Un secreto del pasado - Katherine Garbera - E-Book

Un secreto del pasado E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Si solo hubiera sido una noche en Las Vegas… La suerte de la organizadora de bodas Kinley Quinten cambió cuando su trabajo la llevó de vuelta a Texas, cara a cara ante el padre de su hija, el ranchero Nate Caruthers. La pasión que los había metido en un lío tres años antes seguía viva, demasiado fuerte para ignorarla. Nate no podía negarlo: sentía algo por Kinley. Pero lo que había pasado en Las Vegas, debía quedarse allí. Lástima que el cliché no se cumpliera, porque se había enamorado de la mujer cuya hija secreta iba a cambiarlo todo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Katherine Garbera

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un secreto del pasado, n.º 186 - marzo

Título original: Tycoon Cowboy’s Baby Surprise

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-219-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Jovencita, haz las maletas. Nos vamos de viaje –anunció Jacs Veerling irrumpiendo en el despacho de Kinley Quinten.

Era un rincón del amplio espacio de trabajo que compartía con Willa Miller, la otra organizadora de bodas que trabajaba para Jacs.

Jacs tenía la inteligencia de Madeleine Albright, el tipo de Sofía Vergara y el olfato para los negocios de Estée Lauder. Aunque tenía cincuenta años aparentaba diez menos y se había labrado una carrera organizando bodas fastuosas de las que los medios hablaban durante años, incluso después de que las parejas se separaran. Llevaba el pelo en una melena corta que cambiaba de color con cada estación. Como era verano, Jacs acababa de teñírselo de un tono rubio platino que hacia destacar el azul de sus ojos.

–¿Quién se va de viaje? ¿Nosotras dos o nosotras tres? –preguntó Kinley.

Con sede en el hotel y casino Chimera de Las Vegas, se encargaban de organizar las bodas que allí se celebraban, aunque el grueso de sus negocios provenía de bodas en cualquier destino internacional que sus clientes eligiesen.

–Solo tú, Kin –dijo Jacs–. Me han pedido organizar la boda de Hunter Caruthers, el chico malo reconvertido de la NFL. Se va a celebrar en tu estado natal de Texas y cuando le dije tu nombre, me dijo que te conocía. Será coser y cantar para nosotras. Creo que por eso eligió nuestra empresa en vez de alguna de Beverly Hills.

Caruthers.

Al menos era Hunter y no su hermano Nate.

–No puedo.

Willa terminó precipitadamente su llamada con un cliente y se volvió hacia Jacs, que dirigía a Kinley una de sus miradas autoritarias.

–¿Cómo? Creo que no te he oído bien.

Kinley respiró hondo y apoyó las manos en la mesa, pero no pudo contener el pánico que sentía. No tenía ninguna intención de regresar a Texas.

–No puedo. Es complicado y se trata de algo personal. No puedo ocuparme. Por favor, manda a Willa en mi lugar.

Jacs se acercó y apoyó una cadera en el borde de la mesa de Kinley, que estaba llena de catálogos de vestidos de novia y fotos de centros florales.

–Me ha pedido que te encargues tú. Ese es el único asunto personal que me importa. ¿Vas a morirte si vas a Texas?

–No, claro que no.

Kinley no quería volver a ver a Nate. Ni siquiera quería volver a ver a su padre en persona. Se conformaba con una videollamada por semana. Era suficiente para ella y para Penny, su hija de dos años.

–¿Es por tu bebé? –preguntó Jacs.

Nada más empezar a trabajar para ella le había dicho a Kinley que aunque había tomado la decisión de no tener hijos, entendía que el papel de madre era muy importante. Era muy comprensiva y flexible con las necesidades de Kinley.

–Más o menos. Acaba de empezar a ir a la guardería del casino. ¿Se trata de un viaje de fin de semana?

–No, ya te he dicho que hagas las maletas. Vas a estar fuera una buena temporada, unos seis meses. He aceptado dos clientes más de Texas, uno es de los Dallas Cowboy y el otro juega en el equipo de baloncesto de San Antonio. Creo que vas a estar muy ocupada.

–¿Dónde voy a quedarme? –preguntó Kinley, consciente de que no iba a librarse del viaje.

–He alquilado una casa en una zona muy agradable que se llama… algo así como Five Families.

Vaya nombre tan peculiar –dijo Jacs.

–¿Hay algo que pueda decir para hacerte cambiar de opinión? –preguntó Kinley.

–Lo cierto es que no. El cliente te quiere a ti y no hay motivo para que no vayas, ¿verdad?

Sí, el motivo se llamaba Nate Caruthers, el hombre que había puesto su vida patas arriba después de un fin de semana de intensa pasión y con el que había engendrado una hija. El mismo que la había interrumpido cuando lo había llamado para darle la noticia diciéndole que lo que pasaba en Las Vegas tenía que quedarse en Las Vegas. Era el hermano mayor de su nuevo cliente y seguía viviendo en el rancho familiar, a las afueras de Cole´s Hill. Claro que no quería contarle nada de eso a Jacs; no podía permitirse perder su trabajo.

Lo único tranquilizador era que Nate estaría muy ocupado llevando el rancho Rockin´C como para participar en los preparativos de la boda.

–No, no hay ningún motivo. ¿Cuándo tengo que empezar? –preguntó Kinley.

–El lunes. Le he pedido a Lori que se ocupe de todos los detalles. Viajarás en avión el viernes, así que tendrás tiempo de instalarte durante el fin de semana. He incluido a la niñera en los planes de viaje. Mantenme informada –dijo Jacs antes de darse media vuelta y salir del despacho.

Kinley se quedó mirando la foto de Penny que tenía en la mesa y sintió que el estómago se le encogía. Después de aquella desastrosa llamada a Nate, se había prometido no defraudar a Penny como la había defraudado su padre, y esperaba poder mantener esa promesa una vez volviera a Cole´s Hill. Lo único que tenía que hacer era evitar a Nate, pero sabía que en aquel pueblo sería imposible.

 

* * *

 

Nate Caruthers se sintió un poco resacoso al entrar con su F-150 en el aparcamiento de la sucursal del First National Bank de Cole´s Hill. Tomó las gafas de sol mientras apuraba el último sorbo de su Red Bull y se bajó de la camioneta. Su hermano pequeño había vuelto al pueblo y habían estado celebrándolo hasta altas horas de la madrugada.

Fue a abrir la puerta del banco, pero se la encontró cerrada. Se apoyó en la pared de ladrillo y se caló el sombrero hasta los ojos dispuesto a esperar los cinco minutos que quedaban hasta que abrieran.

–¿Nate? ¿Nate Caruthers?

Aquella voz provenía del pasado y de uno de los mejores fines de semana de su vida. Se echó hacia atrás el sombrero y enfocó la vista.

Era Kinley Quinten.

Había cambiado. Con un vestido blanco que le llegaba a medio muslo y dejaba sus brazos al descubierto, se la veía sofisticada y no como la chica juerguista con la que había pasado un fin de semana en Las Vegas tres años atrás. Recorrió con la mirada la curva de sus piernas, que terminaban en unos zapatos de tacón imposibles. Parecía sacada de uno de los catálogos de Neiman Marcus de su madre.

Se llevaban cinco años, pero eso no había importado cuando se habían encontrado en Las Vegas. Por entonces, ella tenía veintitrés años y él veintiocho.

–Levanta la vista, amigo –dijo ella.

Se apartó de la pared y esbozó lentamente una sonrisa mientras caminaba hacia ella.

–Lo siento, señorita. No esperaba verte, y menos tan guapa.

–¿Se supone que eso es un piropo? –preguntó ella mientras abría su bolso.

Sacó unas gafas de sol y enseguida se las puso.

–¿Por qué no iba a serlo? Si no estás segura, es que los hombres de California deben de estar ciegos.

–Vivo en Las Vegas –replicó cruzándose de brazos.

–¿De verdad? ¿Desde cuándo? Pensé que estabas allí celebrando que habías acabado la universidad. Deja que te invite a un café cuando acabe en el banco y nos pondremos al día.

–¿Ponernos al día? Creo que no. He venido por un asunto de trabajo, Nate. Además, creo que ya nos dijimos todo lo que teníamos que decirnos hace dos años.

La puerta del banco se abrió, dejando salir una bocanada de aire frío, y Kinley le hizo un gesto para que pasara. Él sacudió la cabeza.

–Las damas primero.

Ella resopló y pasó a su lado.

Nate se quedó observando la manera en que contoneaba las caderas con cada paso. Seguramente no le gustaría haber captado su atención, pero entonces se dio cuenta de que el director del banco también estaba mirándola.

Se puso en fila detrás de ella, a la espera de su turno en la caja.

–Siento haber sido tan imbécil por teléfono. ¿Podemos tomar un café, por favor? –preguntó.

Su madre siempre decía que para conseguir algo, había que pedirlo. Y él quería a Kinley o, al menos, pasar un rato con ella para flirtear antes de volver al rancho.

Ella suspiró.

–Muy bien, un café y ya. ¿De acuerdo?

–¿Por qué? Tal vez quieras volver a verme.

Sonrió y ella sacudió la cabeza.

–Voy a estar muy ocupada. He venido por trabajo.

–¿Qué trabajo? ¿Acaso estás trabajando en las instalaciones de la NASA?

–No, organizo bodas. Estoy aquí para organizar la boda de Hunter.

–No me fastidies.

–Pues sí.

Un extraño gesto asomó en su rostro, pero fue demasiado breve para interpretarlo.

El cajero hizo una seña a Kinley para que se acercara y Nate se quedó donde estaba, observándola. No solo había cambiado su vestuario. Reconocía un aplomo que no había advertido en ella cuando habían pasado juntos aquel fin de semana, tal vez porque ambos habían estado más concentrados en divertirse.

Kinley acabó su gestión y Nate se acercó al mostrador para hacer la suya. Cuando acabó, miró a su alrededor y vio a Kinley esperándolo a la salida.

Tenía el teléfono en la mano y estaba escribiendo un mensaje. Se había subido las gafas de sol a la cabeza y estaba concentrada tecleando. Se la veía muy seria.

Se preguntó qué habría pasado en su vida en los tres últimos años y enseguida reparó en que no tenía derecho a saberlo. Había puesto fin a su aventura porque el padre de Kinley trabajaba para su familia y él no tenía ningún interés en la monogamia ni en el compromiso.

Pero al verla otra vez había recordado lo bien que había estado aquel fin de semana y lo mucho que le había costado colgarle el teléfono cuando lo había llamado para decirle que quería volver a verlo.

Kinley levantó la vista al ver que se acercaba.

–Lo siento mucho, pero no puedo quedarme a tomar café hoy. Tengo que organizar mi oficina aquí y mi jefa ha programado una reunión con unos posibles clientes a las diez.

–¿Lo dejamos para otro día?

–Sí, eso estaría bien –respondió y le tendió la mano.

¿De veras quería estrecharle la mano? ¿Acaso creía que aquello era un asunto de negocios? Tomó su mano y reparó en lo delicada y pequeña que era al lado de la suya. Le acarició los nudillos con el dedo gordo y luego se la acercó a los labios para besarla.

–Estaremos en contacto –dijo a modo de despedida antes de darse la vuelta y salir del banco.

Se dirigió a su camioneta y al instante se dio cuenta de que la resaca se le había pasado.

 

 

Kinley apartó de su mente a Nate mientras organizaba la oficina y preparaba la sala de reuniones con los clientes. Mientras trabajaba, no dejó de mirar la hora. La guardería a la que había llevado a Penny estaba a dos manzanas de allí. Kinley quería tenerlo todo listo para su encuentro con el jugador de baloncesto y su prometida y luego ir a ver a Penny antes de la reunión.

Sus pensamientos la llevaron de nuevo con Nate.

La había sorprendido. Aunque sabía que se encontraría con él, no estaba preparada para hacerlo tan pronto. Se detuvo bajo el umbral de la puerta y se quedó mirando la mesa que había preparado con una variedad de maquetas de tartas y centros florales.

Su teléfono sonó y miró la pantalla. Era Jacs a través de la aplicación de Skype. Enseguida contestó.

–¿Me odias ahora que estás ahí? –preguntó Jacs.

–No, no te odio, pero me habría venido mejor contar con más tiempo antes de ver a los clientes esta mañana –respondió Kinley.

–Siento las prisas, jovencita, pero estos dos están deseando casarse. Quieren celebrar la boda cuanto antes y que todo sea especial. Vas a tener que echar mano de tus contactos para conseguirlo, pero confío en ti. Ella está histérica, así que no dejes que te afecte. Ya me ha echado una bronca esta mañana.

–No te preocupes. He quedado con la encargada de la pastelería local para hablar de la boda de los Caruthers-Gainer. Si no acepta el encargo, veré si puedo pedirle a Carine que venga desde Los Ángeles.

–Bien. ¿Necesitas algo de aquí? –preguntó Jacs.

–Tal vez después de la reunión de las diez. Todavía tenemos el vestido de la cancelación de los O´Neill-Peterson. Era muy exigente. Tal vez le guste a esta novia si no descubre que se diseñó para otra mujer.

–Me gusta tu idea. Le pediré a Lori que te mande por correo electrónico los bocetos para que puedas usarlos –dijo Jacs–. Que vaya bien.

Jacs colgó y Kinley echó un último vistazo a la sala de reuniones. No pudo evitar morderse el labio inferior al darse cuenta de que se estaba frotando la mano derecha, la que Nate le había besado.

Sacudió la cabeza. Una idea terrible la asaltó: no lo había olvidado. Todavía recordaba todas las cosas que habían hecho en aquella cama enorme de la suite de Las Vegas. A veces, se despertaba bañada en sudor pensando en Nate.

Por lo general, apenas tardaba un momento en apartar aquellos pensamientos. No había dejado de repetirse que no era tan guapo como recordaba, pero lo bien que le sentaban los vaqueros con los que le había visto aquella mañana le habían confirmado que sí.

Había saltado en ella, que había despertado deseos aletargados desde que había dado a luz a su hija. Tal vez Willa tenía razón: era hora de empezar a tener citas.

Sí, eso era. Buscaría a un hombre agradable, un tipo del pueblo, y lo invitaría a tomar una copa. También podía ir a un bar a ver si podía conocer a alguien, pero… ¿para hacer qué? Ya no era aquella chica juerguista.

Ahora era madre y la idea de salir y enrollarse con alguien requería demasiado esfuerzo. No era algo que le apeteciera.

Salió del despacho, tomó su bolso y las llaves y cerró la puerta al salir. Necesitaba ir a ver a Penny.

Su hija le hacía tener los pies en la tierra y recordar lo que era importante.

Mientas caminaba por las calles del centro histórico, hizo balance de lo lejos que había llegado. Cuando sus padres se divorciaron, Kinley era un chicazo, la hija del ama de llaves de una de las familias más ricas de Cole´s Hill. Ahora estaba viviendo en una de las casas que su madre solía limpiar y planeando la boda del hijo del jefe de su padre. Había recorrido un largo camino.

No había nada malo en los trabajos de sus padres, pero ella era diferente, siempre lo había sido.

Entró en la guardería y le mostraron la sala en la que Penny estaba jugando con el resto de niños de dos años. Su hija estaba en medio de un grupo que se arremolinaba alrededor de unos caballetes. Se acercó a ella y se detuvo a su lado.

–Hola, mamá –dijo la niña y soltó el rotulador para abrazar las piernas de Kinley.

–Hola, cariño –respondió acuclillándose para ponerse a la altura de Penny–. ¿Qué estás haciendo?

–Un caballito. Ese niño dice que tiene uno.

Kinley acarició un mechón pelirrojo y se lo colocó detrás de la oreja antes de besarla en la frente.

–Por aquí hay muchos ranchos.

–¿Como el de abu?

Penny había visto el rancho a través de las videollamadas que solían mantener con su padre. La última vez que habían hablado, se había llevado la tableta al establo y les había mostrado su caballo. La pequeña estaba deseando visitar a su abuelo y conocer al caballo.

–Sí, como el del abuelo. Pero el rancho no es suyo, tan solo trabaja allí.

–Quiero ir a verlo –dijo Penny.

–No sé si podremos.

No quería llevar a Penny a Rockin´C y correr el riesgo de encontrarse con Nate. No tenía intención de hablarle de la pequeña. Hacía tiempo que le había dejado muy claro dónde residía su interés, y no era en formar una familia.

–Abu vendrá al pueblo a visitarnos.

–Está bien.

Kinley esperaba que aquella fuera la última vez que Penny hablara de ir al rancho. Estuvo con su hija hasta la hora del almuerzo y se fue después de darle un beso y un abrazo.

Durante la reunión convenció a Meredith, la novia, para que echara un vistazo a los bocetos del vestido que ya tenían hecho. El diseño le gustó, aunque propuso algunos cambios. Kinley seguía dándole vueltas al asunto, de camino a la pastelería Bluebonnet para probar las tartas de la boda de los Caruthers.

Vio una camioneta que le resultó familiar con el logotipo de Rockin´C aparcada frente a la pastelería, pero trató de no sacar conclusiones precipitadas. Seguramente había varias camionetas F-150 en el rancho y aquella sería de Hunter.

Pero al entrar en la pastelería, descubrió que su intuición no le había fallado. Nate estaba junto al mostrador acompañado de su hermano mediano Ethan, Hunter y una mujer que debía de ser la prometida de Hunter. Derek, el segundo de los Caruthers, era cirujano y probablemente no había podido ir a elegir la tarta.

–Hola a todos –saludó Kinley, tratando de mostrarse profesional.

–Hola. Soy Ferrin Gainer –dijo la mujer, dando un paso hacia ella–. Es un placer conocerte.

–Estoy deseando ponerme a trabajar y ayudaros a organizar un día tan especial para vosotros. Nos van a dar a probar varias tartas en la trastienda –comentó, y señaló hacia el fondo de la tienda–. ¿Por qué no vais pasando? Enseguida estaré con vosotros.

Todos se pusieron en marcha excepto Nate, que se quedó atrás.

–¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó Kinley.

–Soy el hermano mayor del novio. Me ha pedido que viniera, así que aquí estoy –contestó Nate–. Pero antes quería hablar contigo para aclarar las cosas. Como te dije, fui un imbécil y lo siento. No quiero que nada estropee la boda de Hunter.

Del modo en que lo había dicho, sonaba razonable, y se dio cuenta de que volver a Cole´s Hill tenía más consecuencias de las que había pensado. Estaba perdiendo su toque profesional por culpa de Nate. Por un lado, porque hacía que el pulso se le acelerara. Por otro, y más importante, por el hecho de que era el padre de su hija y no se lo había contado. El precio por mantener ese secreto parecía mucho más alto de lo que había imaginado.

–Lo siento, hoy estoy de mal humor, tal vez por el cambio horario.

Solo había una hora de diferencia con Las Vegas, así que estaba exagerando.

–No te preocupes, nos pasa a todos. Después de la prueba, podíamos ir a tomar algo y charlar. Es evidente que lo necesitamos.

Ella asintió. Tenía que hablar con Pippa, la niñera, para asegurarse de que Penny podía quedarse con ella esa tarde.

–Tengo una reunión más y luego podemos vernos.

Habría sido más fácil decirle a Nate que no, si no fuera tan… agradable y encantador. Y si no tuviera a Penny. Iba a tener que tomar una decisión que pensaba que ya había tomado.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

La prueba de la tarta. Había momentos en que Nate se preguntaba qué le había pasado a su familia. Aunque no envidiaba a Hunter por su felicidad ni por su boda, a Nate le gustaban las cosas como siempre habían sido: el trabajo duro de los Caruthers, los ratos de diversión y que las madres respetables encerraran en casa a sus hijas.

–¿Qué te parece? –preguntó Hunter, llevándose a Nate aparte para poder hablar en privado un momento.

–¿El qué?

–La tarta. ¿Tienes alguna preferencia?

Nate negó con la cabeza.

–Me gusta la idea de que la tarta de tu boda tenga forma de campo de fútbol.

–De eso ya hemos hablado hace quince minutos. ¿Dónde tienes la cabeza?

Dirigió la vista hacia la atractiva pelirroja que les estaba mostrando capas y capas de glaseados. Kinley. Se le había metido en la cabeza. Salir a tomar una copa era una estupidez, pero no era propio en él echarse atrás, aunque fuera consciente de que iba en contra del sentido común.

–No lo hagas –dijo Hunter.

–¿Que no haga qué? –preguntó Nate, a pesar de que sabía muy bien de qué estaba hablando su hermano.

–Es prácticamente de la familia. Marcus es como un segundo padre para nosotros. No te líes con ella.

Demasiado tarde. Nate recordaba cada detalle del fin de semana que habían pasado juntos. Una parte de él no quería olvidarlo nunca. Otra, no podía creer que hubiera sido tan bueno como lo recordaba. Pero sabía que así era. Entonces se acordó del apretón de manos que le había dado esa mañana en el banco y de la corriente que se había establecido entre ellos al tocarse.

–Solo estoy mirando.

–Asegúrate de que eso es todo lo que haces –le advirtió Hunter.

–No acepto órdenes tuyas –dijo Nate, y le dio una palmada a su hermano en el hombro.

–Pues vas a tener que hacerlo. Ferrin quiere que esta boda sea especial y eso significa no permitir que Ethan, Derek o tú lo estropeéis. Así que pórtate bien.

–¿Cuándo hemos sido buenos?

No iba a estropear la boda de Hunter. A pesar de que el matrimonio no le interesaba, le caía bien Ferrin y le parecía perfecta para su hermano. Hunter no había disfrutado de su soltería como el resto de los Caruthers. Su novia de la universidad había sido asesinada y durante diez años Hunter había sido el principal sospechoso hasta que habían dado con el verdadero asesino. Así que lo único que les interesaba a las mujeres con las que había salido su hermano eran las emociones fuertes hasta que Ferrin había aparecido.

–No haré nada para estropear tu boda –prometió Nate.

Hunter alargó la mano y le apretó el hombro.

–Lo sé. Siempre has cuidado de mí.

–Alguien tenía que hacerlo –dijo Nate.

Quería mucho a sus hermanos y siempre los había protegido.

–¿Habéis acabado ya? –preguntó su madre.

–Sí, señora. Le estaba diciendo lo mucho que me ha gustado ese relleno de mandarina –comentó Nate, refiriéndose a la última tarta que habían probado.

–A mí también es la que más me ha gustado –dijo Ferrin.