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Los sueños, obras satiricómicas, compuestas entre 1606 y 1623, son narraciones de inspiración Lucianesca donde se pasa revista a diversas costumbres, oficios y personajes populares de su época. Estos son El sueño del juicio final, El alguacil endemoniado, El sueño del infierno, El mundo por dentro y El Sueño de la muerte, conocido también como la visita de los chistes. En los Sueños, Quevedo hace una sátira de las distintas profesiones o estados sociales: Juristas, médicos, carniceros, hidalgos, poetas, astrólogos, para terminar hablando de los malos practicantes de las distintas religiones. Entran entonces en escena Mahoma, Lutero y Judas.
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Seitenzahl: 75
Veröffentlichungsjahr: 2010
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Francisco de Quevedo
Sueño de la muerte
Barcelona 2024
Linkgua-ediciones.com
Título original: Sueño de la muerte.
© 2024, Red ediciones S.L.
Diseño de la colección: Michel Mallard.
ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-132-8.
ISBN tapa dura: 978-84-1126-701-4.
ISBN ebook: 978-84-9897-760-8.
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Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
«Soñando» 7
A doña Mirena Riqueza 9
A quien leyere 11
Discurso 13
Libros a la carta 61
Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645). España.
Hijo de Pedro Gómez de Quevedo, noble y secretario de una hija de Carlos V y de la reina Ana de Austria. Francisco de Quevedo estudió con los jesuitas en Madrid, y luego en las universidades de Alcalá (lenguas clásicas y modernas) y Valladolid (teología). Tras su regreso a Madrid tuvo la protección del duque de Osuna, con quien viajó a Sicilia en 1613.
Osuna fue nombrado virrey de Nápoles y Quevedo ocupó su secretaría de hacienda y participó en misiones políticas contra Venecia promovidas por su protector. Cuando éste cayó en desgracia Quevedo sufrió destierro y prisión, pero regresó a la corte tras la muerte de Felipe III. Durante años tuvo buenas relaciones con Felipe IV, aunque no consiguió ganarse la simpatía de su favorito, el conde-duque de Olivares. Se especula que dejó bajo la servilleta del monarca el memorial contra Olivares titulado «Católica, sacra, real Majestad», lo que motivó su detención en 1639. Se cree, en cambio, que terminó en un calabozo del convento de San Marcos de León, donde estuvo hasta 1643, víctima de una conspiración.
Murió en Villanueva de los Infantes.
Los sueños, obras satiricómicas, compuestas entre 1606 y 1623, son narraciones de inspiración Lucianesca donde se pasa revista a diversas costumbres, oficios y personajes populares de su época. Estos son El sueño del juicio final, El alguacil endemoniado, El sueño del infierno, El mundo por dentro y El Sueño de la muerte, conocido también como la visita de los chistes. En los Sueños, Quevedo hace una sátira de las distintas profesiones o estados sociales: Juristas, médicos, carniceros, hidalgos, poetas, astrólogos, para terminar hablando de los malos practicantes de las distintas religiones. Entran entonces en escena Mahoma, Lutero y Judas.
Harto es que me haya quedado algún discurso después que veo a V.M., y creo que me dejó este por ser de la muerte. No se lo dedico porque me lo ampare; llévosele yo, porque el mayor designio desinteresado es el mío, para la enmienda de lo que puede estar escrito con algún desaliño o imaginado con poca felicidad. No me atrevo yo a encarecer la invención por no acreditarme de invencionero. Procurado he pulir el estilo y sazonar la pluma con curiosidad. Ni entre la risa me he olvidado de la doctrina. Si me han aprovechado el estilo y la diligencia he remitido a la censura que V. M. hiciere dél si llega a merecer que le mire, y podré yo decir entonces que soy dichoso por sueños. Guarde Dios a V. M., que lo mismo hiciera yo. En la prisión y en la Torre, a 6 de abril 1622.
He querido que la muerte acabe mis discursos como las demás cosas; querrá Dios que tenga buena suerte. Este es el quinto tratado al Sueño del Juicio, al Alguacil endemoniado, al Infierno y al Mundo por de dentro; no me queda ya que soñar, y si en la visita de la muerte no despierto, no hay que aguardarme. Si te pareciere que ya es mucho sueño, perdona algo a la modorra que padezco, y si no, guárdame el sueño, que yo seré sietedurmiente de las postrimerías. Vale.
Están siempre cautelosos y prevenidos los ruines pensamientos, la desesperación cobarde y la tristeza, esperando a coger a solas a un desdichado para mostrarse alentados con él, propia condición de cobardes en que juntamente hacen ostentación de su malicia y de su vileza. Por bien que lo tengo considerado en otros, me sucedió en mi prisión, pues habiendo, o por cariciar mi sentimiento o por hacer lisonja a mi melancolía, leído aquellos versos que Lucrecio escribió con tan animosas palabras, me vencí de la imaginación, y debajo del peso de tan ponderadas palabras y razones me dejé caer tan postrado con el dolor del desengaño que leí, que ni sé si me desmayé advertido o escandalizado. Para que la confesión de mi flaqueza se pueda disculpar, escribo, por introducción a mi discurso, la voz del poeta divino, que suena así rigurosa con amenazas tan elegantes:
Denique si vocem rerum natura repente
mittat et hoc alicui nostrum sic increpet ipsa:
quid tibi tanto operest, mortalis, quod nimis aegris
luctibus indulges? quid mortem congemis ac fles?
nam si grata fuit tibi vita anteacta priorque
et non omnia pertusum congesta quasi in vas
commoda perfluxere atque ingrata interiere:
cur non ut plenus vitae conviva recedis?
aequo animoque capis securam, stulte, quietem?
Entróseme luego por la memoria de rondón Job dando voces y diciendo: «Homo natus de muliere», etc.:
Al fin hombre nacido
de mujer flaca, de miserias lleno,
a breve vida como flor traído,
de todo bien y de descanso ajeno,
que como sombra vana
huye a la tarde y nace a la mañana.
Con este conocimiento propio acompañaba luego el de la que vivimos, diciendo: «Militia est vita hominis super terram», etc.:
Guerra es la vida del hombre
mientras vive en este suelo,
y sus horas y sus días
como las del jornalero.
Yo, que, arrebatado de la consideración, me vi a los pies de los desengaños rendido, con lastimoso sentimiento y con celo enojado, le tomé a Job aquellas palabras de la boca con que empieza su dolor a descubrirse: «Pereat dies in qua natus sum», etc.:
Perezca el primero día
en que yo nací a la tierra,
y la noche en que el varón
fue concebido perezca.
Vuélvase aquel día triste
en miserables tinieblas,
no le alumbre más la luz
ni tenga Dios con él cuenta.
Tenebroso torbellino
aquella noche posea,
no esté entre los días del año
ni entre los meses la tengan.
Indigna sea de alabanza,
solitaria siempre sea,
maldíganla los que el día
maldicen con voz soberbia,
los que para levantar
a Leviatán se aparejan,
y con sus oscuridades
se oscurecen las estrellas.
Espere la luz hermosa
y nunca clara luz vea,
ni el nacimiento rosado
de la aurora envuelta en perlas,
porque no cerró del vientre
que a mí me trujo las puertas,
y porque mi sepultura
no fue mi cuna primera.
Entre estas demandas y respuestas, fatigado y combatido (sospecho que fue cortesía del sueño piadoso más que de natural) me quedé dormido. Luego que, desembarazada, el alma se vio ociosa sin la traba de los sentidos exteriores, me embistió desta manera la comedia siguiente, y así la recitaron mis potencias a oscuras siendo yo para mis fantasías auditorio y teatro.
Fueron entrando unos médicos a caballo en unas mulas que con gualdrapas negras parecían tumbas con orejas. El paso era divertido, torpe y desigual, de manera que los dueños iban encima en mareta y algunos vaivenes de serradores. La vista asquerosa de puro pasear los ojos por orinales y servicios; las bocas emboscadas en barbas, que apenas se las hallara un braco; sayos con resabios de vaqueros; guantes en efusión, doblados como los que curan; sortijón en el pulgar, con piedra tan grande que cuando toma el pulso pronostica al enfermo la losa. Eran estos en gran número, y todos rodeados de platicantes que cursan en lacayos, y tratando más con las mulas que con los dotores se graduaron de médicos. Yo, viéndolos, dije:
—Si destos se hacen estos otros, no es mucho que estos otros nos deshagan a nosotros.