Valor para amarte - Joss Wood - E-Book
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Joss Wood

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Beschreibung

Deseo 2166 ¿Una pequeña aventura con un multimillonario? ¿Qué podía salir mal? Jamie Bacall, ejecutiva de publicidad, era una mujer que sabía exactamente lo que quería: iniciar una relación sin ataduras con Rowan Cowper, un irresistible promotor inmobiliario. Él también estaba por la labor, pero entonces, Jamie se quedó embarazada y ahora el señor independiente quería algo serio con ella. Por experiencia, estaba convencida de que el compromiso era una palabra prohibida, pero Rowan estaba decidido a demostrarle que podían tenerlo todo. ¿Podría convencerla para cruzar una línea más?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Joss Wood

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Valor para amarte, n.º 2166 - diciembre 2022

Título original: Crossing Two Little Lines

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-239-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Por favor, ¿puedes dejar de colarte en mi piso?

Jamie Bacall-Metcalfe sacudió la cabeza al ver a su hermano sentado en la mesa de la cocina usando su tableta electrónica y bebiéndose su café. Greg, solo once meses mayor que ella, llevaba pantalones cortos, deportivas y una camiseta tan sudada como su pelo marrón oscuro.

–Te di una llave para emergencias, no para que uses mi casa para hacer paradas de descanso mientras corres –le recordó con tono suave. Ambos sabían que le estaba echando la bronca porque consideraba que debía hacerlo, no porque quisiera que su hermano dejase de pasar por allí. Lo adoraba. Su cuñado Chas y él eran sus mejores amigos.

–¿No puedes ducharte en tu casa antes de venir aquí? –le preguntó mientras agarraba una taza.

Greg, sin dejar de mirar la tableta, tocó la mesa a tientas en busca de su café.

–A Chas le gusto limpio y fresco. Es así de rarito.

–La verdad es que a mí también –respondió ella acercándosele–. ¿Qué estás mirando con tanta atención?

Greg levantó un dedo pidiéndole que esperara. Jamie dio un trago de café y les permitió a sus ojos el inmenso placer de contemplar la foto de un tipo de unos treinta y tantos años. Mandíbula cuadrada, nariz recta, boca sensual, pelo marrón con reflejos rubios naturales, la cantidad justa de barba incipiente. Pero fueron sus ojos los que captaron su atención. Eran de un azul intenso enmarcado por un borde negro, del color de las alas de una mariposa morfo azul. Si su cuerpo se correspondía con su cara, podría contratarlo para hacer anuncios. ¿Quién era y cómo podía localizarlo? No era fácil encontrar a hombres atractivos, masculinos y guapos con un aire sofisticado y deportivo a la vez.

Greg dejó la tableta en la mesa y se reclinó en la silla. Jamie se sentó a su lado y asintió hacia la pantalla, ahora en negro.

–Bueno, ¿qué leías?

«¿Y quién era ese hombre?». Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda y tardó unos segundos en reconocer lo que era. ¡Vaya! Así que, después de todo, no se había convertido en un cascarón seco. Era bueno saberlo.

–Un artículo sobre Rowan Cowper.

–¿Quién?

Greg puso los ojos en blanco.

–¿Construcciones Cowper? ¿El que construyó el hospital nuevo?

–Eres arquitecto y conoces a constructores. Yo tengo una agencia de publicidad, ¿lo recuerdas? Por cierto, no me importaría meter a Cowper en alguno de mis anuncios.

–A mí no me importaría meter sus zapatos debajo de mi cama –comentó Greg.

–A lo mejor a tu marido no le haría gracia.

–Chas es un aguafiestas –farfulló Greg.

«Perro ladrador, poco mordedor», pensó Jamie. Su hermano era uno de los hombres más fieles que conocía.

–¿Y por qué está en primera página?

Greg se levantó y se rellenó la taza de café.

–Pues resulta que se había quedado trabajando hasta tarde en una de sus obras y volvía a su coche cuando se cruzó con tres gamberros que estaban dándole una paliza bestial a un universitario. Cowper se acercó y los redujo a los tres él solo. El chico al que atacaron es el hijo del gobernador y ahora a Cowper lo están tratando como a un héroe.

El gobernador Carsten era amigo de sus padres y dueño del periódico en el que había salido Cowper. Tenía dos hijos y el pequeño acababa de llenar todas las redes sociales al declararse bisexual y no binario.

–¿Delito de odio? –preguntó Jamie sintiendo náuseas. Qué asco daba la gente a veces.

–La policía no lo ha dicho, pero sabemos que pasa muy a menudo. De todos modos no sería raro que lo hayan atacado más por pertenecer a una familia tan mediática que por su identidad sexual. Lo que está claro es que Cowper le salvó la vida. Los asaltantes tenían cuchillos y estaban dispuestos a usarlos.

«Gracias a Dios que ese hombre estaba allí», pensó Jamie.

–Cambiando de tema, ¿cómo estás, James Jessamy? –le preguntó Greg con gesto de preocupación.

Jamie le puso mala cara por haber usado su nombre completo. ¿En qué habían estado pensando sus padres al elegir ese nombre? Menos mal que al final habían optado por llamarla Jamie.

–Estoy bien, Gregory Michael Henry.

En un mes llegaría el quinto aniversario de la muerte de su marido y era el momento en el que su familia se preocupaba por ella más que de costumbre.

A menudo quería decirles que el aniversario de la muerte de Kaden no le resultaba especialmente horrible porque pensaba en él y revivía el accidente cada día, y se sentía igual de culpable ahora que cinco años atrás. La culpa era una presencia constante. Era culpa suya que el coche hubiera dado vueltas de campana. Era culpa suya que él hubiera muerto.

–Estoy bien, hermano –mintió.

–No lo estás.

No lo estaba, pero podía fingirlo.

 

 

Rowan Cowper se terminó el whisky y rotó los hombros. Estaba deseando quitarse la chaqueta del esmoquin y arrancarse la corbata negra. Mientras la persona que tenía al lado hablaba con tono monótono, él se subió la manga y miró con disimulo su último capricho, un reloj Patek Philippe Aquanaut. Contuvo un suspiro de alivio. Eran casi las once y pronto podría marcharse de esa aburrida cena benéfica organizada por la esposa del gobernador.

Había donado una cantidad considerable de dinero, aunque no recordaba la causa. Debería empezar a prestar atención o, mejor aún, dejar de asistir a esos agobiantes eventos.

Se apartó de la conversación y se dirigió a la salida mientras se excusaba con la gente que intentaba hablar con él. No mucho tiempo atrás había sido solo un dueño más de una constructora. Rico, sí, pero sin codearse con las más altas esferas de la sociedad de Maryland. Detener una pelea había derivado en una invitación a cenar en la mansión del gobernador y a los mejores eventos de sociedad del estado. No estaba mal para un chico de West Garfield Park en Chicago, una de las zonas más peligrosas de Illinois.

Sin duda, relacionarse con gente tan influyente le haría la vida mucho más fácil.

Conteniendo las ganas de quitarse la corbata, salió del salón y se dirigió hacia los ascensores en el otro extremo del vestíbulo. No había perdido el tiempo y la noche no se le había dado mal. Le habían hablado de una recalificación de terrenos para desarrollo comercial a las afueras de la ciudad y de una fábrica de plásticos que iba a construir instalaciones nuevas. Le interesaban tanto los terrenos como la fábrica y tenía los nombres de las personas a las que debía llamar.

Lo malo había sido tener que esquivar ofertas para salir a cenar, tomar copas y meterse en alguna que otra cama. Las había rechazado todas.

De pie junto a los ascensores, pulsó el botón y se frotó la nuca. Suspiró al oír una voz femenina llamándolo.

Shona… no sé qué. Habían salido unas cuantas veces, pero cuando ella le había dejado caer que iba a presentarle a su familia, él había dado un paso atrás. Muy muy atrás.

Lo único con lo que se veía capaz de comprometerse era con Construcciones Cowper. Era su único amor.

–Shona –dijo estremeciéndose mientras ella se ponía de puntillas para besarlo en las mejillas.

–¡Qué alegría habernos encontrado! Hacía siglos que no te veía. ¿Has cambiado de número? Te he dejado muchos mensajes.

Estaba intentando encontrar el modo de librarse de ella sin herir sus sentimientos cuando sintió una mano en la espalda. Al girarse se topó con los chispeantes ojos color jerez de una mujer castaña con un vestido plateado ceñido. Su perfume, suave y sensual, se le coló por la nariz cuando ella le agarró la mano y apoyó la sien en su hombro.

El corazón le latía con fuerza. Qué raro. Nunca le había pasado algo así.

–¡Aquí estás! Perdona, me he entretenido hablando con Terry. Te manda recuerdos –dijo mirándolo y sonriendo. Él tardó un momento en recordar que Terry era el gobernador.

Dios, qué belleza tan arrebatadora, con esa piel perfecta, esos ojos grandes y ese cuerpo curvilíneo.

Ella enarcó una ceja como retándolo y miró a Shona, que parecía aturdida y furiosa al mismo tiempo.

–Shona, ¿estás bien? ¿Cómo están tus padres?

Shona abrió la boca para hablar, pero la Chica Preciosa se le adelantó.

–Por favor, dales recuerdos de mi parte. Tenemos que irnos volando –se giró, sujetó la puerta del ascensor, que se estaba cerrando, y tiró de Rowan–. Cariño, tengo una botella de Moët metida en hielo y nata y fresas en la nevera.

¿Nata y fresas? ¿Champán? Sí, ya podía imaginarse pintándole la piel con nata y lamiéndosela; mojando fresas en champán y colando la fruta entre esos sensuales labios.

Sí, por favor.

Ya dentro del ascensor, se giró y vio a Shona ahí de pie, mirándolos mientras le temblaba el labio inferior. Era conocido por ser un tipo duro, pero aun así no podía resistirse a una mirada de tanto dolor. Estaba a punto de hablar cuando sintió la mano de la Chica Preciosa agarrándolo con más fuerza.

–Ni se te ocurra. Está jugando contigo –murmuró.

«Bueno, vale».

Las puertas se cerraron y se pasó una mano por el pelo. Se sentía como si hubiera cruzado un portal que lo había llevado a un mundo desconocido. Un mundo encantador pero raro.

 

 

¿En qué había estado pensando al intentar rescatar al altísimo y guapísimo Rowan Cowper?

A lo mejor él había querido llevarse a Shona a su casa y acababa de estropearle el plan, pensó inquieto.

Lo miró a los ojos y le pareció ver el inicio de una sonrisa. Bueno, al menos no se había cabreado.

Bajó la mirada hacia sus manos entrelazadas.

–Ya puedes soltarme.

Él le siguió la mirada y la soltó al instante.

–Lo siento.

–No te disculpes, he sido yo la que te ha metido aquí –dijo Jamie deseando seguir agarrada a su cálida mano–. ¿He interpretado mal la situación? ¿No necesitabas que te rescatara?

–Nunca he necesitado que me rescaten, pero gracias por intentarlo –respondió él, ahora con una amplia sonrisa.

Parecía fuerte, poderoso e increíblemente competente. Sus ojos irradiaban una inteligencia que indicaba que no habría situación de la que no pudiera salir.

En realidad, ahora se sentía como una idiota. Se había precipitado al pensar que lo estaba ayudando.

–Lo siento si te he estropeado tus planes para esta noche.

–No has estropeado nada. Me iba a casa.

¿Qué tenía ese hombre que la ponía tan nerviosa? Conocía a hombres guapos constantemente, tanto en el trabajo como en los eventos sociales a los que solía asistir, pero ninguno le había hecho sentir calor en lugares que llevaban mucho tiempo sin sentirlo.

Lo había reconocido nada más verlo. Era incluso mucho más guapo en persona que en la foto del artículo que había leído Greg hacía seis semanas. Y como no había podido apartar la vista de él y lo había estado observando, se había dado cuenta de que parecía incómodo hablando con Shona.

Ese hombre le hacía pensar demasiado, ver demasiado y sentir demasiado. De pronto quería salir del ascensor, necesitaba con desesperación poner algo de distancia entre los dos. Se encontraba cómoda en la crisálida que había tejido a base de culpabilidad y dolor. Después de lo de Kaden, era menos arriesgado mantener las distancias y no comprometerse con nadie.

Y, aun así, no pudo evitar mirar a Rowan a los ojos otra vez.

¡Zzzzzzzzzzzz… zas!

Saltaron chispas y notó una fuerza dentro de ella instándola a rodear su cuello fuerte y bronceado y saborear sus labios.

Él le miró la boca y Jamie vio cómo suspiró y cómo su mirada se intensificó con un tono azul profundo. Contuvo el aliento mientras él se agachaba… hacia los botones que ella tenía detrás.

–Imagino que vas al vestíbulo, ¿no? –le preguntó Rowan con educación.

Mierda. Ella imaginándose un beso ardiente y él deseando alejarse.

«Muy bien, Jamie. Esta noche tienes la imaginación a tope».

–Al garaje –respondió maldiciendo el calor que sentía en las mejillas.

–Qué raro –dijo él mirando el panel de botones.

–¿Qué?

–Estamos subiendo, no bajando. Y los números están descontrolados –el ascensor bajó un piso, se sacudió, se detuvo y volvió a subir. Rowan pulsó otro botón–. Tenemos que pararlo y subirnos en otro.

–Vale –respondió Jamie.

El ascensor empezó a bajar otra vez.

–Ocho, siete, seis, cinco… –mientras Jamie contaba los pisos esperando que el ascensor se detuviera y los dejara salir, este volvió a sacudirse y después se paró.

–Mierda –murmuró Rowan antes de girarse hacia ella y encogerse de hombros–. Puede que vayamos a estar aquí un rato. Si el nuestro está atascado, entonces a lo mejor todos tienen problemas y es posible que tarden en sacarnos.

Fabuloso.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Rowan colgó, miró el móvil y esbozó una mueca. Miró a los ojos de la Chica Preciosa mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo del pantalón.

–Lo que pensaba. Todos los ascensores están averiados. Van a sacar primero a las personas mayores y a los niños, así que me parece que vamos a ser los últimos.

Para su sorpresa, ella simplemente se encogió de hombros antes de agacharse y levantar el pie derecho.

–Si voy a estar aquí metida un rato, estos instrumentos de tortura van fuera.

Rowan se quitó la chaqueta, se bajó la corbata y se desabrochó el botón superior de la camisa. Por fin podía respirar, pensó mientras le daba la vuelta a la chaqueta y la dejaba en el suelo.

–No creo que sea buena idea que se te ensucie el vestido. Debe de ser un rollo lavarlo, así que siéntate encima de mi chaqueta.

Ella le lanzó una mirada de agradecimiento y se pasó una mano por el cuerpo del vestido bordado con cuentas.

–Gracias. Y, sí. Es un horror lavarlo, aunque merece la pena. No debería ponérmelo, pero cada un par de años lo saco, me vuelvo a enamorar de él y no me puedo resistir –dijo mientras se sentaba.

Apoyó la espalda en la pared del ascensor y estiró las piernas. Tenía un tatuaje diminuto de un abejorro en la cara interna del tobillo y las uñas de los pies pintadas en rosa nacarado.

Rowan se sentó a su lado, manteniendo una distancia que no resultara amenazadora. La miró a esos fabulosos ojos y supo que no podía pasarse el resto de la noche llamándola Chica Preciosa.

–No sé tu nombre.

–Soy Jamie Bacall-Metcalfe.

Jamie. Le pegaba ese nombre.

–Lo siento, pero es que no entiendo por qué no deberías ponerte el vestido. ¿Lo has robado? ¿Lo has tomado prestado sin permiso?

Él mismo se quedó sorprendido por las palabras que salieron de su boca. No solía hablar tanto y nunca con gente desconocida.

Ella soltó una carcajada sorprendentemente profunda y muy atractiva.

–No, ni lo he robado ni lo he tomado prestado –respondió estirando con cuidado la tela sobre sus esbeltos muslos–. Es un vestido de los años veinte, así que tiene cien años.

–¿En serio?

Jamie asintió y suspiró.

–Me vuelven loca la ropa y las joyas antiguas y los años veinte y treinta. He tirado una copa de vino y por muy poco no se me ha caído encima, así que he pensado que había llegado el momento de irse.

Él vio algo destellar en sus ojos y supo que decía la verdad, aunque no toda.

–¿Qué más ha pasado esta noche?

Esos ojos alucinantes se abrieron más antes de estrecharse.

–¿Cómo narices sabes que ha pasado algo?

Rowan podría haberle dicho que seis años en casas de acogida lo habían convertido en un experto en lenguaje corporal, una habilidad que le había salvado el pellejo en más de una ocasión. Pero no dijo nada. Nadie conocía ni conocería su pasado.

Vio cómo le daba vueltas a un anillo de oro que llevaba en el dedo índice de la mano derecha. Por suerte, en la mano izquierda no llevaba ninguno. No quería que tuviera marido, prometido o novio esperándola en casa. ¿Por qué? A saber.

–¿Qué más ha pasado esta noche? –repitió.

Ella se puso las manos en el regazo, se giró para mirarlo y esbozó una mueca.

–Estaba con mis padres y mi abuela y un hombre que estaba sentado en nuestra mesa me ha invitado a cenar con él. He intentado librarme con educación, pero mi familia me estaba presionando para que aceptara y he tirado una copa de vino tinto para poder marcharme.

Suspiró.

–No dejo de decirle a mi familia que estoy bien sola, pero piensan que tengo que volver a intentarlo.

–¿Cómo dices?

Ella bajó la mirada hacia sus manos.

–Hace mucho que no salgo con nadie y quieren que lo haga –resopló–. Bueno, hay más. Quieren que salga con alguien, que me case y que tenga un hijo porque soy la única esperanza para perpetuar el linaje familiar.

Rowan esbozó una mueca de disgusto. Él nunca había experimentado la presión familiar, pero no parecía divertido.

–¿Tan importante es? ¿Tenéis algún rasgo genético excepcional que necesite el mundo?

Ella se rio y él sintió un nudo en la garganta y calor en el estómago ¿Cuándo había sido la última vez que había hecho reír a una mujer? ¿Hacía años? ¿Nunca?

–Por desgracia, no. ¿Has oído hablar de los Bacall?

Claro. Todo el mundo que vivía en Annapolis los conocía. Los Bacall eran dueños de un imperio de medios de comunicación y tenían negocios en tecnología. Eran los más azules de la sangre azul de Maryland.

–Claro, he oído hablar de la familia, pero cuando has dicho Bacall automáticamente he pensado en Greg Bacall, un arquitecto increíble especializado en construcciones sostenibles.

–Greg es mi hermano –respondió ella con un brillo de orgullo en la mirada–. Reconozco que es brillante, pero también es un pesado.

Rowan captó el tono de afecto en su voz y sintió un poco de envidia. Le habría encantado tener un hermano o una hermana. Mejor aún, le habría encantado tener un padre o una madre que se hubiera preocupado por él lo bastante como para quedarse a su lado. Pero ya había renunciado a desear una familia, a desear cosas que no se harían realidad.

La gente tenía la costumbre de abandonarlo y estaba destinado a vivir en soledad. Era una verdad que había aceptado hacía mucho tiempo.

–¿Tu hermano no puede ayudar a perpetuar el linaje? –preguntó fascinado por la dinámica de su familia.

–Greg es gay, y aunque Chas y él podrían tener hijos por gestación subrogada o adopción, no quieren. Así que soy la última esperanza de mi madre y de mi abuela. Están obsesionadas con tener un bebé al que achuchar.

La curiosidad lo superó y Rowan no pudo evitar decir:

–Dos preguntas. ¿Por qué no hay un señor Jamie en casa? ¿Tú quieres tener hijos?

–Es una larga historia y no, tampoco quiero tener hijos –respondió ella.

Mentira. Vio un brillo de aflicción en su mirada y cómo se le tensó la mandíbula.

–¿En serio?

–Sí, sí. No me interesa.

Cuando Jamie se negó a mirarlo a los ojos y miró hacia la puerta del ascensor como buscando una salida, sus sospechas de que estaba ocultando la verdad se confirmaron.

Pero ya que él odiaba que la gente se metiera en sus asuntos, decidió no insistir.

–Dios, qué hambre –dijo Jamie tras soltar un largo suspiro. Y como para recalcar el comentario, el estómago le rugió.

Rowan sonrió al verla sonrojarse.

Jamie dobló las rodillas y apoyó los antebrazos en ellas.

–Distráeme, Cowper.