Una noche para amarte - Katherine Garbera - E-Book
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Una noche para amarte E-Book

Katherine Garbera

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Beschreibung

El honor de la familia pedía venganza. Él ansiaba mucho más… Al campeón de Fórmula Uno Íñigo Velasquez le gustaban los coches veloces y las mujeres rápidas. Sin embargo, una noche con la conocida Marielle Bisset le hizo pisar el freno. Era preciosa, y también la mujer que había hecho sufrir a su hermana. Para la familia de Íñigo, Marielle era su peor enemigo. En su cama, aquella enigmática seductora era mucho más. Estaba acostumbrado a ganar, pero ¿podría triunfar con Marielle sin perder a su familia?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2019 Katherine Garbera

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una noche para amarte, n.º 175 - marzo 2020

Título original: One Night to Risk It All

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-189-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Íñigo Velasquez disfrutaba viviendo a toda velocidad. El más joven y posiblemente guapo de los hermanos Velasquez vivía la vida a tope. No tenía ningún interés en casarse y sentar la cabeza. Además, como piloto de Fórmula Uno se pasaba la mayor parte del año viajando, lejos de la casamentera de su madre.

Aun así, tenía que reconocerle mérito a su madre. Había que tener mucha determinación para organizar una cita a ciegas en una fiesta de fin de año que ni siquiera iba a celebrarse en su ciudad natal de Cole´s Hill, en Texas. Allí en su casa, Íñigo estaba siempre a la expectativa de las maniobras de su madre, pero esa noche se encontraban al otro lado del país, en la casa de los Hamptons que tenía la madre del bebé de su hermano Alec, Scarlet O´Malley. Íñigo se había equivocado al pensar que la red de contactos de su madre no encontraría una candidata a esposa tan lejos.

Tenía que reconocerle el mérito de haber encontrado a una mujer que le resultaba interesante. Era alta, apenas unos centímetros menos que él con su metro ochenta. Su melena rubia y larga, con algunos mechones oscuros, le caía por la espalda. Llevaba un vestido camisero de un brillante color azul zafiro que hacía destacar sus ojos grises.

Su altura no era obstáculo para llevar tacones y era, con diferencia, la mujer más atractiva de la estancia. La soltura con la que se desenvolvía entre aquellos ricachones, le hizo preguntarse quién sería.

–Mamá, esta vez te has superado –dijo cuando su madre se acercó con sendas copas de champán en cada mano.

Le dio una y la aceptó, consciente de que tendría que durarle toda la noche. Había empezado los entrenamientos para la nueva temporada y eso implicaba limitar el consumo de alcohol.

–Gracias, cariño –dijo–. Es tan solo una copa con burbujas.

–Me refería a la mujer.

–¿Qué mujer?

–¿De verdad pretendes hacerme creer que no has traído a la única mujer soltera de la fiesta? ¿Acaso quieres que la conozca por casualidad?

–Íñigo, no he invitado a nadie para que os conozcáis por casualidad. Siempre he querido que mis hijos vivieran en Texas, pero Mauricio es el único que se ha casado con una chica de Cole´s Hill. Diego vive a caballo entre Londres y Texas, y al parecer Alec va a hacer lo mismo, dividiendo su tiempo entre Nueva York y su casa. Quiero tener cerca a todos mis hijos para mimar a mis nietos.

Íñigo no acababa de creerse que fuera el único de los hermanos Velasquez que seguía soltero. Diego, su hermano mayor, se había casado con la diseñadora de joyas británica Pippa Hamilton-Hoff. Alec tenía a Scarlet y el gemelo de Alec, Mauricio, se había comprometido con su novia Hadley.

–¿Así que no ha venido para conocerme?

Su madre negó con la cabeza y empezó a reír.

–Cariño, es increíble que con ese ego tan grande que tienes te entre el casco en la cabeza.

–Ja, ja, mamá. Ambos sabemos que estás buscándome novia.

–Bueno, sí. A ver, ¿de qué chica se trata?

Íñigo señaló con la cabeza en dirección a la rubia.

Su madre dejó escapar un silbido entre los dientes.

–Es muy guapa. ¿Cómo sabes que está soltera?

Trató de mantener la calma, como si no hubiera estado preguntando por ahí para averiguar quién era. Pero su madre, que estaba observándolo, se limitó a sonreír y sacudió la cabeza.

–¿Te gusta?

–No te hagas ilusiones –le advirtió–. Tengo un gran año por delante y estoy centrado en llegar a ser el número uno.

–Lo sé, cariño, y sabes que tu padre y yo te apoyamos. Pero si te gusta, deberías acercarte y presentarte.

–Tal vez lo haga ahora que sé que no la has traído tú.

–¿Hacer qué, hijo? –preguntó su padre, apareciendo a su lado.

–Quiere ir a hablar con esa chica –explicó su madre–. Anda, acábate la copa de Íñigo. Está entrenando y no debería beber.

–Lo que digas, cielo –dijo su padre y le quitó la copa de champán a Íñigo–. ¡Vaya fiesta! Ya ha habido varias personas que me han confundido con Antonio Banderas.

Su madre le quitó la copa a su padre.

–Es evidente que has bebido demasiado si te lo has creído.

Íñigo sonrió al ver a sus padres bromeando entre ellos. Siempre que los veía juntos pensaba en relaciones. Se habían unido en una época en la que la vida era mucho más sencilla. Ahora, se vivía más rápido. No había tiempo de conocer a alguien de la forma en que se habían conocido sus padres.

Pero algún día le gustaría tener lo mismo, tal vez cuando tuviera treinta o cuarenta años, dependiendo de cómo fuera su carrera.

–¿A qué chica te refieres? –preguntó su padre, después de que su madre se fuera a saludar a uno de sus chefs favoritos de televisión.

La fiesta había congregado a mucha gente. Era la clase de acontecimiento que siempre evitaba, a menos que sus patrocinadores le obligaran a asistir.

Los únicos que conseguían apartarlos de las carreras eran los patrocinadores y la familia.

–Papá, no puedes seguir refiriéndote a las mujeres como chicas –dijo Íñigo–. Es la rubia del vestido azul que está al lado de las puertas correderas.

–No lo decía con ánimo de ofender. Para mí, tus hermanos y tú seguís siendo unos muchachos. Supongo que será la edad.

–No me vengas con esas. Si mamá o Bianca te oyeran, te verías en un gran apuro –le reprendió Íñigo.

–Lo sé. Será mejor que vuelva y busque a esa mujer que me ha confundido con Antonio Banderas.

–Yo no lo haría, a menos que quieras empezar el año enfadando a mamá.

–Tienes razón. ¿Cómo es que eres tan listo?

Íñigo no había bebido en toda la noche, al contrario que su padre, por lo que estaba mucho más lúcido.

–He salido a ti, papá.

–Por supuesto –dijo su padre, dándole una palmada en la espalda–. Me gusta esa chi…, esa mujer. ¿Ya has hablado con ella?

–Todavía no.

–¿A qué estás esperando, hijo? Está sola. Anda, ve.

Su padre señaló con la cabeza a la rubia, que justo en aquel momento miró en su dirección y vio a su padre empujándolo hacia ella. Sus miradas se cruzaron y supo que se había quedado prendado cuando la vio sonreír y hacerle un gesto con la mano.

 

 

Marielle Bisset había estado a punto de no asistir a la fiesta de aquella noche. No era un ambiente en el que se sintiera cómoda, pero su buena amiga Scarlet había insistido para que al menos hiciera acto de presencia y conociera a los representantes de algunas de las marcas con las que había estado trabajando. Scarlet había sido su mentora durante los últimos seis meses y, después de enterarse de que su amiga estaba embarazada, aquella podía ser la oportunidad que había estado esperando.

Scarlet había tomado a Mari bajo su protección después de haber pasado un mal año en el extranjero. De hecho, la consideraba algo más que una mentora. La había enseñado a aceptar sus defectos y a superar los errores del pasado para superarse y llegar a ser mejor persona.

Había estado desarrollando un canal en YouTube con la intención de convertirse en una gurú del estilo como Scarlet, pero era consciente de que era difícil abrirse hueco en ese mundo. Aunque llevaba poco más de un año, sentía que empezaba a encontrar su sitio.

Había vuelto a la casa de sus padres en los Hamptons después de una desastrosa relación con un hombre casado que la había dejado muy afectada. Sacudió la cabeza, deseando que hubiera sido igual de fácil quitarse la mala sensación que le había quedado al descubrir que estaba casado. Se había refugiado en East Hampton la mayor parte de los últimos cinco años, entre sus viajes por el mundo y la búsqueda de respuestas sobre ella misma. Había tratado de superar sus errores a la vez que desarrollaba una estrategia para abrirse hueco en internet. El escándalo y el dolor que había causado la habían dejado destrozada.

Miró a su alrededor y sus ojos se encontraron con un tipo apuesto a quien un hombre maduro estaba animando para que fuera en su dirección.

Tenía el pelo moreno y no acababa de distinguir el color de sus ojos, por la distancia. Se parecía mucho al hombre mayor que tenía al lado y que se estaba riendo. No pudo evitar sonreírles. Seguramente fueran padre e hijo.

Cuando sus ojos se clavaron en aquel hombre, sintió un pellizco en el estómago. Hacía mucho tiempo que no sentía algo parecido. Parecía avergonzado, algo que le resultaba tierno, así que le hizo una seña con la mano y lo miró, arqueando una ceja mientras él avanzaba en su dirección.

–Parece que alguien cree que deberías conocerme –dijo ella–. Pero ¿necesitabas un empujón?

–Eh…, bueno, es mi padre. Se lo está pasando en grande –explicó, antes de emitir un gruñido–. Tampoco es que necesite que mi padre me anime a acercarme ni que suela salir de fiesta con mis padres.

Ella rio. Parecía un tipo sincero y auténtico, que no acababa de encajar en aquel entorno.

–No te preocupes, parece una persona muy divertida. No te he visto antes en ninguna fiesta de por aquí, así que supongo que eres de fuera.

–Nací y me crie en Texas. ¿Tú eres de la zona?

–Más o menos. Mis padres tienen una casa aquí. Crecí en la ciudad, pero siempre veníamos en verano.

Estaba divagando, culpa de aquellos ojos marrón chocolate. Tenía una pequeña cicatriz encima de la ceja izquierda y el mentón marcado. Sus labios eran firmes y sonreía con tanta facilidad que la hacía distraerse.

–¿De qué conoces a Scarlet? –preguntó él.

–Es algo así como mi mentora. Me está ayudando a abrirme hueco en las redes sociales.

Scarlet había sido la primera persona en tomarla en serio cuando le había contado sus planes. Su padre se sentía muy decepcionado de que no hubiera encontrado ya un marido.

Pero eso era su padre. Siempre la hacía sentirse desilusionada, no como el padre de aquel tipo que los estaba observando con una dulce sonrisa en los labios. Parecía un hombre muy agradable, aunque también cabía la posibilidad de que estuviera algo bebido, a la vista de que se dirigía hacia la barra. De hecho, recordaba haberlo visto varias veces junto a la barra.

–Tu padre es muy divertido –dijo ella.

–Es un desastre. Está muy contento de tener a todos sus hijos aquí esta noche. Es raro que coincidamos todos en Navidad.

–Qué tierno. Normalmente es a las madres a las que les hace ilusión.

–Sí. Mi madre es presentadora de noticias en un canal de Houston, así que de niños apenas estaba en casa. Era mi padre el que se encargaba de llevarnos al colegio. Los dos son personas maravillosas. Me considero afortunado porque siempre fuimos su prioridad, pero sin agobiarnos.

–Debió de ser muy bonito.

Siendo la única chica de cinco hermanos, siempre había recibido mucha atención por parte de sus padres. Su padre había sido muy sobreprotector y, al cumplir dieciocho años, la había animado a buscar un buen hombre y sentar la cabeza. Era un hombre muy anticuado en ese tipo de cosas.

–¿Qué me cuentas de ti? ¿Has venido con alguien?

–Eh, no.

–Quizá te parezca muy directo, pero me alegro de que hayas venido y espero que sigas aquí a medianoche –dijo él.

–Yo también me alegro de estar aquí contigo –replicó ella.

Lo tomó de la mano y salió con él al balcón.

El aire de la noche era frío en comparación con el interior de la casa, pero había calentadores exteriores cada pocos metros, así que era soportable.

–¿Por qué estamos aquí fuera?

–Quiero besarte y no creo que deba hacerlo delante de tu padre.

Él sonrió. Tenía una sonrisa preciosa y aunque Marielle sabía que debía darse media vuelta y marcharse, no quería. Era Nochevieja. Podía disfrutar de una noche de diversión sin darle mayor importancia, ¿no? Un beso no haría ningún daño, ¿no?

 

 

Le olió a verano y a sol cuando inclinó la cabeza y sus labios se encontraron. Una corriente lo atravesó. ¿Sería un aviso? Le gustaba su sabor y sus labios se acoplaban perfectamente a los de ella. Su beso no fue demasiado húmedo y tampoco intentó meterle la lengua hasta la garganta como muchas mujeres solían hacer.

Ella se aferró a sus bíceps y no pudo evitar tensar los músculos. Le pareció sentir que sonreía bajo su beso. Le daba la sensación que lo encontraba divertido, lo que no le importaba, porque por primera vez en mucho tiempo estaba con una mujer con la que no tenía que fingir ser alguien que no era. Podía ser él mismo. Qué demonios, después de que su padre lo empujara hacia ella, no le había quedado más opción que ser Íñigo Velasquez, de Cole´s Hill, y no una prometedora estrella de la Fórmula Uno. Como piloto, siempre estaba obsesionado con ganar. Por una noche, quería concentrarse en ella.

Tenía una mano en su cintura e hizo fuerza con los dedos cuando el beso se hizo más intenso. A lo lejos se oía a los invitados a la fiesta haciendo la cuenta atrás.

Él se apartó.

–El último beso del año. También quiero que me des el primero del nuevo año.

–Por eso te traje aquí fuera –dijo ella, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo.

Su melena rubia cayó sobre su hombro e Íñigo ensortijó un mechón de pelo entre sus dedos. Era más fino y suave de lo que esperaba.

Cuando oyó los gritos de «¡feliz año nuevo!», se inclinó y la besó suavemente en los labios.

–Feliz año nuevo.

Ella volvió a besarlo, pero no fue uno de aquellos besos tentativos como los de él, sino arrebatador. La rodeó por la cintura y la estrechó entre sus brazos. Disfrutaba sintiendo sus pechos contra el suyo y sus caderas acopladas a las suyas. Cuando notó que tiraba de su lengua para llevarla al fondo de su boca, la atrajo por la parte baja de la espalda.

Sintió que la maquinaria se le ponía en marcha y supo que iba a pasar de cero a cien con aquella mujer en nanosegundos. Pero estaban en público, en una fiesta en la que también estaban sus padres.

Dio un paso atrás sin dejar de sujetarla por la cintura. Ella lo miró, con un rubor en las mejillas y el cuello y la respiración entrecortada.

–¿Qué ocurre?

–Creo que deberíamos irnos de aquí antes de que perdamos el control de estos besos.

–¿Estamos perdiendo el control? –bromeó ella, deslizando un dedo por su cuello hasta las solapas del esmoquin.

Un estremecimiento de puro deleite sexual lo recorrió.

Estaba a punto de mandarlo todo al infierno y llevársela a un rincón apartado del balcón, detrás de un enorme abeto. Pero no estaba en una ciudad de paso después de una carrera. Aquella era la casa de su cuñada, allí donde tenía familia y amigos, y tenía que ser discreto.

Pero entonces ella se acercó a él, lo rodeó por los hombros y le hizo olvidarse de todo excepto de las sensaciones que le provocaba su boca junto a la suya. Su sabor era adictivo y tenía la sensación de que nunca quedaría saciado.

Deslizó la mano por su espalda. El tejido de raso de su vestido era suave, pero no tanto como su piel. Se aferró a su trasero con ambas manos y la levantó del suelo. Ella jadeó desde lo más profundo de su garganta e Íñigo sintió que sus motores se ponían en marcha.

Sí, lo había puesto a la máxima potencia. Era justo lo que necesitaba esa noche. Tal vez fuera la razón de que hubiera cedido a la insistencia de su familia de que fuera. Necesitaba aquella clase de diversión, alguien que tuviera sus propios motivos para estar allí aunque fuera tan solo para hacer una muesca más en su lista de conquistas.

Simplemente dos personas entre las que existía una fuerte atracción y que se deseaban.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez, algo más de un año. Le gustaba el sexo, pero las mujeres eran una distracción y él había estado concentrado en la competición. Al fin y al cabo, iba a ser tan solo una noche, un regalo de año nuevo.

–¿Íñigo, estás aquí fuera? Mamá quiere felicitarte el año –dijo su hermana, llamándolo desde la puerta.

Rompió el beso y se asomó para ver a su hermana, decidido a hacerla volver dentro.

–Enseguida voy, Bia. Dile a mamá que le dé otro beso a papá. Lo necesita.

–Es él el que me ha mandado a buscarte. Mamá no quiere irse hasta que nos haya dado un beso a todos.

Oyó que la mujer que tenía detrás se reía y volvió a su lado. Se estaba secando los labios con un dedo y supuso que debía de tener la boca manchada de carmín.

–Anda, ve. Nos veremos dentro.

Íñigo asintió con la cabeza y se marchó. Lo último que le apetecía era pasar el rato con sus padres, pero sabía que les gustaba cumplir con las tradiciones navideñas.

Bianca lo tomó del brazo y apoyó la cabeza en su hombro.

–Siento haber tenido que separarte de tu dama. Creo que papá me ha enviado porque sabía que los chicos se burlarían de ti.

–Seguramente, gracias.

–Bueno, ¿y quién es ella?

–Vaya, no le he preguntado el nombre –contestó sacudiendo la cabeza.

–Así que fuiste directamente a besarla –bromeó Bianca.

–Algo así –dijo al llegar junto a sus padres.

Los abrazó a ambos y les felicitó el año nuevo.

–Feliz año nuevo, Íñigo –dijo su padre, devolviéndole el abrazo–. Se ve que mi intuición no se equivocaba respecto a ti y esa joven.

–Papá…

Su padre era menos insistente que su madre, pero ambos deseaban que encontrara a alguien con quien sentar la cabeza.

–Me alegro de verte tan sonriente –dijo su padre.

–Yo también –admitió.

Luego le dio las buenas noches a su familia y se fue a buscar a la atractiva rubia con la que se había estado besando.

–No me agrada tentar a la suerte, pero ¿quieres venir a mi habitación?

–Sí.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

La suite que le habían asignado en el complejo Maison de Houblon de los O´Malley estaba en el pabellón de invitados junto a la piscina. Tenía una amplia estancia con cocina y salón, y un dormitorio con puertas de cristal correderas que daban al océano. Pero esa noche, estaba más interesado en el paisaje que tenía entre sus brazos.

–Ni siquiera sé cómo te llamas –dijo.

–Marielle. ¿Y tú? –preguntó ella.

Sus palabras tenían un tono cantarín, un ligero acento del que no se había percatado hasta ese momento.

–Íñigo.

Ella se echó hacia atrás y se quedó mirándolo.

–Íñigo.

Repitió su nombre lentamente y a él le gustó cómo sonaba en sus labios.

–Sí, señora.

–¿Señora? ¿Así habláis los de Texas? –preguntó ella guiñando un ojo.

–Te seré sincero: no se te va a olvidar que soy texano.

Por mucho tiempo que pasara con los italianos propietarios de Moretti Motors o por mucho que viajara por el mundo, en el fondo seguía siendo todo un texano. Llevaba trajes de marca y zapatos hechos a medida en todos los actos con prensa a los que asistía, pero en su tiempo libre, prefería los vaqueros y las botas.

–Bien, no me gustaría que dejaras de ser tú mismo –dijo, deslizando la mano por su pecho.

Íñigo sintió el calor de sus dedos a través de la camisa que llevaba.

–No tengo esa habilidad. De hecho, mi jefe siempre me dice que espere cinco minutos antes de contestar.

–¿Por qué?

–No pierde la esperanza de que muestre un poco de sentido común –admitió Íñigo.

–¿Y alguna vez lo haces? –preguntó, acariciándole el labio inferior con un dedo.

Su caricia le provocó un escalofrío en la espalda y sintió que su erección crecía. La tomó de las caderas para atraerla hacia él y la sujetó con fuerza.

–No.

Marielle rio echando la cabeza hacia atrás y atrayendo su atención. Deseaba hacerla suya. Ahogó el sonido de su risa con un beso y se sintió vivo por primera vez en mucho tiempo. Ya se detendría a pensar en esa sensación más tarde, pero era consciente de que estaba abrazando a alguien especial, alguien que le estaba haciendo darse cuenta de que había vida más allá de las pistas.

Sintió sus manos entre ellos moviéndose con agilidad mientras le desabrochaba los botones de la camisa. Luego la levantó del suelo y fue caminando de espaldas hasta que se dio con la cama y se sentó. Marielle se quedó de pie entre sus piernas separadas y apoyó las manos en sus hombros.

–Vas un poco rápido, ¿no? –preguntó ella en tono provocador.

–Me conocen por mi velocidad. Y nunca nadie se ha quejado.

Ella rio, echando la cabeza hacia atrás.

–¿Alguna vez te has quedado lo suficiente para saberlo, Fittipaldi?

–Sí. No soy un tipo de aquí te pillo, aquí te mato.

Hacía mucho tiempo que no se reía así con nadie. La rodeó con los brazos y la estrechó, arrugando el vestido de raso. Quería deleitarse con aquella sensación de ligereza, como si no hubiera nada más que diversión junto a aquella mujer.

–¿A qué viene esto?

–Hace tiempo que no me reía tanto –respondió él–. Gracias.

–De nada –replicó ella, pasándole las manos por el pelo y obligándole a echar la cabeza hacia atrás y mirarla–. Eres diferente.

–Eso dicen –murmuró.

Marielle unió sus labios a los suyos. Sus lenguas se encontraron y se acariciaron.

Sabía muy bien. Lo había notado la primera vez que se habían besado, y le resultaba difícil olvidarlo. Ansiaba más. Si flirtear con ella le hacía sentirse así de bien, tal vez tuviera que saltarse su regla de mantener el celibato durante la temporada de carreras y seguir viéndola.

Tomó su rostro entre las manos y el colchón se hundió al apoyar una rodilla para colocarse a horcajadas sobre él. Íñigo se dejó caer en la cama y con los brazos alrededor de su cintura, tiró de ella para arrastrarla con él. Le agradaba la sensación de sentirla pegada a él desde los hombros hasta la cintura.

Le acarició la espalda de arriba abajo, y luego la agarró con fuerza por el trasero cuando el beso se volvió más apasionado. Aunque había bromeado acerca de que fuera conocido por su velocidad, nunca le había gustado precipitarse en el sexo. Y parecía que a ella tampoco. Se tomaba su tiempo para explorar su boca y sus delicados movimientos le hacían desear que ambos estuvieran desnudos, pero era incapaz de dejar de besarla para quitarse la ropa.

Marielle rodeó con el dedo su oreja y fue bajando por un lado de su cuello, lo que le hizo sentirse tan caliente y excitado que le parecía que estaba a punto de estallar.

Puso las manos en sus muslos. Sus piernas eran firmes y su piel suave. Como no llevaba medias, estaba en contacto directo con su piel desnuda, así que extendió los dedos y apretó.

Ella acercó sus piernas a las de él al sentir que deslizaba un dedo por la parte posterior de su muslo y murmuró algo junto a sus labios, pero Íñigo no entendió sus palabras, solo el tono sensual de su voz. Luego, siguió con la boca el mismo camino descendente de su dedo por su cuello. Al abrirse la camisa, siguió bajando por su cuerpo.

Él le subió el vestido hasta la cintura y se encontró con que llevaba un diminuto tanga negro. Ella aprovechó para quitarse los tacones y volvió a sentarse, sin dejar de contemplar su cuerpo. Íñigo hacía una intensa rutina de ejercicios para mantenerse en forma. Otros atletas no siempre seguían la misma disciplina que los pilotos.

A Marielle parecía gustarle su pecho musculoso. Le bajó la camisa por los hombros y él se irguió, quitándose primero una manga y luego la otra. Tenía un tatuaje en la cara interna del brazo izquierdo en el que se leía: Si todo está bajo control, es que no vas deprisa. Ella acarició el tatuaje y lo miró arqueando una ceja.

–¿Tienes todo bajo control? –preguntó.

–No –respondió, enroscando un mechón de su larga melena rubia en su mano y tirando de ella para atraer su boca.

No quería hablar, ni siquiera pensar en las carreras en aquel momento. Su rendimiento en las pistas había ido mejorando y estaba convencido de que se debía en gran parte a que había dejado de salir con mujeres. Pero esa noche no quería pensar en ello. Había pasado mucho tiempo, estaba a gusto con ella y era año nuevo.