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Nada más verla, el empresario Steven Devonshire supo que tenía que ser suya. Ainsley Patterson era la mujer con la que siempre había soñado. El trabajo los había unido y ambos sentían la misma necesidad de tener éxito. Pero no le iba a ser fácil ganarse a Ainsley; tras su maravilloso aspecto escondía una espina clavada desde hacía cinco años, cuando Steven la había entrevistado y él la había rechazado. Así que, si la deseaba, iba a tener que darle algo que no le había dado a ninguna mujer: su corazón.
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Seitenzahl: 166
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Katherine Garbera. Todos los derechos reservados.
UN AMOR DE ESCÁNDALO, N.º 1787 - mayo 2011
Título original: Scandalizing the CEO
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-9000-319-0
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Promoción
Steven Devonshire había ignorado las dos llamadas de su padre biológico, pero cuando su madre lo llamó y le pidió que, por favor, atendiese a una reunión en el Grupo Everest, en el centro de Londres, tuvo que acceder.
No había esperado encontrarse allí a sus dos hermanastros que, junto con él, eran conocidos como los «herederos de Devonshire» en algunos círculos y como los «bastardos de Devonshire» en otros. Los tres habían nacido el mismo año, pero de madres diferentes.
Malcolm Devonshire había admitido ser el padre de los tres y había cumplido con su obligación de contribuir económicamente a su educación. Steven no tenía ni idea de la relación que Henry y Geoff tenían con Malcolm, pero él no lo había visto nunca.
Henry, el mediano, hijo de Tiffany Malone, una estrella del pop de los años setenta, se había convertido en un conocido jugador de rugby, pero se había lesionado un par de años antes y había dejado de jugar para dedicarse a la publicidad y a participar en programas de televisión.
–Malcolm tiene un mensaje para vosotros –anunció Edmond, el abogado de su padre.
Steven lo había visto en varias ocasiones y le caía bien.
La vida de Malcolm Devonshire siempre había girado en torno al Grupo Everest. Por eso a Steven no le sorprendía que la primera vez que fuese a ver a su padre, fuese allí. Malcolm acababa de cumplir setenta años y debía de querer asegurarse que el trabajo de toda su vida no terminase cuando muriese él.
Geoff era el mayor de los tres, hijo de la princesa Louisa de Strathearn, soberana de poca importancia. Steven y él habían estado a punto de coincidir en Eton College, pero al final Geoff no se había matriculado.
–El señor Devonshire se está muriendo –les contó Edmond–. Y quiere que el legado en el que tanto ha trabajado siga vivo en cada uno de vosotros.
–No creó su imperio para nosotros –replicó Steven.
Malcolm hacía las cosas para sí mismo, y siempre en beneficio del Grupo Everest. Así que Steven sospechó que quería algo de ellos, pero ¿el qué?
–Si no os importa sentaros, os lo explicaré… –continuó Edmond.
Steven se sentó, lo mismo que sus hermanastros. Él estaba acostumbrado a hacer siempre las cosas a su manera. Sabía sacar provecho a las oportunidades que se le presentaban y no tenía motivos para no hacer lo que Malcolm tuviese en mente.
Según les contó Edmond, Malcolm quería que los tres se hiciesen cargo de su negocio. El que tuviese más éxito, económicamente, de los tres, asumiría la presidencia del grupo entero.
Steven intentó digerir toda la información. No le importó que su padre estuviese haciéndoles la oferta porque se estaba muriendo, sino que le interesó la oportunidad de negocio. Malcolm poseía una empresa muy fuerte e influyente de porcelana.
Y si él podía hacerse con la presidencia, sería la guinda del pastel. Saboreó la idea de ganar a sus hermanastros, sabía que lo haría. No era como Henry, demasiado acostumbrado a los focos, ni como Geoff, que siempre había llevado una vida privilegiada y consentida. Él era la persona perfecta para el puesto.
Edmond se despidió de ellos y salió de la habitación. En cuanto la puerta se hubo cerrado, Steven se puso en pie.
–Creo que deberíamos aceptar –dijo.
Suponía que su padre quería que los tres se implicasen en la empresa y, por suerte, sus hermanos le dieron la razón. Steven escuchó cómo charlaban los otros dos. No los conocía de nada y no le gustaba trabajar en equipo. Prefería actuar sólo y a eso atribuía su éxito en los negocios. Sabía lo que había que hacer y lo llevaba a cabo. Solo.
Henry salió del despacho para buscar a Edmond e informarle de su decisión. Geoff se marchó detrás de él y Steven se quedó, quería averiguar cuál había sido la motivación de su padre para hacer aquello.
–¿Por qué ahora? –le preguntó a Edmond.
–Tal y como he dicho, el señor Devonshire está muy mal de salud y eso lo ha llevado… –empezó éste, pero Steven lo interrumpió.
–A preocuparse por la empresa a la que ha dedicado su vida.
Sabía lo suficiente acerca de su padre para adivinar sus pensamientos. Era justo lo que Steven había esperado. El Grupo Everest era la vida de Malcolm Devonshire y en esos momentos, en los que su vida se estaba apagando, lo último que quería era ver cómo su empresa se hundía.
–Exacto –admitió Edmond.
Steven no habría necesitado la confirmación. Entendía muy bien a Malcolm porque él se parecía mucho.
–No estoy seguro de querer formar parte de esto –comentó–. No me parece justo. Mis dos hermanastros no tienen la experiencia que tengo yo en los negocios. No pueden competir conmigo.
–Ya te darás cuenta de que los dos tienen sus puntos fuertes –le dijo Edmond.
Y aquello no gustó a Steven.
Tendría que volver a reunirse con sus hermanastros y conocerlos mejor para asegurarse de que podría ganarles.
–Volveré a ponerme en contacto con los tres durante los próximos meses para seguiros la pista –añadió Edmond.
Steven sacudió la cabeza. Odiaba que lo vigilasen y no lo necesitaba.
–Te enviaré un correo electrónico todas las semanas con nuestras cifras e informándote de mi plan para aumentar los beneficios de la empresa.
–Quedo a tu disposición, como siempre, si necesitas algún consejo. Llevo al lado de Malcolm desde que creó el negocio.
–En ese caso, supongo que ha sido la relación más larga que ha tenido en toda su vida –replicó Steven.
–Cierto. Lo más importante para él son los negocios… y los dos nos sentimos cómodos con ello.
Steven asintió. Volvió a pensar que la clave de todo era no implicarse emocionalmente, mantener las distancias con los demás. Los hombres empezaban a tomar decisiones equivocadas cuando creían que tenían algo que perder.
–Ahórrate tus consejos para los otros dos –le dijo Steven–. Yo prefiero trabajar solo.
Edmond frunció el ceño, pero Steven no le dio oportunidad para continuar la conversación.
–Que tengas un buen día, Edmond.
Steven salió de la sala de juntas y del edificio. El Mega Store Everest, en sus manos, se convertiría en la principal tienda de la cultura pop.
Cuando la gente hablase de los bastardos de Devonshire, ya no pensaría en el jugador de rugby, ni en el hijo de una princesa. No, pensaría en Steven, y que era el mejor.
–Tengo una idea –le dijo Steven a Dinah en cuanto su vicepresidenta ejecutiva descolgó el teléfono en Raleighvale China.
–La última vez que dijiste eso tuve que responder a un interrogatorio muy incómodo ante la policía de Roma.
Steven se echó a reír.
–En esta ocasión, no tendrás que vértelas con la policía.
–Eso no me tranquiliza. ¿De qué trata esa idea?
–¿Qué sabes de la cultura pop?
–¿Por qué?
–¿Qué te parecería ser mi vicepresidenta ejecutiva?
–Pensaba que ya lo era –respondió ella.
–En los Mega Store del Grupo Everest. Te estoy llamando desde mi nuevo despacho.
–¿La empresa de tu padre? Dijiste que jamás lo harías. ¿Por qué ahora?
Steven no hablaba nunca de su vida privada. Nunca.
–Tengo mis motivos, pero son sólo míos. Basta con decirte que te llevarás una buena prima si me ayudas a conseguir que esta empresa sea la que más beneficios obtenga del Grupo Everest.
–Está bien. ¿Cuándo vas a necesitarme? –le preguntó Dinah.
–Dentro de unas veinticuatro horas. Necesito aclimatarme y buscarte un despacho. Por ahora, trae a tu secretaria, pero cuando te instales, buscaremos a otra.
–Veinticuatro horas es muy poco tiempo –le contestó ella.
–Te llamaré –le dijo él.
–¿Estás seguro de esto? Ya sabes…
–Siempre lo estoy –respondió él antes de colgar el teléfono.
Nadie lo conocía, ni siquiera Dinah. Sólo sabía de él lo que él quisiera que supiese.
Steven había heredado la empresa de porcelana de su abuelo. Fundada en 1780 para competir con Wedgwood, Raleighvale había conseguido crear unas piezas de porcelana de verdadero estilo inglés. En esos momentos, servían a la casa real, cosa que Dinah contaba siempre a sus posibles clientes. Y acababan de conseguir convertirse en el proveedor oficial del nuevo presidente de Francia.
El iPhone de Steven pitó con la entrada de un mensaje nuevo. Era de Geoff, que le pedía que se reuniese con Henry y con él en el club Athenaeum. Le contestó que allí estaría.
Entonces sonó el teléfono.
–Devonshire –respondió.
–Soy Hammond, de la tienda de Leicester Square. Siento molestarlo, señor, pero tenemos una emergencia.
–¿Y por qué no se ocupa de ella el encargado? –preguntó Steven, que no recordaba que Hammond fuese uno de ellos.
–La encargada no está, se ha ido a comer y no responde al teléfono. Y no puedo esperar a que vuelva.
–¿Cuál es la situación? –le preguntó Steven.
–Están haciendo una sesión de fotos en el centro de la tienda. Se trata de Jon BonGiovanni, el roquero, y hay un montón de gente bloqueando el ascensor. No se mueven.
–Ahora voy.
Colgó el teléfono y tomó la chaqueta de su traje antes de salir del despacho para ocuparse del problema de la tienda de Leicester Square. No tenía tiempo para charlas y lo último que necesitaba en su primer día era un escándalo.
Nada más entrar en la tienda se quedó patidifuso.
El problema era evidente. Había un modelo, un fotógrafo y la ayudante del fotógrafo en medio de la tienda, tal y como Hammond le había contado. Tuvo que acercarse más para distinguir delante de los flashes a Jon BonGiovanni, envejecida estrella del rock de los años setenta, que había tenido un gran éxito con su grupo Majestica.
Vestía unos vaqueros ajustados y una camisa estampada con la bandera estadounidense, abierta en el pecho y dejando al descubierto un tatuaje de un puño cerrado.
–¿Qué está pasando aquí? –preguntó Steven, acercándose al grupo.
–Estamos intentando hacer una sesión de fotos. Tenemos el visto bueno de su presidente, pero nadie parece estar al corriente –le explicó el fotógrafo.
–El presidente soy yo, Steven Devonshire.
–Y yo soy Davis Montgomery.
Steven había oído hablar de él. ¿Quién no? Si había hecho una fortuna fotografiando a jóvenes roqueros, como Bob Dylan, John Lennon, Mick Jagger y Janis Joplin a principios de los setenta. Su manera de hacer fotografías y los temas utilizados habían cambiado el modo de retratar a las estrellas y habían revolucionado el mundo de la fotografía.
Steven le dio la mano.
–Encantado de conocerlo, pero no pueden hacer fotografías en la tienda a estas horas.
–Ainsley ha recibido permiso para que estemos aquí.
–¿Quién es Ainsley?
–Yo.
La mujer que se acercó hacia ellos era… exquisita. Tenía el pelo grueso, negro como el ébano y lo llevaba recogido en una cola de caballo. Su piel de porcelana fue lo primero en llamarle la atención, junto al pelo, pero Steven no tardó en recorrer el resto de su femenino cuerpo con la mirada. Llevaba puesta una blusa que se le pegaba a la figura y una falda negra, y el cinturón rojo acentuaba todavía más su curvilínea silueta. Era la mujer con la que siempre había soñado.
Tenía una imagen clásica, de los años cincuenta, imagen con la que Steven llevaba soñando desde que era adolescente.
–¿Y quién es usted, señorita Ainsley?
A ella pareció sorprenderle la pregunta, y Steven se preguntó si debía haberla reconocido sin preguntar. Tenía acento estadounidense y debía de trabajar en la industria de la moda o de la música y, si la hubiese conocido antes, se habría acordado de ella.
–Ainsley Patterson, redactora jefe de la revista British Fashion Quarterly.
–Su nombre me resulta familiar, pero no creo haber tenido el placer de conocerla.
–Estupendo –dijo Davis–. Ahora que ya os conocéis, me gustaría volver al trabajo.
–Estoy segura de que el señor Devonshire nos buscará un hueco de buen grado, al fin y al cabo, el abogado de su padre nos ha dado permiso para hacer la sesión.
Steven estaba cansado de oír hablar de su padre. Malcolm y él no eran más que dos extraños. Aunque casi podría decirse lo mismo de su madre y él.
–Eso está muy bien, señorita Patterson, pero ni Malcolm ni su abogado están aquí ahora mismo. Subamos un momento a mi despacho y cuénteme qué es lo que necesitan, para que podamos encontrar una hora que nos venga bien a todos.
Steven pensó que Ainsley iba a retroceder, pero no lo hizo. Jamás había conocido a una mujer tan profesional y sexy al mismo tiempo. Se excitó sólo de hablar con ella, a pesar de saber que no estaba bien.
Ainsley no quería malgastar más tiempo hablando con un hombre que no se acordaba de ella, pero no había llegado a donde estaba evitando a las personas que no le gustaban. Davis la miró como si fuese a perder los nervios y a montarle una de sus escenas.
–Venga. No tengo todo el día –protestó Jon.
–Jon, siento este percance. ¿Por qué no haces un descanso de diez minutos mientras yo aclaro las cosas con el señor Devonshire?
–¿Vamos? –dijo Steven.
Su aspecto parecía sacado de una revista de moda: pelo corto, ojos azules, como los de Paul Newman, y tan brillantes y penetrantes que Ainsley se había quedado hipnotizada con ellos la primera vez que lo había visto.
Aunque por aquel entonces, cinco años antes, ella había estado mucho más gorda y había confiado mucho menos en sí misma.
–Sí, seguro que podemos ofrecerle algo que le compense por las molestias causadas, aunque, que su tienda aparezca en nuestra revista, ya es hacerle un favor.
–O eso le parece a usted –replicó Steven.
–¿Qué podemos hacer para contentarlo?
–Estaba pensando en unas entrevistas a los herederos de Devonshire –sugirió Steven.
–Podría ser interesante, pero somos una revista de moda femenina –le dijo ella, mientras buscaba en su mente todo lo que sabía de Steven y sus hermanastros.
Se dijo que estaría bien que hablasen de su infancia, aunque eso no tenía nada que ver con la moda. Tal vez sus madres… Entonces, se le ocurrió.
–¿Qué le parecería una entrevista con las madres de los tres? –le preguntó–. Las tres estaban muy de moda cuando Malcolm salía con ellas.
–Mi madre es física.
–Lo sé, pero también fue nombrada una de las mujeres más bellas de Gran Bretaña.
Steven frunció el ceño.
–No entiendo en qué me beneficiaría eso a mí.
–Podríamos hacer una sesión de cada una de las tres en los distintos negocios del grupo: la aerolínea, la discográfica y las tiendas. Quiero decir, que Tiffany Malone es perfecta para Everest Records. Le dará mucha propaganda –se explicó Ainsley–. A los hijos podríamos sacaros en segundo plano: Henry está en la vanguardia de la moda… y Geoff es muy tradicional.
–Y yo soy un hombre de negocios –dijo Steven.
Ainsley lo estudió con la mirada. Era el mismo hombre que la había rechazado porque le sobraba peso, y que había hecho un comentario que la había dejado destrozada…
–Tal vez podamos hacerle una transformación en otra de nuestras revistas.
Él arqueó una ceja.
–No soy de los que se dejan hacer transformaciones. Si accedo a hacer esto, será a cambio de una exclusiva para su revista.
Ainsley lo pensó. Tendría que hablar con su equipo para encontrar la manera de hacerlo.
–No sé si encajaría. Aunque si consiguiésemos que Malcolm saliese también en el artículo, entonces sería todo un éxito.
–Tal vez, pero no puedo prometerle que Malcolm acceda.
–¿No se llevan bien?
–Se está muriendo, Ainsley –le respondió Steven.
Aquello fue como una bofetada. Steven no había mostrado ninguna emoción. Ainsley se preguntó si sería porque tenía miedo de perder a su padre y no quería que nadie lo supiera.
–Lo siento mucho –le dijo.
Él asintió.
–Volvamos a nuestro negocio. Vais a terminar la sesión de fotos con Jon y luego vais a hacernos entrevistas una entrevista a cada uno, desde el punto de vista de la moda, con nuestras madres, ¿para cuándo?
–Tengo que mirarlo en mi despacho, pero supongo que sería para otoño.
–Muy bien. Trato hecho.
–Estupendo –respondió ella, dándose la vuelta para marcharse.
–¿Tienes tiempo para ir a cenar, para que concretemos los detalles?
Ainsley no quería cenar con él. Se había enamorado de Steven cinco años antes, cuando le había hecho la entrevista. Desde entonces, había leído todos los artículos que se habían publicado acerca de él. Se preguntó si sería buena idea salir a cenar con él. Se recordó que su relación tendría que ser profesional.
Steven había cambiado su vida. Había sido horrible, darse cuenta de que era completamente invisible para un hombre como él. Y no sólo por su talla, sino porque Ainsley no había sido capaz de mantener el control de la entrevista. Steven había puesto nerviosa a la mujer que ella había sido cinco años antes y había alentado su cambio. En esos momentos, Ainsley no quería tener nada que ver con él… Bueno, eso no era cierto. Pensó que le encantaría vengarse por lo que le había hecho.
Además, no tenía planes para esa noche, salvo volver al trabajo. Podría dedicarle un par de horas a Steven.
–De acuerdo –le dijo.
–¿Nos damos la mano y firmamos un contrato?
–¿Qué?
–Para la cena. Has contestado como si se tratase de una reunión que no te apeteciese nada. Yo creo que puede ser divertido, cenar conmigo.
Steven estaba seguro de sí mismo y era un hombre encantador.
–¿Eso piensas? ¿Puedes garantizármelo? –le preguntó ella.
–Por supuesto.
A Ainsley le sonó la BlackBerry, anunciando la llegada de varios mensajes de texto y de correos electrónicos. Bajó la vista a la pantalla. Tendría que atender al menos tres de los mensajes.
–¿Cuándo y dónde cenamos? –le preguntó.
–A las nueve. Pasaré a recogerte.
–No hace falta, prefiero ir yo.
–No sé dónde voy a poder reservar a estas horas. Dame tu dirección –respondió Steven.
Ella se dio cuenta de que era un hombre acostumbrado a salirse siempre con la suya. Iba a ser interesante, porque a ella le ocurría lo mismo. Pensó en contradecirlo, pero ya había perdido bastante tiempo, y el tiempo era dinero.
–Vale. Puedes pasar a recogerme por el trabajo –le dijo, garabateando la dirección en un trozo de papel.
–Hasta luego –se despidió él.
Ainsley se quedó mirando cómo se alejaba, admirando la arrogancia de su porte. También era un hombre guapo de espaldas, pensó, fijándose en cómo se le ajustaban los pantalones al trasero.
–¿Podemos ponernos a trabajar ya? –le preguntó Joanie, que llevaba diez años trabajando para Davis.
–Eso creo –le contestó ella.
–Estupendo. Iré a decirle a Jon que vuelva a maquillaje y avisaré a Davis –dijo Joanie–. Hemos estado a punto de cometer un error muy caro.
Ainsley lo sabía, no necesitaba que se lo recordasen. Le hizo un gesto a Danielle Bridges, la redactora que estaba a cargo de aquel artículo, para que se acercase.
–Lo siento –volvió a disculparse Danielle, que era nueva en el puesto–. Había hablado varias veces con el gerente para confirmar los detalles.
–Ya hablaremos de eso más tarde. El problema está resuelto y ahora vamos a hacer algunas fotos estupendas para ese fabuloso artículo que has escrito –le dijo Ainsley, que estaba convencida de que las personas se esforzaban más si sentían que sus superiores confiaban en ellas.