Un mundo en cada canción - Jeff Tweedy - E-Book

Un mundo en cada canción E-Book

Jeff Tweedy

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Jeff Tweedy vuelve con un libro revelador sobre 50 canciones que le cambiaron la vida. Tras Cómo componer una canción, el líder de Wilco nos regala una emocionante y vívida mezcla de recuerdos, música y fuentes de inspiración a partir de cincuenta canciones que lo han marcado como artista y como persona, las experiencias que se esconden detrás de cada una, así como lo que aprendió sobre cómo la música y la vida están indisolublemente unidas. En palabras del autor, «este libro es el que probablemente habría escrito primero de haber sido más ambicioso, y de haber tenido un poco más claro qué es lo que más me importa en este mundo y en lo que más he pensado con diferencia: las canciones de otros. Y lo mucho que me han enseñado como persona: a pensar en mí mismo y en los demás. Y que escuchar casi cualquier cosa a conciencia y con amplitud de miras puede ser una experiencia profundamente personal y de dimensiones universales. Y lo más importante de todo: cómo las canciones absorben y contribuyen a mejorar nuestras propias experiencias y almacenan nuestros recuerdos». Sin ningún tipo prejuicios musicales y alejado del esnobismo tan habitual en la crítica de rock, Tweedy habla de canciones de grupos y solistas tan dispares como The Replacements, ABBA, Deep Purple, Mavis Staples, The Velvet Underground, Joni Mitchell, Otis Redding, Dolly Parton, los Ramones, Suicide, Billie Eilish, John Cage o Rosalía.

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World Within a Song: Music That Changed My Life and Life That Changed My Music

© 2023, Jeffrey Scot Tweedy

Todos los derechos reservados, incluido el de reproducción total o parcial en cualquier forma. Esta edición ha sido publicada según acuerdo con Dutton, un sello de Penguin Publishing Group, una divisón de Penguin Random House LLC.

Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Diseño: Aina y Berta Obiols, La Japonesa

Maquetación: Endoradisseny

Composición digital: Pablo Barrio

Primera edición: Noviembre de 2023

Primera edición digital: Noviembre de 2023

© 2023, Contraediciones, S.L.

c/ Elisenda de Pinós, 22

08034 Barcelona

[email protected]

www.editorialcontra.com

© 2023, Elvira Asensi, de la traducción

© Whitten Sabbatini, del retrato del autor

ISBN: 978-84-10045-01-9

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Para Susie, Spencer y Sammy

Jeff Tweedy es el líder y miembro fundador de Wilco, uno de los grandes grupos de rock norteamericanos de los últimos tiempos, con el que ha publicado discos esenciales como Yankee Hotel Foxtrot o A Ghost Is Born, que lo han erigido como uno de los compositores de canciones más brillantes de su generación. Además de su singladura en Wilco, Tweedy fue el cofundador de Unce Tupelo y ha publicado varios álbumes en solitario. Es también el autor de Vámonos (para poder volver): Acordes y discordias con Wilco, etc., su celebrada autobiografía, y de Cómo componer una canción, publicado por esta editorial en 2021. Vive en Chicago con su familia.

@JeffTweedy

Índice

Mira…Una nota sobre las rememoranzas1. Smoke On The Water2. Long Tall GlassesEscupir en el espejo del bar3. Takin’ Care of Business4. Don’t Think Twice, It’s All Right¿Existe una medalla al mérito para la vergüenza?5. Mull of Kintyre6. Loud, Loud, LoudOliver Gothic7. Both Sides Now8. Lucky NumberEl típico tío que lleva sombrero9. Gloria10. As If It Always HappensTerry11. Somewhere over the Rainbow12. Death or GloryAlegría por el mal ajeno a granel13. My Sharona14. In Germany Before The WarLa copia sin copiar15. Dancing Queen16. The MessageOverdubs17. Balancing Act18. Frankie TeardropChevrolet Caprice Classic años setenta19. I’m Not in Love20. ConnectionEl retrete traumatizante21. Forever Paradise22. Satan, Your Kingdom Must Come DownPicadura de araña reclusa parda23. God Damn Job24. Ramblin’ ManBlue Note25. History Lesson Part II26. Little Johnny JewelAlarma escocesa27. 4’33”28. AnchorageReno (Nevada)29. (Sittin’ on) The Dock of the Bay30. You Are My SunshineRaunch Hands31. I Will Always Love You32. Wanted Dead or AliveSesión de fotos para Spin33. Before Tonight34. ShotgunClub de rock fantasma35. The Weight36. Will You Love Me TomorrowBurger King alemán37. Free Bird38. The Star-spangled BannerUn puto buque fantasma39. Radio Free Europe40. I’m Against ItCoachella41. Bizcochito42. The BeatlesAbbey Road43. Close My Eyes44. Happy BirthdayReceta de tortitas de banana45. Love Like A Wire46. I Love YouUna historia de Portland47. Who Loves the Sun48. I’m into Something GoodCorazón de cristal49. I’m Beginning to See the Light50. I’ll Take You ThereAgradecimientosCréditos de las cancionesAutorizacionesNotas

MIRA…

Voy a ser sincero contigo desde ya. No sé lo que estoy haciendo, y probablemente no sea quién para escribir otro libro, y mucho menos uno que aspira a ser tan conceptual y filosófico como este, pero la verdad es que debería haber escrito este libro primero, y lo habría hecho si hubiera tenido los medios y la confianza para hacerlo desde el principio, así que escribí unas memorias un poco por accidente. Inicialmente, fue algo que me propusieron y que de entrada me resultó absurdo, teniendo en cuenta que ni siquiera había llegado al ecuador de mi vida, según mis propios cálculos optimistas. Al final me convencieron para que lo intentara, y ahora me alegro de haber podido aceptar aquella tarea no solo como un reto, sino también como una oportunidad para ofrecer algún que otro consejillo en plan: «Aquí te dejo este rollo por si quieres echarle un vistazo en caso de que seas, como yo, una persona que intenta no sufrir demasiado». Y: «Oye, soy un idiota. No seas un idiota como yo», salpicado de algún que otro: «¡Mira tú por dónde!, ¿quién lo hubiera dicho? He sido capaz de resolver algunas de estas movidas yo solo, así que podrías probar lo que me ha funcionado a mí para no tener que acabar en el hospital o algo peor».

Al final disfruté con la experiencia lo suficiente como para escribir otro libro. Esa vez abordé más de cerca las cosas en las que más pienso y me permití incidir en el tema sobre el que me había resultado más fácil escribir en mis memorias: el proceso creativo. Más concretamente, escribí sobre la costumbre que tengo de dedicar una parte del día de manera intencionada a darle rienda suelta a la imaginación. Escribí sobre cómo crear cosas y sobre por qué pienso que es algo bueno, y que también lo es para ti.

Intenté no dar demasiados sermones y no pasarme de didáctico en ese libro, pero costaba no acabar cayendo en la filosofía de autoayuda de vez en cuando. Aun así, sinceramente, creo que hice lo correcto. A mi modo de ver, tengo la suerte de estar en disposición de defender la creatividad como una estrategia de vida. El mundo necesita más cosas de ese tipo, y yo me sentí feliz de poder hacerlo.

Así que eso nos lleva a este libro, el que tienes en tus manos o escuchas en estos momentos. Este libro es el que probablemente habría escrito primero de haber sido más ambicioso, y de haber tenido un poco más claro qué es lo que más me importa en este mundo y en lo que más he pensado con diferencia: las canciones de otros. Y lo mucho que me han enseñado como persona: a pensar en mí mismo y en los demás. Y que escuchar casi cualquier cosa a conciencia y con amplitud de miras puede ser una experiencia profundamente personal y de dimensiones universales. Y lo más importante de todo: cómo las canciones absorben y contribuyen a mejorar nuestras propias experiencias y almacenan nuestros recuerdos.

¿Cómo se me ocurrió esta lista de canciones en particular? Podría haber elegido fácilmente mil canciones más sobre las que escribir. Y al acabar ese libro, lamentaría haberme dejado en el tintero otras mil. Estas son las primeras que se me pasaron por la cabeza. Además, lo importante no son las canciones en sí; lo que me importa transmitir es lo milagrosas que son. Da igual cuánta gente escuche «A Day in the Life», porque solo hay una versión que te pertenece. La mía tiene poco que ver con la tuya. Puede que nuestras apreciaciones coincidan, pero dudo que tu relación con esa canción incluya el recuerdo de esperar a que abrieran las puertas en un concierto para todos los públicos de Jodie Foster’s Army en Laclede’s Landing, en San Luis, con un crecido río Misisipi precipitándose por Wharf Street y subiendo con fuerza hasta los escalones del Arco Gateway. O yendo hasta el culo de setas, viendo a un dúo de artistas callejeros que eran pareja cantar «A Day in the Life» mientras su hijo, un niño pequeño, da vueltas a tu alrededor marcando el ritmo de manera asombrosa con la pandereta.

Sería genial poder ver los mundos que hay dentro de las canciones que cada uno tenemos en la cabeza, pero también me encanta que todo sea tan impenetrable. Me encanta que lo que es mío no pueda ser tuyo y que, aun así, podamos considerarlo nuestro. Las canciones son la esencia de esta cualidad y, en mi opinión, son la mejor manera de hacer las paces con nuestra falta de conciencia compartida.

El trabajo de mi vida consiste en establecer conexiones a través de la música. Lo digo en serio. Aun así, ¿qué hace que valga la pena invertir tiempo en lo que yo pienso sobre las canciones de otros? Pues te diría que, si no hubiera escrito los libros anteriores, no estoy seguro de que fuera capaz de responder a esa pregunta. Pero de lo que me he dado cuenta al compartir mis pensamientos y sentimientos en mis libros es de que hay más gente que tiene pensamientos y sentimientos muy parecidos a los míos. La lección no ha sido que mi perspectiva sea tan singular que deba compartirse con los demás para iluminarlos; más bien he aprendido que no estoy solo, que no soy un bicho raro por preocuparme por esto tanto como lo hago.

La principal respuesta que he recibido a las cosas que he escrito es este comentario milagroso: «Tengo la sensación de que eso lo podría haber escrito yo». Darse cuenta de que algo tan egocéntrico y personal como un libro puede regresar de su trayecto a través todas las personas a las que consiguió llegar en el mundo con el mensaje humilde y esperanzador de que te han entendido es un descubrimiento maravilloso. Le has dado a otra persona las palabras para nombrar sus propias experiencias. La vida nunca deja de sorprenderte.

UNA NOTA SOBRE LAS REMEMORANZAS

A medida que avances en la lectura de este libro, encontrarás algunos pasajes oníricos que relatan acontecimientos concretos de mi vida. Les he puesto el nombre de «rememoranzas», y ya llevo unos años anotando de esta manera algunas de las historias de mi vida que comparto más a menudo. Su inclusión en este volumen obedece a un doble propósito. Por un lado, espero que sirvan para limpiar el paladar entre capítulo y capítulo cuando resurjamos de la espesa maleza de mis interminables cavilaciones internas sobre el peso de las canciones y busquemos un rinconcito para pensar, a modo de válvula de escape del lenguaje propio de un libro. Pero también las he incluido para ilustrar hasta qué punto mi profunda inmersión en la música ha condicionado mi forma de ver y recordar las cosas con ideas y enfoques propios de una canción. Y lo importante que es dejar que las cosas que más amamos —las cosas que hemos contemplado con más detenimiento y con más empatía y compasión— nos guíen cuando somos incapaces de resolver algo.

Creo en muy pocas cosas a pies juntillas, y entre ellas está la convicción de que amar una cosa profunda y apasionadamente es la mejor manera de abrirse al mundo. Es un poco ilógico, pero lo he visto con mis propios ojos y lo he sentido con mi corazón. Mi obsesión por la música desde una edad muy temprana pudo contribuir a que me marginara y aislara del mundo en general. Pero creo que, al entregarme a esa pasión y esa prioridad, di con la única manera de saber para qué vive la gente.

Cuando amas una cosa plenamente se convierte, de algún modo, en un amor por todas las cosas. Es algo que también he observado en otras personas, y he podido comunicarme con ellas utilizando únicamente el lenguaje que me ha enseñado la música para hablar, por ejemplo, de otra disciplina artística, de jardinería, de cómo entrenar a un equipo baloncesto universitario, de corresponsales de guerra… ya te haces una idea.

Así que he incluido estos recuerdos, cantados al son de las canciones que me rondan la cabeza. Me recuerdan lo que quiero decir y cómo se va entrelazando todo con el tiempo de manera maravillosa cuando te abres y permites que el mundo fluya en ambas direcciones a la vez: hacia dentro y hacia fuera.

1SMOKE ON THE WATER

Me gustaría poder decir que escuchar a los seis años el breve pasaje de Mozart (erróneamente identificado como Rachmaninoff) interpretado en la película Un mundo de fantasía fue el catalizador que me indujo a dedicar toda mi vida a la creación musical… O que en una reunión de la Rama Lobato de los Scouts una excéntrica lobatera me descubrió a un tal Jacques Brel o a Leonard Cohen y ya nunca volví la vista atrás, puesto que asimilé de inmediato los matices y la profundidad de los juegos de palabras y cómo unos arcos melódicos tan sencillos se funden con la eternidad…

De hecho, preferiría que te creyeras cualquier otra cosa que no fuera lo que realmente hizo mella por primera vez en mí a nivel musical. Porque la verdad es que fue «Smoke on the Water» de Deep Purple. Me da muchísima rabia reconocerlo, por múltiples razones. La principal es que, a medida que crecía y esta canción seguía pululando de manera inquietante por las ondas de la emisora de radio de rock de San Luis, cada vez se volvía más indefendible como algo que pudiera reconocer que me gustara.

Entonces todo era distinto. Al no disponer de muchas más cosas en la adolescencia que nos diferenciaran a unos de otros (había menos opciones de ropa, llevábamos los mismos zapatos y nuestras madres nos cortaban el pelo a todos), nos veíamos obligados a comunicar nuestras preferencias (ya fueras el cachas, el empollón, el pijo, etc.) a través de la música a la que profesábamos nuestro amor. Cuando estaba en plena adolescencia, esta canción, que es como un cáncer terminal de pulmón con metástasis, había evolucionado en cuanto al perfil de gente a la que le gustaba en aquel momento, hasta llegar a representar un peligro inconfundible para un chaval sensible como yo. Era como cuando a algunos insectos les salen unas alas de colores llamativos para decirles a los depredadores: «Hacedme caso, es mejor que no me jodáis». En otras palabras, esta canción pasó a ser indicativa de una cierta toxicidad.

Sin embargo, lamentablemente no puedo negar la importancia que tuvo para mí, y para muchos otros, en mi etapa de músico en ciernes. Porque el hecho es que este riff (ni siquiera estoy seguro de poder hablar del resto de la canción, teniendo en cuenta lo mucho que la he evitado en los casi cincuenta años transcurridos desde la primera vez que la escuché; sé que tiene algo que ver con Frank Zappa y alguna hazaña semiautobiográfica del grupo, pero para mí, incluso si le hubiera prestado más atención a la letra, este riff es tan lerdo y tan bestia que eclipsa el sol, así que la cháchara hippie de la letra no tiene nada que hacer)… Este riff es lo primero que toqué con una guitarra, cuando tenía siete u ocho años. Esto, amigos míos, era el «Seven Nation Army» de mi época. La probabilidad de que pudieras aprenderte tú mismo esas cuatro notas en la cuerda inferior de una guitarra en tan solo unos minutos era altísima.

Así que tengo que inclinarme ante los dioses del rock. Qué más da que hiciera falta un riff así de tonto y humillante para inculcarme un poco de fe en mí mismo como músico en potencia. Por algún sitio tenemos que empezar todos. Yo empecé con la puñetera «Smoke on the Water».

2LONG TALL GLASSES

¿Sabes?, no todo lo que acaba teniendo una profunda influencia en tu vida puede calificarse fácilmente de agradable. De hecho, creo que podría afirmar con total seguridad que es bastante raro que las lecciones de vida se impartan con júbilo y exentas de preocupaciones. Las canciones, o al menos la mayoría de las canciones que he elegido comentar en este libro, son únicas en ese sentido. Sí que son capaces de enseñar con serenidad, de crear sabiduría mientras la mente anda distraída o incluso de arrojar un poco de luz en los oscuros recovecos de alguien que se da cabezazos contra la pared.

Pero no siempre. Todavía existen importantes parcelas de conocimiento que solo se nos pueden inculcar a base de latigazos, a través de una experiencia molesta. Pongamos como ejemplo esta canción de Leo Sayer. Claro, parece bastante agradable. Y si se tomara en una dosis única, estoy casi seguro de que uno se recuperaría con relativa rapidez de sus toxinas apenas nocivas. Pero tomemos esta misma canción y pongámosla… no sé… digamos unas cuarenta y cinco veces entre las seis de la tarde y las nueve de la noche los días entre semana, y más de setenta veces al día los fines de semana. Sigamos varios meses con este ritual y tratemos de imaginar el tremendo efecto deformador que esta cancioncilla podría llegar a tener en nuestra mente.

Si no fuera porque creo que mi padre sinceramente disfrutaba con semejante rutina, me resultaría fácil corroborar la posibilidad de que el método usado para tal locura formara parte de un programa de la DARPA1 creado por el Departamento de Defensa para estudiar el potencial efecto psicotrópico inherente a la exposición prolongada a un único e insípido relato en forma de canción pop.

Si no te suena la canción… en primer lugar, ¡FELICIDADES!…, pero debería explicarte un poco de qué va. Es el relato musical de un hombre con mala suerte (cómo no) que va a parar a un establecimiento donde se ofrece comida y bebida a todo el mundo. A continuación, procede a describir dicho festín (y aquí es donde nos suelta una de las rimas más exasperantes de todos los tiempos: «There was ham and there was turkey / There was caviar / And long tall glasses / With wine up to… YAR»)2. La canción continúa un buen rato antes de que llegue la sorpresa: si quiere disfrutar del banquete que tiene ante sí, deberá bailar para conseguirlo. Pero, desgraciadamente, no sabe bailar, y se pone triste… la música también se pone triste, hasta nosotros nos ponemos tristes… pero entonces… pero ENTONCES… Alerta de spoiler: resulta que al final SÍ sabe bailar.

Increíble. En este momento de la canción, el estribillo «You know I CAN’T dance»3, cantado como si fuera un burro imitando a Bogart, se transforma en «I CAN dance!»4. Y ahí es cuando mi padre, con la sensibilidad propia del que va cocido de cerveza, saltaba de la silla y derramaba su Pabst (Extra Light) al ponerse a bailar y corear a grito pelado: «I CAN DANCE!» CADA… PUÑETERA… VEZ.

Resumiendo, ¿qué aprendí de todo aquel sufrimiento? ¿Qué hago escribiendo sobre esta canción en concreto en un libro destinado a resaltar lo mucho que me ha inspirado la música que he consumido?

Bueno, la verdad es que no estoy seguro de cómo responder a esa pregunta, pero lo que sí te puedo decir es que cuando todo esto sucedía, yo estaba seguro de estar aprendiendo a no hacer nunca ciertas cosas y a no comportarme nunca de cierta manera. Imagino que, como músico, como compositor, como padre y como ser humano.

De vez en cuando pongo esta canción, y mientras me siento a escucharla, mientras esta fruslería engreída de los arcanos del pop se abre paso por los senderos de mi mente reducida a cenizas, los recuerdos de mi padre se vuelven tan vívidos que juro que puedo olerlo. Vuelvo a estar con él, pero esta vez sin juzgarlo. Me limito simplemente a disfrutar de su alegría. Dime qué otra cosa hay en el mundo capaz de lograr eso.

ESCUPIR EN EL ESPEJO DEL BAR

Recuerdo que nuestra casa, que, según mis padres, en otra época pudo haber sido un garito clandestino, tenía un bar en el sótano con una entrada independiente, lo que concuerda con la posibilidad de que pudiera haber sido un lugar donde la gente iba a beber durante la Ley Seca. El sótano no estaba totalmente terminado, pero tenía una barra de bar larga y vieja con un gran espejo tras ella, casi como un viejo saloon del Oeste.

Recuerdo ir con un amigo al sótano y desvelarle mi plan… Había visto una película cuando era pequeño en la que el malo escupía al camarero y escupía también en el espejo que había detrás de la barra. Emulando esa película, mi amigo y yo nos pasamos toda una tarde corriendo hasta la barra, subiéndonos de un salto a un taburete y escupiendo en el espejo de detrás de la barra.

Mi padre se quedó horrorizado al llegar a casa y ver el espejo lleno de saliva. Creo que fue la única vez que me pegó.

3TAKIN’ CARE OF BUSINESS

Si en los setenta eras un chaval y tenías primos mayores que tocaban la guitarra, es muy probable que tu primer contacto con muchas canciones fuera a través de un concierto improvisado en una barbacoa o algún otro tipo de reunión familiar. Y si te tenían, como a mí, un poco protegido y sin radio, puede que la idea de que tus primos eran unos músicos y compositores increíbles hubiera adquirido fuerza.

Durante gran parte de mi infancia, me maravillaba esta canción y lo brutalmente buena que era, y también lo increíble que era que mi primo (BeBo, le llamábamos) hubiera compuesto aquella obra maestra. Era mi favorita de SUS canciones. No le estoy acusando de plagio. A ver, no es que tuviera la obligación moral de comentar cual locutor de radio las canciones que había elegido a medida que las iba tocando la tarde que fuera para que el rarito de su primo pequeño no se hiciera una idea equivocada de quién había compuesto su repertorio.

Al ponerme a pensar ahora en la cantidad de canciones magníficas que solía tocar, he estado tentado de escribir también sobre Jim Croce y «Bad, Bad Leroy Brown», pero entonces me acordé de la noche en que aquella ilusión en particular quedó destruida cuando en un telediario dieron la noticia de la muerte prematura de Croce en un accidente aéreo. Mientras emitían un montaje de imágenes de su carrera con un popurrí de sus éxitos de fondo, até cabos y deduje que Jim Croce era probablemente el autor de «Leroy Brown». Pero como no pusieron ningún tema de Bachman-Turner Overdrive, pude continuar sintiéndome orgulloso de ser pariente del tío que había compuesto «Takin’ Care of Business».

Fue una época muy entrañable. No siento especial nostalgia por esa etapa de mi infancia, pero sí que soy consciente de que esa manera de escuchar una canción por primera vez probablemente ya no se dé tan a menudo. O puede que sí… La verdad es que no lo sé… pero da la impresión de ser algo que podría haber dejado de existir por el tipo de relación relativamente nueva que todo el mundo tiene con la música hoy en día. Está omnipresente en nuestras vidas. Todo el mundo tiene acceso a tanta música que cuesta creer que, cuando por fin tuve una radio (que muy oportunamente se había «caído de un tren» en el trabajo de mi padre más o menos coincidiendo con el día en que cumplía nueve años), me quedara despierto durante horas por las noches con la esperanza de escuchar una canción que un DJ podría o no volver a poner, en la mayoría de los casos porque no me había quedado con el nombre del artista la primera vez que la había escuchado.

Espero de corazón que la gente siga tocando canciones para sus parientes más jóvenes sin desvelar quién las compuso. Porque la magia de una canción es algo que realmente merece ser difundido, y parte del mérito debería corresponder a quien sea capaz de ponerse a tocarla de manera espontánea frente a un público, independientemente de lo numeroso que sea (vale, dejando a un lado las repercusiones legales que puedan tener los derechos editoriales, por supuesto).

Lo cierto es que esta canción probablemente sea una de las más importantes de mi vida. Gracias a que mi primo BeBo se tomó la molestia de aprendérsela y cantársela a sus amigos y familiares, y a que parecía algo que cualquiera podía hacer —componer una canción y cantarla—, quedé convencido para siempre de que componer una canción y cantarla no solo era una forma de conectar con lo divino, sino que era algo normal.

No estoy seguro de haber llegado nunca a asimilar que esta canción no hubiera sido compuesta por mi primo. Y a medida que me iba haciendo mayor, mucha gente que conocía se burlaba del grupo y de la canción, pero también cabe decir que todos los grupos por los que he pasado la conocían. Y que tampoco es raro que durante una prueba de sonido o un ensayo alguien se lance a tocar esta canción sin ningún motivo en particular, y que todos sonrían cuando el resto de los músicos se une a tocarla. De hecho, tenemos una broma recurrente en el Loft, que es la sede y el estudio de grabación de Wilco. Cada vez que pruebo una guitarra nueva, lo primero que suena es el riff inicial de «TCB». Mark Greenberg, el director del estudio, deja lo que esté haciendo y ¡corre al piano más cercano a tocar las vibrantes octavas agudas que rematan el TEMAZO!

Cada vez que pasa es un verdadero placer. Cualquier canción capaz de transmitir tanta alegría al mundo merece todo mi respeto.

Gracias, BeBo.

4DON’T THINK TWICE, IT’S ALL RIGHT

Bob Dylan. Bob. Dylan. ¿Hay alguna otra persona a quien te puedas referir indistintamente por su nombre o su apellido y estar tan seguro de que alguien sabrá de quién estás hablando? No se me ocurre nadie. Normalmente es lo uno o lo otro. ¿Groucho Marx? Groucho te lo acepto, pero Marx es sin duda otro tío distinto. Bueno, ¿qué queda por decir de Bob Dylan? Pues, a juzgar por la cantidad de cosas que se escriben sobre él cada año, ¡mucho! Entre Uncut y Mojo, las dos grandes revistas de rock británicas, saldrá en portada al menos una vez cada seis meses. Probablemente porque la gente no se cansa de él, lo cual tiene sentido, porque yo tampoco me canso de él.

De hecho, no se me ocurre ningún otro artista que me guste más. Y lo reconozcan o no (o, en algunos casos, sean o no conscientes de ello), creo que todos los cantautores queremos tener un pedacito de lo que tiene Dylan: sus dotes poéticas, su prolificidad, su longevidad, su mística, ¡su pelo! Es como el tío que inventó lo de andar de pie. Aunque no sepas quién es, tendrías que saber lo mucho que le debes. A ver, yo le debo mucho, desde luego. Me refiero a Dylan. Bueno, y al tío que inventó lo de andar de pie también.

Por tanto, si nos ponemos a hablar de los múltiples atributos de Dylan que uno podría enumerar o desearía poseer, yo me definiría como un compositor que los querría tener todos. Hagamos caso omiso de aquellos que insisten en que son inmunes a la influencia de Dylan o en que ellos existen al margen del mundo que Dylan ha creado para todos nosotros, los del gremio de la canción, porque, personalmente, creo que son unos cabezas de chorlito que están equivocados.

Me podría haber limitado fácilmente a escribir solo sobre canciones de Dylan si me hubiera centrado únicamente en la importancia que tienen para mi desarrollo personal como compositor de canciones… pero «Don’t Think Twice» fue la primera canción de Dylan que me enamoró, por eso es la que he incluido.

Se publicó originalmente en el disco The Freewheelin’ Bob Dylan, en 1963, unos cuatro años antes de que yo naciera. La escuché por primera vez en Bob Dylan’s Greatest Hits Vol. II, que salió en 1971, así que supongo que este disco llegó a mí como parte de un puñado de vinilos que me fueron legados a escondidas algunos años después, lo que nos sitúa alrededor de 1974, cuando yo debía de tener unos siete años. Si menciono todo esto no lo hago para ponerme la medallita de chavalín precoz y curioso a nivel intelectual, sino porque todavía pienso en ello, y todavía puedo sentir lo poquísimo que tardé en identificarme con esta canción a un nivel muy profundo y lo extraño que resulta.

I once loved a woman

A child I am told

I gave her my heart but she wanted my soul5

¿Cómo puede un niño de siete años escuchar eso y decir: «¡ESE SOY YO!»? Pero así fue; así fue y así lo sigue siendo. ¿Por qué? La hipótesis que me parece más plausible ahora sobre por qué casi cualquiera podría identificarse con una canción que trata sobre la pérdida de una amante, como esta, es el hecho de que, básicamente, lo que dice es: «Voy a estar bien. Me siento excluido y quizá un poco enfadado porque me hayan tratado tan mal, pero ¿sabes qué?, yo soy el que tiene todo el camino por delante. Soy libre».

¿Cuán excluido debía de sentirme yo con siete años para necesitar escuchar tan desesperadamente una letra propia de Richard Nixon en su último discurso como presidente cuando dijo lo de «ya no me volveréis a tener por aquí para tratarme a patadas» como algo más liberador que autocompasivo? La respuesta es, obviamente, ¡MUY EXCLUIDO! Creo que ya nací sintiéndome excluido. Y cuando escuché esta canción, quizá fuera la primera vez que escuchara ese dolor cantado al son de una melodía que era capaz de entender.

¿EXISTE UNA MEDALLA AL MÉRITO PARA LA VERGÜENZA?

Cada vez que alguien me pregunta si he sido boy scout, le digo que no, y entonces me siento obligado a explicarle que nunca lo conseguí porque me echaron de la Rama Lobato previa humillación pública.

Esta es la historia.

Me hacía mucha ilusión construir un cochecito de carreras de madera cuando repartieron los kits en la reunión de nuestro grupo de lobatos. Se suponía que iba a ser un proyecto entre padre e hijo, pero (sabiendo lo improbable que sería que eso sucediera basándome en experiencias anteriores) lo monté todo yo solo al llegar a casa.