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Amor de fantasía ¡No podía enamorarse de su marido! Becca Whitney siempre había sabido que la familia adinerada a la que pertenecía la había repudiado cuando era bebé. Así que, cuando la convocaron para que regresara a la mansión ancestral, la invadió la curiosidad. Theo Markou García necesitaba una esposa o, al menos, alguien que se pareciera mucho a su infame prometida. Becca sería la sustituta perfecta. El trato: hacerse pasar por la heredera de la familia Whitney a cambio de recibir la fortuna que le correspondía… Y sin que hubiera sentimientos de por medio. Una princesa pobre ¡Era la oportunidad perfecta para tentarla con lo que había despreciado tiempo atrás! Alexandro Vallini cometió en una ocasión el error de pedirle matrimonio a Rachel McCulloch, una joven con ínfulas de princesa. Y su rechazo le llegó al alma. Sin embargo, las tornas cambiaron y el destino puso el futuro de Rachel en las manos de Alessandro. Él necesitaba una ama de llaves temporal y ella necesitaba dinero... Sin embargo, Rachel se había convertido en una mujer muy diferente de la caprichosa niña rica que Alessandro recordaba. Él tendió su trampa, poniéndose a sí mismo como cebo, ¿pero quién terminó capturando a quién en las irresistibles redes del deseo? Rendidos al pasado Su regreso le hizo recordar el doloroso pasado Mia Burton creía que nunca volvería a ver a Ethan Black, el hombre que le robó el corazón. Aunque había hecho lo posible por olvidarlo, ¿cómo podía borrar de su memoria al hombre más maravilloso que había conocido en su vida? Pero Ethan le trajo dolorosos recuerdos de su pasado, y Mia se esforzó por mantenerlo a distancia. Lo que no sabía era que Ethan había vuelto a su vida con la intención de hacer cualquier cosa por recuperarla. ¿El motivo? Mia tendría que ir a su mansión en el sur de Francia para averiguarlo…
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 484 - octubre 2024
© 2011 Caitlin Crews
Amor de fantasía
Título original: The Replacement Wife
© 2011 Melanie Milburne
Una princesa pobre
Título original: His Poor Little Rich Girl
© 2011 Carole Mortimer
Rendidos al pasado
Título original: Surrender to the Past
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-074-7
Créditos
Amor de fantasía
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Una princesa pobre
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Rendidos al pasado
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
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LA CASA no había mejorado desde que ella la había visto por última vez. Se asomaba sobre la elegante Quinta Avenida de Nueva York, con el estilo anticuado de la época dorada. Becca Whitney estaba sentada en el amplio salón, tratando de fingir que no se daba cuenta de cómo la miraban sus dos supuestos parientes. Como si su presencia allí, como la hija ilegítima de su desheredada y menospreciada difunta hermana, contaminara el ambiente.
«Quizá sea cierto», pensó Becca. Quizá ése fuera el motivo por el que la enorme mansión parecía una cripta fría e impersonal.
El intenso silencio, que Becca se negaba a romper puesto que esa vez era a ella a quien habían llamado, se quebró de repente con el ruido de la puerta al abrirse.
«Menos mal», pensó Becca. Tuvo que mantener las manos fuertemente entrelazadas y apretar los dientes para no pronunciar las palabras que deseaba soltar. Fuera lo que fuera, aquella interrupción era bienvenida.
Hasta que levantó la vista y vio al hombre que entró en la habitación. Al verlo, reaccionó sentándose derecha en la silla.
–¿Es ésta la chica? –preguntó él, con un tono exigente.
El ambiente cambió de golpe. Ella le dio la espalda a los tíos a los que, en su momento, había decidido que no volvería a ver y se volvió hacia el hombre. Él se movía como si esperara que el mundo funcionara alrededor de él y con la seguridad que indicaba que solía ser de esa manera.
Becca separó los labios una pizca cuando sus miradas se encontraron, habían pasado veintiséis años desde que aquella gente terrible echó a su madre como si fuese basura. Tenía los ojos de color ámbar y la miró fijamente hasta hacerla pestañear. Haciendo que ella se preguntara si se había asustado.
¿Quién era él?
No era especialmente alto pero tenía presencia. Llevaba el tipo de ropa cara que todos llevaban en aquel mundo hermético de privilegio y riqueza. Era delgado, poderoso, impresionante. El jersey gris que llevaba resaltaba su torso y sus pantalones negros resaltaban sus muslos musculosos y sus caderas estrechas. Su aspecto era elegante y sencillo a la vez.
Él la miró ladeando la cabeza y Becca se percató de dos cosas. Una de ellas era que aquél era un hombre inteligente y peligroso. Y otra, que debía alejarse de él. Inmediatamente. Se le formó un nudo en el estómago y se le aceleró el corazón. Había algo en él que la asustaba.
–Entonces, te das cuenta de su parecido –dijo Bradford, el tío de Becca, con el mismo tono condescendiente que empleó para echar a Becca de aquella casa seis meses antes. Y en el mismo tono que había empleado para decirle que su hermana Emily y ella eran producto de una equivocación. Algo bochornoso. Desde luego, no de la familia Whitney.
–Es asombroso –el hombre entornó los ojos y miró a Becca con detenimiento mientras hablaba con su tío–. Pensé que exagerabas.
Becca lo miró y sintió que se le secaba la boca y le temblaban las manos. «Es pánico», pensó. Sentía pánico y era perfectamente razonable. Deseaba ponerse en pie y salir corriendo para alejarse de aquel lugar, pero no era capaz de moverse. Era su manera de mirarla. La autoridad de su mirada. El calor. Todo ello hizo que permaneciera quieta. Obediente.
–Todavía no sé por qué estoy aquí –dijo Becca, esforzándose para hablar. Se volvió para mirar a Bradford y a Helen, la reprobadora hermana de su madre–. Después de cómo me echasteis la última vez…
–Esto no tiene nada que ver con aquello –contestó su tío con impaciencia–. Esto es importante.
–También lo es la educación de mi hermana –contestó Becca. Era demasiado consciente de la presencia del otro hombre. Percibía que él se la comía con la mirada y sintió que se le encogían los pulmones.
–Por el amor de Dios, Bradford –murmuró Helen a su hermano, jugando con los anillos de su mano–. ¿En qué estás pensando? Mira a esta criatura. ¡Escúchala! ¿Quién iba a creer que era una de los nuestros?
–Tengo tanto interés en ser una de los vuestros como en regresar a Boston desnuda caminando sobre un mar de cristales rotos –contestó Becca, pero recordó que debía concentrarse en el motivo por el que había regresado allí–. Lo único que quiero de vosotros es lo que siempre he querido. Ayuda para la educación de mi hermana. Todavía no veo por qué es mucho pedir.
Gesticuló señalando las muestras de riqueza que había a su alrededor, las suaves alfombras, los cuadros que había en las paredes y las lámparas de araña que colgaban del techo. Y no quiso mencionar el hecho de que estaban en una mansión familiar que ocupaba un bloque entero en medio de la ciudad de Nueva York. Becca sabía que la familia que se negaba a hacerse cargo de ellas podría permitírselo sin siquiera notar la diferencia.
Y no era de Becca de quien debían de hacerse cargo, sino de Emily, su hermana de diecisiete años. Una chica inteligente que merecía una vida mejor de la que Becca podía ofrecerle con su salario de procuradora. Lo único que había provocado que Becca fuera a buscar a aquellas personas y se presentara ante ellos había sido la necesidad de cubrir las carencias de Emily. Únicamente el bienestar de Emily merecía que ella acudiera a reunirse con Bradford, después de que él hubiese llamado «zorra» a su madre y echado a Becca de aquella casa.
Además, Becca le había prometido a su madre en el lecho de muerte que haría todo lo posible para proteger a Emily. Cualquier cosa. ¿Y cómo podía romper su promesa después de que su madre lo hubiese dado todo por ella años atrás?
–Levántate –le ordenó el hombre.
Becca se sobresaltó al ver que él estaba demasiado cerca y se amonestó por mostrar su debilidad. De algún modo sabía que se volvería en su contra. Se volvió y vio que el mismísimo diablo estaba de pie junto a ella, mirándola de forma inquietante.
¿Cómo era posible que aquel hombre la pusiera tan nerviosa? Ni siquiera conocía su nombre.
–Yo… ¿Qué? –preguntó sobresaltada.
Desde tan cerca pudo ver que el tono aceituna de su piel y su penetrante mirada le daban un aspecto muy masculino e irresistible. Era como si sus labios seductores provocaran que ella deseara mostrar su feminidad.
–Levántate –repitió él.
Y ella se movió como si fuera un títere bajo su control. Becca se quedó horrorizada consigo misma. Era como si él la hubiera hipnotizado. Como si fuera un encantador de serpientes y ella no pudiera evitar bailar para él.
De pie, se percató de que era más alto de lo que parecía y tuvo que echar la cabeza ligeramente hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se le aceleró el pulso como si quisiera escapar…
–Es fascinante –murmuró él–. Date la vuelta.
Becca lo miró y él levantó un dedo y lo giró en el aire. Era una mano fuerte. No pálida y delicada como la de su tío. Era la mano de un hombre que la empleaba para trabajar. De pronto, la imagen erótica de aquella mano acariciando su piel invadió su cabeza. Becca intentó erradicarla enseguida.
–Me encantaría obedecer sus órdenes –le dijo, sorprendida por el fuerte deseo carnal que la invadía por dentro–, pero ni siquiera sé quién es o qué quiere, ni por qué se cree con el derecho de mandar a cualquiera.
En la distancia, oyó que sus tíos suspiraban y exclamaban en voz baja, pero Becca no tenía tiempo de preocuparse por ellos. Estaba cautivada por los ojos color ámbar del hombre que tenía delante.
Le parecía curioso que lo encontrara inquietante y que al mismo tiempo tuviera la sensación de que él podría darle seguridad. Incluso allí. «No creo. Este hombre es tan seguro como un cristal roto», trató de contradecir su ridícula idea.
Él no sonrió. Pero su mirada se tornó más cálida y Becca sintió que una ola de calor la invadía por dentro.
–Me llamo Theo Markou García –dijo él, con el tono de un hombre que esperaba que lo reconocieran–. Soy el director ejecutivo de Whitney Media.
Whitney Media era el gran tesoro de la familia Whitney, el motivo por el que todavía podían mantener antiguas mansiones como aquélla. Becca sabía muy poco acerca de la empresa. Excepto que debido a ella, y gracias a los periódicos, las cadenas de televisión y los estudios de cine, los Whitney poseían muchas cosas, tenían mucha influencia y se consideraban semidioses.
–Enhorabuena –dijo ella y arqueó las cejas–. Yo soy Becca, la hija bastarda de la hermana que nadie se atreve a mencionar en voz alta –se volvió y fulminó a sus tíos con la mirada–. Se llamaba Caroline, y era mejor que vosotros dos juntos.
–Sé quién eres –contestó él, acallando el sonido que sus tíos habían emitido como respuesta–. Y en cuanto a lo que quiero, no creo que sea la pregunta adecuada.
–Es la pregunta adecuada si quiere que me dé la vuelta enfrente suyo –respondió Becca con valentía–. Aunque dudo de que vaya a darme la respuesta adecuada.
–La pregunta correcta es ésta: ¿qué es lo que tú quieres y cómo puedo dártelo? –se cruzó de brazos.
Becca se fijó en cómo se movía la musculatura de su torso. Aquel hombre era un arma mortal.
–Quiero que financien la educación de mi hermana –dijo Becca, mirándolo de nuevo a los ojos y tratando de concentrarse–. No me importa si es usted el que me da el dinero, o si son ellos. Sólo sé que yo no puedo pagársela –la injusticia permitía que algunas personas como Bradford y Helen tuvieran acceso a estudiar en la universidad sin ningún problema mientras que Becca se esforzaba por ganarse el sueldo cada mes. Era una locura.
–Entonces, la otra pregunta es: ¿hasta dónde estás dispuesta a llegar para conseguir lo que quieres? –preguntó Theo mirándola fijamente.
–Emily merece lo mejor –dijo Becca–. Haré lo que tenga que hacer para asegurarme de que lo consigue.
La vida no era justa. Becca no se lamentaba de nada de lo que había tenido que hacer. Pero no estaba dispuesta a quedarse parada y ver cómo se desvanecían los sueños de Emily cuando no era necesario. Y menos cuando le había prometido a su madre que nunca permitiría que eso sucediera. No si Becca podía hacer algo para remediarlo.
–Admiro a las mujeres ambiciosas y sin piedad –dijo Theo, pero había algo en su tono de voz que a Becca no le gustaba. Al cabo de un momento, repitió el gesto con la mano para que ella girara sobre sí misma.
–Debe de ser muy agradable ser tan rico como para cambiar el coste de cuatro años de educación por un pequeño giro –dijo Becca–, pero ¿quién soy yo para discutir?
–No me importa quién seas –contestó Theo con dureza en su tono de voz.
Becca comprendió que no era un hombre con el que se pudiera bromear. Era la criatura más peligrosa con la que se había cruzado en su vida.
–Lo que me importa es tu aspecto –añadió él–. No hagas que te lo pida otra vez. Date la vuelta. Quiero verte.
Increíblemente, Becca se volvió. Notó que se le sonrojaban las mejillas y que las lágrimas inundaban su mirada, pero obedeció. El corazón le latía deprisa, a causa de la humillación y de algo más, algo que la hacía temblar a pesar de que sentía un cosquilleo en el estómago.
La última vez se había vestido como si fuera a una entrevista de trabajo, con un traje conservador y sus mejores zapatos. Después, se había odiado por haber puesto tanto esmero en el intento. Esta vez, no se habían preocupado por lo que pudieran pensar de ella. Llevaba un par de vaqueros, sus viejas botas de motorista y una vieja camiseta debajo de una sudadera con capucha. Era una ropa cómoda y además había provocado que sus refinados parientes se avergonzaran al verla entrar. Había estado contenta consigo misma, hasta ese momento.
En ese instante deseaba haberse vestido de otra manera, con algo que hubiera llamado la atención de aquel hombre y que hubiese evitado esa sonrisita en su boca sensual. «¿Y por qué deseas tal cosa?», se preguntó, confundida por la mezcla de sentimientos que la invadían por dentro. ¿Qué pasaba con ese hombre? Tambaleándose, terminó el giro y lo miró.
–¿Satisfecho? –le preguntó.
–Con la materia prima sí –dijo él, en tono cortan te.
–He leído que muchos directores ejecutivos y otro tipo de cargos importantes de la industria son sociópatas. Supongo que usted encaja en el grupo.
Él sonrió de verdad y fue algo tan inesperado y asombroso que Becca dio un paso atrás. Aquella sonrisa iluminaba su rostro, provocando que pareciera más atractivo y peligroso de lo que cualquier hombre debía ser.
–Siéntate –dijo él. Era otra orden–. Tengo una propuesta para ti.
–Nunca ha habido nada bueno detrás de esas palabras –contestó ella y colocó las manos sobre sus caderas para disimular su estado. No se sentó, a pesar de que le temblaban las piernas–. Es como los ruidos extraños en las películas de terror. No pueden terminar bien.
–Esto no es una película de terror –contestó Theo–. Es una transacción comercial sencilla y poco ortodoxa quizá. Haz lo que yo pido y tú tendrás todo lo que siempre has deseado y mucho más.
–Vayamos al grano –Becca puso una falsa sonrisa–. ¿Cuál es la trampa? Siempre hay una trampa.
Durante un instante él permaneció mirándola en silencio. Becca tuvo la sensación de que él podía leer su pensamiento y que notaba lo decidida que estaba a salvar el futuro de su hermana y lo inquieta que estaba por su cercanía.
–Hay varias trampas –dijo él–. Probablemente, muchas de ellas no te gusten, pero sospecho que aguantarás porque pensarás en el resultado final. Sobre lo que harás con el dinero que te daremos si haces lo que te pedimos. Así que las trampas no te importarán –arqueó las cejas–. Excepto una.
–¿Y cuál es? –sabía que aquel hombre podía destrozarla y que se había contenido por pura coincidencia. Necesitaría muy poco para conseguirlo. Otra sonrisa. O una caricia.
Sintió como si hubiera una llama entre ellos y como si algo oscuro y agobiante la rodeara como si fuera una cadena. Como una promesa.
Theo posó la mirada de sus ojos color ámbar sobre ella y Becca sintió que no podía respirar.
–Tendrás que obedecerme –dijo él, sin piedad y con cierta satisfacción masculina en la mirada–. Completamente.
OBEDECERLO? –preguntó Becca, asombrada–. ¿Se refiere como si fuera un animal domesticado?
–Exacto. Como un animal domesticado –contestó él, y vio como se le oscurecían sus ojos color avellana. De pronto, se sintió intrigado. «Tendrá que ponerse lentillas para conseguir el tono verde esmeralda de los ojos de Larissa», pensó, ignorando el dolor que lo invadía por dentro–. Como si fueras un perro fiel.
–Es evidente que no alcanzó su puesto gracias a las ventas –dijo ella al cabo de un instante–. Porque su tono deja mucho que desear.
Theo no podía decidir qué era lo más sorprendente, el parecido de la chica con Larissa o la atracción que sentía hacia ella. Nunca había ardido de deseo con tan sólo mirar a Larissa. La había deseado, pero no de esa manera. No con todo el cuerpo, como si lo hubiese invadido la llama del deseo y no fuera capaz de controlarse.
Y sentir esas cosas mientras Larissa no estaba a su alcance, hacía que se odiara.
Era como si Becca lo hubiera infectado, aunque su dolor debía de haberlo inmunizado. No podía imaginar cómo podría transformar a aquella criatura asilvestrada en una versión creíble de su etérea y elegante Larissa. Pero él era Theo Markou García, de descendencia chipriota y cubana. Y había hecho cosas imposibles con muchos menos recursos. El hecho de que estuviera allí era la prueba de ello.
Y como no sabía perder, lo único que podía hacer era ganar lo que quedaba, tal y como había planeado.
–¿Qué sabes sobre tu prima Larissa? –preguntó él. Observó que el rostro de Becca se ensombrecía y que ella cerraba los puños antes de meter las manos en los bolsillos de su pantalón.
–Lo que sabe todo el mundo –contestó ella, encogiéndose de hombros.
Theo sintió lástima por ella. Sabía lo que esos puños significaban. Él también había cerrado los suyos alguna vez, como muestra de orgullo, rabia y decisión. Sabía perfectamente lo que ella sentía, esa extraña muy parecida a Larissa. Deseaba no tener que pedirle algo que sabía heriría su orgullo. Pero no tenía otra opción. Había vendido su alma mucho tiempo atrás y no podía abandonar. Y menos cuando estaba a punto de conseguir su objetivo.
–Que es famosa pero sin motivo en particular –dijo Becca–. Que tiene mucho dinero y que nunca ha tenido que trabajar para ganarlo. Que su mal comportamiento nunca tiene consecuencias. Y que por algún motivo, las revistas están obsesionadas con ella y la persiguen de fiesta en fiesta fotografiando sus proezas.
–Es una Whitney –dijo Bradford desde el otro lado de la habitación–. Los Whitney tienen cierta clase…
–Para mí es como una advertencia –contestó Becca, interrumpiendo a su tío.
Theo se fijó en su mirada fulminante y recuerdos de otra época invadieron su memoria. Sus propios puños, su tono de bravuconería…
–Cada vez que me tienta pensar que ojalá mi madre se hubiese quedado aquí, sufriendo, para que yo hubiese tenido la vida más fácil, abro la revista más cercana y recuerdo que es mucho mejor ser pobre que un parásito inútil como Larissa Whitney.
Theo puso una mueca. Oyó que Helen respiraba con dificultad y se fijó en que a Bradford se le había puesto el rostro colorado. Sin embargo, Becca sólo lo miraba a él, sin temor. Casi triunfante. Theo suponía que ella había soñado durante mucho tiempo con dar ese discurso. ¿Y por qué no? Sin duda la familia Whitney la había tratado muy mal, igual que a otras personas antes que a ella. Larissa incluida. Larissa especialmente.
Pero eso no importaba. Y menos a Theo. Tampoco a Larissa, que ya estaba perdida mucho antes de que él la conociera.
–Larissa se desmayó en la puerta de una discoteca la noche del pasado viernes –dijo Theo con frialdad–. Está en coma. No hay esperanzas de que se recupere.
Becca apretó los labios y Theo se fijó en que tragaba saliva, como si de pronto se le hubiese secado la garganta. Pero no apartó la mirada. Él no pudo evitar sentir admiración por ella.
–Lo siento –dijo ella–. No pretendía ser cruel –negó con la cabeza–. No comprendo por qué estoy aquí.
–Te pareces lo suficiente a Larissa como para poder pasar por ella con un poco de ayuda –dijo Theo–. Por eso estás aquí.
No tenía sentido regodearse en su dolor ni en el pasado. Sólo debía pensar en el futuro. Le había dado a Whitney Media todo lo que tenía, y ya había llegado el momento de que se convirtiera en propietario y no continuara siendo un simple empleado. Si conseguía la participación mayoritaria de Larissa, se convertiría en la encarnación del sueño americano. De la pobreza a la fortuna, tal y como le había prometido a su madre antes de su muerte. Quizá no fuera tal y como lo había planeado, pero se parecía bastante. Incluso sin Larissa.
–¿Pasar por ella? –repitió Becca con incredulidad.
–Larissa tiene cierto número de acciones en Whitney Media –dijo Bradford desde el sofá, como si no estuviera hablando de su única hija–. Cuando Theo y ella se comprometieron…
–Pensaba que salía con un actor –dijo Becca sorprendida–. Ése que sale con todas las modelos y herederas.
–No deberías creer todo lo que lees –dijo Theo, y se preguntó por qué seguía defendiéndola si sabía que, si no hubiese salido con ese actor, habría sido con otro. O con los dos. Todavía no sabía en qué lugar quedaba él. Como un idiota, sin duda. Pero había tomado esa decisión mucho tiempo atrás. Si él deseaba lo que ella representaba, tenía que permitirle ser quien era. Y que hiciera lo que quisiera. Y eso había hecho. El fin siempre era más importante que los medios.
–Larissa le regaló a Theo una cantidad significativa de acciones –dijo Bradford–. Así, él conseguiría una participación mayoritaria en la empresa. Se suponía que era un regalo de boda.
–Creo que lo llaman dote –dijo Becca con mirada de disgusto–. Algo muy curioso, hoy en día.
–Era un regalo –contestó Theo–. No una dote.
–Las condiciones se explicitaron en el acuerdo prenupcial –continuó Bradford–. Theo recibiría las acciones en el día de la boda, o en el desafortunado caso de que ella muriera. Pero tenemos motivos para pensar que ella ha modificado su testamento.
–¿Y por qué iba a modificarlo? –preguntó Becca. Miró a Bradford y después a Theo.
–Mi hija lleva tiempo explotada por un indeseable –dijo Bradford–. Hay cierto aprovechado que haría cualquier cosa por conseguir las acciones de Larissa. Y creemos que lo ha conseguido.
–Ahí es donde entras tú –dijo Theo, lo bastante cerca de ella como para percibir el enfado en su mirada. Y para reaccionar ante ella. «Sexo», pensó, «se trata de sexo». No esperaba reaccionar así con aquella mujer.
–No puedo comprender por qué –dijo ella con frialdad–. ¿Qué puedo tener que ver con una situación que ya parece demasiado complicada?
–No podemos encontrar una copia de la nueva versión de su testamento. Creemos que su amante tiene la única copia que existe.
–¿Y no puede pedirle que se la muestre, ya que la pobre chica está en coma? ¿Qué es esto, un drama?
–Quiero que finjas que eres Larissa –dijo Theo, porque no tenía sentido seguir con rodeos. Había demasiado en juego–. Quiero que lo hagas tan bien como para engañar a su amante. Y quiero que me consigas ese testamento.
Se hizo un largo silencio que Becca finalmente interrumpió.
–No –dijo ella.
–¿Eso es todo? –preguntó Theo, sin recordar cuándo había sido la última vez que alguien le había dicho que no–. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?
–Desde luego que no es lo único que tengo que decir –contestó Becca–. Pero es todo lo que pienso decir. Está loco –miró a sus tíos y frunció los labios–. Todos están locos. Nunca me he alegrado tanto de que no quieran reconocerme como familia.
Se volvió con la cabeza bien alta y se acercó a la puerta sin mirar atrás.
Bradford y Helen pronunciaron unas palabras de enfado, pero Theo ni siquiera los oyó.
Ella era magnífica y, sobre todo, podría pasar por Larissa.
No estaba dispuesto a dejarla escapar.
Becca sabía que él la seguiría, así que no tuvo que volverse para saber de quién era la voz que le decía:
–¡Detente!
Una vez más, lo obedeció sin pensárselo.
–No tengo que obedecer sus órdenes simplemente porque usted quiera –dijo ella, como si no lo hubiera hecho–. No hay ningún acuerdo entre usted y yo.
–Me gusta tu sensibilidad –dijo Theo. Su voz grave provocó que ella se estremeciera. Sabía que permanecer de espaldas a él era un error, y que se arriesgaba a su destrucción.
Cuando se volvió, él estaba frente a ella con sus ojos brillantes y tan atractivo que ella no estaba segura de encontrar la manera de ponerse a salvo.
–Dudo que realmente quisiera halagarme –dijo ella–. Sospecho que únicamente lo hace cuando está preparándose para imponerse.
–La diferencia entre la persona que soy y la que crees que soy es que no tengo que imponerme para conseguir mi fin. Suele ser suficiente con mi voluntad.
–Siento estropearle el triunfo –murmuró ella–, pero prefiero mi voluntad a la suya.
–Estoy a merced de tu sentido práctico. Supongo que aparecerá antes de que cometas el gran error de salir por esa puerta.
–¿Sigue siendo parte de su discurso de ventas? No estoy interesada. Ustedes no son más que unos morbosos que esperan que esa pobre chica se muera…
–No sabes nada acerca de ella –la interrumpió–. Tampoco acerca de lo que pasa en esta familia o en esta empresa.
–¡No quiero saber nada de ninguno de ustedes! –contestó ella, preguntándose por qué le molestaba tanto oír la verdad. Era evidente que él tenía razón. Ella no sabía nada de la familia que la había rechazado desde antes de su nacimiento–. ¡No quiero volver a pensar en ninguno de ustedes desde el momento en que salga por esa puerta!
Theo se acercó a ella y Becca supo que aquel hombre era el mismísimo diablo. Si no tenía cuidado, conseguiría ejercer sobre ella un poder que nunca le había permitido a nadie. Aun así, no retrocedió. Ni trató de protegerse como debía.
–La única persona en la que quiero que pienses es en tu hermana –dijo él.
–Siempre pienso en mi hermana, gracias –contestó ella.
–¿De veras puedes pasar por alto la oportunidad de asegurarle el futuro? –preguntó él–. ¿Y todo porque te apetece sentirte moralmente superior a la familia que te ha rechazado durante tanto tiempo?
Era un ataque directo al corazón y él lo sabía.
–¿A tu hermana le sirve de algo que te marches de aquí indignada? –preguntó con tono calmado–. ¿O crees que dentro de unos años te agradecerá que hayas salido de esta habitación negándole la oportunidad de estudiar?
Ella sintió que se le secaba la garganta y le ardían los ojos. Él tenía razón. Ella quería sentirse bien consigo misma, y ser mejor que ellos, pero deseaba que Emily tuviera un futuro feliz. Se lo había prometido a su madre.
¿Y no era por eso por lo que había ido allí? ¿Cómo podía echarse atrás sólo porque no le gustaban las condiciones? Desde un principio sabía que aquellas personas no le gustarían nada. ¿Por qué quería huir cuando le estaban confirmando que era así?
–Lo has dejado claro –dijo ella, cuando ya no podía soportar que la mirara ni un minuto más, como si supiera exactamente lo que estaba pensando, y sintiendo. Como si hubiese manipulado toda la situación para llegar a ese momento porque le convenía. Era el hombre más aterrador que había conocido nunca, porque era poderoso, pero también porque provocaba que ella quisiera derretirse a sus pies. Rendirse a los susurros que invadían su cabeza y fingir que él podría protegerla en lugar de aplastarla.
Pero ella nunca permitiría que eso sucediera. Aceptar la situación y emplearla para conseguir su propio fin no era lo mismo que rendirse.
–Quiero asegurar la educación de Emily –dijo ella–. Desde el primer curso hasta el doctorado, si es que desea hacerlo.
–Recibirás toda la herencia de tu madre –dijo Theo–. Todo lo que le quitaron, más los intereses desde el día que en que te dio a luz.
Becca se esforzó para no mostrarle cómo un sentimiento de culpa la invadía por dentro a pesar de que se repetía que no debía ser así, que Caroline había hecho una elección. Intentó mantenerse inexpresiva y contestó:
–Por escrito, por supuesto –le aclaró–. Comprenderá que no confíe en usted. Todo lo relacionado con la familia Whitney está mancillado.
–Mis abogados lo tienen todo preparado –contestó él–. Lo único que tienes que hacer es firmar.
Ella tenía la sensación de que se había perdido sin salirse del camino. Que estaba en un bosque oscuro y que no tenía esperanza de ver la luz.
Él la observaba con detenimiento y ella tuvo la sensación de que, si hacía aquello, si pasaba un segundo más en compañía de ese hombre, estaría completamente perdida.
Porque él la cambiaría. No sólo porque quería que se hiciera pasar por su prometida en coma, algo suficientemente cuestionable, sino porque él era demasiado oscuro y poderoso. Y demasiado diferente a lo que ella estaba acostumbrada. ¿Cómo podría manejar a aquel hombre? ¡Ni siquiera era capaz de manejar aquella conversación!
Pero pensó en Emily y supo que no tenía elección. Ella tenía la forma de liberar a su hermana. Y lo haría. Se lo había prometido a su madre, mirándola a los ojos mientras le sujetaba la mano en el hospital.
–Está bien –dijo ella–. ¿Qué quiere que haga?
CONFÍO en que hayas sido discreta –dijo Theo con indolencia una vez acomodado en el asiento trasero del coche que había ido a recoger a Becca al aeropuerto–. Tal y como acordaste en los papeles que firmaste.
Él le había dado veinticuatro horas para poner sus asuntos en orden.
Veinticuatro horas para asegurarse de que Emily podría quedarse con la familia de su mejor amiga mientras Becca se marchaba en un viaje de negocios, tal y como había hecho otras veces cuando Becca tenía que trabajar en un juicio. Veinticuatro horas para explicarle a su jefe que necesitaba tomarse unos días libres por motivos familiares y que no sabía cuándo regresaría.
No le gustaba mentir, pero ¿qué podía contarle a su hermana pequeña? ¿O al jefe que la había ayudado más de una vez mientras ella luchaba por criar a su hermana después de la muerte de su madre? ¿Cómo podía explicarles lo que estaba haciendo si ni siquiera ella lo comprendía? Veinticuatro horas para preparar una pequeña maleta, a pesar de que Theo le había dicho que le proporcionaría vestuario. Cada vez que recordaba cómo había dado a entender que su ropa no era la adecuada para relacionarse con gente como ellos, se sonrojaba con rabia.
Tras veinticuatro horas estaba de regreso en Nueva York. Y esa vez para quedarse. Para convertirse en su prima, una mujer a la que siempre había despreciado.
Becca descubrió que veinticuatro horas no eran demasiadas para prepararse para un cambio de vida.
–No –dijo ella, fingiendo estar tranquila. Como si hubiese estado en una limusina un millón de veces–. He publicado varios anuncios en Boston Globe y he salido en la CNN para hablar de nuestro pequeño trato.
–Muy interesante –dijo Theo–. Estoy seguro de que tu sarcasmo te es muy útil en tu profesión.
–Normalmente me felicitan más por mi ética profesional que por mi ingenio –contestó Becca, entrelazando las manos sobre su regazo y forzando una sonrisa–. ¿Usted se convirtió en director ejecutivo de Whitney Media a base de hacer bromas estúpidas? Creía que ese tipo de poder estaba más relacionado con destrozar vidas y venerar al poderoso dólar sobre todas las cosas, incluyendo su propia alma.
–Sí –dijo él–, vendí mi alma. No me cabe duda. Pero fue hace tanto tiempo que ya no tiene importancia.
–Supongo que descubrirá que sólo las personas de su condición pueden ser desalmadas –contestó Becca–. El resto nos preocupamos, entre otras cosas, por ser humanos.
Su intención había sido enviarle un jet privado, pero Becca había insistido en tomar un vuelo comercial. Al fin y al cabo, era la última oportunidad que tendría de hacer algo normal durante algún tiempo. Y probablemente también fuera su última oportunidad de rebelarse.
Durante el vuelo había tenido tiempo de pensar en lo que estaba a punto de hacer. Se adentraría en el mundo de los Whitney para asegurar el futuro de su hermana y cumplir la promesa que le había hecho a su madre. Pero sería más que eso. Demostraría, de una vez por todas, que era mejor no tener relación con ellos. Y no volvería a torturarse pensando en cómo habría sido su vida si su madre se hubiese quedado en Nueva York, o si el gran sacrificio que había hecho Caroline había sido en vano. Nunca más tendría que volver a preguntárselo.
Casi podía sentir la satisfacción por adelantado.
En la zona de recogida de equipajes la esperaba un conductor con un cartel con su nombre. El hombre agarró su maleta y la acompañó hasta el elegante vehículo que la esperaba junto a una señal de prohibido aparcar.
Becca no esperaba que Theo estuviera dentro del coche, acomodado en el asiento de atrás y vestido con un traje oscuro que resaltaba su cuerpo musculoso. Seguía siendo demasiado peligroso e inquietante. A Becca se le cortó la respiración y, al ver la mirada de sus ojos color ámbar, se estremeció.
Pero preferiría morir antes que mostrar su reacción ante la idea de estar a solas con él en un lugar cerrado. Sin embargo, pensaba que moriría de todas maneras, a juzgar por el latido salvaje de su corazón y el temblor de sus piernas. Deseaba creer que su reacción se debía a su temor de enfrentarse a un mundo en el que tendría que aprender a vivir. El mundo que había atrapado a su madre para escupirla después. Quizá, en el fondo supiera que podría conquistarlo, pero primero tendría que sobrevivir a él.
Theo la miró un instante y comentó:
–No puedo imaginar cómo has podido llegar a tener esa opinión sobre mí. Acabamos de conocernos.
–Causa impresión –dijo Becca, deseando que no fuera verdad.
–Se supone que has de estar impresionada –dijo él con ironía–. Si no sobrecogida.
–Lo estoy –contestó Becca, tratando de recordar quién era ella y por qué estaba allí–. Aunque a diferencia de sus subordinados habituales, supongo, estoy más asombrada por su vanidad y arrogancia que por su supuesta magnificencia.
Él sonrió y comentó:
–Y renombrada.
Su mirada se volvió más cálida y Becca sintió que una ola de calor la invadía por dentro. Se preguntó cómo sería si él no fuera uno de ellos. Si no fuera el enemigo. Si esa mirada significara algo de verdad. Pero eso era ridículo.
Theo se movió una pizca en el asiento. Estaba demasiado cerca.
–Es una lástima que hayas elegido odiar de manera indiscriminada a todo el que vas conociendo en esta aventura, Rebecca.
–Es Becca –dijo ella, ignorando que se le había acelerado el pulso–. Y yo no llamaría indiscriminado a mi sentimiento hacia la familia Whitney ni hacia nadie que tenga una relación cercana con ellos. Creo que es una respuesta razonable hacia quienes son. Y también es sentido común.
Hubo una pequeña pausa llena de tensión.
–Todo el mundo es más complicado de lo que aparenta en la superficie –dijo Theo–. Hará bien en recordarlo.
–Yo no soy nada complicada –contestó Becca, acomodándose en el asiento y cruzando las piernas–. Lo que ves es exactamente lo que hay –añadió al ver que Theo miraba con disgusto sus pantalones vaqueros viejos y sus botas.
–Santo cielo –dijo Theo, mirándola de arriba abajo–. Espero que no.
Becca sintió que se le ponían los pelos de punta, pero sonrió.
–¿Así es como va ganándose a la gente? –le preguntó–. Porque he de decirle que debe trabajar su manera de entablar relaciones.
–No tengo que ganarte –dijo él, mirándola fijamente con una sonrisa–. Ya te he comprado.
Theo vivía en un ático de dos plantas en Tribeca. Al salir del ascensor más lujoso que Becca había visto jamás, la guió hasta un recibidor privado de mármol que daba a otra entrada y que estaba decorado con unas estanterías de obra que contenían libros de arte y diversos objetos. La entraba daba a una gran sala de gran altura que tenía unas ventanas en forma de arco que daban a una gran terraza con vistas a la grandiosa Manhattan.
Ella nunca se había sentido tan distante del pequeño apartamento que poseía en un barrio no tan bueno de Boston.
De algún modo, la mansión de los Whitney le había resultado más fácil de aceptar. Su madre le había contado historias sobre su infancia allí y sobre los veranos que pasaban en la casa de Newport, Rhode Island, así que, quizá, Becca esperaba encontrar castillos modernos en la Quinta Avenida. Además, toda esa opulencia formaba parte de la herencia de la familia Whitney desde los días de gloria de sus amigos y contemporáneos de la aristocracia la época dorada, los Carnegie, los Rockefeller y los Vanderbilt.
Pero aquello era diferente. La gente real no vivía de esa manera.
Sin embargo, Theo parecía sentirse como en casa. Estaba hablando por el móvil y murmuraba algo en voz baja mientras paseaba por la elegante habitación.
Becca estaba segura de que todo lo había diseñado y elegido él, desde las alfombras orientales hasta los muebles. El sofá estaba en una esquina, frente a la chimenea y a las maravillosas vistas. También había cuadros en las paredes y las estanterías estaban llenas de libros, esculturas, cajitas y otros objetos. Opulencia allí donde miraba.
¿De veras esperaban que se quedara allí? ¿Con un hombre que paseaba por aquella habitación como si fuera un lugar corriente que no merecía su atención? Un escalofrío recorrió su espalda y provocó que se le pusiera la piel de gallina. ¿En quién se habría convertido cuando terminara todo aquello? Porque sabía que su estancia allí la cambiaría para siempre. ¿En quién se convertiría cuando terminara de hacerse pasar por Larissa?
«Serás tú misma», se recordó. «Y por fin habrás asimilado que esa gente no es importante para ti».
–Muriel te enseñará tus aposentos –dijo él, volviéndose hacia ella.
Becca tragó saliva y miró a la mujer que había entrado en la habitación por una puerta que había a la izquierda. ¿La cocina? ¿La zona de los sirvientes? Todo era posible.
–Tengo que atender unas llamadas, pero vendré a buscarte en cuarenta y cinco minutos –dijo Theo, con un tono profesional, diferente al que había empleado en el coche o en la mansión de los Whitney.
Ella frunció el ceño.
–Bien –contestó, demasiado confusa como para decir nada más. ¿Por qué iba a considerar Theo que aquella situación era otra cosa y no un asunto de negocios? Después de todo, ¿no era ella quien se había imaginado que anteriormente su mirada se había vuelto cálida?
Theo la miró de arriba abajo y ella cerró los puños al sentir que su corazón se aceleraba.
–El primer asunto a tratar será tu cabello –dijo él, entornando los ojos al mirarla.
Becca se tocó la cola de caballo que se había hecho. Recordó que Larissa era famosa por su melena rubia teñida y, aunque no había pensado en los detalles de lo que se disponía a hacer, comprendió que teñirse el cabello tenía sentido.
–¿Me va a teñir de rubia usted mismo? –le preguntó ella, imaginándose sus fuertes manos sobre el cuero cabelludo.
–Te convertiré exactamente en lo que tienes que ser –dijo él, como si hubiese escuchado el peor de sus temores–. La pregunta es si podrás resistirlo.
–Puedo resistir cualquier cosa –contestó.
–Ya lo veremos, ¿no crees?
Y con esas palabras, Theo Markou García se marchó, dejando a Becca abrumada en medio de aquella habitación.
–Acompáñeme –dijo Muriel, sacando a Becca de su ensimismamiento.
«Rubia es una amenaza aún mayor», pensó Theo con resignación.
Entonces, se preguntó por qué había empleado esa palabra. Amenaza. ¿Cómo podía suponer una amenaza? Era Theo Markou García y ella… Ella sería aquélla en la que él la convirtiera. Miró a la chica que estaba sentada frente al espejo de la habitación de invitados dónde la había acomodado. Ella estaba mirando su reflejo con la mirada oscura de sus ojos verdes. Parecía frágil y un poco inquieta, como si no supiera dónde se había metido.
Pero sobre todo, se parecía a Larissa.
Françoise era una peluquera excelente y sumamente discreta. Además, Theo le había pagado una cantidad extra para asegurar su silencio. El cabello de Becca era una sinfonía de tonos rubios, que acentuaban su parecido con Larissa.
Larissa, pero con fuego y emoción en la mirada. Larissa, pero mucho más viva. Más alerta. Sin la mirada sombría.
Quizá tuviera la nariz más fina. Su mentón era un poco más prominente y sus labios más carnosos. Pero había que fijarse mucho para ver las diferencias. Si él no supiera que no era así, habría pensado que aquélla era Larissa Whitney en persona.
Nadie miraría a aquella mujer y pensaría que no era la verdadera. Porque nadie veía lo que no esperaba ver. Theo lo sabía mejor que nadie. Cuando conoció a Larissa, ella pensó que llevaba a casa al tipo de hombre que sus padres odiarían, como un gesto más de rebeldía. Ella no tenía ni idea de lo ambicioso que era Theo. No en un principio.
–El parecido con ella es extraordinario –dijo él, porque llevaba mucho tiempo mirándola y notaba que Becca intentaba ocultar su nerviosismo. Incluso se compadecía de ella. Recordaba lo nervioso que se había puesto cuando Larissa se fijó en él para elegirlo después, y lo helado que se había quedado cuando por fin comprendió que sólo quería utilizarlo para horrorizar y enfurecer a Bradford. Y también lo mucho que le había costado convertirse después en el favorito de Bradford. Ella nunca se lo había perdonado.
Theo se veía reflejado en el espejo, merodeando detrás de ella como un animal. Negó con la cabeza. Así era como Larissa lo había hecho sentir, como un canalla maleducado. Pero ella no era Larissa. Era sólo una copia, y esa mujer no tenía por qué ser más considerada que él. Menos, quizá, puesto que en Manhattan los amigos se hacían por dinero, sobre todo cuando iba emparejado con el poder y la sangre azul.
Cómo deseaba que aquella mujer fuera real. Y que fuera suya.
–Nunca me había dado cuenta antes –dijo Becca, moviendo la cabeza de lado a lado.
Él habría pensado que estaba tranquila de no ser por cómo movía la rodilla con nerviosismo. «Un tic que tendremos que erradicar», pensó él. Larissa nunca había sido nerviosa.
Theo odiaba la idea de que ella estuviera en coma, y que ya se hablara de ella en pasado. Le parecía terriblemente injusto que esa mujer, la que se hacía pasar por ella, fuera tan enérgica cuando Larissa no podría volver a serlo nunca más. Que Becca estuviese liberada de todo lo que había aplastado y arruinado a Larissa. Que se pareciera tanto a lo que Larissa había sido mucho tiempo atrás, cuando él la vio por primera vez y, en cualquier caso, a como él había pensado que era antes de conocerla de verdad.
–Me cuesta creerlo –dijo él–. Larissa es una célebre belleza mundial. Por tanto, con tu constitución y el parecido que tienes con ella, tú también lo eres.
Ella lo miró a través del espejo.
–Resulta que soy una mujer diferente –arqueó las cejas como retándolo.
Y a pesar de todo, él la deseó.
–Mi vida nunca ha tenido, ni tendrá, nada que ver con mi parecido a Larissa Whitney. De hecho –dijo volviéndose para mirarlo–, te contaré un pequeño secreto. En la mayoría de los lugares, Larissa Whitney es el remate de un chiste.
–Te sugiero que no cuentes el chiste aquí –dijo Theo, y se percató de que a Becca se le sonrojaban las mejillas.
Una ola de deseo lo invadió por dentro, porque Larissa nunca había reaccionado ante él. Ella lo toleraba, lo alejaba de su lado y fingía ser amable si había gente delante, pero nunca reaccionaba ante él. No como una mujer debía responder ante un hombre. No de esa manera.
Pero él no podía permitirse pensar en ello.
No debería desear a ese fantasma. Era la peor de las traiciones. ¿No le había prometido a Larissa que nunca la trataría de ese modo, hiciera lo que hiciera? ¿Independientemente de cómo lo tratara él? ¿Qué tipo de hombre era para ignorar todo eso? Becca sólo podía interesarle por lo que su rostro podía ofrecerle, por lo que él merecía después de todos esos años de juegos y promesas rotas por parte de Larissa. Pero su cuerpo no le prestaba atención. Para nada.
–¿Ya no hay vuelta atrás, no es así? –preguntó Becca–. Me has convertido en ella. Enhorabuena.
Theo esbozó una sonrisa.
–He pedido que te peinen y te tiñan como a ella –la corrigió–. No nos adelantemos. También está el asunto de tu vestuario y, por supuesto, tu historia personal.
–Me duele decir esto pero, en lo que a genética se refiere, soy a Whitney como ella. Lo único es que a mí no me han servido durante toda la vida.
–Pero a ella sí –dijo él con brusquedad–. Y ésa es una de las mayores diferencias que tenemos que pulir si vas a pasar por ella. Larissa asistió a Spence y Choate, y después a Brown. Pasó los veranos navegando en Newport, cuando no estaba viajando por el mundo. Tú no has hecho nada de eso –se encogió de hombros–. No es un juicio de valor, ya sabes, es una realidad.
–Es cierto –dijo Becca. Empezó a mover la rodilla otra vez y, como si no pudiera soportar que él la viera, se puso en pie, moviendo la cabeza para retirar su cabello rubio de su rostro, con un gesto tan parecido al de Larissa que Theo suspiró. Sin embargo, la manera de arquear las cejas y su manera retadora de mover la cabeza, eran de Becca.
–Mi madre falleció tres días después de mi decimoctavo cumpleaños –dijo ella sin emoción en la voz–. Mi hermana y yo consideramos que fue una suerte porque, si yo no hubiese tenido dieciocho años, la habrían apartado de mi lado. Yo tuve que arreglármelas para cuidar de Emily porque nadie más iba a hacerlo. Desde luego, no Larissa o su familia, que podían habernos salvado pero eligieron no hacerlo. Quizá estaban demasiado ocupados navegando en Newport.
Sus palabras de repulsa permanecieron en el aire, y Theo deseó cosas que no podía tener. Igual que las había deseado siempre, aunque había hecho lo posible para que nada, ni nadie, estuviera fuera de su alcance otra vez. Deseaba quitarle el dolor. Rescatarla de la familia Whitney. Del pasado. Y no importaba, porque ella no era Larissa, y Larissa nunca se lo había permitido. Ella se habría mofado de la idea.
–Probablemente no les importaba –dijo Theo con frialdad.
Observó que ella empalidecía y se tambaleaba ligeramente y, durante un instante, se aborreció a sí mismo, porque si alguien podía comprender la complejidad de su amargura, era él. Y lo hacía. Pero había cosas más importantes en juego. No podía perder de vista su objetivo. Nunca lo había hecho, no desde su infancia desesperada en uno de los peores barrios de Miami. Ni siquiera cuando le habría servido para salvar su relación con Larissa. Una vez que consiguiera las acciones, se convertiría en propietario. Sería uno de ellos. Sería algo más que un contratado. Por fin. Haría cualquier cosa por que aquello se convirtiera en realidad.
–Igual que a mí no me importa –continuó–. Esto no es un foro de tus quejas contra la familia Whitney. No es una sesión de terapia.
–Eres un cerdo –soltó ella.
Theo pensó, con cierto humor negro, que en eso era igual que Larissa.
–No me importa lo que pienses sobre los privilegios de tu prima, ni de su mimada existencia, ni de su familia –dijo él, asegurándose de que no cabía duda de cómo estaban las cosas. «Comienza igual que piensas continuar», se dijo, y no podía permitir que aquella mujer lo manipulara. Haciendo que él se preocupara por ella. Era lo que había hecho Larissa y así había terminado–. Estoy seguro de que su riqueza y falta de cuidado te ofenden. No importa. Lo único que importa es que te conviertas en ella, y yo no puedo hacer eso si pierdes el tiempo contándome lo valiosa que ha sido tu vida comparada con la suya, y lo mucho que has luchado. No me importa. ¿Lo comprendes?
–Perfectamente –dijo ella, con la tez pálida pero un brillo especial en su mirada.
«Odio», pensó él. Ninguna novedad.
Lo que sí era una novedad era que él deseara tanto cambiarlo.
–Estupendo –dijo él, y sonrió una pizca. Como si no tuviera la necesidad de disculparse, de hacer que se sintiera mejor o de hacerla comprender. Como si de verdad fuera el monstruo intimidante que, sin duda, ella creía que era. ¿No había hecho todo lo posible para que así fuera?–. Empecemos.
DEBES de quererla mucho –dijo Becca una semana más tarde, durante el desayuno. Hablar no era su intención, pero lo había hecho y sus palabras flotaban en el aire rellenando el espacio entre ambos–, para estar dispuesto a llegar tan lejos para recrearla. Como a la novia de Frankenstein –continuó ella, mientras las estufas caldeaban el ambiente frío del mes de marzo.
–¿Te estoy remendando a base de trocitos? ¿El cuerpo por aquí, un par de brazos por allí? –preguntó Theo sin levantar la vista de la pantalla del ordenador portátil que llevaba a todos sitios–. Creo que el resultado final será un poco más atractivo y delicado que el de Frankenstein.
Una vez más, sus palabras indicaban que bajo aquel oscuro e impenetrable atractivo masculino había un hombre con sentido del humor. A veces, Becca pensaba que despertaría una mañana creyéndose Larissa Whitney.
–Encórvate –dijo él, mirándola de reojo mientras tecleaba en el ordenador–. Larissa no se sentaba tan derecha, como si fuera una estudiante demasiado entusiasta. Estaba harta. Aburrida. Se recostaba y esperaba a que la sirvieran.
Becca arqueó la espalda y se acomodó en la silla como si fuera un pachá. Igual que él.
–Parece encantadora –dijo ella–. Como siempre.
Había sido una semana larga.
Becca no era actriz y nunca había intentado serlo así que, quizá, aquello era una parte del trabajo de actor que ella nunca había tenido en cuenta. Se había sorprendido al descubrir que Theo quería que ella conociera todos los aspectos de la vida de Larissa como si en cualquier momento pudieran preguntarle.
–No recuerdo quiénes eran mis amigas en sexto –protestó más tarde, sentada frente a los montones de notas, fotografías, papeles y anuarios que Theo le había sacado para que revisara y que estaban extendidos sobre la mesa de caoba que había en la biblioteca.
Theo estaba sentado en una de las butacas de cuero que había junto a la chimenea de piedra, jugando con un globo terráqueo.
–Sospecho que lo harías si entre tus amigas estuvieran las Rockefeller, algunas estrellas de cine y miembros de la realeza europea.
¿Cómo podía discutírselo? Becca apretó los dientes y comenzó a leer lo que él había colocado frente a ella, descubriendo uno a uno los aspectos de la vida de Larissa Whitney. Intentó no fijarse en que su vida parecía un sueño para alguien como ella. Viajes por Europa, vacaciones en Hawái y ranchos de lujo junto a las montañas Rocosas. Estancias en las Maldivas por Semana Santa, fiestas de fin de semana en los Hamptons. Fiestas de Año Nuevo en las mansiones de Cape Cod y vacaciones con la familia en la casa de la playa que tenían en Newport. Equitación, clases de baile, de inglés, de francés e italiano con profesores particulares… Puro lujo servido en bandeja de plata. Una y otra vez.
Becca era un año o así más joven que Larissa, y cuanto más leía sobre cómo se había criado su prima, más le costaba seguir en la brecha. Pero lo hizo.
Los días se convirtieron en una rutina. Se levantaba temprano para desayunar con Theo, después pasaba una hora en el gimnasio privado, situado cerca del despacho de Theo en la primera planta del ático, con el entrenador personal más sádico posible: Theo en persona.
–Estoy en perfecta forma física –dijo ella, cuando él le mandó que levantara más peso antes de hacer otra serie de carrera en la cinta de correr. Becca había llegado a odiar la cinta de correr.
–Nadie lo discute –dijo él. Su manera de mirarla hizo que ella deseara llevar una capa larga en lugar de un top y un pantalón corto.
Becca sintió que su cuerpo reaccionaba y que se le erizaba el vello.
–No estamos hablando de nuestra realidad. Estamos hablando de la estética exigida en los círculos en los que se mueve Larissa.
–¿Te refieres a esos círculos donde no se come y se consumen todo tipo de drogas caras? –contestó ella.
–Larissa solía hacer de modelo en su tiempo libre, Rebecca –dijo él, en tono cortante, como mofándose de ella por creer que tenía derecho a opinar–. No sé si últimamente has mirado las revistas de moda pero, por desgracia, la imagen preferida es la de las chicas escuálidas. Tú no estás lo suficientemente delgada.
–Me llamo Becca –dijo ella, jadeando a causa de la mezcla de ejercicio, rabia y la presencia de Theo, vestido con pantalón corto y una camiseta apretada que resaltaba sus músculos.
–Corre más deprisa –le aconsejó él–. Y habla menos.
Era un hombre imposible y exasperante. Ésa era la conclusión a la que había llegado durante la primera semana en su compañía constante. Horas interminables de estudio sobre la vida de Larissa, tardes dedicadas al maquillaje y al vestuario, en las que tenía que probarse la ropa de Larissa, demasiado pequeña, descocada y estrafalaria para Becca.
–Este vestido me queda ridículo –murmuró en una ocasión–. ¿Dónde se puede ir con esto?
–Es un vestido hecho a medida por Valentino –le había contestado Theo arqueando las cejas, como si estuviera sorprendido por que Becca no lo hubiese sabido.
–No me importa lo que sea –contestó Becca sonrojándose. Una vez más había demostrado que era una provinciana aunque nunca lo admitiría. Nunca. Ella lo miró a través del espejo del vestidor de la habitación de invitados–. Es muy feo.
–Tu trabajo no es elegir las prendas que te gustaría ponerte durante un día en tu vida –contestó Theo, con ese tono que hacía que ella deseara obedecerlo, complacerlo, casi tanto como deseaba salir corriendo de su lado.
Él se acercó a ella y se colocó detrás.
–Porque ese día sería peor que enfrentarme a la muerte –dijo ella, fingiendo que no había notado el calor que desprendía su cuerpo al estar tan cerca. Ni cómo se le habían endurecido los senos y cómo le ardía la piel. Se odiaba por tanta debilidad.
–La idea es observar un vestido como éste y tratar de comprende el arte de su creación –dijo él, acercando la cabeza a la de ella. El brillo de su mirada la hizo creer que él no era lo que parecía. Que no era otro de los acólitos de la familia Whitney.
–Larissa tenía mucho estilo propio. Tú no tendrás que vestirte sin ayuda, pero comprender lo que le gustaba te ayudará a comprenderla a ella.
–Lo único que comprendo es que la gente rica tiene el tiempo y el dinero para elegir ropa para aparentar en lugar de para un propósito, como vestirse sin más.
–Eligen vidas enteras sólo para aparentar –dijo Theo, mirándola a los ojos–. Porque pueden.
–Y cuando hablas de ellos, también te refieres a ti –susurró ella, desesperada por parecer feroz y no sólo desafiante.
–Estás aquí para entender a Larissa –dijo él–. No a mí. Y no deberías intentarlo. Dudo que te guste lo que vas a encontrar.
¿Qué quería decir? ¿Qué durante un instante ella había deseado ser Larissa para él?
Era más fácil cuando él estaba atendiendo a sus múltiples tareas como director ejecutivo de Whitney Media, encerrado en el despacho de casa que tenía ascensor propio, de forma que las numerosas reuniones podían celebrarse sin que nadie se sentara al otro lado del recibidor mientras ella aprendía a ser una dama aburrida e insulsa de la alta sociedad que se suponía estaba ingresada en un centro de rehabilitación, a salvo de los periodistas.
Pero la falta de accesibilidad de Larissa no servía para evitar que en los periódicos se especulara sobre su desmayo en público. Habían contratado a médicos, que nunca la habían tratado, para que opinaran sobre el proceso del tratamiento. Y habían publicado varias de sus fotos más vergonzosas bajo llamativos titulares que supuestamente expresaban preocupación. Becca estaba casi tentada de sentir lástima por la pobre chica. Casi.
Becca pasaba muchas horas en casa paseando de un lado a otro como un fantasma. La presencia de Theo la inquietaba y la enfurecía, pero no podía negar que se le aceleraba el corazón cada vez que él regresaba a su lado. Estaba deseando que llegara ese momento, y las noches durante las que aprendía modales para cenar con la realeza. Cómo levantarse, cómo sentarse, cómo reírse, y cómo aparentar indiferencia de un modo educado. Cada vez esperaba con más ilusión el momento de dialogar con él, mucho más de lo que debería. Más de lo que estaba dispuesta a admitir, incluso a sí misma.
Había algo en su carácter oscuro que la atraía, por mucho que ella quisiera negarlo. Algo que la inquietaba y que la mantenía despierta hasta altas horas de la noche, moviéndose en aquella cama lujosa en la que no conseguía sentirse cómoda. Algo que parecía convocarla, y que sonaba como una melodía que ella había estado esperando cantar durante toda su vida.
«No seas ridícula», se dijo, cuando el sonido de los coches y las sirenas que provenía de las calles de Nueva York la hizo volver a la realidad de aquella mañana, en la terraza. «Ese hombre está enamorado de su prometida, una mujer que está en coma. Y tú estás teniendo síntomas del síndrome de Estocolmo».
–Lo tuyo es verdad –dijo en voz alta, sin pensar en las consecuencias. Como si no tuviera que pagar el precio por su estupidez.
–¿El qué? –preguntó él sin mirarla, mientras seguía tecleando en el ordenador.
–La amas –se fijó en el perfil de su atractivo rostro, en su mentón masculino y en su cabello oscuro–. Amas a Larissa.
Él la miró fijamente.
–Era mi prometida –le dijo, con ese tono cortante que significaba que era mejor que se callara. Él estaba perdiendo la paciencia.
Pero ella no consiguió hacerlo. Había algo formándose en su interior que no podía comprender qué era, pero que hacía que sintiera ganas de provocarlo y ni siquiera sabía por qué. Porque ella no podía, y no quería, desear a aquel hombre de ese modo. No de la manera en que él deseaba a Larissa, su princesa perfecta.
–Ella tenía un amante –le dijo sin temer las consecuencias–. ¿Qué crees que él siente por ella?