Vivir con alta sensibilidad - Antje Sabine Naegeli - E-Book

Vivir con alta sensibilidad E-Book

Antje Sabine Naegeli

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Beschreibung

Son muchas las personas que perciben de manera más intensa que el resto, tanto a nivel emocional como corporal. Aunque esto les otorga un talento especial, su intensa conciencia les hace moverse constantemente entre la duda y el aislamiento interior, la vulnerabilidad y la baja autoestima. Además, existe una enorme falta de comprensión hacia este fenómeno: el concepto de "alta sensibilidad" es algo al que la sociedad se ha mostrado reticente a integrar, y se le ha prestado muy poca atención tanto en los estudios generales como en la praxis de la psicoterapia. Afortunadamente, en la actualidad va creciendo el interés profesional y social por el tema: este libro es una muestra de ello. La psicoterapeuta Antje Sabine Naegeli combina sus años de experiencia y observación profesional para proporcionar en esta obra una ayuda psicológicamente sólida a las personas con alta sensibilidad. Asimismo, Vivir con alta sensibilidad sirve para que las personas altamente sensibles se familiaricen con su naturaleza, se empoderen y se acepten a sí mismas. Por otra parte, también tiene interés para todas aquellas personas no afectadas que quieran volverse más perceptivas y quieran aprender a reconocer y valorar el potencial de las personas con alta sensibilidad.

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Antje Sabine Naegeli

VIVIR CON ALTA SENSIBILIDAD

Entre el talento y la fragilidad

Traducción de María Luisa Vea Soriano

Herder

Título original: Zwischen Begabung und Verletzlichkeit

Traducción: María Luisa Vea Soriano

Diseño de la cubierta: Gabriel Nunes

Edición digital: José Toribio Barba

© 2016, Herder Verlag, Friburgo de Brisgovia

© 2018, Herder Editorial, S.L., Barcelona

ISBN digital: 978-84-254-4048-9

1.ª edición digital, 2018

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)

Herder

www.herdereditorial.com

Índice

PRÓLOGO

NOTA PARA LAS LECTORAS Y LECTORES

PRIMERAS SEÑALES

¿INNATA O ADQUIRIDA?

LA FINEZA DE LOS SENTIDOS

LA INTENSIDAD DE LA PERCEPCIÓN

¿ES LO MISMO ALTAMENTE SENSIBLE QUE INTROVERTIDO?

CÓMO REACCIONA EL CUERPO

DESCUBRIR LAS FORTALEZAS

EL AMOR POR LA NATURALEZA

CUIDADOSOS Y FIABLES

EMPATÍA Y COMPASIÓN

LA ALTA SENSIBILIDAD Y LAS RELACIONES

ENCUENTROS Y PROXIMIDAD

LA EXPERIENCIA DE LA SOLEDAD

EL CAMBIO COMO DESAFÍO

LA DIFICULTAD DE PERDONAR

FACTORES DE RIESGO

ENFRENTAR LOS MIEDOS

CONSECUENCIAS DE LOS ESTÍMULO

SEGUIR ADELANTE

LA ACTITUD ES FUNDAMENTAL

LA ALTA SENSIBILIDAD Y EL MUNDO LABORAL

CÓMO HALLAR LA MEDIDA SALUDABLE

ADIÓS AL HOSTIGADOR INTERNO

APRENDER A CONTROLAR LAS EMOCIONES MÁS INTENSAS

HACER FRENTE A LAS CRÍTICAS Y LAS OFENSAS

EL COMPLEJO TEMA DE LA RABIA Y LA AGRESIVIDAD

AUTOESTIMA Y AUTOCOMPASIÓN

LA ESPIRITUALIDAD COMO REFUGIO

VER LO QUE ES

¿UN ARTE DE VIVIR PARA LAS PERSONAS ALTAMENTE SENSIBLES?

PALABRAS RECONFORTANTES

IMÁGENES MENTALES RECONFORTANTES

AUTOMOTIVACIÓN

OTRAS COSAS QUE ME QUERÍA DECIR

CARTA A UNA MUJER ALTAMENTE SENSIBLE

AGRADECIMIENTOS

BIBLIOGRAFÍA

A la memoria de mis queridas tías Lotti Wrage y Anna Maria Gardels. Sumamente agradecida.

PRÓLOGO

Desde la ventana de mi despacho puedo ver un bosque que se extiende tras el prado. Si sopla la brisa, lo noto de inmediato en uno de los árboles. En él puedo apreciar el movimiento del aire mucho antes que en sus «congéneres». Sus hojas y sus ramas ya se están meciendo y, mientras, todos los demás árboles siguen inmóviles porque necesitan una corriente de aire más fuerte para apenas empezar a moverse.

Todo esto me hace pensar en las personas altamente sensibles. Con sus delicadas antenas receptoras, ellas perciben mucho más y con mucha más sensibilidad que el resto. Gran cantidad de rostros acuden a mi mente.

Hace tan solo unos años que me topé por primera vez con el concepto de «alta sensibilidad». Este me sirvió para designar un fenómeno que conocía desde hace mucho tiempo, pero al que tanto los estudios generales como la praxis de la psicoterapia habían prestado hasta entonces muy poca atención. Hace tiempo que se conoce la personalidad altamente sensible. Ya en la primera mitad del siglo XX, Ernst Kretschmer hablaba de la alta sensibilidad en su descripción de los diferentes caracteres humanos. Pero es en la actualidad cuando por primera vez se le está prestando más atención y está aumentando paulatinamente el interés profesional por el tema. Ya era hora, diría yo, pues las personas de carácter sensible merecen la comprensión y el apoyo necesarios y, además, está aumentando notablemente el número de personas afectadas.

Con frecuencia, las personas sensibles sienten que en su entorno no se comprende su gran sensibilidad emocional y física, y ellas mismas tienen muchas veces dificultades para entenderse y aceptarse con amor tal y como son, con su carácter particular. Se sienten «diferentes a las demás», y a menudo esto las lleva a dudar de sí mismas, tener problemas de autoestima y enfermar con facilidad, a la vez que engendra en ellas sentimientos de soledad y abandono.

La relación consigo mismas provoca en ellas frecuentemente sensaciones de confusión e impotencia.

La sociedad se muestra reticente a la hora de integrar el tema de la alta sensibilidad, y existe una enorme falta de comprensión hacia las personas afectadas. Se las deja solas con su forma de ser, están expuestas a críticas que las empujan a un mayor aislamiento interior, carecen del respeto que merecen y se las malinterpreta constantemente. Este libro pretende ayudar a las personas con alta sensibilidad a familiarizarse con su naturaleza, empoderarse y aceptarse más a sí mismas.

Además, es mi intención que las personas no afectadas abran sus ojos a la realidad de estos hombres y mujeres de carácter sumamente delicado y cuerpo extremadamente sensible, y se den cuenta de la gran cantidad de habilidades y cualidades valiosas de las que va acompañada la alta sensibilidad. Es importante señalar que se trata de aproximaciones y no de ideas fijas. Cada persona tiene una personalidad única.

Mis comentarios se basan en años de experiencia y observación. Para este trabajo he analizado, además, los extensos cuestionarios de más de cincuenta preguntas contestados por las dieciséis personas participantes en el estudio. No obstante, para poder hacer afirmaciones científicas sería necesario un estudio mucho más exhaustivo. Aún así, creo que el material recopilado aporta información valiosa en relación al tema que nos ocupa.

Espero sinceramente que las personas con alta sensibilidad hallen una forma de profundizar más en ellas mismas y que este libro les sirva de apoyo y ayuda durante el proceso. Y deseo igualmente que las personas de naturaleza diferente se vuelvan más perceptivas y aprendan a reconocer y valorar el potencial de las personas altamente sensibles.

Antje Sabine Naegeli

NOTA PARA LAS LECTORAS Y LECTORES

En el texto alterno el uso del femenino y el masculino. La mayoría de los cuestionarios a los que hago referencia fueron realizados por mujeres. Claramente, a ellas les resulta más sencillo que a los hombres reflexionar y hablar sobre su manera de ser. Yo lo atribuyo en gran parte a nuestras estructuras sociales, que hacen que a los hombres les resulte difícil hablar de su sensibilidad.

Generalmente, los términos «sensible» y «altamente sensible» se utilizan en el libro como sinónimos.

PRIMERAS SEÑALES

Cuando las personas altamente sensibles recuerdan su infancia, la mayoría es consciente de que ya entonces podían apreciarse en ellas las primeras señales de una sensibilidad acentuada y de una gran profundidad emocional.

«Yo era una niña muy tímida y miedosa», dice Cornelia. «Como era muy callada, me sentía como un personaje secundario. Me ponía enferma a menudo y tenía que guardar cama». Heike se ve también como una niña tranquila, bastante reservada y fácil de cuidar. Como ella, otras personas cuentan que, debido a su comportamiento tranquilo y discreto, su familia les prestaba poca atención. En cambio, ellas se consideran extremadamente perceptivas. Muchas de las cosas que ocurrían a su alrededor les preocupaban más de lo que las personas adultas jamás podrían haber sospechado. «Siempre me daba cuenta de cómo estaban mis padres», dice Nicole. «Pero a ellos esto les hacía sentir incómodos y normalmente intentaban ocultarse. No sabían cómo debían actuar, mi sensibilidad les molestaba e intentaban persuadirme para que cambiara de opinión, algo que a mí me irritaba y entristecía mucho».

Muchas recuerdan que a menudo necesitaban estar solas y se metían en el cuarto de los niños. Cuando se tiene unas antenas tan extraordinariamente sensibles, retirarse ayuda a evitar la sobreexcitación o a que el niño recupere el equilibrio en momentos de saturación sensorial. Ana todavía recuerda hoy que, a pesar de ser una niña despierta y alegre, en la época de la escuela primaria lloraba mucho y, si estaba sobreexcitada y agotada, lo cual ocurría a menudo, no había manera de calmarla.

Ya de pequeñas, todas las personas encuestadas, sin excepción, poseían una gran intuición para apreciar el humor imperante en la familia o en otros entornos. Ya entonces les resultaba difícil soportar las tensiones, que les provocaban miedo y ansiedad. Desde muy temprano puede observarse en ellas una notable necesidad de armonía, que, unida a la capacidad de conectar con los sentimientos de los demás, tiene como consecuencia el desarrollo en los niños sensibles de un sentido de la responsabilidad nada propio de su edad. Estos niños se esfuerzan mucho en ayudar y contribuir a crear un ambiente de armonía. Annemarie recuerda muy bien cómo ya en la escuela primaria reconocía claramente a las niñas y niños más desfavorecidos y menos populares y les prestaba atención, intentando transmitirles un sentimiento de pertenencia al grupo.

Cuando tenía seis años, Anna lo recuerda vivamente, yendo de camino a la escuela con una niña de su misma edad, ambas empezaron a pelearse y Anna le dio a la otra un manotazo en la cabeza. Entonces, vio la piel enrojecida de su compañera a través de su pelo fino y rubio y sintió que esta estaba completamente indefensa, aunque ni siquiera le había caído una lágrima. Este suceso la consternó sobremanera. Ese mismo día fue a casa de la niña y le regaló varios de sus juguetes para consolarla. Nunca más volvió a agredir físicamente a un niño. La experiencia había sido horrible.

En este ejemplo podemos apreciar las huellas tan profundas que puede dejar en estas personas una vivencia que cualquier otro niño, por lo general, olvidaría inmediatamente. La alta sensibilidad es la causa de que haya experiencias que se queden para siempre en la memoria.

A la mayoría de niños con alta sensibilidad les gusta mucho jugar con niños de su misma edad, pero también en estas situaciones buscan la calma y huyen del ruido, la brusquedad y todo aquello que los desborda. Desde muy temprano puede apreciarse en estas personas una excepcional profundidad interior y una señalada riqueza emocional. Christiane cuenta que con seis o siete años le encantaba inventarse pequeñas obras de teatro que después representaba con unas sencillas figuras de cartulina creadas por ella misma para la ocasión. Ahora es consciente de la enorme fantasía que reflejaban sus historias e interpretaciones.

Oliver recuerda que, siendo un niño alegre en edad de guardería, una noche se sentó en la cama y comenzó a llorar. Cuando su madre entró en la habitación y le preguntó por qué lo hacía, él le contestó, afligido, que estaba pensando en lo triste que debía estar el «buen Dios» al ver que tantas personas no se acordaban de él. Ningún adulto le había dado pie a pensar algo así. Los pensamientos surgieron de modo espontáneo. También en este caso podemos observar que la capacidad de empatía inherente a las personas con alta sensibilidad puede desarrollarse ya a una edad muy temprana. En otro episodio narrado por Oliver podemos apreciar de nuevo la profundidad de sus sentimientos: esta vez, cuando su madre entró en la habitación, él estaba resplandeciente. «¿Sabes qué?», dijo sonriendo satisfecho, «acabo de contarle al “buen Dios” que me he comido una bolsa de patatas buenísimas. Seguro que le ha hecho mucha gracia».

Anna recuerda estar con seis o siete años en la habitación de su abuela, a la que se sentía muy unida. Aunque en aquella época gozaba de buena salud, a Anna se le ocurrió que un día su abuela moriría. Entonces rompió a llorar e imaginó tan vivamente esta situación tan temida que necesitó mucho rato para volver a tranquilizarse.

Pasadas varias décadas, Larissa se acuerda todavía de que, cuando empezaba a leer, leyó Bambi, el libro de Felix Salten, y durante días se sintió trastornada porque en el cuento el pequeño ciervo perdía a su madre. Estaba tan conmocionada que rompía a llorar constantemente, pero no le habló a nadie de su experiencia.

Hay otro suceso que Larissa recuerda a la perfección y que muestra claramente lo desarrollada que estaba ya entonces su empatía. Tenía cinco o seis años e iba saltando por la acera, tal y como suelen hacer los niños. Al cruzarse con un hombre con una pierna amputada que avanzaba trabajosamente con sus muletas, se detuvo un instante y continuó andando con pasos lentos y tranquilos. No quería que el hombre se sintiera triste por no poder saltar y correr. Ningún adulto le había enseñado a ser tan considerada.

No siempre es posible hallar de manera retrospectiva indicios claros de alta sensibilidad. La pregunta que se plantea es si es posible establecer una distinción clara entre sensibilidad y alta sensibilidad. En mi opinión, los límites son difusos, pero, en un primer paso, podemos partir de que cuanto más bajo sea el umbral de sensibilidad emocional y físico, más indicios de alta sensibilidad existen. La alta sensibilidad representa una sensibilidad especial, significa que las impresiones sensoriales quedan grabadas profundamente y de forma duradera. Las siguientes consideraciones muestran las consecuencias que esto tiene en la vida de las personas afectadas. Puedo anticipar algo: no se trata de insuficiencias. La alta sensibilidad no es una enfermedad.

¿INNATA O ADQUIRIDA?

Seguramente esta es una cuestión que preocupa a todas las personas altamente sensibles. La psicóloga estadounidense Elaine Aron, entre otras personas, parte de la base de que la alta sensibilidad es, sin duda, un rasgo hereditario, es decir, una predisposición genética. Pero, puesto que no existen suficientes estudios científicos, debemos ser prudentes con esta afirmación. Hasta el momento solo podemos apoyarnos en observaciones.

Efectivamente, hay niños que ya de bebés llaman la atención por su particular delicadeza, que reaccionan mucho antes y de forma más intensa que otros a los ruidos, la luz intensa o el malestar físico. Cabe pensar que en estos casos la alta sensibilidad tiene una causa genética. En la actualidad se debate sobre la posibilidad de que la región cerebral responsable del procesamiento de los estímulos tenga poco desarrollada la función atenuadora. Pero, por otra parte, debemos tener en cuenta las influencias a las que pueden haber estado expuestos los bebés durante el embarazo, pues hoy en día sabemos que el estado de la madre repercute en el niño ya en la época prenatal, de manera que este viene al mundo cargado con estas experiencias.

Igualmente, hay personas adultas que destacan por su constitución especialmente delicada. Tienen un cuerpo sumamente grácil, un cabello muy fino y una voz dulce y suave. Son personas poco resistentes, que causan en conjunto una impresión de fragilidad. ¿Qué más lógico en esos casos que suponer que se trata de una sensibilidad determinada genéticamente? Sin embargo, no podemos deducir de la constitución corporal la existencia o no de una alta sensibilidad. Hay muchas personas cuyo aspecto externo no denota en absoluto su elevada sensibilidad.

Si repaso mentalmente la gran cantidad de personas altamente sensibles que conozco y pienso en sus vidas, creo esta cualidad es algo que la mayor parte de ellas ha ido desarrollando, sin negar por ello la influencia que una constitución delicada pueda tener en este desarrollo.

He conocido a muchas mujeres y hombres sensibles cuya infancia estuvo marcada por la falta de experiencias de apego. Está demostrado que los temores y desequilibrios emocionales graves de los padres influyen en el niño desde que está en el útero, pero las consecuencias se prolongan también durante los primeros meses de vida y las siguientes etapas formativas. Cuando una (futura) madre está muy estresada, transmite a su hijo la predisposición al estrés. Por lo tanto, el sistema de procesamiento del estrés no se forma primordialmente a partir de los genes originales, sino que el estado de ánimo de la madre provoca la transformación de los genes en el cerebro del niño. Las interacciones con la figura de apego más importante marcan el carácter de una persona. Dicho de otro modo: lo decisivo no es qué genes tenemos, sino cuáles de ellos se activan gracias a la figura de apego y al entorno en el que nos desarrollamos. Esto es lo que nos enseña la neurociencia moderna.

Una madre totalmente sobrecargada y a la que las experiencias traumáticas han vuelto insegura, un padre ausente, un matrimonio cansado o la imposibilidad de confiar en el cariño de los padres activan todas las alarmas en el niño. Este afina cada vez más sus antenas para captar el ambiente reinante y averiguar si existe alguna amenaza en el lugar en que se encuentra. El resultado es un estado de vigilancia constante. El niño no sabe nunca qué le espera. La inseguridad prevalece sobre la seguridad emocional. Y la falta de experiencias de apego supone una mayor propensión al estrés. Cada vez se necesitan menos desencadenantes para que se active el sistema de alarma. Las antenas, extremadamente refinadas, reaccionan intensamente ante cualquier señal alarmante. El niño responde a esta constante incertidumbre activando aún más los genes del estrés. Se encuentra en un estado de atención permanente. Percibe incluso las oscilaciones más leves. Se halla a merced de los estados de ánimo de sus personas cercanas. Aquí se encuentran algunas de las raíces principales de la alta sensibilidad. El médico y neurobiólogo Joachim Bauer lo expresa así: «Las experiencias tempranas de falta de atención dejan una especie de huella biológica, en la medida en que alteran el patrón según el cual los genes reaccionan después a los estímulos ambientales».

En las personas que estuvieron expuestas a vínculos afectivos inseguros, el gen que protege al cerebro del estrés no está suficientemente desarrollado. Esto es algo que, además, compartimos con los animales. Los animales que no recibieron suficiente cariño reaccionan del mismo modo que nosotros, los humanos. Esto serviría para rebatir la hipótesis de Elaine Aron de que la existencia de animales altamente sensibles demuestra que debemos partir de la base de una predisposición genética.

Son las experiencias de estrés tempranas y las carencias emocionales las que tienen como consecuencia una mayor vulnerabilidad psicológica, de manera que las personas que carecieron de un vínculo afectivo seguro son menos capaces de hacer frente a las cargas y desafíos posteriores que aquellas que crecieron en un ambiente seguro y que favorecía la confianza.

Cuesta aceptar que la falta de cariño en la infancia pueda llegar a tener consecuencias físicas que se prologuen a lo largo de la vida. Resulta más sencillo partir de la base de un carácter innato. Pero debemos tener presentes los hallazgos derivados de importantes investigaciones científicas. Naturalmente, las personas con carencia de vínculos afectivos pueden llegar a experimentar un apego seguro, pero, aun así, siempre seguirán siendo sensibles.

Podemos aprender a aceptar la alta sensibilidad y a manejarla de modo que nos sea favorable. Para que quede claro de antemano: teniendo este carácter también se puede tener una vida buena y plena.

Además, debe tenerse en cuenta que la alta sensibilidad puede desarrollarse también y de manera particular sobre la base de vivencias traumáticas (violencia, maltrato, abusos), y que la ausencia de un vínculo afectivo seguro puede tener de por sí carácter traumático. Como terapeutas sabemos que una sensibilidad muy marcada es una de las características del trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH). Pero este trastorno no puede equipararse con la alta sensibilidad. Las personas altamente sensibles no tienen las características típicas del TDAH (hiperactividad, impulsividad). Por su parte, las personas con TDAH no muestran la profundidad emocional de las personas con alta sensibilidad ni conservan huellas tan profundas de las impresiones recibidas. Las personas autistas también reaccionan intensamente a los estímulos sensoriales y pueden sentirse desbordadas por ellos. Pero, al contrario de lo que ocurre con las personas con alta sensibilidad, estas muestran un trastorno evidente del sentimiento de empatía. Su capacidad de resonancia emocional es muy reducida.

Puede observarse una alta sensibilidad y una gran excitabilidad en las personas con trastorno narcisista. Son personas que pueden sentirse con facilidad profundamente heridas. Pero esta característica no tiene nada que ver con la alta sensibilidad, puesto que las personas narcisistas no muestran ninguna sensibilidad ante el estado de ánimo, el dolor o las ofensas causadas a otras personas. Es característico del narcisismo un egocentrismo excluyente y desmesurado, mientras que las personas altamente sensibles son compasivas, se implican en aquello que afecta a los demás y, al contrario que las narcisistas, tienen una gran capacidad de autocrítica.

LA FINEZA DE LOS SENTIDOS

¿Cuáles son las características de la alta sensibilidad?

Aunque no existe «la» persona altamente sensible, todas comparten una sensibilidad con características comunes. Los estímulos sensoriales se perciben con mucha intensidad. Anna cuenta que en las librerías o en las tiendas de ropa siempre huye de los focos porque no soporta el calor y la luz estridente, hasta el punto de que solo puede pasar un tiempo muy limitado en estos lugares. Todas las personas entrevistadas reconocen ser muy sensibles al ruido. «Cuántos tipos de ruidos diabólicos existen», anota la escritora Luise Rinser en su diario. Sus palabras suenan como un lamento.

El despertador es un instrumento de tortura para las personas altamente sensibles. Para que suene más bajo y así no tener que oír su continuo tic tac, lo esconden a menudo bajo una montaña de ropa. La música de fondo de los centros comerciales o de los restaurantes las altera. E incluso ruidos más suaves como el zumbido de la nevera o del ventilador en el baño les resultan molestos. En el cine, no pueden concentrarse en la película si alguien arruga un papel o hace ruido comiendo palomitas. En la medida de lo posible, evitan las situaciones que puedan resultarles irritantes. Las calles muy transitadas, el tráfico aéreo, las aglomeraciones, los restaurantes muy concurridos, las fiestas, las discotecas, los medios de transporte público ruidosos, el turismo masivo, los fuegos artificiales, el ruido de las maquinarias de construcción y los taladros suponen una tortura para estas personas y muy a menudo desencadenan en ellas impulsos de huida, pues superan los límites de lo que les resulta soportable.