Asesinato en la calle 9 - Evelyn Barría Valencia - E-Book

Asesinato en la calle 9 E-Book

Evelyn Barría Valencia

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No sabía con qué me encontraría, tampoco si era buena o mala idea ir a la cita, pero tendría que averiguarlo. No rastreé la llamada, porque de seguro era un teléfono público y no perdería tiempo en esos detalles. Lois, siempre me regañaba por ser tan confiada, y le rebatía diciendo que los años de experiencia me habían ayudado a ser precavida y que nada me sucedería. Tuve la oportunidad de entrevistar a Melissa, al día siguiente, una amiga cercana a la Sra. Jefferson, quien me contó muchos detalles de la vida de la joven. Me dijo además que la policía le hizo unas cuantas preguntas y la dejó ir. Le hablé del alcance de nombres entre ellas". Asesinato en la calle 9, novela extraordinaria, sus páginas están llenas de tensión al igual que como lo hace la gran novela negra. Los lectores no tienen pausa, no descansan, son atrapados por una historia que los interpela, que busca su complicidad para encontrar la verdad y hallar a los culpables.

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Asesinato en la calle 9 ©Evelyn Barria Valencia Primera edición: septiembre 2021 © MAGO Editores Director: Máximo G. Sáez [email protected] Número de Registro de Inscripción: 2022-A-5456 ISBN: 978-956-317-707-7 Diseño y diagramación: Sergio Cruz Edición electrónica: Sergio Cruz Lectura y revisión: Aybiana Rodríguez Villarroel Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

Capítulo 1 PRESENTACIÓN DEL CASO

Cada vez que lo pienso, no lo puedo creer. Fui tan feliz y de un segundo a otro, todo se vino abajo. Yo hice lo posible para que esto funcionara, pero nada fue suficiente y menos para alguien que exige cosas inalcanzables. Nuestra historia quedó atrás. No pude repuntar, no salí a flote. Hubo una y mil señales, el mismo cielo lo advertía, pero ya se escribían entre mis tristezas el último renglón de mis días.

Aparentemente me equivoqué, un hombre como tú no sabe de lealtades, no entiende nada. Me llevaré lo que es mío, empezando por el perro, que es mi único y fiel compañero.

Siempre esperé una reacción de tu parte, algo que me diera esperanzas pero no puedo soportar más. Tus insultos y humillaciones, son el pan de cada día.

Esto tiene que terminar, por eso me voy. Quédate con los recuerdos y con tu gran casa y lujos, que yo comenzaré de nuevo en otro lugar, uno en el que sea completamente feliz.

¡Sí! Ya no lucho más, me cansé de las mentiras y de todo aquello que no llega a nada. Para qué hablar. Ya no tengo palabras, ya no existen ni en mi mente.

Ilusionada era la palabra que me definía ¿Y de qué sirvió? Sé, cuando las paredes no contestan, porque no tienen boca y menos oídos para escuchar estos gritos de angustia y desesperación.

No hay un futuro, en este lugar, por eso, tomo mis maletas para ir a quizá dónde me depare el destino.

O tal vez, sí lo sé, siempre lo supe, es solo que hoy tengo el coraje de partir, y hacerlo por mí y para mí.

Jamás te fallé, fui leal desde el primer momento, en cambio tú, siempre dándome excusas por llegar tarde.

Estoy seca, vacía, ni una gota de lágrimas me queda. Es triste, sí muy triste. Pero no tiene remedio, porque no quisiste amarme como debías.

Fuiste un mal esposo, cruel, egoísta, y te dejo porque no es lo que quiero para mí. Búscate otra tonta que baile a tu ritmo, porque esta, se hastió.

Falsa me llamaste una vez, con qué cara lo hiciste, cuando tú finges ser una gran persona, muy amable y todo eso, pero a nadie engañas.

Ellos, los vecinos tratan de disimular, pero se les nota, ellos saben, lo presienten, y no hablan por temor.

Rara vez me equivoco, pero contigo metí la pata hasta el fondo, dejaré esta nota, por si algo me pasa, porque te tengo miedo pero no tanto como para no largarme de aquí.

Si pudiera enumerar todo lo malo que me has hecho estaría una tarde entera inspirando lástima, por eso te dejo, no te aguanto más.

Oscuros fueron mis días contigo, me arrepiento cuando dije sí en el altar.

No sé si lo entiendas y no me importa, no me busques, déjame en paz. Que yo no regresaré ni por todo el oro del mundo. Adiós.

Elisa Jefferson.

Esto fue lo que se encontró a los pies del depósito de basura de la calle 9. La policía lo tomó como una pista, después de la desaparición de la señora Jefferson. Todos los elementos servirían para comenzar esta investigación.

Después de dos días de acontecido el hecho, me llamaron para ver en qué podía ayudar. Creo que se demoraron bastante. Ellos saben que los he ayudado en un sinfín de casos y este no sería distinto.

Al principio no entendí muy bien el actuar de la policía, pues dijeron que ese escrito se encontró a cinco cuadras de la casa de Elisa. La pregunta es: ¿qué los llevó a esculcar en los basureros? ¿Alguien les dijo que buscaran precisamente allí? De todas formas, la investigación que yo haría sería práctica y completa.

Al salir del Departamento de Personas Desaparecidas, me encontré con el detective quien llevaba el caso, me miró y dijo:

—¿Cómo está, Margaret?

—Un poco confundida con este caso —contesté.

—¿Confundida por qué? ¿Acaso los años pesan? —preguntó irónico e irrespetuosamente.

—Confundida por ustedes mismos —le dije—. ¡Ahora les dio por curiosear en la basura! —contesté.

Creo haberle hecho una seña con la mano, o mi dedo, no lo recuerdo bien. No sé por qué me tomaba la molestia de ir a la Unidad a leer el oficio, ellos no confiaban en mí.

Después de la desaparición de la señora Jefferson, el marido no mostró interés. Dijo que se había marchado por su voluntad, porque la relación no se encontraba en buenos términos. Y por ello se dirigió a la estación de Policía a colocar la denuncia por presunta desgracia, tres días después.

Los vecinos, por otro lado, no fueron de gran ayuda.

—Eran una linda pareja —dijo la anciana de la casa de la esquina—. Pero muy reservados —agregó.

Otros comentaron no saber mucho al respecto, porque era un matrimonio muy silencioso. Todo esto según el reporte.

La vieja cafetera alardeaba al estar lista. No sé cómo no sufro del estómago si bebo tanto café.

—¡Bien, unas rosquillas y a mi escritorio! —dije animosamente. Quería descifrar todo esto.

Tomé unas notas que tenía en la mesa y comencé a hojearlas, cuando de pronto recibí una llamada

—¡¿Aló?! —contesté como casi preguntando.

—¿Es usted la señora Dixon? —dijo la voz del otro lado del auricular.

—Así es, ¿con quién tengo el gusto de hablar? —respondí muy cordial.

—Usted no me conoce, tengo información sobre los Jefferson —dijo susurrando. Sin más le di una dirección y hora para juntarnos a conversar del tema.

No sabía con qué me encontraría, tampoco si era buena o mala idea ir a la cita, pero tendría que averiguarlo. No rastreé la llamada, porque de seguro era un teléfono público y no perdería tiempo en esos detalles.

Lois, siempre me regañaba por ser tan confiada, y le rebatía diciendo que los años de experiencia me habían ayudado a ser precavida y que nada me sucedería.

Tuve la oportunidad de entrevistar a Melissa, al día siguiente, una amiga cercana a la Sra. Jefferson, quien me contó muchos detalles de la vida de la joven. Me dijo además que la policía le hizo unas cuantas preguntas y la dejó ir. Le hablé del alcance de nombres entre ellas.

—Siempre bromeábamos con lo mismo, la extraño mucho —dijo.

Luego me contó cómo se conocieron, y de la estrecha amistad que fueron forjando a través de los años, pero esta se vio afectada cuando Elisa conoció a Richard, su esposo. Dijo que su cercanía no volvió a ser la misma, porque que él era muy controlador.

—¿Podría decirse que este hombre, la restringía? Es decir, ¿no le permitía que ustedes se vieran mucho? —pregunté.

—¡Sí, así es! Ya este último mes, casi no nos veíamos, porque Elisa temía salir de su casa y que su marido no la hallase —contestó la amiga.

Yo no quería inducir las respuestas de ella, pero tampoco decía mucho como para comenzar a armar este caso.

Melissa me mostró unasselfies que se habían tomado. Dijo que databan de más o menos hace un año atrás, antes de que Richard comenzara con las amenazas.

—¡¿Cómo?! ¿El Sr. Jefferson la amenazaba? —le dije con voz fuerte.

—¡No, a mí no, Sra. Dixon, sino a mi amiga! —dijo alterada.

De verdad esta mujer era un poco tonta. La conversación me estaba cansando, su relato, aunque coherente, era muy precario, y sentía que le sacaba las palabras con tirabuzón.

Por supuesto que sí dije restringirla; me refería a su esposa, y no a ella… pero ¡ay! ¡Qué poca comprensión en la comunicación!

En fin, no puedo pedirle peras al olmo como decía mi abuela.

Mientras ella se esmaltaba las uñas, pregunté por las fotos aquellas para haber si con mi experiencia, lograba agarrar alguna pista y se las pedí pero se negó, me dijo que era lo único que tenía de ella y no quería perderlas. Entonces las escaneó y las envió a mi correo, en eso sí era experta.

Tres horas habían pasado y no tenía claro cómo relacionar esto, con la investigación paralela que llevaba la policía.

Melissa había dicho que su amiga y ella frecuentaban lugares antes de que su esposo comenzara a controlarla. Mi pregunta fue, ¿por qué la amenazaba? Si Elisa no hacía nada malo, ¿o sí? No creo que el juntarse con una amiga de vez en cuando sea algo como para romper un matrimonio. Pienso que todas lo hemos hecho alguna vez. Y vino a mi mente, una foto en particular. Ambas lucían muy elegantes en un bar de la ciudad. En ella se veía un hombre sonriendo como quien es parte de la celebración este estaba tras la barra de los tragos. ¿Sería el barman amigo de ellas? ¿Y por qué no? Nada de malo era tenerlo como amigo, así podrían ahorrarse un poco de dinero. La juventud actual se toma muchas fotografías al azar, algunas extrañas y otras indecibles. O quizá un romance escondido… ¡Mmmh! No creo ¿Y si así fuese? No lo sé, decidí dejarlo hasta ahí. Necesitaba avanzar con este caso, pero ya era muy tarde y estaba exhausta. La locomoción no es muy útil estos días, y tardo mucho para ir de un lugar a otro.

Llegué a casa, con los zapatos en la mano y con ganas de tomar un poco de agua.

—Llamó un hombre, Margaret —dijo Lois.

—¿Apuntaste su nombre? —pregunté.

—Mh, no —contestó Lois—. Solo que te recordara la cita de mañana a las seis de la tarde.

¡La cita! pensé y corrí rauda al escritorio a tomar mi vieja grabadora, colocándola en mi bolso. Sabía que lo que fuese que grabara no me serviría en un juicio, siempre y cuando la persona consintiera, pero al menos me ayudaría con mis apuntes. Me fui a la cama.

Lois, quien había estado en mi familia por años, me llevó un vaso de agua a la habitación y me pidió que descansara; a mi edad ya no debiera andar a las carreras.

—¡¿A mi edad?! —le grité—. Tú tampoco eres una jovencita Lois.

—¡No, no lo soy, pero al menos tengo un trabajo que aunque pesado, no es de alto riesgo! ¡Y lo de pesado lo digo por atenderte a ti! —me dijo muy enojada cerrando la puerta en mis narices.

¿Quién hubiese pensado que mi dulce sirvienta, se convertiría en una vieja cascarrabias? Je, je, je, me reí. Lois era mi mejor amiga, y parte de mi historia. Seguro al día siguiente me trataría como que nada pasó.

El tráfico había estado muy congestionado un par de horas atrás, por lo que decidí viajar en tren subterráneo.

Al llegar a la cafetería de la calle Willson, me fijé en un hombre que estaba sentado en una banqueta fuera de la florería y que tenía una boina blanca. Me llamó la atención por el color de esta, también por sus rasgos poco comunes. Debo haber estado mirándolo con demasiado interés, porque al parecer se sintió incómodo y se marchó.

Cuando por fin, llegué al café Danés, me encontré de frente con Silvia, la mesera, quien muy alegre y feliz de verme me saludó:

—¡Hola Margaret! ¿Cómo has estado? —dijo con voz risueña.

—Bien, gracias, aquí con otro caso que resolver —le dije sonriendo.

Ella tomó mi brazo y susurrándome al oído, me dijo que el hombre que estaba sentado justo bajo la ventana había preguntado por mí.

—¿Cómo sabe que frecuentas este lugar? —preguntó ella.

Y le expliqué, que cuando no conozco a alguien que desea hablar conmigo, le propongo que nuestro encuentro sea precisamente ahí, en el café.

—Ustedes me conocen e irán en mi ayuda si las cosas no van del todo bien —le dije.

Caminé lentamente hacia la mesa, muy segura y dispuesta a escuchar lo que aquel tenía que decirme.

—¿Sra. Dixon? —preguntó con temor.

—Sí…, señor… eh —respondí indecisa, no sabía su nombre.

—Salinas —dijo—, Jaime Salinas —respondió temblando.

—Buenas tardes Sr. Salinas, aquí estoy, soy toda oídos —contesté.

Sentándome en frente de él y sacando mi libreta y mi lápiz a la vez.

Comenzó a relatarme todo lo que sabía de la Sra. Jefferson. Dijo que él visitaba a una mujer por ese sector, porque tenía una relación con ella, la que había iniciado ya hace un par de meses. Sus citas eran clandestinas, debido a que la mujer en cuestión estaba casada. Y aunque esto no fue relevante, vio a Elisa llegar muy ebria por las madrugadas, las veces que visitó a Laura.

—¡¿Y eso qué tiene que ver con el caso?! —pregunté.

—Mucho —contestó— porque Laura comentó que su vecina de cuadra, manifestaba el temor y el sufrimiento que Richard le provocaba, y el peligro que corría al ser víctima de sus maltratos.

—¿Y si su vida corría peligro, por qué no hizo la denuncia? Además, no creo que el Sr. Jefferson le permitiera llegar en esas condiciones, si se decía que era un maltratador. ¿No cree usted? —pregunté capciosamente.

—Por lo mismo —contestó—. Su conducta era muy extraña. Esa vez que nos topamos, se me insinuó y me pidió llevarla lejos de allí.

—¿Esto se lo comentó a la policía? —pregunté.

—No quise comentárselos, la verdad es que tengo algunos asuntillos pendientes por ahí, y preferí llamarla a usted —contestó.

—¿Piensa entonces, que la Sra. Jefferson, fue asesinada y no está desaparecida? —dije.

—No lo sé, pero, es probable que el marido tenga que ver con todo esto. ¿No cree usted? —preguntó subiendo una ceja.

—No estoy aquí para creer nada, Sr. Salinas, estoy para averiguar qué es lo que realmente pasó —le dije.

Seguimos hablando de Elisa y de la vida tormentosa al lado de su esposo. Hasta que quedamos de vernos en un par de días. Salinas se comprometió a entregarme más información, dijo que indagaría en profundidad sobre el tema. Y yo quedé en contarle cómo iba avanzando en mi investigación. Aunque aquí entre nosotros, no le diría nada. No podía confiar en alguien a quien no conocía.

Por otra parte, todos los datos correctos e incorrectos me servían, así iría descartando y jugaría menos con las probabilidades.

Salinas también me dijo, que el escrito encontrado en la basura, lo había hallado un indigente, que tiende a pasearse los días en que los vecinos dejan sus desperdicios. Al tomarlo, pensó que era parte de un libro, pero luego al ver las manchas de sangre lo llevó a la policía.

¡Qué extraño! ¿Por qué el detective a cargo no mencionó a este hombre? Nunca se habló de manchas de sangre. Todo esto me parecía raro, por decirlo coloquialmente, pero tendría que indagar con rapidez y comenzar mi jugada.

A la mañana siguiente, partí rumbo a casa de la amante de Salinas. Necesitaba saber si ella tenía información relevante sobre la vida de la desaparecida. En un principio dijo que era una mujer muy reservada. Al menos eso fue lo que leí en el informe.

Tuve que esperar unos veinte minutos antes de que apareciera en su coche. Cuando se dirigía hacia la puerta de entrada, me bajé del vehículo y fui a su encuentro. Me acerqué por detrás sigilosamente más no alcancé a pronunciar palabra. Ella me vio antes.

—Si me viene a vender algo, le advierto que no tengo tiempo para atenderla —dijo.

—¡Oh, no, señora! –le contesté sonriente—. Mi nombre es Margaret Dixon y soy… —me interrumpió diciendo.

—¡Ah, sí! La detective privada. —Con pocas ganas de verme.

Pasamos a la sala, no sentamos frente a frente y me ofreció algo de beber, pero le dije que no podía aceptar nada en horas de trabajo. En verdad soy muy desconfiada; según Lois, paranoica, pero no voy a arriesgar mi vida, ni por un vaso de agua, ni por un apetitoso café. De todas formas se lo agradecí.

—Usted se preguntará cómo sé quién es usted, ¿verdad? —me dijo.

—Me imagino que el señor Salinas le habló de mí —contesté.

Ella abrió grandemente los ojos y con sus labios me hizo un gesto como de que bajara la voz. Su esposo estaba durmiendo y por supuesto no debía enterarse. Incluso me dijo que si él aparecía por la puerta yo fingiera que era una vendedora.

¡Vendedora! ¿Y de qué? ¡Oh, no! ahora tenía que mentir sobre mi profesión. Eso no estaba bien, pensé.

Estuvimos conversando cerca de cuarenta minutos. En un principio su relato, no fue de mucha ayuda, dijo que Elisa era una mujer reservada, pero que luego pudo darse cuenta de que era maltratada por su esposo, o así se lo contó ella, y de lo mal que lo pasaba cuando él estaba en casa todo un fin de semana.

—No podía salir, no podía arreglarse porque Richard se enojaba —dijo y siguió—. En una ocasión me contó que ella estaba maquillándose para ir a un bar, pero Jefferson le golpeó a la cara, con eso dejó implícito de que si no iba a salir con él, no saldría con nadie —dijo.

—¿Pero usted mencionó esto a la policía? —pregunté.

—¡Oh, no! No les dije nada, en verdad, no me gustan esas cosas de la policía —contestó.

—¡Pero sí me lo cuenta a mí! —le dije—. ¿No es extraño? —pregunté.

Ella se puso un tanto nerviosa. Me dijo que Salinas había hablado con ella y que sabía que yo la contactaría. Que podía confiar en mí, y que no tuviera temor de contarme todo lo que pudiera. No sé cómo Salinas de pronto me conocía tanto, o tanta confianza yo le inspiraba para recomendarme sin saber mucho de mí, en realidad sin saber absolutamente nada de mi persona. Pero al mismo tiempo entendí, que prefería que Laura hablara conmigo y no con la policía. Ellos de seguro indagarían más de la cuenta y su relación saldría a la luz.

Sobre si Jaime tenía o no manchados los papeles, no era de mi incumbencia, por lo menos no por ahora.

Cuando ya se hacía la hora de irme, Laura me detuvo y me pidió que me quedara unos diez minutos más. Se levantó del sillón y fue silenciosamente hacia la puerta de la sala; miró hacia el corredor y luego insinuó que la siguiera a la biblioteca.

La seguí, nos sentamos, me ofreció algo de beber nuevamente, pero volví a rechazar su amable gesto. Estaba empeñada en conseguir más información. Y así se lo hice saber. Ella jugaba con sus manos y cruzaba las piernas. Creo que hasta le podía escuchar el latido del corazón.

—La verdad, todo esto de la desaparición de Elisa, me tiene un poco consternada. Usted comprenderá que una no está familiarizada con estas cosas; no son habituales —dijo.

La miré como consintiendo en sus dichos y traté de darle confianza para que me contara todo lo que sabía.

—Elisa hacía creer que era abusada, pero en verdad ella era la dominante en su matrimonio. No tengo pruebas, pero una se da cuenta de ciertas actitudes y puedo ser honesta al decir que esta desaparición es muy extraña. El Sr. Jefferson es una persona tranquila, al menos eso se podía observar —dijo.

—Pero usted mencionó que él la maltrataba y hasta la golpeó una vez —le dije.

—Así es, pero eso es lo que ella decía, yo nunca vi al señor Jefferson maltratarla. Al contrario, es un hombre reservado —aseguró.

El perfil de Elisa estaba cambiando, Laura había aportado con sus comentarios y aunque cualquiera puede hablar sobre una persona, algo me decía que por ahí estaba la punta de la madeja del hilo. Luego de haberla escuchado, le agradecí.

—Todo sirve para la investigación, gracias por su tiempo —le dije.

—Gracias a usted, Dixon, me saqué un gran peso de encima —contestó.

Comencé por el escrito, lo leí una y otra vez, pero no pude sacar conclusiones. Creo que deben haber transcurrido un par de horas, cuando Lois me llamó para almorzar y preguntó:

—¿Nada bueno trae este caso, verdad?

—No lo sé —le dije—, hay algo en todo esto que me parece extraño.

—Lo que sea que suceda, no evitará que comas estos tallarines al pesto que están deliciosos —me dijo desde la cocina.

—Y el küchen de manzanas, seguro que estará mucho mejor —le contesté. Ambas reímos y saboreamos la comida.

Esa tarde iría a conversar con el señor Jefferson, pero no antes de repasar una y otra vez mis notas:

Melissa no había sido de gran ayuda, dijo que en el último tiempo su amiga temía por su vida y me entregó un par de fotografías, pero nada muy íntimo como para indagar más sobre la extraña desaparición.Jaime por otra parte, señaló a Elisa como alguien sumisa, sufrida por los maltratos de su esposo, y al mismo tiempo como una mujer fácil, al insinuársele y llegar ebria por las noches. Qué contradicción en un mismo relato. Por lo general, las personas que son abusadas son tímidas, carecen de actitud y personalidad. ¿Cómo se condice eso con llegar a casa borracha? ¡Oh, no! Alguien de seguro no estaba diciendo toda la verdad.Laura, dijo en un principio que Elisa era víctima de violencia, pero luego entrando en confianza, pensaba que todo esto de los malos tratos no era verdad, más bien una treta para hacer creer a los vecinos de su triste y apestada vida. ¿Pero qué ganaba la Sra. Jefferson con todo esto? ¿Lástima? ¿O una coartada para un caso de misterio? No lo sé, todo era posible a estas alturas de la investigación. Finalmente, la policía mencionó la carta encontrada, pero no las manchas de sangre en ella, además no habían sido específicos de cómo la hallaron, y por qué precisamente escarbaban en la basura. ¿Qué ocultaban todas estas personas, y dónde estaba la Sra. Jefferson?

Tomé un taxi hacia la calle 9. Me bajé con toda la intención de conseguir mucha información, pero los vecinos no aportaron nada nuevo, estuve allí por una hora más o menos. Se preguntarán por qué no fui a hablar con el marido primero, pero no quería tener una declaración exactamente a la anterior, por eso, había dejado pasar unos días. Así que cuando fuera mi turno, él tendría la mente despejada.

Toqué a la puerta, y abrió una mujer joven quien me llevó hasta la salita que queda detrás del comedor.

Pasaron solo unos minutos y apareció Richard Jefferson, muy cabizbajo y en ropa casual. Se sentó frente a mí y me ofreció algo de tomar. Generalmente no suelo aceptar nada como se los mencioné anteriormente, pero esta vez sí lo hice, un café y unas galletitas de mantequilla.

—Adelante, Sra. Dixon dijo Richard, coma y beba tranquila. No hay veneno por si eso le preocupa —dijo y siguió—. Ella es mi hermana, que vino a visitarme —refiriéndose a la muchacha. No alcancé a hilar palabra cuando sigue—. Me imagino que soy el principal sospechoso de la desaparición de mi mujer, y eso me convierte en un presunto criminal, ¿no es cierto? —finalizó.

—La verdad Sr. Jefferson, no estoy aquí para sacar conclusiones apresuradas —le dije—, sino más bien para que me ayude a desenredar todo esto. Usted tiene razón al decir que el conyugue es el principal sospechoso, en todo tipo de casos. Pero criminal, no lo creo, a no ser que usted haya asesinado a su esposa, y espero este, no sea el caso —finalicé.

—Usted está más familiarizada con los términos, detective —me dijo y sonrió.

De pronto, se levantó del asiento, y con su café en la mano, comenzó a relatarme cómo conoció a Elisa.

—Habíamos ido con unos amigos a jugar bowling al club Hertnich esa tarde —dijo—, y vimos dos muchachas muy simpáticas sentadas cerca de nuestro puesto. John, quien es un galán de tomo y lomo, les habló y las invitó a jugar. —Sonrió—. Después, nos fuimos a comer algo a un restaurante cercano, desde ese momento, nunca más nos separamos —dijo.

—¿Hasta ahora? —pregunté.

—Así es —contestó.

—¿Cuáles eran los gustos de su mujer? —le dije.

—A ella le gustaban las casas grandes, las comodidades y sobre todo viajar. Ella quería ir a Long Island —dijo.

También mencionó la triste infancia que tuvo Elisa y de lo bien que ambos se acoplaron. Cada vez que hablaba de ella se veía más enamorado, me dijo que hace un tiempo la relación entre ambos comenzó a quebrarse y él no supo qué hacer. Estaba tan emocionado contándome, hasta cuando hizo la pausa de la tristeza. La llamo así cuando las personas, se detienen al hablar y tragan saliva como si les doliera la garganta. En fin, su rostro había cambiado y aunque habló muchas cosas, que no eran una pista directa al caso, toda información servía.

—Los primeros tres años de nuestro matrimonio, fueron bastante buenos. Compré la casa de sus sueños, renové los vehículos y le pagué unos cursos de natación que ella tanto quería —afirmó.

—¿Qué profesión tenía la Sra. Jefferson? —pregunté.

—Ninguna —contestó—. Ella quería estudiar en la universidad, pero nunca logré saber qué carrera en específico —dijo.

Esto me sonaba a que la mujer era muy afortunada o suertuda, como decían en mi pueblo. Pero si a Richard no le molestaba atenderla y mantenerla con sus lujos. ¿Por qué querría hacerle daño? No creo que quisiera deshacerse de ella en caso de que así fuese. Aunque un amante pudo ser el motivo. La verdad es que cualquier cosa puede ser el detonante para tal efecto. ¿Sería que el marido la había asesinado y ocultó el cadáver en algún lugar? ¿Pero por qué asesinarla? Era mucho más fácil divorciarse y compensarla con algo de dinero. ¿Y si se casaron con bienes en común? Entonces debía darle la mitad de todo lo que poseían y eso no le convenía a él.

No saco conclusiones apresuradas, pero para mí el Sr. Jefferson no cumplía con el perfil ni de un maltratador ni menos de un asesino.