18 de diciembre: El club de jazz - un calendario erótico de Navidad - Sara Olsson - E-Book

18 de diciembre: El club de jazz - un calendario erótico de Navidad E-Book

Sara Olsson

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Beschreibung

Son días antes de Navidad y Jennie ha venido a Estocolmo en búsqueda de algo, algo que está prohibido y en lo que él podría ayudarla. Se llama Frans y el misterioso hombre la lleva a otro submundo, un club de jazz donde todos se visten de frac, incluso Jennie. Aquí se suspenden los límites y se aplican reglas diferentes. En el escenario está Else con los labios rojos. Se mueve como un hechizo. Pronto está de pie frente a Jennie, con su mano introduciéndose lentamente en el borde de sus bragas."El Club de Jazz" es una erótica navideña y, al mismo tiempo, un viaje en el tiempo y el espacio, a una época sensual y pasada en la que los límites se vuelven difusos y la pasión se extiende como un humo pesado sobre el club secreto.-

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Seitenzahl: 29

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Sara Olsson

18 de diciembre: El club de jazz - un calendario erótico de Navidad

Translated by Carolina Gandia

Lust

18 de diciembre: El club de jazz - un calendario erótico de Navidad

 

Translated by Carolina Gandia

 

Original title: Jazzklubben

 

Original language: Swedish

 

Copyright © 2020, 2021 Sara Olsson and LUST

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726743876

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

—Johan Vind —dijo Jennie Vind, extendiendo la mano, enfundada en un guante de cuero forrado para soportar el frío invernal.  —Ojalá fuera un hombre —dijo.

Frans titubeó un momento antes de estrecharle la mano con firmeza. Se presentó y dijo:

—Lo sé.

—¿Así que sabes cuáles son mis deseos?

—No exactamente, pero estaría encantado de adivinar algunos de ellos, si me lo permitieras.

«No creo que lo conseguirás», pensó, pero aún así no pudo evitar dudarlo cuando la miró con una sonrisa en sus labios.

Ninguno de los dos se soltó.

A su alrededor, Jennie percibió una multitud de hombres vestidos con abrigos y sombreros, portando bastones y maletines de cuero. Los carruajes hacían un incesante alboroto. Los coches circulaban entre los peatones por las calles de la ciudad y sonaba el ruido de las herraduras de los caballos. ¿A dónde iría todo el mundo?

—Pero sé que te llamas Jennie —dijo Frans —encantado de conocerte.

Una silenciosa nevada caía alrededor de su figura. El calor de su mano se desvaneció cuando el saludo terminó y se quedó allí, con los brazos a sus lados. Tenía el pelo oscuro y bien peinado, y llevaba un abrigo largo e igual de oscuro. Su mirada la hizo temblar. Era su segundo día en la capital y hacía un frío intenso. Todo era tan diferente, lejos del silencio y de las montañas del norte. La ciudad olía de manera diferente. Estaba muy acostumbrada al olor del mar y de árboles caídos.

—¿Decidiste verme, aunque haya mentido sobre mi nombre? —dijo Jennie.

—El análisis en tu carta no miente —dijo.

Los dos desconocidos caminaron juntos por los Jardines Reales. Frans acababa de salir de la oficina donde trabaja para encontrarse allí con ella. Jennie rozó su costado derecho por accidente. Una sensación de anhelo surgió dentro de ella, acompañada de esa ira recurrente. ¿Encontraría aquí respuestas? ¿Encontraría aquí algo diferente a lo que se esperaba de ella en casa? ¿Debería quedarse en la capital?

—¿Por qué quieres ser un hombre? —preguntó.

—Porque si lo fuera, nos hubiéramos encontrado en algún local, sin pasar frío, fumando puros y discutiendo el contenido de mi carta, que me vi obligada a escribir en privado para que mi padre no se opusiera. Ahora estamos a la intemperie para demostrar en público que no pasa nada indebido.

Frans se detuvo. Jennie siguió caminando y él corrió unos pasos para alcanzarla.

—Debo decir que estoy en desacuerdo con lo último —dijo.

Su confianza se hundió a su lugar habitual, a una jaula para lo oprimido, aunque ella supiera que no fuera su lugar. Ella no pertenecía a esa jaula.

Al parecer, tampoco pertenecía acá.

—Por supuesto —dijo ella —estoha sido un error.