Un libro es una pregunta - Sara Bertrand - E-Book

Un libro es una pregunta E-Book

Sara Bertrand

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Beschreibung

Cada tanto, la oscuridad vuelve a rondar nuestras sociedades, extrema posiciones y nadie entiende nada, porque solo se escucha a quien grita más fuerte. Mientras, los libros siguen en las estanterías, recordando que alguna vez elaboraron ese trauma, narraron esa herida, reuniendo conversaciones que a veces leemos como si pertenecieran a un museo de variedades, de cosas que no tienen que ver con el mundo que habitamos. Esas palabras no se escribieron en vano, están ahí como una salida y nuestros discernimientos pueden ser diferentes. La literatura es un largo hilo que reúne esas conversaciones y razonamientos que la humanidad ha sostenido desde que habita este planeta. En ella es posible encontrar esos rastros, huellas de diálogos, interrogantes, estéticas, ideologías, fantasías y búsquedas. Un libro es esa posibilidad de encuentro. Sobre todo, un libro es una pregunta. Un libro imprescindible para quienes consideran que el compromiso de formar lectores críticos no se abandona en el momento en que niños y niñas traspasan el umbral de la infancia. Sara Bertrand cuestiona lugares comunes que se instalaron en la educación y en los espacios para la promoción de la lectura –especialmente de la lectura de la Literatura "escrita con mayúscula y sin adjetivos"–, que hacen de ella una actividad intrascendente, despojándola de su capacidad de encuentro con las raíces, de su potencia creadora y fuerza transformadora. Silvia Castrillón. Desde una mirada crítica y radical de la contemporaneidad, Sara Bertrand reflexiona sobre cómo ha sido transmitida la lectura literaria a niños, adolescentes y jóvenes. Pregunta tras pregunta, revela sucesivos fracasos en el proceso de formación de lectores críticos. En un mundo marcado por la polarización, apuesta por el poder de la literatura y de la educación estética para enfrentar el proceso de deshumanización. Una lectura fundamental para todos los que se preocupan por la educación, formación de lectores y un mundo más igualitario y justo. Dolores Prades. Directora Instituto Emilia. Este libro pone a disposición de lectores y lectoras importantes estudios, reflexiones y evidencia de aquello que falta aún para vivir en una sociedad donde no haya discriminación de género y que, por lo tanto, responda en plenitud a los ideales democráticos. Es una cartografía imprescindible de las prioridades y urgencias, un modo de visibilizar y describir la desigualdad de género en diferentes ámbitos de nuestra cotidianidad.  Paula Escobar. Periodista y Directora Cátedra Mujeres y Medios Universidad Diego Portales. La mirada feminista no implica solamente sumar derechos, sino que, inevitablemente, interroga lo que existe. El feminismo nace como pregunta, por eso aborda tantos registros de la realidad: económicos, sociales, sexuales y culturales. Este libro da cuenta de lo que queda por recorrer y, a la vez, da indicios de que esta es una revolución larga, porque junto con la tendencia de cambio social, suelen existir tendencias regresivas —conscientes o inconscientes— que llevan a mantener el statu quo. Constanza Michelson. Psiconoanalista, escritora y editora de Revista Barbarie.

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Como fuente primaria de información, instrumento básico de comunicación y herramienta indispensable para participar socialmente o construir subjetividades, la palabra escrita ocupa un papel central en el mundo contemporáneo. Sin embargo, la reflexión sobre la lectura yescritura generalmente está reservada al ámbito de la didáctica o de la investigación universitaria.

La colección Espacios para la Lectura quiere tender un puente entre el campo pedagógico y la investigación multidisciplinaria actual en materia de cultura escrita, para que maestros y otros profesionales dedicados a la formación de lectores perciban las imbricaciones de su tarea en el tejido social y, simultáneamente, para que los investigado­res se acerquen a campos relacionados con el suyo desde otra perspectiva.

Pero –en congruencia con el planteamiento de la centralidad que ocupa la palabra escrita en nuestra cultura– también pretende abrir un espacio en donde el público en general pueda acercarse a las cuestiones relacionadas con la lectura, la escritura y la formación de usua­rios activos de la lengua escrita.

Espacios para la Lectura es pues un lugar de confluencia –de dis­tintos intereses y perspectivas– y un espacio para hacer públicas reali­dades que no deben permanecer solo en el interés de unos cuantos. Es, también, una apuesta abierta en favor de la palabra.

Primera edición, FCE Chile, 2024

Bertrand, Sara

Un libro es una pregunta. Literatura, adolescencia y tiemposrevueltos / Sara Bertrand. — Santiago de Chile : fce, 2024

86 p. ; 21 × 14 cm — (Colec. Espacios para la Lectura)

ISBN 978-956-289-340-4

1. Literatura infantil — Crítica e interpretación 2. Literatura juvenil — Crítica e interpretación 3. Lectura — Fomento I. Ser. II. t.

LC PN1009.5 Dewey 809.9 B166l

Distribución mundial en habla española

© Sara Bertrand

D.R. © 2024, Fondo de Cultura Económica Chile S. A.

Av. Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

www.fondodeculturaeconomica.cl

Fondo de Cultura Económica

Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

www.fondodeculturaeconomica.com

Diagramación: Macarena Rojas Líbano

Viñeta de portada: Juan Aguilar

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-956-289-340-4

ISBN epub: 978-956-289-351-0

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Índice

Para comenzar

Inger Christensen en Alfabeto

(Mientras tanto, algo sobre la palabra repetir)

Ceija Stojka en Esto ha pasado

Un poco de contexto

Louise Glück en Ararat

(Mientras tanto, algo sobre trascendencia)

José Watanabe, fragmento de Jardín japonés

Crecer en la adversidad

Marina Colasanti en Fragatas para tierras lejanas

(Mientras tanto, algo sobre historia)

Margarite Duras en El dolor

Belleza y lenguaje

François Cheng en El diálogo

Mientras tanto, algo sobre cuerpos

Jamaica Kincaid en Autobiografía de mi madre

Adentro y afuera

Mariana Enríquez en Cuando hablábamos con los muertos

Al final... (Colofón con cara de excusa)

PARA COMENZAR

“Avanzó en la oscuridad hasta los anaqueles y proyectó la luz balanceándola hacia atrás y hacia delante en los estantes. Me senté en la cama.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté.

—Creo que voy a leerle algo —contestó Seymour, y tomó un libro.

—Pero, por favor, si tiene diez meses —dije.

—Ya lo sé —respondió Seymour—. Tiene orejas. Escucha”.

J. D. Salinger. Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción.

Este fragmento de Salinger, donde la pequeña Franny va a parar a la pieza de sus hermanos que le leen en medio de la noche, sirve para ilustrar el prejuicio con que nos dirigimos a niños, niñas y adolescentes. Solemos subestimarlos, ofendiendo su ingenio e inteligencia, la curiosidad que expresan ante el mundo que habitan y sobre el cual tienen derecho de apropiación. Acostumbramos a ser más benevolentes con niños y niñas (cierta condescendencia nubla nuestro juicio) que con adolescentes y jóvenes, pero, de todos modos, tendemos a dar por sentado que sus edades los inhabilitan para escuchar o leer entre líneas, saltar de una palabra dicha a un imaginario y de ese imaginario a un sentido particular, cierta matriz o sabiduría, como si vivieran ausentes a las formas de las sociedades que ocupan y no es así. Adolescentes, niñas y niños no necesitan que les expliquen para entender silencios y sonidos guturales, rabias contenidas y miradas de desprecio, señas corporales y tonos de voz, porque son expertos traductores del espacio que les rodea. En sus carpetas mentales —esas donde intentan ordenar el mundo— reina el caos, pero no al que temen los adultos, sino uno dominado por su propio modo de percibir la realidad; en ellas, sonidos (la escucha) e imágenes (lo que ven) están en primera línea. Algo tan adaptativo a la supervivencia de nuestra especie que debiéramos preguntarnos cuándo y por qué comenzamos a desatender su inteligencia natural, sus sentidos.

¿Cuándo instalamos la idea de que la niñez o adolescencia son estadios aciagos de los que se sale como buenamente se puede con la vista puesta en una mayoría de edad que donará cierta libertad de ser y hacer, además de pensamiento crítico? La idea de que esa etapa es algo que se debe “superar” refuerza el prejuicio de su falta de libertad, pero si nos detenemos a verlos o escucharlos, comprenderemos que niñas y niños manejan un tipo de libertad que es esquiva en la adultez, precisamente, por la ausencia de categorías ordenadoras que aprietan como piedra en el zapato. Adolescente y jóvenes, en tanto, integran en su proceso adaptativo el “esto sí / esto no”, “los de aquí / los de allá”, “hombres / mujeres”, “negros / blancos”, y un sinfín de clasificaciones que el iluminismo levantó como forma ordenadora y que, en las circunstancias del mundo actual, da para pensar si sirven para ordenar algo más que no sea la estupidez humana.

Más tarde, sí o sí deberán conquistar la libertad, al igual que el pensamiento, porque ninguno de los dos se da por sentado, pero en el intertanto, como si fuese tiempo perdido, infantilizamos sus espacios hasta el absurdo de apartarlos de la conversación colectiva, problemas sociales o familiares, muerte, abandono, ausencia, abuso y otras temáticas que calificamos de difíciles y que varían según los tabúes de cada época o lugar, como si vivir la vida siempre fuese una fiesta, cuando lo natural es esperar que esas temáticas los alcancen tarde o temprano y debiéramos prepararlos para elaborar duelos, pérdidas, frustraciones y malos ratos. Niños, niñas y adolescentes son los adultos del futuro, aunque tendamos a olvidarlo a la hora de su educación. Y en esa formación que les ofrecemos sobra ruido, ese chillido molesto en el que todos gritan y pocos escuchan; el conocimiento o desarrollo del pensamiento se reduce a un montón de información sin mediar reflexión entre datos, una abundancia que entorpece nuestro entendimiento y perdemos la capacidad de preguntarnos qué hacer con todo ello. Así es como desconocen cuestiones básicas, por ejemplo, la relación que existe entre la tecnología que usan a diario y la guerra o espionaje, o que esa misma tecnología de la que apenas se apartan, aplica algoritmos destinados a promover e incitar su consumo, porque está pensada para mantenerlos el mayor tiempo posible en pantalla “consumiendo” no importa qué contenido, impidiéndoles, de paso, cualquier encuentro con el otro.

Mientras tanto, en las escuelas los instamos a dibujar una línea cronológica que ordena la historia de la humanidad según efemérides, sugiriendo que esta está exenta de matices, que ese orden aparente no fue producto del caos y cierto azar, porque la organización mundial que conocemos surgió a partir de tropiezos, ensayos y errores, un relato que se sostiene en la lucha de poder y la idea de la supremacía de nuestra especie. Desde este lugar se entiende por qué olvidamos nutrir sus imaginarios con el respeto a la flora y fauna, perpetuando la lógica de la especie dominante sin cuestionarla, cuando el estado del mundo natural demuestra cuán equivocados estuvimos al pensar que sus recursos eran para nuestro exclusivo deleite e indiscriminada explotación. En pleno siglo XXI somos testigos, ya casi sin sorpresa, de quemas reiteradas de grandes fracciones de la selva amazónica, zona de riquezas minerales, entre otras, que recuerdan a la brutal explotación que sufrieron las tierras africanas durante el siglo XIX.

La humanidad avanza, pero parece olvidar constantemente los traumas que se infringe, como si de una generación a otra nos obligáramos a cultivar un tipo de amnesia colectiva. Así, ahondamos en una educación arcaica que desconoce buena parte de las investigaciones y descubrimientos científicos, asemejándose más a una bocina que repite como se repiten cánticos o mantras, con mínimas variaciones, cuando sabemos que el conocimiento ha prosperado muchísimo en las últimas décadas y muchachas y muchachos debieran estar al tanto para alcanzar ese grado de autonomía necesaria en la formación de sus imaginarios y opiniones. El hecho de que los dotemos de contenidos actualizados y móviles, es decir, que están siendo objeto de estudio o cuestionamiento, hará que ellos mismos se cuestionen y puedan elevar su conocimiento más allá de lo estrictamente formal o entregado por un mediador, de manera que en la línea de tiempo que dibujen no redunden los mismos errores, prejuicios, distancias entre razas, ascendencias, religiones u orientación sexual con que se educaron sus padres.

Al hablar de educación debiéramos tener el valor de preguntarnos qué entendemos por ella, qué instrumentos ponemos a disposición de niñas, niños y adolescentes, y cómo hacemos para mantener saludable la materia de la que está hecha el pensamiento. Poner a prueba el lenguaje de forma que las palabras no pierdan sentido y permitan convocar ese “sentir común”, que es, finalmente, una condición esencial para el entendimiento y vida en sociedad, además de una de las cualidades propias de la lectura. Preguntarnos por el sentido de los conceptos y sus elaboraciones, obligarlos (obligarnos) a pensar o, dicho de otro modo, a cuestionar nuestras acciones mediante el pensamiento, lo que los llevará a aceptar el compromiso con la lengua, sus enredos y matices.

Habitamos un espacio global y las crisis de un lado del planeta se replican al otro, de tal manera que los fuegos se encienden y se apagan siguiendo el curso de esta corriente globalizada. Por ello, al hablar de educación también parece necesario preguntarse de qué hablamos cuando decimos “globalización”. ¿Lo global anula lo individual? ¿De qué manera se conservan esas individualidades, esas circunstancias particulares que complican este juego de espejos? Porque lo que está bien a un lado, perfectamente puede ser innecesario o absurdo en el otro. Bajo las circunstancias actuales, parece urgente promover este tipo de debates que tensan las relaciones entre pueblos, porque existe una relación directa entre sociedades e individuos —la vida de una no se explica sin la del otro y viceversa—, pero nuevamente, educamos a niños, niñas y adolescentes como si hubiesen nacido por generación espontánea. Ellas y ellos, el conjunto de una sala de clases, tiene orígenes disímiles y es indispensable considerar esas procedencias al construir colectividad. Por ejemplo, la integración de niñas y niños migrantes en un salón de clases exige que se incorporen también sus historias, las de sus países de origen —tal como la del país en donde residen—, de este modo, cada uno puede acercarse a la realidad del otro, al “distinto a mí”, y será capaz de empatizar con su historia, compararla con la suya, entender el devenir social y las heridas en cada relato.

Especial atención merece el escaso interés que ha habido para abordar de manera adecuada, la Conquista en Latinoamérica, cuando es uno de los traumas fundacionales de todos los países que la componen y que arrastra conflictos sin resolver en muchos de ellos, como es el caso con los pueblos indígenas. Sin embargo, preferimos abultar sus imaginarios de gestas heroicas y batallas, siguiendo la lógica de los países colonizadores, no de los colonizados. En otras palabras, seguimos anclados a la lógica del subalterno, ese que no tiene voz ni parte en el asunto, como advierte la filósofa india Gayatri Spivak, lo que nos aparta del entendimiento de la realidad que nos circunda y deja sin respuesta nuestros problemas. No estaría mal que en las escuelas se preguntara por el lugar que ocupan los pueblos originarios y de qué manera esa narrativa (la propia) pudo expresarse en el relato colonizador, ¿por qué en la historia oficial el indígena se transforma en ese otro sobre el que recae nuestra desconfianza? ¿No es acaso el mismo prejuicio que manifestamos ante el extranjero o migrante? Sería interesante entender que no estábamos preparados para esa aldea global que vislumbró Marshall McLuhan en los setenta, pues el aumento de información y comunicación, lejos de unificar el mundo, generó más confusión y conflicto. Zlavoj Zizek lo resume así: