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A Max Weber le debemos la famosa frase según la cual la política sería "un enérgico y lento taladrar de duras tablas con pasión y tino". Partiendo de ella, Kluge examina en 133 textos los instrumentos de que disponen quienes actúan políticamente en la dura lucha por el poder. Sin duda, el taladro de Max Weber resulta una imagen adecuada para la tenacidad inteligente como condición del cambio político. Pero, ¿qué es un martillo en el quehacer político? ¿Qué significa "método fino"? En definitiva, ¿qué es lo "político"? La política es un estado de agregación especial de sentimientos cotidianos. Está en todas partes. Mueve tanto las trayectorias privadas como la esfera pública. Y así, en su historia, junto a los grandes personajes se afirman también los pequeños, desconocidos, casi anónimos protagonistas de la política. Alexander Kluge borda aquí un lúcido análisis en 133 miniaturas sobre la indestructibilidad de lo político y su presencia en lo cotidiano.
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Taladrando tablas duras
La política en 133 fragmentos
ALEXANDER KLUGE
Taladrando tablas duras
La política en 133 fragmentos
Traducción de Ibon Zubiaur
Con una contribución especial de Reinhard Jirgl
www.armaeniaeditorial.com
Título original: Das Bohren harter Bretter
Edición original: Suhrkamp Verlag Berlin, 2011
1ª edición: junio 2018
1ª edición ebook: agosto 2021
The translation of this work was supported by a grant from the Goethe-Institut
Foto de cubierta: The Vienna summit, 1961 © Alamy Stock Photo
Foto de solapa: Alexander Kluge © Markus Kirchgessner, 2011
Maquetación de interiores: Fernando J. Salgado
Copyright © Alexander Kluge, 2011
Copyright de la traducción © Ibon Zubiaur, 2018
Copyright de la edición en español © Armenia Editorial, S.L., 2018, 2021
Armaenia Editorial, S.L.
www.armaeniaeditorial.com
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN: 978-84-18994-13-5
Tabla de contenidos
9 Prólogo
11 Una tarde de invierno
103 Un zumbido de lámparas anímicas.Jacobinos volando en globo hacia la luna
153 Un carterista cae en un grupo fusionante:«Ese día no le dejó más que su entusiasmo»
211 Altos hornos de la historia. Derribando tiranos
247 Los pies en el suelo a través del vientre
341 Índice anotado
369 Referencias
Prólogo
Un grado de intensidad especial de los sentimientos cotidianos es lo político. Se encuentra en cualquier lugar donde viva gente. En esa forma elemental, mueve la historia. La unidad de medida se llama: confianza.
A su lado está la política como vocación. Se trata del poder y de cómo conservarlo. También aquí se ingresa confianza, aunque también se gasta en grandes cantidades. La cuestión es: ¿de quién puedo esperar que no abusará de su autoridad? Esto ya suena relativo.
Max Weber publicó en enero de 1919 (la Primera Guerra acababa de hacer descarrilar el siglo xx) un discurso titulado la política como vocación. Define esta vocación como el «taladrar de duras tablas con pasión y tino». Enlaza así ambas esferas de lo político, la absoluta, en la que las personas viven por sí mismas, y la relativa, en la que dejan que otros administren lo esencial para ellos. ¿Cómo se podría contar?
Le pedí a Reinhard Jirgl que colaborase con una historia sobre el encuentro entre Jrushchov y Kennedy en Viena en el año 1961. Relatar es sociable. No me gusta estar solo en el trabajo.
Alexander Kluge
Una tarde de invierno
La política de un perro
Se trata de una dama ya mayor. En su juventud, este Jack Russell encandilaba con su energía. Saltaba por la hierba a medio metro. Corría al viento por las playas. Entretanto, conoce al personal, sabe lo que tiene que hacer para que satisfagan sus necesidades. Todos sirven a este perro.
Pertenece a la especie de los animales de sangre caliente, interesada en distinguir entre buenas y malas fuentes de calor. ¿Cuáles son los sitios más agradables del piso y las posturas que mejor conservan el calor? Este perro es experto en ello. Corrige apenas unos milímetros su posición yacente en el segmento de sol, que alcanza el suelo desde las altas ventanas y se desplaza cada minuto. El perro sigue a la luz del día para que su pellejo no se pierda lo más mínimo de ella.
Cuatro veces al día es sacado fuera para los proyectos «mayores» y «menores». Hoy, la lluvia se encarga de que el viaje sea breve. El ojo izquierdo parece estar ciego, no podrán operarlo. El derecho presenta cataratas. El campo visual es de unos cuatro metros. La catedral de olores que se trae de sus excursiones al aire libre, o que erige de nuevo en cada posición en la casa, sigue siendo imponente. Creemos que percibe su imagen en el espejo del ascensor cuando lo ponen delante, pero no se reconoce. Parece que su propia imagen se transforma a menudo. A veces es un gigante, otras un perro enano. Depende de quién lo esté oliendo. Con relación a nosotros, los acompañantes de su existencia, debe considerarse un ser humano al que por capricho de los colegas se le niega el sitio en la mesa. Si nos sentamos a comer, el perro va a su escudilla. Immanuel Kant habla de una singularidad de la apercepción, «el perro trascendental». Los perros muestran diferencias en su aspecto y su vida interior, dice Immanuel Kant (por ejemplo, un pequinés comparado con un San Bernardo), que no invitan a pensar que los humanos distingan su género de otros (por ejemplo, de los gatos) sin un acuerdo previo. La heterogeneidad no parece perjudicar mucho al concepto cuyo habitante es el perro. El concepto de perro, continúa Immanuel Kant, está más claramente perfilado que el de derecho humano, puesto que hay esclavos, nobles, trashumantes como los gitanos, indios y ciudadanos con derechos legales muy distintos. Nuestro perro, satisfecho, está tendido en su cubil.
Estación de vapores Cancillería Federal
En la estación de vapores Cancillería Federal1 se bajan varios turistas. No quieren visitar la cancillería, sino la casa de las culturas del mundo. En el terreno frente a este edificio protegido, dos puestos ofrecen alternativamente patatas asadas y salchichas con cerveza. Sobre el tejado del edificio, un grupo ensaya para la tarde a todo volumen. Antes de empezar a ensayar ya sabían cómo manejar los altavoces. El ensayo sirve para marcar territorio en el jardín cultural.
Los visitantes de la cancillería no han venido en ninguno de los vapores que atracan aquí. Desde la parte posterior de la cancillería, que queda en dirección al atracadero, no puede verse la acción gubernamental. ¿En qué se reconocería, por ejemplo, desde la parte delantera? Desde fuera en nada. Tampoco dentro sería informativa la impresión ocular. Y la acción gubernamental tampoco se oye apenas.
Un espía que examinara todos los procedimientos de la cancillería (algo difícil tanto física como técnicamente), seguiría sin saber lo que ocurre en el Gobierno. Para ello tendría que hacer lo anterior y examinar las circunstancias, y luego las posibilidades objetivas, que ponen límites a todos los actos y decisiones. Tendría que adquirir experiencia allí donde se toman las decisiones. Quizá diga: se trata de una oficina de la vacilación. Una parte de los esfuerzos del aparato y también de la dirección se emplea en evitar o frenar resoluciones equivocadas. La estructura de la cancillería reproduce en forma de unidades funcionales el trabajo de los ministerios. Con ayuda de esta estructura tiene listo un mecanismo de frenado que reduce el exceso de impulsos, parecido a como lo hace el cerebro humano. También este es solo en apariencia un espacio de decisiones. En realidad, según los fisiólogos cerebrales, este órgano inhibe las apetencias tempestuosas que llegan del cuerpo.
De ahí que el efecto gubernamental de la cancillería alcance su máxima expresión cuando la canciller y su jefe de gabinete están de viaje. Así, del potencial de dos mil millones de decisiones equivocadas, se bloquean hoy en un solo día sesenta mil, únicamente porque la canciller y su equipo más próximo, retenidos en Lisboa por una nube de cenizas islandesas a su regreso de Estados Unidos, no pueden llegar a la sede central. Al día siguiente, se logró sortear por el sur la nube de lava, y el avión de la canciller aterrizó en Roma. Desde aquí no se tardó más que dos días hasta que los autobuses llegaron a Berlín. Los autobuses, por supuesto, aunque alquilados improvisadamente, disponían de equipos de comunicación. El canciller del Tercer Reich aún habría tenido que hacer parar el tren (en autobús no viajaba nunca) para telefonear con el cuartel general. Hoy es distinto. Pero nadie espera que la jefa de Gobierno «tome disposiciones de camino». Por si fuera poco, entrando en la provincia de Bolzano, reventaron los neumáticos de uno de los autobuses. Fue políticamente correcto que la canciller esperara hasta que se hubo reparado el daño y no dividiera su grupo. Esto habría exigido distinguir entre un «grupo de superfluos» y una vanguardia; una resolución más que sumar a la plétora que aguardaba. Se pernoctó en un hotel de Bolzano. Una fructífera cuota de seis días ganados (entre la salida de Estados Unidos y la llegada a Berlín) que le procuró reservas a la función de la cancillería y había que agradecer a un fenómeno natural en la lejana Islandia. Las cadenas de causalidad en el mundo globalizado forman una red tupida.
En esta fase de rendimiento intensivo de la cancillería, unos observadores desconocidos del espacio habrían escuchado en las pistas de audio de sus aparatos un sonido estridente y muy agudo, un concierto celestial de política anticrisis. La indolencia de la mañana invitó al grupo a extender hasta el mediodía el ensayo de sus retales sonoros sobre el tejado de la «Casa de las culturas». Solo por demostrar que agotaban el tiempo de ensayo contratado. A fin de cuentas, no podían marcharse al hotel, esperar sin más al almuerzo y guardar silencio hasta el concierto a última hora de la tarde, ya que se les pagaba por hacer algo y no por abstenerse de hacerlo.
Una tarde de invierno
Fue una tarde de invierno. En una sala estrecha y lóbrega de Múnich se reunieron el 28 de enero de 1919 unas cien personas. Tras la tribuna desde la que hablaba el orador se había extendido una cortina negra. Un estenógrafo, oculto tras esta cortina, transcribió el discurso. Así es como Max Weber impartió su conferencia la política como vocación.
Weber revisaría más tarde el texto estenografiado. El famoso manuscrito fue reformulado a posteriori en su despacho, tal como hizo Cicerón con sus discursos contra Marco Antonio. El texto publicado, leído de viva voz, habría durado cuatro horas y media.
Fuera, la revolución bávara. Ninguna de las reflexiones de Weber se ocupa de este intento de replantearse la política. Lo ocurrido le parecía de una ejecución muy diletante.
Lord Ralf Dahrendorf redactó el epílogo a la edición de Reclam del discurso de Weber. Comenta la idea de Weber del político. Lo que interesa a Weber es un temperamento político. Dahrendorf compara la intervención del político (según Max Weber) con la entrada en la atmósfera de una cápsula espacial desde su órbita. Si la cápsula se aproxima en un ángulo demasiado llano, vuelve a ser propulsada al espacio. Ese sería, en el planteamiento de Weber, el destino de una ética de la convicción. Algunas naves espaciales, continúa Dahrendorf, se sumergen demasiado abruptamente en la atmósfera, y se queman: son los burócratas de la política. Solo unos pocos de los que aspiran a alcanzar la tierra consiguen entrar: serían los líderes y héroes.
La comparación con la cápsula espacial es de Dahrendorf. Los nombres de los tres tipos ideales del político práctico remiten en cambio a expresiones de Max Weber. Hoy no son ya tan habituales.
Taladrando tablas duras
La veterana política Gertrud Reinicke, a la sazón asistente de una facción parlamentaria, aconsejaba desconfiar del efecto magnético de los eslóganes. Por otro lado, decía, tampoco cabe prescindir de tales expresiones. Pero la fórmula «taladrar tablas duras», proseguía, no coincide en absoluto con el funcionamiento que conozco yo de los asuntos políticos. La primera virtud del político veterano es «dejar que las cosas sigan su curso». Solo en contacto con la cosa misma se puede emprender un movimiento opuesto, la intervención política. La política no es acción, sino reacción. Activas son las personas.
Ahora bien: si la respuesta es demasiado dura, se busca, justo al lado, el punto blando en el que sea posible un pacto. En este sentido, añadía, lo cierto es que nunca se trata de enfrentarse a una rígida resistencia. Yo no compararía la praxis política, tal como la conozco, con taladrar algo duro. Eso sería incomunicativo.
La imagen de que uno esté sentado ante su material y lo taladre como un carpintero, y lleve a cabo su labor en solitario, contradice también los roles en la red que representa la política. Ni siquiera la canciller, o el presidente de la Comisión de Presupuestos en conformidad con el portavoz de la oposición (que son fuerzas muy poderosas), pueden decir «yo» sin más si es que quieren llegar a un resultado. La política de un Estado territorial, según Gertrud Reinicke, dejó ya atrás el nivel artesano.
Entretanto, seguían llegando ujieres con sus carros y apilaban actas en las bandejas destinadas a ese fin. Esto ocurría en los casos en los que se requería el visto bueno personal o la firma. El abundante flujo de informaciones y documentos en copia llegaba en cambio por email. Entre unos y otros los mensajes de sms y las llamadas, las frases directamente intercambiadas cuando alguien se asomaba a aquel palomar o un visitante interrumpía el flujo de noticias y de ideas. Según Gertrud Reinicke, puede decirse que se pierde el paso en cuanto se descuida solo por tres horas ese río en el que «no se entra dos veces»: en medio de esas aguas torrenciales —y se trata de arroyos, inundaciones y alcantarillados que se mueven tanto cuesta arriba como cuesta abajo—, ¿cómo sostener un taladro? ¿Qué objeto tendría eso?
Tampoco puede compararse nuestra actividad práctica, proseguía, con el vaivén de la lanzadera de un telar. Para empezar, porque de entre los comunicadores de la capital, seguramente ni uno ha visto jamás un telar. Muy frecuentes, según Gertrud Reinicke, serían también expresiones como «llamar al pan, pan y al vino, vino» o «apurar el cáliz hasta las heces», que subsisten de un mundo pasado y se aplican sin demasiado sentido a la práctica cotidiana de lo político. En esta categoría entraría también, decía, el «taladrar tablas duras con pasión y tino». Si bien, la palabra pasión recuerda al lema del Deutsche Bank «Pasión por la eficiencia» y podría entenderse así como actual. También el término «tino» sería plausible. El resto de la frase, en cambio, solo cabría emplearlo como antítesis de «taladro de tablas finas», con lo que sería mejor hablar de «taladrar tablas gruesas». Los avances provechosos y los resultados rápidos se favorecen siempre evitando durezas, y no tratando de atacar una pared por su lado más duro.
Tablas en la piscina exterior de Halberstadt
En la piscina exterior de Halberstadt, las paredes laterales de los vestuarios consistían en tablas duras. Para poder taladrarlas con la mirada, había que atravesar los agujeros de los nudos. Es lo que habían hecho durante años numerosos jóvenes bañistas, con lo que de una cabina a otra existía un vivo contacto visual. Así siguió siendo en todos los días veraniegos de la Segunda Guerra Mundial y en la época de miseria posterior. Las miradas se alimentaban del otro sexo, también del propio, como si los agujeros de los nudos fueran espejos.
Tablas en la frente de los patriotas
Ulanos prusianos, que en 1792 acompañaban al ejército del duque de Braunschweig que se internaba en Francia, deambulaban por la Alsacia. En algunas ciudades reunían a los funcionarios municipales, reconocibles como jacobinos por sus gorras, y les clavaban tablas en la frente. Los clavos y martillos los obtenían bajo amenaza de los artesanos locales. En algunos casos remachaban el clavo en el cráneo con tanta torpeza, que el funcionario moría.
Mussolini no se atreve a taladrar una tabla dura
Del Duce Benito Mussolini, el «Maestro de la determinación», su entorno esperaba que en su encuentro con Hitler en Feltre, en el año 1943, taladrase una tabla dura. Los aliados acababan de desembarcar cerca de Nápoles y era obvio que no habían sido expulsados de esa cabeza de puente por las divisiones alemanas. Mussolini había prometido a su Estado Mayor sacar a Italia de la guerra. Así quería comunicárselo a Hitler. No hay que subestimarme, decía, ni mi coraje, ni mi inteligencia.
Apenas dos meses antes, no había consentido que el Reich alemán enviara más de tres divisiones a Italia. Como dictador sabía lo que significa libertad de acción.
Halló el lugar del encuentro custodiado por las Waffen-SS. Habían llegado en un avión que acompañaba al aparato de Hitler. Sopesando la brutalidad de Hitler, recordando situaciones de la época del Renacimiento vivamente presentes en su fantasía, durante la entrevista no halló las palabras adecuadas. Su entorno estaba consternado. No fue volubilidad, ni mucho menos cobardía, sino realismo, lo que le indujo a ser violentamente hipócrita.
Logró engañar a Hitler. Al finalizar las conversaciones, este anuló las órdenes preliminares para ocupar Italia que se habían elaborado antes de su vuelo a Feltre. Creía, dijo, en la lealtad del Duce. Al día siguiente este le prometía al rey en Roma retirar a Italia de la guerra antes del 15 de septiembre. No le sirvió ya de nada. Pocas semanas después era detenido.
En su primer lugar de cautiverio, en Cerdeña, declaró a alguien de su confianza: En Feltre no tuve oportunidad de ser duro ni de no ser duro, simplemente no tuve ninguna oportunidad. ¡Después de 22 años gobernando la bella Italia! Aunque preso, todavía era capaz de otorgarle a su rostro, por pura fuerza de voluntad, aire de determinación.
El honor de la Bolsa
Hubo un pleito por las acciones de Lucca-Pistoia, que se remontaba a un suceso en la Toscana (gobernada por Austria) en el año 1853. Estaba previsto construir una línea de ferrocarril entre Lucca y la ciudad de Pistoia, y se habían emitido acciones con un plazo de vencimiento de 99 años y un interés garantizado por el Estado del 5 por ciento anual. La garantía estatal estaba sujeta a la condición de que la obra se llevase a término en dos años.
El tramo de ferrocarril nunca fue completado. La compañía quebró. El banco Goldschmidt & Co. había vendido acciones a clientes sin mencionar expresamente la limitación de la garantía estatal. Siguió un pleito judicial que se prolongaría durante diez años.
En este pleito, el prestigioso jurista Rudolf von Jhering (Der Kampf ums Recht) aportó un informe demoledor contra el banco. El director de tesis de Max Weber, el profesor Levin Goldschmidt (sin parentesco de sangre ni político con el banco), elaboró el contrainforme: pacta sunt servanda, escribió, independientemente de que al concertarse exista posibilidad de error.
En su réplica al contrainforme, Rudolf von Jhering introdujo un argumento jurídico imprevisto: la bolsa y el banco habrían lesionado conjuntamente su honor, y como resultado de ello no podrían seguir presentándose como sujetos de una defensa efectiva. No se trataría ya de razonamientos jurídicos formales, sino de que quien lesiona su propio honor pierde con ello sus derechos. También para los miembros de una facultad jurídica sería deshonroso pertrechar con informes una defensa tan huera. En la defensa de transacciones bursátiles habría un límite de honor para juristas.
Levin Goldschmidt, atacado ahora en lo personal, pidió apoyo público a su discípulo Max Weber, que por entonces ejercía en el ámbito del derecho. Weber no pudo decidirse a ello. Tal como le expresó a su director de tesis, compartía la posición de Rudolf von Jhering —a partir de ahí se quebró su relación académica con Goldschmidt. El honor, según Max Weber, es un fenómeno de la historia universal. La bolsa (y el banco no sería sino su derivado) constituye una comunidad formada mediante libre elección de los propietarios. Todas las comunidades poseen honor. Si se destruye ese honor, se pierde también la capacidad jurídica. Igual que un régimen sin honor es incapaz de defenderse, una bolsa sin honor y, por tanto, también el banco demandado, pierden su derecho a defensa. A partir de cierto punto, añadía Weber, ya no hay nada que argumentar.
La «mano invisible»
El ingeniero doctor Malte Wiegand, geólogo de exploración de prestigio mundial, fue uno de los expertos convocados por la empresa matriz bp para su defensa judicial en Estados Unidos. Se le tenía por enteramente racional. Pero uno no puede poner en juego su experiencia, proceder con pasión en la ciencia y a la vez aislarse rígidamente de las abrumadoras impresiones que el material estudiado pone ante los ojos del entendimiento y los sentidos (los ojos de la mayoría de los sentidos y los del entendimiento no son ellos mismos visibles). Y en la documentación de la catástrofe ocurrida en el Golfo de México se enfrentaba a relaciones que no se veía capaz de explicar como es debido mediante la mera contraposición de causa y efecto.
La plataforma petrolífera en la posición 28° 44' 12" n, 88° 23' 13,8" o prácticamente había terminado ya de perforar el 20 de abril de 2010. Pocas horas antes, el orificio de perforación había sido reforzado por la empresa Halliburton mediante el vertido de un cemento especial. El orificio debía sellarse en breve. Otra plataforma especializada en ello extraería el petróleo al cabo de unos meses.
Un aumento de la presión en el orificio de perforación Mississippi Canyon Block 252 condujo al Blow-out. La fuente de lodo perforado, gas y petróleo se inflamó y prendió fuego a la plataforma de perforación. El sistema de válvulas central en el fondo marino (el Blow-out-Preventer) fue activado, pero no funcionó. El apagado de emergencia manual del Blow-out-Preventer, que debía cerrar este y separar la torre de perforación del orificio, fue activado solo siete minutos después del Blow-out, pero tampoco funcionó. Hasta ahí, según Malte Wiegand, se trataba de una cadena de causalidad que era posible describir lógicamente a posteriori.
Sin embargo, como guiados por una mano invisible, sobrevinieron agravamientos. Conozco, escribía el ingeniero doctor Wiegand, tales cúmulos de casualidades por los relatos históricos sobre una culpa pasada o una maldición, pero hasta ahora nunca en la realidad técnica de la praxis perforadora. El gas en fuga fue succionado por los generadores diésel de la plataforma. Con ello, aumentaron (para desconcierto de los técnicos) sus revoluciones y su rendimiento, pese a que se redujo el suministro de combustible. Los sistemas eléctricos reventaron. Como consecuencia del apagón explotaron también los generadores. Las puertas de seguridad de las salas de los generadores saltaron de sus bisagras e hirieron al personal. Los dispositivos de extinción volcaron su carga de co2 en salas en las que había fallado la ventilación. Los técnicos reparadores no podían seguir allí, fracasaron los intentos de poner en marcha el generador de repuesto. La plataforma petrolífera se hundió el 22 de abril de 2010, dos días después de la fuga.
No quiero hablar de un poder satánico del mar o atribuirles conciencia a las capas geológicas profundas que horadamos con la perforación, resume en sus consideraciones Malte Wiegand. Sin embargo, aconsejo un estudio más detenido de los vínculos. Es como si los hechos encerraran un mensaje. Hago caso omiso de que la maldición de los mayas para abril de 2010 contenga una predicción para la zona afectada, al igual que la profecía del verso 1026 de Nostradamus. Tampoco me parece relevante que la fecha coincidiera con el cumpleaños de Hitler. Pero en el curso de mis exploraciones, que solo son requeridas tras la desgracia, creo haber observado a menudo el fenómeno de que poderosas nubes de casualidades rodean el planeta, de modo que se desencadenan emergencias de fuerzas más allá de la ilación causa y efecto, que pertenecen más bien a la relación culpa y expiación. El informe fue calificado como deficiente por la BP y no se remuneró.
Inteligencia de enjambre
En los últimos setecientos millones de años de evolución de la vida, se ha refinado la inteligencia de enjambre. En la zona marina frente al cuerno de África se ven enjambres de sardinas. En ellos irrumpen predadores. El enjambre se cierra en torno a los predadores. El enjambre sale de allí.
Los pájaros o animales marinos encuentran más alimento en esa constelación que un animal solitario. Se ve a los tiburones confusos, en cierto modo desconcertados ante la abundancia de presas que pasa de largo en un bloque compacto.
El darwinista Fred Ockham planteó en el congreso de Ottawa la tesis de que nada en toda esa inteligencia de enjambre tendría una justificación altruista o colectiva. Así, también a la luz de las investigaciones en el ámbito de la inteligencia de enjambres, se mantendrían intactas las teorías del maestro Darwin. Y es que la variada conducta de los animales (perceptible ya en cuanto concurren más de tres animales) se basaría en tres sencillas reglas, simulables en todo momento por ordenador para cualquier formación en enjambre: (1) el contacto, es decir, la formación se mantiene unida; (2) el impulso de repulsión, lo que significa que debe quedar suficiente distancia con el vecino; el principio se corresponde con la libertad de codos y sería, según Ockham, la raíz de toda propiedad; (3) el impulso hacia adelante. Dentro del enjambre los cuerpos no pueden darse la vuelta. También los seres humanos se guían por esa inteligencia en cuanto buscan su dicha en masa o huyen. Fred Ockham mostró impresionantes ilustraciones en Power-Point.
Pero ahora se veía cómo un enjambre de peces, aparentemente con una conducta unificada, y de hecho según las tres acreditadas reglas que había engendrado la evolución, se adentraba en un mar contaminado de petróleo en el Golfo de México —con resultado de muerte. Esto no se atenía a la técnica de autoconservación que la especie llevaba tanto tiempo cultivando con éxito. Sobre la capa de petróleo, insuficientemente interrumpida por agua salada, flotaban panza arriba los intelectuales muertos. Las cadenas de televisión en Florida repitieron la escena al día siguiente.
Origen social de la inteligencia
Se ven primates que durante el día han cazado y comido en armonía. Ahora están sentados muy juntos, preparados para defender el grupo. La proximidad genera estrés. Para rebajar la tensión, despliegan un trato amistoso. Se rascan mutuamente, rastrean pulgas entre el pelaje, «juegan»; practican lo que entre seres humanos sería «contar», «entretener». El cerebro cuatro veces más grande de los humanos, explica el biólogo evolutivo Olof Leimar, que trabaja en el Instituto de Estudios Avanzados de Berlín, se debe a esa pulsión de sociabilidad. El estrés de la proximidad tiene que rebajarse mediante la premonición (anticipation of the other). Uno se ve reflejado en el otro, y esto provoca —con todos los ecos— el incremento y la vinculación reforzada de las sinapsis, el nuevo cerebro.
Josef H. Reicholf ampliaba esta referencia con el siguiente comentario: el mijo original que estudian los bioarqueólogos no servía para hacer pan. Nuestros antepasados habrían elaborado con él bebidas estupefacientes. Al comienzo del sedentarismo y de la agricultura, que suponen cercados, asambleas y una comunidad, habría estado la droga. La estimulación del cerebro sería la condición de la compatibilidad de todos: primero la cerveza y luego el pan. Ese sería el orden histórico.
—¿Quiere decir con eso que la inteligencia sería una embriaguez que nos permite soportarnos unos a otros en proximidad?
—Es el combustible.
—¿Sin ella no hay progreso?
—Ni un ser humano.
—¿No hay política sin drogas?
—La política es un tipo de droga.
Impotencia de la política
Durante la entrega de agentes secretos pactada entre Estados Unidos y Rusia en Viena-Schwechat, tuve ocasión de charlar con mis homólogos en el bar del aeropuerto. El presidente me había incluido a mí, su asistente, en el equipo de entrega para evitar cualquier desarreglo en la ejecución de lo pactado. Si estaba yo presente y mantenía los ojos abiertos, nadie se atrevería a sabotear la entrega. Nosotros, dijo mi interlocutor, que ostentaba el rango de teniente general, siguiendo nuestros principios cegaríamos el orificio de perforación en el Golfo de México, vuestra preocupación nº 1 en este momento, mediante una detonación atómica. Tenemos experiencia en ello. A 1500 metros de profundidad no puede pretenderse arrastrar arena hasta un agujero. Hay que poner en movimiento los estratos rocosos a 5500 metros de profundidad, o sea los sedimentos y las placas, para «hacerlos bailar». Encima del ataúd de un muerto se pone una lápida para que no resucite. Aquí es distinto: se desplaza lateralmente 30 kilómetros de distancia lineal una zona de sobrepresión en la roca. Eso solo puede hacerse con energía atómica.
No podemos aceptar públicamente su propuesta en una zona marina que baña las costas de Estados Unidos, respondí. ¿Cómo quiere que expliquemos el hongo atómico que aparecería en todos los medios?
Se hace usted una idea equivocada, replicó mi interlocutor. No se ve ninguna explosión. Pone en movimiento una oleada de rocas a unos 5000 metros de profundidad bajo el fondo marino. Desde los ensayos del ingeniero jefe Davidov en Siberia, es una práctica probada. El material radiactivo no se percibe ni en las mediciones más precisas.
No, respondí, para mi presidente eso sería demasiado brutal. Los científicos no lo comentarían políticamente, o sea con una sola voz. Luego está la fantasía de la gente, que sentada frente a sus televisores se imagina una explosión atómica, aunque no se vea. Precisamente lo que no se ve parece peligroso. El presidente por su parte no puede hacerle creer a la opinión pública que en este asunto habla con conocimiento de causa.
Tal como supe en la Embajada, ese mismo día el presidente Obama había ordenado como medida cautelar que en ningún caso participase un organismo militar de Estados Unidos en el cierre del orificio de perforación. Irak y Afganistán ya eran suficiente tarea. Esto contribuyó a dar la impresión de que el presidente confiaba en los ingenieros de la bp. Por lo que sé, no era esa su idea. Confiaba tan poco en los ingenieros de la bp y en la propia empresa como en su Estado Mayor. A la vista de la catástrofe, no confiaba absolutamente en nadie. Constató la «impotencia de la política». ¿Cómo iba a hablar de ello en una conferencia de prensa?
¿Supone un riesgo para Obama inspirarse en el ídolo Kennedy?
Durante la campaña electoral del presidente Obama, algunos estrategas plantearon la cuestión de si era provechoso que el joven candidato a la presidencia inspirase su perfil en Kennedy. A favor de ello hablaban el rápido reconocimiento y grado de notoriedad del ídolo. No hay en la historia de Estados Unidos mejor ejemplo de comienzo de una nueva era, el cambio de paradigma a la juventud. En contra de ello hablaba la trágica suerte de Kennedy al final. ¿No sugería esto la rapidez con que un presidente cuyo color de piel no era el de la mayoría y que abogaba por reformas podía ser eliminado en un atentado? Esto podría disuadir a las electoras y electores de votarle. O bien porque lo consideraban inútil muerto o porque, si lo apreciaban, no querían arriesgarse a perderlo. Sería peligroso, según los estrategas que desarrollaban esta línea de argumentación, recordar el principio de que en la historia todo ídolo que personifica la osadía y un nuevo comienzo muere. Entregaron una lista con los precedentes.
En esa lista estaban:
Los hermanos GracoAlejandro MagnoWalther RathenauEnrique iv de FranciaRosa LuxemburgCarlos el TemerarioJames DeanAlbert Leo SchlageterGustavo Adolfo de SueciaAl final prevalecieron los argumentos de que inspirándose en Kennedy podían aprovecharse de una difusión pública y una densidad emocional ya existentes, frente a las que nada puede hacer ninguna mera «idea» (y el ejemplo disuasorio del atentado no era más que una idea, porque nadie retiene por mucho tiempo la emoción asociada con él). La oportunidad fue decisiva.
Noche pródiga en decisiones
En la Rosaleda de la Casa Blanca, en honor del canciller alemán Schmidt, se había preparado la representación de una opereta de Sullivan tras la cena. Los invitados y sus esposas, el presidente, algunos senadores y presidentes de fundaciones se sentaban frente a la pequeña orquesta y los cantantes en sillones sacados al jardín. No sobraba el espacio. El atardecer estival brindaba un amortiguamiento prolongado de la luz. Muchos asistentes al acto hubiesen preferido una decisión clara entre los restos de luz del sol y la luz eléctrica.
Fuera de este minúsculo escenario en que el equipo de gobierno pasaba la tarde, tenían lugar a la misma hora acontecimientos dramáticos.
En Nueva York, colapsó el suministro eléctrico. En los rascacielos se apagaron las luces por millones. En los ascensores quedaron encerradas personas durante horas. El gobernador del estado de Nueva York proclamó el estado de emergencia. Durante un tiempo no estuvo claro si un atentado o un fallo de las líneas de conducción, elevado a catástrofe, había sido la causa del accidente. A través de la estrecha franja de césped entre la orquesta y la primera fila, unos mensajeros transmitieron la noticia al asistente sentado a la derecha del presidente, que a su vez se la comunicó a la oreja a este.
Muy poco después, sin que los cantantes hubieran llegado a entonar el popurrí supuestamente jocoso del final, hizo su aparición con una prisa impropia el consejero de seguridad del presidente, se arrodilló a los pies de Jimmy Carter y conferenció con este en esa postura (Brzeziński es un hombre alto) sobre la peligrosa situación (los invitados de alrededor se enteraron solo después del motivo y el contenido de la charla); en el mar frente a Corea del Norte había tenido lugar un intercambio de disparos con un buque de guerra de Estados Unidos; también había participado un buque soviético. La cuestión era si esto implicaba una provocación que requiriese una respuesta militar. Igual de peligroso era, en cuanto al posible desencadenamiento de una guerra, responder a los disparos de una parte no identificada enteramente, le dijo Zbigniew Brzeziński al presidente, como mostrar debilidad y generar justo con ello una escalada. Entonces, replicó el presidente, daría prácticamente igual lo que uno haga, puesto que en cualquier caso sería arriesgado. Eso no puede ser, respondió petulante el canciller, que había estado escuchando, nunca una opción es tan peligrosa como la otra, siempre hay una tercera. La respuesta urge, apuntó el consejero de seguridad, toda frase o argumento adicional consume tiempo. ¿Mejor entonces decidir mal que perder el tiempo?, preguntó indignado el presidente.
El presidente, que no prestaba atención a la música, hacía sin embargo como si escuchara ante los invitados. En ninguna de las cuestiones urgentes que le habían planteado podía aportar algo bajo esas circunstancias. La opereta de Sullivan del año 1929, desde luego, no contenía pistas para responder a cuestión política alguna. Por un instante, Carter sopesó si debía levantarse del sillón y convocar a sus colaboradores en una sala de la Casa Blanca. En cuanto que interrupción del programa, habría supuesto un paso dramático, la decisión preliminar de que una decisión del presidente de Estados Unidos era inminente. Aún se sumó la noticia, transmitida por tres militares, de que ciudadanos de Estados Unidos estaban retenidos en Irán junto a los ocupantes de la Embajada sitiados por las autoridades. En ese momento, en la parte mediooriental del planeta era pleno día. Los acontecimientos se precipitaban mientras América se iba a dormir.
¿Hay algo que le preocupa, Mister President?, preguntó cortésmente el canciller Schmidt. Nada de importancia, respondió el presidente. Pero el perturbador Brzeziński, del todo en su elemento conspirativo, seguía colgado del oído del presidente y le hablaba con insistencia. Para los invitados la situación era incierta. La opereta de Sullivan trataba de la hija de un millonario que no se decidía a separarse de un muchacho de Brooklyn al que un intrigante acusaba de haberle sido infiel. No estaba claro, como exponía la cantante, si es que amaba a otra o solo a ella —tal y como repetidamente había prometido. Ese siguió siendo el problema hasta el final de la actuación.
Conflictos en el punto de sutura
Henry Bierlich, residente en el estado de Washington en el extremo noroeste de Estados Unidos, ha descubierto que estorninos canadienses se comen los cereales de sus vacas. Además, les arruinan el pienso con sus excrementos. También los cultivos de arándanos son saqueados por los estorninos canadienses. Por eso, Bierlich está convencido de que hay que apresar a los estorninos con trampas y seguidamente gasearlos.
Estaría bien, dice, que esto se hiciera al otro lado de la frontera, ya en Canadá. Pero los canadienses piensan que se puede ahuyentar a los estorninos, que entretanto han adquirido carácter de masas y forman enjambres, y evitar que crucen la frontera de Estados Unidos mediante cañonazos irregulares y espantapájaros.
Esta actitud laxa de gente que dispone de tierra a discreción hacia el norte no logra convencer a los ciudadanos de Estados Unidos que administran terrenos más estrechos. Por ejemplo, a Henry Bierlich. El mero hecho de que los canadienses no sean conciudadanos, sino extranjeros, lo predispone en su contra. En 2004 se mataron en Estados Unidos 500 000 estorninos. ¿Cuántos en Canadá? No hay cifra disponible. Oficialmente: 28 estorninos.
Puntos de sutura o fronteras son las zonas en las que distintas tradiciones, atenciones opuestas confluyen como en un dique. En cien años con esos elementos mínimos se acumula un motivo de guerra. Por otro lado, según el Prof. Dr. Hanslick, investigador de fronteras en Stanford, una de las siete maravillas de la Edad Moderna es que desde hace 230 años no haya habido un conflicto bélico entre Estados Unidos y Canadá.
—¿Denomina punto de sutura al punto en el que chocan dos contrarios, un separador?
—Exactamente eso.
—Pero entre Canadá y Estados Unidos no se sutura nada. La frontera es una línea relativamente arbitraria, trazada sobre el papel hace más de 200 años, en que concurren dos formaciones de la civilización.
—Correcto. Y esos puntos de sutura encierran el peligro de la falta de atención, visto desde las dos centrales que trazaron la frontera.
—Pero las dos centrales en Washington, D.C. y en Ottawa no saben nada ya del trazado que se hizo en su día de la frontera.
—Tanto peor. Lo que digo es: en el punto de sutura falta atención. Si ocurre algo, ocurre en un punto de sutura.
—¿Los errores ocurren en el punto de sutura entre dos instituciones?
—Exacto.
—¿La inflamación se origina en el punto de sutura de una operación previa?
—Ciertamente.
—¿El enemigo penetra por el punto de sutura entre dos mandos?
—Siempre.
—¿El adúltero penetra por el punto de sutura que ha surgido inconscientemente en el origen de una relación de amor?
—No, el amor no es una organización.
—¿Los terremotos se dan en el punto de sutura de los continentes y de las capas tectónicas?
—Teniendo en cuenta o no esos puntos de sutura.
—¿Por qué es tan típico que los diabólicos puntos de sutura que desencadenan las catástrofes y los desplomes de las organizaciones escapen casi siempre a la atención?
—Porque las organizaciones solo se fijan en los asuntos principales.
La canciller en el lugar equivocado
Ninguno de sus profesores o consejeros de empleo habría previsto que un día, en el aniversario de la derrota de Alemania, sentada en una tribuna entre el presidente chino y el jefe de Estado Putin, asistiría a un desfile militar en Moscú. Y, sin embargo, esa privilegiada posición a la que se veía forzada era en aquel momento una desgracia. Más necesaria habría sido su presencia en Bruselas, en su defecto en Berlín o en un hotel de Moscú con conexión telefónica y de Internet hacia Bélgica.
El controlador de jornada A. Trube habría confirmado que ese fin de semana (el 8 de mayo era un sábado; el viernes, 7 de mayo, se reconocía ya la crisis cuyo agravamiento se esperaba para el 10 de mayo) era cuestión de minutos, horas, en suma incluso de segundos.
Ya el jueves, el jefe de área para mercados internacionales en la cancillería había transmitido una nota. En la bolsa estaban registrándose procesos llamativos. Sobre el mismo asunto hubo una llamada del presidente de Estados Unidos, a la que respondió la canciller. Esto era todavía en el momento en el que el parlamento federal daba su aprobación al paquete de ayuda para Grecia. La ley fue transportada por mensajeros para que la firmara el presidente federal.
¿Cómo es cuando llama el presidente de Estados Unidos? Quiere intercambiar opiniones sobre la crisis que se avecina. También él con muy poco tiempo. Debe llevar la paz a Oriente Medio, decide sobre el futuro de Irak, las medidas que han de compensar la retirada de las tropas de Estados Unidos en Irak, le preocupa cómo presentar su posición al respecto de la mezquita que ha de construirse cerca de las ruinas del nine eleven, quiere hablarle gente que no puede rechazar. Ahora llama a la canciller alemana. Está obligado a contactar también con otros jefes de Gobierno en Europa y en ultramar. En realidad, no tiene tiempo para la llamada. Tendría que hablar con siete lenguas. Si las personas fueran ordenadores paralelos, el cargo de presidente de Estados Unidos podría desempeñarse con realismo.
Comparada con esto, la actitud de la canciller en este jueves es relajada. Da cuenta de todo. Tiene que volar a un acto electoral en Renania del Norte-Westfalia, y desde allí a Bruselas. ¿Hay servicios de traducción para las conferencias telefónicas de jefes de Gobierno cuando se trata de términos especializados? ¿Sería mejor que los gobernantes se comunicaran por sms en vez de por teléfono? Eso daría tiempo para reflexionar y funciona incluso más rápido, tal como ha calculado A. Trube, pues se prescindiría de las oraciones de relleno. Son cuestiones de organización del trabajo que afrontan de raíz los sistemas de gobierno.
Antes de despegar hacia Moscú, la canciller decide que el ministro del Interior vuele a Bruselas con el servicio aéreo y represente allí al ministro alemán de Finanzas, que ha ingresado en la unidad de cuidados intensivos de una clínica bruselense. Entretanto, el secretario de Estado habrá de llevar las negociaciones de manera dilatoria.
A. Trube, controlador de jornada.Reaparición en la realidad a primera hora del lunes
«¡Haceos cuenta de que el diablo es viejo, /así que envejeced para poder entenderlo!»2
La mañana del 10 de mayo de 2010, un lunes, nos asustamos. Fue entonces cuando vimos los resultados del fin de semana. Nada podía retrotraerse a su estado original, el que regía aún el 7 de mayo por la tarde, cuando llegamos a Bruselas.
Los responsables nos despertamos pronto en nuestros hoteles y habitaciones de invitados. Volvía a ser un día laborable. Se preparó el regreso a nuestras diferentes capitales. Como si hubiésemos despertado de una pesadilla, porque el fin de semana —con la ausencia de millones de mentes trabajando fuera y la mera presencia en reuniones de los especialistas que éramos los políticos de la Unión Europea— nos había parecido irreal, nos calentamos en el mundo del trabajo común de nuevo en marcha, cuyo zumbido debería acompañar continuamente la labor política. Es bonito que la humanidad vuelva a estar junta a primera hora del lunes. Unida por lazos más sólidos que mediante el orden del día de una conferencia.
Está muy preocupado
El día después de su cumpleaños llamo a Jürgen Habermas. Está horrorizado por el retraso con el que el Banco Central Europeo admite que durante la crisis del 7 al 9 de mayo de 2010 amenazó un fracaso aún más radical que el escenario generado tras el hundimiento del banco Lehman Brothers. ¡Habría que habérselo comunicado a la opinión pública! ¿Cómo va a haber una oportunidad para lo político, si semejantes hechos se ocultan en el momento a la vez que políticos desprevenidos toman decisiones de enorme magnitud en parte por teléfono, en parte a toda prisa en tres sesiones de fin de semana? Habermas ha pasado su cumpleaños en Dublín. Ahora la familia planea irse de vacaciones al sur de Francia. Está muy preocupado. ¡El fino barniz de la tradición civilizadora, comparable a una capa de hielo que se vuelve transparente, bajo la cual circula el cruel desfile de las realidades! Un filósofo habrá de reflexionar desde cualquier lugar del mundo.
El trío de Deauville
La colaboración entre Rusia y la otan es, según el controlador de jornada laboral A. Trube, uno de los temas del siglo. Las decisiones al respecto han de tomarse en cuatro semanas. Para los preacuerdos en Deauville disponen de dos horas. El grupo reducido de tres dirigentes —el ruso, el francés y la alemana—, el llamado formato trío, es oportuno para aprovechar cada minuto.
Sarkozy habla, con relación al despliegue de misiles que planea la otan, y al que se opone Rusia, de un «field of deployment» de 15 años (a saber, diez años para desplegar los misiles y cinco para acordar una praxis soportable con la vecina Rusia). La construcción acelerada de la flota de alta mar alemana de 1900 abarcó 14 años. En dos años hay que contar con un nuevo presidente de Estados Unidos, que podría ser un partidario del Tea-Party. ¿Qué pasa si en el año 2060 la relación del líder francés y del alemán con el presidente ruso de turno no es tan amistosa y las potencias se distancian? ¿Cuántos cancilleres caben en cincuenta años, cuántos presidentes de Francia y Estados Unidos? El peso de las posibles consecuencias caía como plomo sobre los minutos en que los tres jefes de negociación caminaban por los tablones del paseo marítimo. Desde el Canal de la Mancha soplaba un viento milenario, como el que viene silbando siempre de oeste a este en esa costa desde los tiempos de los romanos, solo unos pocos días del verano ligeramente agitado, hoy sombrío y tormentoso.
La víspera, el hombre de confianza de China en París (varios observadores del círculo interno de las delegaciones en Deauville tienen la obligación de informarle) se ha hecho una idea del estado final de los preparativos. Informa a su central de Pekín que, en adelante, para reforzar el euro, los países que incumplan serán exhortados a la disciplina presupuestaria mediante sanciones automáticas y, con relación a Rusia, no habrá preacuerdos para la conferencia de la otan debido a la oposición de Estados Unidos. En cambio, cabe esperar un consenso sobre la cuestión del uso del Mar del Norte. Tanto la canciller como Sarkozy aconsejarán al presidente ruso no visitar en persona, como prevé, las islas Kuriles del Sur, ya que provocaría innecesariamente a Japón. Al día siguiente, el superespía tuvo que enmendarlo todo. Algunos temas no llegaron a tratarse, las formulaciones del protocolo final no coincidían con el estado de la víspera.
Deauville, decía un diplomático alemán de alto nivel, dejó de lado a Exteriores. A los colegas franceses del Quai d’Orsay, continuaba, les pasó algo parecido. En los ministerios parisinos, hasta 8 000 colaboradores preparan una cumbre. Los papeles llegan al Palacio del Elíseo y allí unos 20 colaboradores vuelven a empezar de cero. Reescriben los papeles. Hasta el presidente solo llega lo que le exponen Jean-David Levitte, Claude Guéant y Xavier Musca (o lo que él mismo escucha si se encuentra con un jefe de área en el pasillo y le pregunta). Lo que a partir de ahí haga el presidente es en Deauville cuestión del momento. La estructura parece caótica, comentaba el diplomático, pero la línea francesa está «siempre especialmente bien preparada» en cada cumbre.
¡Con la cancillería los diplomáticos nos las vemos y nos las deseamos! Habíamos elaborado un plan de negociación equilibrado. El grueso de la documentación se había acordado. Luego los jefes en los que confía la canciller, Heusgen (Exteriores), Corsepius (Unión Europea), Weidmann (Economía) y Asmussen (Finanzas), hablaron por teléfono con sus homólogos en el Elíseo. Ya no reconocíamos nuestros papeles. No hay ningún medio que impida al grupo líder desfigurar lo que hemos preparado. La configuración en trío de Deauville era nueva, los procedimientos que se emplearon son antiguos: billar con 23 bolas.
Nuestro trabajo no lo ve la opinión pública, continuó el diplomático. ¿Cuánto tiempo de negociación cree que necesitamos para acordar el desayuno o el almuerzo de langostas en la playa con tres secciones de protocolo y servicios de seguridad con mentalidades divergentes? Verá (en la foto de abajo) que el traje del presidente ruso aprieta por tener demasiado arriba los botones. También las rayas de sus pantalones están demasiado marcadas. Se lo advertimos de forma diplomática a nuestros homólogos, pero debido a lo educado de la fórmula no se entendió ni tampoco se puso en práctica. El recorte de los siete puntos del orden del día a tres fue desestimado por orden superior. ¿De qué sirven al final nuestras muchas conversaciones? ¿Para qué nos pagan tanto?
Colocando a los jefes para la foto de grupo. En el extremo izquierdo un ayudante.Pescar peces con granadas de mano
El director ministerial Wilfried F., un colaborador de alto nivel de Wolfgang Clement de los tiempos en que este, como ministro de Economía en Renania del Norte-Westfalia, solo estaba esperando a suceder al presidente Rau, se cambió en 1991, como muchos otros funcionarios occidentales, a la treuhand3, recién instalada en las oficinas del antiguo Ministerio de Aviación del Reich. Se le veía mucho en el Borchardt4. Abrumado de trabajo, pasaba las noches en vela. En el local hacían antecámara inversores y litigantes nativos — cada uno de ellos un espécimen irrepetible y sin embargo no siempre fácil de encuadrar según su pertenencia a la realidad y la ficción.
En una fase política para la que nadie en el Este y el Oeste estaba preparado, decía el intrépido funcionario, había que apostar por las prioridades y el dinamismo. Esa es la razón por la que fuimos importados de rnw, como joven escuela, digamos. Nos atuvimos a una regla de la pesca en río: se arroja una granada al agua y los peces quedan flotando panza arriba —y pueden recogerse. Fritos en mantequilla, luego no se les nota el método de pesca.
Con caña, cebo y paciencia puede esperar sentado al éxito, prosiguió el resuelto colaborador, al que le gustaba describir su estilo de trabajo. Wilfried F. asumió el combinado industrial de Magdeburgo, que producía motores de barco para buques de alta mar. En seguida vi, dijo el funcionario, que el material humano y la maquinaria de Magdeburgo no iban a tener nada que hacer en el mercado occidental. Tuvo razón, después de «acompañar» de mala gana (y por evitar retrasos mayores) los sentimentales intentos de rescate. Solo lograron disimular el fiasco puesto de manifiesto con el primer balance, basado en el tipo de cambio 1:2 del marco occidental al oriental, que convirtió las deudas del combinado con la antigua sede, ahora la autoridad federal como su sucesora legal. Él se sentía el abogado de la situación real frente a la pereza de ánimo que asalta a las personas que son arrojadas de una historia vital a otra. Ese estar arrojado vuelve lento, según Wilfried F. Él lo veía, pero no lo aprobaba en absoluto, porque no es racional. Él pasaba por ser insobornable. No favorecía a ningún partido. Más bien, se sentía responsable de ejecutar el conjunto, del sin reparos realista.
El ministro pierde la compostura
Cae la tarde sobre las ciudades de la cuenca del Ruhr. Masas nubosas del noroeste, luces más brillantes de ciudad, arbustos y jardines mortecinos. En salones climatizados, abstractos en relación con el crepúsculo, se reúne la ejecutiva del partido socialdemócrata de rnw5. El ministro de Economía, Empresas Medianas y Tecnología abandona la sala, visiblemente irritado. Su asistente le sigue. Los amigos vacilan. Siguen al poderoso a los pasillos. La reunión tiene lugar bajo la presidencia del primer ministro y presidente del partido Rau. Deja que continúe la negociación. La salida del ministro es una afrenta hacia él. El sulfurado tendrá que volver y dar una razón de su conducta. Tendrá que disculparse. Son las horas de esas reuniones las que se echan en falta al final de la vida. «Age ain’t nothing but a number».6
Al primer ministro se le acaba el tiempo. Pero en ese instante ha ganado algo provisional. No puede ceder ante un ministro que lo reta de forma tan burda. En ese sentido ha ganado tiempo.
Fuera, los íntimos rodean al ministro.
—Vuelve a entrar, Wolfgang.
—Estoy harto.
—Estás harto, ¿verdad?
No hay dos corrientes, dice el ministro, no hay una lucha de corrientes en la socialdemocracia de rnw. Unos que se implican por el pueblo y la naturaleza y otros que sirven a las grandes empresas: eso es lo que no hay. Por supuesto, el trabajo del ministro de Economía consiste en impulsar el