Un amor del pasado - Kristi Gold - E-Book
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Un amor del pasado E-Book

Kristi Gold

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Beschreibung

Nunca olvidó esa noche Una vez, tuvo que anteponer el deber al amor. Años más tarde, el rey Rafiq Mehdi, ya viudo, buscó consuelo en su antiguo amor, la doctora Maysa Barad, para escapar del dolor y la culpa. La apasionada entrega de Maysa le hizo darse cuenta de que era la mujer con la que debería haberse casado, pues su boda de conveniencia solo le había hecho sufrir. Maysa ya no era la mujer apropiada para ser la esposa del rey. Rafiq estaba dispuesto a enfrentarse a su pueblo para tenerla, pero la verdad sobre ella podría volver del revés todo su mundo.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Kristi Goldberg. Todos los derechos reservados.

UN AMOR DEL PASADO, N.º 1947 - noviembre 2013

Título original: One Night with the Sheikh

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3861-1

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

El rey Rafiq ibn Fayiz Mehdi poseía una aguda inteligencia, gran poder e infinitas riquezas. Sin embargo, nada de ello pudo evitarle una terrible tragedia, de la cual fue en parte responsable.

Mientras el sol se ponía, se hallaba en la azotea del palacio observando el panorama que se extendía ante sus ojos. El paisaje, que antes veneraba, le producía malos presagios y le despertaba recuerdos no deseados que alteraban su serenidad.

Una carretera oscura y llena de curvas; silencio y miedo; luces parpadeantes que iluminaban el fondo del acantilado; el metal retorcido...

–Si crees que vas a mover las montañas mirándolas, ten por seguro que no será así.

Rafiq se volvió al oír la voz de su hermano, que se hallaba a unos pasos de él.

–¿Qué haces aquí?

Zain se le aproximó y se apoyó en la pared de piedra.

–¿Así saludas a quien tan generosamente te entregó las llaves del reino hace más de un año?

Un hombre que había abdicado del trono por amor, un sentimiento que Rafiq no sabía si había experimentado.

–Discúlpame, hermano. No te esperaba hasta dentro de un mes.

–Como había completado mi preparación para el proyecto de conservación del agua, pensé que era hora de volver.

–¿Has venido solo?

–Claro que no –contestó Zain en tono irritado–. No viajo sin mi familia a menos que sea imprescindible.

Rafiq nunca hubiera creído que oiría decir a su mujeriego hermano esas palabras.

–¿Madison está contigo?

–Sí, y también mis hijos. Estoy deseando que conozcas a tus sobrinos.

Rafiq no compartía el entusiasmo de su hermano, ya que la presencia de los dos niños solo serviría para recordarle lo que había perdido.

–¿Dónde están?

–Con Madison y Elena.

–Me alegro de que hayas devuelto a Elena al puesto que le corresponde. La casa no funciona bien sin ella.

–Eso me han dicho. Y también me han dicho que estás a punto de provocar una revuelta entre el personal del palacio porque los tienes atemorizados.

Era cierto que a Rafiq le costaba mantener la calma esos días, pero no le importó la acusación.

–No atemorizo al personal, solo lo corrijo cuando es necesario.

–Pues he oído que te parece necesario hacerlo todos los días. También me han dicho que no has colaborado con el consejo.

Rafiq comenzó a sospechar el verdadero motivo de la aparición repentina de Zaid.

–¿Has hablado con nuestro hermano menor?

Zain bajó la vista.

–He hablado con Adan de vez en cuando.

Rafiq comenzó a enfadarse.

–Obviamente de mí.

–Solo me ha dicho que lo estás pasando mal desde la muerte de Rima.

Las sospechas de Rafiq se confirmaron. Zain había adelantado su viaje de vuelta para cuidarlo.

–A pesar de lo que Adan y tú creáis, no necesito un guardián.

Zain lo miró con expresión sombría.

–Ambos comprendemos que estés destrozado después de perder a tu esposa y a tu hijo que no llegó a nacer...

–¿Cómo vais a entenderlo? Tú tienes esposa y dos hijos sanos.

–Es comprensible que sigas lleno de ira, sobre todo cuando hay tantos interrogantes sobre el accidente. No obstante, tu actitud es perjudicial. Tal vez debieras pensar en tomarte un tiempo de descanso.

Era imposible e innecesario.

–¿Y quién gobernaría el país mientras tanto?

–Yo. Al fin y al cabo me preparé durante muchos años para asumir esa responsabilidad antes de renunciar al trono. Adan está dispuesto a ayudarme.

Rafiq se echó a reír.

–En primer lugar, a Adan no le interesa gobernar Bajul. Lo único que le interesa es pilotar aviones y seducir a mujeres. En cuanto a ti, nuestro pueblo no ha olvidado que lo abandonaste dos veces.

Zain lo miró con furia no reprimida.

–Sigo queriendo este país y soy capaz de gobernarlo bien, como prometí antes de volver con Madison a Estados Unidos. Recuerda que, sin ayuda de nadie, he desarrollado el proyecto de conservación del agua que asegurará el futuro de Bajul y que cuento con el apoyo del consejo.

–Lo siento. Agradezco tu apoyo, pero te aseguro que no necesito descansar.

–Un tiempo de descanso te permitiría analizar tus sentimientos.

–Mis sentimientos son lo de menos. Lo que importa es mi deber para con Bajul.

–Pero, como es natural, tu estado emocional ha comenzado a afectar a tu liderazgo. El duelo requiere tiempo, Rafiq. Y no te has concedido el suficiente.

–Han pasado seis meses. La vida debe continuar.

–A veces, la vida se detiene, hermano. Has sufrido una gran pérdida y, si te niegas a reconocerlo, sufrirás más.

A Rafiq le resultó imposible seguir con aquella conversación.

–Prefiero no continuar hablando. Si me disculpas...

Unos pasos que se aproximaban lo hicieron callar. La rubia esposa americana de Zain caminaba hacia ellos con una niña de pelo oscuro en brazos. Rafiq observó la felicidad que irradiaba del rostro de su cuñada al mirar a Zain.

–Esta cría insiste en estar con su padre.

Zain sonrió.

–Y su padre está encantado de estar con ella.

Después de entregarle la niña a Zain, Madison abrazó al hermano de su esposo.

–Me alegro de verte, querido cuñado.

–Yo también, Madison. Tienes buen aspecto, como siempre. Nadie diría que has dado a luz recientemente –solo días después de que él hubiera enterrado a su esposa.

–Gracias. Elena me ha dicho que vendrá a verte en cuanto acueste a Joseph. Es la que mejor tranquiliza a mi hijo. Después de haberos criado a vosotros, tiene experiencia.

Zain se acercó más a su hermano.

–Cala –dijo a su hija– este es tu tío Rafiq. Sí, nos parecemos, salvo en la perilla, pero yo soy mucho más guapo.

Rafiq se sintió muy triste al oír el nombre de su madre, que su hermano había puesto a su hija; la madre a la que apenas había conocido, pero a la que adoraba.

–Es preciosa, Zain. Felicidades.

–¿Quieres tenerla en brazos?

Si lo hacía, se arriesgaba a destruir la fortaleza emocional que había levantado para protegerse.

–Después. Ahora tengo que revisar unos documentos –besó a Madison en la mejilla–. Has honrado a mi hermano dándole el mejor de los regalos. Te lo agradezco.

Echó a andar para escapar de allí, pero su hermano lo detuvo después de entregar a la niña a su madre.

–Espera.

Rafiq se volvió de mala gana.

–¿Qué quieres?

Zain le puso la mano en el hombro.

–Entiendo que te sea difícil hablar con tus hermanos, por lo que me parece que debieras acudir a quien te entiende mejor que nadie.

–Si te refieres a Shamil Barad, está fuera.

–Me refiero a su hermana, Maysa.

Al oír ese nombre, Rafiq sintió una punzada de remordimiento y lo invadieron los recuerdos. Recordó el pelo negro y largo de Maysa cayéndole por la espalda hasta la cintura; la noche, mucho tiempo atrás, en que habían hecho el amor, lo cual resultó un grave error; el dolor en los ojos castaños de ella cuando él le dijo que nunca podrían estar juntos...

–Hace muchos años que no hablo con ella. Rompió todos los vínculos conmigo cuando...

–¿Cuando la dejaste por Rima Acar?

–No me consultaron cuando nuestros padres llegaron a un acuerdo.

–Sí, recuerdo que el jeque Acar rechazó la oferta del padre de ella, pero tú no intentaste convencer a ninguno de los dos de que pertenecías a Maysa.

Y lo había lamentado más de una vez.

–Según la tradición, no podía hacerlo.

La expresión de Zain se tornó pétrea.

–Una tradición que me obligó a elegir entre mis deberes reales y mi esposa. Una costumbre anticuada que lo único que ha conseguido es que tanto tú como Maysa seáis desgraciados. La elección que llevó a cabo el sultán por Maysa terminó en divorcio y estuvo a punto de destruirla, y tú no eras feliz con la reina.

–No sabes nada de mi relación con Rima –dijo Rafiq, muy irritado.

–Sé lo que veía cuando estabais juntos. ¿Eras feliz, Rafiq? ¿Lo era ella?

Si era sincero, debía confirmar las conjeturas de Zain.

–La apreciaba mucho. Éramos amigos mucho antes de casarnos. Su muerte ha sido terrible para mí, lo creas o no.

–Perdona si te he parecido insensible. Como te he dicho, es evidente que estás muy alterado, lo que me lleva a insistir en que veas a Maysa. Ella te entenderá.

Tal vez fuera así, pero había otros problemas.

–Aunque accediera a verme, lo cual dudo, cualquier relación con ella se consideraría inaceptable. Está divorciada, y yo hace muy poco que soy viudo.

Zain, irritado, frunció el ceño.

–En primer lugar, lo único que te sugiero es que hables con ella, no que la desposes; en segundo lugar, si te preocupa que alguien sospeche que tenéis una relación sentimental, márchate sigilosamente por la noche para evitar que te descubran. A mí siempre me ha funcionado. Si necesitas ayuda, no dudes en pedírmela.

A Rafiq no le cabía duda alguna de que su hermano se la daría, ya que había hecho de la desaparición un arte.

–No necesito tu ayuda ni pienso ver a Maysa.

–No lo descartes por completo, Rafiq. Podría ser la persona capaz de echarte una mano en este difícil periodo.

En otro tiempo hubiera sido verdad. Maysa lo conocía y lo entendía mejor que nadie y siempre lo había apoyado en la adolescencia. Ella había sido su punto débil, y él para ella, su mayor desilusión.

Por eso no debía verla. Sin embargo, al retirarse a sus aposentos, comenzó a preguntarse si Zain no estaría en lo cierto. Tal vez mereciera la pena arriesgarse a recuperar la relación con Maysa, aunque fuera por poco tiempo.

Como médico de familia del pueblo, Maysa Barad abrió la puerta a medianoche creyendo que vendrían a buscarla para que atendiera a un niño enfermo o a una parturienta. No se esperaba encontrar a Rafiq Mehdi, recientemente coronado rey de Bajul y viudo desde hacía unos meses. Y su amigo de la infancia, su primer amor y su primer amante.

Rafiq había cambiado de forma sutil pero evidente. Seguía siendo alto y delgado, y tan increíblemente guapo como siempre, a pesar de la perilla que enmarcaba su boca sensual. Su pelo y sus ojos eran negros, muy parecidos a los de ella, pero la madurez le confería una mayor aura de poder.

No recordaba la última vez que había ido a visitarla ni adivinaba por qué estaba allí.

–Buenas noches, majestad. ¿A qué debo el honor?

–Tengo que hablar contigo.

Su tono grave y la intensidad de su mirada asustaron a Maysa.

–¿Estás enfermo?

–No, te explicaré por qué he venido cuando estemos en un lugar privado.

Maysa miró alrededor y vio un coche negro aparcado, pero a ningún guardaespaldas.

–¿Dónde están tus guardias?

–En palacio. Solo pocas personas saben que estoy aquí.

Estar a solas con él le preocupaba a Maysa. Pensó en pedirle que volviera por la mañana, cuando estuviera adecuadamente vestida, descansada y mejor preparada. Pero era el rey, y sus deseos eran órdenes. En su adolescencia, ella hubiera hecho cualquier cosa que le pidiera. Una fatídica noche, lo hizo.

A pesar de su inquietud, abrió la puerta y lo dejó entrar.

Cuando Rafiq lo hizo, ella cerró la puerta con llave.

–Te estoy muy agradecido por recibirme a esta hora.

–No hay de qué. Ven conmigo.

Maysa lo condujo por un pasillo y se detuvo cuando apareció una criada. Indicó a la sorprendida mujer que se marchara y siguió adelante pasando por las numerosas habitaciones que formaban la casa de su padre. Era la misma casa en la que ella había pasado de ser adolescente a convertirse en una mujer gracias al hombre que la seguía.

Cuando llegaron a sus aposentos, ella cerró la puerta y le indicó que se sentara en el sofá.

–Prefiero quedarme de pie –afirmó él mientras comenzaba a recorrer la habitación como un león enjaulado.

Maysa se sentó, recogió las piernas y se colocó el caftán para cubrirse los pies desnudos. Decidió seguir hablando en inglés, por si algún criado intentaba escucharlos.

–¿Qué deseas, Rafiq?

Él se detuvo frente a una ventana a contemplar las montañas.

–No podía dormir. Tengo problemas para hacerlo desde...

–El accidente –el misterioso accidente de coche que le había arrebatado la vida a la reina, seis meses antes–. El insomnio y la inquietud son comprensibles. La muerte de Rima ha sido trágica e inesperada. Si quieres que te recete algo para dormir, lo haré con mucho gusto.

Él se volvió hacia ella.

–No quiero pastillas, Maysa. Desearía volver a esa noche y evitar la muerte de mi esposa. Quiero encontrar un poco de paz.

Parecía que los sentimientos de Rafiq por su esposa eran más profundos de lo que Maysa había imaginado.

–Se tarda tiempo en recuperarse de la pérdida de un ser querido.

–Han pasado seis meses. Y no la quería lo suficiente, lo que contribuyó a su muerte.

Era evidente que Maysa había llegado a una conclusión errónea. El matrimonio de Rafiq y Rima no había sido más que el producto del acuerdo entre los padres de ambos. Por eso no entendía por qué él se culpaba de la muerte de su esposa.

–No conducías tú, Rafiq.

Él se acercó y se sentó en el otro extremo del sofá.

–Pero fui el causante de que se marchara aquella noche.

Ella no estaba segura de querer saber los detalles, pero decidió escucharle, ya que, por primera vez en muchos años, la había buscado para que fuera su confidente.

–¿Discutisteis antes de que se fuera?

Él agachó la cabeza y se pasó las manos por la cara, como si quisiera borrar el amargo recuerdo.

–Sí, inmediatamente después de que me dijera que estaba embarazada.

El embarazo de Rima no se había comunicado a la prensa, pero para Maysa no supuso una sorpresa. Sin que el rey lo supiera, la reina había ido a verla para que se lo confirmara, en vez de consultar al médico del palacio, aunque Maysa no sabía por qué; Rima conocía la estrecha relación que había habido entre ella y su esposo.

–¿No te alegraste al saberlo?

–Me alegré al saber que tendría un heredero, pero ella no quería tener un hijo mío.

Maysa había observado el pesar de Rima al confirmarle el embarazo, pero lo atribuyó a la sorpresa.

–¿Te dijo eso?

Él suspiró.

–No textualmente, pero percibí su falta de alegría. Cuando se lo pregunté, no lo negó. Y poco después se marchó sin decirme nada.

Maysa se figuraba adónde había ido la reina antes del accidente, pero carecía de pruebas.

–¿Sabes adónde iba cuando se marchó?

–No, y lo más probable es que nunca lo sepa. Lo que sé es que si hubiera sido más amable con ella, tal vez no se hubiera marchado.

Ella le ofreció el único consejo que podía darle en aquel momento; un consejo que ella se había visto obligada a seguir cuando él le dijo que iba a casarse con otra mujer, lo que destruyó su sueño de tener un futuro juntos.

–Rafiq, puedes pasarte la vida preguntándote lo que podía haber pasado o puedes seguir adelante.

–Hace unas horas le he dicho a Zain que mi intención es seguir adelante, aunque no he reconocido lo difícil que me resultará. Hasta hace poco no estaba dispuesto a reconocerlo.

–Estaría bien que tu hermano estuviera contigo en este difícil periodo.

–Ha llegado hoy con Madison y los niños.

Ella pensó que tener a los niños alrededor podía ser la causa de su tristeza y falta de entusiasmo.

–Te debe resultar muy difícil.

–¿Por qué crees que no he ido a dar la bienvenida a la familia de mi hermano?

Ella le puso la mano en el brazo.

–Pues claro que se la has dado, pero tener a dos niños a tu lado puede recordarte tu reciente pérdida.

–Puedo enfrentarme a eso, pero no puedo seguir el consejo de Zain, que está convencido de que necesito una temporada de descanso.

–Puede que tenga razón. Que te marcharas durante un tiempo contribuiría a cicatrizar las heridas.

Rafiq frunció el ceño.

–Mi hermano se equivoca. Lo único que necesito es tiempo para adaptarme, y puedo hacerlo al mismo tiempo que atiendo a mis deberes.

Maysa pensó que sobrestimaba sus fuerzas.

–¿Sabe Zain que estás aquí?

–Sí. Ha sido él quien ha insistido en que hablara contigo.

–Creí que habías venido por propia iniciativa.

–No se me hubiera ocurrido molestarte.

–No me molestas, Rafiq. Pensé en irte a ver después del funeral, pero no estaba segura de ser bien recibida.

–Siempre serás bien recibida, Maysa –afirmó él con sinceridad.

El recuerdo la conmocionó; el recuerdo de la vez en que él le había dicho lo mismo.

«No importa lo que nos depare el futuro: siempre serás bien recibida en mi mundo».

No había sido así. Después de firmar el contrato de boda, se les prohibió expresamente que se vieran, pero lo habían seguido haciendo en secreto. Esas citas clandestinas habían avivado el fuego entre ambos, hasta que una noche hicieron el amor por primera y última vez.

Ella se preguntó si él se acordaría de aquellos momentos o si se habría obligado a olvidarlos.

Se levantó y fue a servirse un vaso de agua de una jarra que había en una mesita. Se quedó de espaldas a él mientras bebía unos sorbos. Oyó que se le acercaba.

–¿He dicho algo que te haya molestado, Maysa?

Su presencia la alteraba; sus sentimientos hacia él la alteraban. Dejó el vaso en la mesa y se volvió.

–¿Cuál es el verdadero motivo de tu presencia aquí, Rafiq? ¿Por qué has venido después de tantos años?

Él la miró, confuso.

–Eres la persona en quien siempre he buscado consuelo.

–No siempre. Llevamos más de una década sin hablar.

La ira comenzó a apoderarse de él.

–Fuiste tú la se marchó a Estados Unidos. Yo siempre he estado aquí.

–No tuve elección después de divorciarme de Boutros.

–Con quien nunca debiste haberte casado.

Un sultán despiadado que había estado a punto de despojarla de su seguridad en sí misma y de su valía.

–Como en tu caso, mi boda fue una imposición de mi padre.

–¿Por qué arriesgaste tu nombre y tu reputación divorciándote de Boutros?

Ella no se atrevió a decirle toda la verdad.

–Se negó a que siguiera trabajando y yo me negué a que me dictara cómo debía vivir.

–¿Esa es la única razón?

–¿No es suficiente? ¿Qué otra podría haber?

–Todo el mundo sabe que a Boutros Kassab se le conoce por sus amistades poco recomendables.

Ella decidió que era mejor que creyera eso en vez de revelarle la cruda realidad: que Boutros era un sádico viejo verde.

–Me casé a los dieciocho años. No me metía en sus negocios. Solo requería de mí que fuera una esposa obediente.

–¿En la cama?

Ella titubeó.

–¿Quieres que mienta y que te diga que no?

–Te saca treinta años. Esperaba que me dijeras que no tenía ningún interés carnal debido a su incapacidad de cumplir.

Era lo que ella había deseado muchas noches, pero no había sido así.

–Boutros es un hombre, y los hombres raramente pierden el interés por el sexo, con independencia de su edad.

–¿Te satisfacía, Maysa?

Ella se quedó perpleja ante la pregunta.

–No es asunto tuyo.

Él le recorrió la mejilla con la punta del dedo.

–Me pica la curiosidad saber si te satisfacía, si había aprendido, como lo hice yo, a hacerte temblar de deseo.

Ella se abrazó a sí misma como si quisiera protegerse de su magnética atracción.

–Y Rima, ¿te satisfacía? ¿O te acostabas con ella para conseguir un heredero?