Cómo componer una canción - Jeff Tweedy - E-Book

Cómo componer una canción E-Book

Jeff Tweedy

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Beschreibung

Existen pocos actos creativos tan mágicos y misteriosos como el de componer una canción. Pero ¿qué ocurre si el objetivo no fuera tan misterioso y de hecho fuera alcanzable para cualquiera con ganas de experimentar más magia y creatividad en su vida? Eso es algo que todo el mundo estará capacitado para hacer después de leer Cómo componer una canción de Jeff Tweedy. ¿Por qué una canción? Porque la diferencia entre una canción y muchas no es un mero capricho semántico, sino una diferencia importante que puede hacer más sencilla una forma de arte que es manifiestamente compleja. La idea de convertirnos en Compositores, con mayúscula, puede parecer desalentador, pero si nos aproximamos a la materia de forma concentrada y autónoma, el misterio y el miedo se difuminan y el acto de componer se transforma en un objetivo excitante. Y luego está la energética y estimulante creatividad que puede desplegarse nada más empezar. Cómo componer una canción desvela a los lectores el proceso íntimo de componer una canción —tanto la letra y la música como la combinación de ambas— y nos aproxima al profundo sentimiento de asombro que pervive en el corazón de este proceso tan curioso como gratificante. Asimismo, el libro habla de la importancia de conseguir que la creatividad forme parte de nuestra vida cotidiana y de experimentar la esperanza, inspiración y gozo que están allí esperando a cualquiera que se decida a empezar a componer.

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How to Write One Song

© 2020, Jeffrey Scot Tweedy

Todos los derechos reservados, incluido el de reproducción total o parcial en cualquier forma. Esta edición ha sido publicada según acuerdo con Dutton, un sello de Penguin Publishing Group, una divisón de Penguin Random House LLC.

Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho

Diseño: Aina y Berta Obiols, La Japonesa

Maquetación: Endoradisseny

Composición digital: Pablo Barrio

Primera edición: Diciembre de 2021

Primera edición digital: Diciembre de 2021

© 2021, Contraediciones, S.L.

c/ Elisenda de Pinós, 22

08034 Barcelona

[email protected]

www.editorialcontra.com

© 2021, Elvira Asensi, de la traducción

© Whitten Sabbatini, del retrato del autor

© Words Ampersand Music (controlada por BMG Rights Management), de las letras de las canciones

ISBN: 978-84-18282-67-6

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Jeff Tweedy es el líder y miembro fundador de Wilco, uno de los grandes grupos de rock norteamericanos de los últimos tiempos, con el que ha publicado discos esenciales como Yankee Hotel Foxtrot o A Ghost Is Born, que lo han erigido como uno de los compositores de canciones más brillantes de su generación. Además de su singladura en Wilco, Tweedy fue el cofundador de Unce Tupelo y ha publicado varios álbumes en solitario. Es también el autor de Vámonos (para poder volver): Acordes y discordias con Wilco, etc., su celebrada autobiografía. Vive en Chicago con su familia.

@JeffTweedy

Me gustaría dedicar este pequeño y esperanzador libro a todas las canciones por venir. A las tuyas y a las mías. A todos esos momentos que están por llegar en los que nos encontramos ante una posibilidad que no habíamos previsto. A todas las canciones como ventanas, abiertas lo justo para que podamos escaparnos, y a todas las canciones como ventanas, cerradas y lo suficientemente nítidas a la luz tenue para ver nuestro propio reflejo y recordarnos quiénes somos. Ninguna de estas canciones por venir nos salvará por mucho tiempo. Pero hay que seguir componiendo, esperando y observando cómo la vida se nos va revelando poco a poco a lo largo del tiempo. De hecho, cada canción y cada acto de creatividad es un acto de desafío en un mundo que a menudo parece decidido a autodestruirse. Las canciones que nos quedan por componer siempre serán más importantes que las que ya hemos cantado, y, desde luego, más importantes que las canciones que nunca engendraremos. Espero que tú, querido lector, querida lectora, te tomes este libro con la intención con la que fue escrito: como una humilde petición para que compongas una canción hoy y mañana y cada día que pase. Podemos elegir entre estar del lado de la creación o rendirnos ante los poderes destructores.

Índice

IntroducciónPARTE I1. ¿Por qué?2. La parte más difícil3. Obstáculos4. Convertir la composición de canciones en un hábito5. Trabajo cotidiano6. Lo que consigues al finalPARTE II7. Empieza a componer8. Ejercicio 1. Escalera de palabras: verbos y sustantivos9. Ejercicio 2. Robar las palabras de un libro10. Ejercicio 3. Técnicas de recortes11. Ejercicio 4. Variación de la escalera de palabras: el temido adjetivo12. Ejercicio 5. Ten una conversación13. Ejercicio 6. Jugando a rimar14. Ejercicio 7. No seas tú mismoPARTE III15. Fragmentos de música16. Recomendación 1. Aprende las canciones de los demás17. Recomendación 2. Pon el cronómetro18. Recomendación 3. No seas tan crítico19. Recomendación 4. RobaPARTE IV20. ¿Puedes escuchar lo que viene a continuación?21. Grabar lo que has hecho22. ¿Te has quedado atascado?23. ¿Qué acabas de hacer? ¿Es bueno?24. Compartir tu canciónAgradecimientos

Introducción

Las canciones son un misterio. ¿Se sabe de dónde vienen? He compuesto montones de canciones y hasta la fecha lo mejor que se me ocurre decir después de haber terminado una con la que me siento satisfecho es: «¿Cómo lo he hecho?». Resulta confuso cuando eres capaz de HACER algo y no sabes exactamente CÓMO lo has hecho (y luego, de algún modo, confías en volver a hacerlo).

Creo que por eso suscita tanto misticismo el tema de la composición de canciones cuando la gente intenta hablar de ello. Oyes decir cosas como: «Yo soy solo el vehículo» o «El universo quería que tuviera esta canción». Vale, tío, lo que tú digas. Yo tengo bastante claro que sigo siendo YO el que hace el trabajo. Existe algún tipo de asociación entre mi mente consciente y mi subconsciente que da sus frutos, pero, cuando las cosas van bien, las diferencias entre ambos se desdibujan y nunca acabo de estar seguro de cuál es el que manda.

Por eso tengo la impresión de que la idea de enseñar a componer canciones se parece más a enseñar a alguien a pensar. O a tener ideas. Porque, a mi modo de ver, las canciones son mucho más parecidas a las ideas sueltas que otras obras de arte. Son difíciles de retener: son como el aire y son efímeras. Atraviesan el tiempo. Están aquí y luego desaparecen… Sin embargo, son portátiles, pueden perdurar como un recuerdo y, lo que es aún más extraño, se nos pueden meter de repente en la cabeza sin motivo alguno. Otras formas de arte, como las obras pictóricas y los libros, tienen forma física y permanencia, pero ¿de cuántas de ellas puedes tararear unos cuantos compases?

Creo que es comprensible que todos demos más o menos por sentado que las canciones, más que componerse, aparecen por arte de magia. Y tiene sentido que la gente se muestre escéptica ante la idea de que se pueda enseñar la composición de canciones. Me refiero a que es fácil ver cómo podría aplicarse un método de enseñanza paso a paso al «oficio» de componer canciones —teoría musical, formas tradicionales de las canciones, métrica—, pero en mi experiencia, eso no es más que la arquitectura. ¿Cómo se le enseña a una persona a componer el tipo de canción que hace que otra persona quiera componer una canción? Una canción de la que te puedas enamorar y que parezca ser capaz de corresponderte con su amor. ¿Eso se puede enseñar? No estoy seguro.

Pero tengo la sensación de que parte del problema recae en la magnitud que implica enseñarle a alguien a componer canciones, en plural. Creo que, en vez de ello, la única manera de enseñarle a alguien a componer canciones sería enseñándole a darse permiso para componer UNA canción. Enseñarle a enseñarse a sí mismo cómo hacerlo, empezando por una canción.

Para mí, la diferencia entre una canción y canciones no es un truco semántico que quede bonito; es una distinción importante y define con mayor precisión lo que realmente estás haciendo. Nadie compone canciones, en plural. Componen una canción, y luego otra. Y también es un recordatorio de lo que verdaderamente quieres. O de lo que yo creo que VERDADERAMENTE deberías querer, que es desaparecer; ver cómo se disipa tu concepto del tiempo, vivir al menos una vez un momento en el que ya no estás «intentando» hacer nada ni ser nada. Pasar el tiempo en un lugar donde simplemente eres. ¿ESTAMOS? VALE. Pues eso es todo… Eso es algo que no ocurre con las canciones, en plural. Solamente ocurre cuando te sumerges en el proceso de hacer una canción.

PARTE I

1¿Por qué?O ¿necesitas un motivo para componer una canción?

Por qué compongo canciones

Yo me consideraba «compositor» mucho antes de componer mi primera canción. Le decía a la gente: «¿Sabéis qué? Soy compositor», y no: «me gustaría probar suerte como compositor algún día». Simplemente: «Sip, soy compositor». ¡Menudo pirado! Creo que tenía unos siete años. Era un iluso; un iluso de siete años que había encontrado un truco interno digno de las TED Talks para alcanzar la realización personal. ¡Y funcionó! Resulta que empecé a componer canciones porque se daba el caso de que era compositor. Eso y la sensación inminente que tenía a medida que me hacía mayor de que solo era cuestión de tiempo que viniera alguien a decirme: «Oye, chaval, ¡me encantaría escuchar una de tus canciones!». Así que imagino que también me resultaba bastante motivador el deseo de NO revelarme como un auténtico fraude.

¿Te sientes identificado con eso? ¿Te gusta la idea de experimentar qué se sentiría al ser alguien que compone canciones? ¿Es tu respuesta a la pregunta de «qué quieres ser de mayor»? Puede que sin la extraña transición que va de: «Estoy pensando en ser bombero… o tal vez vaquero… Bueno, me gustaría ser algo que esté relacionado con apagar incendios, pero también me gustaría montar a caballo si fuera posible» a la disparatada convicción de: «¡Compositor! ¡Venga, abuelo, siguiente pregunta!». Puede que tu diálogo interior suene más parecido a esto: «Algún día, me encantaría ser capaz de componer canciones». Bien, pues dejemos algo claro desde el principio: ¡Eres compositor! No cabe duda, y, decididamente, lo eres tanto como lo era yo antes de haber compuesto ninguna canción. ¡Ufff! Me alegra que nos hayamos quitado este peso de encima. Pues nada, que gracias por comprar el libro.

Es broma… Jajaja. ¡Qué risa!

Perdona. Voy a abordar esto desde un enfoque distinto, porque creo que es el más cercano a la filosofía de base de este libro, y considero que vale la pena repetirlo de manera que pueda entenderse desde una perspectiva más amplia que vaya más allá de la composición de canciones. Lo cierto es que a medida que me iba haciendo mayor, se me hacía mucho más difícil decir en voz alta la respuesta a la pregunta: «¿Qué quieres ser?». A pesar de que siempre tuve bastante claro que quería escribir poemas y canciones y hacer música, siempre me costaba mucho decirle a la gente que quería ser poeta o compositor o artista. A veces me sigue pareciendo inadecuado ponerme una etiqueta de algo que considero tan extraordinario. ¿Por qué será? ¿Será falsa modestia? Lo dudo. Me parece que en estos momentos tengo el ego lo suficientemente fuerte como para tolerar cierta exaltación.

Creo que la desconexión existente tiene más que ver con la idea de «ser» algo cuando es «hacer» algo lo que resulta más gratificante. Ser algo no es tan real como lo pueda ser hacer algo. Todos tenemos una concepción diferente de lo que es un «compositor»; todos nos lo imaginamos de manera distinta. Tu «compositora» lleva boina, ¿a que sí? ¡Lo sabía! Si consigues que te quede bien una boina, entonces seguro que eres capaz de componer canciones. En cualquier caso, mi «compositor» no lleva boina ni piensa para nada que sea compositor a no ser que esté componiendo una canción. Esa es otra de las razones principales por las que quería que el hecho de centrarse en UNA canción quedara reflejado en el título de este libro. Cuando estás inmerso en el acto de la creación, cuando estás realmente centrado en esa canción en particular a la que me refiero y el estar tan concentrado te permite desaparecer (que ya hemos dejado claro que es lo ideal y lo deseable), ya no existe ninguna otra imagen ajena acerca de quién eres con la que tengas que competir. De hecho, incluso la imagen de ti mismo que tú tienes se puede tomar un respiro.

¿Así que quieres ser una estrella?

En cualquier tipo de trabajo, resulta descorazonador aspirar a SER algo frente a sentirte motivado por lo que quieres HACER. ¿Quieres ser una «estrella»? No te molestes, porque tienes todas las de perder. Incluso si lo consigues, tendrás todas las de perder, porque nunca podrás ser exactamente eso que tienes en mente. Pero, ¿qué es lo que quieres hacer? ¿Quieres tocar tu música delante de gente? Eso sí que lo puedes hacer. ¿Quieres ver si eres capaz de hacerlo mejor a la hora de tocar ante un grupo más grande de gente? Podrías hacerlo. Incluso me puedo imaginar que alguien decida crearse un personaje de lo más extravagante para experimentar con nuevos tipos de música y puede que eso acabe convirtiéndolo en una estrella de rock, pero no creo que el título de estrella de rock produzca ni de lejos la satisfacción que produce la parte del proceso creativo. Puede que sea un cliché, pero tienes que centrarte en los verbos y no en los sustantivos: en lo que quieres hacer y no en lo que quieres ser.

Simplifiquemos las cosas. Quieres que te oigan, que te escuchen; eso es algo que todos queremos. Por tanto, por estúpido que parezca, lo único que eso significa es que tienes que producir un sonido. Muchos compositores han aspirado a ser Bob Dylan, yo incluido. ¿Se trata de un deseo demasiado ambicioso? Sí y no. ¿De verdad quería SER Bob Dylan? No. Quería hacer lo que hace Bob Dylan, y al nivel más básico no había nada que me impidiera hacer lo que hace Bob Dylan, lo que no significa que pueda tocar la guitarra ni cantar de la misma manera o componer canciones de la misma manera o igual de bien que él. Solamente significa que produzco un sonido, que compongo una canción y que la canto. Como mínimo, que me escucho a mí mismo. Si te diriges a mí en busca de una fuente de inspiración porque quieres sonar como yo o «ser» yo… bueno, pues me siento halagado, pero te sorprendería lo bien que sienta escucharse a uno mismo cantar sus propias canciones.

¿Será suficiente una canción?

Por el motivo que sea, siento la necesidad de explicar claramente mi manera de diferenciar una «aspiración» de un «logro». Para mí, «aspiración» es una palabra que reservo para mis objetivos más altos, mis sueños. Creo que «aspirar» es perseguir algo que se encuentra fuera de nuestro alcance o algo que queda lejos en el tiempo. Podríamos considerarlo el objetivo final. Está más relacionado con la idea de cómo quieres que se reconozca tu trabajo. Supongo que un «logro» puede significar más o menos lo mismo, pero puntualizaría que un «logro» es algo claramente definido y alcanzable.

¡Creo que está genial tener aspiraciones! Y creo que deberías soñar a lo grande. Es difícil hacer algo que no puedas visualizar, así que cierra los ojos e imagina algo maravilloso en cada ocasión que tengas. Pero por el momento, vamos a fijarnos en lo que estás intentando lograr. ¿Estás intentando crear un conjunto de obras o bastaría con una canción, simplemente por ver lo que se siente al poder cantar tu propia canción?

Porque una canción es todo lo que necesitas para establecer una conexión. Y, en mi opinión, esa conexión es la aspiración más alta de todas. Desde mi punto de vista, no hay mucho más de valor en una canción u obra de arte. En el centro de cualquier acto creativo existe un impulso por dejar claro nuestro poderoso deseo de conectar: con otros, con nosotros mismos, con lo sagrado, ¿con Dios? Todos queremos sentirnos menos solos, y creo que el hecho de cantar una canción es una de las manifestaciones más claras que tenemos de ver cómo los humanos buscamos la calidez con nuestro arte.

Seguro que es algo que has experimentado también como oyente. Esa calidez es bidireccional. Es algo que buscamos en el tipo de arte que elegimos; en la música que escuchamos. Pero, ¿cómo haces que una canción consiga tener ese efecto? ¿Cómo puedes estar seguro de que estás produciendo esa conexión? Creo que para llegar ahí tenemos que empezar por nosotros mismos. Y considero que conectar con uno mismo requiere un esfuerzo de sintonización con los propios pensamientos y sentimientos a base de práctica o de rutina.

Antes de morir, mi padre me preguntó: «¿Cuántos años tienes?». (Mi padre nunca se caracterizó por prestar demasiada atención a las cosas.) Le contesté que tenía cincuenta años y me dijo: «Eso es fantástico. La década entre los cuarenta y cinco y los cincuenta y cinco fueron los años más productivos de toda mi vida». Y yo pensaba: «¿En qué sentido era productivo?». Mi padre dedicó toda su carrera a trabajar para la industria ferroviaria. Imagino que realizaría mejoras en la seguridad y la productividad de los ferrocarriles. Puede que reconfigurara las computadoras en la torre o algo por el estilo, porque tenía mucha experiencia en el campo de la electrónica, y considerara que su carrera era en cierto modo productiva, y con eso conectaba.

Sin embargo, siempre me he preguntado si no se referiría a otra cosa; resulta muy interesante la manera en que uno reconoce los genes y se ve reflejado en los parientes y la familia a medida que se hace mayor. Lo que sí tenía mi padre era el impulso de sentarse a escribir poesía. De vez en cuando se iba al sótano cuando estaba enfadado o molesto por algo. Se ponía a escribir un poema y luego subía al piso de arriba, medio borracho, a leer uno de lo más simplista, cargado de rimas, pero no totalmente carente de arte, sobre la compañía ferroviaria Alton & Southern Railway o un vecino nuestro que había fallecido o cualquier otra cosa que le rondara por la cabeza.

En casa no había muchos libros; apenas teníamos pretensiones sobre quiénes éramos a título familiar, y, que yo sepa, leer libros habría sido el equivalente de darse aires de grandeza. Mi padre no había acabado el instituto, ni mi madre tampoco, pero creo que ambos eran brillantes; me refiero a que eran la hostia de inteligentes. En algún momento mi padre debió de llegar a la conclusión de que necesitaba decir cosas que no significaban lo mismo ni sonaban bien si no rimaban. «Mmm… un poema. Seguro que yo podría escribir uno de esos». Probablemente los escribiría en el trabajo, mentalmente. Lo más curioso es la manera en que se permitía hacerlo. Creo que mucha gente escribe poemas mentalmente, pero no se permite ponerlos por escrito ni compartirlos. Estoy seguro de que la cerveza le confería cierta confianza; cierto impulso interior y cierto apoyo que daban como resultado aquellos recitales nocturnos. Pero cuando se sentaba a escribir —siempre lo hacía justo al acabar de trabajar— estaba totalmente sobrio y sumido en un arrebato de pura inspiración.

Quiero ser alguien que anime a otras personas a hacer eso: a tener momentos íntimos de creatividad, más allá de que luego compartan sus creaciones o no. Deberíamos tener un ejército de gente que promoviera eso. Creo que no hay nada que mole más en este mundo que cuando alguien se sale de lo que se da en llamar su condición para permitirse un momento de realización personal de «el arte por el arte». Si somos realistas acerca de lo que un objetivo final debería ser, crear algo con la única ambición de desahogarse probablemente sea lo más puro a lo que cualquiera podría aspirar.

2La parte más difícilCómo empezar

Ponte en el camino