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¿Solo los tontos se enamoran? Skyler Kimball había conseguido mantenerse alejada de los hombres peligrosos durante toda su vida, incluso agradecía que sus hermanos la protegieran. Pero cuando el sexy bombero Jack Tesson se mudó a la ciudad, Skyler se dio cuenta de que iba a tener que cambiar sus normas y darle una oportunidad a aquel tipo... claro que antes tenía que hablar con sus hermanos seriamente.
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Seitenzahl: 193
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Wendy Etherington
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un amor inevitable, n.º 1391 - junio 2016
Título original: Can’t Help Falling in Love
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-8216-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Skyler Kimball dobló la gruesa rama de roble que tenía sobre su cabeza y extendió un brazo hacia el animal.
—Pónmelo fácil, Fluffy.
Fluffy, la gata persa que estaba sentada a apenas un metro y medio de distancia, se limitó a parpadear y a mirarla con sus ojos color topacio.
—¿Qué esperabas, Sky? —se reprendió a sí misma—. Después de dos horas y media tumbada en una rama, ¿pensabas que el animal iba a lanzarse a tus brazos? La vida no es tan fácil —y menos aún su vida.
—Skyler, cariño, ya he llamado a los bomberos —le gritó Roland, el dueño de Fluffy.
—Ah… —a Skyler se le resbaló la mano y se aferró al tronco, llena de pánico—. No es…, quiero decir, no creo que haga falta llegar a tanto, Roland —gritó mirando hacia abajo a través de las ramas.
Roland Patterson, el propietario de la tienda de animales situada junto a la tienda de ropa femenina de Skyler, esbozó una amplia sonrisa con un brillo en sus ojos marrones. Y Skyler supo al instante que la llamada a los bomberos no solo era por su causa; a su vecino le gustaban especialmente los hombres uniformados…
Durante casi dos años, Roland y ella habían dirigido sus negocios en la calle principal de Baxter, Georgia, su pueblo natal. Los generosos préstamos concedidos por el Ayuntamiento les habían dado la oportunidad, al igual que al florero, al panadero y al dueño del gimnasio, de formar parte de la reciente expansión urbana. A Skyler le encantaba la independencia que su tienda, Kimball Fashions, le había brindado, a pesar de los inconvenientes que esgrimieron sus protectores hermanos.
Sus hermanos… que estaban a punto de llegar junto con las sirenas, las luces y demás parafernalia del Cuerpo de Bomberos de Baxter.
Skyler miró desamparada al cielo.
«Por favor, que no traigan la escalera… Por favor, que no traigan la escalera».
La imagen de ella misma descendiendo por aquella larga y tambaleante escalera, con medio pueblo contemplando su vestido floreado y su llamativa lencería morada, la incitó a ponerse en movimiento. Escaló unas cuantas ramas más y le tendió la mano a la testaruda gata.
—Vamos, Fluffy —le rogó, pero la gata procedió a lamerse sus ya relucientes zarpas.
Había sido la posibilidad de que algún individuo asustado, como Roland, llamase a los bomberos para algo tan nimio como el rescate de un gato lo que la había hecho trepar al gigantesco roble. Estaba segura de poder solucionar aquello sin la ayuda de sus hermanos.
A lo lejos se oía una sirena, y en la acera ya se había congregado una pequeña multitud. Dos mujeres mayores la miraban fijamente echando la cabeza hacia atrás, los coches frenaban en medio de la calzada, y una pareja de chiquillos saltaba alrededor de Roland, gritando: «¡Salta, salta!»
—Vale ya… —les increpó Roland, pero solo consiguió que gritasen más fuerte.
—Demonios… —masculló Skyler apoyando la frente contra el tronco, y maldiciendo su temperamento impulsivo.
Durante toda su vida había intentado luchar contra el temperamento heroico de su familia, mostrando un carácter tranquilo, metódico y precavido. Su padre había muerto como un héroe en un incendio, sin ser consciente de la difícil situación económica y emocional que dejaba tras él. Sus hermanos bomberos, Ben y Steve, y Wes, policía, siempre habían intentando emular los pasos de su padre, mientras que ella se esforzaba por olvidarlo. Se preocupaba mucho por su madre, quien veinte años después seguía sin superar la muerte de su marido. Además de eso pagaba sus impuestos, atendía a sus clientes y salía los sábados por la noche con sus amigas.
¿Por qué, entonces, había tenido que hacerse la heroína intentando rescatar a una gata? Si al menos Roland no la hubiera visto…
—No saltes, querida —le gritó alguien desde abajo.
Skyler bajó la mirada y vio que una de las ancianas se había acercado al árbol.
—No voy a saltar —respondió ella. De ningún modo iba a seguir los consejos de unos críos alocados.
—¡Salta! ¡Salta! —seguían gritando.
—No pierdas los nervios. Recuerda que la vida es preciosa.
—Ajá…
—Tienes mucho por delante.
Desde luego… Skyler frunció el ceño. ¿Acaso aquella señora pensaba que quería suicidarse saltando de un árbol en medio del parque? Por Dios…
—Solo intento atrapar a la gata —dijo, apuntando a Fluffy. Se sentía ridícula al dar una explicación.
—No tienes por qué inventarte una historia, querida.
—Yo no…
—Todos te queremos.
Skyler apartó unas cuantas hojas y estiró el cuello para ver mejor a aquella anciana bobalicona. Nunca la había visto antes. ¿Cómo podía decirle que todos la querían?
—Solo he subido para atrapar a la gata —caminó sobre una rama, acercándose a Fluffy.
La multitud ahogó un grito de espanto.
—¡Salta, salta, salta! —la animaron los niños como locos.
—¡No! No te muevas… —la señora levantó una mano implorante.
Entonces llegaron los bomberos… con el camión de la escalera, el camión de la manguera y la ambulancia.
Skyler suspiró y se sentó en la rama, apoyando la espalda en el tronco.
—Bueno, Fluffy, parece que hoy tenemos el espectáculo completo.
El capitán Benjamín Kimball, su hermano mayor, saltó de la cabina al mismo tiempo que Steve, cinco años menor que él. Los demás bomberos los siguieron. Mirando la humillante escena, Skyler se preguntó cuándo llegaría la policía con Wes, su tercer hermano.
El estómago le rugió, recordándole que no había comido. Fluffy se le acercó, ronroneando, y apoyó la cabeza en su brazo. Seguramente ella tampoco había comido.
—¿Sabes? —Skyler le acarició entre las orejas—. Si hubieras decidido ser mi amiga hace veinte minutos nos habríamos ahorrado todo este jaleo.
La gata se acurrucó en su regazo y estiró las patas hasta encontrar una postura cómoda.
—¡Ay! —se quejó Skyler al sentir el arañazo, y tuvo que agarrarse a una rama superior para no caer.
La multitud se estremeció. La anciana señora soltó un chillido y los niños seguían animándola a saltar.
—¿Skyler? —gritó una voz familiar. Era Ben.
—Estoy aquí —respondió ella agitando una mano.
—No estás pensando en saltar, ¿verdad?
—Hoy no.
—¿Puedes bajar?
—Si de verdad crees que debería hacerlo…
—Skyler… —le advirtió Ben en su tono más serio. El tono que usaba siempre que se veía obligado a sacarla de apuros.
—Ya bajo —dijo Skyler, y plantó sus pies en una rama inferior. Sujetó a Fluffy con un brazo mientras con la otra mano buscaba equilibrio contra el árbol. Se deslizó sobre su trasero y consiguió descender a la rama de abajo, pero el movimiento asustó a Fluffy, que le clavó las uñas en el brazo.
Las dos se tambalearon. Con un bufido, la gata volvió a arañarla y se escurrió de su abrazo. Skyler se sentó a horcajadas sobre la rama. Se le había hecho un nudo en el estómago y el sudor le empapaba la espalda.
—¡Salta, salta, salta…! —coreaban los niños.
—¡Callaos de una vez! —les gritó desde lo alto. Se miró el brazo y vio una fina línea de sangre. Dolorida y avergonzada, empezó a descender.
Pero antes de que pudiera bajar un par de metros cuando oyó el ruido familiar de un elevador hidráulico.
«La escalera», pensó, y volvió a apoyar la frente contra el tronco.
—¿Por qué yo? —murmuró. La gata volvió a bufar—. Ahí te quedas, Fluffy.
—Me llamo Jack, chére, no Fluffy. ¿Quieres darme la mano?
Skyler volvió la cabeza al oír aquella voz desconocida, profunda y sensual, y se chocó contra la rama que tenía al lado. Puso una mueca de dolor y se rascó la frente, mientras miraba al hombre que se había dirigido a ella.
Se encontró con unos ojos cálidos y marrones, del mismo color que el whisky que su padre, Jim Beam, solía beber, enmarcados en un llamativo rostro de tez bronceada. Tenía el cabello oscuro, anchos hombros, fuertes brazos…
Al inclinarse para observar mejor a su atractivo salvador, a punto estuvo de perder el equilibrio.
Rápido como un rayo, el hombre la agarró por la muñeca.
A Skyler se le aceleró el pulso y sintió que el calor de su tacto le recorría todo el cuerpo.
—Agárrate fuerte, chére —le dijo él—. Estoy intentando impresionar a mi capitán.
Skyler parpadeó sorprendida. Claro… Aquel era el nuevo bombero y enfermero que Ben había mencionado la semana anterior.
«Creció en un pequeño pueblo al sur de Louisiana. Lo conocí en una convención. Quiere mudarse al norte. Es una persona muy emprendedora y ambiciosa…»
Otro héroe.
Alguien que de momento iba a salvarle el trasero, por lo que no podía quejarse ante él de los riesgos que implicaba ser bombero.
—Vamos— la animó, tirándole suavemente del brazo—. Ya te tengo.
Skyler sonrió. Parecía un tipo agradable. Pero cuando puso un pie en la escalera, esta se tambaleó, y ella se abrazó inconscientemente al cuello del bombero. El calor de su cuerpo la invadió por completo. Su rostro curtido quedó a tan solo unos centímetros del suyo. Desprendía un agradable olor a sudor, a pino y a almizcle, como si la fragancia de su loción de afeitado se hubiera mezclado con sus tareas cotidianas. Sintió un hormigueo en la punta de los dedos, que tocaban sus musculosos hombros, y por primera vez en mucho tiempo, Skyler se sintió tentada por la carne masculina. Tentada por encima de la protección de sus hermanos. Tentada por encima de su reputación conservadora.
—Esta es la clase de rescate que a mí me gusta —dijo él sonriendo, y la sujetó por la cintura mientras la miraba de arriba abajo.
A Skyler le dio un vuelco el corazón. Había pasado mucho tiempo desde que un hombre la mirase de aquel modo tan insolente… y sobreviviera a sus hermanos para contarlo. Se permitió a sí misma recorrerlo con la mirada con tanta lentitud como había hecho él. No era solo guapo, decidió… Era mejor aún. Duro, fuerte, grande. Sus morenos y musculosos brazos y su amplio pecho estaban cubiertos por una camisa blanca con el logo del Cuerpo de Bomberos de Baxter estampado en el bolsillo izquierdo. Los pantalones negros del uniforme se le ajustaban a las caderas y muslos como si estuvieran hechos a medida… y a Skyler no le hubiera importado ser su sastre.
Cielos… Había demasiado que contemplar en aquel hombre. Tan ágil, tan musculoso… tan masculino. Estaba de pie por debajo de ella, pero aun así la superaba por varios centímetros. Skyler apenas medía uno sesenta, mientras que él medía casi dos metros. O al menos eso creyó, ya que era difícil calcularlo teniéndolo tan cerca.
Entonces se acordó de su situación. El rescate. Y la gata.
Apuntó hacia el animal, que seguía posado en una rama por encima de ella, contemplando tranquilamente la escena.
—No te olvides de Fluffy —le dijo al bombero.
—¿Qué te parece si primero me ocupo de ti y después del gato? —preguntó el.
«Por mí de acuerdo», pensó ella. Le echó una última mirada a Fluffy y dejó que el bombero la guiara por la escalera hasta el suelo, mientras la multitud empezaba a aplaudir. Tan pronto como puso los pies en la hierba, levantó la mirada hacia él.
«Dios mío», pensó. Era enorme…
—¿Estás bien? —le preguntó él, agarrándola por el hombro.
Skyler asintió, pero cuando vio aquella sonrisa radiante, encantadora, y tal vez un poco atrevida, sintió que las piernas le fallaban y que todo daba vueltas a su alrededor.
«¿Por qué yo?», fue su último pensamiento antes de desmayarse.
Jack Tesson tomó a la mujer inconsciente en sus brazos y miró al cielo, convencido de que algún santo le había facilitado las cosas. Tal vez los años que había pasado con las monjas de la escuela parroquial de St. Michael habían dado su recompensa. Seguro que la hermana Catherine, que lo había expulsado al menos dos veces al año, y sus abuelos, que lo habían castigado a fregar el restaurante que dirigían, habrían dicho que aquella mujer era la viva tentación del demonio. De ningún modo podía ser una mujer para «el salvaje» Jack Tesson.
—Mon Dieu —susurró al contemplar su hermoso rostro ovalado. Aunque parecía un ángel, Jack sabía que las braguitas moradas que había visto al mirar hacia arriba mientras bajaban no tenían nada de angelicales.
—¿Skyler? —exclamó Ben Kimball corriendo hacia ellos.
«Un nombre perfecto para un ángel», pensó Jack.
—Se ha desmayado —le explicó a Ben, y entonces recordó que los chicos del cuartel del bomberos habían mencionado ese nombre—. ¿Es tu hermana?
Ben asintió y Jack se dio cuenta entonces de por qué los brillantes ojos azules de la chica le habían resultado familiares.
—Vamos a llevarla a la ambulancia —dijo su hermano. La preocupación se reflejaba en su rostro.
Mientras avanzaban hacia la ambulancia, los siguieron un grupo de curiosos, entre los que se encontraba Steve, el hermano menor de Ben.
—Hay que llevarla al hospital sin pérdida de tiempo —ordenó Steve en tono furioso.
—Solo ha sufrido un desmayo —le explicó su hermano.
—Claro… —aceptó Steve con una sonrisa, no muy convencido.
Jack tumbó con cuidado a Skyler en la camilla, y le puso los dedos en la muñeca para tomarle el pulso. Estaba un poco acelerado. Le puso una mascarilla de oxigeno, mientras Ben observaba con atención cada movimiento.
—¿Se ha desmayado otras veces?
—Oh, desde luego —respondió Steve, sentándose en el parachoques trasero.
Jack sacó un estetoscopio de un botiquín y comprobó el corazón de Skyler. Los rítmicos latidos reverberaron en sus oídos, y tuvo que hacer un esfuerzo para ignorar el suave tacto de su piel bajo los dedos, o la curva bronceada de sus pechos. Había atendido a otras pacientes atractivas con anterioridad, pero nunca una sola sonrisa y una mirada habían bastado para que le temblaran las rodillas.
Miró fugazmente a sus colegas y se puso a examinarle las extremidades en busca de heridas. Encontró un pequeño corte en el antebrazo, que limpió con un antiséptico.
—¿Está embarazada? —preguntó.
Steve se puso en pie de un salto, con los puños apretados.
—Por su bien espero que no lo esté.
Ben agarró a su hermano por el hombro y lo hizo sentarse de nuevo.
—Tranquilo, hermanito. No está embarazada.
—¿Cómo lo sabes? —replicó Steve con el ceño fruncido.
—Porque si lo estuviera, tú o Wes ya habríais matado al responsable.
Jack retiró discretamente las manos del cuerpo de Skyler.
—Suele desmayarse cuando está sobreexcitada —le explicó Ben.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó un hombre, arrojándose a las piernas de Skyler—. ¡Va a morir!
Jack lo agarró del brazo y lo hizo levantarse. Su gran tamaño siempre había sido muy eficaz para mantener controlada a la multitud, por lo que no le fue difícil mover a aquel hombre pequeño y delicado.
—Pero, Skyler… —balbuceó el hombre, mirando a Jack con los ojos llenos de lágrimas.
—Se pondrá bien, Roland —dijo Ben, y lo apartó con impaciencia de la camilla—. Lo único que le ocurre es que su corazón no se vacía totalmente de sangre en una situación de gran estrés.
—¿De verdad? —Roland miró a Ben de un modo que Jack solo pudo describir como de adoración—. Qué interesante.
Ben le soltó el brazo a Roland, como si hubiera estado agarrando un clavo ardiendo.
—Eh… Steve —lo llamó Jack en voz baja.
—¿Sí?
—Este tipo… ¿está coqueteando con Ben?
—Sí. Es Roland Patterson, el propietario de la tienda de animales que realizó la llamada. Pero si esto te extraña deberías verlo cuando Wes está cerca… Los policías le gustan mucho más que los bomberos.
—Déjate de bromas.
—Apártate y deja trabajar a los enfermeros —le estaba diciendo Ben a Roland.
—¿Y qué pasa con Fluffy? —preguntó el hombrecillo.
—Se refiere a la gata —explicó Jack cuando Ben frunció el ceño sin comprender.
—Iré a buscarla —se ofreció Steve, levantándose.
Se alejó de la ambulancia justo cuando una anciana señora se acercó negando con la cabeza. Le tendió a Ben una tarjeta, en la que Jake alcanzó a leer: Centro de Atención Psicológica.
—Debería sugerirle a esta señorita que venga a verme enseguida, capitán. Trepar a ese árbol ha sido el descarado grito de alguien que necesita ayuda.
—Skyler no es una suicida, señora —dijo Ben—. Solo ha sido un poco imprudente.
—Entréguele mi tarjeta, por favor —replicó la mujer en tono reservado, y se marchó.
—Maldita sea —Ben apoyó las manos en la camilla y miró a su hermana—. ¿Cómo se meterá en estos líos?
Jack pensó que todo aquello le resultaba muy divertido, y sin duda era lo más emocionante que le había pasado desde que llegó al pueblo dos semanas antes. Seguro que el incidente de la escalera le haría ganar puntos para ingresar en el cuerpo de bomberos de Atlanta al año siguiente.
Miró a Skyler y le volvió a medir el pulso en la muñeca. Cualquier excusa era buena para tocarla de nuevo. Era realmente preciosa… Y pequeñita. Incluso sus pies desnudos, con las uñas pintadas de color naranja, eran diminutos. Y además era muy divertida, como había demostrado con su actitud irónica en el árbol. Lástima que estuviese fuera de su alcance, aunque Jack nunca se había echado para atrás ante una familia protectora…
De pronto, abrió los ojos y se irguió en la camilla, casi chocándose con él.
—¿Qué demonios…? —se quitó la máscara de oxígeno y miró a Jack sin reconocerlo, pero enseguida su expresión se suavizó con una sonrisa—. Oh, eres tú…
—Jack Tesson —se presentó él, sintiendo cómo todo el cuerpo se le tensaba por el deseo. Tuvo que reprimir el deseo de aplicar sus habilidades médicas en un boca a boca, y en vez de eso agarró una pequeña linterna y le examinó las pupilas—. ¿Cómo te encuentras?
Ella se puso colorada, como si hubiera recordado que se había desmayado en sus brazos. ¿Se sentiría tan afectada por él como él lo estaba por ella? ¿O tan solo estaba avergonzada?
—Estoy bien —respondió finalmente—. Yo… eh… el calor me hizo perder el conocimiento.
«El calor, ¿eh?», pensó Jack acercándose a ella.
—No estás tomando tu medicación —la acusó Ben.
Jack retrocedió y Skyler soltó un suspiro. ¿Qué estaba haciendo? ¿Insinuarse a la hermana de su capitán? No estaba tan loco.
—El médico ha dicho que no necesito medicación —insistió ella—. No me había desmayado desde el otoño pasado, cuando tú y Steve fuisteis a aquel incendio en Monroe.
Ben se pasó una mano por el pelo.
—No me puedo creer que te hayas subido a ese árbol. Estás muy delicada y…
—¿Delicada? —lo interrumpió Skyler con una mueca de exasperación—. Por favor… —se bajó de la camilla y se ajustó el vestido.
—Te acabo de rescatar de un árbol de quince metros.
—Tú no me has rescatado. Ha sido Jack —respondió ella sonriendo.
Ben frunció el ceño, y Jack sintió cómo se le endurecía la ingle.
«Mon Dieu», pensó. Aquella mujer estaba tentándolo…
Steve se acercó a ellos, llevando en el brazo un gato de pelaje anaranjado.
—Aquí está Fluffy —dijo—. Sano y salvo.
—Devuélveselo a Roland y vayámonos ya —dijo Ben con un suspiro—. Parece que hemos superado otra emergencia de Skyler.
Skyler lo miró furiosa mientras Steve hacía un jocoso saludo militar. Su hermano no le vio la gracia.
—Muévete, teniente —le espetó de mala manera.
Jack había presenciado demasiados enfrentamientos familiares, de modo que se volvió hacia Skyler… a tiempo para ver cómo se alejaba a grandes zancadas.
La siguió y la alcanzó justo cuando llegaba al árbol que había escalado.
—¿Dónde están mis zapatos?
—¿Cómo son? —preguntó él.
—¿Acaso ves por aquí una colección de zapatos? Si encuentras un par seguro que son los míos —se dio la vuelta y masculló algo sobre la inutilidad de los hombres.
Preciosa, pequeñita, divertida, delicada… En eso último tenía que estar de acuerdo con Ben. Y además resuelta, independiente y descarada.
La siguió alrededor del árbol, y entonces vio un par de sandalias naranjas con tacón.
—¿Son tuyos, petite fille? —le preguntó sonriente, tendiéndoselas.
—Gracias —se las puso y se enderezó con una sonrisa. La furia se había esfumado de su mirada, reemplazada por un brillo de inteligencia y encanto—. Ben me dijo que descendías de los colonos franceses en Louisiana. Me temo que no sé mucho francés. Tendrás que traducírmelo.
—El francés de los colonos es un poco distinto del francés puro —dio un paso hacia ella, y no pudo evitar fijase en la diferencia de estaturas. A Jack su gran tamaño le había resultado provechoso en su profesión, pero también había sido motivo para que las mujeres se sintieran intimidadas.
Skyler se tambaleó ligeramente.
—¿Skyler? —Jack la agarró por la cintura—. ¿Vas a desmayarte otra vez? —le preguntó, presionándole los dedos contra el cuello. Tenía el pulso acelerado. Maldición… estaba insinuándose a una mujer que se encontraba enferma. ¿Para eso se había hecho bombero y enfermero? ¿Dónde estarían sus cinco años de experiencia profesional?
Ella parpadeó y retrocedió un paso.
—Estoy bien. Me cuesta mantener el equilibrio con estas sandalias.
—Tienes que ver a un médico —dijo él con el ceño fruncido.
—¿No ibas a traducirme lo que has dicho en francés?
—Petite fille significa «pequeña chica» —explicó. Era mejor no insistir en algo que no era asunto suyo—. Bueno, tal vez debería decir petite femme. Significa «pequeña… mujer». O mejor petite ange. «Pequeño ángel».
—Qué simpático —hizo un gesto de desagrado con los labios.
—Te siente bien.
Ella se echó a reír y se puso a caminar por la hierba.
—No lo sabía.
En cuestión de segundos volverían a estar bajo la atenta vigilancia de sus hermanos, pensó Jack. No tenía mucho tiempo.
—Tal vez podríamos quedar alguna vez para tomar una copa.
Ella se detuvo y lo miró.
—No suelo tener citas.
Jack frunció el ceño. ¿Por qué a una mujer así no le gustaban las citas?
—Lo siento —dijo ella dándole una palmadita en el brazo, como si le hubiera leído el pensamiento—. Ya ha habido demasiado derramamiento de sangre.