Ah, ¿sí? - Francesc Torralba - E-Book

Ah, ¿sí? E-Book

Francesc Torralba

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Beschreibung

Los niños son forjadores de preguntas impertinentes. A menudo, sus interrogantes nos hacen ruborizar. A través de sus demandas nos muestran la insostenible levedad de nuestros conocimientos, la fragilidad de nuestras teorías. Ellos no conocen, aún, lo que es tabú, no son esclavos del lenguaje políticamente correcto. Preguntan y esperan respuesta. Los que creemos que Dios es el Amor cósmico que alienta a la persona y la conduce a la máxima plenitud, consideramos que merece la pena que los niños descubran, en la profundidad de su ser, esta energía creadora de bondad, de verdad y de belleza. He escrito este libro pensando, especialmente, en mis cinco hijos.

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FRANCESC TORRALBA ROSELLÓ

Traducción de Jesús Ballaz

Ah, ¿sí?

Cómo hablar de Dios a los niños

Segunda edición

Ilustración de la cubierta: Anna Torralba del Blanco

© Francesc Torralba Roselló

© Editorial Claret, slu

Roger de Llúria, 5 – 08010 Barcelona

Tel.: 933 010 062 –Fax: 933 174 830

www.editorialclaret.es – [email protected]

Conversión a libro electrónico: El Taller del Llibre, S. L.

ISBN: 978-84-9136-225-8

Para Núria,

Oriol,

Anna,

Proemio

Éste no es un libro para niños. Tampoco para teólogos y menos aún para filósofos. Es un libro para padres, sobre todo, para madres. Me pregunto aquí cómo hablar de Dios a los niños del siglo XXI. Hablar de Dios siempre es difícil y, más aún, en un contexto espiritualmente anémico como el nuestro. Pero partimos de la convicción de que vale la pena hablar de ello, incluso asumiendo la posibilidad de no hacerlo con éxito.

Me pregunto cómo hablar de Dios a los niños de hoy, pero hay unas preguntas previas que no tienen una respuesta obvia y que probablemente, al leer el título, muchos se plantearán: ¿Por qué hablar de estos temas? ¿Hay alguna razón para hacerlo? ¿Qué interés puede tener en el proceso formativo de un hijo? ¿Le ayudará a ser más feliz? ¿Por qué dedicar esfuerzos a ello?

Muchos consideran que la cuestión de Dios es irrelevante, un tema carente de interés educativo, un vestigio del pasado que no interesa a las nuevas generaciones. Otros no sólo consideran estéril sino inquietante e, incluso, negativo suscitar en los niños el deseo de Dios. Asocian la idea de Dios a sentimientos de culpa y de temor que no desean para sus hijos.

En nuestro contexto cultural, occidental, líquido y posmoderno, ya no es evidente que se tenga que hablar de Dios a los niños. Esta idea es una novedad histórica significativa. Se cuestiona lo que antes se daba por sentado. Eso exige un ejercicio de razonamiento, de persuasión. Hay que evitar el sistemático proceso de proyección. Sería muy lamentable no hablar de Dios a los hijos por una mala transmisión que nosotros hayamos sufrido. Les debemos ofrecer la posibilidad de vivir esta experiencia, estimular su dimensión espiritual, pero para ello, hay que superar prejuicios enquistados en la estructura emocional de la persona.

Parto del siguiente presupuesto: si Dios no es fuerza liberadora, un Amor que edifica y cura desde dentro de la persona, no creo que valga la pena dilucidar cómo hablar de Dios. Quienes creemos que Dios es el Amor cósmico que alienta a la persona y la conduce a la máxima plenitud de su ser no somos indiferentes a la pregunta sobre cómo hablar de Dios a los niños del siglo XXI, porque consideramos que vale la pena que descubran en el fondo de su ser esa energía creadora de bondad, verdad y belleza.

El niño es un forjador de inquietantes preguntas. Es crítico, rápido y, a veces, impertinente. Sus interrogantes muchas veces nos hacen sonrojar. Con sus demandas, se pone de manifiesto la insoportable levedad de nuestros conocimientos, la fragilidad de nuestras teorías. El niño desconoce todavía el tabú y no es esclavo del lenguaje políticamente correcto. Descarado, inocente, inquiere y espera respuestas. No se contenta con cualquier respuesta. Desea razones, aspira a entender lo que pregunta.

Dios es algo extraño en la vida de los niños de nuestro tiempo. Son hijos de una cultura donde Éste está ausente o al menos ha sido eclipsado tras una constelación de pequeñas divinidades. Viven y juegan en un mundo sin Dios. Se mueven en espacios profanos, viven tiempos profanos. La experiencia religiosa se repliega a la estricta intimidad y eso afecta, lógicamente, a los procesos de transmisión.

Con todo, surgen algunas preguntas. ¿Nos habríamos preguntado por Dios, si nunca nos hubieran hablado de Él? Hay que estimular en los niños una actitud de búsqueda admirativa, reflexiva y contemplativa. No es fácil sacarles de las autopistas y mostrarles senderos por descubrir, pero debemos hacerlo porque de esta manera adquieren un sentido más complejo de la realidad. Creo que los padres debemos potenciar en ellos el deseo explícito de saber y, sobre todo, de amar.

He recogido algunas preguntas reales, otras son elaboraciones mías. Parto de una experiencia autobiográfica, real, vivida. Quedan, sin embargo, muchas preguntas en el tintero, una constelación de interrogantes que, sencillamente, no han tenido cabida en este texto.

Estoy convencido de que lo más relevante no es hablarles de Dios sino que escuchen su Voz, que experimenten su interpelación. Los padres somos intermediarios. Hemos de crear las condiciones de posibilidad para ese encuentro interpersonal, pero no podemos sustituir ni simular ese encuentro único que es el acto de fe. Seguro que debemos evitar ser obstáculo. Tengo muy claro que lo más esencial no es hablarles de Dios, sino que se sientan llamados a escucharle y a hablarle.

He suprimido preguntas que tienen que ver con la moral de la persona y con otros tratados de la teología y me he centrado sólo en la cuestión de Dios, la libertad y la muerte. He tratado de agrupar las preguntas en bloques más o menos temáticos para facilitar la lectura y para identificar bien los problemas. Ya sabemos que una conversación, si es viva, no se deja constreñir fácilmente y salta de un tema a otro. No he pretendido, en ningún caso, reproducir el esquema tradicional de los antiguos catecismos (pregunta-respuesta). Más bien, he dejado fluir pensamientos e ideas en torno a la naturaleza de Dios a partir de preguntas que no siempre son fáciles de contestar. Un célebre pensador danés, Søren Kierkegaard dice que «el discípulo es una ocasión para que el maestro se conozca mejor a sí mismo». Estoy convencido de la verdad que contiene esta frase. Las preguntas que nos plantean los hijos son una ocasión para entrar a fondo, para conocernos de verdad, para profundizar en las propias convicciones y medir mejor la calidad de nuestra fe. 

En ocasiones, pienso que es mejor no hablar de Dios, pero somos seres racionales, estamos dotados de esta maravillosa herramienta que es la palabra. Debemos esperar que la palabra que brota de nuestros labios sea un reflejo, aunque pálido, de la Palabra de Dios, de aquella Palabra que Él, en un acto infinito de Amor, ha querido dirigir a todos los hombres y mujeres.

Hay que reconocer, sin embargo, que no siempre es apropiado hablar de Dios. Hay muchas interferencias en la vida cotidiana que hacen difícil hablar de esto con la debida serenidad. Vivimos en entornos muy saturados de comunicación y la inmediatez es el pan nuestro de cada día. Cuando no es el ruido exterior, es el ruido dentro de nosotros lo que obstaculiza una elevación espiritual. También debemos reconocer que hay temas que da pereza tratarlos, porque no nos sentimos seguros en ellos y tenemos miedo de caer en el ridículo. Nos falta luz, claridad. El entorno tampoco ayuda. Da la impresión de que hablar de Dios en un contexto donde está cultural y socialmente ausente es ir contracorriente, picar piedra, emprender un camino que nos conduce a un fracaso seguro.

Tampoco es fácil encontrar el momento oportuno para hablar de Dios. No es sencillo buscar el lugar adecuado, ni las palabras justas. Somos como somos. Se nos llama a hacer presente lo eterno en la porosa vida cotidiana, pero hay mucho ruido en la vida cotidiana y la velocidad que imponemos a nuestras existencias hace difícil entrar en las grandes cuestiones.

Hemos adoptado la forma de diálogo siguiendo como modelo a los grandes pensadores de la historia de la filosofía cristiana como el mismo San Agustín. En su obra, reproduce diálogos y, a través del intercambio de palabras y de silencios, se entrevé la verdad. Un diálogo especialmente luminoso que inspira este modesto libro es el De Magistro donde San Agustín dialoga con su hijo, Adeodato. El hijo va planteando preguntas a su padre y éste responde a ellas y suscita otras nuevas. 

El libro que el lector tiene en sus manos no pretende ser un catecismo infantil y, menos aún, un catecismo para adultos. No tengo autoridad ni capacidad para hacer una obra de este tipo. Tampoco es una apología de la fe, ni una defensa racional de las verdades del Credo. Es, sencillamente, un instrumento, que espero sea útil a las madres y a los padres que se atreven a hablar de Dios a sus hijos. Al terminar este prólogo, me vienen a la memoria aquellas palabras de Ludwig Wittgenstein en el prólogo al Tractatus (1921): «Si este trabajo tiene algún valor, consistirá en dos cosas. Primero, en que se expresan pensamientos, y este valor será mayor cuanto mejor expresados estén. Cuanto más se haya remachado el clavo. Aquí soy consciente de haberme quedado muy por debajo de lo que era posible. Simplemente porque mis fuerzas para cumplir la tarea son escasas. Que vengan otros y que lo hagan mejor».  

Sentimos cierto temor a la hora de hablar de Dios. Experimentamos desazón porque hay un universo de preguntas en el tintero que no somos capaces de responder. Con todo, hay que hablar de ello abiertamente. No se puede olvidar que el mejor modo de hacerlo presente en la vida familiar es a través del testimonio de un amor incondicional que se vuelca, a fondo perdido, que se abandona y no espera nada. Absolutamente nada.

ELAUTOR

Presentación de los personajes

Javier es el protagonista de este libro. Es un chico de doce años, perspicaz, un poco distraído y muy movido. Tiene una inmensa curiosidad por todo lo que ve y toca. Nada detiene su capacidad de preguntar. Quiere conocerlo todo. Le gusta el fútbol y, de mayor, quiere ser astronauta. Su capacidad de preguntar no conoce límites y, muy a menudo, pone a su madre contra las cuerdas. Saca buenas notas sin esforzarse mucho, vive pegado al televisor y ya hace tiempo que reclama un teléfono móvil sin éxito. Todos los niños de su clase ya lo tienen y él cree que no tardará mucho en convencer a su madre.

Blanca es la madre de Javier. Tiene treinta y nueve años. Es una mujer alta, bella, de piel morena. Es maestra. Ha terminado la licenciatura en filosofía y se ha embarcado en una tesis doctoral sobre Baruch Spinoza. Vive ajetreada, como todas las mujeres de su generación, entre el trabajo y la familia. Intenta ser coherente. Sabe que la fe es el tesoro más grande que puede comunicar a sus hijos. Para muchas preguntas no tiene respuesta, pero le maravilla Jesús y confía en Él. No es una devota en el sentido tradicional del término, pero posee una rica espiritualidad. Reza a menudo, le gusta recorrer bosques y senderos, vislumbra a Dios en todas las cosas y acepta la vida como el mayor don y, a la vez, como una aventura muy incierta. Ama locamente a su hijo y quisiera que él también descubriera dentro de sí la presencia de Dios, de un Dios que le acompaña y le cuida con ternura de todos y cada uno de los detalles de su vida.

I. Los orígenes(del mundo, de la humanidad, de Dios)

1. ¿Dios creó el mundo?

JAVIER: Mamá, dice la maestra que la naturaleza es el resultado final de una explosión que tuvo lugar al principio.

BLANCA: Es la conocida hipótesis del Big-Bang o explosión originaria. Tu maestra está muy bien documentada. Es una buena maestra. Parece que los científicos cada vez están más de acuerdo en admitir que, al principio, se produjo una gran explosión y de allí surgieron todas las estrellas y los planetas. Nosotros aparecimos en un planeta llamado Tierra después de millones y millones de años de aquella explosión.

–Pero, entonces, la catequista se equivoca, porque nos leyó un texto que contaba que Dios creó el mundo en seis días y que el último día, el domingo, descansó, porque estaba agotado.

–La catequista os leyó las primeras líneas del Génesis que, como sabes, es el primer libro de la Biblia. En él se explica de una manera alegórica cómo fue el origen del mundo.

–¿Qué quiere decir «alegórica»?

–Quiere decir que lo explica a través de imágenes, de un relato lleno de símbolos que hay que saber interpretar adecuadamente.

–Así que ¿el mundo no fue creado en seis días? ¿Ni la mujer proviene de la costilla de Adán?

–Hijo, este relato está lleno de imágenes y de representaciones que son propias del género literario en el que se escribió el primer libro de la Biblia. No debe interpretarse en sentido literal. Para entender cómo se gestó el mundo, cómo se originaron las montañas, los mares, los océanos, la vida unicelular y la misma vida humana, hay que estar atento a las hipótesis de los científicos y aprender de ellos.

–Así pues, no hay que aprender estos relatos religiosos.

–La finalidad de un relato simbólico es hacer pensar, propiciar la pregunta por el sentido del mundo. Aunque conozcamos cómo se originó éste, aún no tenemos respuesta a la pregunta por el sentido que tiene la vida humana. Los relatos religiosos no pretenden describir cómo es el mundo, sino qué sentido tiene que exista el mundo, que haya seres humanos sobre el planeta Tierra.

–¿Y los científicos no saben eso?

–Los científicos deben guardar silencio sobre este tema. Deben callar, porque no tienen respuestas. En ningún libro científico se encuentra respuesta a preguntas como: ¿Cuál es la fuente de la felicidad? ¿Por qué hay tanto mal en el mundo? ¿Qué puedo esperar después de la muerte? ¿Soy o no soy libre? ¿Qué misión tengo en el mundo? ¿Qué es el bien? ¿Por qué tengo que hacer el bien?

–Pero estas preguntas, mamá, son básicas. Yo mismo me las hago muy a menudo.

–Pues, no esperes respuestas de la ciencia, porque, sencillamente, sobrepasan los límites del método científico.

–Así que, ¿puedo creer en la creación?

–La creación no es una teoría científica, ni siquiera una hipótesis.

–¿Una hipótesis?

–Sí, una propuesta de la ciencia que espera una prueba experimental.

–Si no es una hipótesis ni una teoría, ¿qué es?

–Es un contenido de la fe y, a la vez, una doctrina filosófica. No sólo los cristianos, también los judíos y los musulmanes creen en la creación de Dios, pero no hay demostración ni prueba empírica para convencer a nadie de que el mundo fue creado por Dios. Es una cuestión de fe.

–¿Y qué pasa si no lo creo?

–No pasa nada. Dios te ama igualmente, no puede dejar de amarte. No te quiere por lo que crees o dejas de creer, por lo que haces o dejas de hacer. También los padres te queremos y no siempre nos crees.

–Pero, ¿por qué habría de creer?

–Es razonable creer que Dios, que tiene un poder infinito, hizo emerger de la nada toda la creación. Es razonable afirmar que la belleza, la armonía y el orden del mundo no son una pura casualidad de la materia, sino obra de una Inteligencia que se ha servido de un largo proceso causal hasta llegar al presente.

–Pero, mamá, ¡de la nada no sale nada!

–Sí, hijo, así es desde una lógica humana. Nosotros no somos capaces de sacar nada de la nada, pero Dios, que todo lo puede, puede hacer que irrumpa algo allí donde no había nada, puede dar vida allí donde sólo había muerte, puede hacerse carne y puede hacer resucitar a aquél que estaba ya en el reino de los muertos.

–¿La creación es como una fabricación?

–No. La creación es un acto singular. Se fabrican las cosas en serie, se copian de un modelo y se van reproduciendo. La creación es una obra única y cada criatura es diferente. Es una pequeña manifestación de la infinita grandeza de Dios. En toda criatura, en la más fea e insignificante que puedas imaginar, hay un rastro de divinidad.

–¿También en un gusano, una araña y un mosquito?

–También. Todo es obra de Dios, pero ninguna de estas criaturas contiene a Dios, porque Dios no cabe en ningún recipiente. Ni siquiera en el mar cabría. No tienes que entender la creación como una gran fábrica de objetos. Afirmar que Dios es creador significa que hace existir lo que no existe, incluso la materia. Todo es don gratuito suyo, todo lo que existe depende de Él y solo Él es su fundamento último.

–¿Qué es un don?

–Dios da libremente el ser y la vida a todo lo que existe. Lo da sin esperar nada a cambio. El hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza están llamados a ser signo visible e instrumento eficaz de la gratuidad divina en el jardín en que Dios les ha puesto como cultivadores y guardianes de los bienes de la creación.

–¿Y por qué creó Dios el mundo?

–¡Buena pregunta!

–¿Tenía necesidad de crearlo?

–No tenía necesidad, porque, por definición, un Dios que tiene necesidades no puede ser Dios, ¿no crees?

–Claro. Un Dios que mendiga, que necesita beber, comer, descansar o dormir, sería un Dios muy extraño. Pero, entonces, ¿por qué crea?

–La creación es fruto de un acto libre de Dios. No es una necesidad.

–Dios crea porque quiere. Podía no habernos creado nunca.

–Exactamente. Crea libremente, sin necesidad de hacerlo.

–¿Y qué consigue al crear el mundo?

–Nada. No espera nada, porque si esperara algo, si lo hubiera hecho por alguna utilidad o interés, ya no sería Dios. Dios, que es Amor infinito, no actúa movido por intereses. Sólo actúa movido por Amor, y el Amor es creador y creativo por naturaleza.

–No lo entiendo.

–Te pondré un ejemplo bien visible. Tu padre y yo nos amábamos y nos amamos. Tú eres fruto de este amor. Al amarnos, al entregarnos uno al otro generosa y responsablemente, fuiste engendrado tú y, tras ser acogido unos meses en mi vientre, tu primera casa, naciste. Este amor ha sido creativo y tú eres único y diferente. No eres como tu padre, pero tampoco eres como yo. Eres único. El amor crea realidades únicas.

–Pero Dios ¿cómo crea?

–No lo sabemos. Dios es amor, omnipotente y sumamente libre, y puede crear lo que quiera, cuando quiera y como quiera. La creación es fruto de un amor generoso, infinito, que derrama fuera de sí mismo.

–Pero, mamá, si al principio sólo existía Dios y nada más que Dios, ¿cómo apareció el mundo? ¿No podría ser que Dios fuera el mundo?

–Muchos lo han creído así. El panteísmo es una opción muy digna de respeto. Pero yo creo que Dios no se identifica con su obra, como se concibe en el panteísmo, pero tampoco es tan externo a ella como un arquitecto o un artesano. Dios confía a cada persona, también a ti, una obra que se ha de completar para que, con su trabajo y su arte, contribuya al perfeccionamiento del mundo creado.

–O sea, ¡Dios no acabó su trabajo!

–Dios ha creado el mundo, pero lo ha creado de manera que ha hecho emerger un ser, la persona, que también tiene capacidad creativa. Dios le ha encomendado la tarea de continuar la creación, de colaborar con Él en este trabajo. Dios no se desentiende del mundo, pero tampoco niega a la persona la posibilidad de colaborar activamente en el mundo para mejorarlo y embellecerlo con su inteligencia y sensibilidad. Cada persona está llamada a ser co-creadora, a continuar la obra de Dios.

–Aún no me has contestado la pregunta. Si Dios estaba en el principio y lo era todo, ¿de dónde proviene el mundo?

–No es fácil responder a esta pregunta, pero tienes razón, no te la he contestado. Si una habitación está ocupada por un globo que la llena totalmente y deseas que allí haya otro globo, por fuerza tendrás que empequeñecer el primero, porque, si no, no cabe nada más.

–Exacto, mamá.

–Dios, hijo, al crear el mundo, se «comprimió», se retiró, dejó sitio, hizo el vacío, para que pudiera haber mundo y para que de ese vacío pudiera emerger la Tierra y en la Tierra todas las criaturas, también tú y yo.

–Pero, ¿por qué tenía que renunciar a ser el todo? ¿Por qué se tenía que comprimir?

–Porque quien ama, cede espacio y tiempo a los demás. Fíjate. Cuando amas a una persona y ves que está cansada, le cedes tu asiento ¿verdad? Cuando amas, estás dispuesto a renunciar a lo que tienes, incluso a lo que eres, para que la persona amada tenga espacio.

–¿La renuncia forma parte del amor?

–La renuncia libre, alegre, felizmente buscada es parte sustancial del amor. La renuncia a regañadientes no es expresión de amor. Si hay amargura en la renuncia es que todavía no se ama. Para acogerte en casa, tus padres hemos tenido que renunciar a un espacio que teníamos para nosotros. También hemos renunciado a mucho tiempo libre, pero lo hacemos porque deseamos que crezcas y que te sientas amado. Tú te formaste en mi cuerpo y, si yo no te hubiera cedido este espacio corporal durante un tiempo, nunca hubieras visto la luz.

–Claro.

–Pues Dios, para crear el mundo, se contrajo. Hizo el vacío a su lado, generó un ámbito sin Dios y en este ámbito creó el mundo.

–El mundo, mamá, ¿es todo lo que vemos?

–No, hijo mío, la mirada humana no puede abarcar todo el mundo. Éste se extiende más allá de los cielos. Con ayuda de la tecnología, descubrimos nuevas galaxias, nuevos planetas, nuevos sistemas, pero no sabemos dónde están los límites de este mundo. Tampoco conocemos lo más pequeño del mundo. Ignoramos lo que es más grande, pero también lo más pequeño.

–Pero, mamá, ¿hay realidades invisibles?

–Creo que sí. Las realidades invisibles no son menos reales que las visibles. Aunque nuestros sentidos no las puedan captar, no quiere decir que provengan de la imaginación.

–Pero, mamá, si son invisibles, ¿cómo podemos conocerlas?