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La novia era su hermana… Nicco Tescotti era un príncipe guapísimo, pero tenía que casarse por obligación y todavía no había encontrado una mujer con quien hacerlo, así que decidió que la mejor solución era comprar una esposa... Con lo que no contaba era con que surgieran dos candidatas y que, además, fueran hermanas gemelas. Callie Lassiter había viajado hasta Italia para conocer a su futuro esposo, aunque en realidad no tenía la menor intención de casarse... hasta que conoció a Nicco. Ya solo tenía una duda: ¿sería una novia digna de un príncipe?
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Seitenzahl: 193
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2002 Rebecca Winters
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Una novia para un príncipe, n.º 1790 - septiembre 2014
Título original: Bride Fit for a Prince
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2003
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4707-1
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
CALLIE? ¡Espera!
Callie Lassiter acababa de poner su bolso en la parte de atrás de su moto cuando su hermana apareció corriendo. Llevaban al menos cinco meses sin verse. Ya era septiembre. ¡Cómo había pasado el tiempo!
Su hermana estaba hermosa, como siempre. En cuanto a Callie, se hallaba toda cubierta de barro. Tenía barro hasta en su pelo rubio ceniza.
–Será mejor que no te abrace –se rio Callie.
–¡No lo hagas, por favor! –exclamó Ann riendo, sin acercarse demasiado.
–Pensé que estabas en Los Ángeles. ¿Cómo no me has dicho que venías a Prunedale? Me habría organizado para tomarme un par de días libres.
–No he tenido tiempo. Anoche ocurrió algo de lo que tenía que hablarte, así que tomé un avión a San José hoy mismo.
–¿Cómo has sabido que estaba en la granja de los Olivero?
–El doctor Wood me dijo que habías venido en la moto para ayudar en el parto de una vaca. Y pensé que tal vez estuvieras aquí todavía.
La vaca había tenido problemas, sí. Pero ya estaba bien. El ternero se encontraba estupendamente, y su madre también.
–¿Qué ocurre?
–¡Mi agente me llamó anoche a las doce y me dijo que me han ofrecido un papel importante en una película con Cory Sievert! ¡Había hecho un casting hace unas semanas!
–¿De verdad? ¡Es fantástico, Ann! –gritó Callie abrazando a su hermana, olvidando que no debía hacerlo.
Ann se apartó.
–¡No podía creerlo! La actriz que habían escogido resultó estar embarazada. Ayer tuvo que ser ingresada por cálculos en los riñones y está de baja. Tuvieron que elegir a otra de las del casting. ¡Y yo tuve la suerte de ser la elegida!
Después de haber participado en papeles pequeños, parecía haberle llegado la gran oportunidad de su vida a Ann. Pero Callie conocía a su hermana muy bien. Podría haberla llamado por teléfono para darle esa noticia. Su hermana quería algo. De no ser así, no habría volado desde Los Ángeles sin avisarla.
–¡Me alegro mucho por ti, Ann!
–Yo también… Pero hay un pequeño problema. ¡Anoche gané otro concurso!
–¿Y eso es un problema? ¿Cuál ha sido el premio esta vez?
Su hermana había participado en muchos concursos de belleza. Con sus rasgos y esas piernas tan largas, había ganado bastante dinero. Era un plan pensado para sobrevivir hasta que se convirtiera en una estrella de Hollywood.
–Es increíble, realmente. Pero no puedo aceptarlo justamente en este momento, en que tengo la otra oferta. Mañana por la mañana a primera hora tengo que contestar si acepto el papel. Esta película va a lanzar mi carrera, Callie. Por eso tienes que ayudarme. Tengo que pedirte un favor.
«¡Oh!», pensó Callie.
–¿Qué has ganado?
–Digamos que... me eligieron para algo.
Callie frunció el ceño.
–¿Para qué te eligieron?
–Tengo que explicarte primero. Hace un mes más o menos, firmé un contrato para participar en un programa llamado «¿Quién quiere casarse con un príncipe?» a beneficio de los sin techo. Me enteré de su existencia a través de unas chicas que nos presentamos al casting...
–¡Espera un momento! –la interrumpió Callie–. ¿Firmaste un contrato para un programa benéfico después de haber pasado por la experiencia tan humillante del año pasado, en aquel programa de «¿Quién quiere casarse con un millonario?»
–Lo hice por la publicidad que me daría –se defendió Ann–. Por suerte, no me escogieron en ese. Aun si me hubieran escogido, yo habría fingido encontrarme mal y me habría negado a casarme. ¡A la ganadora la obligaban a casarse con ese gordo en su hotel de Las Vegas!
Ann siguió hablando.
–¡Pero este programa es diferente! Un príncipe europeo, rico y atractivo, iba a venir a Hollywood para elegir a su esposa. ¡Parecía tan romántico! ¡Parecía la historia del príncipe Rainiero de Mónaco cuando vino a Estados Unidos a buscar a Grace Kelly para casarse con ella!
–¡A mí lo que me parece es que se trata de un lobo con apariencia de cordero! –dijo Callie.
–¿Cómo puedes decir eso? Las chicas y yo estuvimos de acuerdo en que, aunque no nos eligieran, era por una buena causa y, además, nos daría publicidad, porque sabíamos que habría muchos directores de cine y gente con talento entre el público. El que nos vieran podría ayudarnos a conseguir un buen papel en una película.
Ann siguió hablando.
–Deberías haber visto a este príncipe, Callie. Llevaba su traje de gala cuando apareció en el escenario después de que me hubiera escogido entre las finalistas. Tengo una foto de él. Mira... –sacó una foto y Callie no tuvo más remedio que mirarla.
Tuvo que admitir que parecía todo un príncipe azul: cabello castaño oscuro, ojos marrones vivaces, hoyuelos...
–Casi me desmayé cuando pasó por nuestro lado, y luego se arrodilló frente a mí. Me susurró que había tomado la decisión en el mismo momento en que había visto la foto en mi solicitud. Antes de que pudiera darme cuenta, me puso este magnífico anillo de compromiso. ¿Puedes creer que de entre todas esas bellezas me eligiera a mí?
Callie no se sorprendía. Ann era muy bella.
–Entonces ¿le has dicho que no puedes casarte porque estabas trabajando en tu próxima película?
Después de un silencio Ann respondió.
–Aún no. De eso quería hablarte. Ya ves, cuando aceptaron mi solicitud para el programa, el patrocinador del programa fue lo suficientemente inteligente como para poner una cláusula en el contrato que no estaba en el contrato de «¿Quién quiere casarse con un millonario?».
–¿Quieres decir que has cometido el mismo error otra vez y que firmaste el contrato antes de que el príncipe te inspeccionase como si fueras ganado para vender?
–No seas tan prosaica, Callie. Para que sepas, he tenido la precaución de leer la letra pequeña. Firmé los documentos delante del abogado de los beneficiarios de la fundación, y del abogado del príncipe.
Callie se sintió enferma.
–¿Qué decía esa cláusula especial?
–«La ganadora tendrá que casarse dentro de las veinticuatro horas siguientes a su llegada al país del Príncipe y vivir con este un mes. Si transcurrido ese tiempo alguno de los dos quiere disolver el matrimonio, puede divorciarse sin ningún inconveniente y el dinero obtenido permanecerá en manos de la asociación de los sin techo».
–¡Es un plan perfecto! Si no quieres seguir casada, habrás ganado un viaje a Europa gratis y una gran publicidad...
Su hermana estaba tardando demasiado en llegar a lo que quería. Cuando Ann echaba la cabeza hacia atrás de aquel modo era que estaba realmente muy nerviosa.
–Si realmente te enamoras del príncipe, puedes seguir casada, vivir felices y comer perdices... en su palacio, sin tener que preocuparte por el dinero nunca más. Pero solo si el príncipe y la vida en palacio te hacen feliz, algo que sé que no me haría feliz a mí. ¡Jamás!
Callie estaba horrorizada. Su hermana la había metido en más de un aprieto en el pasado. Pero nada como aquello. Sintió el calor de la rabia.
–¿A qué se dedica ese príncipe? ¿A buscar esposas en los concursos porque de otro modo no puede tener una relación íntima con una mujer? ¿Qué le ocurre? ¡Podría ser un psicópata asesino! ¿Te has puesto a pensar que podría ser un juego peligroso? ¿Y qué pasa si te quedas embarazada? –siguió Callie–. ¿De verdad crees que ese príncipe respetaría la cláusula de los treinta días si tú llevas a un heredero suyo en tu vientre? Si crees que te permitiría divorciarte y marcharte del país con el niño, has perdido la cabeza.
Los ojos verdes de Ann, idénticos a los de su hermana, brillaron como los de un gato.
–No hay ninguna posibilidad de que me quede embarazada. Créeme. Pero ese no es el tema. Si vieras su pedigree, no tendrías tantos reparos.
–¡Reparos! ¡No ves que lo que ha hecho es el juego más monstruoso y horrible del mundo! Annabelle Lassiter, ¿cómo puedes valorarte tan poco? ¿Te vendes al mejor postor para conseguir una película? ¿Dónde está tu orgullo?
–Mi orgullo no paga mi renta –respondió su hermana–. Naturalmente, si hubiera sabido que mi agente iba a llamarme anoche con la noticia de que había conseguido el mejor papel de la película del año, jamás me habría visto involucrada en esa función, y por tanto ahora no estaría en este dilema.
–¿Qué dilema? Dile al comité organizador del evento que vas a actuar en una película y que tendrán que elegir a otra de las aspirantes.
–He intentado hacerlo. Pero no ha resultado. Esta mañana, antes de volar hasta aquí, le pedí a mi abogado que mirase el contrato que firmé. Me ha dicho que no hay forma de incumplirlo. Por ese motivo tú eres la única persona en el planeta que puede ayudarme.
–¡Oh, no!
Callie no quería ni pensar en ello. Se puso el casco, encendió el motor de la motocicleta y se dirigió a la carretera, rumbo a la granja de los Pike. El gato se había quedado sin comida. Callie les había prometido echarle un vistazo de camino a la clínica.
Lamentablemente Ann la siguió en su coche alquilado. Cuando Callie empezó a desabrocharse el casco, su hermana la alcanzó y le restregó algo por la cara.
–Vuelve a mirar su foto. Se llama Enzo Tescotti. Tiene veintiocho años, solo un año más que nosotras. Como ves, no tiene nada de malo.
–Debí imaginarme que era italiano –murmuró Callie–. ¡Oh, Dios!
–Aquí están los billetes de avión en primera clase, a Turín, Italia, donde él y sus asistentes estarán esperándote para recibirte cuando bajes del avión. Tendrás que ir a Los Ángeles para tomar ese vuelo. Afortunadamente, fuiste a Inglaterra a aquella conferencia sobre veterinaria después de tu graduación, así que ya tienes pasaporte. También te he comprado el billete de San José a Los Ángeles. Como el vuelo transatlántico sale pasado mañana, tendrás que estar en Los Ángeles mañana. Puedes quedarte a pasar la noche en mi apartamento. Yo te llevaré al aeropuerto al día siguiente, de camino al plató.
Callie agitó la cabeza.
–Aunque quisiera hacerlo, y no quiero, no puedo dejar mi trabajo.
–Ya está todo arreglado. Cuando le dije al doctor Wood que habías ganado unas vacaciones en Italia con todos los gastos pagados, se alegró mucho. Me dijo que trabajabas demasiado y que te merecías unas vacaciones. Me aseguró que se arreglaría sin ti sin problemas hasta que regresaras. ¡Así que está todo solucionado!
–¿Sí? Se te olvida una cosa. Yo no me tomo la vida en broma –dijo Callie; le devolvió la foto y los billetes a su hermana.
–Tal vez te la tomes demasiado en serio –respondió Ann con serenidad–. Yo no soy como tú. Nunca pude soportar la forma en que nos abandonó papá, llenas de deudas. Mamá tuvo que vivir con lo justo y encima tuvo que vender la granja. Tú eres como ella.
–¡Ella hizo lo que tenía que hacer para mantenernos a ti y a mí! –la defendió Callie.
–¡Podría haberse casado con varios hombres que se lo pidieron! Pero no lo hizo.
–Amaba a papá.
–Tanto que su vida sin él fue muy desgraciada. Y terminó muriendo de un ataque al corazón. Probablemente tú también te mueras joven, y yo me quedaré sola.
–Ann...
–Es verdad. Trabajas demasiado, y aún te quedan mensualidades que pagar del préstamo que te concedió la Facultad de Veterinaria. ¡Ni siquiera tienes coche! Andas con una moto de segunda mano.
–Sabes que siempre me gustaron las motos.
Tenía una Danelli Strada deportiva, amarilla y negra, que había ganado todas las competiciones durante diez años, antes de que inesperadamente la escudería dejara de existir.
–Me lleva adonde necesito ir. Y lo que es más importante, ¡es mía! –exclamó Callie señalando el coche alquilado.
–Pero vives en un diminuto apartamento de dos habitaciones en la parte trasera de una clínica veterinaria, donde oyes a todos los animales enfermos del condado de North Monterey. No tienes vida amorosa y ninguna esperanza de tenerla trabajando para el doctor Wood, que podría ser nuestro abuelo. ¡Te pasas casi todo el tiempo limpiando los establos o los chiqueros para poder hacer tu trabajo! ¿Cuándo hiciste algo excitante o te divertiste por última vez?
–Yo me lo paso bien siendo veterinaria –se defendió Callie–. Es lo que he querido hacer desde siempre, desde que casi se nos muere Jasper cuando teníamos nueve años y el doctor Wood lo curó. Dentro de pocos años habré ahorrado dinero suficiente como para comprarme una casa propia. Mientras tanto, no me quejo, y pienso vivir muchos años. Me gusta la vida que llevo.
–¡A mí también! Por eso no puedo perder esta oportunidad. Esa película me garantiza poder vivir al menos cinco años con el dinero que me van a pagar.
–Eso es mucho dinero –dijo Callie serenamente–. Me alegro por ti, y lamento que te hayas metido en este lío.
–Yo lo lamento más. Solo quería que me «vieran», no que me eligieran.
A esa altura de la conversación, los ojos de Ann estaban brillando con lágrimas. Eran reales. Callie desvió la mirada porque no podía soportar que su hermana se pusiera de aquel modo. No era muy habitual.
–Debiste pensar en ello antes.
–¿Sabes una cosa? Te has hecho muy dura con la carrera de veterinaria. No lo comprendo.
¿Sería verdad?, reflexionó Callie.
De algún modo, el comentario de Ann la hirió. Probablemente desde la muerte de su madre, el corazón de Callie se había cerrado a las emociones. Y tal vez ella no se diera cuenta.
–No sé qué le pudo pasar a la hermana que yo tenía –prosiguió Ann–, que solía meterse en líos con los chicos y me usaba para que la sacara de ellos... Si no recuerdo mal, jamás te dejé colgada cuando me rogabas que saliera con tus novios porque tú habías cambiado de parecer. Y no les dije nunca que yo no era tú.
Callie se había olvidado de esos tiempos felices. Debía admitir que Ann había sido una gran ayuda en la época de la escuela secundaria, cuando ella estaba loca por el hijo de su vecino, Jerry. Ningún otro chico podía competir con él...
–Eso es lo que estoy haciendo ahora, Callie. Rogándote que me ayudes. Mi agente me dijo que tengo que estar a las seis de la mañana para que me maquillen. Si no voy, no solo me quitarán de la película, sino que me pondrá en la lista negra y no me dará más trabajo. ¿A qué otra persona podría recurrir si no es a mi familia? Por favor...
Callie cerró los ojos, sintiendo que se le cerraba la última escapatoria.
–Me estás pidiendo mucho.
–Lo sé. Por si te sirve, he pensado en un plan.
–¿Cuál?
–He extendido un cheque por diez mil dólares a nombre del príncipe. Es todo el dinero que tengo hasta que me paguen, dentro de dos semanas. Cuando llegues a Italia, sé sincera con el príncipe. Dile que eres mi hermana, que estás allí en mi lugar. Explícale que la misma noche que estuve en la función benéfica, me ofrecieron el papel más importante de mi vida. Dale el anillo de compromiso y el cheque. Cubrirá los gastos de los billetes de avión y otros gastos que haya tenido por mi culpa. Dile que si quiere más dinero por haber incumplido el contrato, que le diga a su abogado que se ponga en contacto con mi abogado a través de mi agente.
Ann siguió hablando:
–Una vez que le hayas dado mi mensaje y todo lo demás, puedes volverte en el siguiente vuelo. Te prometo que el príncipe es un encanto. Todas las finalistas estuvieron de acuerdo en que era encantador y se lamentaron de que no las eligiera a ellas. No habrá ningún problema con él.
–No sabes nada de su carácter –murmuró Callie, sintiéndose un poco vencida al notar que el plan de Ann no era del todo descabellado. Suponía que si hablaba con el príncipe personalmente y le ofrecía el dinero y le explicaba la situación...
–Quizás no, pero estoy segura de que no es el monstruo que has descrito. Recuerda, Callie, yo no acepté participar en esa función con la intención de echarme atrás si me elegían. Yo habría aceptado el premio... Pero cuando llamó mi agente con la noticia de que podía reemplazar a la actriz, no pude rechazar la oferta. Mira, tú ya te has establecido en tu profesión, ¿no puedes sacrificar tres días de tu vida para ayudarme a consolidar la mía? ¿Es pedirte tanto?
Dicho así...
–No –respondió Callie. Era cierto que debía favores a su hermana.
–¡Oh, Callie! ¡Gracias! ¡Gracias! –Ann estalló en lágrimas de agradecimiento y abrazó a su hermana a pesar de la suciedad que la cubría.
–Siento habértelo hecho pasar tan mal... –murmuró Callie–. Tres días no es tanto sacrificio. Le diré al príncipe que arregle todo para casarse con la finalista. La chica también habrá tenido que firmar el contrato. Y se me ocurre que ella saltará de alegría al enterarse de que te tiene que reemplazar.
–¡Seguro que sí! –sollozó Ann y soltó a su hermana–. Es una morena muy guapa, y tiene la carrera de Arquitectura por la universidad de Carmel. Pasaron un video-clip suyo en el que se la veía ganando esas competiciones hípicas... No comprendo por qué no la eligió a ella el príncipe. Era más adecuada para ser una princesa.
¡Menos mal que había habido una finalista!, pensó Callie. Eso haría más fácil su tarea.
–¿Por qué no vuelves a la clínica y me esperas allí? No sé cuánto tiempo voy a estar en la granja de los Pike.
–Está bien. Me sentaré en el coche y estudiaré el papel de mañana. Cuando termines, te acompañaré a casa y te ayudaré a hacer las maletas.
–¿Qué tengo que llevar además de algo de ropa interior, un par de vaqueros limpios y una camiseta? Debería ser suficiente para pasar treinta seis horas y volver. Es el tiempo que tengo. La yegua de los Selander va a parir en cualquier momento, y quiero estar aquí cuando lo haga.
–Pero no puedes ponerte esa ropa para ir a ver al príncipe –exclamó Ann.
–No soy su prometida. A nadie va a importarle el aspecto de la mensajera.
Ann meneó la cabeza.
–Espero que no te sientas ridícula cuando toda esa gente vaya a esperarte al aeropuerto con todo el protocolo.
–El Príncipe tendrá lo que merece, por comprarte como si se tratase de la mercadería de un mercado de esclavos. Es todo tan desagradable, que no puedo creerlo.
El príncipe sería atractivo, pero Callie apostaba cualquier cosa a que tenía una veta de locura hereditaria. En cuanto a ella, cuanto antes sacara a Ann de aquella situación, mejor.
Dos días más tarde, Callie llegó a Turín proveniente de un vuelo de Milán, donde había tenido que pasar por aduana y sellar el pasaporte.
Se desabrochó el cinturón en el asiento del avión, ansiosa por conocer al príncipe y terminar con aquella historia. Aunque estaba cansada, el viajar en primera clase había sido una experiencia agradable. Una hora más tarde estaría en el vuelo de regreso y dormiría durante todo el viaje.
Callie se acomodó la tira de su bolso y se dirigió a la sala de espera junto con los otros pasajeros.
Había muchísima gente de pie por allí.
Callie se preparó para lo que iba a suceder. Pero para sorpresa suya, no ocurrió nada. Caminó por allí durante unos minutos, esperando que se le acercase alguien u oír el nombre de su hermana por algún altavoz.
Era extraño. Al parecer, no había ido a recibirla ningún comité de recepción real al aeropuerto. Quizá hubiera ocurrido algo inesperado y el príncipe se hubiera retrasado.
Poco a poco, la gente se fue marchando, excepto un hombre de unos treinta y tantos años, de aspecto peligroso y pelo largo. Estaba sentado en uno de los asientos de la sala, leyendo un periódico italiano. Sus vaqueros gastados y su cazadora de piel negra subrayaban una fuerte y enérgica personalidad.
Había algo en los hombres italianos, daba igual su estilo o su ropa, que los hacía elegantes. Pensó que tal vez por ello tenían fama de seductores. Sobre todo aquel desconocido moreno, de facciones aquilinas, que aceleraba su corazón sin saber por qué.
El hombre en cuestión alzó la cabeza y se encontró con los ojos de Callie. Ella sintió un calor en todo su cuerpo, como si se hubiera desatado una tormenta en el desierto. Se dio la vuelta, incómoda al verse sorprendida mirándolo, y sin dudar se dirigió al mostrador de información de la terminal.
Si el príncipe no llegaba pronto, le dejaría una nota explicándole todo, junto con el anillo y el cheque. Antes de embarcar en el vuelo de regreso, se aseguraría de que el empleado de la compañía aérea diera el sobre al príncipe.
–¿Señorita Lassiter?
Callie escuchó una voz masculina desconocida detrás de ella. Se dio la vuelta y descubrió al hombre en el que se había fijado, muy cerca de ella. Callie se quedó sin aliento. Era alto, superaba el metro ochenta. Lo sabía porque ella medía más de un metro setenta y él le sacaba unos cuantos centímetros.
Los ojos negros del desconocido se clavaron en sus rasgos y en su cabello, que llevaba recogido en una trenza gruesa que le llegaba a mitad de la espalda.
–¿Es usted del palacio?
Hubo un silencio incómodo. Luego él contestó.
–Sí. Mi nombre es Nicco –hablaba muy bien en inglés, con un acento que resultaba muy atractivo.
–Yo creía que el príncipe Enzo iba a venir recibirme.
–Me temo que no ha podido. Me enviaron para... ocuparme de usted.
–¿Quién es usted? ¿Uno de sus guardaespaldas?
–¿Se sentiría más a salvo si le dijera que sí?
«No especialmente», pensó ella.
Lo que en verdad le molestaba era aquella perturbadora arrogancia. Daba la impresión de que el emisario del príncipe la había hecho esperar a propósito.
Ella no le gustaba. Lo había presentido inmediatamente, pero no podía culparlo. Cualquier mujer dispuesta a vender su cuerpo a un príncipe desconocido se merecía aquel desprecio.
Por otra parte, un hombre que trabajase para un príncipe sin moral alguna debía de ser despreciable también.
–Digamos que contestar a mi pregunta con otra pregunta es un poco maquiavélico. Pero no debería sorprenderme. Usted ha dicho que su nombre es Niccolo. El maestro de la astucia. ¿Un rasgo heredado de su ancestro tal vez?
Los ojos del extraño brillaron con turbulenta emoción. Ella recibió la mirada como un dardo de inquietud en su corazón.
–El Príncipe se sorprenderá de sus conocimientos de la historia política de Italia, señorita. Parece que hay sorpresas por descubrir en lo profundo de su ser. ¿Vamos a recoger las maletas?
–No he traído ninguna maleta.