Una peligrosa tentación - Terri Brisbin - E-Book
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Una peligrosa tentación E-Book

Terri Brisbin

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Beschreibung

Ella era el pecado en persona… Perseguido por antiguas tragedias, el infortunado laird Athdar MacCallum se había entregado a su gente y había jurado no volver a casarse. Hasta que quedó embelesado por la belleza inocente que se reflejaba en los ojos de Isobel Ruriksdottir… Isobel se sentía atraída por la vulnerabilidad que intuía tras la atractiva fachada del jefe del clan. Pero, con la oscura maldición que parecía pesar sobre su persona, le estaba negado casarse con él. Estar juntos solo podría ponerlos en peligro, pero la tentación de arriesgarlo todo por la pasión era imposible de ignorar…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2013 Theresa S. Brisbin

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Una peligrosa tentación, n.º 546 - febrero 2014

Título original: The Highlander’s Dangerous Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Internacional y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4117-8

Editor responsable: Luis Pugnia

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

—¡Venid conmigo! —gritó Athdar, como lo haría el capitán de los guerreros de su padre. Con su espada de madera en alto, señaló hacia el bosque y asintió—. ¡Nuestros enemigos han tomado el bosque!

Athdar guio a través de la maleza a sus amigos; dos de sus primos y los dos hijos de un aldeano, todos casi de la misma edad que él. Mientras seguía el camino junto al río, buscaba cualquier señal de movimiento entre las sombras.

De pronto, algo se movió y él dio las órdenes una vez más. Un ciervo o cualquier otro animal salvaje, no le importaba cuál fuese el objetivo, salió corriendo delante de ellos mientras la luz del sol se colaba entre las hojas y las ramas de los árboles. Riéndose, el grupo siguió los sonidos mientras la criatura se alejaba. Pasado algún tiempo, el sonido del río desapareció, lo que le indicaba a Athdar que su camino había cambiado. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que nada le resultaba familiar. Athdar se detuvo un instante y después salió corriendo y gritando para que los demás le siguieran. Sin previo aviso, llegó a un pequeño claro bordeado por una hondonada que marcaba el antiguo curso del río y que les cortaba el paso.

Era lo suficientemente alto y fuerte, además de buen corredor y saltador, como para cruzar la zanja, así que tomó velocidad y salvó la hondonada sin apenas esfuerzo. Derrapó al caer al otro lado y aterrizó sobre un montón de hojas, antes de ponerse en pie de un brinco.

—¡Venid! —gritó—. No es tan ancho como para detenernos.

Siendo el hijo del jefe, Athdar estaba acostumbrado a mandar y a tomar decisiones por su grupo de amigos y seguidores. Les hizo un gesto con la mano y esperó a que le obedecieran.

—¿Tenéis miedo de saltar? —preguntó con tono desafiante—. Tomad carrerilla y lo conseguiréis —vio la incertidumbre en sus caras, y no quiso permitir que eso les arruinara la aventura—. ¡Cobardes! Solo los cobardes desobedecerían a su jefe —las palabras le quemaron en la boca al decirlas, pero sabía que sus amigos solo necesitaban algo de ánimo para imitarle y cruzar la hondonada.

Athdar les vio darse codazos los unos a los otros, asintiendo y retrocediendo para tomar carrerilla antes del salto. Con una sonrisa, se cruzó de brazos como solía hacer su padre y esperó a que llegasen a su lado. Uno tras otro fueron saltando la zanja.

Sus gritos se convirtieron en alaridos mientras se precipitaban barranco abajo. Athdar se quedó mirando horrorizado cuando los gritos dieron paso a un silencio mortal. Solo el sonido de su respiración rompió ese silencio cuando se acercó al borde y miró hacia abajo.

El fondo estaba a unos seis metros de distancia y sus amigos yacían dispersos por el suelo. Incluso su mente de niño de siete años comprendió que algunos estaban muertos y otros malheridos. Sus brazos y piernas retorcidas en ángulos imposibles presagiaban lo peor.

¡Él era el causante de todo aquello! Buscó en su mochila la cuerda que siempre llevaba consigo, pero no la encontró. Al acercarse nuevamente al borde, se desprendió parte del suelo de arena y cayó hacia el fondo. Una leve tos le indicó que alguno seguía vivo. Sin poder dejar de temblar, fue gritando sus nombres hasta que Robbie respondió.

—¡Robbie! ¡Voy a bajar! —exclamó, y dejó colgando las piernas sobre el precipicio con la intención de resbalar hacia abajo hasta llegar a sus amigos.

Aquello era culpa suya. Su culpa. Tenía que ayudarles.

—Quédate ahí —dijo Robbie—. No podrás ayudarnos si te quedas atrapado aquí.

Athdar se detuvo y se agarró a las raíces expuestas de un árbol para evitar resbalar hacia el agujero. Era cierto. Sin medios para sacar a sus amigos de allí, no sería de ninguna ayuda. El viento que susurraba entre los árboles le recordó que el tiempo pasaba. Pronto anochecería y surgirían nuevos peligros.

—Iré a buscar ayuda —gritó. Al no obtener respuesta, volvió a gritar—. ¡Robbie! ¡Iré a buscar ayuda!

Agarró su mochila y miró a su alrededor para intentar ubicarse. Habían corrido por el bosque del este hacia el oeste. ¿O no? En aquel momento todo le parecía igual. Tomó aire e intentó controlar el pánico.

Tenía que encontrar el camino de regreso a casa. Tenía que conseguir ayuda. Tenía que...

Athdar salió corriendo, se agachó bajo las ramas de los árboles y buscó el curso del río.

 

 

Tardó horas en encontrar el río, pero entonces no supo en qué dirección estaba su casa. Cada vez que le entraba el miedo o se cansaba demasiado, pensaba en sus amigos tirados en el fondo de la zanja y seguía corriendo. Cayó la noche mientras buscaba su casa. En algún momento se dejó caer y durmió durante unas horas antes de despertarse y continuar su búsqueda.

 

 

El día le encontró aún sin encontrar su casa ni alguien que pudiera ayudarle, así que se rindió al pánico y a la culpa y lloró por sus amigos.

Y fue entonces cuando su padre y su tío aparecieron montados en sus caballos. En cuestión de horas, Athdar había logrado guiarlos hasta el lugar donde sus amigos yacían malheridos, y entonces vio como los hombres de su clan rescataban a Robbie y a los demás del fondo del precipicio.

Fue terrible. El corazón se le rompía a medida que iban sacándolos. Solo uno se movía, y el silencio mientras los examinaban resultaba insoportable. Poco después, el grupo, totalmente desolado, regresó a la fortaleza.

Aunque los padres susurraban sobre el terrible accidente, Athdar sabía la verdad; aquello era culpa suya. Había matado a sus amigos casi como si los hubiera empujado por el precipicio. Pues los había empujad con palabras e insultos, utilizando su orgullo para arrastrarlos al fondo del barranco. Y, cuando podía haberlos salvado, se había perdido en el bosque y había malgastado un tiempo valioso que podría haber ayudado a salvarles la vida.

Y, a pesar de que nadie le acusó directamente, él vio las miradas de reojo mientras enterraban a tres de sus amigos. Oyó las dudas susurradas sobre su participación en la tragedia y quiso gritar y declararse culpable. Pero su padre y su madre intentaron convencerle de que no era culpa suya y de que no había ocurrido como él decía. Era un terrible accidente que tendría que olvidar. Un acontecimiento horrible que se desvanecería con el tiempo.

 

 

Y así fue. Nadie lo mencionó jamás; su padre, el laird, lo prohibió. Nadie mencionó a los niños que habían muerto, ni a los padres que se habían marchado, ni las lesiones del pequeño que había sobrevivido. Nadie hizo demasiadas preguntas y a Athdar le dijeron una y otra vez que debía dejarlo atrás. Con el tiempo, los pensamientos y los recuerdos sobre esos amigos y el accidente fueron desvaneciéndose hasta que, en el transcurso de unos pocos años, se convirtió en una parte vacía y silenciosa de su pasado.

Una parte que él ya no recordaba.

Pero alguien sí lo recordaba.

Alguien lloraba su pérdida y buscaba consuelo en la locura causada por la angustia y el dolor.

Y ese alguien decidió hacer justicia con el responsable, incluso aunque él no lo recordara.

Alguien sí lo recordaba.

Uno

 

 

Lairig Dubh, Escocia. 1375

 

—¡Mira! ¡Mira! Está ahí.

Los susurros de excitación llamaron la atención de Isobel. Su amiga Cora no solía fijarse en el sexo opuesto, de modo que se trataba de algo especial. Se dio la vuelta para ver a quién estaba mirando su amiga.

Athdar MacCallum, hermano de Jocelyn, esposa del laird, atravesó el patio en dirección a la fortaleza. A juzgar por su paso firme y su mirada decidida, tenía asuntos que discutir con el laird y no permitiría que nadie le distrajese de su tarea. Aunque arrogante, era un hombre guapo.

—Se marcha para regresar a casa —dijo, y vio el ceño fruncido y la mirada inquisitiva de Cora—. Mi padre lo mencionó esta mañana.

—¿Crees que seguirá aquí para la cena? —preguntó Cora, y esperó atentamente su respuesta.

Isobel deseaba mostrar su excitación tanto como Cora, pero se contuvo. Si mostraba su interés en Athdar, su padre se acabaría enterando y habría problemas. Solo con mencionar su nombre, su padre solía ponerse nervioso. Y nadie quería que su padre se pusiera nervioso.

El hijo mitad nórdico y mitad escocés del conde de Orkney no toleraba a los idiotas y, en el pasado, incluso antes de que ella naciera, Athdar había cometido una idiotez muy grande que su padre no olvidaba. No importaba que por entonces Athdar fuese joven y atrevido. No importaba que hubiese sufrido por su error. Y no importaba que el resultado hubiese llevado a Jocelyn MacCallum a Lairig Dubh como esposa del laird. Lo único que le importaba a su padre era que el comportamiento de Athdar había sido inapropiado y tal vez siguiera siéndolo. Isobel se apartó del camino y miró a Cora.

—No lo sé, Cora. No controlo sus idas y venidas.

Aunque lo haría si pudiera.

Dado que Isobel había visto como sus primos se emparejaban y se casaban en los dos últimos años, y dado que había alcanzado una edad adecuada para casarse, el único hombre que había llamado su atención era Athdar. No tenía nada que ver con su cuerpo fuerte y musculoso, ni con su penetrante mirada marrón, ni con aquella melena castaña que enmarcaba los ángulos masculinos de su cara. Isobel se secó el sudor de la frente con la mano y se dio cuenta de que se había fijado demasiado en sus atributos físicos.

También estaba el hecho de que la intrigaba. Siempre se mostraba respetuoso, le hablaba como si apreciara su criterio y no huía de ella como los demás hombres. Alguien capaz de plantarle cara a su padre no era nada malo. Era un hombre justo y competente, según el conde. Misericordioso, según su hermana.

E Isobel notaba la tristeza penetrante que habitaba en su interior y que despertaba algo en el fondo de su alma; tenía que ser ella la que le proporcionase consuelo. En vez de apartarla de él, aquello le atraía. Se estremeció al volver a mirarlo.

Cora se dio cuenta de su reacción, porque se quedó mirándola a la cara y entornó los párpados. Después sonrió y asintió con la cabeza.

—Creo que no eres tan inmune como me quieres hacer creer, Isobel.

—Cora, es pariente por parte de mi padre —respondió ella con la esperanza de que Cora dejase el tema. Se secó las manos en el vestido, se apartó el pelo de los hombros y le dio la mano a su amiga—. Vamos, hay muchas cosas de las que ocuparse antes de la cena, venga o no venga Athdar.

Había estado cerca. Su amiga dejó el tema, aunque el hombre en cuestión caminaba por delante de ellas, puesto que también se dirigían hacia la fortaleza. La madre de Isobel estaba ayudando a lady Jocelyn en su salón privado y eso le proporcionaba una razón para seguir a Athdar. Se le aceleró el corazón en el pecho e intentó mantener bajo control las ganas que tenía de hablar con él... y lo habría conseguido si alguien no le hubiese llamado desde detrás. Athdar se dio la vuelta para ver quién le llamaba. Al hacerlo, su mirada intensa recayó en ella.

Isobel dejó de intentar comportarse como si su atención fuese algo habitual cuando Athdar le guiñó un ojo y sonrió. Ella se detuvo en seco e intentó acordarse de como respirar. Cora no estaba mirando, así que siguió andando un par de pasos antes de darse cuenta de que la había dejado atrás. Isobel se obligó a tomar aire y le devolvió la sonrisa. Estaba intentando pensar en algo breve que decirle cuando Ranald pasó por delante y se interpuso entre ellos.

—Estoy entrenando en el campo de prácticas, Dar —dijo Ranald—. Ven cuando hayas terminado con el laird.

Isobel vio como Athdar saludaba a Ranald, asentía con la cabeza y después se daba la vuelta para entrar en el edificio. Ranald las saludó a ambas y regresó al entrenamiento. Cora lo siguió con la mirada hasta que Isobel se aclaró la garganta para llamar su atención. El rubor en las mejillas de su amiga debía de ser similar al que ella aún sentía en la piel. Le hizo gestos para que siguiera andando y no dijo nada sobre su evidente atracción hacia Ranald.

Al entrar y recorrer el pasillo que conducía al salón privado de la señora del castillo, Isobel decidió que encontraría la manera de ver a ambos hombres entrenar más tarde. Sin duda, Cora la acompañaría en su misión.

 

 

Athdar maldijo para sus adentros al dejar atrás a las dos jóvenes y entrar en la oscura fortaleza de piedra para reunirse con su cuñado. Tenía que reunirse con Connor y con varios de sus consejeros para tratar diversos cambios en sus planes. Al saludar con la cabeza a aquellos que conocía, se maldijo a sí mismo por su estupidez. ¿Sonreír y guiñarle un ojo a Isobel? Debía de estar loco para hacer eso delante de los demás.

No, loco para hacer eso, punto.

Isobel era la hija de Rurik y, si Rurik descubría que le prestaba atención, pediría su cabeza... ¡O sus partes bajas! Ya había visto la muerte de cerca a manos de Rurik en una ocasión y no pensaba volver a experimentarlo, ni siquiera por la encantadora Isobel.

¡Pero era tan guapa! Había visto como dejaba de ser una niña desgarbada y se convertía en una hermosa mujer inteligente y segura de sí misma. Sus padres se habían encargado de que obtuviera una educación, igual que la mayoría de mujeres de las familias de los MacLerie. Y, al igual que las demás niñas y mujeres, se les había alentado a dar su opinión. Era muy poco corriente, sí, pero en la fortaleza de su cuñado y en el pueblo esa parecía ser la norma.

Fue a la estancia que Connor usaba como sala de trabajo y lo encontró allí con otros hombres a los que conocía. Cuando empezaron con la reunión, Athdar se distrajo pensando en una bonita cara adornada por unos rizos rubios y unos ojos azules verdosos que se llenaban de júbilo cada vez que se encontraban con los suyos. Y aquellos labios carnosos que le conducían hacia la locura. Su cuerpo siguió la línea de aquellos pensamientos y reaccionó de manera sorprendente. Cambió de posición en su asiento y eso llamó la atención de Connor.

—¿Estás bien? —preguntó Connor ofreciéndole una jarra de vino.

—Sí, lo estoy —respondió él, y dio un trago al vino para intentar concentrarse en el asunto que tenían entre manos, y no en la hermosa y prohibida Isobel—. ¿Qué hay de los preparativos para el invierno?

Por mucho que lo intentara, incluso mientras Connor seguía explicando sus planes, y la participación que su clan tendría en ellos, Athdar no podía evitar pensar en Isobel.

Y en lo poco fructífero que sería cualquier interés que pudiera tener en ella.

Al mirar a su alrededor y darse cuenta de que casi todos los presentes estaban felizmente casados, sintió el dolor en el corazón una vez más.

Quizá fuera feliz, pero jamás volvería a casarse.

El desastre de sus anteriores matrimonios y su reciente compromiso le habían hecho tomar esa decisión; no sometería a ninguna mujer a los peligros de casarse con él.

Y menos a la hermosa Isobel.

Las tragedias de su pasado le atormentarían día y noche, pero jamás expondría a alguien tan alegre como ella a la posibilidad de que pudiera estar maldito.

Había quienes le llamaban idiota. La gente moría. Las mujeres morían, sobre todo durante el parto. Pero después recordaban que ya se le habían muerto dos esposas, que había perdido a una prometida en un accidente y a dos posibles esposas por el miedo a todo lo que podría sucederles si sus padres accedían a casarlas con él.

De modo que, a pesar de su deseo de tener una esposa y una familia como aquellos hombres, Athdar comprendía que el destino estaba en su contra. Se puso en pie, se acercó a la ventana y respondió a Connor desde allí.

Como si pensar en ella la hubiese invocado, la hija de Rurik apareció ante sus ojos mientras atravesaba el patio en dirección al campo de entrenamiento. Su amiga y ella llevaban las cabezas muy juntas, conspirando sin duda sobre algún asunto femenino mientras se reían y miraban a los hombres que estaban entrenando. Athdar se bebió el vino y dejó la jarra en una bandeja cercana.

—Aceptaré tu invitación de quedarme unos días, Connor —caminó hacia la puerta e ignoró las miradas inquisitivas—. Debo ir a hablar con mi administrador sobre las provisiones que necesitamos.

—Tu hermana está en su sala, Dar —le dijo Connor.

—Iré a verla más tarde —Athdar levantó el pestillo de la puerta y la abrió—. Regresaré en breve.

Sus pies le llevaron fuera antes de que pudiera pensar en lo extraño de su comportamiento. Algo, alguien tiraba de él como si una cuerda le conectara con... ella. Al darse cuenta del peligro de su proceder, aminoró el paso y fue a buscar a Ranald en su lugar.

Un buen combate podría quitarle aquella idea descabellada de la cabeza. Tal vez le ayudara a recordar cuáles eran sus razones para estar allí. Y sus razones para evitar el matrimonio.

 

 

Y su plan estuvo a punto de funcionar, hasta que oyó a Isobel susurrar su nombre cuando cayó de cara en el suelo tras recibir un buen golpe. ¿Cómo iba a poder ignorarla alguna vez si cada parte de su cuerpo y de su alma deseaba estar con ella?

 

 

—Rurik quiere casarla en otro lugar.

Connor dio un paso hacia delante y observó la escena que tenía lugar en el patio desde arriba; en su lugar favorito, detrás de su adorada Jocelyn. Se inclinó y colocó los brazos a ambos lados de donde ella estaba. Tomó aire y aspiró el aroma del jabón que su esposa usaba para lavarse el pelo. Se excitó solo con pensar en ella... bañándose... desnuda. Negó con la cabeza y se rio de aquella tentación constante que representaba para él, sin importar la edad ni las décadas que llevaran casados.

—¿Por fin se ha dado cuenta de que ya tiene edad para casarse? —preguntó Jocelyn girándose entre sus brazos—. Se ha resistido durante largo tiempo.

—Le han llegado dos peticiones recientemente. Hemos estado discutiéndolas y eso la ha obligado a aceptar que ya es el momento.

—¿Y tú apoyas esas uniones? —preguntó ella. Había algo en su voz. ¿Sospecha? ¿Sarcasmo?

Connor se rio.

—¿Ha empezado entonces el juego, esposa? —le dio un beso y vio como sus ojos se iluminaban con picardía—. Que así sea.

La soltó y miró por un lado de las almenas hacia el patio. El hermano de Jocelyn había abandonado la reunión de forma brusca y en aquel momento se encontraba peleando con uno de los guerreros más jóvenes, Ranald, ante una multitud enfervorizada. Incluso en la distancia, Connor se dio cuenta de que Dar luchaba de forma distraída. Y, si no se equivocaba, creía conocer a la persona causante de dicha distracción.

—Se fija en ella —Connor sintió que Jocelyn se tensaba y esperó a que objetara algo—. Rurik se opondrá.

—Athdar ha jurado no volver a casarse —susurró Jocelyn mientras contemplaban a su hermano perder el control del combate—. Guarda mucho dolor dentro de su cuerpo.

Connor se quedó callado, pues sabía que podría ser como volver a contar su propia historia; el dolor, la negativa a casarse, la incapacidad de albergar la esperanza de encontrar el amor hasta que casi era demasiado tarde. Solo la mujer que tenía ante él había logrado salvar su alma y su corazón de la oscuridad eterna.

—Rurik alberga la esperanza de que ella se enamore de otro, y eso sin haber mencionado el nombre de Dar.

—No creí que Rurik fuese de los que guardan rencor durante tanto tiempo —dijo Jocelyn—. Fue hace mucho tiempo y Athdar era muy joven. Y fue solo un insulto, no un ataque.

—Nunca antes te habías implicado en los asuntos de Dar. ¿Por qué aceptas ahora este desafío? —preguntó Connor. Estaba intentando averiguar si aquel se convertiría en su próximo desafío como casamenteros.

—No era cosa mía, Connor. Había aceptado eso —respondió ella con tristeza en la voz.

—¿Habías? —eso no era bueno.

—En las reuniones veo el anhelo en su mirada. Desea lo que nosotros tenemos. Desea una esposa e hijos. Amor. Lo desea y aun así le da miedo arriesgarse de nuevo.

—Tal vez deberías dejar que tome esa decisión por sí solo. Ahora es el jefe del clan, tiene responsabilidades. No creo que se tomara bien descubrir que has estado maquinando a sus espaldas —dijo Connor, con la esperanza de que aquello fuese suficiente para disuadir a su esposa de convertir la atracción entre Dar e Isobel en algo más—. Tengo asuntos de los que encargarme. ¿Te veré en la mesa?

Ella sonrió, asintió incluso, pero Connor sabía que no podría impedir sus esfuerzos por unir a su hermano con la hija de Rurik. Y habría consecuencias nefastas para ambas partes si eso sucedía. No tenía tiempo para hacerle entender lo arriesgada y descabellada que era su idea, pero se encargaría de eso más tarde. Esa misma noche. En sus aposentos.

—Hasta entonces —susurró ella, se puso de puntillas y le dio un beso en los labios.

Connor observó el bamboleo seductor de sus caderas mientras se alejaba y se dio cuenta de que Jocelyn no había negado en ningún momento que fuese a seguir con su plan. Vencido de nuevo por el deseo hacia su esposa, Connor maldijo en voz baja y se alejó en la otra dirección. Tenía que mantener una conversación con Rurik.

O quizá no.

Pues, cuando se le encendían los ánimos, el capitán de todas sus tropas era un hombre poderoso incluso para él. Tal vez en esa ocasión fuese mejor echarse atrás y ver cómo se desarrollaba todo aquello.

Pensando en la tentación que estaría esperándole en su habitación por la noche, Connor se fue a buscar a alguien con quien poder pelear. Era una buena manera de despejarse la cabeza y agudizar su ingenio. Y, si su esposa y las demás madres habían decidido perseguir una unión, los demás padres y él tendrían que ser ingeniosos.

Aunque, a juzgar por la expresión de su esposa antes de darse la vuelta, sospechaba que tal vez ni siquiera su ingenio podría ganar aquella batalla.

Dos

 

Dado que era un noble de visita y le consideraban más familia que aliado, a Athdar no le sorprendió la informalidad durante la cena. Había comido muchas veces en casa de Connor, y casi siempre era así; familia, amigos, aldeanos y cualquiera que necesitara comida. A lo largo de la comida se sucedían diversas conversaciones, se oían risas en cada rincón y los comensales se movían de grupo en grupo para charlar con los demás.

Como siempre, se fijó en Connor, su cuñado desde hacía unos veinte años. Su mentor en muchas cosas, su némesis en otras, a Connor nunca le importaba su presencia ni sus opiniones, pero, al ver como su mirada se suavizaba al mirar a sus hijos o a su esposa, Dar experimentó una mezcla de envidia, celos y admiración. Que el intrépido y despiadado conde de Douran tuviera un lado tierno le hacía desear una vez más todo lo que Connor tenía.

Mientras bebía en abundancia de su jarra de cerveza, saludaba con la cabeza a los que pasaban junto a él y le saludaban. Miró a su alrededor y encontró a Rurik sentado a la mesa con su esposa y sus hijos. El hijo, un año más joven que Isobel, sería tan poderoso como su padre en unos pocos años. Su altura y su constitución delataban su herencia escandinava. Entonces Isobel se rio y Dar experimentó un escalofrío. Cuando ella levantó la cabeza, sus miradas se encontraron.

Dar sabía que debía mirar hacia otro lado. Isobel era demasiado joven para él. Era demasiado inocente, ajena a los horrores que él había visto. Se notaba que era hija de su padre. Por una vez, Dar se permitió disfrutar de la inocencia y de la frescura que veía en sus ojos, y no cuestionó el hecho de necesitar aquellas cosas. Al menos lo disfrutó hasta que alguien se interpuso entre ellos y puso fin a aquella conexión.

—Athdar —dijo su hermana mientras se sentaba en el banco junto a él—. ¿Cuándo regresarás a casa?

Athdar se rio al oír su pregunta. Si no la conociera tanto, habría pensado que ya no era bien recibido allí.

—Tengo pensado partir por la mañana, querida Jocelyn —respondió—. Ya he concluido mis asuntos con tu marido.

Jocelyn estiró el brazo y agarró un pedazo de carne de su plato.

—He estado pensando... —dijo antes de meterse en la boca el trozo de asado y saborearlo.

Que Jocelyn pensara solía significar problemas para él; había sido así de niño y seguía siéndolo ahora que era adulto y ocupaba el lugar de su padre como laird.

—Eso nunca es bueno, Joss —le dijo a su hermana—. Connor debería disuadirte de esas cosas.

Ella le dio un golpe en el hombro y negó con la cabeza.

—A veces no te enteras de nada. No me extraña que... —dejó la frase inacabada al darse cuenta de que cualquier broma sobre la vida matrimonial no sería apropiada. Pero la pena que sustituyó a la alegría de sus ojos le hizo más daño que los recuerdos—. Dar... —estiró el brazo para tocarle la mano, pero él la apartó antes de que pudiera hacerlo.

—Entonces, ¿en qué has estado pensando? —preguntó con la esperanza de que cambiara de tema.

—¿Será esta tu última visita antes de final de año? Sé que Connor y tú habéis hecho tratos con respecto a las provisiones y otras cosas, pero no sé si eso significa que no volverás por aquí hasta primavera.

—Connor me ha invitado a volver a visitaros y lo haré, a no ser que cambie el tiempo.

Jocelyn apartó la mirada.

—A no ser que cambie el tiempo... —repitió, y permaneció callada durante unos segundos antes de negar con la cabeza—. Bien. Yo siempre estaré encantada de verte.

Athdar estaba seguro de que su hermana deseaba decir algo más, pero Connor la llamó antes. Jocelyn se puso en pie al igual que él y asintió con la cabeza. Tras dar un par de pasos hacia su marido, se volvió hacia él.

—¿Connor ha dicho algo sobre... ayudarte a... llegar a algún acuerdo?

Athdar sabía de lo que estaba hablando. Aunque había expresado sus palabras en términos diplomáticos, el marido de su hermana, su superior, le había ofrecido negociar un contrato matrimonial. Lo había hecho varias veces en el pasado con otros aliados y familiares, de modo que no resultaba extraño. Pero él no necesitaba esa ayuda.

—Sí, lo ha dicho, Joss —respondió—. He declinado su oferta —era mejor que las cosas entre ellos estuvieran claras. En ese momento experimentó una frustración y una rabia inexplicables.

—Necesitas una...

—Mantente al margen —debió de hablar más alto de lo que pensaba, porque casi todos en el salón dejaron de hablar y se giraron hacia ellos.

Incluyendo Connor.

Incluyendo Isobel.

Y el padre de esta.

Rurik era desde hacía tiempo el defensor de Jocelyn, leal en todos los aspectos, de modo que no pasaría por alto un insulto. El capitán de todos los guerreros MacLerie comenzó a caminar hacia él, pero Connor llegó primero y le alejó con la mano.

—Jocelyn —le dijo a su esposa mientras le ofrecía la mano.

—Me estoy entrometiendo a pesar de que me advertiste que no lo hiciera, querido —dijo ella con una sonrisa—. Mi hermano era mi objetivo, y no está de acuerdo.

—Te pido perdón por mi tono, Jocelyn —dijo Athdar en voz alta, para que todos pudieran oír la disculpa. Fuese su hermano o no, laird por derecho propio o no, allí era un invitado y ella era la dama del castillo. La reacción de Jocelyn alivió la tensión de la situación cuando se lanzó a sus brazos y lo estrechó contra su pecho. Él se permitió un momento de debilidad y después se apartó.

—Ahora me iré, hermana —dijo. Asintió con la cabeza en dirección a Connor y esperó a que el laird le concediese permiso para marcharse—. Me marcharé con los primeros rayos de luz y no quiero molestarte tan temprano.

Connor le ofreció la mano y Rurik, convencido ya de que no necesitarían sus servicios, regresó junto a su esposa. Los demás siguieron con sus conversaciones y Dar se terminó la cerveza. Mientras regresaba a su habitación se dio cuenta de que, una vez más, estaba solo.

Y no importaba lo que le hubiese dicho a su hermana, pues era algo que no le gustaba ni deseaba. Pero el peligro de hacer algo que cambiara eso superaba sus deseos y necesidades personales. Porque, tras la muerte de dos esposas y una prometida, no pondría a ninguna otra mujer en peligro por acercarse a él.

Aquella noche oscura pasó despacio, y Athdar se levantó al amanecer para partir como había planeado.

 

 

Isobel había visto como Athdar terminaba de cenar y hablaba con lady Jocelyn. Algo muy extraño ocurrió entre ellos, y se estremeció al oír las duras palabras que hicieron que la dama se sonrojara. Después, tanto su padre, Rurik, como el laird fueron junto a ella y todo el salón quedó en silencio.

Isobel no podía imaginarse que lady Jocelyn necesitase protegerse de su hermano Athdar. Su padre la había defendido como un temible guardián desde que ella tenía uso de razón y, si a su esposo, el laird, le parecía extraño, nunca había hecho nada por impedirlo. A la madre de Isobel tampoco parecía importarle aquella relación, pues lady Jocelyn y ella eran íntimas amigas. Cuando el laird no estaba, su padre protegía a la dama. Cuando la dama viajaba, su padre se encargaba de todo. Siempre había sido así.

¿Por qué entonces había comenzado la hostilidad entre Athdar y Rurik? Mientras contemplaba la escena, había intentado recordar algún detalle sobre el comienzo de la enemistad. Después su padre había regresado a la mesa, Athdar había abandonado el salón y ella había sabido que no volvería a verlo durante aquella visita. Cuando su padre les dijo que regresaran con él a su casita en el pueblo, Isobel supo que, a no ser que ella hiciera algo, Athdar siempre tendría aquella mirada triste. Y no podía aceptarlo.

Tumbada en su cama, intentando conciliar el sueño, Isobel se había dado cuenta de que la única manera de conseguirlo sería que su madre estuviese de su lado. El apoyo de lady Jocelyn también sería beneficioso, porque su padre tendría en cuenta sus opiniones. Fue ideando y desechando planes a medida que pasaban las horas, hasta que la débil luz de un amanecer nublado comenzó a colarse en su habitación.

 

 

Isobel se vistió deprisa y en silencio, y después atravesó la casa con cuidado de no despertar a nadie. Con un poco de suerte, podría estar de vuelta en su cama antes de que su familia se levantara. Algunos de los aldeanos ya estaban despiertos encargándose de sus tareas y ella los saludó a su paso. No sabía bien por qué deseaba hablar con Athdar, pero lo aceptó y siguió caminando hacia la puerta principal.

Se envolvió con el chal para protegerse del frío de la mañana, levantó la cabeza y vio que las puertas se abrían. Un pequeño grupo montado a caballo cruzó las puertas y se dirigió hacia ella, de modo que se echó a un lado del camino para dejarles pasar. El jinete que los lideraba les hizo gestos para que siguieran y detuvo su caballo frente a ella.

—Es un poco pronto para salir, muchacha —dijo Athdar con voz tranquila—. ¿Sabe tu padre que deambulas sola por el pueblo? —su voz sonaba más profunda de lo habitual después de las horas de sueño, y por alguna razón le produjo un escalofrío. Isobel intentó ignorar la reprimenda.

—Para que lo sepáis, hay un asunto que tengo que tratar con lady Jocelyn —respondió ella. Se giró hacia la fortaleza y rodeó al caballo por miedo a decirle demasiadas cosas.

¿Cómo podía Athdar provocarle aquellas sensaciones?

El aplomo y la seguridad en sí misma que sus padres siempre elogiaban se habían esfumado y en presencia de Athdar se sentía como una idiota. En vez de mantener una conversación razonable, como hacía con cualquiera de su familia o con todo aquel que visitaba al laird MacLerie, se convertía en una tonta balbuciente incapaz de decir nada con sentido.

Incluso en aquel momento, cuando deseaba hablar con él sobre su viaje y sus obligaciones como laird, preguntarle cosas sensatas y hacerle una sugerencia, lo único que podía hacer era sonrojarse y tartamudear.

—No quiero entretenerte y que llegues tarde a ver a mi hermana.

Orientó a su caballo hacia el pueblo, pero, antes de espolearlo, le dirigió una sonrisa e Isobel quiso que se abriese el suelo bajo sus pies.

—Adelante, muchacha. Esperaré a que entres.

Athdar iba a asegurarse de que estuviera a salvo antes de marcharse.

—Que tengáis un buen viaje, laird MacCallum.

—Mi nombre es Athdar, muchacha.

Nunca le había llamado así; era mayor que ella y tenía un estatus superior. Pero...

—Que tengas un buen viaje, Athdar —dijo finalmente.

Athdar le dirigió una sonrisa pícara que le hizo parecer mucho más guapo. Ella se quedó sin respiración al contemplar su belleza.

—Y mi nombre es Isobel —añadió ella, haciendo uso del descaro que habría hecho sonrojar a su padre.

Las carcajadas de Athdar rompieron el silencio de la mañana y le produjeron un escalofrío de satisfacción.

—¡Que tengas un buen día, Isobel! —exclamó mientras se alejaba por el camino para reunirse con los demás jinetes.

Isobel caminó deprisa hacia la puerta, saludó a los soldados que estaban montando guardia y se abstuvo de darse la vuelta para ver marchar a Athdar. Había ganado esa batalla, pero no tenía ningún asunto pensado en particular, así que decidió ir a buscar a lady Jocelyn y empezar su campaña para luchar por Athdar.

Tres

 

 

Fortaleza MacCallum. Dos meses más tarde

 

Athdar entró cabalgando por la puerta y llamó a sus hombres mientras se aproximaba a los establos. Había pasado dos días cabalgando por sus tierras, supervisando el final de la cosecha antes del invierno. Aunque había pasado por muchos cambios de estación, aquel le resultaba diferente por alguna razón, y se preguntó si las tormentas invernales llegarían de las montañas antes de lo normal.

—Laird.

Athdar se dio la vuelta y vio que el administrador caminaba en su dirección.

—Hola, Broc —le saludó—. Los preparativos parecen ir bien, como bien dijiste.

—Aún queda por hacer la matanza, pero la haremos en las próximas semanas.

—¿Será entonces un invierno tranquilo?

Padruig MacCallum tenía la costumbre de acercarse sigilosamente y había logrado perfeccionar un paso ligero y silencioso. Eso ayudaba muchas veces en situaciones de peligro, pero también podía volver loco a Athdar con esa costumbre.

—El laird MacLerie ha fortalecido su control y su influencia en todo el suroeste de Escocia dado que el rey no actúa. Connor no ha previsto ningún brote de hostilidades... aún.

A juzgar por la expresión de sus dos hombres de confianza, Athdar no sabía si les alegraba o les entristecía la noticia. A él le gustaba una buena pelea como a cualquiera. Aun así, ahora que la seguridad del clan era responsabilidad suya, y después de haber recolectado las cosechas, había de admitir que un invierno tranquilo tenía su atractivo. Al menos lo admitiría para sus adentros.

—¿Qué otra noticia tienes para mí, Padruig? ¿Qué tal va el entrenamiento? ¿Tu hijo domina ya el manejo de la espada?

Una buena manera de hacer que su amigo cambiase de asunto era sacar el tema de su hijo. Padruig tenía predilección por el chico, ya casi un hombre, y por sus talentos.

Al ver que la cara de Padruig se iluminaba, supo que la conversación cambiaría y se preparó para el dolor que, una vez más, se había infligido a sí mismo.

A Broc le llevó solo unos minutos explicar todo lo que había que hacer antes de marcharse para seguir con sus tareas, como deseaba hacer Athdar. Con cada segundo que pasaba y con cada palabra que pronunciaba Padruig, otra daga se le clavaba en el corazón. Pero Padruig era su amigo, además de ser el capitán de los guerreros MacCallum, y no tardó en darse cuenta de lo que había dicho y de la importancia que tenía para él.

—¿Te lo ha dicho Broc? —preguntó.

—¿Lo del ganado?

—No, lo de tu hermana. Lady MacLerie —respondió Padruig.

—¡Broc! —gritó mientras caminaba hacia la fortaleza. Padruig lo agarró del brazo para detenerlo.

—Jocelyn viene hacia aquí. Un jinete ha traído el mensaje.

—¿Por qué viene ahora? —preguntó él zafándose para seguir andando. Pero entonces se detuvo—. Envía a dos hombres a recibirlos.

—Dar —insistió Padruig con un suspiro de exasperación.

Si Jocelyn estaba en camino, y Connor lo sabía, entonces iría bien protegida. Connor jamás permitiría que no fuese así. Así que la seguridad de su hermana no era un problema.

—No importa.

Aun así necesitaba saber más, así que entró en la fortaleza y fue a buscar a su ayudante, quien muy oportunamente se había olvidado de mencionarle la visita. Cuando lo encontró, Broc estaba de pie en un rincón de uno de los almacenes situados bajo las cocinas.

—¿Mi hermana? —preguntó para intentar llamar su atención.

Una visita inesperada podía deberse a un problema o no. Su hermana y su marido iban de visita varias veces al año, en ocasiones para verlo y en ocasiones porque estaban de camino hacia otro lugar, así que no había manera de saberlo. Salvo Broc, que no había respondido a su pregunta.

—¡Broc! — el grito resonó en toda la sala e hizo que los sirvientes que había en la cocina se quedaran mirando. Al fin su administrador se enderezó y se dio la vuelta para mirarlo.

Y fue entonces cuando una atractiva joven salió de detrás de Broc y se escabulló de la habitación. A Broc se le daban bien las muchachas y, a juzgar por la sonrisa y el rubor de aquella, Athdar supo que su administrador tenía otra conquista más.

—Laird —dijo la chica antes de salir.

—Ailean.

Broc esperó a que desapareciera por el pasillo antes de acercarse a él.

—Un minuto más y me la habría encontrado desnuda —dijo Athdar—. Dios mío, no pierdes el tiempo. Te fuiste del patio hace solo unos minutos.

Su administrador siempre había sido así; un hombre con más mujeres de las que podría manejar cualquier otro hombre. Había sido así durante su juventud y no parecía disminuir con la edad. Broc se encogió de hombros, sonrió y aceptó sus palabras como un cumplido.

—¿Viene mi hermana?

Broc cerró la puerta y regresó con él hacia las cocinas.

—Sí. Su mensajero dijo que están como a un día de camino y llegarán mañana a mediodía.

—¿Ocurre algo? ¿Ha dicho cuál es la razón de su visita?

—No, no ha dicho nada. Solo que viaja con una pequeña comitiva y que se quedará una semana. Ahora iba a preparar la estancia para ella y sus doncellas.

Su fortaleza no se parecía en nada a la de Connor, con sus diversos pisos, estancias y torres. Había una habitación grande en el piso inferior, apartada del salón principal, que se usaba para invitados junto con otras cuatro en el segundo piso. Y una torre pequeña para los guardias. El gran salón y las cocinas ocupaban casi todo el piso inferior, con un establo y una capilla apartados del resto. Pero era un lugar limpio y cómodo. Y además era suyo.

Un escalofrío recorrió su espalda y se preguntó si le preocuparía más la visita o el clima. No era propio de su hermana presentarse sin una invitación o sin haber avisado. Con sus diversas obligaciones como lady MacLerie y condesa de Douran, no era normal que atravesara Escocia solo para visitarlo. Esperaba que la inquietud que sentía no fuese presagio de nada malo.