Un toque de distinción - Katherine Garbera - E-Book
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Un toque de distinción E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

Él no buscaba piernas esbeltas ni curvas exuberantes... Deacon Prescott, propietario de uno de los casinos de Las Vegas, deseaba una mujer con clase y Kylie Smith la tenía a raudales. La encantadora divorciada tenía el don de derretirle el corazón con sólo mirarlo. Seducirla resultó fácil, de hecho, Deacon había apostado que ella accedería a casarse con él y había ganado. Pero las cosas no salieron como esperaba y de pronto el duro Deacon sólo tenía una oportunidad para salvar su matrimonio; tendría que poner en juego su corazón, algo que había prometido no hacer jamás.

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Katherine Garbera

Un toque de distinción

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Katherine Garbera

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un toque de distinción, n.º 5460 - diciembre 2016

Título original: Let It Ride

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-687-9062-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

–¿Has descubierto algo siendo mujer? –me preguntó Didi cuando aparecí frente a ella.

Todavía no me había acostumbrado a aquello de aparecer y desaparecer y, después de veinticinco años siendo un capo de la mafia, no estaba preparado para la vida después de la muerte.

Había hecho un trato con Dios. Bueno, más bien con su emisaria, que era Didi, y ahora actuaba de celestina con parejas de tortolitos.

No estaba tan mal como le hacía creer al ángel, pero es que me sacaba de quicio y no quería que supiera que me gustaba hacer buenas obras.

No me había gustado la última sorpresita que me había preparado, pues me mandó a la Tierra en el cuerpo de una mujer.

Ningún hombre debería pasar jamás por eso.

–Esta vez quiero ser hombre, pero no un viejo, ¿eh? –le dije.

–¿Fue muy duro? –me preguntó.

No me gustó su tono, pero no tenía alternativa. Estar allí era mucho mejor que estar en el infierno.

–Prefiero no contestar. Lo único que te pido es que me des una misión en la que sea un hombre.

En ese momento, se materializaron sobre la mesa un montón de sobres.

Didi me sonrió, lo que no me inspiró ninguna confianza. Aunque era un ángel, tenía una vena un tanto cruel.

–¿Qué te parecería ir a Las Vegas? –me preguntó.

–¿Me vas a poner de showgirl?

–No –se rió–. Esta vez, no.

Me estaba intentando meter miedo, pero no le iba a dar resultado porque yo me había enfrentado a hombres armados sin pestañear.

–Esta misión es especial.

Me estremecí y me pregunté si ir al Cielo merecía la pena después de todo.

–¿Cómo de especial?

–Ya lo verás –me contestó.

Abrí el sobre y leí.

La chica, Kylie Smith, era una secretaria de Los Ángeles y el chico, Deacon Prescott… era el tipo de hombre que a mí me gustaba porque había crecido en la calle y había trabajado para la mafia de Las Vegas.

–No parece difícil –le dije a Didi.

–Bien, entonces no creo que tengas problemas.

Mi cuerpo se evaporó antes de que me diera tiempo a responder. A Didi le gustaba tener siempre la última palabra, pero aquella vez no me importó porque estaba ante un casino estupendo.

Por primera vez desde mi muerte, pensé que aquello no estaba tan mal.

Capítulo Uno

 

Deacon Prescott se acercó al monitor de seguridad y vio a la mujer de sus sueños.

No le veía la cara, pero todos los demás detalles eran perfectos.

Llevaba el pelo castaño recogido en la nuca y vestía de una forma muy elegante.

Deacon acercó la cámara a ella a través del zoom.

–Perfecta –murmuró.

Era la mujer que estaba buscando. Tenía un rostro clásico y un cabello sedoso, era todo lo que esperaba en una esposa y que jamás se hubiera imaginado encontrar en el vestíbulo de su hotel casino, el Golden Dream.

La mujer estaba mirando a su alrededor.

Maldición.

Seguramente, habría ido con su novio o con su esposo. Deacon ajustó el zoom de la cámara de nuevo y se fijó en que no llevaba alianza.

Tenía los ojos verdes y unos rasgos muy delicados. Supuso que, en el mundo normal, sería una mujer normal, pero estaba fuera de lugar en el mundo vulgar en el que se movía Deacon.

Deacon tenía treinta y ocho años y ya iba siendo hora de que se casara y tuviera hijos. No lo había hecho porque no había encontrado a la mujer adecuada, una mujer que pudiera compartir la vida con él sin tener que amarla.

Vivir en Las Vegas le había enseñado que la felicidad y el amor para toda la vida no eran más que meras ilusiones.

–¿Qué miras con tanto interés?

Deacon se giró y miró a Hayden MacKenzie, Mac para los amigos, que era el dueño del Chimera Casino and Resort, el segundo mejor casino de la ciudad después del Golden Dream.

Mac era uno de los pocos amigos que Deacon tenía. Se conocían de la época en la que ambos habían vivido bordeando la legalidad y era la persona que le había enseñado que se podía vivir de otra manera.

Aquel amigo le había enseñado cómo moverse entre la gente de dinero.

–Nada –contestó Deacon.

Mac miró por encima de su hombro y observó la pantalla.

–Muy guapa esa mujer.

–A ver –intervino Angelo Mandetti.

Angelo pertenecía a la comisión del juego y estaba en el casino de Deacon haciendo una investigación para el informe anual.

Llevaba hospedado en su hotel una semana y Deacon lo respetaba profundamente porque le recordaba a un amigo que tuvo su madre cuando él era pequeño y que reparaba en el delgaducho hijo de Lorraine Prescott y le dedicaba tiempo.

Mac se hizo a un lado y Mandetti miró el monitor y silbó.

–No es cualquier mujer –dijo Deacon.

–¿A qué te refieres? –preguntó Mac.

–A nada… todavía –contestó Deacon.

Mac tenía algo que Deacon siempre había envidiado, esa confianza en que todo es fácil que tienen las personas que se han criado con todo tipo de privilegios.

Aunque tenían la misma edad, a veces, Deacon se sentía mucho mayor que su amigo.

Deacon quería seguridad y la mujer de la pantalla era la llave hacia la vida que siempre había deseado.

–Me voy a casar con ella –declaró.

–¿De verdad? –preguntó Mandetti–. Enhorabuena.

–Pero si no la conoce –se rió Mac.

–¿Entonces? –dijo Mandetti acercándose al monitor y fijándose atentamente–. No es su tipo, la verdad.

Deacon se encogió de hombros.

No lo dijo en voz alta, pero, precisamente por eso, le gustaba.

La observó mientras sacaba un libro del bolso y se ponía a leer. Deacon frunció el ceño y dudó. ¿Tendría suficiente carácter como para domar a la fiera que había dentro de él? Los hombres de honor no les eran infieles a sus mujeres, así que debía asegurarse de que hubiera atracción entre ellos antes de decidirse a hacerla su esposa.

–Ahora vuelvo.

–Esto se pone interesante.

Mac y Mandetti lo siguieron hasta la puerta.

–No, vosotros os quedáis aquí.

Mandetti levantó las manos y dio un paso atrás. Mac chasqueó la lengua y se sentó en una de las sillas de la cabina de seguridad.

–La verdad es que desde aquí lo veremos todo mucho mejor.

Deacon abandonó la habitación sin hacer ningún comentario y, mientras avanzaba por el pasillo, intentó dilucidar qué le iba a decir.

Se puso bien la corbata y abrió la puerta que conducía a otro mundo, al mundo donde había vivido desde que era un chiquillo, un mundo de luces, campanas y ruletas.

Se paró un instante para admirar su reino.

El orgullo ante lo que había conseguido se apoderó de él y se dijo que, si aquella mujer y él eran sexualmente compatibles, la seduciría sin ningún problema para que se convirtiera en la señora de Deacon Prescott, la reina de su pequeño reino.

Mientras avanzaba por el casino, tuvo que detenerse a saludar a conocidos y amigos e incluso a un proveedor con el que concertó una cita.

Cuando, por fin, llegó al vestíbulo, buscó a la mujer.

De repente, no supo qué decir y se sintió como aquel chico de la calle que había sido en el pasado, aquel chico que admiraba el glamour porque no podía tocarlo.

Echó los hombros hacia atrás y levantó la cabeza. Era Deacon Prescott, maldita sea. El hombre del año según la revista Entrepreneur durante dos años consecutivos.

Ninguna mujer le iba a impedir conseguir su objetivo.

 

 

Kylie Smith oyó que alguien se aproximaba.

El hotel del casino era un hotel de clase con encanto, pero los hombres que frecuentaban el casino no tenían tanta clase.

Ya la habían abordado cuatro mientras esperaba a su amiga.

A Kylie no le gustaba que los hombres se fijaran en ella cuando no eran bien recibidos. Sabía que no era porque fuera impresionantemente guapa sino porque estaba sola y parecía que quería ligar.

Se había recogido el pelo en una coleta, se había puesto las gafas de leer con cadenita de abuela incluida y estaba leyendo su novela clásica preferida.

Su aspecto debería de haber sido suficiente como para que aquel hombre se alejara, pero no fue así.

Tal vez, fuera Tina.

Kylie levantó la mirada del libro un segundo.

No, no era ella.

A no ser que su amiga llevara ahora mocasines de cuero italiano de caballero, lo que no le parecía muy probable.

Kylie volvió a concentrarse en The Scarlet Pimpernel.

Pero aquel hombre olía bien. Llevaba una colonia de aroma a almizcle que le dio ganas de aspirar con fuerza.

Kylie lo miró de reojo y se quedó sin aliento.

No era guapo, pero había algo arrebatador en aquellos ojos grises, algo que hacía prever una pasión oculta y un fuego interno abrasador, dos cosas que ella nunca había tenido.

Nerviosa, Kylie se subió las gafas con el dedo e intentó calmarse porque los hombres atractivos nunca le hablaban.

–Hola –la saludó aquél sin embargo.

Tenía una voz profunda que despertó algo en Kylie que ella creía dormido desde hacía mucho tiempo.

–Hola –contestó.

–¿Le importa que me siente? –preguntó el desconocido sentándose sin esperar a que ella respondiera.

–Supongo que no.

–Ya lo sabía.

–¿Ah, sí? ¿Y eso?

–Porque es el destino.

–¿El destino?

Aquel hombre no parecía precisamente de las personas que creían en el destino y dejaban todo al azar sino, más bien, un pura sangre de acero ataviado con un traje de mil dólares que lo tenía todo bajo control.

–Todo en mí es riesgo y suerte.

–Eso no tiene nada que ver con el destino, porque el destino interviene cuando algo es para ti mientras que la suerte… no necesariamente.

–Depende de si estás destinado o no a tener buena suerte.

Aquello hizo sonreír a Kylie. Aquel hombre era encantador, aunque su encanto parecía residir en una especie de ritual. Kylie tuvo la impresión de que no era la primera mujer a la que le decía aquello.

–¿Quiere cenar conmigo?

–Pero si no lo conozco de nada.

–Deacon Prescott –se presentó el desconocido poniéndose en pie.

Kylie aceptó su mano para estrechársela, pero Deacon Prescott le acarició los nudillos y se la besó con suavidad.

Kylie se estremeció.

–¿Y usted cómo se llama?

–Kylie Smith.

–¿Le importa que me quede con usted un rato, Kylie?

Kylie quería fingir que no le interesaba, pero no era cierto. De nuevo, no le dio tiempo a contestar y el desconocido ya se había vuelto a sentar a su lado.

Lo tenía muy cerca, demasiado cerca.

–¿Qué hace usted aquí? –le preguntó Deacon.

–Estoy esperando a una persona.

–¿A un hombre?

–No es asunto suyo.

–Tiene razón. ¿A qué ha venido a Las Vegas? –continuó Deacon pasando el brazo por el respaldo de la butaca.

Kylie sintió que el calor y el aroma de su cuerpo la envolvían. Ante la tentación de acercarse a él, se alejó.

–Hemos organizado un fin de semana de chicas.

Deacon sonrió y le apartó un mechón de pelo de la cara.

Kylie se estremeció de deseo.

Normalmente, no le gustaba que la tocaran y hacía mucho tiempo que nadie lo hacía a excepción de su madre, claro, que siempre la abrazaba cuando se veían una vez a la semana para tomar el aperitivo.

–Tiene usted un pelo precioso.

¿Estaba ligando con ella? Kylie nunca sabía cuándo un hombre estaba siendo educado o cuándo estaba interesado realmente en ella.

De repente, deseó ser como Tina, que pasaba de un hombre a otro disfrutando de lo que le ofrecía cada uno.

Pero ella nunca había sido así. A ella la habían educado para casarse y tener hijos y eso era lo que ella quería de verdad en la vida.

Incluso después de que su matrimonio no hubiera ido bien, seguía queriendo encontrar al hombre adecuado y tener hijos con él, pero eso no quería decir que quisiera conocerlo en Las Vegas.

Se alejó todavía más de aquel desconocido hasta el punto de que estuvo cerca de caerse de la butaca. Entonces, él la agarró del brazo y tiró de ella.

–¿Y usted que hace en Las Vegas, Deacon?

–Yo vivo aquí –contestó él como si fuera la cosa más normal del mundo.

–¿De verdad? Perdón, no hace falta que conteste a esa pregunta. Es que todas esas campanitas me tienen el cerebro trastornado.

Aquello lo hizo reír y a Kylie se le antojó que aquella risa era extraña en un hombre que parecía tan misterioso como aquél, que tenía el pelo completamente negro y la piel aceitunada.

Tenía unas manos muy grandes y en el dedo meñique de una de ellas lucía un sello de oro con una especie de insignia que Kylie no reconoció.

Kylie se dio cuenta de que lo había examinado durante demasiado tiempo y lo miró para ver si él también se había percatado de ello.

Sí, se había percatado.

El desconocido le acarició la mejilla.

¿Por qué la tocaba? Kylie pensó que debería apartarse, pero no podía hacerlo. La indefinible emoción de sus ojos la tenía atrapada y la intensidad de su mirada la hacía sentirse especial, la hacía sentirse como si fuera una princesa de cuento de hadas y él fuera el caballero dispuesto a matar dragones para protegerla.

Kylie se sentía como si no fuera la mujer prudente y seria que era sino la compañera que un hombre elegiría para una aventura de verano.

En ese momento, le sonó el estómago y se sonrojó.

–Mi invitación para cenar sigue en pie –dijo Deacon.

–Estoy leyendo un libro muy bueno –contestó Kylie pensando que aquélla era la peor excusa del mundo.

–Nunca pensé que llegaría el día en el que a una mujer un libro le parecería más interesante que yo –se lamentó Deacon.

–Es para llorar, ¿verdad? –bromeó Kylie guardando el libro en el bolso.

Iba a aceptar, pero no quería ponérselo demasiado fácil.

–Venga, será divertido –insistió Deacon.

–No sé si me apetece que sea divertido.

–Bueno, pues amigable.

Kylie había ido a Las Vegas a pasárselo bien y quedarse en el vestíbulo del hotel leyendo no era precisamente excitante.

Además, había algo en los ojos de aquel hombre que hablaba de algo más que diversión y amistad y Kylie ya estaba harta de ser siempre cauta y prudente.

–Muy bien –aceptó.

–Nos vemos aquí dentro de una hora –dijo Deacon.

–¿Una hora?

–El destino necesita tiempo.

–Entonces, no es destino de verdad.

Deacon se encogió de hombros.

–¿Con qué me voy a encontrar? –quiso saber Kylie.

–Con algo que la va a dejar con la boca abierta –contestó Deacon guiñándole un ojo y alejándose.

Capítulo Dos

 

Deacon volvió a la cabina de seguridad después de haber llamado a su secretaria para enterarse de dónde estaba alojada Kylie. Le gustó enterarse de que estaba hospedada en su propio hotel.

Había hablado con el chef del restaurante para que les preparara una cena picnic y había hablado con el botones para que le dejara el Jaguar en la puerta. Por último, llamó a la floristería para que le enviaran a Kylie un bonito ramo de flores.

–Lo está haciendo muy bien –le dijo Mandetti.

–Sí, a mí lo que más me ha gustado es cuando ha estado a punto de caerse de la butaca alejándose de ti –sonrió Mac.

Deacon no hizo caso a ninguno de los dos pues solamente podía pensar en Kylie, que había vuelto a su habitación. Gracias a Martha, sabía que era la 1812, así que eligió la cámara de aquel pasillo, pero estaba vacío.

Deacon intentó no pensar en Kylie como en una mujer sino como en un medio para alcanzar un fin, la modelo sin rostro del anuncio de Ralph Lauren que tiene un niño en brazos.

Lo malo era que no era una mujer sin rostro sino una mujer inteligente y con sentido del humor.

–Te ha dado fuerte –le dijo Mac.

–¿A qué te refieres? –preguntó Deacon.

–Al gusanillo del deseo.

–Ja. Esto no tiene nada que ver con el deseo –contestó Deacon.

Aquello no era completamente cierto, pero Deacon no hablaba nunca con su amigo de mujeres porque no tenían los mismos gustos y siempre terminaban discutiendo.

Deacon se había criado con su madre y entre bailarinas de strip-tease mientras que Mac se había criado con su padre, un hombre amargado que odiaba a las mujeres y por eso su amigo creía que todo el género femenino sólo estaba interesado en una cosa: el dinero.

Sin embargo, Deacon había visto personalmente cómo el dinero podía significar la diferencia entre la vida y la muerte de una mujer de la calle.