Todos los días de mi vida - Jane Porter - E-Book
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Todos los días de mi vida E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

Su amor sería para siempre. Payton había tenido un apasionado romance con Marco D'Angelo, pero cuando su matrimonio se vino abajo después de muy poco tiempo, decidió marcharse con sus dos hijas para no regresar jamás. Dos años después, Payton estaba de vuelta en Italia; había llegado el momento de que las niñas conocieran a su padre. Pero sus planes no incluían quedarse en Italia, ni permitir que aquel hombre tan sofisticado y seductor se acercara demasiado a ella. Con lo que no contaba era con que sus sentimientos por Marco despertaran nada más volver a verlo y la obligaran a admitir que seguía muriéndose de deseo por él...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Jane Porter

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Todos los días de mi vida, n.º 1420 - agosto 2017

Título original: Marco’s Pride

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-096-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

NO VOY a dejar que se cargue mi boda –retumbó la profunda voz de Marco D’Angelo. No solía levantar la voz y las modistas y modelos al otro lado del elegante salón lo miraron, sorprendidas.

La princesa Marilena puso una mano en su brazo.

–No estropeará la boda, cariño. Aún faltan casi tres meses.

–Dos meses y medio.

Iban a casarse después del desfile de primavera-verano. Pero el trabajo no estaba terminado y empezaban a quedarse sin tiempo.

–No deberías preocuparte. Las cosas, al final, siempre salen bien –sonrió entonces la princesa.

Marco no estaba tan seguro. Frunciendo el ceño, miró la pálida mano de Marilena, en cuyo dedo brillaba el opulento anillo de compromiso que le había regalado un mes antes.

Un diamante de tres quilates cortado en forma de esmeralda, rodeado de zafiros y montado en una banda de oro del siglo XVIII. El anillo había pertenecido a la familia Borgiano durante generaciones hasta que, veinticinco años antes el padre de Marilena, Stefano Borgiano, se había visto obligado a venderlo.

La fortuna de los Borgiano se hundió al tiempo que crecía la de los D’Angelo. Pero en aquel momento Marco no estaba pensando en eso. Estaba preocupado, muy preocupado por la colección. Le faltaba imaginación, inspiración.

Era, pensó, irritado, aburrida. Y eso en el mundo de la moda era un destino peor que la muerte.

Como su padre antes que él, Marco nunca había necesitado que alguien de fuera le dijese si las colecciones funcionaban o no. Lo sabía. Lo sabía por instinto. Y su instinto le decía que la colección de primavera-verano sería una desilusión para el público si no hacía algo inmediatamente. Si no encontraba la magia.

Pero ¿cómo iba a encontrarla?

Aún no lo sabía y, desde luego, no iba a encontrar la respuesta con su ex mujer en Milán.

–No confío en ella. Payton únicamente está interesada en sí misma.

–Ha dicho que solo venía de vacaciones, ¿no?

Marilena tenía unos preciosos ojos de color caramelo que contrastaban a las mil maravillas con su larga melena oscura.

Como director de D’Angelo, la casa de moda más importante de Milán, Marco trabajaba con modelos guapísimas todos los días y había vestido a algunas de las mujeres más bellas del mundo, pero la princesa Marilena Borgiano era algo especial.

–¿Cómo puedes ser tan comprensiva? –murmuró, metiendo la mano en el bolsillo para sacar el paquete de tabaco… y recordando después que había prometido dejar de fumar.

Ella se encogió de hombros.

–Porque Payton ya no representa una amenaza para mí. Nos conocemos hace mucho tiempo, Marco. Hemos pasado por muchas cosas juntos. Nos entendemos y sabemos bien lo que queremos. Es diferente de tu primer matrimonio, ¿no?

Completamente diferente, pensó él. En realidad, su relación de veintiún meses con Payton ni siquiera podía llamarse matrimonio. Fue más bien un desastre.

No, una pesadilla.

Marilena se puso de puntillas para darle un beso en los labios.

–No te enfades, cariño. No estará aquí mucho tiempo y, además, vendrá con las niñas. Sé que tú siempre has querido mantener una relación normal con ellas…

–Eso fue hace mucho tiempo, antes de que las hiciera rehenes, antes de que las usara contra mí. Una vez fueron mis hijas, pero ya no lo son. Payton se ha encargado de eso.

La princesa sonrió, comprensiva.

–Siguen siendo tus hijas. Sé que adoras a esas niñas y que las has echado mucho de menos.

Marco intentó deshacer el nudo que tenía en la garganta. Las había echado de menos. Tanto que le dolía el corazón solo de pensar en ellas.

–Payton sabe que le pediré la custodia –dijo entonces–. Sabe que si vuelve a Italia, le resultará difícil volver a llevárselas del país.

–Entonces, ¿por qué las trae con ella?

Buena pregunta, pensó Marco. Una muy buena pregunta.

Capítulo 1

 

LA MUERTE y los impuestos. Las dos únicas certezas de la vida: la muerte y los impuestos.

Payton daba vueltas y vueltas sobre el asunto una y otra vez, como la cinta transportadora de equipaje en el aeropuerto.

Dejando escapar un largo suspiro, levantó la mano para apartar un rizo de su frente. Había subido al avión con un moño francés, pero después de doce horas de vuelo, los rizos empezaban a escaparse de las horquillas.

Una maleta negra apareció entonces y Payton, sujetando a la niña que llevaba en brazos, se inclinó para comprobar si era la suya.

No, no era la suya.

Entonces miró a Gia, que estaba dormida. Todavía tenía la carita hinchada, evidencia de las horas que había pasado llorando porque su mantita se perdió entre el aeropuerto de San Francisco y el de Nueva York.

No había sido un viaje fácil.

No había sido un mes fácil.

Su vida no era nada fácil.

Payton apretó los labios, intentando controlar la emoción. No podía empezar a pensar otra vez. Pensar solo empeoraría las cosas.

–¿Estás bien, Liv? –le preguntó a la gemela de Gia.

La niña, de tres años, estaba sentada en el carrito de las maletas. Tenía un dedo en la boca y apretaba con la otra mano su mantita para no perderla.

Livia asintió solemnemente. Tenía los ojos azul oscuro, del mismo color que su madre. También había heredado la cara ovalada y la nariz recta, pero el tono de su piel era bronceado, como el de su padre. Rizos oscuros, piel morena y las pestañas más largas del mundo.

Se le encogía el corazón solo de pensar en Marco. No podía creer lo que estaba haciendo…

Cuando se marchó de Milán dos años antes juró que no volvería allí por nada del mundo.

Pero tuvo que volver.

Parpadeando, Payton se concentró en la cinta para no llorar. Había dejado de llorar mucho tiempo atrás, pero estaba agotada, exhausta, asustada.

El año anterior había sido terrible, pero nada como el último mes. Eso fue un infierno. Cuatro semanas de miedo, de preocupación, de preguntas.

Y por fin tuvo que reconocer la verdad: si a ella le pasara algo, las niñas necesitarían a su padre.

Gia abrió los ojos en ese momento.

–Quiero mi mantita –dijo con la voz ronca de tanto llorar.

Payton acarició su pelo.

–Ya lo sé, cariño.

–¡Quiero mi mantita! –gritó la niña, con lágrimas en los ojos.

Las gemelas no iban a ningún lado sin sus mantas. ¿Cómo podía haber perdido la de Gia? Nunca le había pasado antes. Era increíble.

–Lo sé, cielo, pero ahora no podemos…

–¡Noooooooo!

El grito resonó por todo el aeropuerto. Payton besó a su hija en la frente, intentando consolarla.

–La encontraremos, no te preocupes.

Pero Gia, que no se sentía consolada en absoluto, siguió llorando. Y, por simpatía, Livia empezó a llorar también.

De repente, la cinta transportadora se detuvo.

Payton levantó la cara, perpleja. Un empleado del aeropuerto estaba colocando las maletas que quedaban en un carro.

La suya se había perdido.

Los dos cochecitos estaban allí, la bolsa de viaje de las niñas también, pero su maleta no.

Habían perdido su ropa, sus zapatos, los cosméticos, las cosas de baño…

Una auditoria de Hacienda.

Una biopsia terrible.

Y ahora le perdían la maleta. Increíble.

–¡Mamiiiiiiiii! –gritó Gia.

–Mamá, ¿dónde está la mantita de Gia? –preguntó su hermana–. Necesita su mantita.

–Lo sé, cariño –suspiró Payton–. Y la encontraremos, os lo prometo.

–¡Ahora! –lloraba la niña–. ¡Ahora, mami!

–Necesita su mantita –insistió Livia.

Gia miró a su hermana.

–La mantita está sola. Se ha perdido y está sola.

Las dos niñas lloraban a moco tendido y Payton intentó hacerlas callar mientras se preguntaba cómo había podido cuidarlas sola durante tanto tiempo.

No había sido nada fácil.

–Yo también echo de menos la mantita. A lo mejor podemos encontrar una nueva. Seguro que en Milán hay unas mantas preciosas y…

–¡Noooooooo! –gritó Gia, con los ojos llenos de lágrimas.

De repente, oyeron una voz masculina:

–¡Giannina Elettra María D’Angelo!

La reprimenda silenció a la niña de inmediato.

Y a Payton también.

Conocía esa voz y un escalofrío recorrió su espalda.

Marco.

No quería estar allí, no quería verlo, pero no tenía más remedio.

Payton levantó la mirada para ver a su ex marido, un hombre al que no había visto en un año.

Sus ojos se encontraron y, por un momento, no pudo respirar; su corazón encogido de rabia y de dolor.

Pensó que nunca volvería a verlo. Que nada del mundo la haría volver a Milán. Incluso se lo había dicho la última vez que se vieron: «¡No volvería contigo ni muerta!».

Payton intentó disimular la angustia.

Podía hacerlo. Tenía que hacerlo. Era por las niñas.

Pero al ver la carita de susto de Gia y las lágrimas en los ojos de Livia, sintió una punzada de desesperación.

Ni siquiera lo conocían. ¿Cómo iba a dejarlas con él? ¿Cómo había podido pensar que aquella era la solución?

Pero no tenía alternativa.

No era justo. La vida no era justa.

–Hola, Marco –dijo, intentando parecer natural y fracasando miserablemente. Últimamente fracasaba en todo.

–Hola, Payton –la saludó él, aparentemente tranquilo.

Aquel era el Marco D’Angelo que hablaba con la prensa, el Marco que salía en las revistas y los periódicos, el Marco fotografiado veinte veces a la semana, el Marco que creía lo que decían los de su gabinete de prensa.

Payton sonrió. Una sonrisa falsa, absurda. Pero su vida dependía de esa sonrisa.

Lo importante eran las niñas. Su futuro era lo único en lo que debía pensar.

Odiaba a Marco D’Angelo, pero era el padre de sus hijas.

–No esperaba verte aquí.

–Dijiste que llegarías a Milán esta mañana.

Payton vio que tenía los labios apretados. Estaba furioso. Lo cual no la sorprendía en absoluto. Siempre estaba enfadado con ella. Durante su corto matrimonio Marco siempre parecía impaciente, harto…

–Te informé para que no te sorprendiera mi llegada, no para que vinieses a buscarnos.

–Necesitas que alguien te lleve a casa, ¿no?

–Hay taxis.

–Mis hijas no se alojarán en un hotel –dijo Marco entonces.

–Ya he hecho las reservas.

–Las he cancelado –contestó él, mirando a Livia–. ¿Qué le pasa? Está temblando como un ratoncillo.

Payton supo que era una crítica, un reproche. Como siempre.

En opinión de Marco, ella había fracasado como esposa, como mujer y como madre. Una mujer italiana nunca habría tomado las decisiones que Payton había tomado.

Pero ella no era italiana y Marco nunca le dio una oportunidad.

–Está cansada –contestó, acariciando el pelo de la niña.

Livia era la más tierna de las dos, la más tranquila. Giannina era la peleona.

–¿Y ella? –preguntó Marco entonces, señalando a Gia.

–Ha perdido su mantita y está disgustada.

–Su mantita –repitió él.

–Eso es.

–Quiero mi mantita. ¡Quiero mi mantita ahora! –exclamó la niña.

Marco y su hija se miraron a los ojos. Gia no se asustaba fácilmente y le devolvió la mirada, retadora.

Y pensar que solo tenía tres años… Payton sabía que aquellos dos acabarían peleándose. Eran igual de obstinados.

–¿No son demasiado mayores para esas cosas?

–¡No! –contestó Gia, indignada–. La mantita es mi mejor amiga. El médico dice que podemos tener amigas.

De nuevo, Marco miró a Payton, incrédulo.

–¿Tú les cuentas esas cosas?

–Yo no, su pediatra, el doctor Crosby. Son demasiado mayores para usar chupete, pero necesitan algo a qué agarrarse, algo que les dé seguridad. Las mantitas son como un salvavidas para ellas.

«Sabrías esas cosas si hubieras sido parte de su vida», pensaba Payton. Pero no se lo diría delante de las niñas, especialmente en aquel momento.

Tenían que desayunar y echarse un rato. Necesitaban volver a su rutina normal. Necesitaban tiempo, atenciones y mucho cariño, pero Payton no dijo ninguna de esas cosas.

Era irónico que en San Francisco fuese conocida por su simpatía, por su carisma para tratar con la gente y, sin embargo, cada vez que se encontraba con Marco, tenía que hacer un esfuerzo para mantener la compostura.

–No me hace gracia, pero si necesita una mantita le conseguiremos una mantita.

Marco intentó tomar a Gia en brazos, pero la niña se resistió.

–Ve con papá, cariño –dijo Payton.

Gia aceptó, pero volvió la carita sin decir una palabra.

Estaba asustada. Gia, que no se asustaba de nada, tenía miedo de su propio padre.

A Payton se le encogió el corazón. No debía ser así. Y si no fuera por el resultado de la biopsia, no estaría allí en absoluto.

Marco metió la mano en el bolsillo de su elegante abrigo para sacar un móvil.

–¿Cuándo visteis la manta por última vez?

–Entre San Francisco y Nueva York. Cuando cambiamos de avión.

–Entonces, estará en el primer avión.

Ella se encogió de hombros.

–O en el aeropuerto de La Guardia.

No era fácil cambiar de avión de noche, con dos niñas medio dormidas y tirando de las maletas. Podría haber jurado que lo tenía todo, pero evidentemente una de las mantitas se había perdido.

Marco habló con alguien en italiano. Payton no había hablado ese idioma en dos años, pero podía seguir la conversación sin dificultad.

Hablaba con uno de sus ayudantes y estaba pidiéndole que buscase la mantita. Si no podía localizarla desde Milán, quería que tomase el primer avión para ir a buscarla en persona.

A Payton no siempre le gustaban sus tácticas, pero solían funcionar. Normalmente, se salía con la suya.

Incluso cuando no quería algo. Como a ella. Y la consiguió de todas formas.

–Gracias –dijo cuando volvió a guardar el móvil en el bolsillo.

Se había dicho a sí misma que arreglaría aquello con calma, que no dejaría que el pasado influyera en su reconciliación, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

–¿Lo tienes todo? –preguntó él.

–Mi maleta se ha perdido.

Marco contuvo un suspiro de irritación. Las niñas eran su familia, pero ella no. Eso estaba muy claro.

Payton rellenó el formulario para solicitar la devolución de la maleta mientras Liv se pegaba a su pierna, apartándose de aquel hombre todo lo posible.

Aquel hombre. Su padre.

Payton se dio cuenta de que todo estaba empezando: los cambios, las decisiones…

 

 

Hicieron el viaje hasta el centro de Milán en silencio. Las niñas dormían y Marco iba tan apartado de ella en el asiento de la limusina como era posible.

Cuando la casa de fachada barroca apareció ante sus ojos se le hizo un nudo en el estómago. Una vez aquella casa de altos ventanales y balaustradas de mármol le pareció maravillosa.

En aquel momento sentía miedo.

Payton dejó a las niñas en su habitación, pintada de color ocre, en la que seguía habiendo dos camitas gemelas.

Había llegado el momento de enfrentarse con Marco.

Él la esperaba en el salón del primer piso, muy serio. Se había quitado la chaqueta y el jersey oscuro destacaba sus anchos hombros. Siempre había sido atlético, pensó ella, pero en aquel momento parecía casi amenazante.

–Has vuelto –dijo por fin, tomando una taza de café.

Tan frío como siempre, tan duro como siempre.

–No había otra opción.

–¿Ah, no? Me resulta difícil de creer.

Payton llevaba semanas anticipando aquel momento, temiendo encontrarse con él. Pero el momento había llegado y su corazón seguía latiendo al mismo ritmo. No tenía el pulso acelerado, no estaba emocionada. Nada.

Absolutamente nada. Afortunadamente.

No podría dejarle a las niñas sabiendo que seguían siendo una familia. No podría haberse marchado sabiendo que aún había una oportunidad para ellos dos.

Solo entonces se dio cuenta de que nunca habían estado enamorados. Nunca estuvieron juntos de verdad, a pesar de los votos, las alianzas y las niñas. Solo fue un accidente.

–No quería discutir delante de ellas, pero reservé habitación en un hotel porque prefiero…

–¿Has venido hasta aquí para verme, pero pensabas alojarte en un hotel?

Payton no quería pelearse con él. Una bronca era lo último que deseaba.

–He venido para que las niñas pasen algún tiempo contigo…

–¿Y cómo van a pasar algún tiempo conmigo si están en un hotel?

Ella respiró profundamente, intentando mantener la calma.

–Puedes verlas cuando quieras.

–Yo trabajo durante el día, Payton. De hecho, tengo que volver a la oficina ahora mismo.

–¿Te vas?

–Son las once de la mañana y tengo mucho trabajo.

–Pero las niñas…

–Has sido tú quien insistió en venir, Payton. No me has pedido opinión, no has preguntado si me venía bien. No me culpes si tengo trabajo.

Payton apretó los puños.

–Sé que no te he avisado con mucha antelación y lo siento. Pero esperaba que pudieses tomarte unos días libres para conocer mejor a tus hijas.