Una boda por amor - Helen Bianchin - E-Book
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Una boda por amor E-Book

Helen Bianchin

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Beschreibung

¿Aceptaría él un no por respuesta? Tasha estaba encantada de haberse quedado embarazada, pero decirle al empresario australiano Jared North que iba a ser padre sería lo más difícil que tendría que hacer en su vida. Llevaban tres años teniendo una apasionada relación, pero el matrimonio jamás había figurado en sus planes. Pero entonces Jared sorprendió a Tasha pidiéndole que se casara con él, y todo cambió. Tasha rechazó la petición convencida de que él solo lo hacía porque era lo más adecuado para el bebé, no porque la amara.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Helen Bianchin

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una boda por amor, n.º 1439 - noviembre 2017

Título original: The Pregnancy Proposal

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-469-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

SORPRESA y desconcierto. Esas eran las únicas emociones que Tasha podía sentir en el camino de la consulta a su coche.

Durante unos minutos interminables, permaneció sentada al volante con la mirada perdida. Mientras, las palabras del médico retumbaron en su cabeza: «Embarazada de ocho semanas».

Por Dios Santo, ¿cómo iba a estar embarazada?

Una pequeña risa histérica escapó de sus labios. Sabía muy bien cómo… Lo que no entendía era el porqué. Llevaba un tiempo tomando la píldora y no la había olvidado ni en una sola ocasión.

El doctor le había dicho que no había nada infalible, sobre todo, cuando se daban ciertas circunstancias. Y parecía que ella había pasado por una de ellas: la gastroenteritis. Durante los días que le duró, no paró de vomitar y, por lo visto, también había devuelto la píldora quedándose sin protección.

¡Dios Santo! El gemido fue inaudible al retumbar en su mente. ¿Qué iba a hacer?

Tenía veintisiete años y era una buena abogada. Tenía una carrera y un compañero y la vida bien planificada…

En su agenda no tenía previsto ningún embarazo.

Cerró los ojos y los volvió a abrir.

¡Jared! El corazón le dio un vuelco. ¿Cómo reaccionaría?

De una cosa estaba segura: su sorpresa sería tan grande como la de ella.

¿Aceptaría él su paternidad?

Por su mente pasaron unas cuantas imágenes, desde el entusiasmo y el apoyo… hasta el otro extremo de la gama de emociones.

«No», gritó una voz en su interior. Desde luego, no pensaba abortar. Sin pensarlo, se llevó una mano protectora al vientre.

No le cabía la menor duda de que aquel niño era de Jared, pero también era de ella. Y no le importaba lo que él dijera al respecto; pensaba quedárselo. La vida como madre soltera no sería un camino de rosas, pero se las arreglaría.

¿Y si Jared le ofrecía que se casaran? Claro, como si los elefantes volaran, se respondió con ironía.

Estaba claro que su relación era algo serio, que había compromiso sin la bendición del matrimonio.

Hasta aquel momento, ella había estado de acuerdo con el pacto.

Pero, ahora, había una tercera vida que tener en cuenta. Tendrían que tomar decisiones. Solo entonces sabría qué dirección tomar.

Sin pensarlo mucho, agarró su bolso y sacó el teléfono móvil. Después de mirarlo un rato, lo volvió a guardar.

Jared tenía un juicio y tendría su móvil desconectado. No podría hablar con él hasta por la tarde.

Además, ese tipo de noticias debían darse en persona, no por teléfono.

Podía preparar una cena especial, con velas, ponerse un vestido provocativo y seducirlo durante la cena. Después, soltaría la noticia durante el postre.

Pero esa noche no podía ser. De sus labios escapó una palabrota muy poco femenina al darse cuenta de que habían quedado para cenar fuera. Se trataba de una reunión organizada por el colegio de abogados, una de tantas.

Y, desde luego, no podía dejar caer la noticia mientras charlaban con sus colegas en el vestíbulo del hotel. Quizá podía susurrársela al oído entre el primer plato y el segundo. Aunque, pensándolo mejor, no era una buena idea; podía ahogarse del susto.

Lo mejor sería ser más cauto. Siempre podría ir a una boutique para bebés, comprar un par de patucos y ponérselos en la almohada. ¿No era aquello sutil?

Sin darse cuenta, la mente voló hacia el hombre que le estaba causando tantas preocupaciones… y no supo si reír o llorar.

Jared North era uno de los abogados más solicitados de Brisbane. Tenía treinta y siete años y era un hombre brillante en su campo. Con su habilidad podía hacer tartamudear al peor de los delincuentes y hacer trizas el argumento de cualquier abogado con el que se enfrentara.

Lo había conocido hacía tres años, en una cena del colegio de abogados. Su reputación lo precedía y, aunque lo había visto en foto en los periódicos, nada la había preparado para cuando lo vio en carne y hueso.

En cuanto lo divisó al otro lado de la habitación, sintió que se derretía por dentro. Su altura, sus hombros, su gallardía, cómo le sentaba el traje hecho a medida… Todo eso lo distinguía del resto de los hombres allí presentes. Tenía unas facciones perfectas. La naturaleza lo había dotado de una mandíbula cuadrada, unos pómulos marcados y una nariz griega. Era moreno y de ojos grises oscuros y tenía un aspecto casi latino debido a un antepasado andaluz. Debajo de su fachada sofisticada, había una sensualidad innata y el asomo de una promesa. Y otra cosa… algo más difícil de explicar.

Aquella primera noche, tuvo la sensación de que todo, menos él, se desvanecía a su alrededor. Solo existían aquel hombre y ella y aquello le hacía hervir la sangre y le aceleraba el corazón.

Él cruzó la habitación, caminando despacio, sin apartar en ningún momento los ojos de ella.

Tasha no recordaba muy bien lo que pasó después, ni de qué hablaron. Pero sí recordaba la impresión que le causó su voz profunda y aquella entonación que dejaba entrever una educación en el extranjero. La fascinó su boca, la curva sensual de su labio inferior, la calidez de su sonrisa…

Se trataba de hombre astuto, inteligente y peligroso, percibió ella inmediatamente, intuyendo desde aquel instante que jugaría un papel importante en su vida.

Después de tres meses saliendo juntos, Jared le sugirió que se fuera a vivir con él. Tasha aceptó, pero decidió esperar un poco más, por miedo a comprometerse demasiado rápido en una relación donde la parte más importante era el deseo físico.

Ahora, dos años después, estaban compartiendo el lujoso piso que él poseía en uno de los barrios más prestigiosos de Brisbane.

La vida estaba bien. Mejor que bien.

Casi todo el tiempo lo dedicaban a sus carreras profesionales o a ellos mismos y rara vez salían con otras personas. Jared tenía un apartamento en la Costa Dorada, a menos de una hora hacia el sur, y allí solían pasar muchos fines de semana, descansando y tomando el sol.

Nunca habían hablado de matrimonio.

Y, ahora, Tasha no quería hablar del tema a menos que fuera por la razón apropiada: amor. Ese del que dura para siempre.

El sonido de su teléfono interrumpió sus pensamientos. Tenía un mensaje para que llamara a la oficina.

A los pocos minutos, puso el BMW en marcha y tomó la carretera que llevaba a la ciudad.

Era un día precioso, el cielo estaba de un azul intenso y no había el menor rastro de nubes. El verdor del césped y las florecillas del final de la primavera coloreaban el campo y la calidez de la temperatura anunciaba el comienzo del verano.

En diez minutos, Tasha entró en el garaje de su empresa para dejar el coche en su reservado. Después, tomó el ascensor al piso decimoquinto.

La recepcionista parecía una modelo sacada de la revista Vogue. Para el despacho de abogados en el que trabajaba, la buena imagen importaba mucho. Amanda, por supuesto, contribuía a dar esa buena imagen.

–Tu cita de las dos y media va a llegar tarde; tienes algunos mensajes encima del escritorio.

–Gracias, Amanda –dijo Tasha con una sonrisa mientras se dirigía a su oficina.

El trabajo le serviría de distracción, pensó mientras hojeaba la agenda y agarraba el teléfono para dar instrucciones a su secretaria y comprobar que tenía todos los documentos listos para echarles un vistazo.

Por la mañana, estuvo con dos clientes y una reunión por la tarde puso fin a su jornada de trabajo. Cuando acabó la reunión, se sintió aliviada porque hacía ya rato que su concentración parecía haberse largado a otro planeta. Al principio, estuvo completamente concentrada; pero, después de un rato, por su mente comenzaron a pasar las imágenes del feto que el médico le había enseñado en un libro.

Tan pequeño. Tan lleno de vida.

Durante un instante, se quedó quieta, invadida por una sensación de protección tan fuerte que rayaba en lo irracional.

Después, sacó su maletín y metió algunos documentos que tenía que examinar para preparar la reunión del día siguiente. Agarró el portátil y salió de la oficina para tomar el ascensor hacia el garaje.

Lo mejor que se podía decir del tráfico en la hora punta era que se movía… Esa tarde el indicador de velocidad registró una media de diez kilómetros por hora.

El teléfono móvil sonó indicando que tenía un mensaje. Lo activó mientras esperaba en un semáforo en rojo. Era de Jared. Llegaría tarde.

Tasha no supo si sentir rabia o alivio. Una parte de ella quería ver la reacción de Jared; la otra, la temía. Ninguna de las dos tenía mucho sentido, pensó mientras aparcaba el coche en el garaje y tomaba el ascensor.

Su piso estaba situado en la última planta. Era uno de los dos áticos de un edificio de lujo en el centro de la ciudad con preciosas vistas al río. Era espacioso y tenía el suelo de mármol color crema forrado con grandes alfombras persas. Unos grandes ventanales del suelo al techo le proporcionaban mucha luz y unas preciosas vistas de toda la ciudad. Los muebles de estilo moderno también eran de color crema y el toque de color lo daban los cuadros de arte moderno que colgaban de las paredes.

El salón y el comedor eran grandes, la cocina estaba equipada con todo tipo de electrodomésticos y la habitación principal, con su baño privado, era de ensueño. Jared había equipado una habitación con estanterías repletas de libros, un escritorio y un ordenador para trabajar en casa. En otra habitación había una cama y un escritorio que Tasha utilizaba para ella. Después, había un dormitorio más para los invitados.

Tasha fue a la cocina, sacó un brick de zumo y se sirvió un vaso. Después, se hizo una tostada con queso. Hacía algunas semanas que se sentía tentada a picar todo el tiempo. ¿Sería otro síntoma del embarazo?

Tendría que comprar un libro para enterarse de todo, pensó mientras se dirigía a su habitación.

No tuvo ninguna dificultad para elegir lo que iba a ponerse esa noche. Ya había decidido que se pondría un vestido negro de noche, así que lo sacó del armario y lo dejó sobre la cama. Después, entró en el cuarto de baño para darse una ducha.

Pasó un buen rato bajo el agua y, después, se secó con una toalla. Se la enrolló alrededor de su estilizada figura y agarró el secador de mano para arreglarse el pelo. Una melena negra azabache ondulada que le llegaba por los hombros.

De maquillaje eligió una sombra de ojos suave que resaltaba las pintas doradas de su ojos marrones y un brillo de labios.

Después, volvió al dormitorio. Se puso la ropa interior y el vestido y sacó unas sandalias con tacón de aguja que añadían diez centímetros a su figura menuda.

Ya había decidido qué joyas ponerse. Estaba intentando abrocharse un colgante, cuando Jared entró en la habitación.

Sus miradas se encontraron y el estómago le dio un vuelco al descubrir la calidez de aquellos ojos grises.

Llevaba la chaqueta por los hombros y se había aflojado la corbata. Era un hombre que necesitaba afeitarse dos veces al día y, a esas horas, tenía una sombra en el mentón que le confería cierto aire peligroso.

Tasha experimentó un ligero escalofrío al reconocer la atracción tan fuerte que sentía hacia él.

La pasión, incluso la más suave, tenía la habilidad de derretirla. Todo lo que tenía que hacer era mirarla y estaba perdida.

Él se dirigió hacia donde ella estaba.

–Déjame ayudarte con eso.

Estaba cerca de ella, muy cerca.

Después, Tasha sintió un ligero estremecimiento cuando los dedos de él le rozaron la piel. Cerró los ojos y dejó escapar un gemido de placer al reconocer su aroma varonil mezclado con la colonia.

Sintió que le ponía las manos en los hombros y le daba un beso en el cuello.

–Preciosa –le susurró.

Ella percibió el tono aterciopelado de su voz y, de manera deliberada, se apartó de él.

–Si no te metes en la ducha ahora mismo, vamos a llegar tarde –dijo cortante.

Hubo un ligero silencio. Después, Jared la tomó por los hombros y la volvió hacia sí.

–¿Has tenido un mal día? –preguntó con un tono muy suave.

–Algo así.

–¿Quieres hablar del tema?

Tasha meneó la cabeza.

–No tenemos tiempo.

Él la agarró por la barbilla.

–Podemos hablar un rato.

No, no podían. Ella necesitaba tiempo si quería hacerlo bien. Debían hablar sin distracciones ni restricciones de tiempo. Sabía que si decía algo en aquel momento, él retrasaría la salida el tiempo que fuera necesario. Por un lado, quería hacerlo, lo deseaba. Pero la presencia de él en la cena de aquella noche era muy importante.

–Puede esperar –dijo con una sonrisa un poco forzada.

Él la miró con el ceño fruncido.

–De verdad –le aseguró.

–De acuerdo, más tarde.

Era una capitulación y ella ahogó un suspiro de alivio cuando vio que él dejaba el tema.

Jared se quitó la ropa y se metió en el baño.

Media hora más tarde, Tasha se metió en el asiento del copiloto del Jaguar de él y permaneció en silencio un rato. Después charlaron de temas de trabajo.

Había ganado tiempo; pero no mucho. Al final de la noche, se lo contaría todo y sabría cuáles eran su opciones.

Capítulo 2

 

EL EVENTO no fue muy distinto de los otros que solía celebrar el colegio de abogados: el lugar resultó soberbio y la comida, exquisita.

Antes de la cena, un abanico de camareras uniformadas se paseó entre los invitados con bandejas de plata repletas de canapés variados y con copas de champán y de zumo de naranja.

Todo era muy elegante, observó Tasha. Los hombres iban vestidos de esmoquin y las señoras con trajes de noche de diseño aportaban el toque de color.

Algunos colegas se pararon a saludarlos y pasaron un rato charlando con ellos. Eran personas importantes a los que Jared siempre saludaba por sus nombres, sin olvidar en ningún momento en qué despacho trabajaban.

–¿Cómo lo consigues? –le preguntó Tasha.

Él le dedicó una sonrisa que lo hacía aún más atractivo.

–Trucos mnemotécnicos –respondió con una chispa de humor en la mirada.

Durante los años que había pasado en la universidad, estudiando Derecho, había practicado mucho y, en la actualidad, su memoria era una baza a su favor; admirada y temida por todos sus colegas.

Tasha eligió un canapé de la bandeja que le estaban ofreciendo y se lo llevó a la boca, después, le dio un sorbo a su zumo de naranja; normalmente, habría elegido champán.

La cena transcurrió alegremente. La comida estuvo soberbia y sus compañeros de mesa resultaron bastante simpáticos, por lo que no le costó demasiado disimular su estado de ánimo.

Jared debió de notar algo porque, aunque no dijo nada, en más de una ocasión se lo encontró mirándola fijamente. Además, no se separó de ella en ningún momento y ella fue perfectamente consciente de él, del suave roce de su mano en la cintura, de la calidez de su sonrisa.

Solo tenía que mirarlo y sentía que el corazón se le aceleraba y las entrañas se le encogían. Era una especie de locura sensual que la consumía y la derretía.

Aquella manos fuertes y grandes podían hacer magia en ella, y con la boca… ¡Dios Santo! Solo pensar en lo que esa boca podía hacerle le hacía perder el sentido.

Como si él lo supiera, le agarró la mano y entrelazó los dedos con los de ella. Después, con el dedo pulgar le acarició la muñeca, justo donde la sangre le palpitaba acelerada. Ella le clavó suavemente las uñas en la palma.

¿Sabría él lo que le hacía? No debía de tener la menor duda, admitió. Desde la primera vez que lo había visto, había sentido ese magnetismo masculino que solo él poseía.

Había una pregunta que necesitaba una respuesta, se dijo en silencio, y era cuál sería el efecto que ella causaba en él. Sexualmente, lo que compartían era bueno. Mejor que bueno: maravilloso. Ella habría podido jurar por su propia vida que lo que él sentía no era fingido.

Pero ¿era aquello amor… o solo deseo? Tasha tuvo que reconocer que no estaba segura.

–Vámonos ya –le dijo Jared al oído–. Ya hemos cumplido.

Él entrecerró los ojos al ver la sombra de indecisión que cruzó por la cara de ella. Parecía que se encontraba mal, pensó él. ¿Sería que estaba cayendo enferma? Había admitido que había tenido un día difícil en el trabajo, lo cual no era muy propio de ella; normalmente, se crecía con cada reto.

Tasha no protestó, aunque solo de pensar en lo que iba a suceder a continuación, se le encogía el corazón.

Aún les llevó un tiempo escapar de allí porque tuvieron que despedirse de un par de colegas. Cuando por fin se montaron en el coche, permanecieron en silencio hasta que llegaron a casa al filo de la medianoche. La hora de las brujas, pensó Tasha con ironía.

–¿Quieres un café?

–No, no me apetece.

Jared se acercó a ella y miró preocupado la sombra de debilidad tan evidente en su mirada. La agarró por la barbilla y le levantó la cara.

–Llevas toda la noche con los nervios a flor de piel –dijo con voz aterciopelada–. ¿Por qué?

No le resultaba nada fácil decirle lo que le tenía que decir. Dudó un instante, pensando en las palabras que había ensayado mentalmente… en la oficina, al volver del trabajo, en el coche… y rechazó cada palabra.

–¿Tasha? –la interrogó él–. ¿Qué te ha pasado? ¿Te han puesto una multa? ¿Te has excedido con la tarjeta de crédito? –dijo intentando hacerla sonreír.

Ella miró al cielo y negó con la cabeza.

–¿No? –dijo, pasándole el pulgar por el labio inferior–. ¿Es algo serio?

¡Dios Santo!, exclamó Tasha para sí. No te lo puedes ni imaginar.

–¿Tengo que seguir haciéndote preguntas o vas a decírmelo tú solita?

Ella descartó andarse por las ramas y fue directa al grano:

–Estoy embarazada.

¿Fueron los años de práctica en los juicios los que lograron que no se le moviera ni un músculo de la cara? No mostró ni sorpresa ni desconcierto y Tasha respondió a la pregunta que creía que él debía haberle preguntado.

–Esta mañana estuve en el médico y me lo confirmó –dijo extendiendo la mano en un gesto de desamparo; después le explicó el motivo por el que había fallado la píldora–. Pensé que seguía estando enferma.