Alrededor de mi mundo - Augusto M. Torres - E-Book

Alrededor de mi mundo E-Book

Augusto M. Torres

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Beschreibung

Con un estilo ágil y ameno influenciado sin duda por su labor cinematográfica, Augusto M. Torres nos presenta una colección de quince cuentos que reflejan su mundo y su visión de la vida. Con un humor fino y vitriólico compuesto únicamente de diálogos, asistiremos a absurdas conversaciones amorosas, absurdas peleas en torno a tiendas de animales que esconden un anhelante deseo, padres que repasan la vida de sus hijos aún por nacer... una obra única que nadie debería perderse.-

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Augusto M. Torres

Alrededor de mi mundo

 

Saga

Alrededor de mi mundo

 

Copyright © 2007, 2022 Augusto M. Torres and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728370575

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

INDICACIONES PREVIAS

Si parase de escribir, lo que no sería difícil, podría matarla y que dejase de molestarme con su frenético aleteo, su color oscuro y el movimiento de su trompetilla, pero tiene las alas en tensión, parece dispuesta a levantar el vuelo en el instante en que deje de notar en sus patas el cosquilleo que le producen las vibraciones del tecleo de la máquina y, en ese caso, escaparía, saldría volando por el balcón y desaparecería cualquier probabilidad de matarla y quedaría en el aire la posibilidad de que reapareciese para apestarme de nuevo con la mirada de sus ojos de múltiples esferas, como un mal cierto e irremediable que podría saltar sobre mí en cualquier momento que me encontrase distraído y terminar de fulminarme, por eso prefiero seguir escribiendo, estirar el pie lo más posible para intentar alcanzar la puerta del balcón y cerrarla y evitar la posibilidad de que levante el vuelo y se vaya por él.

Si consiguiese cerrar el balcón, pero las posibilidades son pocas porque el borde de la puerta está lejos y, aunque mi pie es bastante largo, mi pierna no lo es tanto, sólo podría volar hacia la puerta de mi habitación, tratar de ir por el pasillo hasta el comedor y, una vez allí, salir disparada por el balcón, pero si hiciese eso, teniendo en cuenta que mis reflejos son rápidos, podría dar un salto y correr detrás de ella pasillo adelante y, antes de llegar al recodo donde comienza la puerta del cuarto de baño, quizá la habría alcanzado y, un poco más despacio, podría llegar al comedor y cerrar el balcón de manera que cuando ella, decidida, llegase a su altura, muriese del encontronazo producido al chocar contra el cristal o, si no moría de golpe, quedaría atontada y podría matarla sin dificultad, notar cómo desaparecía entre mis dedos convertida en un pringue verdusco, ver cómo dejaban de existir sus ojos, su movimiento, su ruido, pero, aunque lo intento con gran esfuerzo, no consigo llegar, tengo los brazos extendidos al máximo, sólo me apoyo con las muñecas en la mesa, mientras mis dedos continúan tecleando sin parar, y con la punta de mi pie izquierdo en el suelo, tengo el cuerpo en tensión, cansado, sudoroso, trato, con la punta de mi pie derecho, de llegar a la puerta del balcón que permanece abierta, pero me faltan unos cinco centímetros, quizá menos, y tengo que resignarme y seguir tecleando esta condenada máquina, mientras ella permanece parada, agitada por el tecleo que produce las vibraciones que tanto le gustan, divertida paseándose por encima de la regla del carro, asomándose a la cavidad donde se alojan las teclas, con cuidado de que, en su rápido subir y bajar, no le alcancen la cabeza y se la destrocen.

Quizá debiera jugármelo todo, parar y tratar de matarla, pero no tengo muchas posibilidades de lograr mis propósitos, podría con facilidad levantar el vuelo en vertical y, antes de que hubiese separado las manos del teclado, cruzar sobre mi hombro derecho, dirigirse hacia la abertura del balcón y huir sin ningún peligro, pero entonces no podría estar tranquilo, pensaría que en cualquier momento podría reaparecer, volver a situarse sobre la máquina, someterme de nuevo a esta tortura, y no sabría qué hacer, perdería mi tiempo en tomar precauciones que me pondrían nervioso y enviciarían mi trabajo, por eso continúo tecleando, mirando cómo mueve su trompa, levanta una de sus patas traseras y se rasca, mira a través de sus grandes y laminados ojos, mientras la máquina produce en sus patas ese cosquilleo que, al parecer, le resulta tal placentero que le impide levantar el vuelo.

CARACTERÍSTICAS IMPRESCINDIBLES

LA BAÑERA

—Te llevaré a la habitación más grande...

—¿Será realmente la más grande?

—Del Hotel más grande...

—¿Será realmente el más grande?

—De la ciudad más grande.

—¿No me engañas?

—No. Además será la habitación más cara...

—¿La habitación más cara?

—Del Hotel más caro...

—¿Hotel más caro?

—De la ciudad más cara.

—¿Ciudad más cara?

—La habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara.

—¿Y si la habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara no fuese la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande...?

—Si tenemos en cuenta que el valor del dinero...

—¿Valor del dinero?

—... se corresponde proporcionalmente con las dimensiones del objeto adquirido...

—¿Dimensiones del objeto adquirido?

—La habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara evidentemente es la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande.

—Creo que te engañas.

—¿Engañarme?

—Sí, engañarte o, mejor, equivocarte.

—¿Me equivoco?

—Sí. Una cama y un diamante...

—Se me olvidaba. La habitación más grande y más cara del Hotel más grande y más caro de la ciudad más grande y más cara tendrá la cama más grande...

—¿Y más cara?.

—Sí, y más cara.

—¿Para qué me llevarás a esa ciudad tan grande y tan cara que tiene unos hoteles tan grandes y tan caros con unas camas tan grandes y tan caras?

—Para perdernos.

—¿Perder?

—Sí. Perdernos.

—¿Para qué tenemos que perdernos?

—Para andar por las calles sin que nadie nos conozca...

—¿Nadie nos conozca?

—...y sin saber dónde estamos.

—¿Dónde estamos?

—¿Qué?

—Quieres decir que vas a llevarme a la ciudad más grande y más cara que tiene esos Hoteles tan grandes y tan caros con esas camas tan grandes y tan caras para ir por cualquier calle a cualquier hora y que nadie nos conozca, ni nos salude.

—Sí.

—Y..., si nadie nos conoce y nadie nos saluda, ¿qué haremos?

—Pasearemos, te tomaré de la mano y pasearemos.

—Nos cansaremos de pasear.

—Claro, por eso luego iremos al Hotel más grande que tiene las habitaciones más grandes con las camas más grandes.

—¿Para descansar?

—Sí, para descansar.

—¿Por que ha de ser el Hotel más grande?

—Porque si fuese un Hotel más pequeño a los pocos días de estancia...

—¿Vamos a estar muchos días?

—No sé..., eso depende de diversas cosas..., de ti..., de mí..., de diferentes cosas.

—¡Ah!, pero...

—Pero... ¿qué?

—A los pocos días de estar en el Hotel más caro de la ciudad más cara ¿qué pasaría?

—A los pocos días de estar en el Hotel más caro y más grande de la ciudad más cara y más grande, no pasaría nada, pero si estuviésemos en el Hotel más barato y pequeño de la ciudad más barata y pequeña, todos nos conocerían. Por ejemplo, mientras comiésemos, pasarían los huéspedes y dirían “Qué aproveche” y tendríamos que contestar “Gracias”.

—Luego, al salir les diríamos “Qué aproveche” y ellos nos contestarían “Gracias”.

—Sí.

—¿Eso no te gusta?

—No sé..., es cansado, no puedes comer tranquilo. Además, no sólo dirían “Qué aproveche”, si no que al pasar te acariciarían la cabeza y comentarían “Qué mona”.

—Eso me gusta mucho.

—Sí, lo comprendo, pero empezaríamos a conocer gente y no podríamos perdernos por la ciudad porque continuamente nos encontraríamos con huéspedes del Hotel que nos saludarían.

—¿Eso no te gusta?

—No es que no me guste, es que no podríamos pasear y no nos cansaríamos y no podríamos volver al Hotel a descansar.

—¿Y qué?

—Pues..., que no conoceríamos a ningún huésped.

—Entonces no nos saludaría nadie.

—Es verdad...

—Y podríamos cansarnos...

—¿...!, si, pero iríamos al Hotel y conoceríamos a huéspedes que nos saludarían cuando paseáramos de la mano.

—¡Ah!

—...Y te llevaría al Hotel más grande y pediría la habitación más grande.

—¿Más grande?

—Sí, más grande. ¿No querrás que te explique por qué pediríamos la habitación más grande?

—Sí.

—A veces pareces tonta. Está muy claro. Las habitaciones más grandes son mucho mejores que las más pequeñas y por tanto son más caras.

—Pero...

—¿Qué te pasa ahora?

—¡Oh! Nada. No creo que sea para ponerse así.

—Tienes razón. Estoy poniéndome nervioso.

—¿Nervioso? ¿Por qué?

—No haces más que preguntar tonterías.

—Creo que es lógico que pregunte. Me has dicho que vas a llevarme a la cama más grande de la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande, y creo...

—A la cama más cara de la habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara.

—Sí, sí, a la cama más cara y más grande de la habitación más cara y más grande del Hotel más caro y más grande de la ciudad más cara y más grande, y creo que debo conocer todos los detalles. ¿No?

—Sí.

—Bueno, entonces sigamos. ¿Por qué debe ser la habitación más grande?

—A mí me gustan mucho las habitaciones grandes y en una ocasión como ésta...

—¿Qué tiene de especial esta ocasión?

—Que tú y yo vamos a pasar unos días a la ciudad más grande a pasear para cansarnos y luego ir a descansar al Hotel más grande...

—Y caro.

—Sí, sí, al Hotel más grande y caro y a la habitación más grande y cara y a la cama más grande y cara...

—Sigue.

—No sé qué estaba diciendo.

—Que te gustaban mucho las habitaciones grandes y que en una ocasión como ésta...

—¡Ah!... Si... En una ocasión como ésta, si tengo en cuenta que me gustan las habitaciones grandes, sería tonto que fuésemos a una habitación pequeña, o ¿acaso te gustan más las habitaciones pequeñas?

—A mí me gustan mucho las habitaciones pequeñas.

—Sí, a mí también, pero cuando viajo solo. Ten en cuenta que, ahora, vamos a ir los dos.

—Vale, no se hable más, aunque...

—¿Aunque qué?

—Nada, nada.

—Dilo de una vez. No me dejes con la curiosidad.

—En realidad no abultamos tanto, pero, bueno, de acuerdo. Iremos a la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande.

—A la habitación más grande y cara del Hotel más grande y caro de la ciudad más grande y cara.

—Sí, por supuesto.

—Entonces... ¿todo aclarado?

—No.

—!Qué ocurre ahora?

—Quisiera saber por qué no sólo debe ser la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande, sino que además ha de ser la habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara.

—Eso tú sabrás.

—¿Cómo que yo sabré?

—Sí, antes cuando te dije que iríamos a la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande, parece que pusiste una cara extraña.

—La puse.

—Creía que si sabías que además de ser la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande, también era la habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara, te desaparecía esa cara de extrañeza.

—No sé por qué.

—Bueno, te advierto que me da igual, si quieres vamos a la habitación más....

—¡Oh!, no, por mí no lo hagas. Prefiero ir a la cama más grande y más cara de la habitación más grande y más cara del Hotel más grande y más caro de la ciudad más grande y más caro. Lo que en realidad no entiendo, y de ahí mi extrañeza, es lo de la cama.

—¿Qué cama?

—La más cara y grande.

—¡Ah! Sí. Tienes razón. Se me olvidaba.

—¿Qué se te olvidaba?

—Lo de la cama más cara y más grande.

—No comprendo por qué debe ser la cama más grande y más cara.

—Como comprenderás no iba a haber un camastro en la habitación más cara del Hotel más caro de la ciudad más cara.

—¡Smmm!

—También sería absurdo tener una cama pequeña en la habitación más grande del Hotel más grande de la ciudad más grande. Tiene que ser una cama a tono con la habitación.

—Sí. Todo eso está muy claro. Lo que no entiendo es por qué vas a llevarme a pasear a la ciudad más cara y más grande, por qué vamos a cansarnos, por qué vamos a descansar en la cama más grande y más cara de la habitación más cara y más grande del Hotel más caro y más grande...

—Pero.... No sé... Tú... Yo creía... Lo que he dicho... Pensaba...

—No te entiendo.

—Bueno, empezaré por el principio. Como sabes yo soy un hombre y tú una mujer.

—Sí, ¡qué bien!

—¿Bien? ¿Por qué?

—Hasta ahora nadie me había dicho eso.

—Bueno..., sigamos... tú eres un hombre y yo una mujer.

—¿Qué?

—¿Tú un hombre y yo una mujer?

—Sí.

—No.

—¿Cómo no?

—A lo más tú eres un hombre y yo una mujer.

—¿Qué he dicho?

—Lo contrario, que yo era una mujer y tú un hombre.

—Claro.

—No, ahora también me he equivocado yo. Lo que en realidad has dicho es “Tú eres un hombre y yo una mujer” y eso, dicho por ti, no es cierto.

—¡Qué tontería! Se comprende que me he equivocado.

—Yo no comprendo nada, pero sigue.

— Tú eres una mujer y yo un hombre.

—Sí.

—Yo te quiero.

—Sí.

—Tú me quieres.

—Sí. Aunque hoy estás muy raro.

—Bueno, nuestro amor.

—Sí.

—No es un amor platónico.

—¿Plato qué?

— Platonicó.

—¿Eso qué es?

—Que yo te veo.

—Sí.

—Tú me ves.

—Sí.

—Yo te quiero.

—Sí.

—Tú me quieres.

—Sí... ¿Entonces por qué dices que nuestro amor no es un amor platónico?

—Porque ese no es nuestro amor.

—Yo creía que sí.

—Bueno, quizá en apariencia fuera nuestro amor, pero en realidad yo no te quiero de manera etérea.

—Sí.

—Te quiero porque me gusta tu pelo.

—Sí.

—Tus pies.

—Sí.

—Tu cara.

—Sí.

—Tu olor.

—Sí.

—Lo que adivino de tu cuerpo.

—Sí.

—Pero...

—¿Lo que quieres es conocerme más, que me desnude delante de ti, ver mi tripa y mis piernas y mi espalda y mi culo y mis pechos, y ver cómo se mueven y así quererme más?

—Sí.

—Eso es trampa.

—¿Trampa?... En realidad...

—Sí, porque entonces tú me querrás más que yo a ti, y yo quiero quererte más que tú a mí o, al menos, igual.

—¿Y...?

—Que, o nos desnudamos los dos, o no me desnudo.

—Bueno, vale.

—Yo te quito la corbata.

—Y yo un zapato.

—Yo te quito la chaqueta.

—Y yo el otro zapato.

—Yo te quito la camisa.

—Y yo los calcetines.

—¡Mira que llevar camiseta!

—Yo te quito el traje.

—Y yo el cinturón.

—¡No llevas nada debajo?

—No. ¿Qué iba a llevar? Todavía soy pequeña para usar sostén y me molesta llevar slips o cualquier cosa de esas. ¿Te gusto?

—Sí.

—Ven. Bésame.

—Sí.

—Nos metemos aquí. No es la cama más grande y cara de la habitación más grande y cara del Hotel más grande y caro de la ciudad más grande y cara, pero es la confortable bañera de mi delicioso cuarto de baño.

—Sí.

—Desnúdate del todo y ven aquí.

—Sí.

—Date prisa que va a desbordarse.

—Sí, ahora mismo.

—¡No sabía que pudiese ser tan grande!

—Es el más grande y el más caro.

—¿Es el más grande y el más caro de la ciudad más grande y más cara?

—Sí ¿Cómo lo has adivinado?

—Cierra el grifo. Sale demasiada agua caliente.

UN ÁNGEL

—¿Qué es esto?

—Una vela con un ángel.

—¿Por qué no es un ángel con una vela?

—La vela es más grande que el ángel...

—Pero la vela es amarillenta y el ángel tiene colorines.

—La vela es de cera y el ángel es de papel...

—El ángel sostiene la vela, si no fuera por él, la vela se caería.

—Si no fuera por la vela, el ángel no tendría ninguna utilidad.

—El ángel es útil en sí, es bonito...

—El ángel es horrible, tiene forma de cono y un agujero en el centro.

—Tú...

—¡Cállate!

—¿Por qué?

—Imagino qué ibas a decir.

—¿Qué iba a decir?

—Que el ángel y yo...

—Que tú y el ángel os parecéis. Nada más.

—Acércame el vaso de agua.

—Tómalo tú.

—Anda, por favor, acércamelo.

—Si sólo tienes que incorporarte un poco.

—¡Anda...!

—Bueno, no te pongas así. ¿Qué te pasa?

—Estoy cansada y aburrida.

—Quieres decir que te aburro.

—No. Estoy aburrida de estar enferma.

—Sólo llevas quince días metida en esta habitación.

—Lo peor es lo que me queda.

—Pero sales a...

—¡No!

—¿No te lavas?

—Sí, por las mañanas voy un rato al cuarto de baño.

—¿Ves? Te quejas sin razón.

—¡Sin razón!

—Yo estoy contigo. Vengo a verte. Te quiero.

—Sí, pero antes no venías.

—Al principio me daba miedo.

—¿Miedo?

—Sí. En cierto sentido estabas enferma por mi culpa.

—¡Qué tontería!... ¿Por eso tenías miedo?

—Sí. No sabía qué podría pasar.

—¿Qué pasó?

—Pasó lo que tenía que pasar.

—¿Qué tenía que pasar?

—Estabas en la cama...

—Claro, en la cama.

—Y eras pequeña...

—¿Pequeña?

—Y como sin importancia...

—¿Sin importancia?

—Muy poca cosa.

—¿Poca cosa?

—Como un objeto más de la habitación.

—Un objeto más. ¿Cómo un ángel?

—Sí, como un ángel.

—Y... ¿te di miedo?

—No era exactamente que me dieses miedo.

—¿Qué era?

—Te necesitaba...

—Me necesitabas.

—Y eras pequeña...

—Y sin importancia y muy poca cosa, como un objeto más de la habitación..., como un ángel.

—Sí.

—Y ¿qué?

—Te necesitaba.

—Me necesitabas..., si, yo también te necesitaba.

—Pero no encontraba nada en ti, estabas como muerta.

—¿Cómo muerta?

—No exactamente.

—¿Cómo?

—Habías perdido las facultades vitales que te igualaban a mí.

—¿Facultades vitales? ¿Igualar a ti?

—Sí. Tú sólo vivías para curarte.

—Tengo que curarme...

—Sí, de acuerdo, y lo estás logrando.

—¿Entonces?

—Entonces yo necesitaba que comprendieses otro tipo de problemas.

—¿Qué problemas?

—Los míos.

—Que me había puesto enferma por tu culpa y tenía que curarme.

—¡...! Sí. Eso y más.

—¿Que más?

—¡Qué tenía que venir a verte todos los días! ¡Que tenía que salir de mi casa...!

—Sí, salir de tu casa.

—¡...a una hora determinada! ¡Que tenía que tomar un autobús concreto!

—Sí, tenías que tomar un autobús.

—¡Que tenía que saludar a tu portero...!

—Sí, saludar a mi portero.

—¡Que tenía que llamar a la puerta de tu casa!

—Si, llamar a mi puerta.

—¡Que tenía que hablar con tu Madre!

—Claro. Mi Madre.

—¡Que tenía que llegar hasta esta habitación y sentarme en este sillón!

—En ese sillón o en esa silla.

—¡Que tenía que convertirme en un elemento más de esta habitación!

—¿Un elemento más de la habitación?

—Sí, están los muebles.

—Sí, los muebles.

—Las sillas.

—Sí, las sillas.

—Armario y cómoda y lo demás.

—Sí, todo eso.

—Tú.

—Sí, yo.

—Y yo.

—¿Tú?

—Sí, yo.

—Pero tú, ¿por qué?

—Yo tendría, tengo...

—Tienes.

—Tengo, quizá, una mayor fuerza.

—Tienes mucha mayor fuerza.

—Porque sostengo a todos.

—Sin ti no podría vivir.

—¿Qué?

—¡Que sin ti no podría vivir!

—Eso me da miedo.

—Pero, es verdad. Una verdad anterior. Te lo he dicho siempre.

—Si lo sé... pero...

—¿Pero qué?

—Que ahora es verdad.

—Vine a verte dos días.

—El 15 de diciembre.

—Sí, ese día había más gente...

—Sí...

—... y no pude hablar contigo a solas...

—Sí.

—... y no eras tú, estabas como muerta.

—¿Era un objeto más?

—Un objeto sin vida.

—El segundo día.

—El 23 de diciembre.

—Estabas sola.

—Me diste un beso al despedirte.

—Hablamos, nos reímos y poco a poco renaciste.

—Tardaste cuatro días en volver.

—¿Cuatro?

—Sí, un viernes...

—¿Un viernes?

—...un sábado...

—¿Un sábado?

—...un domingo...

—¿Un domingo?

—...y un lunes.

—Sí, y un lunes. Creía que habían sido menos.

—Te esperé durante cuatro días.

—¿Antes no me esperabas?

—Sí, pero menos. En realidad no esperaba nada de ti.

—¿Nada?

—Nada.

—Aquel día, ¿qué esperabas?

—Que me besaras al despedirte.

—¿Qué?

—Cómo que ¿qué?

—Que ¿qué esperabas que te besara al despedirte?

—No sé. Sólo esperaba que me besaras.

—Sólo por eso.

—Sólo por eso... ¿qué?

—¿Sólo me esperabas por eso?

—Sólo.

—¿Por qué no iba a esperarte?

—No sé.

—¿Qué?

—Yo creía...

—¿Qué? ¿Qué?

—No sé..., creía que te parecía mal que te besara.

—¿Mal?

—Sí. Otras veces te había besado y...

—Era distinto.

—¿Distinto?

—¡Sí!

—¡Smmm!

—Nunca me habías besado al despedirte.

—Te besé porque me dabas pena.

—Necesitaba darte pena.

—¿Para qué?

—Para que volvieras.

—Pero no volví.

—Tardaste cuatro días.

—Pero volví a decirte que me iba.

—¿A decirme que te ibas?

—Sí. A decirte que me iba.

—¿Dónde te ibas?

—No sé. Me iba.

—¿Con quien te ibas?

—Había otra chica...

—¿Otra chica?

—Sí.

—¿Quien?

—Da igual. No la conoces.

—¿Que pasó?

—No quiso salir conmigo.

—Cuando

—Al día siguiente.

—¿Por eso volviste?

—Sí. Por eso volví.

—¿Por eso lloraste?

—¿Llorar?

—Sí, lloraste.

—Por eso lloré.

—¿Por qué?

—Porque no podía irme, porque tenía que quedarme contigo.

—Creía que...

—¡¡¿¡¡Qué!!?!!

—Que era por mí.

—¿Por ti?

—Necesitaba que me compadecieras.