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Apasionada… y luchadora Justin Stern estaba casado con su trabajo aunque, nada más ver a Selena, supo que su vida iba a cambiar. Tal vez el matrimonio no estuviera en su agenda, pero tenía claro que quería tener una aventura con ella. Para complicar las cosas, Selena era su oponente en unas negociaciones donde había mucho en juego. Pero la pasión había tomado las riendas, convirtiéndose en su principal prioridad. Y, si Justin podía utilizar su mutua atracción para ganar, lo haría... a cualquier precio.
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Seitenzahl: 164
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Katherine Garbera. Todos los derechos reservados.
Y POR LAS NOCHES…, N.º 1858 - junio 2012
Título original: Seducing His Opposition
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-0173-8
Editor responsable: Luis Pugni
ePub: Publidisa
Justin Stern aparcó su Porsche en el aparcamiento de la comisión de urbanismo del condado de Miami-Dade. Como abogado corporativo y copropietario de Luna Azul, siempre estaba ocupado y eso le gustaba. A diferencia de su hermano menor, Nate, que salía todas las noches y le daba fama a su sala de fiestas, él prefería el tranquilo refugio de su despacho. Había trabajado mucho para asegurarse de que Luna Azul fuera un éxito y estaba decidido a seguir viéndolo crecer.
Por eso había ido allí, para asegurarse de que el futuro de su sala de fiestas no dependiera solo de los clientes que ya tenía. Había negociado la compra de un centro comercial que estaba de capa caída y necesitaba una buena reforma. Después de hacer algunas investigaciones, había averiguado que el edificio había cambiado de manos hacía unos diez años y que, desde entonces, había estado muy descuidado.
Justin había pensado convertirlo en un gran centro con zonas exteriores, restaurantes y tiendas.
Lo único que le quedaba por hacer era entregar los documentos en urbanismo y, después, podría ponerse manos a la obra con su plan de expansión.
Era una bonita mañana de primavera, pero Justin apenas se fijó en el día que hacía. Subió al piso once por las escaleras, en vez de por el ascensor, para no tener que esperar a que llegara. Se alegró al comprobar que solo había dos personas más en la sala de espera. Tomó un número en recepción y se sentó junto a una mujer latina muy hermosa.
Tenía el cabello espeso y rizado, hasta los hombros. Su piel morena resaltaba unos ojos enormes y negros y unos labios sensuales y carnosos.
Justin no podía quitarle los ojos de encima, hasta que ella lo miró, arqueando una ceja.
–No soy un acosador –se excusó él con una sonrisa de disculpa–. Es que eres impresionante.
–¿Es que crees que voy a tragarme eso? –replicó ella, sonrojándose.
–¿Por qué no?
–Estoy acostumbrada a los aduladores –contestó ella–. Sé distinguirlos a un kilómetro de distancia.
–Que te haga un cumplido no quiere decir que quiera engañarte –aseguró él.
Era una mujer muy guapa y le gustaba el sonido de su voz. Iba bien vestida. Por primera vez, a Justin no le importaba tener que esperar.
–Sospecho que sabes ser muy zalamero cuando te lo propones –comentó ella.
–Tal vez –repuso él–. Aunque no lo creo. Suelo ir siempre directo al grano.
–Tengo la sensación de que puedes tener un pico de oro cuando te lo propones.
–Tal vez –repuso él–. Aunque suelo ser bastante directo.
–Pues das la sensación de ser un adulador.
–La verdad es que acostumbro a decir lo que pienso –afirmó él. Y era cierto. Ella era muy hermosa. Le había llamado la atención y no podía dejar de mirarla–. Tus ojos son tan… grandes. Podría perderme en ellos.
–Y tus ojos son tan grandes que parecen las aguas de Fiji.
Él soltó una carcajada.
–¿Sueno así de zalamero?
–Sí –respondió ella con una sonrisa–. Sé que no soy tan guapa.
Ella era tan guapa y más, sin embargo, a Justin no se le daba bien hablar con las mujeres. En una mesa de negociaciones, era el mejor, pero cuando estaba cara a cara con una chica…
–¿Qué te trae por aquí? –preguntó él.
–He venido a interponer unas medidas cautelares.
–¿Para ti o para un cliente? –quiso saber él.
–Mis abuelos creen que una compañía de fuera está intentando comprar su propiedad para convertirla en un centro comercial de lujo. He venido a comprobarlo.
–¿Entonces vives aquí en Miami? ¿O estás visitando a tus abuelos?
–Toda mi familia vive aquí –contestó ella–. Pero yo vivo en Nueva York.
–En ese caso, supongo que la nuestra tendría que ser una relación a distancia.
Ella arqueó una ceja.
–Puede que nuestra relación no vaya más allá de esta sala de espera.
–No pienso darme por vencido tan pronto.
–Bien. Al menos, uno de los dos debe esforzarse.
–Tendré que ser yo –replicó él con una sonrisa. No podía evitarlo. Esa mujer tenía algo que le hacía sonreír.
–Número quince –llamó el recepcionista desde el mostrador.
Ella miró el pedazo de papel que tenía en la mano.
–Es el mío.
–Qué mala suerte. ¿Tengo alguna posibilidad de que me des tu número de teléfono? –pidió Justin.
Ella se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y buscó algo en el bolso.
–Aquí está mi tarjeta. Tiene mi número de móvil.
–Te llamaré –dijo él.
–Eso espero… ¿cuál es tu nombre?
–Justin –repuso él y se puso en pie, tomando la tarjeta de la mano de ella–. Justin Stern. ¿Y cómo puedo llamarte a ti, además de bella?
Ella se quedó un momento callada, dándole un repaso con la mirada.
–Selena –respondió al fin–. Selena González.
Dicho aquello, la mujer se alejó, mientras Justin contemplaba el contoneo de sus caderas. Entonces, se dio cuenta de que su nombre le sonaba. González era el apellido de Tomás. Selena González… un momento. Había puesto los ojos en la abogada a la que Tomás González había llamado para que acudiera desde Nueva York para frenar sus planes para el centro comercial.
Eso no estaba nada bien.
Maldición. Justin quería llamarla. No estaba acostumbrado a conocer a una mujer que comprendiera su peculiar sentido del humor y que estuviera a su altura en la conversación. Sin embargo…
Pero ella no vivía allí. Estaría en la ciudad unas semanas nada más. Eso la convertía en la mujer perfecta para él.
¿Acaso se estaba volviendo loco? Aquella mujer tenía la misión de desbaratar sus planes de negocio. Y, si se parecía en algo a su abuelo Tomás, sería tozuda y se negaría a ver que hacía falta un cambio para mantener vivo el barrio de Calle Ocho.
Selena González dejó la comisión de urbanismo con la información que necesitaba y una orden de medidas cautelares bajo el brazo. Cuando su abuelo la había llamado hacía tres días, le había sonado como si una gran compañía sin escrúpulos estuviera tratando de robarles su mercado. Pero, por la información que había recibido… la cosa no estaba tan clara.
Justin Stern había despertado su curiosidad. A ella le habría gustado que hubiera sido un extraño. Sin embargo, había oído demasiadas cosas sobre aquel niño rico que estaba tratando de arrebatarles a sus abuelos su mercado y sabía que no era el hombre encantador que había fingido ser en la sala de espera.
Si la compañía Luna Azul conseguía su propósito y construía un centro comercial donde estaba el mercado de sus abuelos, Selena intuía que todo su barrio cambiaría. Había visto los planos que la compañía había presentado en urbanismo para levantar un centro de lujo, con el objeto de atraer turistas a la zona. Algo que no tendría nada que ver con el mercado latinoamericano de verduras de su familia, pero tampoco sería un club nocturno, como temían sus abuelos.
Mientras conducía a casa, Selena se deleitó contemplando la exuberante vegetación de Miami. Su familia llevaba tiempo intentando hacerla volver. Y, si no hubiera sido por aquella emergencia legal, ella habría seguido desoyendo sus súplicas.
Miami le hacía ser todas las cosas que odiaba de sí misma. Cuando estaba en casa, se volvía apasionada e impulsiva. Y tomaba decisiones estúpidas… como darle su número de teléfono a un guapo desconocido en una sala de espera.
Además, después de todo lo que había sucedido con Raúl hacía diez años, Selena había temido volver a casa. No había querido enfrentarse a los recuerdos, que la estaban esperando en cada esquina de Miami.
Cuando aparcó delante de casa de sus abuelos, tomó aliento.
–¿Has conseguido interponer las medidas cautelares? –le preguntó su abuelo en cuanto la vio.
No era un hombre muy alto, pero era fornido y mostraba una barriga oronda, prueba de que la vida le había ido bien. Aunque era un tipo duro en los negocios, para su nieta siempre tenía un abrazo y una sonrisa. Selena era una de sus quince nietos y siempre se había sentido amada en esa casa. Sobre todo, después de la muerte de sus padres hacía once años. Un conductor borracho se había llevado la vida de ambos en un accidente, dejándolos a su hermano y a ella solos en el mundo. Sus abuelos se habían ocupado de ellos entonces.
–Sí, abuelo –contestó ella–. Y mañana iré a las oficinas de Luna Azul para hablar con ellos sobre las condiciones, si es que quieren seguir adelante con su plan.
Selena se sentó a la mesa de la cocina, donde pasaban la mayor parte del tiempo. Su abuela estaba en la sala contigua, viendo su programa favorito en la televisión.
–Muy bien, tata. Sabía que nos ayudarías –repuso su abuelo.
Tata era el apodo cariñoso de Selena y a ella le gustaba escucharlo, le hacía sentir querida.
–Esos hermanos Stern creen que pueden llegar y comprar nuestra propiedad así como así, pero ellos no son parte de nuestra comunidad.
–Abuelo, Luna Azul lleva diez años en el barrio. Por lo que me han dicho en urbanismo, han hecho mucho por nuestra comunidad.
Su abuelo levantó las manos al cielo.
–Nada, tata, no han hecho nada.
Ella se rió. Estaba acostumbrada a que su abuelo hablara con una pasión casi melodramática de su Pequeña Habana. Tomás había crecido en la Cuba precomunista y se había llevado con él su creatividad y energía cuando se había exiliado en Miami. Todavía hablaba de aquella Cuba que ya no existía y recordaba cientos de historias maravillosas de su vieja época.
–¿De qué os reís? –preguntó su abuela, entrando en la cocina para rellenarse una taza de café.
–Esos hermanos Stern –rezongó el abuelo–. Creo que Selena es lo que necesitamos para mantenerlos a raya.
La abuela se sentó a su lado. Olía a café y al perfume de gardenias que siempre llevaba. Le rodeó los hombros a Selena con el brazo.
–Prometiste que te quedarías hasta el verano, tata. ¿Habrás podido ocuparte de todo esto para entonces?
–Claro que sí –repuso ella, abrazando a su abuela–. Quiero asegurarme de que saquéis la máxima ventaja del nuevo plan urbanístico.
–Bien. Queremos ser dueños de nuestro mercado… como solíamos serlo –señaló el abuelo.
A Selena se le contrajo el corazón, pues sabía que ella era la razón por la que sus abuelos no eran dueños de su propio mercado. Solo tenían en alquiler el comercio que los Stern planeaban remodelar, aunque en el pasado habían sido propietarios del edificio. Hasta que ella lo había estropeado todo. Tenía que arreglar las cosas, pensó. Se lo debía a su familia.
–He conocido a Justin Stern en las oficinas de urbanismo. Voy a pedir una cita con él –les dijo Selena a sus abuelos.
–Bien –repuso la abuela–. Voy a seguir viendo la tele. ¿Vas a quedarte en tu casa?
–No lo he decidido todavía –contestó Selena, que seguía teniendo su casa en la ciudad. Pero no estaba segura de querer pasar la noche sola. Sin embargo, quedarse con sus abuelos no era la solución. Después de tanto tiempo fuera de casa, necesitaba su independencia. Se encogió de hombros–. ¿Para que quiero una casa si no la uso?
–Enviaré a María para que compruebe que está limpia y preparada –indicó la abuela.
–No es necesario –aseguró Selena. Sus abuelos se ocupaban de cuidarle la casa mientras ella estaba en Nueva York. Era el mismo sitio donde había vivido con Raúl cuando iban a la Universidad de Miami. Y estaba llena de recuerdos–. Yo la limpiaré.
–No. Nosotros nos encargaremos. Tú concéntrate en Luna Azul y en Justin Stern –ordenó el abuelo.
–Es un hombre con mucho encanto, abuela –comentó Selena, meneando la cabeza–. ¿Lo conoces?
–No, pero el abuelo lo ha visto varias veces. A ti te pareció un hombre muy astuto, ¿no es así? –preguntó la mujer, girándose hacia su marido.
–Sí. Muy astuto y muy… Sabe hacer la oferta que nadie puede rechazar. Es como el diablo.
Selena rió, pensando que la observación de su abuelo no andaba muy desencaminada.
–Tiene un pico de oro –observó Selena–. Sí que sabe ser convincente.
–Sí. Ten cuidado, tata. No vayas a quedar prendada de otro hombre así –le advirtió su abuelo.
Mientras su abuela se ponía en pie y le gritaba a su marido que dejara en paz el pasado, Selena se rodeó la cintura con el brazo y salió en silencio de la cocina. En el patio, se sentó en un banco entre hibiscos en flor y orquídeas.
Se había ido de Miami a causa de Raúl. Pero había vuelto e iba a tener que enfrentarse a su pasado para poderlo dejar atrás de una vez por todas. No servía de nada intentar escapar. Además, le gustaba la idea de tener que concentrarse en Justin Stern. Era justo la clase de hombre que necesitaba para olvidar el pasado y comenzar a vivir de nuevo.
Justin firmó unos cuantos documentos que lo estaban esperando en su escritorio y despidió a su secretaria para comer. «Medidas cautelares». Selena González, con su cuerpo exuberante y sus grandes ojos, había solicitado medidas cautelares contra la compañía para impedir que siguieran adelante con las obras hasta que se demostrara que iban a emplear a vendedores locales en su centro comercial. Por su culpa, estaban a punto de irse al garete sus planes de hacer coincidir la inauguración de las obras con el décimo aniversario del club.
–¿Tienes un minuto?
Justin levantó la vista. Allí estaba su hermano mayor, Cameron, de pie en la entrada de su despacho. Cam llevaba un atuendo informal, como era su costumbre, perfecto para desempeñar su papel de encargado de dirigir el club nocturno. A diferencia de Justin, que siempre llevaba traje y se pasaba todo el día en su despacho.
–Claro. ¿Qué pasa?
–¿Qué tal han ido las cosas en la oficina de urbanismo? –quiso saber Cam, entrando y sentándose ante el escritorio de Justin.
–No muy bien. La familia González ha solicitado medidas cautelares contra las obras. Voy a pasarme la tarde revisando los documentos que tenemos que presentar como respuesta. Espero hablar con su abogado después y ver si podemos negociar y llegar a algún acuerdo.
–Maldición. Pensaba celebrar la colocación de la primera piedra al mismo tiempo que el décimo aniversario del club.
–Haré lo que pueda. Pero no esperes demasiado. Los vecinos y los arrendatarios del mercado no nos tienen en mucha estima.
–Utiliza tus encantos para convencerlos.
–No tengo encantos.
–Diablos, lo sé. Deberías enviar a Myra.
–¿Mi secretaria?
–Sí, es amigable y a todo el mundo le cae bien.
Myra era agradable, pero no tenía la experiencia necesaria como para hablar con los ocupantes del mercado y hacerles comprender la renovación que los Stern tenían en mente.
–Mejor iré yo en persona, después de hablar con Selena.
–¿Quién es Selena?
–La abogada de Tomás González.
–Me da la sensación de que no tienes más que ganártela para meterte a los González en el bolsillo.
–Deja de intentar manipularme para que haga lo que tú quieres –advirtió Justin.
–¿Por qué? Se me da bien.
Justin le dio un suave puñetazo de broma a Cam, que a su vez fingió llevarse un buen golpe.
–Vete. Tengo trabajo –pidió Justin.
–De acuerdo.
Cuando Cam salió, Justin se recostó en la silla. Tenía mucho que hacer, lo suficiente para mantenerse ocupado, pero no podía dejar de pensar en Selena González.
De pronto, sonó el interfono de su mesa.
–La señorita González por la línea uno –informó la recepcionista.
Hablando del rey de Roma…
–Justin al habla –respondió, tras pulsar un botón Si no recuerdo mal, creo que habíamos quedado en que yo te llamaba.
–Lo sé, pero no soy de esa clase de mujeres que espera a que el hombre las llame –repuso ella.
Su voz era tan deliciosa por teléfono como en persona, pensó Justin, cerrando los ojos. Esa mujer lo distraía demasiado. Y no podía dejar que lo despistara de su objetivo.
–Me alegro –señaló él–. Pensé que podría ser difícil contactar contigo, dado que has solicitado medidas cautelares contra nosotros.
–No es por nada personal, Justin.
A él le encantó el sonido de su nombre en los labios de ella.
–Dime, Selena, ¿qué puedo hacer por ti?
–Cuando nos conocimos, no me había dado cuenta de que teníamos intereses en común –indicó ella.
–Con eso de intereses en común… ¿te refieres a que los dos queremos que el mercado latino sea una parte viva de la comunidad?
–Quiero asegurarme de que el propietario de cierto club nocturno no aplaste las raíces de la comunidad y la utilice para su propio beneficio.
–Supongo que no hablas llevada por los prejuicios…
–No. Sé muy bien la clase de hombre que eres. Mi abuelo dice que eres un diablo con pico de oro y que debo tener cuidado contigo.
–Selena, no debes temer nada de mí –dijo él–. Soy un hombre de negocios muy justo. De hecho, creo que a tu abuelo le gustará mucho mi última oferta.
–Envíamela y te haré llegar su respuesta.
–Ven a mi despacho para que podamos hablar de ello en persona.
Justin se recostó en el asiento. Sabía cómo negociar. Tener a Selena allí en su terreno era el primer paso para conseguir lo que quería. Nadie podía rechazarlo una vez que empezaba a hablar. Nunca nadie se había negado a cerrar un trato con él una vez que había conseguido reunirse en persona.
–De acuerdo. ¿Cuándo?
–Hoy, si tienes tiempo.
–De acuerdo. Podemos ir a verte hoy –dijo ella tras unos momentos.
–¿Podemos?
–Mi abuelo y yo.
–Genial. Tengo muchas ganas de volver a ver a Tomás.
–¿Y a mí? –preguntó ella.
–He pensado mucho en volverte a ver, la verdad.
Ella rió.
–Me dan ganas de creerte, pero sé que, para un empresario, los negocios son siempre lo primero.
Selena tenía razón, pensó Justin. Tal vez, un día, él querría sentar la cabeza. Pero todavía no había llegado ese momento.
Y, de todas maneras, no sería con Selena.
Cuando ella rió de nuevo, Justin pensó que le encantaba el sonido de su risa. Se dijo que sería prudente colgar antes de decir alguna inconveniencia más que pudiera poner en peligro el proyecto del centro comercial.
–Nos vemos luego, entonces. ¿Te parece bien a las dos en punto? –propuso él.
–Allí estaremos –contestó ella y colgó.
Cuando Selena y su abuelo salieron para la reunión, sus parientes estaban empezando a llegar ya a la casa. Como ella llevaba fuera casi diez años, todo el clan González había quedado para celebrar un gran festín en su honor.
Para Selena volver a casa significaba una gran barbacoa en el patio de sus abuelos, con más comensales de los que podían contarse.