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Una mentira inocente Era solo un trabajo pero ¿sería capaz de marcharse cuando terminara? Viajar en el avión privado de Luke Barrett y pasar un fin de semana cargado de pasión con él resultó bastante arriesgado para Fiona Jordan. Confiaba en no estropear su misión secreta de convencer al multimillonario de la industria tecnológica para que regresara al negocio familiar. Cuando Luke descubriera la verdad, ¿lograría Fiona evitar la caída? Mezclar el placer con los negocios podría terminar siendo el malabarismo más complicado de su vida… Magia en el mar «No deberíamos estar haciendo esto». «Cariño, nacimos para esto». Hacer un crucero de lujo en Navidad debería ser como estar en el paraíso, pero Mia Harper tenía que confesarle algo a su multimillonario ex: ¡seguían casados! Ahora estaba atrapada entre el tremendamente sexy Sam Buchanan y el abrasador deseo que los había rodeado siempre, y, por si eso fuera poco, Sam le iba a hacer un pequeño chantaje, le concedería el divorcio si le daba lo que él quería por Navidad: una breve aventura con ella.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 532 - enero 2024
© 2020 Maureen Child
Una mentira inocente
Título original: Jet Set Confessions
© 2020 Maureen Child
Magia en el mar
Título original: Temptation at Christmas
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2020
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1180-670-1
Créditos
Una mentira inocente
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Magia en el mar
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
–¿Has perdido completamente la cabeza? –Luke
Barrett miró a su abuelo, que estaba al otro lado de la estancia–. Dijiste que querías que viniera para hablar. Esto no es hablar. Esto es una locura.
Jamison Barrett estaba frente a su escritorio, y Luke se tomó un momento para admirar el hecho de que, a sus ochenta años, el hombre seguía teniendo una postura recta como un militar. Fuerte, en forma y listo para la batalla.
–Deberías pensártelo mejor antes de llamar loco a un anciano –afirmó–. Somos muy sensibles a ese tipo de cosas.
Luke sacudió la cabeza. Su abuelo siempre había sido obstinado, estaba acostumbrado a eso. Pero unos meses atrás, el hombre había soltado una bomba y estaba claro que no había cambiado de opinión al respecto.
–No sé de qué otra manera llamar a esto –protestó Luke frustrado–. Cuando el presidente de una empresa decide de pronto cambiar completamente el rumbo y cortar su rama más productiva, creo que puede considerarse una locura.
Jamison rodeó la esquina de su escritorio, probablemente con la esperanza de darle un tono más amigable a la conversación.
–No tengo intención de retirarme del mundo de la tecnología. Solo quiero darle una vuelta de tuerca y…
–Y volver a los caballitos de madera, las bicicletas y los patinetes –lo interrumpió Luke.
–Somos ante todo una empresa juguetera –le recordó Jamison–. Desde hace más de cien años.
–Y luego crecimos para convertirnos en Juguetes y Tecnología Barrett –señaló Luke.
–Crecimos en la dirección incorrecta –le espetó su abuelo.
–No estoy de acuerdo –Luke suspiró y trató de contener la exasperación que se había apoderado de él. Siempre había confiado en el buen juicio de su abuelo, pero en esto estaba dispuesto a pelearse con el viejo porque que lo asparan si el camino al futuro pasaba por el pasado.
–Tengo estudios que me avalan.
–Y yo tengo los informes de ganancias y pérdidas para demostrar que te equivocas.
–Sí, estamos ganando mucho dinero, pero, ¿es eso lo único que queremos?
Luke se quedó boquiabierto.
–Teniendo en cuenta que esa es la razón para montar un negocio, yo diría que sí.
Jamison sacudió la cabeza decepcionado.
–Antes tenías unas visión más amplia.
–Y antes tú me escuchabas –irritado, Luke se metió las manos en los bolsillos del pantalón y miró a su alrededor.
En las paredes del despacho había pósteres enmarcados de los juguetes más populares a lo largo de los años y fotos familiares en las estanterías, en las que también había libros encuadernados en piel. Era un despacho victoriano que parecía en conflicto con el tiempo presente.
Igual que Jamison.
–No quiero volver a discutir contigo sobre esto, abuelo –dijo Luke tratando de contener la impaciencia.
Le debía todo a aquel hombre y a su mujer, Loretta. Ellos habían cuidado de Luke y de su primo Cole cuando los padres de los chicos murieron en un accidente de avioneta. Luke tenía diez y años y Cole doce cuando fueron a vivir con sus abuelos siendo unos niños destrozados por el dolor. Pero Jamison y Loretta recogieron sus pedazos a pesar de su propio dolor por haber perdido a sus dos hijos y a sus nueras en un terrible accidente. Les dieron a sus nietos amor y protección y la sensación de que el mundo no se había terminado.
Luke y Cole crecieron trabajando en Juguetes Barrett, conscientes de que algún día ellos estarían al cargo. La empresa tenía más de cien años, y siempre había optado por saltar al futuro y arriesgarse. Cuando Luke estaba en la universidad y convenció a su padre de que los juguetes tecnológicos iban a ser lo siguiente, Jamison no vaciló. Reunió a los mejores diseñadores tecnológicos que encontró y la empresa juguetera Barrett se hizo todavía más grande y más exitosa. Ahora eran una de las empresas de juguetes tecnológicos más punteras del mundo. Los últimos años, Luke se había dedicado a la parte tecnológica y Cole a la rama más tradicional.
De acuerdo, Cole no estaba contento con que Luke fuera el heredero aparente, sobre todo porque era dos años mayor que Luke, pero los primos lo habían arreglado. En gran parte.
Ahora, sin embargo, ninguno de los dos sabía dónde estaban parados. Todo porque Jamison Barrett se había empeñado en…
–Yo tampoco quiero discutir, Luke –dijo Jamison irritado–. Lo que quiero es hablar de lo que veo cada vez que salgo de esta oficina. Qué diablos, Luke, si no estuvieras tan pegado al móvil como el resto de la humanidad, también lo verías.
Luke trató de contenerse. Había escuchado aquel argumento una y otra vez en los dos últimos meses.
–Otra vez esto no.
–Sí, esto otra vez. Se trata de los niños, Luke. Están tan enganchados a los móviles, las pantallas y los juegos como tú al correo electrónico –Jamison alzó las manos–. Antes los niños corrían por ahí con sus amigos, se metían en líos, subían a los árboles, nadaban –miró a Luke–. Qué diablos, Cole y tú estabais en constante movimiento cuando erais niños. Si os obligábamos a quedaros en casa a leer era como una tortura para vosotros.
Era cierto, pensó Luke. Pero se limitó a decir:
–Los tiempos cambian.
Jamison torció el gesto.
–No siempre para mejor. Los niños de hoy solo tienen amigos en línea y se ponen cascos para poder hablar sin tener que verse en persona. En lugar de salir fuera, construyen casas virtuales en los árboles. Es más, seguro que hoy hay muchos niños que no saben ni montar en bicicleta.
Luke sacudió la cabeza.
–Las bicicletas no van a ayudarles a navegar por un mundo completamente digital.
–Exacto. Un mundo digital –Jamison asintió secamente–. ¿Quién va a arreglar los coches, el aire acondicionado o el inodoro cuando se estropee? ¿Vas a hacer pis digitalmente también?
–Esto es ridículo –murmuró Luke, sorprendido por haberse dejado arrastrar por la fijación de Jamison–. Abuelo, estás verbalizando la misma queja que toda generación hace respecto a la nueva. Tú nunca has sido de los que miran atrás. Siempre has estado más interesado en el futuro que en el pasado.
–Bueno, los tiempos cambian –le espetó Jamison devolviéndole la pelota–. Y estoy hablando del futuro –afirmó–. Hay muchos estudios que han investigado lo que provoca en la mente de los niños estar mirando fijamente una pantalla. Por eso quería que vinieras. Quería que los leyeras. Que abrieras tu mente lo bastante como para admitir que tal vez tenga algo de razón.
Y dicho aquello, Jamison volvió a su escritorio y empezó a repasar los papeles y los archivos apilados. Murmuró algo entre dientes y siguió buscando.
–Estaba aquí –murmuró–. Esta mañana le pedí a Donna que lo imprimiera…
Luke frunció el ceño.
–No importa.
–Ahí es donde te equivocas. Maldita sea, Luke, no quiero ser partícipe en destrozar una generación entera de niños.
Luke aspiró con fuerza el aire y se recordó a sí mismo que quería a aquel anciano que en aquellos momentos le estaba volviendo loco.
–¿Sabes qué? No vamos a ponernos de acuerdo en esto, abuelo. Tenemos que dejar de pelearnos, y lo mejor es que los dos sigamos haciendo lo que estamos haciendo.
–¿Y ya está? ¿Esa es tu última palabra sobre este asunto?
Luke miró a los ojos verde oscuro de su abuelo. Parecía que el abismo entre ellos se estuviera haciendo más grande cada segundo.
–Sí, abuelo. El pasado no puede construir el futuro.
–No se puede tener futuro sin un pasado –señaló el anciano.
–Y venga la burra al trigo –murmuró Luke–. Cada vez que hablamos de esto decimos lo mismo, y ninguno de los dos convence al otro. Estamos en orillas opuestas, abuelo. Y no hay puente.
–Tu abuela estuvo llorando anoche. Por todo esto.
Luke sintió una repentina punzada de culpabilidad, pero luego se lo pensó mejor. Loretta Barrett era dura como una piedra. Su abuelo estaba intentando utilizar a su mujer para ganar la discusión.
–No es verdad.
Jamison torció el gesto.
–No, no es verdad –reconoció–. Gritó un poco. Pero podría haber llorado. Seguramente lo hará.
Luke dejó escapar un suspiro y sacudió la cabeza.
–Eres imposible.
–Hago lo que tengo que hacer. Tu sitio está aquí, Luke, y no al frente de tu propio negocio.
Y sinceramente, Luke antes creía que Juguetes Barrett era su sitio. Pero las cosas habían cambiado con el nuevo rumbo de su abuelo. Luke se lo había tomado como una falta de fe. Su abuelo siempre le había empujado, había creído y confiado en él. Aquello le parecía una traición, así de claro. La nueva empresa de Luke era pequeña, pero tenía muy buenos diseñadores recién salidos de la universidad, llenos de ideas que podían revolucionar el mercado de los juguetes tecnológicos.
Todo aquello había empezado porque estaba frustrado con su abuelo, pero ahora Luke estaba empeñado en que aquello funcionara. Tal vez Jamison quisiera darle la espalda al progreso, pero Luke lo recibía con los brazos abiertos.
–Esta es la empresa juguetera Barrett –le recordó Jamison–. Siempre ha habido un Barrett al frente del negocio desde el principio. La familia, Luke. Eso es lo importante.
Y por eso resultaba todo mucho más difícil.
–Seguimos siendo familia, abuelo –le recordó al anciano… y también a él mismo–. Y recuerda que tienes a Cole para llevar el negocio si alguna vez decides jubilarte.
–Cole no eres tú –afirmó su abuelo–. Quiero mucho al chico, pero no tiene la misma cabeza que tú para los negocios.
–Ya entrará en razón –dijo Luke.
Pero en realidad no lo creía. Aquella era la razón por la que su abuelo había confiado en Luke para dirigir la empresa en un principio. Cole no estaba interesado en el día a día del negocio. Le gustaba estar al mando, le gustaba el dinero. Pero trabajar, no tanto.
–Siempre has sido un obstinado –murmuró Jamison.
–A quién habré salido –respondió su nieto.
–Touché –su abuelo asintió con la cabeza–. Tú haz lo que tengas que hacer, que yo haré lo mismo.
A Luke no le gustaba que hubiera tanta tensión entre su abuelo y él. Jamison Barrett era la roca que sostenía su vida. Le había enseñado a pescar, a lanzar la pelota y a hacerse el nudo de la corbata. Le había enseñado a llevar un negocio y a tratar a los empleados. Siempre había estado allí para él. Y Luke sentía que ahora lo estaba abandonando. Pero que lo asparan si se le ocurría una manera de poner fin a aquello de modo que los dos salieran ganando.
–Dale un beso a la abuela de mi parte.
Se marchó antes de que su abuelo pudiera decir nada más y cerró la puerta del despacho tras él. La sede de la empresa estaba en Foothill Ranch, California, y la mayoría de las ventanas daban a las palmeras, más edificios y aparcamientos. Sin embargo, había un cinturón verde cerca y suficiente luz del sol que se filtraba a través de las ventanas ligeramente tintadas.
Donna, la secretaria de Jamison, alzó la vista de la pantalla del ordenador. Era una mujer de unos cincuenta y tantos años que llevaba más de treinta como secretaria de su abuelo.
–Hasta pronto, Luke.
–Sí –murmuró él echando un último vistazo a la puerta de su abuelo. No le gustaba dejar al anciano así, pero, ¿qué opción tenía?–. ¿Está Cole aquí?
–Sí –Donna señaló con la cabeza hacia los despachos del otro lado.
–Gracias –Luke se dirigió hacia allí para ver a su primo. Llamó con los nudillos y luego abrió la puerta y asomó la cabeza–. ¿Qué tal?
–Hola –Cole alzó la vista y sonrió. Aunque iba vestido de traje, parecía el típico surfista de California. Bronceado, en buena forma, con el pelo rubio por el sol y los ojos azules, Cole Barrett era el encantador de la empresa. Era quien comía con los potenciales clientes y se reunía con los proveedores porque era capaz de convencer a todo el mundo para que hiciera lo que él quería.
–¿Has venido a ver al abuelo?
–Acabo de salir de su despacho –Luke apoyó un hombro en el quicio de la puerta y se fijó en lo distinto que era el despacho de Cole del de Jamison.
Era más pequeño. El escritorio de Cole era de acero y vidrio, la silla de cuero negro minimalista. Las estanterías estaban llenas de juguetes que su empresa había producido a lo largo de los años pero había fotos de su mujer, Susan, y de su hijo de dos años, Oliver: esquiando en Suiza, visitando las pirámides o a bordo del yate familiar.
Luke miró a su primo a los ojos.
–Quería advertirte de que sigue sin hacerle gracia que me haya ido.
Cole se reclinó en la silla.
–No me sorprende. Tú eras el chico de oro, el que estaba destinado a dirigir Juguetes Barrett…
El tono de Cole estaba teñido de amargura, pero Luke ya estaba acostumbrado.
–Eso ha cambiado.
–Solo porque te has ido –Cole sacudió la cabeza–. El abuelo sigue empeñado en que vuelvas.
Luke se apartó de la puerta y estiró la espalda.
–Eso no va a pasar. Ahora tengo mi propia empresa.
–Ya. Muy bien –Cole se levantó, se puso la chaqueta del traje y la abrochó–. Tengo una comida.
–Vale. Oye… –Luke pensó en su abuelo, en como buscaba entre los papeles y se sintió confundido al no encontrarlos–. Tenme informado sobre el abuelo, por favor. Se está haciendo mayor.
–Ni se te ocurra decírselo a él –dijo Cole con una risotada.
–Ya –Luke asintió–. Bueno, me voy o perderé el vuelo. Dales un beso a Susan y a Oliver de mi parte.
Y dicho aquello, Luke se marchó sin mirar atrás.
Jamison estaba frente a la puerta abierta de su despacho mirando a su nieto. Sintió una punzada de frustración y empezó a agitar las monedas que tenía en el bolsillo del pantalón.
–Estás tintineando –le advirtió Donna.
Jamison se detuvo y miró a su secretaria.
–No ha funcionado, ¿verdad? –le preguntó ella con cara de «ya lo sabía».
–No –reconoció él con un gruñido. Sacudió la cabeza y volvió a mirar a Luke, que estaba saludando a la gente en su camino al ascensor. Se iba, y Jamison no sabía cómo retenerlo. Así que al parecer había llegado el momento del armamento fuerte.
–Esa mujer de la que me hablaste… ¿sigues pensando que podría ayudar?
Donna dejó de teclear en el ordenador y le miró.
–Al parecer es bastante impresionante en lo que hace, así que, tal vez sí.
Jamison asintió.
–Bueno, lo he intentado por las buenas –murmuró–. Ha llegado el momento de ejercer presión.
–Si Luke se entera de lo que quieres hacer esto podría terminar muy mal…
Jamison hizo caso omiso a la advertencia y agitó la mano con gesto indolente.
–Entonces tendremos que asegurarnos de que no se entere, ¿verdad? Haz esa llamada, Donna.
Fiona Jordan entró en el restaurante Las Tejas, un hotel de cinco estrellas de San Francisco. Lo mejor de tener su propio negocio era que nunca sabía lo que iba a ocurrir. El día anterior estaba trabajando en su dúplex de Long Beach, en California, y ahora se encontraba en un maravilloso hotel de San Francisco.
Sonrió para sus adentros, aspiró con fuerza el aire y observó un instante los manteles de lino blanco de las mesas y los ventanales con espectaculares vistas a la bahía, donde el sol del atardecer pintaba de dorado la superficie del agua.
Estaba allí para encontrarse con una persona. Cuando lo vio, el corazón le dio un vuelco y sintió una punzada caliente y potencialmente peligrosa.
Luke Barrett. Tenía el cabello castaño claro con reflejos dorados por el sol y lo bastante largo para que se le curvara en el cuello de la chaqueta azul marino. Estaba mirando fijamente el móvil que sostenía en la mano, ajeno al mundo que lo rodeaba.
Ya le habían advertido de que Luke estaba tan absorto en su trabajo que no se fijaba en la gente que tenía alrededor. Así que se dijo que tendría que hacer algo para resultar inolvidable.
Luke estaba sentado solo en una mesa al lado de la ventana, pero no prestaba ninguna atención a las vistas. Fiona, por su parte, estaba disfrutando demasiado de la vista que era él. Era todavía más guapo de lo que parecía en la foto que le habían dado. Volvió a sentir un escalofrío y se tomó un momento para disfrutarlo. Hacía mucho tiempo que ningún hombre despertaba aquella reacción en ella. Volvió a fijarse en el pelo de Luke, quien seguía inmerso en el móvil.
Se dio cuenta de que para conocer a Luke Barrett iba a necesitar un empujoncito extra. Así que se dirigió a la barra del bar, pidió una copa de vino, aspiró con fuerza el aire y observó a su objetivo.
Luego se apartó el largo y oscuro cabello del hombro y se dirigió a su mesa. El bajo de su falda negra y vaporosa le rodeaba los muslos y los altos tacones negros repiqueteaban contra el suelo. La blusa verde oscuro de manga larga tenía un escote pronunciado, y de los lóbulos le colgaban dos aros de oro. Tenía un aspecto genial, aunque estuviera mal que lo dijera ella misma, y era una lástima estropear aquel conjunto, pero en momentos desesperados…
Pasó un camarero delante de ella; Fiona se tambaleó adrede, dio un par de pasos y, soltando un pequeño grito, se lanzó con su vaso lleno de buen vino al regazo de Luke Barrett.
El primer instinto de Luke fue agarrar a la mujer que había caído de la nada sobre su regazo. Ella sonrió, y Luke sintió un puñetazo de deseo en el pecho. Cuando ella se movió, sintió ese mismo puñetazo mucho más abajo.
–¿Qué diablos…? –miró aquellos ojos color chocolate y se dio cuenta de que la mujer se estaba riendo.
–¡Lo siento, lo siento! –volvió a moverse, y Luke la sujetó al instante–. Creo que he tropezado con algo. Menos mal que estabas tú aquí, o me habría caído sobre algo mucho más duro.
Luke no estaba tan seguro de eso. En aquel momento se sentía muy duro. Y húmedo, porque el vino se le había derramado por la camisa y los pantalones. La mujer se dio media vuelta, agarró una servilleta se frotó el vino que tenía en la blusa. Luego empezó con la camisa de Luke. Cuando intentó secarle los pantalones, ya era hombre muerto.
–¿Con qué has tropezado? –miró al suelo y no vio nada.
–No lo sé –reconoció ella encogiéndose de hombros–. A veces me tropiezo con el aire.
–Está bien saberlo.
La mujer ladeó la cabeza y el cabello largo y oscuro le cayó por un hombro.
–¿Vas a dejar que me levante?
No era lo que Luke tenía en mente.
–¿Vas a caerte otra vez?
–Bueno, no estoy segura –admitió ella con una sonrisa–. Todo es posible.
–Entonces, tal vez sea más seguro que te quedes donde estás –murmuró Luke, todavía atrapado por su sonrisa y aquellos ojos marrones.
–Bueno, que sepas que lo siento –dijo la mujer–. Por si te sirve de consuelo, yo también tengo la blusa manchada –señaló la mancha encogiéndose de hombros.
Luke deslizó al instante la mirada hacia sus senos, y deseó que volviera a encogerse de hombros para tener una visión mejor. Cuando levantó la vista, vio que ella sonreía con picardía.
Un camarero se acercó a ellos con varias servilletas y se quedó ahí parado, como si no supiera muy bien qué hacer. Finalmente pregunto:
–¿Está usted bien, señorita?
–Oh, estoy fenomenal.
Estaba fenomenal. Él estaba sufriendo una tortura, pero al parecer eso no le importaba a nadie.
–Lo siento mucho, señor Barrett. ¿Puedo hacer algo por usted?
–No –murmuró Luke–. Creo que ya está todo hecho.
–Bueno, hay una cosa… –dijo la mujer–. Me he quedado sin vino –alzó la copa vacía.
El camarero miró a Luke y luego a la mujer sin saber qué hacer. Luke estaba acostumbrado. Era rico, su familia era famosa, y la mayoría de la gente se ponía nerviosa al verle. Forzó una sonrisa y dijo:
–¿Te importaría traerle a la señorita otra copa de vino, Michael?
–Claro. ¿Qué estaba bebiendo?
–Vino tino, gracias. De la casa.
Luke frunció el ceño y sacudió la cabeza.
–Creo que podemos mejorar eso, ¿verdad, Michael?
El camarero sonrió.
–Sí, señor.
Cuando el hombre se marchó, Luke volvió a mirar aquellos ojos color chocolate.
–Teniendo en cuenta que estás sentada en mi regazo, lo suyo es que me digas cómo te llamas.
–Ah, soy Fiona. Fiona Jordan –sonrió la mujer–. ¿Y tú? He oído el apellido, Barrett. ¿Y el nombre?
–Luke.
Fiona inclinó la cabeza y lo observó durante unos segundos.
–Me gusta. Corto. Fuerte. Suena a héroe de novela romántica.
Aquella era sin duda la conversación más extraña que había tenido en su vida.
En aquel momento apareció Michael con una copa de vino para Fiona y volvió a servirle whisky a Luke. Dejó las dos bebidas sobre la mesa.
–A cargo de la casa, señor Barrett. Y una vez más, siento mucho que…
–No tienes que disculparte, Michael –intervino Fiona con una sonrisa–. La torpe soy yo.
Michael sonrió confundido y salió corriendo.
–Creo que le has asustado –murmuró Luke–. Las mujeres bonitas producen ese efecto en los hombres.
Ella se dio la vuelta y le dirigió una sonrisa de oreja a oreja.
–¿Pero en ti no?
–Soy inmune.
–Me alegra saberlo –Fiona sonrió todavía más–. ¿Significa eso que debería dejarlo o intentar con más fuerza dar miedo?
–Seguir intentándolo, sin duda –Luke sonrió.
Qué diablos, le gustaban las mujeres seguras de sí mismas. Bueno, en realidad le gustaban las mujeres y punto. Pero si era fuerte, guapa y con sentido del humor se situaba en lo más alto de la lista. Y esta en concreto le intrigaba más que la mayoría. Hacía mucho tiempo que ninguna mujer provocaba aquel impacto en él. Se rio para sus adentros, porque aquella había aterrizado encima de él causándole un impacto tanto físico como emocional.
Echó un rápido vistazo al envoltorio completo. Cabello largo castaño oscuro, ojos color chocolate, boca grande ahora curvada en una sonrisa, y un cuerpo que le llenaba la mente con todo tipo de imágenes interesantes. La blusa verde le quedaba muy bien, y la falda negra era lo bastante corta para mostrar unas piernas magníficas. Los zapatos de tacón daban el toque final al conjunto. Oh, sí, podría ser muy peligrosa.
Incluso para un hombre que no tenía ninguna intención de tener una relación. A Luke le encantaban las mujeres y le venía fenomenal tener alguna cita ocasional o encuentros de una noche. Pero no tenía el tiempo ni la paciencia para entregarse a dos pasiones en aquel momento. Tenía toda la atención puesta en crear su empresa. Así que conocer a una mujer como aquella podía resultarle problemático.
–Entonces… –Fiona volvió–, ahora que estamos cómodos el uno con el otro, ¿qué te trae a San Francisco?
–Yo no diría que «cómodo» sea la palabra adecuada –dijo Luke con ironía cambiando de postura.
Ella se rio.
–Creo que ha llegado el momento de movernos a una silla –afirmó agarrando su copa de vino.
Luke hizo lo mismo con el whisky y le dio un sorbo. La bebida le provocó una ligera quemazón en el cuerpo que no podía compararse con la llamarada que sentía en el regazo.
–Sí, tal vez deberíamos…
Sabía que todo el restaurante los estaba mirando, pero no le importaba en absoluto. Fiona Jordan había llenado de luz aquel día tan aburrido y pensaba disfrutarlo. De hecho no había sentido así de… ligero desde el día anterior al encuentro con su abuelo.
Había algo en ella que le hacía olvidarse de las preocupaciones, y se lo agradecía. Justo antes de que Fiona cayera sobre su regazo le había estado dando vueltas en la cabeza a la conversación con su abuelo. Preguntándose si podría haberla manejado mejor. No le gustaba que estuvieran enfrentados.
Fiona se levantó y tomó asiento en la mesa frente a él. Le dio un sorbo a la copa de vino y le miró a los ojos.
–Bueno, ¿y de qué podemos hablar? –le preguntó.
En lo único que podía pensar Luke era en lo que le hacía sentir. Le resultaba difícil pensar en algún tema de conversación más allá de «vamos arriba a mi habitación».
–No sé. Empieza tú.
–Vale –ella se encogió de hombros–. ¿Qué estás haciendo en este hotel? O mejor, voy a replantear la pregunta: ¿eres de San Francisco?
–No –respondió Luke–. Soy de Orange County. De Newport Beach, para ser exactos.
Fiona sonrió.
–Entonces, somos casi vecinos. Yo vivo en Long Beach. Y dime, ¿qué haces aquí?
–Negocios –respondió Luke–. He venido a una conferencia sobre tecnología.
–Ah –Fiona echó un rápido vistazo a su alrededor–. Una conferencia. Eso explica todos los gafetes, y también por qué todo el mundo tiene la nariz pegada al móvil o a un ordenador.
Luke miró y tuvo que reconocer que casi todo el mundo estaba mirando una pantalla en el restaurante, incluso una mesa con seis personas. Frunció un poco el ceño, pero enseguida se recompuso.
–Culpable. Pero es que mi negocio va de esto. Fabrico juguetes tecnológicos.
–¿De qué tipo? –preguntó Fiona ladeando la cabeza.
Parecía realmente interesada, y a Luke no había nada que le interesara más que hablar de lo último en juguetes tecnológicos. Si su abuelo no hubiera cambiado de opinión… Luke se había imaginado guiando a Barrett hacia el futuro, aprovechar que eran una marca de confianza para introducir a los niños en el porvenir. Pero sería su nueva empresa la que hiciera todo eso. Solo tardaría un poco más en despegar.
–De todo tipo. Desde tablets para niños de dos años a videojuegos, robots en miniatura y drones –le dio un sorbo a su whisky–. Tenemos una línea entera de juguetes tecnológicos para todas las edades.
Fiona se rio y su carcajada sonó a burbujas de champán.
–Yo apenas puedo entender mi ordenador ahora. No me imagino a un bebé usando uno.
–Te sorprendería. A nuestros grupos de prueba se les da fenomenal el color y el espacio.
No había sido capaz de convencer a Jamison de ello, por supuesto. A su abuelo le preocupaba inyectar demasiada información en cerebros en crecimiento. Pero Luke creía que una mente joven y abierta era más capaz de absorber información. ¿Cómo iba a ser eso algo malo?
–Hay docenas de estudios que demuestran que el cerebro de los niños de un año es como una esponja que puede absorber información mucho más rápido de lo que lo hará en el futuro.
Fiona sacudió la cabeza.
–Entonces supongo que no haces bicis, muñecas ni cosas de esas, ¿verdad?
–No. El futuro no está en las muñecas, las bicis y las pelotas. Está en la electrónica.
Ella alzó las manos en gesto de burlona rendición.
–Vaya, de acuerdo. Me has convencido. Me rindo.
Luke aspiró con fuerza el aire antes de soltarlo para intentar calmarse.
–Ya, lo siento. Me has dado en un punto débil. Mi abuelo y yo hemos estado dándole vueltas y vueltas a esto.
–Yo sigo sin estar convencida de que las tablets para niños de dos años sean una buena idea. Incluso las esponjas necesitan un osito de peluche.
Luke sonrió, satisfecho de que no hubiera insistido en preguntarle más sobre el enfrentamiento con su abuelo.
–Hay muchas empresas que venden peluches, muñecas o lo que creas que debería tener un niño. Pero el futuro está en la tecnología, así que ¿por qué no empezar lo más pronto posible?
Ella seguía sin parecer convencida.
–¿Niños de dos años?
–Claro. Si logramos que a esa edad se involucren con la electrónica, su cerebro se desarrollará más deprisa y se sentirán más inclinados por la ciencia. Todos ganamos.
–La ciencia –Fiona sonrió–. ¿Cómo hacer tartas de barro en el jardín?
–Eres dura de convencer, ¿verdad? –Luke la miró a los ojos y le gustó la sensación de sentirse atraído por ellos.
–Solo digo que si se sienten cómodos con la tecnología de pequeños, les resultará más fácil aceptarla más adelante. Usamos colores y formas para llamar su atención, aprenden sin darse cuenta. Los estudios demuestran que los niños estimulados están más preparados para la vida.
–¿Pero no hay también estudios que dicen que no es bueno introducir demasiado pronto la tecnología en los niños?
–Pareces mi abuelo –masculló él.
–Gracias –Fiona se rio–. No quiero discutir, pero pienso que hay dos formas de ver esto y que tu abuelo tiene razón en cierta medida –le dio otro sorbo a su copa de vino–. A mí me gusta ver a los niños pequeños metiéndose en charcos de barro. Deberían estar fuera corriendo y jugando. Verlos delante de una pantalla no me parece bien. Ya tendrán un ordenador cuando crezcan, ¿para qué empezar antes de que sea necesario?
En aquel momento le sonó el móvil y Luke miró la pantalla antes de pulsar la tecla de enviar al buzón de voz. No estaba de humor para hablar con su abuelo.
–¿No tienes que contestar? –preguntó ella.
–En absoluto.
–Vale –Fiona dejó la copa de vino sobre la mesa.
Luke deslizó la mirada hacia sus dedos subiendo y bajando por el tallo de la copa. Su cuerpo se puso duro al instante.
–Bueno –dijo bruscamente–, ya que estoy atrapado en esta silla durante un rato, ¿por qué no te quedas y comes conmigo?
Fiona se mordió el labio inferior, y al verla Luke sintió un tirón.
–Es lo justo –dijo ella–, ya que yo soy la razón por la que estás atrapado en esa silla un rato.
–Lo eres –no tenía pensado tener compañía pero, ¿qué diablos?
¿Qué era mejor, una mujer hermosa o mirar sus correos electrónicos en solitario? Estaba claro…
–De acuerdo –Fiona cruzó sus magníficas piernas y balanceó con indolencia el pie derecho. Luego apoyó los codos en la mesa, se inclinó hacia delante y sonrió–. ¿Te sientes un poco mejor ya?
Debería ser así, pero seguía duro.
–Es raro, pero no.
Una lenta sonrisa curvó los labios de Fiona.
–Eso pensaba.
Luke sintió un fuerte calor interno que alimentó las llamas, manteniendo su pene en plena alerta. Diablos, si seguía así iba a tener que contratar a alguien para que caminara delante de él y pudiera salir del maldito restaurante.
Fiona agarró la copa de vino, le dio un sorbo y luego sacó suavemente la lengua para recoger una gota del labio superior.
–Lo estás haciendo adrede, ¿verdad?
Ella sonrió todavía más.
–¿Y funciona?
–Demasiado bien –admitió Luke.
Cuando el camarero les llevó la carta, ella pasó las páginas hasta que llegó a las hamburguesas.
–¿Una mujer que no pide ensalada? –preguntó Luke sorprendido.
Fiona alzó la mirada hacia él y sacudió la cabeza.
–Eso es sexista. Lo sabes, ¿verdad?
Luke se encogió de hombros.
–Todas las mujeres a las que invito a cenar siempre piden ensalada.
–Pues está claro que sales con las mujeres equivocadas –Fiona cerró la carta y puso las manos encima–.Yo soy una carnívora sin remisión. Hamburguesas, filetes. Me encantan.
Luke asintió con la cabeza mientras la miraba, disfrutando de la vista.
–Me alegra saberlo. ¿Y hoy qué vas a pedir? ¿Hamburguesa o filete?
–La hamburguesa San Francisco, pero sin aguacate.
El camarero regresó y Luke pidió la comida. Luego volvió a reclinarse con el whisky en la mano para observar a la mujer que se había convertido en el centro de su atención. Sus hombros desnudos le hacían pensar en deslizarle aquella bonita blusa verde por los hombros para poder disfrutar del festín de sus senos. Se puso todavía más duro, y sus manos sintieron el deseo de tocarla.
Fiona se revolvió bajo su mirada fija y luchó contra la oleada de calor que amenazaba con apoderarse de ella. No estaba preparada para aquella… llamarada que sintió desde el momento que vio a Luke Barrett. ¿Cómo iba a estarlo? Lo único que tenía de él era una foto y una breve descripción sobre dónde sería más probable encontrarlo.
Nadie le había dicho que tenía los ojos del color del mar. Ni que era alto y se le notaban los músculos bajo el traje bien cortado, ni que tenía el pelo un poco largo y bañado por el sol. Y tampoco esperaba que el timbre de su voz le atravesara la espina dorsal.
Y por encima de todo, no estaba preparada para el pico tembloroso que se le había instalado entre las piernas tras sentarse en su regazo y sentir su dureza presionando contra ella. Al recordarlo se revolvió un poco en el asiento.
Pero ella no estaba allí para encender nada. Estaba allí porque le había dado su palabra a alguien. Había aceptado un trabajo, hecho una promesa. Y Fiona siempre cumplía sus promesas.
Sonrió porque Luke la miró como si estuviera intentando leerle el pensamiento, y agradeció que no pudiera. Una cosa era que le gustara, pero si le gustaba demasiado pondría en peligro su trabajo. Le habían ofrecido una bonificación de veinte mil dólares si lo conseguía. Y necesitaba ese dinero. Podría comprar un coche e invertir en su propio negocio para ayudarlo a crecer.
–¿En qué estás pensando?
La pregunta de Luke la sacó de sus pensamientos. Fiona tuvo que recomponerse.
–Me estaba preguntando cómo se mete alguien en el negocio de los juguetes tecnológicos –dijo, felicitándose en silencio por haber salido del paso tan rápidamente.
–Empecé en el negocio familiar –dijo encogiéndose de hombros–. Hace poco me independicé.
–¿Ah, sí? ¿Por qué?
Él la miró con cierta desconfianza.
–¿Y a ti qué más te da?
–A mí me da igual –mintió Fiona–. Es solo curiosidad. ¿Tiene que ver con tu desacuerdo con tu abuelo?
–Sí –Luke frunció el ceño–. Mi abuelo y yo teníamos un plan, pero él cambió de opinión, así que voy a seguir adelante con el plan yo solo. Así de simple.
–Los asuntos familiares nunca son simples.
–Lo será –afirmó él asintiendo.
Luke se cerró rápidamente después de eso, y Fiona se dijo para sus adentros que debía ir más despacio. Con cuidado. Luke tenía los ojos cerrados y parecía como si hubiera levantado un muro a su alrededor. Y ella tenía la sensación de que no podría atravesar ese muro ni con un ariete. Estaba claro que era una persona reservada, así que resultaría más difícil conseguir que se abriera. Y a pesar de lo que acaba de decir, Fiona sabía que no había nada sencillo en aquella situación.
Y sin embargo, no tuvo más remedio que preguntarse cómo podía rechazar así a un abuelo que lo quería. Fiona no tenía familia. Tenía amigos. Muchos amigos, porque había tenido que crearse una familia. No podía imaginarse dando la espalda a un abuelo que la quisiera.
Llegó la comida y los dos guardaron silencio mientras el camarero colocaba los platos delante de ellos y luego les llenaba las copas de agua.
Luke había pedido la misma hamburguesa que ella pero con aguacate.
–¿Te apetece probarlo?
Ella alzó una mano en gesto de rechazo.
–No, gracias. No me gusta el aguacate.
–Podrías ver esto como una oportunidad para expandir tus horizontes.
Ella se rio.
–¿Con un aguacate? Creo que podríamos encontrar mejores formas de empezar a expandir esos horizontes –murmuró–. ¿No te parece?
Luke se la quedó mirando un largo instante. El calor de sus ojos le abrasaba cada centímetro de piel.
–Podría trabajar con eso.
De regreso en Laguna Beach, Jamison entró en su casa y se dirigió directamente al salón. Las voces acalladas de la televisión lo llevaron hacia allí. Loretta estaba acurrucada en la esquina del sofá viendo una pantalla plana que colgaba de la pared encima de la chimenea, donde ardía la leña. Su mujer le miró y sonrió, y Jamison sintió aquel puñetazo de amor que siempre le hacía perder el equilibrio.
Desde el momento que se conocieron, hacía casi sesenta años ahora, Jamison había querido a Loretta. Era lo mejor que le había pasado en la vida, y a medida que pasaban los años lo tenía más claro. La gente joven podía pensar que el amor era cosa de ellos, pero Jamison podía testificar que las llamas no se apagaban, solo se hacían más cálidas, más firmes, y el amor que las alimentaba, más rico.
–Hola, cariño –lo saludó ella–. ¿Qué tal tu día?
–Frustrante –reconoció él torciendo el gesto y dirigiéndose al mueble bar. Se sirvió un whisky y le dio el primer sorbo como si fuera una medicina–. Sigo pensando en la discusión de ayer con Luke.
–Oh, Jamie, por el amor de Dios. Déjalo ir ya.