Unidos por el interés - Natalie Anderson - E-Book

Unidos por el interés E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

Bianca 3015 ¿Necesitas casarte hoy? Pues cásate conmigo. Aquel no era solo el último día que Darcie Milne trabajaba para su insoportable y arrebatadoramente guapo jefe, Elias Greyson, sino… ¡el día de su boda! Tenía que casarse para poder conseguir la tutela de su ahijada huérfana, pero al llegar al registro, descubrió que el novio le había dado plantón. Elias, el conocido empresario multimillonario, tenía la solución: se casaría con su insustituible ayudante en aquel mismo momento. Después de todo, casarse le aseguraría la firma de un importante contrato. Pero el primer beso como marido y mujer reveló que aquel matrimonio de conveniencia podía acabar rebasando los límites de lo estrictamente profesional…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Natalie Anderson

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Unidos por el interés, n.º 3015 - junio 2023

Título original: The Boss’s Stolen Bride

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411418010

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELIAS Greyson había perfeccionado el arte de la indiferencia hacia los sentimientos propios y los ajenos. Mantenerse impertérrito era la clave para que cualquier decisión, personal o profesional, fuera fría y simple. Ni la rabia ni las protestas ni las súplicas atravesaban su armadura. Por más acalorada que fuera una discusión, jamás tomaba una decisión impulsivamente. Había aprendido que las reacciones emocionales conducían a resultados erróneos; siempre era preferible una respuesta medida y racional. Que por ello lo hubieran acusado más de una vez de no tener corazón, le daba lo mismo.

Aquel día, sin embargo, Elias se sentía dominado por una irritación que había ido en aumento durante las dos semanas precedentes. Miró el reloj y apretó los dientes. De todos los días posibles, su infalible asistente personal elegía precisamente aquel para fallarle. Tenía que viajar de Londres a San Francisco para negociar la adquisición de una empresa de capital de riesgo que estaba resultándole particularmente esquiva. Elias la necesitaba para fortalecer su posición en el mercado estadounidense, pero su director ejecutivo, Vince Williams era un hombre de «principios» al que no le importaba exclusivamente el estado de cuentas de la empresa, sino los valores de su posible comprador. Vince, que llevaba cincuenta años casado con su novia de juventud, censuraba un estilo de vida disoluto y aunque Elias hacía dos años que había moderado su comportamiento de playboy, el hecho de que permaneciera soltero parecía suponer un «motivo de preocupación» para el anciano. Algo que para Elias era absurdo, tal y como pretendía hacerle comprender en la cita que tenían programada para el día siguiente.

En cualquier caso, Elias estaba seguro de llegar a asegurarse la adquisición por medio de una oferta irrechazable y por eso mismo necesitaba a su asistente con él.

Darcie Milne no había llegado tarde en los dos años y medio que había trabajado para él. Pero aquella mañana su silla seguía vacía, no había contestado ninguno de sus mensajes y la llamada que acababa de hacerle había entrado directamente al contestador.

–Tienes que venir. Ahora mismo.

Colgó.

Pasaron cinco minutos y su habitual imperturbabilidad se vio alterada por la súbita preocupación de que Darcie hubiera sufrido un accidente.

En ese preciso momento la puerta se abrió de par en par, Darcie entró impetuosamente y la cerró dando un golpe.

Elias se quedó boquiabierto al ver que, en lugar de su habitual conjunto neutro de pantalón gris y camisa blanca, Darcie llevaba una falda crema por debajo de la rodilla y una chaqueta a juego. Y aunque ambas le quedaban un poco holgadas, que sus pantorrillas y sus tobillos quedaran a la vista hizo que la temperatura del despacho se elevara varios grados.

Elias se obligó a cerrar la boca y alzar la mirada, pero Darcie no lo miraba a él, sino al escritorio que los separaba. De hecho, no lo miraba a los ojos desde hacía dos semanas. Y eso sí que había llegado a irritarlo. Hasta entonces había conseguido mantenerse impasible; incluso había estado orgulloso de la indiferencia con la que se había relacionado con su asistente. Hasta que dos semanas atrás ella…

–¿Te parece normal llegar a estas horas? –la recriminó, evitando recordar aquella noche.

–No te acuerdas más que del negocio que tienes entre manos, ¿verdad?

Elias se quedó perplejo ante una reacción tan poco propia de Darcie. Como él, acostumbraba a mantener la calma; era diligente y trabajadora, lo que no significaba que fuera servil. Al contrario, era capaz de cuestionar sus opiniones, pero siempre con una educación extrema y solo las referidas a temas profesionales.

Elias la miró con severidad.

–¿Se puede saber qué pasa?

Darcie dejó una carpeta sobre el escritorio en la que Elias identificó las notas adhesivas de colores que solía llenar con su pulcra letra.

–He reducido la lista a cinco para que no tengas que hacer demasiadas entrevistas –dijo ella.

–¿Qué entrevistas?

–Para el puesto de tu asistente ejecutiva.

–Tú eres mi asistente ejecutiva.

Darcie se cuadró de hombros.

–¿De verdad has olvidado la carta de dimisión que presenté hace dos semanas? La dejé sobre el escritorio y sé que la leíste.

Claro que no la había olvidado, pero Elias conocía sus derechos.

–Tu contrato exige tres semanas de preaviso. Por tanto, queda una semana.

–Pero tengo tantas vacaciones anuales acumuladas que me tomo libre la última semana de preaviso. Tendrás que compensarme por las que quedan pendientes, que son muchas.

Su tono insolente y descarado provocó un hormigueo en la piel de Elias. Darcie nunca se había pasado de la raya. Hasta la noche en Edimburgo.

–¿Así que ahora te vas de vacaciones? –preguntó Elias.

–Exactamente.

Elias había perdido a muchos empleados en el pasado y había decidido, inicialmente, que le daba lo mismo que Darcie se sumara a la lista. Pero luego se dijo que le haría cambiar de idea. Solo que no había encontrado el momento y tenía que admitir que le había costado asimilar la noticia, particularmente después de lo sucedido.

Pero por más que se negara a suplicar, sí podía apelar a su lealtad.

–Supongo que te das cuenta de que este es el peor momento posible.

–Siempre es el «peor momento posible» –replicó Darcie, tajante–. Siempre hay algún contrato fundamental en el que todos tenemos que implicarnos. Nunca va a ser el momento oportuno para presentarte mi dimisión.

–No se trata solo de que sea inconveniente –farfulló él.

–No seas dramático. Te arreglarás perfectamente sin mi ayuda.

Elias la miró atónito. ¿Dramático?

–Perfectamente, no –se apresuró a volver al tema–. Sabes que este acuerdo es…

–¿Esencial? ¿Trascendente? ¿El acuerdo del que depende el futuro de la empresa? –Darcie puso los ojos en blanco–. Como todos, Elias. Pero admite que este está prácticamente cerrado. La reunión de mañana es una pura formalidad para la que no me necesitas ni a mí ni a nadie. Además, estoy segura de que ya tienes la vista puesta en la próxima adquisición y seguro que es todavía más importante que las anteriores. ¿Me equivoco?

Elias la miró fijamente. ¿Quién era aquella mujer? ¿Dónde estaba la tranquila y sensata Darcie?

–Lo sabía –continuó ella–. Nunca habrá un último acuerdo. Siempre estás a la caza de un nuevo proyecto que te apasione antes de acabar con el que tienes entre manos.

Elias se tensó. ¿Un proyecto que lo apasionara? ¿Se refería a los negocios o a su vida personal? Él nunca se justificaba por su voraz apetito y, al contrario que ella, al menos no lo ocultaba. También había pasión y anhelo en Darcie. Él los había identificado al conocerla, aunque hubiera optado por olvidarlo.

–Te doblo el sueldo –dijo sin pensarlo.

Pero no obtuvo el efecto deseado.

Negros nubarrones cruzaron los ojos azules de Darcie y Elias se quedó paralizado cuando ella apoyó las manos en el escritorio e, inclinándose hacia él, dio rienda suelta a su enfado.

–Te he dedicado cada hora de cada día de los últimos tres años. Jamás me he negado a nada. Pero se acabó.

Elias parpadeó, aturdido ante tanta virulencia. Darcie nunca se había mostrado tan emocional. Ni siquiera después de treinta horas de trabajo seguido. Jamás había perdido la templanza. Siempre había actuado profesionalmente. Hasta aquella extraña e inolvidable noche.

–¡Qué propio de ti haberlo olvidado! –añadió Darcie con la mirada encendida–. ¿No recuerdas que hoy no tendría por qué haber venido? Solo estoy aquí por un absurdo sentimiento de lealtad… –tomó aire y retorció la daga– hacia mis colegas de trabajo.

–¿Un absurdo sentimiento de lealtad hacia tus colegas, no hacia mí? –repitió Elias, indignado.

–No. Hacia ti, no –Darcie alzó la barbilla en un gesto desafiante, aunque seguía sin mirarlo a los ojos.

–Pero…

–No puedo quedarme a discutirlo. No tengo tiempo.

¿Por qué no? Elias no consiguió articular la pregunta. Solo pudo mirarla mientras ella por fin clavó sus ojos en los de él. Y el resentimiento, la rabia y el dolor que vio en ellos, se le hicieron insoportables.

–¿Ni siquiera quieres saber por qué? –preguntó ella en un susurro.

Su servicial asistente, siempre atenta, capaz de anticiparse a sus necesidades, se había vuelto contra él. La discreta y eficiente mujer que realizaba sus tareas sin protestar había desaparecido, sustituida por una radiante y hermosa tormenta eléctrica.

–Hoy es el día de mi boda y, sin embargo, aquí estoy, acudiendo a tu maldita llamada. Pero se acabó. Estoy harta.

¿El día de su boda? La perplejidad recorrió a Elias como un tornado. Pero antes de que su corazón volviera a latir, Darcie había salido del despacho dando un portazo y dejándolo solo en un aturdido silencio. Su cuerpo reaccionó llenándole la boca de bilis, y aunque la tragó de inmediato, una amarga ira lo atenazó mientras las palabras de Darcie resonaban en sus oídos.

«El día de mi boda».

Nadie le había hablado con tanto desprecio ni lo había censurado con tal sarcasmo desde hacía tanto tiempo…. ¿Con quién se iba a casar? ¿Cómo había podido conocer a alguien si no tenía tiempo libre? Y ¿cómo se atrevía después de …?

Saltó del asiento, fue hasta la puerta y, abriéndola, barrió la oficina con una mirada incendiaria. Como era de esperar, no localizó a Darcie. ¿Tan desesperada estaba para volver junto a su novio que había salido corriendo? Elias se enfureció aún más.

El resto del personal mantenía la mirada fija en sus ordenadores en un estado de silenciosa y tensa quietud. Quien siempre le había devuelto la mirada para preguntarle qué necesitaba había sido Darcie. Hasta hacía dos semanas.

«Te ruego que actúes como si esto no hubiera pasado…».

Elias no estaba acostumbrado a no decir ni hacer nada. No sabía por qué había accedido al instante al ruego de Darcie, pero lo había hecho.

–¿Dónde ha dicho que iba? –preguntó, demasiado furioso como para fingir que sus empleados pudieran no haber oído la discusión–. ¿Es verdad que va a casarse?

Una secretaria esbozó una sonrisa.

–¿No le parece romántico?

No tenía nada de romántico. Tenía que ser una farsa.

–¿Qué más sabes? –preguntó a la mujer.

¿Y por qué él, que pasaba más tiempo con Darcie que nadie, no estaba informado?

–Poca cosa –dijo la mujer al tiempo que la sonrisa se borraba de sus labios–. Solo nos enteramos anoche, en su fiesta de despedida.

Una fiesta de la que él no sabía nada y a la que no había sido invitado. Su furia se transformó en ira, no importaba que nunca socializara con sus empleados. ¿Habría bebido Darcie champán como dos semanas atrás? En todos los viajes que habían hecho juntos, jamás le había visto beber. Excepto aquella noche…

«¿Subes conmigo?».

¿Habría invitado a otro hombre igual que lo había invitado a él?

–¿Dónde es la boda? –preguntó con voz ronca.

–En el registro civil –fue la titubeante respuesta.

¿Darcie se casaba en el registro civil un día entre semana? Algo no encajaba. Darcie no era ella misma. Lo que estaba pasando no podía ser verdad. Algo no iba bien. Asintió con la cabeza y sus pies se movieron por sí solos. Porque si dependía de Elias Greyson, Darcie Milen no iba a casarse aquel día.

Con nadie.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DARCIE recorrió el pasillo sin apartar la vista de la puerta de entrada. Solo quedaban diez minutos para la ceremonia, pero solo podía pensar en la expresión de sorpresa de Elias quince minutos antes. Había palidecido cuando en lugar de mostrarse dócil, le había plantado cara. Eso era lo que le había irritado. No había ningún otro sentimiento implicado. Elias estaba acostumbrado a salirse con la suya, y lo que ella debía hacer era olvidarse de él y de la absurda fascinación que le había llevado a comportarse como una idiota dos semanas atrás. Tomó aire y ahuyentó ese recuerdo.

No volvería a ver a Elias Greyson. Estaba a punto de casarse. Siempre que el novio llegara a tiempo.

Miró de nuevo el reloj y ya no pudo contener los nervios. ¿Por qué Shaun no llegaba? Aunque se había mostrado reacio, creía haberlo convencido. Darcie estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario por su mejor amiga. Shaun también había querido a Zara, y Lily era lo único que les quedaba de ella. La pequeña los necesitaba. Darcie se negaba a que siguiera en el sistema de acogida un minuto más de lo imprescindible.

Shaun había accedido finalmente cuando ella le había prometido el capital para montar un negocio. Habría hecho cualquier cosa con tal de asegurar un futuro para Lily. Y todavía le quedaría suficiente dinero como para no tener que trabajar durante un tiempo.

Una vez Lily empezara el colegio, estaba segura de conseguir un trabajo con facilidad. A no ser que Elias se negara a darle una carta de recomendación después de la escena de aquella mañana. Nadie levantaba la voz a Elias; ni él la elevaba jamás. Pero Darcie dudaba que fuera tan injusto como para tener en cuenta que le hubiera gritado cuando en los dos años que había trabajado para él, su comportamiento había sido impecable. Nunca había dicho nada inapropiado.

Bueno, en una ocasión sí había dicho lo que no debía. Pero Elias había prometido olvidarlo.

Por más que lo intentara, no conseguía borrar la imagen de su rostro de hacía un rato. Elias realmente había esperado que fuera a trabajar. ¿Cómo era posible que el hombre al que no se le escapaba el menor detalle no se hubiera dado cuenta de que la noche anterior ella y sus compañeros de trabajo habían ido a celebrar su despedida en una pizzería?

De no estar rompiéndosele el corazón, se habría reído al ver su expresión de sorpresa con la que Elias la había mirado, pero el problema era que su corazón le pertenecía desde el instante en que lo había visto por primera vez. Por su parte, en cambio, a él no le había importado que dimitiera, sino que no estuviera en el despacho para supervisar los últimos detalles del acuerdo.

Afligida, clavó los ojos en el suelo y rezó para que Shaun apareciera.

–¿Darcie? Perdona que llegue tarde.

Ella alzó la cabeza, sorprendida de que su deseo se hubiera hecho realidad. Shaun se acercaba, vestido con unos vaqueros y una camiseta gastados. Tragó saliva y forzó una sonrisa. Tampoco ella se había esforzado demasiado; ni siquiera tenía un ramo de flores. Pero su traicionero corazón volvió a pensar en Elias, en lo glamorosa que sería su boda: él, espectacular en esmoquin; su novia, una modelo….

–No pasa nada –tranquilizó a Shaun, aunque un escalofrío recorrió su espalda–. Gracias. Es casi la hora.

Shaun metió las manos en los bolsillos.

–¿Todavía no has transferido el dinero?

–No he tenido tiempo. Me han llamado de…

–Si no pago el depósito perderé el negocio. Sabes que lo necesito ya, Darcie.

Darcie estudió el rostro de Shaun con más atención. Le sudaba el labio superior y cambiaba el peso de un pie a otro, como si no pudiera estar quieto.

–Vamos, sabes que lo necesitamos –insistió él con impaciencia–. Transfiéremelo y lo reenviaré directamente.

Darcie sintió que se encendía una alarma en su interior.

«No debes confiar en nadie».

Conocía a Shaun desde hacía mucho tiempo. Sabía que tenía debilidades, pero intentaba superarlas, igual que ella las suyas, como era la desconfianza en los demás, un reflejo automático que tenía que combatir continuamente.

–¿No puede esperar una hora? –preguntó.

–Te dije que prometí pagar ayer.

La irritación de Shaun era palpable y Darcie no quería correr el riesgo de que se echara atrás. Aquella boda aseguraba el futuro de Lily y tenía que confiar en que Shaun cumpliera su parte. Él mismo había logrado salir del sistema de acogida y sabía lo importante que era lo que estaban haciendo.

–De acuerdo –asintió con la cabeza–. Ahora mismo la hago.

Entró en la aplicación del banco mientras se decía que todo iría bien. Shaun había pasado muchas penurias y sí, había cometido errores, pero estaba esforzándose por mejorar. Lo importante era salir del registro como marido y mujer. Bastó con clicar un par de veces para transferir el dinero.

–Hecho –dijo–. Ya lo tienes.

–Genial –Shaun sacó el teléfono y se separó de ella–. Voy a avisar al dueño de que el dinero está en camino.

–Solo tenemos unos minutos –le recordó Darcie mientras él se alejaba

Shaun asintió distraídamente, llevándose el teléfono a la oreja.

–¿Darcie?

Darcie sintió que el corazón se le paraba. ¿Estaría sufriendo alucinaciones?

–¡Darcie!

Ella miró hacia la entrada. Elias Greyson se aproximaba a ella como un airado caballero medieval que acudiera a… a… ¿tomarla por la muñeca?

Darcie estaba tan perpleja que se quedó paralizada. Elias jamás la había tocado; ni siquiera se habían estrechado la mano el día de su entrevista de trabajo. Pero en aquel momento, le asía la muñeca con fuerza como si no tuviera intención de soltársela, –¿Qué tontería es esta de una boda? –siseó, irritado, al tiempo que le miraba la mano–. No llevas anillo de compromiso –concluyó con una mirada triunfal de sus ojos azules.

–No todo el mundo está obsesionado con acumular posesiones –replicó ella con la respiración agitada.

–¿Encima es un tacaño?

Darcie miró a Elias boquiabierta. Este continuó:

–Esto es absurdo. ¿De verdad vas a casarte? –insistió, apretándole el brazo.

–Sí.

–¿Aquí? –Elias dirigió una mirada desdeñosa a las paredes desconchadas.

Darcie aprovechó para buscar con la mirada a Shaun, que seguía hablando por teléfono al tiempo que los observaba con los ojos desorbitados. También vio que algunos de los ocupantes de la sala de espera los observaban. Pero Elias siempre llamaba la atención. Era más alto que la media, llevaba un traje inmaculado cortado a medida y tenía el aura de quien irradiaba poder y autoridad. Estaba tan acostumbrado a ser el centro de atención, que ni siquiera se daba cuenta de ello.

–Sí –dijo, dando un suspiro.

–¿Vestida así? –Elias parecía fuera de sí.

Darcie se encogió al oír el tono despectivo de la pregunta. ¿Elias nunca había hecho ningún comentario sobre su indumentaria y el primero que hacía era prácticamente un insulto? Miró directamente a sus preciosos y arrogantes ojos, demasiado enfadada como para contenerse.

–¿Qué más te da cómo esté vestida? De hecho ¿por qué estás aquí?

–¿Tú qué crees?

–¿Por qué me he tomado la última semana de vacaciones? –soltó Darcie, furiosa–. ¿De verdad no puedes aceptar que, por una vez, no haya bailado al son de tu música?

–¡No tiene nada que ver con eso!

De pronto Elias estaba demasiado cerca, tanto que podía sentir no solo su calor, sino su furia. Pero Elias nunca se enfurecía. Que ella supiera, jamás sentía nada con suficiente intensidad, aparte de una insaciable ambición para aumentar el volumen de su negocio. Pero en aquel instante, Darcie podía percibir un fuerte vínculo entre ellos; no el del contacto físico de los dedos de Elias en su piel, sino la electrizante pulsación de una emoción primaria. Temía que el barniz de indiferencia bajo el que se había protegido tanto tiempo se hubiera desgastado y fuera a dejar expuesta la cruda verdad, tal y como solo había ocurrido en aquel deplorable lapsus.

–Lo que vaya a hacer no es asunto tuyo –bisbiseó.

–¿No es asunto mío? –repitió él, retador.

Darcie se quedó paralizada al ver un extraño brillo en sus ojos.

–Elias…

Otra descarga eléctrica pasó de la mano de Elias a su brazo, acelerándole la sangre.

–¿Se puede saber quién eres? –preguntó Shaun, interrumpiéndolos bruscamente.

Elias apretó la muñeca de Darcie.

–No puedes casarte con él –dijo, mirándola fijamente–. No lo amas.

El corazón de Darcie se paró. Estaba tan perpleja, tan horrorizada, que no pudo articular palabra.

–Lo sé porque… –continuó Elias.

–¡No lo digas! –susurró ella, mortificada.

Elias apretó los dientes y la observó, esperando a que añadiera algo. Pero Darcie negó con la cabeza. No tenía sentido que Elias estuviera allí. Su presencia ponía todo el peligro.

–No te atrevas a decirlo –repitió con rotundidad.

Los labios de Elias palidecieron al tiempo que una energía airada asomaba a sus ojos.

–Claro que no está enamorada de mí –dijo entonces Shaun–. Ni yo de ella.

Un músculo palpitó en la mandíbula de Elias al tiempo que Darcie rezaba para que se la tragara la tierra.

–¿Tú eres el novio?

La pregunta de Elias pareció no tener ninguna carga emocional, pero Darcie supo que su indiferencia era solo aparente, y se puso en tensión ante el trato arrogante y desdeñoso que Shaun estaba a punto de recibir. Elias era el epítome de todo lo que Shaun despreciaba. Tenía éxito, era rico, poderoso y privilegiado. Como el hombre que había dejado a Zara embarazada de Lily cinco años antes. Se volvió hacia Shaun y vio en sus ojos un rencoroso resentimiento.

–Shaun…

–Esto es demasiado melodramático, Darcie –dijo él, sacudiendo la cabeza–. Será mejor que te arregles con este chulo prepotente.

–¡Shaun!

Pero Darcie no se movió al verlo alejarse. No pudo, porque Elias la mantenía firmemente asida. Y en cuestión de segundos, Shaun se había ido.

–¿Darcie Milne y Shaun Casey? –llamó un ujier.

Darcie permaneció callada mientras intentaba asimilar que el novio la había abandonado.

–¿Darcie Milne y Shaun Casey? –repitió el ujier–. ¿Darcie Milne y Shaun Casey?