Un asunto del corazón - Katherine Garbera - E-Book
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Un asunto del corazón E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

¿Podría aquel romance navideño convertirse en algo duradero para Cenicienta? Con sólo oír la campanada de medianoche, CJ Terrence recordó que a pesar del vestido de alta costura, seguía siendo la vulgar estudiante deseosa de creer en cuentos de hadas. Años atrás, el empresario de cuyo negocio dependía la carrera de CJ se había hecho amigo suyo y después la había traicionado. Pero ahora acudía en busca de su perdón... y de sus besos. CJ deseaba sus besos y sus caricias... como siempre lo había hecho. Y algo le decía que una extraña hada madrina le había dado una segunda oportunidad...

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Katherine Garbera

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un asunto del corazón, n.º 5425 - noviembre 2016

Título original: Cinderella’s Christmas Affair

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-9057-2

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Prólogo

Morir no había sido exactamente lo que yo esperaba. Sin embargo, tras haber conseguido unir a una pareja, me sentía más seguro de mí mismo.

Aun así, ahora que estaba en aquel lugar intermedio que en la tierra llamaban Purgatorio, aquello de no tener cuerpo material me seguía asustando.

Antes de morir acribillado de cinco balazos en el pecho por la traición de uno de mis lugartenientes, había sido un capo de la mafia, pero en esos momentos me veía allí.

El trato que tengo es que debo unir en el amor a tantas parejas como enemigos maté por odio.

Eso quiere decir que voy a ver a ese ángel unas cuantas veces.

Lo cierto es que hacer de celestina no era lo que más me apetecía en el mundo, pero la vida está llena de sorpresas.

La muerte, también.

Ante mí había una mesa de castaño sobre la que reposaban una lámpara y una caja de bombones.

Ya había estado allí antes.

También estaba el ángel, haciendo como que no me había visto, anotando algo en un cuaderno.

Yo había utilizado aquella estratagema un par de veces con mis subalternos y no me gustó que me lo hicieran a mí porque me hizo sentir como un novato y no como el jefe de jefes que había sido en vida.

–¿Qué toca ahora, muñeca? –le pregunté.

–Señor Mandetti, si no quiere que dé todo esto por terminado ahora mismo, será mejor que deje de llamarme muñeca –contestó el ángel.

No me había acostumbrado todavía a que me llamara por mi apellido pues, en la tierra me llamaban «Il Re».

El rey, sí. Así me llamaban porque lo era.

–Es que no sé cómo te llamas.

–Me llamo Didiero y soy un serafín.

–¿Un qué?

–Uno de los ángeles más importantes de Dios.

–Ah –contesté sintiéndome como un tonto.

No me gustó el tono condescendiente con el que me había hablado, pero aquel ángel tenía la sartén por el mango y yo tenía muy claro desde que había vuelto al mundo de los humanos que no quería ir al infierno.

Además, aunque no lo hubiera admitido jamás ante nadie, me había gustado hacer algo bueno.

–¿Didi? –le dije.

–¿Me habla a mí? –contestó el ángel sin levantar la mirada de los papeles que tenía ante sí.

–Didiero es muy largo.

Cuando me miró, pensé que aquel ángel sería capaz de volverme loco si la dejara.

–¿Qué me toca ahora? –le pregunté.

–¿Quiere seguir en orden?

–No, dame ese sobre verde de ahí abajo –contesté rezando para que el montón del medio fuera más fácil.

Estaba seguro de que aquello de unir parejas se había terminado. Aquello había debido de ser la suerte del principiante, pero no se iba a repetir.

Didi me dio el sobre y yo lo abrí y lo leí.

CJ Terrence y Tad Randolph.

–¿Es que acaso no son capaces de hacerlo ellos solitos?

–Claro que sí, Mandetti, estos no necesitan ayuda. Por cierto, te quería advertir una cosa.

–¿De qué se trata?

–No vas a tener la misma apariencia humana todas las veces.

–Muñeca, ve directamente al grano.

–Me parece que el que se va a ir directamente eres tú.

Dicho aquello, el ángel desapareció y yo sentí que el cuerpo se me desintegraba.

Acto seguido, me encontré en las calles de Chicago.

«Esta ciudad me encanta», pensé.

De momento, aquel encargo tenía buena pinta.

Estaba ante el edificio Michigan, en la avenida Michigan. Miré el reflejo de los cristales y vi a una anciana y a dos hombres mal vestidos.

«No está mal».

No me importaba ser un joven hippie.

Me acerqué al cristal y me di cuenta de que la única que se había movido había sido la anciana.

¡No podía ser!

Hice un gesto obsceno con el dedo corazón y comprobé que era una anciana con un vestido espantoso.

Seguro que Didi se estaba riendo a carcajadas en el Cielo.

¡Se iba a enterar cuando nos volviéramos a ver!

Capítulo Uno

El primer hombre que realmente le había gustado era lo único que la separaba del ascenso. CJ Terrence sonrió con una confianza que no sentía en absoluto mientras le estrechaba la mano a Tad Randolph.

Habían pasado diez años desde la última vez que se habían visto y había cambiado mucho. Se había teñido el aburrido pelo castaño de un bonito tono caoba y había sustituido las gafas de pasta por unas lentillas azules que ocultaban sus ojos marrones. El mayor cambio había sido que había adelgazado diez kilos.

Aun así, en aquellos momentos, se sentía como la vecina normal y corriente que había sido en el pasado. Tanto fue así que se tocó el puente de la nariz para subirse las gafas que llevaba entonces. Al hacerlo, se dio cuenta de que ya no era la de antes.

Tomó aire y se dijo que había cambiado tanto físicamente que era imposible que Tad la reconociera. Ella sí que lo había reconocido a él, que había engordado, por lo menos, lo mismo que ella había adelgazado, pero todo de sólido músculo.

Era la viva imagen del propietario de una empresa de artículos deportivos.

Era una lástima que no estuviera empezando a perder pelo, como otros hombres de su edad. Todo lo contrario. Seguía teniendo el pelo rubio y abundante. Estaba realmente guapo y CJ quería salir de allí cuanto antes.

–CJ Terrence –se presentó con la esperanza de que Tad no la recordara como la Cathy Jane que había conocido en el colegio.

Tad aceptó su mano y se la estrechó con fuerza. CJ sintió un escalofrío de deseo o, tal vez, de nervios.

La mano de Tad era mucho más grande que la suya, pero aquello no era sorprendente pues CJ tenía una estatura normal mientras que él se había convertido en un gigante desde la última vez que lo había visto.

Tenía callos en la palma de la mano, que era áspera y cálida a la vez. CJ se preguntó qué sentiría si la acariciara.

Sintió un estremecimiento de anticipación y se dio cuenta de que Tad la estaba mirando atentamente.

¿Habría adivinado lo que estaba pensando?

–Señorita Terrence, ¿dónde quiere que le deje estas presentaciones? –preguntó Rae-Anne King.

CJ soltó la mano de Tad y miró a su nueva secretaria.

–Perdóneme un momento.

–Ha sido un placer conocerla, CJ –contestó Tad.

–Tengo que... hacer algunas cosas –le informó CJ.

–No quiero entretenerla.

Un minuto en presencia de aquel hombre y CJ había perdido diez años de confianza en sí misma, una confianza que había conseguido ella solita, aprendiendo a no depender de nadie.

Tad asintió y se acercó a la cafetera que CJ había instalado. Tendría que haber sido su secretaria la que se hubiera ocupado de aquello, pero era su primer día de trabajo y Rae-Anne andaba un poco perdida.

CJ se dirigió a uno de los extremos de la larga mesa de conferencias, ordenó sus papeles y miró por la ventana.

Estaban a principios de diciembre y hacía frío aquella mañana en Chicago. El cielo estaba gris y húmedo y las decoraciones navideñas de la avenida Michigan no eran suficientes para alegrar el ambiente.

CJ tomó aire, murmuró su mantra y se giró hacia los presentes.

En aquel momento, Tad le tocó el hombro. CJ comenzó a hablar, pero se le cayeron los papeles que tenía en la mano.

«Maldición».

Seis años de sólido trabajo en el mundo de la publicidad estaban a punto de irse al garete.

Tad recogió los papeles del suelo y se los entregó. Al hacerlo, sus manos se tocaron.

–Tiene las manos frías –observó Tad.

–Siempre la tengo así –contestó CJ sinceramente, pues ni siquiera en verano se le calentaban.

–Ya sabe lo que dicen de las personas que tienen las manos frías.

–La verdad es que no lo sé.

–Dicen que las personas que tienen las manos frías tienen el corazón caliente. ¿Usted tiene el corazón caliente, CJ?

CJ decidió que no iba a permitir que Tad Randolph, el único chico que le había gustado en su vida, flirteara con ella en la sala de conferencias.

–¿CJ?

–Eh... no lo sé.

–Hay algo en usted que me resulta familiar –apuntó Tad.

CJ recuperó sus papeles y rezó nerviosa por que no la reconociera.

–¿Nos conocemos?

CJ negó con la cabeza.

«Por favor, Dios mío, no hagas que me reconozca como castigo por haber mentido», pensó cruzando los dedos a la espalda por si acaso.

En aquel momento, llegó su jefe.

–CJ fue una de los treinta profesionales que eligió el año pasado Advertising Age como más proclives al éxito, un grupo de gente de veintitantos años que está poniendo el mundo de la publicidad patas arriba.

Butch Baker, su jefe inmediato, tenía cuarenta y ocho años y llevaba toda la vida en Taylor, Banks and Markim.

Iba a estar presente en la reunión para observarla porque era una de las candidatas a convertirse en poco tiempo en la directora del departamento nacional de la empresa.

Aquella reunión no era decisiva para su promoción, pero conseguir la cuenta de la empresa de equipamientos deportivos de Tad no le vendría nada mal.

Butch y Tad se pusieron a hablar de amigos que tenían en común y CJ volvió a concentrarse en su presentación.

Todo volvía a estar en su sitio.

Lo cierto era que si Marcia hubiera seguido trabajando con ella todo habría salido bien desde el principio, porque le habría advertido de que Tad Randolph era el dueño de P.T. Xtreme Sports al entregarle la información.

Echaba de menos a su antigua secretaria, con la que había trabajado de maravilla durante cuatro años.

Marcia se había casado con Stuart Mann y había decidido formar una familia, así que había dejado de trabajar.

–¿Está nerviosa? –le preguntó su nueva secretaria cuando el resto de los ejecutivos entraron en la sala de conferencias.

–No debería estarlo porque hago presentaciones como ésta continuamente –contestó CJ.

«Sí, pero no delante del chico del que estabas enamorada en el colegio y del que depende obtener una buena cuenta y… eventualmente el ascenso», se dijo a sí misma.

–Entonces, ¿por qué lo está? –preguntó Rae-Anne.

–Buena pregunta –contestó CJ–. Gracias por su ayuda. Puede volver a la oficina.

–Buena suerte.

–Gracias.

CJ tomó aire, echó los hombros hacia atrás y comenzó la presentación. En todo momento, evitó la mirada de Tad y habló con la confianza que había adquirido desde que se había ido de la pequeña población en la que se había criado y que había necesitado desde que Marcus la había abandonado.

Habría sido mucho más fácil aceptar la aparición de Tad en su vida si aquel hombre no hubiera sido tan guapo.

«Recuerda lo que te dijo y cómo te sentiste al darte cuenta de que habías depositado tu confianza en alguien tan superficial. Recuerda que Tad no ha sido el único que te ha enseñado esa lección. Marcus también lo hizo», se dijo.

¿Cuántas veces le iban a tener que hacer daño para que aprendiera?

El trabajo era mucho más fácil. El mundo de la publicidad era mucho más seguro que el del amor y no la había hecho sufrir.

Sin embargo, había una parte de ella que se preguntaba qué se sentiría al besar a Tad Randolph, el chico más popular del colegio. Le encantaría experimentarlo para saber si aquella fama era cierta.

CJ ya no era aquella chica de ropas amplias y pelo cardado. Ahora, era una sofisticada mujer de ciudad que sabía cómo llamar la atención de los hombres. Por lo menos, en la sala de conferencias.

A medida que la presentación fue avanzando, recobró la seguridad en sí misma y se dijo que, aunque Tad la reconociera, no sería el fin del mundo.

–Sabemos que lleva usted mucho tiempo trabajando con Tollerson, pero le ofrecemos la posibilidad de hacer que su empresa vaya aún mejor –concluyó.

–Muchas gracias. Me pondré en contacto con ustedes antes del fin de semana –contestó Tad.

Se puso a hablar con Butch mientras CJ recogía las notas de su presentación y pensaba que, si no se equivocaba, era prácticamente seguro que P.T. Xtreme Sports le iba a dar su cuenta de publicidad.

–Has estado magnífica –la felicitó su jefe.

–Gracias.

Cuando su jefe se fue, CJ sintió ganas de ponerse a bailar de felicidad. La sala de conferencias comenzó a quedarse vacía, pero Tad seguía allí.

–Me ha dejado usted realmente impresionado, CJ Terrence.

–Gracias –contestó CJ con nerviosismo.

Debería aclarar la situación, decirle que habían ido al mismo colegio.

Tad se acercó a ella.

Había algo sensual en su mirada. ¿Se sentía atraído por ella?

–¿Le doy miedo? –le preguntó levantando una ceja al ver que CJ había dado un paso atrás.

–No.

Tad sonrió y volvió a acercarse.

CJ se dijo que no tenía más que dar otro paso atrás y huir de allí, pero no quería hacerlo. Aquel hombre olía de maravilla. CJ cerró los ojos y tomó aire.

Tad la agarró de la mano y le acarició los nudillos.

–¿Seguro que no nos conocemos de algo?

No, por favor, otra vez no. ¿Por qué no se había ido mientras había podido?

¿Qué le iba a decir? Lo cierto era que no quería que la mirara y se acordara de la chica que había sido en el colegio.

Sin embargo, no podía ser su publicista y mentirle.

–¿Y bien, señorita Terrence?

–¿Y bien qué, señor Randolph? –contestó CJ retirando la mano.

Había llegado el momento de recuperar el control y salir corriendo de la sala de conferencias.

–¿CJ Terrence… CJ… Cathy Jane?

CJ se quedó de piedra.

No se le ocurría nada inteligente que decir, así que se limitó a asentir.

–Ya sabía yo que te conocía de algo. ¡Eres la Mujer gato!

CJ deseó tener una máquina del tiempo. De ser así, no habría viajado al futuro para ver las maravillas del mundo ni al pasado a la época de la Regencia en Inglaterra, sino que habría vuelto a su primer año en el instituto.

Para empezar, habría ido a su casillero a destruir la caja de bombones que guardaba en él. A continuación, le habría dicho a la versión adolescente de sí misma que dejara de ponerse ropa amplia para disimular su gordura porque no servía de nada y, para terminar, le aconsejaría lo que nadie le había aconsejado a ella en su momento y alguien tendría que haber hecho: que no se autodenominara «Mujer gato».

En aquel entonces, le parecía divertidísimo, pero ahora, con casi treinta años, le resultaba casi humillante.

Sin embargo, no disponía de una máquina del tiempo, así que iba a tener que hacer frente a aquello como pudiera.

Intentó tranquilizarse diciéndose que la empresa de Tad Randolph no era la única de equipamientos deportivos. Ya encontraría otra.

Claro que, para entonces, Paul Mitchum le habría ganado el ascenso y su carrera en Taylor, Banks and Markim estaría acabada.

CJ deseó que se la tragara la tierra.

–Eso fue hace mucho tiempo –dijo tragando saliva–. Ya no soy la misma.

–¿Por qué no me has dicho quién eras?

–Venga ya, Tad, ¿de verdad te gustaría que la Cathy Jane de Auburndale representara a tu empresa?

–No eres la misma –le recordó Tad.

–No, he cambiado mucho –afirmó CJ mirándolo a los ojos.

Sus ojos grises verdosos siempre la habían fascinado. En ellos vio reflejadas inteligencia, voluntad y experiencia.

CJ sintió la tentación de olvidar lo que había aprendido con los hombres y arriesgar el corazón diciéndose que, tal vez, aquél fuera el hombre que jamás la dejaría.

–Tengo que volver al trabajo –anunció sin embargo.

–No quiero entretenerte.

CJ terminó de recoger sus papeles y salió de la sala de conferencias sin mirar atrás.

–¿CJ?

CJ se volvió hacia él.

–¿Quieres cenar conmigo?

–Oh, Tad. No puedo.

–¿Por qué no? Venga, Cathy Jane, por los buenos tiempos.

–Ahora me llamo CJ.

La invitación era tentadora, pero CJ sabía que no debía aceptar porque no servía de nada escarbar en el pasado.

Además, se había ido de Auburndale por él. Tras oírle hablar de ella con sus amigos, se había dado cuenta de que tenía que empezar de cero en un sitio donde nadie la conociera.

Chicago le había parecido el lugar perfecto. Sin embargo, allí había aprendido que huir de uno mismo no servía de nada si no se cambiaba.

Había seguido siendo la misma chica rara y tímida hasta que Marcus la había abandonado forzándola a tomar las riendas de su vida.

–Sé que no eres la misma, pero fuimos amigos en el pasado y me gustaría invitarte a cenar –insistió Tad.

CJ no pudo evitar sonreír.

Era cierto que habían sido amigos. Cuando CJ había ido a vivir a Auburndale con doce años se había encontrado la ciudad vacía. Tad era el único chico de su edad y, a pesar de que eran muy diferentes, se habían pasado todo el verano montando en bicicleta y pasándoselo en grande.