana.

Una semana después había prendido fuego a la taberna de su padre. Y a su hermano Spiro le había dado un golpe con un lujoso coche cuando iba en moto.

La última vez que Theo había visto a Stella, ésta le había contado que estaba embarazada. La noticia lo había llenado de júbilo y, de repente, todo había tenido sentido. Por eso estaba Nikos como loco, quería hacerle pagar por lo que había hecho.

Esa noche, Theo le había dicho a Stella que quería casarse con ella lo antes posible. Lo habían planeado todo. Pero al llegar a la iglesia, Theo se había encontrado con Nikos en el aparcamiento. Éste le había dicho que Stella no iba a aparecer, que había abortado y que quería olvidarse de él.

Después, le habían dado una paliza y lo habían dejado tirado en la isla de Salamis. Una vez recuperado, Stella había desaparecido.

Al final, Theo había llegado a la conclusión de que era cierto que no quería volver a verlo. Y era evidente que su familia la había convencido para que abortase.

–He estado todo el día esperando tu llamada para hablar de Ari. ¿Dónde y cómo quieres que nos veamos por primera vez?

–Preferiría que eso no ocurriese jamás, ni en esta vida, ni en la próxima.

–¿Estás diciendo que quieres que sean los tribunales quienes decidan?

–No, pero no sé qué piensa Ari del tema.

Theo supo que sería normal que su hijo lo odiase y no se hizo ilusiones.

–Gracias por tu sinceridad. Yo lo quiero más que a la vida y sé que tú también, así que lo mejor será que nos veamos esta noche para hablar de él. Donde tú quieras. ¿Puede quedarse alguien con él mientras tanto?

–Por supuesto, pero no es posible. Estoy en Andros.

En otras palabras, Stella daba por hecho que él estaba en Atenas y que no podían verse esa noche, pero iba a sorprenderla.

–Puedo estar allí en una hora. Dime adónde quieres que vaya exactamente.

Stella tardó un minuto en comprender que tenía un helicóptero a su disposición.

–Hay un barco a vapor en la playa de Batsi. Te esperaré allí, en el aparcamiento, a las siete y media.

Stella colgó el teléfono antes de que le diese tiempo a darle las gracias, pero no importaba.

Theo se miró el reloj. Eran las seis y media. Llamó a su piloto para comunicarle el destino exacto y al gerente del complejo para despedirse, y fue hacia el helipuerto con Boris.

Theo no había ido nunca a Andros, pero Stella le había hablado mucho de la isla y le daba la sensación de conocerla de memoria.

En Andros estaba la casa del legendario Stasio Athas, así como de muchas otras familias de la elite griega.

Miró por la ventanilla del helicóptero y vio Andros. Contuvo la respiración al contemplar la exuberante vegetación salpicada de flores. No le extrañaba que a Stella le encantase estar allí. St. Thomas era un lugar idílico, pero no tenía comparación con aquél.

El helicóptero bajó hacia el pequeño puerto de Batsi y Theo vio un descapotable blanco en la carretera, en dirección al agua. La vista lo intrigó. Cuando el aparato hubo tocado tierra, saltó y se dirigió hacia el aparcamiento.

Para su sorpresa, vio a una atractiva castaña saliendo del coche blanco. Se movía con confianza y parecía estar buscando a alguien. Al acercarse más se dio cuenta de que se parecía a la preciosa joven de pelo largo de su juventud.

Stella.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

LOS AÑOS habían convertido a la única hija de los Athas en una espléndida mujer. El vestido blanco, de corte clásico que llevaba ajustado a la cintura con un ancho cinturón realzaba sus curvas. A Theo siempre le había parecido preciosa, pero la maternidad la había hecho florecer.

No pudo mirar hacia otra parte mientras se preguntaba cuánto habría cambiado. Theo no había esperado que todos sus sentidos se pusiesen en alerta sólo con verla de nuevo.

Dio otro paso y sus miradas se cruzaron. En los ojos de ella había sorpresa y ansiedad. La vio volver a acercarse al coche y apoyarse en él.

Theo fue hacia el otro lado, abrió la puerta y se sentó. Ella dudó antes de volver a ocupar el lugar del conductor.

Nada más hacerlo, su fragancia lo invadió. Theo volvió a sorprenderse porque era el aroma que siempre asociaría con ella. Le recordó a la última vez que habían estado juntos. La había besado por todo el cuerpo y le había sabido a flores frescas en una cálida mañana de primavera.

Pero en esos momentos, aquello era lo último en lo que quería pensar. Se giró hacia ella y apoyó el brazo en el asiento. Stella apartó la mirada. Le pareció que estaba temblando. A Theo le gustó sentir que tenía el control total de la situación.

–Gracias por venir, Stella.

–No me has dado elección.

–En realidad, sí.

–Sí, los tribunales. No se me ocurre nada más aterrador para Ari –dijo ella con desesperación.

–Lo creas o no, a mí me asusta todavía más. Hemos perdido mucho tiempo –comentó, deseando tocarla, comprobar que era real–. Siempre fuiste muy guapa, pero te has convertido en una mujer preciosa.

La expresión de Stella se endureció al oír aquel cumplido.

–Es extraño, pero esta playa me recuerda a…

–No –no quería recordar–. He accedido a verte para que decidamos cómo hacer que esta situación sea lo menos complicada posible para Ari.

–¿Crees que estaría más cómodo si nos viésemos en Atenas, en vez de aquí?

–Ari no estará cómodo en ningún lugar contigo, pero dado que vas a estar por Andros unos días, tal vez debierais veros aquí.

–¿Qué le has contado de mí?

–Muy poco. La verdad. Que en realidad no me querías, y que por eso no volvimos a vernos. Era lo único que podía contarle.

Theo estudió sus facciones.

–Pues te has dejado la mitad de la historia. Va siendo hora de que sepa que tú dejaste de quererme a mí. Seguro que no sabe que jamás pretendiste acudir a la iglesia, ni casarte conmigo.

Ella palideció.

–Estuve allí horas, esperándote.

Theo la miró con incredulidad.

–Menudo cuento. Me atacaron antes de que pudiese entrar y me dijeron que te habías deshecho del bebé porque no querías tener nada que ver conmigo –le contó, sin querer mencionar a su hermano Nikos por el momento.

–¡Eso es mentira! –exclamó–. Nadie se habría creído una historia semejante.

–Yo tampoco me la creí al principio, no hasta que vi que no volvías a contactar conmigo. Aunque es evidente que es tu palabra contra la mía, salvo que yo tengo cicatrices que demuestran mi versión.

–¿Qué cicatrices?

–Las que ves. Sé que te has fijado en ellas, en los pequeños cortes que surcan mi cara, en mi nariz, que tuvo que ser reconstruida. Y no son nada en comparación con las que no puedes ver.

–Sea lo que sea lo que te ocurrió, ¿no crees que seis años son demasiados para no dar señales de vida?

–En circunstancias normales, sí, pero dado que no te encontré por ninguna parte y que me devolvieron todas las cartas sin abrir, pensé que tendría que volver a Grecia y contratar a un detective privado para localizarte. Por desgracia, por entonces no tenía el dinero necesario para ello y tenía que ocuparme de mi negocio.

–No sé de qué cartas estás hablando.

Theo se metió la mano en el bolsillo del pantalón y buscó la primera carta que le había mandado desde el hospital. Se la había enviado a su casa de Atenas. Tenía la fecha y las palabras «Destinatario desconocido» escritas en ella.

–Échale un vistazo –se la tendió–. Si la lees, verás cómo estaba por entonces. Pero, mientras tanto, he venido a reclamar lo que es mío: Ari.

Ella miró la carta antes de tirársela.

–Ari no es tuyo –dijo en tono helado.

Él volvió a guardarse la carta.

–Es nuestro, de los dos.

Stella echó la cabeza hacia atrás.

–Tú sólo le diste la vida. No hiciste otra cosa.

–Fue lo único que me dejaron hacer –replicó–, pero dado que es evidente que no me crees, será mejor que no hablemos más del pasado. Prefiero que hablemos del futuro de Ari. Podrías traerlo aquí mañana para que nos conozcamos. Que él elija lo que le gusta y lo que no. ¿Qué te parece?

–No debes esperar demasiado, Theo.

–Lo sé. ¿A qué hora nos vemos?

Ella arrancó el coche.

–Mañana es domingo. Tenemos planes. Será mejor vernos pasado mañana. A la una en punto.

–Aquí estaré, Stella. Y te juró que lo trataré con la mayor consideración posible. Sé que si es un niño tan maravilloso es porque tú eres su madre. Estabas hecha para ser madre, Stella.

A pesar de que no se estaban tocando, Theo sintió cómo temblaba.

–Podrás estar dos horas con él, si quiere –balbuceó ella.

–Es más de lo que esperaba.

–Ahora, sal del coche, por favor. Ari me está esperando.

Había habido una época en la que le habría rogado que no se marchase, y él no habría ido a ninguna parte porque habría deseado besarla una vez más, abrazarla de nuevo. En esos momentos también la deseaba tanto que estaba a punto de estallar.

Se obligó a salir del coche.

–Por cierto, me encanta tu coche. La línea es clásica, como tú. Por si no lo sabías, el vestido blanco que llevas puesto parece estar hecho para ti.

Ella pisó el acelerador y se marchó.

 

 

Stella sólo avanzó dos kilómetros antes de parar el coche un minuto. Enterró la cara entre las manos. ¿Cómo era posible que Theo la afectase así después del daño que le había hecho?

Lo que más la había sorprendido había sido el cambio de sus facciones. Theo siempre había sido guapo. Y seguía siéndolo. No obstante, tenía una cicatriz a un lado de la boca. Y no abría el ojo derecho tanto como el izquierdo. Eso le daba un aspecto un tanto siniestro. La nariz seguía siendo bonita, pero tenía varios bultos nuevos.

Theo no le había mentido acerca de la paliza. Stella también había visto una cicatriz debajo de su oreja izquierda cuando había salido del coche.

Pero había madurado y se había convertido en un hombre muy atractivo. Un hombre capaz de intimidar. Stella se mordió el labio al saber que muchas mujeres se sentirían atraídas por él.

Mientras se torturaba con aquellos pensamientos, oyó pasar su helicóptero. Arrancó el coche y se dirigió hacia la casa de Stasio.

De camino, se detuvo a comprar en la perfumería para justificar su salida. Había dejado a los chicos nadando en la piscina, con Rachel y las niñas.

Confiaba en que Ari guardase el secreto de la presencia de Theo. El lunes le diría a la familia que se llevaba a los niños a dar una vuelta por la isla, para que Dax la conociese.

Stasio trabajaba mucho. Se había tomado tres semanas libres para disfrutar de sus hijas y de su esposa y ella no quería estropeárselas con sus líos.

Deseó que Nikos, cuando llegase, tampoco causase problemas. Siempre se había opuesto al nacimiento de Ari, y después había propuesto que lo diese en adopción. Se había enfadado mucho con Stasio por haberla apoyado.

A Nikos no le gustaba Ari. Y el niño también era consciente de ello, por eso adoraba a Stasio. El hecho de que Nikos no fuese cariñoso con su hijo entristecía profundamente a Stella, que, de todos modos, había decidido mucho tiempo atrás, en especial después de la muerte de sus padres, que no podría volver a ser feliz.

Stella tenía la esperanza de que Nikos decidiese no ir a Andros aquel verano. Con la llegada de Theo a sus vidas, Ari ya tenía suficiente.

Se preguntó si sería demasiado tarde para que Theo estableciese una relación con su hijo.

Las lágrimas corrieron por sus mejillas. No podía volver a hundirse pensando en el pasado.

Todo lo que quería era darle una vida maravillosa a Ari. Y no iba a permitir que Theo les complicase la existencia. ¿De verdad pensaba que ella iba a creerse que la carta que le había enseñado era auténtica? Se secó la humedad de las mejillas antes de atravesar la puerta que llevaba a la casa de Stasio.

Al parecer, había llegado justo a tiempo para ir a dar un paseo en la lancha motora antes de cenar en la costa. Debía de haber sido idea de Stasio y a ella le pareció estupenda.

Su hermano la ayudó a subir y le dio un abrazo. Parecía muy contento, así que su secreto todavía estaba a salvo, por el momento.

 

 

Theo voló a Andros el lunes a mediodía. Había llevado una mochila llena de chucherías y otras cosas. Dado que no estaba seguro de lo que querría hacer Ari, se había puesto unos pantalones de sport, una camiseta azul oscura y botas. Ese día dejaría que Ari tomase todas las decisiones.

Se tomó un sándwich y algo de beber en una taberna cercana con Boris y fue hacia el aparcamiento, incapaz de creer que hubiese llegado aquel día. Llevaba demasiado tiempo soñando con él. Esa mañana se había despertado nervioso, incapaz de concentrarse en el trabajo.

La playa estaba llena de turistas. Él habría preferido no tener tanto público, pero si quería ganarse la confianza de Stella, tenía que seguir sus instrucciones. El corazón se le aceleró al ver su coche.

Con ella había dos niños de la misma edad. Uno moreno, el otro rubio.

El coche se detuvo y él se acercó.

–Hola, Ari –dijo sonriendo a su hijo.

Era un niño muy guapo y a Theo se le cortó la respiración al verlo con su madre.

Lo estudió. Lo único que podía garantizarle el éxito en aquella empresa era la pureza de Ari y el amor sin límites que él sentía por el niño, que era parte de él, y parte de Stella. Si Ari había heredado la dulzura y la naturaleza cariñosa de su madre, tal vez pudiese acercarse a él.

–Hola –respondió el niño con poco entusiasmo, sin mirarlo.

–¿Cómo se llama tu amigo?

–Dax.