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<p>Obra completa Incluye los 120 capítulos.</p><p>Está considerada una de las obras maestras de la literatura de China y es una de las cuatro novelas clásicas chinas, y es generalmente reconocida como la cúspide de la narrativa china.</p><p><br></p><p>Hasta antes de su publicación impresa en 1791, la novela circuló en copias manuscritas con diferentes títulos. También es conocida como Historia de la Piedra. Mientras que los primeros 80 capítulos fueron escritos por Cao Xueqin, Gao E, quien editó las primera y segunda ediciones impresas con su compañero Cheng Weiyuan en 1791, añadió 40 capítulos adicionales para completar la versión actual de la novela.</p><p><br></p><p>Sueño en el pabellón rojo se cree que es una obra semi-autobiográfica, reflejando el auge y decadencia de la propia familia de Cao Xueqin y por extensión, de la dinastía Qing. Por los datos proporcionados por el propio autor desde el primer capítulo, se pretende que sea un monumento a las mujeres que conoció en su juventud: amigas, parientes, sirvientas. La novela es notable no solo por su enorme elenco de personajes y la psicología de los mismos, sino también por su observación precisa y detallada de la vida y las estructuras sociales propias de la aristocracia china del siglo XVIII</p>
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Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
Capítulo XXXVII
Capítulo XXXVIII
Capítulo XXXIX
Capítulo XL
Capítulo XLI
Capítulo XLII
Capítulo XLIII
Capítulo XLIV
Capítulo XLV
Capítulo XLVI
Capítulo XLVII
Capítulo XLVIII
Capítulo XLIX
Capítulo L
Capítulo LI
Capítulo LII
Capítulo LIII
Capítulo LIV
Capítulo LV
Capítulo LVI
Capítulo LVII
Capítulo LVIII
Capítulo LIX
Capítulo LX
Capítulo LXI
Capítulo LXII
Capítulo LXIII
Capítulo LXIV
Capítulo LXV
Capítulo LXVI
Capítulo LXVII
Capítulo LXVIII
Capítulo LXIX
Capítulo LXX
Capítulo LXXI
Capítulo LXXII
Capítulo LXXIII
Capítulo LXXIV
Capítulo LXXV
Capítulo LXXVI
Capítulo LXXVII
Capítulo LXXVIII
Capítulo LXXIX
Capítulo LXXX
Capítulo LXXXI
Capítulo LXXXII
Capítulo LXXXIII
Capítulo LXXXIV
Capítulo LXXXV
Capítulo LXXXVI
Capítulo LXXXVII
Capítulo LXXXVIII
Capítulo LXXXIX
Capítulo XC
Capítulo XCI
Capítulo XCII
Capítulo XCIII
Capítulo XCIV
Capítulo XCV
Capítulo XCVI
Capítulo XCVII
Capítulo XCVIII
Capítulo XCIX
Capítulo C
Capítulo CI
Capítulo CII
Capítulo CIII
Capítulo CIV
Capítulo CV
Capítulo CVI
Capítulo CVII
Capítulo CVIII
Capítulo CIX
Capítulo CX
Capítulo CXI
Capítulo CXII
Capítulo CXIII
Capítulo CXIV
Capítulo CXV
Capítulo CXVI
Capítulo CXVII
Capítulo CXVIII
Capítulo CXIX
Capítulo CXX
Notas
Familias
Mapa
En sueños, Zhen Shiyin ve el Jade de las
Comunicaciones Trascendentales.
En la miseria, Jia Yucun se enamora de una
flor del gineceo.
Así empieza el capítulo que abre esta novela. Su autor, que ha vivido largo tiempo entre sueños e ilusiones, admite que al emprender la escritura de estas Memorias de una roca[1] ocultó los verdaderos hechos de su vida detrás de la ficción de un jade al que llama «de las Comunicaciones Trascendentales»; por eso el primer nombre que emplea para un personaje es el de Zhen Shiyin [2].
Pero ¿cuáles son los hechos recogidos en este libro y quiénes son los personajes?
El autor declara:
Habiendo fracasado en todo cuanto emprendí en este mundo atareado y polvoriento, vine en recordar a todas las muchachas que antaño me rodearon. Entonces, como un trueno, me asaltó la idea de que cada una de ellas me había superado en conducta y raciocinio. ¿Cómo yo, orgulloso de mi condición de varón, podía ser menos que una mujer? Pero ya la vergüenza estaba de sobra y el arrepentimiento era inútil. Sí, realmente no había nada que hacer.
En ese momento decidí divulgar de qué manera, cubierto de sedas y delicadamente atendido por el favor imperial gracias a los méritos de mis antepasados, contravine la bondad de mis padres y los buenos consejos de maestros y amigos hasta disipar la mitad de mi vida sin haber aprendido un solo oficio. No puedo eludir mi responsabilidad, pero tampoco permitiré que, por culpa de mis errores o el deseo de ocultar mis defectos, se desvanezcan en el olvido aquellas adorables muchachas que conocí. Que hoy viva humildemente en una choza con techo de paja y ventanas de estera, horno de arcilla y lecho de lianas, no ha de impedir que abra de par en par las puertas de mi corazón. La brisa matinal, el rocío nocturno, los sauces en el umbral y las flores de mi patio me animan a tomar el pincel; y, aunque no sean grandes mi instrucción y mis talentos literarios, poco importará que escriba esta historia con palabras falsas y en lengua vulgar si ha de servir para dejar testimonio de todas esas jóvenes adorables, Por eso he llamado a mi segundo personaje Jia Yucun [3].
En este capítulo, las palabras «sueño» e «ilusión» que utilizo sirven para alertar la vista del lector, al mismo tiempo que dotan de sentido mi obra.
¿Saben ustedes, dignos lectores, cómo nació este libro? Su origen puede parecerles fantástico, pero no duden que, si se acercan a él con ánimo dispuesto, descubrirán que su lectura encierra mucho interés y puede ser de gran provecho. Permítanme explicárselo de manera que no quede en ustedes sombra de duda sobre el particular.
Cuando la diosa Nüwa necesitó rocas para reparar la bóveda celeste [4] acudió al Acantilado de lo Insondable, en la Montaña de la Inmensa Soledad, con la intención de fundir treinta y seis mil quinientos y un bloques de piedra, cada uno de doce zhang[5] de altura y veinticuatro de superficie sobre el suelo, de los que sólo empleó treinta y seis mil quinientos. El sobrante lo abandonó al pie del Pico de la Cresta. Azul. Aunque parezca extraño, aquella roca, después de ser templada por el fuego, había cobrado una esencia trascendental. Como el destino de las demás fue servir para remozar la bóveda celeste y sólo ella había sido desechada para tan alto menester, día y noche los pasaba en lamentaciones, desconsolada y llena de vergüenza.
La roca al pie del Pico de la Cresta Azul.
Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1791).
Cierto día, mientras la roca se lamentaba de su suerte, vio venir a lo lejos a dos monjes, uno budista y otro taoísta, de porte imponente y apariencia distinguida. Se le acercaron y allí mismo se sentaron a conversar. Hablaron primero de montañas entre nubes, mares de bruma, dioses e ilusiones taoístas; luego, de las glorias y riquezas de los hombres. Al oír sus palabras, la roca se turbó con el profundó deseo de conocer ese mundo de los hombres y disfrutar ella también del placer y la felicidad. Se compadeció de sí misma por su rudeza y, sin poderse contener, habló en la lengua del género humano. Dijo al bonzo y al taoísta:
—Maestros, disculpad a este torpe discípulo que apenas es digno de saludaros. Me maravillan las glorias y riquezas de ese mundo del cual os he oído hablar. Mi cuerpo es áspero pero mi alma tiene algo trascendental, y como cuando os veo con vuestros hábitos entiendo que no sois gente ordinaria, sino con talento para salvar al mundo y virtud para procurar beneficios a la humanidad, os suplico que seáis bondadosos conmigo y me permitáis descender a ese mundo, donde pueda disfrutar algunos años de riquezas y placeres. Os quedaría agradecido eternamente por este inmenso favor.
—¡Bonitas palabras! —El bonzo y el taoísta sonrieron—. Es verdad que en el mundo de los hombres existen alegrías, pero también es cierto que no son eternas. Se dice que, allí, en la belleza se esconde el defecto, y que sólo se consigue el objetivo perseguido después de vencer muchos obstáculos. Además, en un santiamén nace del placer la tristeza, y todo, personas y cosas, se esfumará un día convirtiéndose en un sueño e ingresando en el vacío. No ir sería más sensato por tu parte.
Pero la roca estaba decidida y continuó con sus ruegos. Ambos inmortales supieron que sería imposible convencerla, así que suspiraron resignados:
—Siempre que uno permanece inmóvil mucho tiempo acaba deseando el movimiento, y todo lo que existe nace de la Nada. Puesto que tanto insistes conocerás esos placeres, pero no te arrepientas cuando las cosas te vayan mal.
—¡No me arrepentiré! —exclamó la roca.
—Tu alma es inteligente pero tu cuerpo es áspero, y además careces de algún valor extraordinario —prosiguió el bonzo—; por eso tendrás que prosperar en el mundo de los hombres haciendo un enorme esfuerzo. Ahora te ayudaré con la magia del budismo. Cuando termine el kalpa[6] retornarás a tu forma natural para poner fin a este proceso. ¿Estás de acuerdo?
La roca asintió, profundamente agradecida. Entonces el bonzo recitó ciertas fórmulas de encantamiento y puso en práctica toda su magia, de modo que redujo la roca gigante a un simple trozo de jade no más grande que un colgante de abanico; y poniéndolo sobre la palma de su mano le dijo sonriendo:
—Tienes la apariencia de un objeto precioso, pero todavía careces de auténtico valor. Te grabaré encima algunos caracteres para que la gente perciba de un simple vistazo que eres algo especial; entonces podremos llevarte a algún reino civilizado y próspero, a una familia culta de rango, a un lugar donde abunden las flores y los sauces, a un hogar de placer y de lujo donde te puedas establecer cómodamente…
La roca no cabía en sí de gozo.
—Maestros, ¿cuáles son esos dones maravillosos que me concederéis? ¿Y dónde pensáis llevarme?
—No preguntes —le advirtió el bonzo—. Ya lo sabrás a su debido tiempo.
Dicho lo cual se guardó el jade en la manga [7] y emprendió la marcha con el taoísta, pero se ignora en qué dirección.
Pasados quién sabe cuántos siglos y kalpas, otro taoísta conocido como el reverendo Vanidad de Vanidades llegó, en su búsqueda del Dao [8] y la Inmortalidad, hasta la Montaña de la Inmensa Soledad, el Acantilado de lo Insondable y el pie del Pico de la Cresta Azul. Sus ojos se posaron sobre la antigua inscripción todavía discernible de una enorme roca, y la leyó entera. Era un relato del rechazo sufrido por aquella piedra cuando se hizo la reparación del cielo, así como de su transformación en un jade y su posterior traslado al mundo de los hombres por el budista del Espacio Infinito y el taoísta del Tiempo Interminable; de las alegrías y tristezas, encuentros y despedidas, tratos cálidos y fríos que allí había experimentado. Detrás había un poema budista:
Indigno de ser parte del cielo,
¡tantos años en vano pasé en la tierra…!
Aquí se narra mi vida en los dos mundos,
¿a quién pediré que la divulgue?
Luego aparecía el nombre de la región donde la roca había ido a parar, el lugar exacto de su encarnación y la relación de sus aventuras, incluidos triviales asuntos familiares y versos livianos compuestos para aliviar las horas de ocio. No obstante, no figuraban los nombres de la dinastía, del año y del país, de modo que Vanidad de Vanidades concluyó:
—Hermano Roca, considero que la historia en ti grabada tiene cierto encanto y merecería alguna difusión; sin embargo observo que no figuran la dinastía ni el año, ni se encuentran referencias a ministros dignos y leales ni a cómo manejaron el gobierno y la moral pública. Sólo aparecen unas cuantas muchachas singulares en pasión y en locura, en pequeños dones o intrascendentes virtudes, pero incomparables en cualquier caso con aquellas damas de gran talento que fueron Ban Zhao y Cai Yan [9]. Aunque la transcribiera no sería del interés de nadie.
—Maestro, ¿cómo puede ser tan implacable? —protestó la roca—. Si la fecha no aparece bastaría con situar esta historia en las dinastías Han o Tang [10], pero ya que ése es un tópico común a todas las novelas, una manera de evitarlo sería transcribir sencillamente mis propios sentimientos y peripecias. ¿Qué necesidad hay de señalar tal o cual fecha precisa? Además, los lectores comunes prefieren la literatura liviana a los libros de Estado. Ya hay demasiadas obras que contienen anécdotas vilipendiosas contra soberanos o ministros, calumnias sobre las esposas o hijos de los demás, descripciones licenciosas y violentas… ¡Y son todavía peores esos escritos lujuriosos de la escuela de la brisa y la luz de luna que corrompen a los jóvenes con el veneno de su asquerosa tinta [11]! En cuanto a las novelas galantes, aparecen a montones siendo todas iguales y ninguna deja de frisar la impudicia, llenas como están de alusiones a jóvenes apuestos y talentosos y a muchachas bellas y refinadas de la historia; no obstante, para poder insertar sus propios poemas, el autor inventa héroes y heroínas manidos frente al inevitable villano intrigante, como aquellos pérfidos bufones de las obras de teatro… En esas novelas, llenas de contrasentidos y ridículamente engoladas, incluso las criadas acaban hablando con pedantes palabras sin sentido. ¡Eran mejores aquellas muchachas que yo mismo conocí en mis días de juventud! No me atrevería a ponerlas por encima de todos los personajes de anteriores obras, pero la historia de cada una puede servir para disipar el tedio y las preocupaciones, y los pocos versitos que he intercalado pueden provocar alguna que otra sonrisa y añadir gusto al vino… En cuanto a las escenas de despedidas tristes y jubilosos encuentros, de prosperidad y decadencia, todas son puntualmente ciertas y no han sufrido la más pequeña modificación para producir alguna sensación especial o apartarse de la verdad. En estos tiempos, la preocupación cotidiana de los pobres es comer y vestir, mientras los ricos no tienen hartura: ocupan su ocio en aventuras galantes, en acumular riquezas o en complicarlo todo. ¿Qué tiempo les queda a unos y a otros para leer tratados políticos y morales? Ni quiero que la gente se maraville con mi historia ni exijo que la lean por placer; sólo espero que les sirva para distraerse sentados en torno al licor y los manjares, o en el curso de alguna huida de las tribulaciones terrenales. Dedicando su atención a esta obra y no a otras vanas actividades podrán quizás ahorrar sus energías y prolongar sus vidas, librándose del daño que producen las disputas y rencillas o la aburrida persecución de lo ilusorio. Además, este relato ofrece a los lectores algo nuevo, distinto a esos trillados y rancios revoltijos de despedidas y súbitos encuentros, repletos de talentudos eruditos y adorables muchachas: Cao Zijian, Zhuo Wenjun, Hongniang, Xiaoyu [12] y los demás. ¿No le parece, Maestro?
El bonzo tiñoso y el taoísta cojo.
Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1791).
El reverendo Vanidad de Vanidades consideró sus palabras y volvió a leer cuidadosamente estas Memorias de una roca. Descubrió que contenían condenas a la traición y críticas a la adulación y al mal, y que no habían sido escritas para pasar la censura de los tiempos; pero en todo lo concerniente a las correctas relaciones entre los hombres y al encomio de actos virtuosos superaba a otros libros repletos de voluminosas descripciones de príncipes benefactores, ministros benévolos, padres complacientes e hijos henchidos de amor filial. Aunque el tema principal era el amor, se trataba sencillamente de una crónica de acontecimientos reales superior a aquellas falsas obras envilecidas que tratan de citas licenciosas y aventuras disolutas. Y, en fin, como no abordaba en absoluto acontecimientos de actualidad transcribió de principio a fin lo grabado y se lo llevó para buscar quien lo editara.
A partir de entonces el taoísta Vanidad de Vanidades percibió que todos los fenómenos del mundo nacen de lo vacío y despiertan la pasión, y como él convirtió la pasión en los fenómenos y desde los fenómenos percibió lo vacío [13], se cambió el nombre por el de «monje Apasionado». Modificó también el título de la obra por el de Crónica del monje Apasionado.
Kong Meixi, de Donglu [14], sugirió otro título: Precioso espejo de la Brisa y la Luna. Más tarde, Cao Xueqin pasó diez años en su pabellón de Luto por el Rojo revisando la obra y redactándola cinco veces sucesivas. La dividió en capítulos, a cada uno de ellos puso un encabezamiento y designó el libro con el título definitivo de Las doce bellezas de Jinling[15]. Luego añadió la siguiente estrofa:
Un reguero de lágrimas tristes,
páginas llenas de palabras absurdas.
Dicen que su autor está loco,
¿pero quién leerá su escondida amargura?
Ahora que tenemos claro el origen de la historia, veamos lo que había grabado sobre la roca.
Hace mucho tiempo la tierra entró en declive por el sudeste, y en aquel lugar había una ciudad llamada Guau [16]. El barrio de la puerta Chang de Gusu era uno de los más elegantes, ricos y bellos del mundo de los hombres. Al otro lado de la puerta se encontraba la calle de los Diez Lis[17], en la que venía a desembocar el pasaje de la Humanidad y la Pureza; allí había un viejo templo muy pequeño conocido, por su forma, como templo de la Calabaza. Cerca vivía Zhen Fei, cuyo nombre social era Shiyin. Su esposa, nacida Feng, era una mujer virtuosa y digna con un fuerte sentido de la moral y la decencia. Aunque ni muy rica ni muy noble, su familia era muy respetada en aquella localidad.
Zhen Shiyin era un hombre tranquilo y sencillo. En lugar de afanarse por la riqueza o el rango disfrutaba cultivando flores, sembrando bambúes, bebiendo vino o escribiendo poemas. Disponía de su tiempo casi como un inmortal, pero una cosa le faltaba: había cumplido más de cincuenta años sin un hijo varón; sólo tenía una hija de tres años llamada Yinglian.
Cierto agobiante día de verano, mientras se encontraba leyendo en su estudio, dejó caer Zhen Shiyin el libro de sus manos y, apoyando la cabeza en el escritorio, se quedó profundamente dormido. En sueños viajó a un lugar desconocido donde divisó a un monje budista y a otro taoísta que se aproximaban enfrascados en una animada charla. Oyó que el taoísta preguntaba al bonzo:
—¿Dónde piensas llevar ese estúpido objeto?
—Ten paciencia. El telón está a punto de alzarse para un drama de amor, pero hay actores que aún no han cobrado vida. Voy a colocar este estúpido objeto entre ellos para que viva la experiencia que desea.
—Así que otra tanda de amorosos pecadores se dispone a un nuevo drama a través de la reencarnación… —comentó el taoísta—. ¿En dónde tendrá lugar la representación?
—Es una historia entretenida. Nunca habrás oído una cosa igual. Al oeste, sobre las márgenes del Río Sagrado, junto a la Roca de las Tres Encarnaciones [18], crecía una planta de Perlas Bermejas regada cada día con dulce rocío por el jardinero Shenying, del palacio del Jade Rojo. Con el paso de los meses y los años la planta de Perlas Bermejas bebió las esencias del cielo y de la tierra y el alimento de la lluvia y el rocío hasta despojarse de su naturaleza vegetal y adquirir forma humana, si bien sólo la de una muchacha. Se pasaba los días vagando más allá de la Esfera del Dolor de la Despedida, saciando su hambre con el fruto del Amor Secreto y aplacando su sed en el Mar de la Pena Rebosante. Como no podía corresponder a las atenciones que le prodigaba el jardinero, anidaba en sus entrañas un sentimiento de ternura infinita que la obsesionaba. Precisamente en esos días, aprovechando la paz y la prosperidad de la dinastía reinante, Shenying deseó cobrar forma humana para poder visitar el mundo de los hombres. Formuló su deseo a la diosa del Desencanto, que vio una oportunidad para que Perla Bermeja pudiera saldar su deuda de gratitud. «Él me dio dulce rocío —dijo Perla Bermeja—, pero yo no tengo agua para compensar su bondad. Si baja al mundo de los hombres me gustaría acompañarlo; así podré saldar mi deuda derramando por él las lágrimas de toda una vida.» Esto indujo a muchos otros espíritus amorosos que no habían expiado sus pecados a ir con ellos y participar también en ese drama.
—Extraño asunto —comentó el taoísta—, nunca había oído hablar del pago de una deuda en lágrimas. Imagino que este relato será más fino y detallado que las vulgares historias de brisa y luz de luna.
—En los viejos relatos sólo se aportan unos pocos rasgos sobre las vidas de los personajes mediante algunos poemas —dijo el bonzo—, pero nunca se exponen los detalles íntimos de la vida familiar o las comidas cotidianas. Además, la mayor parte de las historias de brisa y luz de luna se ocupan de citas secretas y fugas, y nunca han expresado el verdadero amor entre un joven y una muchacha. Estoy seguro de que cuando esos espíritus desciendan a la tierra veremos locos de amor, enloquecidos por el deseo carnal, gente sensata, mentecatos e individuos indignos distintos a los de obras anteriores.
—¿Por qué no aprovechamos nosotros también esta oportunidad para bajar y liberar a unos cuantos de los sufrimientos que les esperan? Sería una buena acción.
—Precisamente venía pensándolo. Pero antes debemos llevar este estúpido objeto al palacio de la diosa del Desencanto para entregárselo. En cuanto todas las almas soñadoras bajen al mundo de los hombres podremos hacerlo nosotros, pero hasta ahora sólo ha bajado la mitad.
—En ese caso estoy listo para acompañarte —dijo el taoísta.
Zhen Shiyin había oído cada palabra de aquella conversación, pero ignoraba qué podría ser ese «estúpido objeto» al que se referían, de manera que no pudo resistir la tentación de averiguarlo y acudió a ellos con una reverencia.
—¡Saludos, maestros inmortales! —dijo con una sonrisa, y apenas hubieron devuelto el saludo prosiguió—: Esta oportunidad de escuchar su conversación sobre causas y efectos ha sido extraordinaria, pero soy demasiado torpe para comprenderla; si pueden ilustrarme un poco sobre el particular prometo escuchar atentamente, pues percibo que su sabiduría puede procurarme la salvación.
Ambos inmortales sonrieron.
—Se trata de un misterio que no podemos divulgar. Cuando llegue el momento piensa en nosotros. Quizás entonces consigas escapar de las llamas.
Al oírlo, Shiyin supo que no debía insistir más.
—Sé que no debo inmiscuirme en un misterio —dijo—, pero al menos podrían enseñarme el estúpido objeto que acaban de mencionar.
—Si quieres saber de qué se trata, tu destino es verlo una sola vez —dijo el bonzo sacándose de la manga un bellísimo fragmento de jade traslúcido y entregándoselo a Shiyin.
En el anverso tenía grabadas las palabras «Jade Precioso de las Comunicaciones Trascendentales». Antes de que Shiyin pudiera observar con atención unas líneas de caracteres más pequeños grabados en el reverso, el budista se lo arrancó de las manos diciendo:
—Hemos llegado a la Tierra de la Ilusión.
Y, acompañado por el taoísta, pasó a través de un arco de piedra que mostraba la siguiente inscripción: «Tierra de la Ilusión del Gran Vacío». Sobre ambas columnas, en perfecta simetría:
Cuando se toma lo falso por verdadero, lo verdadero se torna
falso; cuando de la nada surge el ser, el ser permanece nada.
Shiyin quiso seguirlos, pero oyó de repente un pavoroso estrépito, como si las montañas se desplomaran o la tierra se resquebrajara. Despertó con un grito y miró en torno suyo. Allí estaba el sol brillando sobre las hojas de los plátanos. El sueño se había esfumado.
En ese momento se acercó la nodriza con Yinglian en brazos, y Shiyin pensó que su hija estaba más bella y adorable cada día. La tomó en brazos y la apretó contra su pecho, jugó con ella unos momentos y luego la llevó a la puerta para que viera pasar un cortejo que en ese momento desfilaba. Ya se disponía a entrar cuando, desde el otro lado de la calle, vio acercarse a un bonzo y a un taoísta riendo y platicando mientras gesticulaban como locos. El budista iba descalzo y tenía la cabeza tiñosa; el taoísta cojeaba y llevaba el cabello revuelto. Al llegar a la puerta de Shiyin, viendo a la niña, el bonzo prorrumpió en lamentos:
—¡Ay, señor! ¿Qué hace en sus brazos esa criatura de triste destino? ¡Será la desgracia de sus padres!
Pensando que el hombre desvariaba, Shiyin lo ignoró.
—¡Entréguemela! —gritó entonces el budista—. ¡Entréguemela!
Shiyin perdió la paciencia, apretó con más fuerza a la niña y se dispuso a entrar en su casa. El monje, señalándola con el dedo, dejó escapar una rugiente carcajada y recitó:
Me río de ti: quieres cuidar a esa tierna criatura
que habrá de ser un nenúfar sepultado por la nieve.
Cuídate de lo que llega: la fiesta de los Faroles:
evanescencia del humo cuando la llama se apaga [19].
Shiyin lo oyó claramente y quedó pensativo, como si todo aquello le recordara algo. Justo cuando iba a preguntar la procedencia de ambos, el taoísta le dijo al bonzo:
—Aquí se separan nuestros caminos; cada uno debe ocuparse de sus propios asuntos. Te espero dentro de tres kalpas en el monte de Beimang [20]; juntos podremos ir hasta la Tierra de la Ilusión para decirle a la diosa del Desencanto que la deuda está saldada.
—Muy bien —asintió el budista.
Y ambos se desvanecieron sin dejar rastro.
Fue entonces cuando Shiyin comprendió que no eran simples mortales, y lamentó no haberles prestado la debida atención. Sus lastimosas cavilaciones fueron interrumpidas por la llegada de un letrado pobre que vivía en las proximidades, en el templo de la Calabaza. Tenía por apellido Jia, y su nombre era Hua; su nombre social, Shifei, y Yucun era su seudónimo literario. Era el último de una estirpe de eruditos y funcionarios oriunda de Huzhou [21]. Sus padres, que habían consumido el patrimonio familiar, murieron dejándolo solo en el mundo. Puesto que nada ganaba quedándose en casa encaminó sus pasos a la capital con la esperanza de lograr una posición y restaurar su fortuna. Hacía dos años que había llegado, y cuando hubo gastado todo su dinero decidió mudarse al templo, donde se ganaba precariamente la vida trabajando como pendolista. De ahí que Shiyin lo viera con frecuencia.
Tras saludar a Shiyin le preguntó:
—¿Qué mira parado en la puerta, señor? ¿Algo que ocurre en la calle?
—Nada. Mi hijita lloraba, de manera que la saqué a jugar. Has llegado justo a tiempo, porque estaba empezando a aburrirme. Entra y ayúdame a pasar este largo día de verano.
Ordenó a un criado que se llevara a la niña y condujo a Yucun a su estudio, donde un muchacho sirvió el té. Apenas habían intercambiado algunos comentarios cuando entró un sirviente para anunciar la llegada de un tal señor Yan.
Shiyin se excusó diciendo:
—Disculpa mi descortesía. ¿Te molestaría esperarme unos minutos?
—Nada de formalismos, estimado amigo —dijo Yucun incorporándose—, soy un invitado habitual en su casa y no me importa esperar.
Cuando Shiyin salió del cuarto, Yucun se dedicó a hojear algunos libros hasta que oyó a alguien toser en el jardín. Se acercó a la ventana y vio a una joven sirvienta recogiendo flores; tenía los ojos brillantes y las cejas llenas de gracia, y, aunque no era propiamente una belleza, su gran encanto hizo que Yucun la contemplara absorto. Cuando se disponía a marcharse con sus flores, la sirvienta levantó de pronto la mirada y vio a un hombre que, aunque mal vestido, era apuesto, con un rostro abierto de labios firmes, cejas como cimitarras, ojos como estrellas, nariz recta y mejillas agradablemente curvadas. Se volvió pensando: «A pesar de sus harapos es un hombre de buen porte. Debe tratarse de Jia Yucun, del que mi señor habla todo el día y al que con gusto ayudaría si se le presentase la ocasión. Sí, ciertamente debe tratarse de él, nuestra familia no tiene otros amigos pobres. Con razón dice mi señor que es el tipo de hombre que no permanecerá mucho tiempo en su situación». No pudo resistir la tentación de volver a mirarlo un par de veces, lo que llenó de júbilo a Yucun, quien pensó que la muchacha se había prendado de él y que tenía buen juicio y era una de las pocas personas que podían apreciar su valor más allá de su mísero aspecto.
En ese momento volvió el sirviente e informó a Yucun de que el inesperado visitante se quedaría a cenar, lo que hacía inútil su espera. Se marchó por un corredor que conducía hasta la puerta lateral. Cuando también se hubo marchado el señor Yan, Shiyin no volvió a llamar a Yucun.
Llegó la fiesta del Medio Otoño [22] y, tras la cena familiar, Shiyin hizo colocar otra mesa en su estudio y fue paseando bajo la luz de la luna hasta el templo para invitar a Yucun.
Desde aquel día en que la doncella de los Zhen se volvió para mirarlo, Yucun se complacía pensando en su aprecio y le dedicaba sus pensamientos constantemente. Contemplando la luna llena, volvió a evocarla e improvisó el siguiente poema:
No sé si ocurrirá lo que deseo;
a menudo me toma la tristeza.
Me frunce el ceño la melancolía,
pues volvió su camino para verme.
Sombra soy en el viento, y me pregunto
si ella será quien me acompañe siempre.
Si viene a tocarme la luz de la luna,
que lleve mi amor a su pabellón.
Cuando lo hubo recitado, Yucun se revolvió el cabello y, suspirando al pensar en lo mucho que faltaba para poder ver realizadas sus ambiciones, declamó el siguiente pareado:
El jade del cofre quiere un buen precio alcanzar,
el alfiler del joyero muy alto espera volar [23].
Shiyin, que llegaba en ese preciso momento, lo oyó con claridad y, bromeando, le dijo:
—Veo que tienes grandes ambiciones, hermano Yucun.
—Nada de eso, no aspiro a tanto —respondió Yucun algo incómodo—. Simplemente recitaba versos antiguos. ¿A qué se debe el placer de esta visita?
—Esta noche es el Medio Otoño, comúnmente conocido como la fiesta de la Reunión, y pensé que te sentirías muy solo en este templo. En mi humilde casa tengo un poco de vino y me pregunto si aceptarías compartirlo conmigo.
Yucun no necesitaba mayor aliento:
—Oh señor, su bondad conmigo es excesiva. Nada me gustaría más.
Y se encaminaron hacia el patio delantero, frente al estudio de Shiyin. Pronto terminaron con el té y pasaron a catar vinos y degustar platos selectos. Primero bebieron pausadamente, pero con la charla fueron elevándose sus espíritus y se volvieron audaces. De todas las casas del vecindario llegaban sonidos de flautas y cuerdas, y por todas partes se oían canciones. Y, sobre todo ello, la luna brillaba en todo su esplendor. Copa tras copa, fue creciendo la alegría de los dos hombres.
Yucun, casi borracho, no pudo contener su euforia e improvisó un cuarteto a la luna:
El día quince la luna llena
baña con luz pura las balaustradas de jade.
Cuando surca los cielos su luminosa esfera,
alzan su mirada los hombres de la tierra.
—¡Excelente! No creo que dure siempre tu actual pobreza. Estos versos tan buenos auguran un rápido progreso. Pronto estarás caminando sobre nubes. Permíteme felicitarte —exclamó Shiyin llenando otra copa.
Yucun la bebió de un trago y después suspiró.
—No crea usted que son incongruencias de borracho —dijo—. Estoy seguro de que si tuviera ocasión saldría airoso en los exámenes oficiales, pero no tengo dinero para el viaje y la capital está lejos. Mi trabajo de pendolista no me permite reunir bastante.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —exclamó Shiyin—. A menudo he pensado en el asunto, pero ya que nunca lo mencionabas no quise ser yo quien abordase el tema. Ser un hombre de pocas luces no me impide saber lo que se le debe a un amigo. Afortunadamente las próximas oposiciones provinciales tendrán lugar este año; debes trasladarte a la capital cuanto antes y dar muestra de tus conocimientos en la prueba primaveral. Para mí será un privilegio correr con los gastos del viaje y aun con otros que puedan surgir.
Y a renglón seguido mandó traer unos cincuenta taeles de plata y dos juegos de ropa para el invierno.
—El diecinueve es un buen día para viajar [24] —prosiguió Shiyin—. Puedes alquilar un sampán y emprender el camino hacia el oeste [25]. ¡Qué feliz seré cuando te vuelva a ver el próximo invierno, alcanzadas ya las encumbradas cimas!
Yucun aceptó el dinero y la ropa con unas reverencias formales de agradecimiento, y sin añadir más sobre el asunto siguieron bebiendo y conversando. Estuvieron juntos hasta la tercera vigilia [26], momento en el que Shiyin despidió a su amigo y volvió a su cuarto, donde durmió hasta muy entrado el día. Al despertar recordó lo convenido durante la noche y se puso a escribir dos cartas de presentación de Yucun para algunos amigos funcionarios de la capital que podrían alojarlo.
Mandó a un sirviente que avisara a Yucun, pero aquél volvió con el siguiente recado:
—Dice el bonzo del templo de la Calabaza que el señor Jia partió a la capital esta mañana durante la quinta vigilia. Le pidió que le dijera que los eruditos no son supersticiosos en cuanto a los días favorables o nefastos, sino que actúan guiados por la razón. Todo ello le ha impedido despedirse personalmente.
Shiyin no tuvo más que resignarse.
Los días pasan rápido cuando no ocurren cosas notables. En un abrir y cerrar de ojos llegó la alegre fiesta de los Faroles y Zhen Shiyin encargó a su sirviente Huo Qi que llevara a su hija Yinglian a ver los fuegos artificiales y las linternas ornamentales. Hacia la medianoche Huo Qi dejó a la niña sobre los escalones de una casa mientras orinaba un poco más allá, y cuando volvió había desaparecido. La buscó toda la noche en vano, y al alba, desesperado e incapaz de presentarse ante el señor sin su hija, huyó a otro distrito.
La ausencia de su hija alarmó a Shiyin y a su esposa. Mandaron a los sirvientes en su busca, pero todos volvieron sin noticias. Era la única hija de esta pareja de edad madura, y su pérdida los volvió locos. Lloraron día y noche y se sintieron tentados de acabar con sus vidas. Un mes más tarde Shiyin enfermó a causa del dolor, y tras él su esposa.
Por si fuera poco, el decimoquinto día del tercer mes lunar se declaró un incendio en el templo de la Calabaza. En un descuido mientras disponía el ritual, el bonzo prendió un vaso de aceite; el fuego se extendió rápidamente a una ventana de papel, y, como la mayoría de los edificios vecinos tenían paredes de bambú, las llamas corrieron de casa en casa hasta que la calle entera ardió como un monte incendiado. Soldados y civiles intentaron aplacar el siniestro, pero el fuego escapaba a todo control. Duró toda una noche y destruyó no se sabe cuántas casas antes de consumirse. El hogar de los Zhen, contiguo al templo, quedó reducido a un montón de cenizas. Aunque unos pocos sirvientes tuvieron la fortuna de escapar con vida, al pobre Shiyin no le quedó sino patear el suelo y suspirar.
Se fueron a vivir al campo, pero en años anteriores las cosechas se habían malogrado a causa de las inundaciones y la sequía, los bandidos bullían por la región apoderándose de los arrozales sin dar respiro a la población, y las expediciones punitivas de las tropas del gobierno no hacían sino empeorar las cosas. Ante la imposibilidad de vivir allí, Shiyin se vio obligado a vender su tierra y acudir con su esposa y dos sirvientas a ponerse bajo la protección de su suegro Feng Su.
Feng Su, oriundo de Daruzhou, era un simple granjero, pero también un hombre rico al que agradó muy poco la lamentable llegada de su hija y su yerno. Por suerte, a Shiyin le quedaba un poco de dinero de la venta de sus tierras y pidió a Feng Su que lo invirtiera en alguna propiedad donde poder vivir en adelante. Sin embargo, su suegro lo engañó: invirtió sólo la mitad de lo recibido y le entregó unos campos exhaustos y una cabaña destartalada. Shiyin era un erudito que ignoraba todo acerca de los negocios y la agricultura; fue sobreviviendo durante un par de años mientras perdía paulatinamente todos sus bienes y Feng Su lo perseguía con sus reproches y, a sus espaldas, se quejaba ante toda la gente de su incompetencia, ociosidad y extravagancia.
Al golpe sufrido por Shiyin el año anterior y a las penurias que siguieron, vino ahora a sumarse la amarga evidencia del error cometido al confiar en su suegro. Entrado ya en años, y tan cercano a la miseria y la enfermedad, empezó a verse con un pie en la tumba.
Un día que se esforzaba por distraer sus tribulaciones paseando por las calles apoyado en su bastón, se le acercó de pronto un monje taoísta que andaba como un loco dando cojetadas, con sandalias de cuerda y cubierto de harapos. A gritos recitaba:
Los hombres anhelan la inmortalidad,
pero nunca olvidan los lujos y el rango.
¿Dónde andan ahora los grandes de antaño?
Las hierbas silvestres recubren sus tumbas.
Los hombres anhelan la inmortalidad,
pero nunca olvidan la plata y el oro;
se pasan la vida amasando dinero
para que la muerte les selle los ojos.
Los hombres anhelan la inmortalidad,
pero no olvidan a las bellas esposas
que juran amor eterno a sus maridos
y se vuelven a casar en cuanto mueren.
Los hombres anhelan la inmortalidad,
pero traen hijos al mundo sin cesar;
padres cariñosos veréis a montones,
¿quién ha visto que un hijo ame a su padre?
Hacia el final del parlamento, Shiyin se acercó:
—¿Qué es eso que recitaba a gritos? —preguntó—. Me dio la impresión de que trataba acerca de la vanidad de todas las cosas.
—Algo entiendes si eso has comprendido —respondió el taoísta—. Has de saber que en este mundo todo lo bueno tiene su fin, y que acabar es bueno, pues todo lo bueno se acaba. Mi canción se llama Todas las cosas buenas se acaban.
Con su natural inteligencia, Shiyin comprendió en el acto lo que le estaba diciendo. Sonriendo le contestó:
—Espere un momento. ¿Puedo hacer una glosa sobre lo que acaba de decir?
—Por supuesto —dijo el taoísta.
Y entonces Shiyin recitó:
Chozas humildes y salas vacías
donde colgaron antaño blasones;
hierbas marchitas, álamos resecos
que vieron cantar, danzar a los hombres.
Las telarañas recubren las vigas labradas,
retorna la gasa verde a los ventanales rotos;
frescos siguen y perfuman los afeites,
¿por qué en un segundo encanecen las sienes?
Ayer mismo acogió unos huesos la arcilla amarilla
y hoy rojas linternas alumbran el nido de los amantes;
ayer hubo unos hombres cargados de plata
que hoy son mendigos que todos desprecian.
La muerte ajena les hace suspirar,
pero ignoran que ya está llamando a su puerta.
¡Con qué celo a sus hijos educan!
¿Quién les asegura que bandidos no serán?
Con un joven noble la hermosa quiere casarse,
¿quién supone que en el Barrio Rojo [27] ha de acabar?
Un hombre se queja de su rango inferior
y le ponen entonces un cepo en el cuello.
Ayer apreció mucho su abrigo raído,
y hoy se queja de que le queda larga su túnica morada. [28]
Todo es lucha y tumulto en el escenario:
apenas uno acaba su canción, hay otro cantando.
Es locura incomparable confundir
con él propio hogar los parajes extraños,
y al final nuestro esfuerzo consiste
en coser las ropas que otra gente lucirá.
—¡Eso es! —exclamó satisfecho el taoísta excéntrico y cojo dándole una palmada en la espalda.
—Vamos —añadió escuetamente Shiyin. Y colgando de su hombro la alforja del monje, sin pasar por su casa, echaron a andar.
La noticia corrió por el vecindario y pronto llegó a la esposa de Shiyin, que se echó a llorar con desconsuelo. Tras consultar con Feng Su, éste organizó una búsqueda exhaustiva que no dio resultado alguno, con lo cual ella se vio obligada a volver al hogar de sus padres. Afortunadamente le quedaban dos doncellas, y así las tres, cosiendo día y noche, ganaban lo suficiente para pagar a Feng Su los gastos que ocasionaban. A regañadientes, Feng tuvo que aceptarlo así.
Un día la mayor de las doncellas se encontraba comprando hilo en la puerta cuando oyó a unos hombres que gritaban para despejar la calle, y a la gente comentando la llegada del nuevo gobernador. Se ocultó en el umbral para observar. Primero pasaron los soldados y los agentes de dos en dos, luego pasó un palanquín que llevaba a un funcionario con bonete de gasa negra y túnica roja. La doncella miró sorprendida y pensó: «Ese rostro me resulta familiar. ¿No lo habré visto antes?». Pero una vez que entró ya no volvió a pensar en el asunto.
Aquella noche, cuando ya se disponían a dormir, oyeron un clamor de voces y unos fuertes golpes en el portón. Unos mensajeros de la prefectura ordenaron a Feng Su que se presentara para ser interrogado por el gobernador. Al oírlo, Feng Su se quedó boquiabierto y consternado. ¿Acaso iban a continuar las calamidades?
La dama Lin fallece en la ciudad de Yangzhou.
Leng Zixing describe la mansión Rongguo.
Dice un poema:
Si se ganará en el juego, quién lo sabe de antemano.
El incienso se consume, se acaba el té, pero aún quedan.
Para hacer augurios de fortuna o decadencia
hay que buscar quien contemple todo con ojo imparcial.
Al oír tanto barullo en el portón de su casa, Feng Su salió a atender a los mensajeros.
—Dígale rápido al señor Zhen que salga —gritaron.
—Me llamo Feng, no Zhen —respondió él con una risita aduladora—. Es mi yerno el que se llama Zhen, pero hace dos años que se fue para entrar en religión. ¿Es a él a quien buscan?
—Cómo quiere que lo sepamos. Cumplimos órdenes del gobernador. Si es usted su suegro acompáñenos para aclarar todo este embrollo ante Su Señoría; así nos ahorraremos otro viaje.
Y sin darle tiempo a protestar se lo llevaron a rastras ante la mirada temerosa de los suyos, que ignoraban tanto como él lo que significaba aquello. Hacia la segunda vigilia, Feng Su regresó de muy buen humor. Le preguntaron qué había sucedido y contestó:
—El nuevo gobernador, Jia Yucun, es de Yangzhou y un viejo amigo de mi yerno. Cuando pasó por nuestra puerta vio a Jiaoxing comprando hilo y supuso que Shiyin se había mudado aquí. Cuando le expliqué todas las desgracias que le habían sucedido, así como su partida, se mostró muy afectado. Preguntó también por mi nieta y le conté que había desaparecido durante la fiesta de los Faroles. «¡No hay problema! —dijo Su Señoría—, ordenaré una investigación exhaustiva y la encontraré.» Acabada nuestra charla, cuando ya me iba, me entregó dos taeles de plata.
El relato de Feng Su entristeció profundamente a la esposa de Zhen.
Así pasó la noche, y a primera hora de la mañana llegó un mensajero de Jia Yucun con dos bolsas de monedas y cuatro piezas de brocado para la señora Zhen, como muestra de gratitud. También había una carta confidencial para Feng Su en la que el gobernador le pedía que persuadiera a su hija con el fin de que ésta le permitiera tomar a su doncella Jiaoxing como segunda esposa. Feng Su expresó ruidosamente su júbilo a pedos. Ansioso de complacer al gobernador forzó el consentimiento de su hija, y aquella misma noche hizo subir a Jiaoxing en un pequeño palanquín y la llevó a la prefectura.
No hace falta que nos detengamos en la satisfacción de Yucun, que entregó a Feng Su cien monedas de oro y envió muchos presentes a la señora Zhen pidiéndole que cuidara su salud en tanto averiguaba el paradero de su hija. Feng Su regresó a su casa, donde ya lo podemos dejar.
Jiaoxing, la doncella que se había vuelto para mirar a Yucun en Gusu, nunca hubiera podido sospechar que una mirada lanzada al azar pudiera tener consecuencias tan extraordinarias. Y tanta fue su suerte que al año de su matrimonio tuvo un hijo, y seis meses después la esposa oficial de Yucun cayó enferma y murió. Entonces Jiaoxing la sustituyó mejorando aún más su posición:
Tanto ha mejorado su condición
una mirada lanzada al azar.
Tras recibir el dinero que Shiyin le entregara en Gusu, Yucun había emprendido viaje a la capital. Tuvo tanto éxito en los exámenes oficiales que pasó a ser graduado de Palacio [1], y luego consiguió su nombramiento provincial. Ahora había sido ascendido a gobernador.
Administrador capaz, Yucun era sin embargo codicioso y despiadado, y su arrogancia e insolencia le habían procurado la enemistad de sus superiores. En menos de dos años éstos encontraron la oportunidad para acusarlo de falsedad constante, manipulación de los ritos y, bajo la apariencia de honradez, conspiración con sus feroces subalternos para fomentar disturbios en su distrito haciendo insoportable la vida de la población. Indignado, el emperador decretó su destitución. La llegada del edicto alegró el corazón de todos los funcionarios de la prefectura, pero Yucun siguió mostrándose tan jovial como siempre a pesar del tormento y la rabia que sentía. Después de dejar el cargo reunió todo el dinero atesorado durante su mandato y regresó a su ciudad natal, fijando allí su residencia. Cuando se hubo instalado, viajó por el imperio día y noche sin más carga que la brisa a sus espaldas y la luz de la luna en sus mangas.
Uno de esos viajes lo llevó de nuevo a Yangzhou [2], donde descubrió que el comisionado de la Sal de aquel año era Lin Ruhai. Este Lin Ruhai, nacido en Gusu, había quedado tercero en el concurso imperial y recientemente había sido ascendido a censor. El emperador lo había nombrado comisionado para la Inspección de la Sal y llevaba en ese cargo poco más de un mes. Cinco generaciones atrás, uno de los antepasados de Lin Ruhai había sido elevado al rango de marqués. El privilegio fue concedido por tres generaciones; luego, gracias a la benevolencia de Su Majestad Imperial se extendió a una generación más. Merced a ese favor especial el padre de Lin Ruhai había llegado a disfrutar del título, pero él, en cambio, había sido destinado a hacer carrera a través del sistema de exámenes, puesto que su familia era culta además de noble. Pero lamentablemente no era prolífica, a pesar de contar con varias ramas. Lin Ruhai tenía primos, pero no hermanos o hermanas. Ahora era un cuarentón cuyo único hijo había muerto el año anterior a la edad de tres años [3]. Tenía varias concubinas, pero el destino no le había concedido un nuevo hijo, y no había manera de remediarlo. Su esposa, nacida en la familia Jia, le había ciado una hija, Daiyu, que a la sazón tenía cinco años. Sus padres la amaban con locura, puesto que era muy inteligente y bella, y decidieron procurarle una buena educación que compensara y ayudase a olvidar la pérdida del único hijo varón.
Resultó que Yucun había cogido un enfriamiento que lo mantuvo postrado en la cama de su posada más de un mes. Agotado por la enfermedad, y escaso de fondos, andaba buscando un lugar donde convalecer cuando dos viejos amigos le informaron de que el comisionado de la Sal necesitaba un preceptor. Gracias a su recomendación Yucun obtuvo el puesto, y con él la seguridad que necesitaba. Afortunadamente sólo le fue encomendada una niña a la que acompañaban dos doncellas, lo que, sumado a la mala salud de la muchacha, que hacía irregulares las lecciones, aliviaba bastante sus obligaciones.
Un año había pasado cuando inesperadamente enfermó la madre de su alumna, y murió al poco tiempo. Durante la enfermedad fue atendida por la niña, que luego adoptó un luto riguroso. Vistas las circunstancias, Yucun estuvo a punto de renunciar al empleo, pero Lin Ruhai le pidió que lo mantuviera con el objeto de no interrumpir la educación de su hija durante el período de luto. En los últimos tiempos el dolor había provocado una recaída en la delicada salud de la niña, y eso la obligaba a abandonar el estudio durante varios días consecutivos. Entonces Yucun, aburrido, adoptó la costumbre de pasear después de las comidas siempre que el tiempo lo permitiera.
Uno de esos días fue paseando hasta las afueras de la ciudad para disfrutar del campo. Llegó a unas exuberantes arboledas y unos bosquecillos de bambú situados entre colinas y enhebrados por arroyos serpenteantes. Entre el follaje, medio oculto, había un templo. La entrada estaba en ruinas y las paredes se desmoronaban. Sobre la puerta, una tabla lucía la siguiente inscripción: «Templo de la Perspicacia». Flanqueándola había otras dos tablas enmohecidas en las que alguien había escrito estos dos versos:
Aunque mucho acumuló, olvidó retener la mano;
sólo al final del camino pensó en desandar sus pasos.
«A pesar de su tópico lenguaje, estos versos contienen una verdad muy grande —pensó Yucun—. Nunca he visto nada parecido en todos los templos que he visitado. Quizá se oculte detrás la historia de alguien que ha saboreado las amarguras de la vida, algún pecador arrepentido. Entraré a preguntar.»
Dentro del templo sólo encontró a un viejo bonzo tembloroso cocinando unas gachas. Algo decepcionado, Yucun le hizo unas cuantas preguntas. Además de sordo, el bonzo demostró tener el espíritu oscurecido, ya que masculló respuestas incoherentes.
Yucun salió disgustado y decidió mejorar su estado de ánimo bebiendo unas copas en la taberna del pueblo. Al entrar, se levantó uno de los hombres que allí estaban y lo saludó con una sonora carcajada:
—¡Tú aquí! ¡Quién lo hubiera pensado!
Era Leng Zixing, un anticuario al que había conocido en la capital. Como Yucun apreciaba su capacidad de iniciativa y sus habilidades, mientras Zixing gustaba de los conocimientos literarios de Yucun, ambos habían llegado a congeniar convirtiéndose en muy buenos amigos.
—¿Cuándo has llegado, hermano? —preguntó Yucun alegremente—. No sabía que anduvieras por aquí. ¡Qué casualidad haberte encontrado!
—A finales del año pasado fui a mi casa y, de regreso a la capital, me detuve para visitar a un viejo amigo que tuvo la amabilidad de pedirme que me quedara. Como no tengo mucha prisa, he interrumpido mi viaje un tiempo. Me marcho a mediados de mes. Hoy mi amigo estaba ocupado, así que salí a dar un paseo y me senté aquí a descansar. ¡Quién me iba a decir que me encontraría contigo!
Sentó a Yucun a su mesa y pidió más comida y más vino. Bebieron lentamente mientras comentaban todo lo que habían hecho desde su separación.
—¿Hay alguna noticia de la capital? —preguntó Yucun.
—Poca cosa —respondió Zixing—, pero dicen que en la casa de uno de tus nobles parientes ha sucedido algo curioso.
—No tengo parientes en la capital, no sé a quién te refieres.
—Aunque no pertenezcas al mismo clan llevas su mismo apellido.
Yucun preguntó a quién se refería.
—A la familia Jia de la mansión Rongguo [4]. No es para que te avergüences del parentesco…
—Ah, esa familia —rió Yucun—. Sinceramente, nuestro clan es muy grande. Desde los tiempos de Jia Fu, de la dinastía Han del Este, las ramas se han multiplicado tanto que ahora uno encuentra a los Jia en cada provincia. Es imposible seguir el rastro de todos. Aunque la rama Rong y la mía se encuentran en el mismo registro ellos están tan encumbrados que nunca hemos reclamado parentesco, de modo que nos hemos ido separando paulatinamente.
—No creas, amigo mío. Tanto la rama Rong como la Ning han decaído. Ya no son lo que eran.
—¿Cómo puede ser? Antes eran muy numerosos.
—Sí, ya lo sé. Es una larga historia.
—El año pasado —dijo Yucun—, cuando fui a Jinling a visitar las ruinas de las Seis Dinastías [5], pasé por la Ciudad de Piedra [6] y por delante de las puertas de sus antiguos pabellones. La mansión de Ningguo [7] estaba situada al este, y la mansión de Rongguo al oeste, y ambas se unían ocupando más de la mitad de la calle. Cierto que no había mucha gente ante sus puertas, pero por encima de los muros pude divisar imponentes salas y pabellones, y la opulencia de los árboles y colinas artificiales de los jardines traseros. Nada sugería una casa en decadencia.
—No eres muy listo para ser graduado de Palacio —replicó Zixing riendo—. Como dice un viejo refrán: «Un ciempiés muere pero no se cae». Aunque no son tan prósperos como antaño, siguen estando por encima del resto de las familias oficiales. El número de miembros de sus familias crece y sus compromisos se incrementan cada vez más, pero tanto los de arriba como los de abajo, los señores como los sirvientes, están tan acostumbrados a los honores y a la vida fastuosa que nadie sabe guardar para el futuro. Dilapidan el dinero día tras día y desconocen la palabra ahorro. Puede que sigan dando la misma impresión de esplendor, pero lo cierto es que sus bolsillos están a punto de agostarse. Aun así, ése no es su peor problema. Quién hubiera imaginado que cada una de las nuevas generaciones de este noble y erudito clan sería inferior a la que la precedió.
Sorprendido, Yucun objetó:
—Pero una familia tan culta y entendida en cuestiones de ritos seguro que conoce la importancia de una buena formación… No estoy seguro en cuanto a las otras ramas, pero siempre me ha parecido que en estas dos casas se preocupan mucho por la educación de sus hijos.
—Pues precisamente de esas dos casas estoy hablando —confirmó Zixing lamentándose—. Escucha. El duque de Ningguo y el de Rongguo eran hermanos de madre. El mayor, Ningguo, tuvo cuatro hijos; al morir heredó el título el mayor de ellos, Jia Daihua, que también tuvo dos hijos. El mayor de ellos, Jia Fu, murió a los ocho o nueve años dejando el título a su hermano menor, Jia Jing. Pero éste anda tan enredado con el taoísmo que no piensa sino en destilar elixires. Para poder dedicar todos sus esfuerzos a la búsqueda de la inmortalidad, cedió su título a un hijo que tuvo cuando era joven llamado Jia Zhen, de manera que, en lugar de volver a su lugar natal, se ha quedado en las afueras de la ciudad codeándose con los sacerdotes taoístas. Jia Zhen tiene un heredero llamado Rong que acaba de cumplir dieciséis años. Jia Jing se desentendió de todo asunto mundano y Jia Zhen nunca ha estudiado y sólo vive para los placeres. Está poniendo la mansión Ning patas arriba, pero nadie se atreve a pararle los pies.
Después de una pausa prosiguió:
—En cuanto a la mansión Rong, allí es donde ha tenido lugar el extraño suceso al que me refería. Cuando murió el duque de Rongguo le sucedió en el título su hijo mayor, Jia Daishan, quien se casó con una hija del marqués Shi de Jinling, que le dio dos hijos, Jia She y Jia Zheng. Jia Daishan murió hace muchos años, pero su esposa, la Anciana Dama Viuda, vive aún. Su hijo mayor, Jia She, heredó el título. Al menor, Jia Zheng, que era el favorito de su abuelo, le gustaba mucho el estudio desde niño y esperaba hacer carrera por el sistema de exámenes, pero cuando Jia Daishan murió dejando un memorial de despedida para el emperador, éste, por consideración a su antiguo ministro, no sólo confirió el título a su hijo mayor sino que además se interesó por el menor. Recibió a Jia Zheng en audiencia, y como favor adicional, le confirió el rango de secretario asistente con instrucciones para que se fuera familiarizando con los asuntos de la Junta de Obras, donde ahora es subsecretario. Su esposa, la dama Wang, dio a Jia Zheng un hijo llamado Jia Zhu, quien aprobó el examen de distrito a los catorce años y se casó antes de los veinte. Jia Zhu tuvo un hijo; después cayó enfermo y murió. El segundo vástago de Jia Zheng y la dama Wang fue una hija que nació el primer día del año. Pero más sorprendente aún fue el nacimiento de otro hijo que llegó al mundo con un pedazo de jade brillante en la boca que incluso tiene grabadas unas inscripciones. Por eso le pusieron el nombre de Jia Baoyu [8]. ¿No te parece éste un suceso extraordinario?
—Ciertamente. Ese muchacho tendrá un porvenir fuera de lo común.
—Sí, eso dice todo el mundo. —Zixing sonrió con ironía—. Por eso la abuela lo mima tanto. El día de su primer cumpleaños, Jia Zheng puso a prueba su temperamento colocándole delante todo tipo de objetos para ver cuál elegía. Aunque te parezca mentira, ¡los ignoró todos salvo el colorete, las polveras, los adornos para el pelo y unos pendientes! Su padre montó en cólera y predijo que el chico llegaría a ser un libertino disoluto. Por eso no lo quiere mucho, a pesar de que el niño sigue siendo el favorito de la abuela. Ahora debe tener siete u ocho años y dicen que es muy travieso y que posee una inteligencia extraordinaria. Tan pequeño como es, dice las cosas más extrañas. Declara que las niñas están hechas de agua y los chicos de barro. Dice que se siente tan limpio y fresco entre las muchachas que los hombres le parecen sucios y apestosos. ¿No es absurdo? Lo más probable es que luego se dedique a perseguir mujeres como un loco.
—No necesariamente. —La voz de Yucun adquirió una súbita gravedad—. Nadie sabe cómo llegó al mundo. Pienso además que el padre se equivoca si considera que el muchacho es un depravado. Para entenderlo es preciso haber leído mucho y tener una amplia experiencia, ser capaz de reconocer la naturaleza de las cosas, captar el Dao y comprender el Misterio.
Habló con tal seriedad que Zixing le pidió que explicara sus palabras.
—Salvo los muy buenos y los muy malos —prosiguió Yucun— todos los hombres se parecen bastante. Los muy buenos nacen en tiempos propicios, cuando el mundo está bien gobernado; los muy malos, en tiempos de calamidad, cuando el peligro acecha. Ejemplos del primer suceso son Yao, Shun, Yu y Tang, el rey Wen y el rey Wu, el duque de Zhou y el duque de Zhao, Confucio y Mencio, Dong Zhongshu, Han Yu, Zhou Dunyi, los hermanos Cheng, Zhang Zai y Zhu Xi [9]. En cuanto al segundo, ahí tienes a Chi You, Gong Gong, Jie, Zhou, Qin Shi Huang, Wang Mang, Cao Cao, Huan Wen, An Lushan o Qin Hui [10]. Los buenos traen orden al mundo, los malos lo precipitan a la confusión. Los buenos encarnan la inteligencia pura, la verdadera esencia del cielo y la tierra; los malos, la crueldad y todo lo perverso, la esencia del mal. El presente es un reinado próspero y duradero en el que el mundo está en paz, y tanto en la ciudad como en el campo hay mucha gente dotada de buenas esencias. El exceso de tanta buena esencia, al no tener donde ir, se transforma en dulce rocío y en brisas amables que se dispersan por los Cuatro Mares.
Tras una pausa continuó:
—Pero la esencia de la crueldad y la perversidad no tiene un lugar bajo el brillante sol y los cielos serenos, de manera que se aquieta en las cavernas y en las profundidades de los valles. Si el viento la mueve o las nubes la presionan, entonces se agita y permite que escapen algunos de sus fluidos. Si alguno de éstos se encuentra con la esencia pura, el mal siente envidia del bien y el bien se niega a ceder frente al mal. Ninguno prevalece sobre el otro. Es como el viento, la lluvia, el relámpago y el trueno, que no pueden desvanecerse sin más, sino que luchan hasta consumirse. Buscando alguna vía de escape, estas esencias penetran en algunos seres humanos, que llegan al mundo como encarnación de ambas. Esos seres no llegan a convertirse en sabios ni en hombres perfectos, pero tampoco en perfectos canallas. Están dotados de una inteligencia pura que los eleva por encima de sus semejantes, pero su perversidad y su conducta extravagante les hacen caer igualmente por debajo de los demás hombres. Cuando nacen en el seno de familias ricas y nobles, esas personas se convierten en extravagantes soñadores; si nacen en familias pobres pero cultas, se vuelven eruditos o ermitaños de alma noble; si nacen en hogares humildes y desgraciados, nunca llegan a ser correos de alguna prefectura o sirvientes de amos vulgares, sino más bien actores o cortesanas célebres. Vimos en el pasado a ese tipo de gente en Xu You, Tao Qian, Ruan Ji, Ji Kang y Liu Ling, las dos familias de Wang y Xie, Gu Hutou, Chen Shubao, el emperador Minghuang de la dinastía Tang, el emperador Huizong de la dinastía Song, Wen Feiqing, Mi Nangong, Shi Manqing, Liu Qiqing y Qin Shaoyou [11]. Ejemplos más recientes son Ni Yulin, Tang Bohu y Zhu Zhishan [12]. Hay otros casos como Li Guinian, Huang Fanchuo, Jing Xinmo, Zhuo Wenjun, Hongfu, Xue Tao, Cui Yingying y Zhaoyun [13]. Todos ellos, cada uno en su terreno y en su época, fueron esencialmente idénticos.
—¿Estás diciendo que tales personas serán príncipes o ladrones, según triunfen o fracasen en lo que emprendan?
—Exactamente. Creo que no sabes que desde mi destitución he estado viajando por diferentes provincias; pues bien, me he cruzado con uno o dos niños extraordinarios. Por eso pienso que ese Baoyu que has mencionado; pertenece a la misma categoría. Te pondré un ejemplo bastante cercano: ¿Conoces al señor Zhen, el que fuera director de la facultad provincial de Jinling?
—¿Quién no lo conoce? Las familias Zhen y Jia están relacionadas y mantienen una estrecha amistad. He tratado de negocios con los Zhen en muchas ocasiones.
—Pues bien, cuando estuve el año pasado en Jinling alguien me recomendó a los Zhen como preceptor residente. Me sorprendió encontrar una casa tan grande que además supiera combinar la riqueza con la educación. Ese tipo de trabajo no se encuentra fácilmente, y no dudé en aceptarlo. Sin embargo, a pesar de que sólo estaba iniciando su aprendizaje, era más difícil enseñar a mi discípulo que a un aspirante a los exámenes provinciales. Escucha una muestra de las absurdas cosas que decía: «Necesito que dos muchachas me acompañen mientras estudio; de lo contrario los caracteres se me confunden en el cerebro y no puedo aprenderlos». A sus sirvientes les dijo: «La palabra “muchacha” es tan pura y honorable que ni los supremos títulos budistas y taoístas se le pueden comparar. Vuestras bocas sucias y vuestras lenguas viperinas nunca deben violarla: antes de pronunciar esa palabra os enjuagaréis la boca con agua pura o té fragante. Si no lo hicierais, los dientes os crecerán torcidos y se os clavarán en las mejillas». Tenía un carácter temible y podía llegar a ser increíblemente terco y violento, pero apenas concluían las clases se iba con las muchachas y entonces se transformaba en tolerante, sensible y gentil. Su padre le zurró en más de una ocasión hasta casi matarlo, pero eso tampoco mudó su carácter ni un ápice. Cuando el dolor se le hacía insufrible empezaba a gritar: «¡Hermana! ¡Hermanita!». Una vez, en los aposentos interiores, las muchachas se burlaron de él diciéndole: «¿Por qué nos llamas cuando te están zurrando? ¿Quieres que intercedamos por ti? ¿No te da vergüenza?», y tendrías que haber oído su respuesta: «La primera vez que grité no sabía que eso me aliviaría el dolor, pero luego descubrí que funcionaba como por ensalmo. Por eso ahora grito “¡hermana!” en lo peor de la paliza». ¿Has oído alguna vez algo tan absurdo?
Y añadió:
—Por amor a su nieto, la abuela llegaba a menudo a ser descortés conmigo, e incluso a culpar a su propio hijo. Por eso renuncié al empleo. Lo más probable es que un muchacho así pierda su herencia y desperdicie los buenos consejos de maestros y amigos. La lástima es que las jóvenes de su familia son admirables…
—¡Igual que las tres muchachas de la familia Jia! —dijo Zixing—. Yuanchun [14], la hija mayor de Jia Zheng, que nació el primer día del año, fue seleccionada en el Palacio Imperial y nombrada institutriz por su bondad, su piedad filial y sus talentos. La segunda, Yingchun [15], es hija de una concubina de Jia She. La tercera, Tanchun [16], es hija de una concubina de Jia Zheng. Xichun [17], la cuarta, es hermana menor de Jia Zhen, de la mansión Ning. Las llaman «las muchachas Primavera» porque todas tienen el carácter chun en sus nombres. Tanto quiere la Anciana Dama a estas nietas que las pone a estudiar a su lado, en la mansión Rong. De todas tengo muy buenas referencias.
—Prefiero el sistema de la familia Zhen para poner nombres a las hijas —comentó Yucun con desagrado—. Las llaman como a los varones en vez de utilizar nombres floridos como Primavera, Rojo, Fragante o Jade. ¿Cómo ha podido Ja familia Jia rebajarse a prácticas tan vulgares?
—No lo entiendes —repuso Zixing—. A la mayor la llamaron Yuanchun porque nació el día de Año Nuevo [18]. Por eso las otras también llevan la primavera en sus nombres. En cambio, todas las mujeres de la generación anterior tenían nombres como los de los varones. La esposa de tu respetado amo, el señor Lin, que era hermana de Jia She y de Jia Zheng de la mansión Rong, se llamaba de soltera Jia Min. Si no me crees, pregúntalo a tu regreso.
Con una carcajada Yucun golpeó la mesa:
—Con razón mi alumna siempre pronuncia mi en vez de min[19], y al escribirlo se come uno o dos trazos. Me tenía muy intrigado el motivo, pero ahora lo comprendo. Entiendo, además, por qué habla y se comporta de manera tan distinta a la del común de las damitas de hoy en día. Ya sospechaba yo que debía tener una madre muy especial. Si es nieta de la casa Rong, eso lo explica todo. Lástima que su madre muriera el mes pasado…
—Era la menor de las cuatro hermanas, pero ahora también ha desaparecido —dijo Zixing—. Ya no queda ninguna. Y ya veremos los esposos que encuentran para las hijas de la nueva generación…