1,49 €
Peligroso juego de seducción Sage Lassiter no había necesitado a su multimillonario padre adoptivo para triunfar en la vida. Pero cuando J. D. Lassiter le dejó en herencia a su enfermera una fortuna, Sage no pudo quedarse de brazos cruzados. Estaba convencido de que la enfermera Colleen Falkner no era tan inocente como aparentaba, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera con tal de desenmascararla… aunque tuviera que seducirla. Pero el sexo salvaje podía ser un arma de doble filo, porque Colleen no solo iba a demostrarle que se equivocaba, sino que iba a derribar las defensas con las que Sage siempre había protegido celosamente su corazón.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 250
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 122 - octubre 2015
© 2014 Harlequin Books S.A.
Prueba de fuego
Título original: Beauty and the Best Man
© 2014 Harlequin Books S.A.
Una herencia misteriosa
Título original: The Black Sheep’s Inheritance
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7279-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Prueba de Fuego
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Una herencia misteriosa
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
–Tú sabes que te quiero, ¿verdad? –le preguntó Kayla Prince a la mujer que estaba sentada ante ella en la cafetería Something Hot, en Cheyenne, Wyoming.
–Lo sé.
–Y sabes que haría cualquier cosa por ti.
–Sí.
–Entonces te ruego, por lo que más quieras, que no me hagas recorrer el pasillo de la iglesia el día de tu boda con ese hombre.
Angelica Lassiter, la mejor amiga de Kayla, se echó a reír y se apartó sus rubios mechones de la cara.
–Menudo drama…
–Vamos, Angie –insistió Kayla–. ¿Por qué no haces algo original? Prueba algo nuevo… Que el padrino recorra el pasillo con la dama de honor.
–Eso sí que sería innovador.
–Pues déjame a mí ser la dama de honor. Búscate a otra madrina. Te aseguro que no me importará.
–De ninguna manera, Kayla. Tú eres mi mejor amiga y has de ser mi madrina.
–Podríamos pelearnos y reconciliarnos después de la boda –sugirió ella.
–Nosotras nunca nos peleamos –le recordó Angelica.
Desde luego que no, pensó Kayla. ¿Y por qué iba a pelearse con Angelica? Era un encanto de persona, simpática, guapa y divertida, y estaba a punto de casarse con un hombre cuyo mejor amigo sacaba a Kayla de sus casillas…
–¿Todo esto es por evitar a Matt?
Kayla miró su café con el ceño fruncido e intentó no pensar en su cobardía. Nunca había sido una cobarde. Su madre, soltera, la había educado para ser independiente desde muy pequeña y Kayla siempre había perseguido con ahínco lo que quería. Había estudiado arte en Los Ángeles, donde compartió habitación con Angelica. Era lo bastante humilde para reconocer que nunca podría llegar a ser una artista de renombre, pero sabía reconocer una obra maestra cuando la veía y había trabajado en un par de modestas galerías, adquiriendo una valiosa experiencia y formación. Si no podía ser artista, al menos viviría rodeada de arte.
Durante las vacaciones había visitado varias veces Cheyenne, la ciudad natal de Angelica, y se había enamorado del lugar y de los vastos espacios de Wyoming, hasta el punto de que no había dudado en dejar Los Ángeles y trasladarse allí cuando le ofrecieron un empleo en la Galería de Arte de Cheyenne. Rodeada de esculturas, cuadros y grabados se sentía parte del mundo creativo y podía ayudar a los artistas con talento a promocionar sus obras.
Además era, gracias a su relación con Angie, asesora de arte de la colección Lassiter. Tenía una casita de campo, un coche y una animada vida social. Incluso había salido con algunos hombres… hasta que conoció a Matt Hollis y todos esos hombres dejaron de importar lo más mínimo.
–Matt lleva nueve meses trabajando en California –dijo Angelica–. ¿No te parece tiempo suficiente para superar lo que quiera que pasara entre vosotros?
Ni remotamente.
Una mezcla de vergüenza, deseo y rabia invadió a Kayla. Un año antes, cuando Angelica y Evan se comprometieron, decidieron que sus amigos también tenían que conocerse. Y a Angie no se le ocurrió nada mejor que organizar una cita doble para los cuatro.
Fue una pesadilla.
Matt Hollis era un arrogante sabelotodo que consiguió poner a Kayla de los nervios. Arrebatadoramente atractivo, estaba acostumbrado a que las mujeres se derritieran a sus pies. Cuando Kayla logró reprimir el deseo de apretarse contra su pecho, él se lo tomó como un desafío personal y durante los dos meses siguientes siempre encontraba la manera de tocarla y arrimarse a ella cuando estaban juntos. Incluso cuando discutían, lo que sucedía a menudo, la tensión sexual entre ellos no dejaba de crecer. Y como no podía ser de otro modo, aquella tensión acabó explotando la noche en que los cuatro salieron a bailar. Al final de la velada estaban a punto de arrancarse mutuamente los ojos… pero lo que terminaron arrancándose fue la ropa. Claro que eso no tenía por qué saberlo Angie.
Como tampoco tenía que saber que aquella única y explosiva noche seguía acosando a Kayla en sueños, al igual que la marcha de Matt pocos días después a las oficinas de Lassiter Media en California, donde se había quedado los últimos nueve meses. Hasta ese momento…
–Digamos que no es mi persona favorita, ¿vale?
–Eso ya lo sé. Pero faltan dos semanas para la boda. ¿No podrías fingir un poco hasta entonces? –Angie levantó su café en un brindis–. Cuando Evan y yo nos vayamos de luna de miel, Matt volverá a California y los dos podréis seguir odiándoos a muerte como siempre.
–Yo no he dicho que lo odie a muerte –murmuró Kayla. De hecho, sería mucho más fácil si lo odiara.
Lo peor era que, a pesar de todo, de que Matt se había marchado a California sin ni siquiera darle las gracias por el buen rato compartido, de que no la había llamado y de que con toda seguridad se había olvidado de ella, Kayla seguía deseándolo con locura. Y si quería salvar su orgullo iba a tener que fingir que no había pasado nada entre ellos.
Las dos próximas semanas iban a ser muy entretenidas, desde luego…
–Ya está bien de hablar de Matt –concluyó rotundamente–. ¿Qué pasa contigo y con Evan?
Angie se encogió de hombros.
–Ocupados con los preparativos de la boda, como te puedes imaginar. Llevando la cuenta atrás hasta el gran día –miró la hora y tomó un sorbo de café–. Evan es fantástico y estamos genial. Lo siento, cariño, pero tengo que irme. Tengo una reunión dentro de veinte minutos.
–Claro. ¿Sigue en pie lo de esta noche?
–No me lo perdería por nada. Sé que te has pasado semanas preparando la exposición –se levantó y le sonrió–. Iremos todos.
Kayla se quedó rígida en el asiento.
–¿Todos?
Angie le guiñó un ojo.
–Evan, Matt y yo.
A Kayla le dio un vuelco el estómago.
–¿Por qué me castigas de ese modo?
–¡Porque es muy divertido! Además, después de la exposición Evan quiere ir a escuchar a un nuevo grupo para el banquete.
–Creía que ya habíais elegido uno.
–Y así era, pero Evan quiere algo distinto –volvió a mirar la hora y echó a andar–. Tengo que irme. Nos vemos esta noche.
Kayla la vio salir del restaurante y pensó que sus almuerzos con Angie eran cada vez más breves por culpa del trabajo. Como heredera de Lassiter Media, Angie siempre había trabajado para expandir la empresa, pero desde que unos meses antes la salud de su padre se resintiera gravemente ella había asumido sus responsabilidades y entre el trabajo y la boda apenas le quedaba tiempo.
Kayla no criticaba la dedicación de su amiga al trabajo. Ella misma disfrutaba enormemente con cada minuto que le dedicaba a la galería. Pero Angie estaba dejando de lado su vida social, y eso incluía su relación con Evan. Los dos siempre habían sido inseparables, pero últimamente apenas se veían. Y lo que más le preocupaba a Kayla era que su amiga no parecía darse cuenta.
No quería que Angie perdiera al hombre de su vida por culpa de sus ambiciones profesionales. Tal vez no fuera una postura muy feminista, pero todo el mundo tenía derecho a expresar su opinión, ¿no?
Tomó distraídamente otro sorbo de café mientras contemplaba el centro de Cheyenne. El viento aullaba con fuerza, los viandantes se arrebujaban en sus abrigos y un cielo encapotado presagiaba nieve en una ciudad que ya esperaba la primavera. Pero así era el tiempo en Wyoming. Podía nevar hasta en mayo.
–No, por favor… –murmuró para sí misma. Tener que enfrentarse a Matt Hollis ya era bastante malo sin necesidad de añadir una ventisca.
–No me necesitas para escuchar al grupo –protestó Matt mientras Evan se reía.
–No se trata del grupo –dijo Evan–. Has estado evitando a Kayla desde que llegaste.
–Evitándola exactamente no –arguyó Matt, deteniéndose en la puerta de la galería donde iban a encontrarse con Angie y Kayla. Sabía que volver a Wyoming significaba ver de nuevo a Kayla, pero su intención era elegir el momento y que no hubiera nadie más en la primera cita.
Aunque por otro lado, si Angelica y Evan estaban presentes seguramente Kayla se dignara a hablarle.
–He estado muy ocupado. Tú también trabajas para Lassiter Media y sabes lo estresante que puede ser.
–Y sin embargo yo tengo una vida –replicó su amigo.
–Últimamente no mucho, por lo que he visto. No parece que Angie y tú paséis mucho tiempo juntos.
Evan frunció el ceño.
–Siempre ha sido una adicta al trabajo, pero tienes razón. Desde que la salud de su padre empeoró no descansa ni un minuto.
–Pues no parece que a ella la incordies tanto como a mí.
Evan se echó a reír.
–No puedo creerlo…
–¿De qué estás hablando?
–Nunca te he visto acobardarte ante nada, pero la perspectiva de volver a ver a Kayla te provoca escalofríos. ¿Qué demonios pasó entre vosotros?
Matt se pasó la mano por el pelo y giró la cara hacia el viento.
–Es una larga historia que no me interesa compartir con nadie, gracias.
–Qué susceptible eres.
–No te haces una idea.
–Pero ella no tiene por qué gustarte –insistió Evan, agarrándose el abrigo para protegerse del frío–. Basta con que seas educado.
Educado…
Mark reprimió una carcajada sarcástica. El problema no sería ser educado con Kayla, sino mantener las distancias.
Se había pasado los últimos nueve meses dirigiendo el departamento de marketing de Lassiter Media en California. El ascenso y el traslado a Los Ángeles le habían permitido poner distancia entre él y Kayla, por lo que había aceptado el puesto sin dudarlo. Si se hubiera quedado en Cheyenne nunca habría podido recuperar el control de sus pensamientos y emociones.
Kayla lo había deslumbrado en todos los aspectos. La química había prendido entre ellos desde el primer momento, y llevaba grabada en el alma la única noche que habían compartido. Nunca antes ni después había experimentado algo semejante. Kayla había puesto su mundo del revés y lo había empujado a huir en busca de tiempo y espacio.
Pero no le había servido de nada. Seguía deseándola.
Entró detrás de Evan en la galería y al instante se vio envuelto por el calor, la música clásica de fondo y el murmullo de las conversaciones. Una multitud de personas, todas impecablemente vestidas con esmóquines y brillantes vestidos, atestaba la elegante sala y admiraba los cuadros, fotografías y estatuas de madera, metal y mármol.
Matt apenas se fijó en las obras de arte. Se quitó el abrigo y miró a su alrededor en busca de una mujer en particular. La mujer que llevaba acosándolo en sueños durante nueve largos meses. Cuando finalmente la localizó sintió una extraña mezcla de alivio y excitación que se le propagó rápidamente por el interior como si de un virus se tratara, hasta el punto de que casi le impidió respirar.
Sus cabellos rizados, a la altura de los hombros, invitaban a entrelazar los dedos entre la sedosa cortina castaña. Kayla destacaba entre un mar de personas sofisticadas y elegantes. El vestido negro le acentuaba la blancura de la piel y se le ceñía a unas curvas que Matt ansiaba volver a explorar. Cuando ella se giró y sus miradas se encontraron a lo largo de la galería, Matt advirtió un destello fugaz de asombro y placer en sus ojos azules, antes de quedar oculto bajo una máscara de frialdad profesionalidad. Lo que permaneció visible, sin embargo, fue el color que encendió sus mejillas y que no manifestaba deseo ni vergüenza, sino una irascibilidad que Matt encontró increíblemente excitante.
–Ahí está Angelica, junto a esa escultura que parece un pájaro –dijo Evan–. Luego nos vemos, ¿de acuerdo?
Matt asintió, sin apartar la mirada de Kayla. La gente pasaba entre ambos y obstaculizaba el contacto visual, pero nada podría interrumpir la conexión que volvía a prender entre ellos.
Y también ella lo sentía, como quedaba de manifiesto en sus ojos y en sus carnosos labios. Lo sentía y no estaba nada satisfecha con ello. Matt tuvo que reprimir una sonrisa, complacido al saber que no era el único que estaba hecho un lío. Kayla no era una mujer fácil de entender.
Era una de las cosas que más le gustaba de ella.
Casi todas las mujeres con las que se había relacionado eran demasiado simples o superficiales, y solo buscaban su compañía porque Matt tenía contactos con los ricos y famosos. Pero Kayla era diferente. Ella buscaba y encontraba la belleza en los lugares más insospechados y no le interesaban para nada los contactos sociales de Matt.
Lo deseaba a él. Y el desconcierto no podía ser mayor. Sobre todo porque desde el primer momento él había sentido lo mismo por ella.
Nunca había conocido a nadie con esa habilidad para traspasar sus defensas y ponerlo de rodillas.
Los recuerdos y sensaciones lo invadieron. Las discusiones, las charlas, la creciente tensión cuando estaban juntos… Y sobre todo, la noche que habían compartido. La atracción salvaje que había avivado una pasión frenética. El deseo descontrolado que había barrido el sentido común.
Bastaba el recuerdo de aquella noche para que se le revolucionaran las hormonas y se pusiera duro como una piedra. Nueve meses sin verla y seguía tan viva en su mente como la mañana después.
Por eso se había marchado. El amor no formaba parte del juego. Su única preocupación era su carrera, y no iba a permitir que nada ni nadie lo apartase del camino que se había trazado desde la universidad.
Pero… cuánto la había echado de menos.
Ella levantó el mentón, se apartó el pelo de la cara y echó a andar hacia él. La gente pareció abrirle paso como si todo estuviera orquestado. El aura de sensualidad y seguridad que desprendía era irresistible, tan poderosa como una corriente eléctrica que cargaba el aire a su alrededor.
El taconeo en el suelo de mármol resonó en sus oídos como una sucesión de disparos, apagando el murmullo de las conversaciones. Kayla no titubeó ni se detuvo hasta estar frente a él. Su perfume lo envolvió, y el destello de sus ojos le recordó a Matt el enorme riesgo que estaba corriendo.
–Has venido por la boda –su voz era suave y fría, como él la recordaba.
–Sí.
–¿Y luego te vuelves a Los Ángeles?
–Allí es donde vivo, Kayla.
Ella asintió, se cruzó de brazos y miró a su alrededor.
–Evan te ha traído por la fuerza, ¿verdad?
–No –mintió él. Aunque Evan no hubiera insistido, no habría podido pasar mucho tiempo sin verla.
–No, claro. No hay nada que te guste más que una exposición de arte –dijo ella con una media sonrisa.
Matt se rio. También había echado de menos los duelos verbales.
–Has descubierto mi debilidad –dijo medio en broma. Normalmente no había perdido tiempo visitando una galería de arte, pero observar a Kayla con los mecenas era un espectáculo digno de verse. ¿Qué hombre no se quedaría fascinado con el talento que demostraba y con el amor por el arte reflejándose en sus ojos?
–Bueno, ¿y qué te ha parecido California?
Matt se sacudió mentalmente. Un hombre tenía que concentrarse para hablar con Kayla.
–Hay mucha gente.
–¿No te encanta el sol y el glamour?
–El sol acaba cansando, y estoy demasiado ocupado para que me interese el glamour.
–Ya… –dio unos golpecitos con la punta del pie en el suelo de mármol–. ¿Y qué es lo que te interesa, Matt?
–Tú.
La palabra brotó de sus labios antes de que pudiera impedirlo, y los ojos de Kayla reflejaron un breve asombro rápidamente sustituido por el escepticismo. Pero él solo le había dicho la verdad. Estaba interesado en ella. Tanto que había preferido mantenerse a distancia en vez de enfrentarse a lo que podía significar para él. Tanto que estar allí, frente a ella, y no poder tocarla era una tortura insufrible.
–No… –murmuró ella.
Buen comienzo, se dijo él.
–Oye, Kayla, ya que estoy aquí…
–Llevas aquí unos días, ¿no?
–Sí…
–¿Y tan ocupado estás que no puedes ni hacer una llamada?
Su actitud no sorprendió a Matt. Kayla Prince no era el tipo de mujer tímida y retraída que se anduviera por las ramas. Con ella siempre estaba clara la situación, fuera cual fuera.
–¿De verdad quieres hacerlo aquí? ¿Ahora?
Ella pareció recordar dónde se encontraban y respiró profundamente.
–Tienes razón. No quiero hacerlo. Ni ahora ni nunca.
–Mentirosa.
Ella se puso colorada por la indignación.
–No tienes derecho a esperar nada de mí.
–No he dicho que lo tuviera –corroboró él tranquilamente–. Pero los dos sabemos que tenemos que hablar de lo ocurrido.
–No, no tenemos que hablar –sacudió enérgicamente la cabeza, agitando sus largos cabellos–. Aquello acabó hace nueve meses, Matt.
–Kayla…
Ella volvió a negar con la cabeza.
–¿No te parece irónico?
–¿El qué?
–Hace nueve meses te marchaste sin decir palabra ¿y ahora quieres hablar?
–Vamos, Kayla… –insistió él, cada vez más irritado.
–No –dio un paso atrás como si tuviera que mantener la distancia física además de la emocional–. Tenemos que asistir a la misma boda, y eso es todo lo que vamos a compartir, Matt. Vamos a pasar los próximos días con la mayor dignidad posible, ¿de acuerdo?
Era mucho lo que Matt quería decirle, y aún más lo que necesitaba decirle, pero como él mismo había señalado no eran el lugar ni el momento apropiados.
–Y ahora –dijo ella con su mejor sonrisa profesional–, toma un poco de champán, admira la obra de nuestros artistas y disfruta de la velada.
Sí, pensó Matt mientras la veía alejarse entre la multitud, encandilando a hombres y mujeres por igual. Iba a disfrutar mucho teniendo que sofocar las llamas que lo consumían por dentro y el deseo salvaje de cargársela al hombro y sacarla de allí.
***
Para cuando llegaron al club donde tocaba el grupo que quería escuchar Evan, todos los nervios de Kayla estaban en máxima alerta. La sensación de que Matt no le quitaba los ojos de encima le había impedido concentrarse en su trabajo, y aunque la exposición había sido un éxito en más de una ocasión tuvo que contenerse para no buscarlo con la mirada.
¿Por qué demonios tenía que ser tan endiabladamente atractivo? Su piel había adquirido un fabuloso bronceado que le resaltaba aún más los increíbles ojos verdes.
Había conseguido mantenerse alejada de él durante toda la exposición, pero estando los cuatro en torno a una mesa minúscula en el bar Matt no perdía la ocasión para rozarle la pierna con la suya. Cada roce le hacía estremecerse, y no pensaba que Angie se creyera la excusa del frío. Aquellos temblores no los provocaba la gélida temperatura del exterior, sino el calor que solo Matt podía prenderle en el interior.
Maldición…
Afortunadamente apenas habían podido hablar, gracias a que el grupo había estado tocando ininterrumpidamente desde su llegada. Pero nada más pensarlo la música cesó y el cantante anunció que iban a tomarse un descanso. El silencio se hizo en el local, hasta que unos segundos después empezaron a oírse risas y charlas en las mesas circundantes.
Era la ocasión para marcharse, pensó Kayla. Pero Angie se le adelantó.
–Evan y yo nos vamos a casa. Creo que ya hemos oído bastante, ¿no?
–Sí –confirmó Evan–. Nos quedaremos con el grupo que habíamos contratado.
Kayla miró con desconfianza a su amiga y alcanzó a ver la sonrisa fugaz que intercambiaba con su novio. Justo como se temía… Angie lo había preparado todo para volver a juntarlos a ella y a Matt.
Pues no le iba a servir de nada. Agarró el bolso dispuesta a marcharse ella también, pero su amiga la detuvo.
–Kayla, ¿por qué no os quedáis Matt y tú un rato más? Puede que el grupo mejore.
–No creo que…
–Por supuesto –la interrumpió Matt, poniéndole una mano en el brazo.
Ella intentó ignorar el chisporroteo que le subió por el brazo y se le propagó por el pecho. Un simple roce y la hacía arder de deseo… ¿Cómo se podía ser tan patética? No podía confiar en un hombre que le había dejado muy claro que no estaba interesado en ella, pero su cuerpo seguía sin aprender la lección nueve meses después.
–Estupendo –dijo Evan, agarrando a Angie de la mano–. Nos vemos.
Al quedarse los dos solos, Kayla tomó un sorbo de vino y dejó la copa.
–Está bien, di lo que tengas que decir y acabemos de una vez.
–Yo también me alegro de verte.
Kayla soltó una prolongada espiración.
–Creo que ya hemos pasado la fase de las formalidades, ¿no?
–Como quieras –le colocó la mano sobre la suya y se la retuvo cuando ella intentó retirarla–. Hablemos de aquella noche.
A Kayla la ardió la sangre en las venas.
–Preferiría que no.
–Lástima.
Ella lo miró y él le apretó la mano con más fuerza.
–Suéltame, Matt –le ordenó entre dientes.
–Si lo hago te irás.
–¿Has olvidado que fuiste tú quien ya se fue una vez?
Él frunció el ceño.
–No. ¿Y tú has olvidado que me habían ofrecido un ascenso?
–Lo que recuerdo es que ni te molestaste en llamarme antes de irte.
Aquello sí que no podía refutarlo.
–Además –continuó ella–, ¿por qué iba a irme? No me das miedo.
–Mentirosa.
Kayla volvió a ponerse firme. No le tenía miedo a Matt, sino a lo que sentía por él. Pero por nada del mundo se lo confesaría. No iba a darle más munición que pudiera usar contra ella. Le gustara admitirlo, seguía siendo extremadamente vulnerable ante él. Los últimos meses habían sido un infierno y no podía exponerse a más sufrimiento.
A su alrededor la gente reía y charlaba animadamente, y las camareras desfilaban entre las mesas sirviendo platos y bebidas. Kayla miró a Matt a los ojos y reprimió el impulso de apartarle un mechón castaño de la frente. Él le deslizó los dedos por la piel y ella tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no flaquear.
–No llamé –dijo él simplemente.
–Eso ya lo sé –replicó ella. El recuerdo era tan vívido que seguía traspasándole el corazón, despertando las ridículas fantasías que le había dejado su única noche con Matt. Los dos meses previos habían sido un ascenso de tensión y provocaciones mutuas, hasta que la pasión acumulada explotó con tal violencia que Kayla seguía sufriendo las secuelas, despertándose en mitad de la noche con un deseo imposible de aplacar.
–Iba a hacerlo –dijo él.
–No me digas… ¿Y qué te lo impidió? ¿Fuiste abducido por extraterrestres o algo así?
–No exactamente –respondió él con una media sonrisa.
–¿Entonces qué? ¿Te rompiste el dedo al marcar? ¿No pudiste encontrar un teléfono? –era consciente de lo resentida que se mostraba, pero no podía maquillar el dolor y el rencor acumulados durante nueve largos meses.
–Nada de eso –Matt mantenía un tono de voz bajo a pesar del ruido de fondo. Se pasó una mano por sus espesos cabellos castaños y la miró fijamente a los ojos–. Es complicado.
–¿Tan complicado que no te bastan nueve meses para encontrar una explicación?
–Sí –admitió él–. Más o menos.
No le estaba diciendo nada nuevo, ni siquiera se molestaba en darle explicaciones, y ella no iba a quedarse allí sentada fingiendo que no le importaba.
–Muy bien –volvió a levantarse y esa vez él no intentó detenerla–. Me alegra que ya esté todo aclarado.
–¿Adónde vas?
–A casa –miró a su alrededor–. No tiene mucho sentido quedarse aquí.
–Supongo que no –corroboró él, y también se levantó. Dejó un par de billetes en la mesa y agarró a Kayla por el codo para llevarla hacia la puerta. Ella intentó zafarse, pero él no la soltó hasta que salieron del local.
–Adiós, Matt.
–Te llevo a casa.
A Kayla le dio un vuelco el corazón.
–No es necesario. Tengo el coche aquí.
–Muy bien. Te seguiré.
–No es necesario –repitió ella. Intentó pasar a su lado, pero él le cortó el paso.
–Para mí sí lo es.
–Discúlpame si me importa un bledo lo que sea necesario para ti.
–Puedes seguir poniéndomelo difícil o puedes escucharme en algún sitio más privado… Tú decides.
Kayla no sabía qué hacer. Por un lado quería saber por qué Matt se había esfumado después de la que para ella había sido la noche más mágica, romántica y trascendental de su vida. Pero por otro no quería darle la satisfacción de demostrarle interés alguno. Por desgracia, cuanto más lo miraba a los ojos más se convencía de que nunca podría superarlo si no recibía las respuestas que tanto necesitaba.
–De acuerdo. Puedes seguirme a casa.
–¿Sigues viviendo en el mismo sitio?
–Sí –en su pequeña casa de campo a las afueras de Cheyenne.
–Está bien. Hablaremos allí.
Kayla reprimió una exclamación de júbilo.
¿Qué demonios iba a decirle?, se preguntaba sin cesar Matt durante el corto trayecto a casa de Kayla. No había una manera fácil de confesarle hasta qué punto le había afectado haberla conocido y haberse acostado con ella.
Ella era el motivo por el que había aceptado el ascenso y se había trasladado a California. Y aún más importante, era el motivo por el que Cheyenne seguía atormentándolo. No había sido capaz de sacársela de la cabeza ni de convencerse de que no era más que otra mujer. Una señal pasajera en el radar que le había permitido evitar el compromiso durante toda su vida.
Por eso la conmoción había sido tan grande. Estaba tan acostumbrado a las aventuras esporádicas que cuando conoció a Kayla se quedó completamente desconcertado. Durante los dos primeros meses había intentado convencerse de que no había nada especial en ella y que su reacción era desproporcionada porque siempre lo estaba sacando de sus casillas. Pero aquella irritación solo alimentaba una tensión sexual cada vez mayor.
Y cuando se vio encima de ella, debajo de ella, dentro de ella… no pudo seguir engañándose. Kayla era diferente. Era especial.
Y él no estaba listo para alguien especial.
La pregunta era ¿lo estaba después de nueve meses?
Y en el caso de que lo estuviera, ¿podría convencerla para que se fuera con él a California? ¿O volvería él a Cheyenne y se olvidaría de su carrera?
Aparcó frente a la casita de Kayla. La última vez que estuvo allí era verano y los parterres estaban llenos de flores. Pero el invierno se resistía a acabar y el jardín ofrecía un aspecto triste y embarrado. Vio a Kayla abrir la puerta bajo la luz del porche y se apresuró a entrar tras ella.
La casa seguía tal y como la recordaba, pequeña y acogedora, decorada con obras de arte local y con un sofá verde y dos sillones frente a una chimenea de piedra.
Matt dejó el abrigo en el sofá y se giró hacia aquellos increíbles ojos azules que nunca habían dejado de fascinarlo.
–Eres condenadamente hermosa –murmuró sin pensar.
Ella se tambaleó ligeramente.
–No me digas eso. Estoy muy enfadada contigo y no quiero oírlo.
Sus ojos ardían de furia, en efecto, pero también de deseo.
–Entiendo que estés furiosa conmigo, pero eso demuestra que te sigo importando. Si no fuera así el enfado se te habría pasado hace mucho.
Ella se mordió el labio, pero no lo negó. Y para Matt fue suficiente. No podía seguir resistiéndose después de pasarse tanto tiempo deseándola a distancia. En pocas zancadas estuvo ante ella, la agarró por los hombros y tiró de ella para besarla.
Por un instante fugaz pensó que iba a rechazarlo, pero ella se apretó contra él y le devolvió el beso como si le fuera la vida en ello. Sus lenguas se entrelazaron y una descarga de placer sacudió a Matt e inflamó su pasión.
Las manos de Kayla en su espalda eran como claves de corriente que le abrasaban la piel a través de la chaqueta. Él entrelazó una mano entre sus cabellos y se deleitó con la sensación de los suaves rizos.
Podría haberse pasado toda la noche besándola, olvidándose de comer, beber e incluso de respirar con tal de mantener la boca pegada a la suya. Pero el beso terminó demasiado pronto y ella se apartó para mirarlo con ojos desorbitados.
–No me puedo creer que hayas hecho eso…
–No he sido solo yo.
–Ha sido una reacción instintiva –se excusó ella.
–Pues un aplauso para los instintos.
Ella soltó una carcajada seca y se llevó una mano a la boca.
–No podemos hacerlo.
–Estábamos destinados a hacerlo –replicó él en voz baja y cargada del mismo deseo evidente que percibía en ella.
–Si eso fuera cierto no te habrías largado hace nueve meses.
–Sí –se apartó un mechón y respiró profundamente–. Tendría que haberte llamado o haber hablado contigo antes de marcharme.
–Estoy de acuerdo.
Él levantó la cabeza y la miró a los ojos.
–Tú fuiste la razón por la que me marché tan bruscamente.