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En su primera novela como escritor, Joe Black no deja títere con cabeza. Desnuda los pecados capitales de varias de las principales figuras políticas del país, desde el Presidente de la República para abajo, recorriendo con su seductora e hilarante pluma el último medio siglo de elecciones presidenciales, incluyendo la de 2021. Los hechos comienzan el 18 de octubre de 2019 en el palacio de La Moneda… y Joe Black los relata como solo él sabe hacerlo, con ironía, humor y una imaginación extraordinaria. "Todos íbamos a ser burros" es una novela distópica, que habita un espacio entre la ficción y la no ficción, y que obliga a soltar carcajadas y también a reflexionar en serio, desde la sátira política, sobre la marcha del país.
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Seitenzahl: 120
Veröffentlichungsjahr: 2021
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De la presente edición
El Líbero
1ª edición en español en El Líbero
Dirección de Publicaciones
Av. El Bosque Central 77 oficina 4
Las Condes, Santiago Chile
Teléfono (56-2) 29066113
www.ellibero.cl
ISBN edición impresa: 978-956-9981-22-7
ISBN edución digital: 978-956-9981-24-1
Diseño & diagramación: Huemul Estudio / www.huemulestudio.cl
Ilustraciones: Negra Del Campo
Esta publicación no puede ser reproducida o transmitida, mediante cualquier sistema — electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de recuperación o de almacenamiento de información — sin la expresa autorización de El Líbero.
Diagramación digital: ebooks [email protected]
Índice
Precuela
18 de octubre de 2019
Unos ojos azules en la National Geographic
Un suicida en la oficina de Allende
La rebelión “cejota”
La vergüenza es más fuerte que el pudor
Introducción
Capítulo 1. La ira
Sebastián Sichel, Evelyn Matthei, Andrés Velasco, Hernán Büchi
Keep Calm and Be President
Capítulo 2. La gula
Gabriel Boric, José Miguel Insulza, Joaquín Lavín, Pablo Longueira, Andrés Allamand
El Boris
Otros candidatos depredadores
Capítulo 3. La soberbia
Ricardo Lagos, Manuel José Ossandón, Pamela Jiles, Eduardo Artés
El Estado soy yo
Capítulo 4. La lujuria
Michelle Bachelet, José Antonio Kast
Capítulo 5. La pereza
Alejandro Guillier, Beatriz Sánchez, Yasna Provoste, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Arturo Frei Bolívar
Capítulo 6. La envidia
Sebastián Piñera, José Piñera, Ximena Rincón, Carolina Goic, Marcel Claude, Alfredo Sfeir, Tomás Hirsch, Sara Larraín
Capítulo 7. La avaricia
Marco Enríquez-Ominami, Franco Parisi, Diego Ancalao, Alejandro Navarro, Francisco Javier Errázuriz
Capítulo 8. Todos íbamos a ser burros
Epílogo. El desenlace de la elección presidencial de 2021
Conan es mi candidato
Anexo
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de poder.
Ellos nos darán nuestro pan de cada día.
Periodista anónimo
Advertencia
La presente es una obra de ficción. Todos, todos, los personajes mencionados en el texto son ficticios y su parecido o coincidencia con la realidad es meramente accidental. Ni los hechos descritos ni las fechas citadas son ciertos y su semejanza con acontecimientos de la vida real probablemente se deba a alguna extraña coincidencia.
Como sea, la novela también está pensada como un libro de autoayuda para cualquier persona que aspire a ser candidato a algo.
El texto también pretende ser un homenaje a quienes han sido para mí maestros del humor político en Chile y el mundo. Por eso encontrarán citas, referencias y menciones a la persona o la obra de personajes como Pepo, Quino, Rafael Gumucio, Meruanista, Daniel Matamala, Rodrigo López (McCarner), La Hechizada, Clint Joselito, Kramer, Carlos Larraín, Eugenio Lira y Anónimo.
PRECUELA
18 de octubre de 2019 en La Moneda
Unos ojos azules en la National Geographic
Steve McCurry, el fotógrafo freelance que se hizo famoso en todo el mundo cuando en 1984 fotografió a la “niña afgana” de ojos verdes que apareció en la portada más recordada en la historia de National Geographic, sabía que la pandemia de Covid-19 podría ser una gran oportunidad para él. En abril de 2020 había cumplido 70 años y sintió que aún estaba a tiempo de volver a sorprender al planeta con una imagen capturada por su cámara. Eso le garantizaría la inmortalidad.
Tal como su greatest hit de los 80 había surgido de un lugar recóndito -un campo de refugiados afganos en Peshawar, Pakistán-, suponía que ahora debía intentar algo similar. ¿En qué lugar del mundo el coronavirus atacaba de manera más dramática? Sus indagaciones le permitieron comprender que la enfermedad Covid-19 se cebaba especialmente con los ancianos. ¿En qué lugar del planeta el virus estaba matando con mayor crueldad a personas mayores?
McCurry cruzó dos estadísticas que supuso le indicarían un destino en el mapa: alta tasa de contagio y mortalidad, con proporción sobredimensionada de ancianos en la población. Así fue como después de hacer correr un software de big data llegó al lugar perfecto: la ciudad de Putaendo en la región de Valparaíso en Chile.
Eso exhibían los datos. ¿Pero diría lo mismo la información cualitativa del lugar? Recordó que había conocido a un periodista chileno de El Mercurio en un seminario periodístico a mediados de los ‘90 en Nueva York. No le costó trabajo encontrarlo en Twitter, le escribió y le hizo una pregunta simple:
– “Quiero viajar a Chile a fotografiar la guerra entre el Covid y los ancianos de Putaendo. ¿Crees que es una buena idea?”
– “Obvio”, le respondió el reportero, aún vigente en la escena periodística local, a través de un largo mail. “Hace años hice un reportaje sobre Putaendo, parece una ciudad sacada de un libro de García Márquez o de la serie ‘Stranger Things’. En dos días me pareció no ver a ninguna persona menor de 60 años. En la plaza de armas se paseaban personas que te hablaban de acontecimientos inverosímiles, mujeres que decían ser la madre de Luis Miguel o gente que te invitaba a ver cómo en la punta de un cerro se veían sacrificios humanos de una tribu pehuenche que huyó hacia el norte tras ser expulsada de la zona de Santa Bárbara, a raíz de sus discutibles prácticas rituales. Subí a ver si eso era cierto y no vi nada, salvo un enorme edificio en forma de suástica instalado en la base del valle: era el hospital siquiátrico, que albergaba a más de mil internos en régimen cerrado y semicerrado. Supe que hoy está habilitado como un centro de urgencia Covid-19”.
McCurry terminó de leer el mail y decidió que Putaendo sería su nuevo Peshawar. Para llegar a Chile lo antes posible llamó a un antiguo editor que en la actualidad trabajaba en asuntos corporativos de la farmacéutica Pfizer. El fotógrafo se sumó al siguiente viaje a Chile de ejecutivos y expertos de la compañía para supervisar la entrega de donación de vacunas ordenada por la ONU a los países más devastados por la peste, y aterrizó en el Grupo 10 de la Fuerza Aérea de Chile la mañana del 19 de octubre de 2020.
– “¿Dónde se dirige en Chile?”, le preguntó la funcionaria de Extranjería, repartición que había sido rebautizada hacía algunas semanas como Dirección de Bienvenida. Sólo se le veían los ojos, a lo lejos, tras atravesar la ventanilla, la máscara facial y los anteojos de seguridad como los que usan los operadores de motosierras.
El fotógrafo no entendió bien la pregunta debido a su miserable español y comenzó a repasar en su mente cada una de las palabras que le había dicho la mujer. Ese proceso le estaba tomando unos segundos, pero fue interrumpido por la empleada de Bienvenida.
– “No se preocupe, señor, no vaya a pensar que estoy poniéndole trabas a su ingreso al país, sólo le pregunto dónde se dirige por fines estadísticos. Desde la fundación de La Nueva Matria el acceso libre de cualquier extranjere a los territorios está garantizado. Puede usted quedarse el tiempo que quiera y permítame entregarle los formularios para que postule desde ya al programa Vivienda Digna Propia Solidaria y al beneficio SUDACA, que le garantiza un Sueldo Digno Accesible y Amplio a todas las personas que ingresen a los territorios, especialmente si provienen de pueblos hermanos como Venezuela o Bolivia”, agregó a toda velocidad, como si rapeara, la funcionaria.
McCurry quedó aún más confundido. Sólo entendió las palabras Venezuela y Bolivia, y eso lo puso muy nervioso, porque temió una confusión que lo metería en problemas. Pensó en simplificar las cosas y sólo explicarle a la señorita su destino final.
– “¡PUTAENDO!”, dijo el gringo, levantando su dedo índice y moviéndolo como si tratara de decir “desde aquí hacia allá”.
Pero lamentablemente no fue así como se entendió en el recinto. Testigos aseguran que Steve McCurry dijo “¡PUTA-YENDO!” y que su gesto sólo pudo significar algo así como “mándate a cambiar”.
Tras la inmediata denuncia de la funcionaria de la Dirección de Bienvenida, en pocos minutos se presentó en el lugar la fuerza pública, que constituyó el Tribunal Popular Paritario (TPP) previsto para estos casos según los nuevos decretos emitidos por el Gobierno Provisional del Pueblo, encabezado por el gobernante Rodrigo Rojas Vade.
A McCurry se le asignó una Defensora Popular, quien basó la defensa del fotógrafo en su avanzada edad y en que su formación moral había ocurrido en Filadelfia, estado de Pensilvania, lugar donde no había tenido acceso a una educación adecuada. De algún modo, el estadounidense era una víctima del sistema imperante en el Antiguo Orden y si bien merecía un castigo ejemplarizador, el Tribunal debía tener en cuenta dichos atenuantes.
La acusación contra el célebre fotógrafo no era menor: se le indagaba por el delito de Revictimización Patriarcal en grado medio.
El juicio tuvo un procedimiento express en el mismo aeropuerto, ya que la nueva normativa vigente prohibía someter a cualquier inmigrante a más de cuatro horas de retención. Así, la sentencia llegó rápido: McCurry fue condenado a un sesión intensiva de Reeducación en Teoría de Género y Derechos Sexuales. El curso sería aplicado por el grupo Antítesis, dependiente del nuevo Ministerio de Reculturización.
Esa noche Steve fue trasladado en el triciclo de la Dirección de Bienvenida a una carpa sanitaria, donde podría comer y dormir. Al día siguiente, a primera hora, 10:00 am en punto debería asistir al curso. Fue una buena experiencia para él la condena. Si bien no entendía lo que las muchachas de Antítesis decían, le encantó el baile y las caras que ponían. Preguntó si era posible sacar fotografías de la performance y su solicitud fue aceptada por el Ministerio de Reculturización, pero sólo a condición que las imágenes se publicasen acompañadas de los textos que serían provistos por el Ministerio de Supervisión de Medios de Comunicación Masiva.
McCurry incorporó fluidamente los conceptos inculcados por Antítesis, según estimaron ellas, dado el entusiasmo que mostró el condenado en los contenidos que ellas le entregaron. No había duda, el programa había tenido el efecto reformatorio buscado y Steve ya estaba listo para reinsertarse en la sociedad como un individuo útil en materia de Teoría de Género y Derechos Sexuales. Las funcionarias, funcionarios y funcionaries de los ministerios de Culturización y de Supervisión de Medios de Comunicación Masiva celebraron el éxito del programa posando con McCurry para selfies que fueron publicadas luego en las cuentas de Twitter de Antítesis y de la Subsecretaría de Redes Sociales del Ministerio de Medios de Comunicación Masiva.
A tanto llegó la buena onda que se generó entre todos que el gobierno de Rojas Vade ofreció trasladar al fotógrafo norteamericano a Putaendo, su destino final. Sin embargo, McCurry no entendió muy bien en qué consistía la oferta y temió que las cosas pudiesen tomar un rumbo distinto a su plan inicial y prefirió abordar un bus de la empresa Buses Ahumada, en el Terminal Los Héroes, muy cerca del Palacio de La Moneda, para llegar a su destino. Por error compró pasajes hasta la localidad de Calle Larga, desde donde le explicaron que aún debía viajar otros 40 minutos para llegar a Putaendo. Le explicaron que podía hacer el viaje en un “colectivo”, que era una especie de taxi convencional pero que tenía una modalidad distinta, que debía reunir a varios pasajeros antes de iniciar el trayecto. “El colectivo es como una visita a un almuerzo dominical en tu casa: se llena y se va, ja, ja, ja, ja”, le comentó el encargado de la garita del terminal de colectivos de Calle Larga. McCurry se rió con ganas, no porque hubiese entendido el chiste, sino por las contagiosas carcajadas que lanzaban todos los presentes a través de las mascarillas anti Covid.
El chofer del colectivo repartió a todos los pasajeros y dejó al gringo para el final, porque este había informado que quería llegar hasta el hospital siquiátrico de Putaendo.
– “Allá”, indicó el conductor, mostrando un edificio a unos 200 metros de distancia y abrió la puerta del acompañante pasando por encima del cuerpo del fotógrafo.
– “Can you move closer to the entrance?”, preguntó McCurry.
– “Hasta aquí no más llegamos”, dijo el chofer, intuyendo que el pasajero quería acercarse más al centro asistencial. “Es peligroso acercarse más a ese lugar. Si no te agarra el coronavirus te pesca un interno y ahí nunca se sabe. Es suicida entrar. No conozco a nadie que haya entrado y haya vuelto a salir”, dijo el chofer.
McCurry no entendía ni una palabra, pero la comunicación no verbal era inconfundible: debía bajarse y caminar.
– “Hasta la vista”, le dijo al colectivero de Calle Larga, haciendo alarde de las tres palabras que mejor se sabía en castellano.
Le tomó unos siete minutos caminar hasta el viejo portón de fierro del hospital, que estaba abierto. No tenía chapa, ni cadena ni candado. Caminó hacia el edificio, cuya puerta principal también estaba abierta de par en par. Nadie controlaba la entrada, no había ni alcohol gel ni un aparato para controlar la temperatura de las personas que ingresaban. Comenzó a caminar por los pasillos. Eran altos, oscuros y fríos. Después de pasar por puertas con letreros que decían “Farmacia”, “Rayos”, “Pañol” y “Cobranza”, comenzaron a aparecer las habitaciones de los pacientes. Miró hacia el interior y sólo vio camas ocupadas con personas que parecían moribundas. Por deformación profesional lo que le llamó la atención fue el contraste de las pieles oscuras contra las sábanas blancas. También le intrigó que los dos ventiladores mecánicos que tenía cada habitación estaban conectados a ocho pacientes. Le maravilló la ocurrencia de poder duplicar la capacidad de esas máquinas, que se habían convertido en el bien más escaso en los países en desarrollo.
Siguió caminando por el pasillo hasta que se encontró con un muro y continuó su marcha hacia la izquierda, donde se abría otro corredor más lúgubre aún que el anterior. En las habitaciones había las mismas ocho camas que las otras salas, pero aquí no había ventiladores mecánicos. Estaba pensando en eso, mientras observaba compungido a través del vidrio de la entrada, cuando dos hermosos ojos azules se pusieron frente a los suyos, al otro lado de la puerta.
McCurry sintió un escalofrío, soltó un grito breve (“Shitman!”) y dio un paso hacia atrás.
La puerta se abrió y salió a enfrentarlo la mujer (ahora Steve se daba cuenta de que era una mujer, extremadamente atractiva por lo demás, y un poco más joven que él probablemente), que vestía con uniforme de trabajadora sanitaria.
La señora de ojos azules se llevó el dedo índice a la boca, haciendo el universal gesto de “silencio”. Luego apuntó hacia el final del pasillo e hizo otro gesto universal con la palma de la mano abierta como si empujara el aire hacia adelante: “Sígueme”.
– “We call that hallway ‘death row’”, le dijo ella a Steve en perfecto inglés cuando se dio cuenta de que el fotógrafo no hablaba una gota de español. “Aquí trasladamos a los que son irrecuperables, para así asignarles su ventilador a aquellos que aún tienen esperanza de sobrevivir. Fallecen entre dos y tres personas diarias aquí en la ‘death row’”.
– “¿Eres médico, enfermera, cuánto tiempo llevas aquí, a qué te dedicas?”, le preguntó Steve, disperso, como capturado por un súbito ataque de ansiedad.