Bajo las estrellas del desierto - Susan Stephens - E-Book

Bajo las estrellas del desierto E-Book

Susan Stephens

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Beschreibung

Tendría que tomar la decisión más complicada de su vida. El jeque Shazim Al Q'Aqabi se quedó espantado al descubrir que la mujer que haría realidad el sueño de su hermano difunto era la bailarina de striptease que había conocido en Londres. Sin embargo, para el gobernante inflexible, el fuerte carácter de Isla Sinclair era como un vaso de agua fría en el desierto. La única amante que había tenido Shazim durante toda su vida había sido el deber. En ese momento, estaba planteándose una forma mucho más placentera de pasar las noches bajo las estrellas de desierto. Sin embargo, dejarse llevar por el deseo con esa mujer tan inadecuada era comparable a una traición.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2016 Susan Stephens

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Bajo las estrellas del desierto, n.º 2499 - octubre 2016

Título original: In the Sheikh’s Service

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-8769-5

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

QUE hubiese un club de striptease enfrente del restaurante donde estaba cenando con su embajador era una desdichada coincidencia. Debería haber sabido lo que podía esperar cuando le reservaron el sitio favorito del embajador. Estaban en el Soho de Londres, donde los clubs de striptease convivían con los restaurantes más refinados, pero el embajador era un buen amigo y Shazim había cedido a sus deseos de conocer algo nuevo. El inconveniente era que también había acudido el hijo del embajador. Tenía treinta y tantos años y no apartaba la mirada de las chicas que bailaban en el local de enfrente. No le preocupaba solo su falta de modales, tenía algo más irritante todavía, pero, pasara lo que pasase, no permitiría que molestara a las chicas.

–¿Has terminado de comer? –le preguntó el hijo del embajador en tono suplicante–. ¿Podemos echar una ojeada allí?

Era como un cachorrillo anhelante y Shazim tuvo que agarrar una copa para que no la tirara cuando se levantó de la mesa y salió apresuradamente del restaurante. Lo alcanzó en la puerta. Sus guardaespaldas se acercaron, pero les ordenó con la mirada que se retiraran.

–¿No eres un poco mayorcito? –le preguntó señalando hacia los cristales traslúcidos.

El embajador ya se había reunido con ellos y podía producirse una escena.

–Acompáñalo, Shazim –le pidió el embajador–. Por favor, ocúpate de que no se meta en problemas. ¿Lo harías por mí?

Encargó a uno de sus hombres que acompañara al diplomático a su casa, dejó un montón de billetes en la mano del maître y salió del restaurante con el hijo del embajador.

¡Eso era ridículo! Su amiga Chrissie no era plana, pero tampoco era una pechugona, se repetía Isla mientras intentaba cubrir su amplia delantera con la parte superior de un biquini microscópico. Si alguien le hubiese preguntado qué era lo que menos le gustaría hacer, habría contestado que parecer provocativa delante de un local lleno de hombres, y tenía un buen motivo. Sin embargo, Chrissie era una buena amiga y esa noche tenía una emergencia familiar. El pasado no podía afectarla salvo que ella lo permitiera y esa noche no lo permitiría.

La muerte de su madre, hacía año y medio, la había estremecido hasta las entrañas y lo que había pasado justo después del entierro todavía la alteraba, pero era la noche de Chrissie y haría lo que tenía que hacer, si conseguía que sus pechos obedecieran. Se giró y sopesó el riesgo de que los pechos fuesen hacia un lado mientras ella iba hacia el contrario. Era la prueba viviente de que una mujer normal y corriente, más bien gruesa, no podía convertirse en una bailarina de la noche a la mañana. Era una estudiante de veterinaria algo mayor y, lejos de ser glamurosa, solía tener mugre de origen inconfesable debajo de las uñas. En el aspecto positivo, la vestimenta era impresionante. El biquini era de un color rosa oscuro con cuentas de cristal y lentejuelas. Le quedaría precioso a Chrissie o a cualquier mujer con una figura normal, pero ella parecía un bollo envuelto en un papel resplandeciente.

Uno de los muchos trabajos que había hecho para pagarse la universidad había sido dar clase de gimnasia a unos chicos muy entusiastas, pero había llevado un sujetador deportivo, no un biquini de lentejuelas. Esa era la primera vez que le parecía que tener un cuerpo flexible era una ventaja y una desventaja a la vez. Nunca habría aceptado hacer eso si el apuro de Chrissie no hubiese sido mayor que su miedo a parecer que estaba intentando excitar a un hombre. Una vez la acusaron despiadadamente de eso y le dejaron una duda indeleble. Había esperado que la aprensión que estaba sintiendo hubiese desaparecido cuando ensayó los movimientos para el concierto de Navidad en el gimnasio y se dejó llevar. Tenía que olvidarse de sí misma y salir…

–Cinco minutos, por favor –le comunicó la voz anónima de un hombre.

¿Cinco minutos? Necesitaría cinco horas para que no ocurriera ese desastre. Se miró una última vez al espejo y deseó que se le encogieran los pechos.

–¡Allí estaré! –contestó ella mientras se ponía los zapatos con tacón de aguja.

Se los quitaría con los pies en cuanto empezara, pero, según Chrissie, la primera impresión era fundamental y no iba a dejar mal a su amiga.

Gobernar un país conllevaba ciertas cosas que Shazim podía pasar por alto. Por ejemplo, podía tolerar a los vástagos de súbditos leales. Sin embargo, entrar en un club de striptease para evitar que el hijo del embajador maltratara a una de las chicas era algo muy distinto. Casi todos los clubs tenían la norma, muy estricta, de que no se podía tocar, pero el retoño del embajador era de los que hacían lo que querían y luego apelaban a la inmunidad diplomática.

Mientras se abría paso entre los hombres que abarrotaban ese club sofocante, pensó en su hermano mayor y en la fuerza que había necesitado para cargar con el yugo del deber. Ser rey tenía muchas cosas muy gravosas. A él no lo habían educado para ser rey, pero aquella tragedia en el desierto, de la que se consideraba responsable, le había otorgado ese papel y había hecho que conociera la carga que su hermano había acarreado con tan poco esfuerzo. Tras la muerte de su hermano, él, el hermano temerario, había pasado de ser pirómano a bombero y no estaba dispuesto a permitir que el hijo del embajador abochornara a su pueblo.

–¿Desea algo, señor?

Miró a la chica. Era guapa y esbelta, pero sus ojos reflejaban cierta cautela.

–No, gracias.

Lo único que deseaba era que el hijo del embajador saliera del club con el menor jaleo posible.

–¿Un asiento, señor?

Miró a la segunda chica. Tenía los ojos tan apagados como los de la chica que estaba en el escenario en ese momento.

–No, gracias.

Siguió concentrado en su objetivo. Su trabajo en Londres era crucial y no iba permitir que el hijo mimado de un diplomático le diera mala prensa. Crear una reserva natural para especies en peligro de extinción exigía la participación de especialistas y había encontrado todo lo que necesitaba en una universidad cercana donde invertía millones en investigación e instalaciones para que el sueño de su difunto hermano se hiciese realidad.

Hizo un gesto a los guardaespaldas para que se alejaran y agarró del brazo al hijo del embajador, quien intentó zafarse entre improperios, hasta que se dio cuenta de quién era el hombre al que estaba insultando y balbució unas excusas que él no quiso escuchar. Lo arrastró sin contemplaciones y lo mandó con su padre con un buen rapapolvos. Pensó seguir al hijo del embajador cuando algo hizo que se detuviera y mirara al escenario, donde otra chica estaba a punto de empezar a bailar. Era distinta de las demás, al menos, estaba sonriendo.

–Es fantástica, vaya pechuga… –comentó el hombre que tenía al lado.

Él se sintió molesto por ella, pero, efectivamente, era atractiva. Era más bien gruesa y estaba orgullosa de serlo. Tenía una piel suave como la seda, pero lo que lo atrajo fue su expresión de felicidad. Parecía absorta, pero con un aura que conseguía que todos los hombres del club la miraran embobados. Él se apoyó en una columna y también la miró. Era sexy y sabía lo que hacía, pero no era vulgar. Los hombres que lo rodeaban dejaron de babear y la miraban con más admiración que lascivia. Podría haber hecho lo mismo en una representación para una asociación de familias cristianas y los tendría en la palma de la mano.

Cuando el foco la iluminó, Isla decidió que haría el mejor espectáculo posible por Chrissie. Había habido un ligero altercado. Estaba en medio de uno de los pasos más complicados que había ensayado para la fiesta de Navidad del gimnasio cuando expulsaron a alguien del club. Chrissie le había avisado de que podía pasar, pero también le había dicho que las chicas estaban muy seguras y que no tenía que preocuparse de nada. En el gimnasio, siempre se dejaba llevar por los movimientos del baile, pero esa noche no podía concentrarse, sobre todo, por culpa del hombre que se había apoyado en una columna y la miraba fijamente. Todos los hombres la miraban, pero ese lo hacía de una forma especial y ella no sabía qué sentir. Parecía de un país remoto y era imponente, pero no era amenazador, seguramente, porque tenía un porte y un aire de dignidad inusitados. Era alto y moreno, su inmaculada camisa blanca contrastaba con un traje oscuro hecho a medida y unas piedras, que podían ser diamantes negros, resplandecían en sus gemelos. Como, evidentemente, él no pensaba marcharse, ella siguió bailando con el poste.

Ya estaba a salvo en el diminuto camerino cuando llamaron a la puerta.

–Adelante…

Se había puesto los vaqueros y las botas, pero se cubrió el sujetador con una bata. Esperaba una visita porque una de las chicas había prometido que aliviaría las actuaciones de Chrissie durante la semana siguiente.

–¡Oh!

Se levantó de un salto y se apoyó en la pared dominada por el miedo. Era un miedo ancestral, pero no menos intenso por eso. Una agresión sexual, fallida gracias a Dios, la había dejado con un miedo instintivo hacia los hombres. Además, ocurrió justo después del entierro de su madre, cuando tenía las emociones a flor de piel. Tomó aire y se recordó que solo tenía que gritar para que acudiera el servicio de seguridad.

–Perdóneme si la he asustado –se disculpó el hombre de la columna con un acento intrigante–. Me han dicho que podía encontrarla aquí.

Ella se calmó, se dijo que no todos los hombres querían atacarla. Además, tenía que pensar en Chrissie, quien necesitaba ese empleo. No iba a organizar un jaleo si no era necesario y si lo era, podía gritar más fuerte que nadie.

–¿Qué desea? –le preguntó en un tono áspero y tenso.

El hombre parecía ocupar todo el espacio y solo podía estar cerca de ella. Era impresionante y eso no hacía que fuese más fácil estar a solas con él.

–Quería disculparme por las molestias durante su actuación –él tenía los ojos negros clavados en su cara–. Expulsaron a un hombre del club mientras bailaba. Estaba haciéndolo muy bien y quería decirle que lamento muchísimo la interrupción.

–Gracias.

Ella sonrió muy levemente y fue a agarrar el picaporte de la puerta para abrírsela.

–¿Puedo llevarla a casa?

–No, gracias –contestó ella con los ojos como platos–. Tomaré el autobús, pero gracias.

–¿Toma el autobús sola por la noche? –preguntó el frunciendo el ceño.

–El transporte público de Londres es bastante seguro –contestó ella con una sonrisa–. El autobús me deja en la puerta.

–Entiendo.

El hombre seguía con el ceño fruncido y ella tuvo la sensación de que estaba acostumbrado a que lo obedecieran. Era impresionantemente guapo y tenía un aire autoritario, pero ella era una mujer independiente que sabía cuidar de sí misma.

–Entonces, ¿no quiere que la lleve? –insistió él arqueando una ceja.

–No.

Tenía un sentido de la autoprotección muy acusado y un bono de transporte que pensaba usar.

–Es posible que vuelva a verla…

–Es posible –concedió ella antes de abrir la puerta de par en par.

–Buenas noches, Isla.

–¿Sabe mi nombre? –preguntó ella con todas las alarmas disparadas.

–El gerente me lo dijo cuando le pedí hablar contigo –contestó él esbozando media sonrisa.

El gerente no permitiría que un hombre se acercara a una chica si no tenía una excusa muy buena. ¿Cuál era la de ese hombre? ¿Haber alterado el orden? No lo creía.

–¿Quién es usted? –le preguntó ella algo molesta por esa infracción de las normas del club.

–Mis amigos me llaman Shaz –contestó él en un tono burlón.

–Buenas noches, Shaz.

Ella se quedó apoyada en la pared del pasillo para poner distancia. Que hubiese estado haciendo preguntas sobre ella la inquietaba más todavía, eso y su virilidad desaforada.

–Buenas noches, Isla.

Él la miró con unos ojos cálidos y burlones y eso la ablandó un poco.

–Me alegro de que le haya gustado el espectáculo.

Sintió un cosquilleo por dentro cuando él la miró con agrado. Le aliviaba que fuese a marcharse, pero casi lamentaba saber que no volvería verlo. Se quedó boquiabierta cuando la agarró de los brazos, pero la cosa no acabó ahí. Inclinó la cabeza y le rozó las mejillas con los labios, primero la derecha y luego la izquierda. Dar un beso en las dos mejillas era un gesto de saludo y despedida habitual en muchos países, se recordó a sí misma cuando se le desbocó el corazón. Se repuso enseguida, se apartó de él y se quedó rígida mientras se alejaba. Tenía todos los sentidos alterados y no olvidaría fácilmente a ese hombre.

Capítulo 2

UNAS lanchas potentes y amenazantes anunciaban la llegada del jeque y su comitiva. La lancha que iba en cabeza era negra y aerodinámica y otras más pequeñas la rodeaban como mosquitos mientras surcaban las aguas del Támesis. Todas se dirigían al mismo embarcadero, que estaba a unos cien metros del café donde Isla trabajaba para pagarse la universidad.

–¡Chrissie, mira esto!

Los empleados y los clientes estaban fascinados por la llegada de la flotilla y eso era lo que Chrissie necesitaba para animarse. La emergencia familiar se había resuelto, pero su amiga seguía muy preocupada por su padre, a quien habían detenido por embriaguez y desorden público y la policía había tenido que llevarlo a su casa. Lo único bueno era que la noche anterior el club les había pagado más de lo esperado. Según le había explicado el gerente, un hombre misterioso había dejado una cantidad de dinero por las molestias causadas. Ella supuso que sería el hombre que se le había presentado. El dinero no había podido llegar en mejor momento porque pudo dárselo a Chrissie para que pagara la multa de su padre. Aunque no había sido lo único bueno sobre la noche anterior. Había sido la primera vez, desde hacía años, que no había sentido escalofríos con un hombre, algo más extraño todavía porque ese hombre había sido un todo prototipo de virilidad. Solo fue un beso… pero un beso que no olvidaría jamás.

–¿Qué pasa? –preguntó Chrissie acercándose al ventanal–. Caray…

Isla pasó la manga por el cristal empañado para que pudieran ver mejor la llegada de las lanchas. Se alegraba de que Chrissie estuviese más relajada. Haber pagado la multa había sido un consuelo, pero el problema con su padre no estaba resuelto, ni mucho menos.

Unos hombres habían saltado para atar los cabos al embarcadero, que era tan nuevo como las construcciones que estaban levantándose al lado del café. Todo formaba parte del campus universitario financiado por Su Serena Majestad el jeque Shazim bin Khalifa al Q’Aqabi, un filántropo legendario en un mundo saturado de celebridad superficial. El jeque, a los treinta y cinco años, no solo era uno de los hombres más ricos del mundo, sino que era casi un desconocido para los medios de comunicación. Su inmenso poder le permitía mantenerse al margen de la celebridad y poder verlo era algo excepcional. Entre los edificios que estaba financiando había un departamento de veterinaria que apasionaba especialmente a Isla porque había ganado un premio increíble por su proyecto de investigación sobre especies en peligro de extinción. Entre otras cosas, el premio consistía en un viaje a Q’Aqabi, el reino del jeque, donde visitaría la reserva natural, modélica en todo el mundo, y donde esperaba trabajar algún día.

–¡Isla! ¡Chrissie! ¡Dejad de soñar despiertas y volved al trabajo!

Las dos se pusieron en marcha cuando Charlie, su jefe, las llamó. Isla, con premio o sin él, seguía sin blanca después de tantos años estudiando. Todavía tenía que consolidarse como cirujana veterinaria y su economía era muy precaria. Si perdía uno solo de sus empleos temporales, su carrera correría peligro. Aun así, la actividad en el embarcadero era fascinante y miraba de vez en cuando mientras trabajaba. La tripulación uniformada había terminado de atracar y había empezado a llover mientras un grupo de hombres desembarcaba. Lamentablemente, iban vestidos con ropa occidental, no con las túnicas que ella se había imaginado, y se dirigieron hacia la obra.

–¿Crees que el jeque es el que va primero? –le preguntó Chrissie sacándola del hechizo.

–¿Quién sabe? –contestó ella fijándose en ese hombre.

Estaba demasiado lejos como para verlo con claridad, pero tenía algo…

–¡Isla! ¡Chrissie! –volvió a llamarlas Charlie–. ¡Organizad inmediatamente el pedido del jeque!

Isla sonrió a su jefe y fue corriendo a obedecerlo. La oficina del jeque había llamado con antelación para que llevaran café a la obra en cuanto llegara la comitiva del jeque.

–No creo que él esté –susurró a Isla mientras se metía detrás de la barra–. Supongo que tendrá cosas más importantes que hacer.

–¿Más importante que supervisar el edificio de sus nuevas instalaciones? –preguntó Chrissie encogiéndose de hombros–. Yo creo que debería venir, aunque solo fuese para cerciorarse de que sus miles de millones no se malgastan en café.

–No se malgastarán –Isla se rio–. La nueva escuela de veterinaria va a ser increíble. He visto el proyecto en la biblioteca de la universidad.

Y ella soñaba con formar parte de ese proyecto. Las especies en peligro eran su pasión y anhelaba hacer lo que pudiera para echar una mano. La idea de que muy pronto viajaría miles de kilómetros para visitar la reserva natural del jeque todavía le parecía una fantasía que…

–¡Isla! –gritó Charlie.

–¡Ya voy! –Isla tomó la bandeja de cartón que esperaba a que la llenaran de cafés–. Yo la llevaré –le dijo a Chrissie.

–Con la suerte que tienes, seguro que el jeque está allí –se quejó Chrissie con una mueca cómica–. Puedo imaginarme la escena; el jeque déspota y la ligona de un restaurante de comida rápida. Sería divertido, ¿no?

–¿Después de lo de anoche? –Isla puso un gesto de fastidio–. Quiero una vida tranquila, no quiero más trogloditas que me arrastren a la locura.

–No te fue tan mal –replicó Chrissie–. Conociste a un tipo fantástico…

–Dije que conocí a un tipo…

–No me corrijas con nimiedades. Lo importante es que nos pagaron una fortuna.

–Ya sabes, dinero extra por actividades peligrosas.

Isla se rio para disimular que quitarse la ropa delante de una sala llena de hombres le había costado mucho más de lo que Chrissie podía imaginarse. Que el intento de agresión sexual hubiese ocurrido hacía años no significaba que tuviese menos miedo.

–Además, no soy una ligona, soy simpática –siguió Isla antes de que Chrissie pudiese ver esa sombra en sus ojos.

–El caso es que te dan más propinas que a mí.

–Que comparto –le recordó Isla entre risas–. En cuanto al jeque, me extrañaría que lleguemos a verlo. Si viene a cortar la cinta cuando se inaugure el edificio, me sorprendería…

–¿Os importaría dejar de cotillear y volver al trabajo? –les reprendió Charlie con impaciencia.

Chrissie volvió con lo que tenía entre manos mientras Isla dejaba a un lado los jeques y los proyectos para terminar el pedido de café.

–¿No estás a punto de terminar tu turno? –le preguntó a Chrissie cuando pasó a su lado.

–Sí, mamá –bromeó Chrissie–, pero me quedaré encantada mientras haya jaleo y tú tengas que salir a llevar eso. No puedo perder el empleo.

–Yo tampoco puedo perder ninguno de los empleos –reconoció Isla.

Se sonrieron con tristeza. Estudiar y trabajar en distintos empleos era complicado para las dos, pero si bien Chrissie tenía un cuerpo que le proporcionaba mucho dinero en el club de striptease, Isla tenía que trabajar además en la biblioteca de la universidad. Eso, cuando no estaba haciendo su tercer trabajo, enseñar gimnasia a unos jovencitos fogosos. No se quejaba. Le gustaba la tranquilidad de la biblioteca, donde podía estudiar un rato mientras comía, y los chicos del gimnasio la mantenían en forma y motivada con su entusiasmo…

–¡Isla!

–¡Sí, jefe! El pedido de la obra está listo.

–Entonces, llévalo antes de que se quede frío.

Isla miró la lluvia que golpeaba contra el ventanal y se puso el chaquetón.

–Sí, jefe…

–Esto es una cafetería, no un observatorio de cotillas –gruñó Charlie frunciéndole el ceño.

–Sabes que me quieres –contraatacó ella con una de sus sonrisas.

–Si te empleo, es solo por esa sonrisa –reconoció él a regañadientes.

–Qué tipejo –explotó Chrissie–. ¿Qué se creerá que somos? ¿Marionetas sonrientes?

–¿Empleadas…? –sugirió Isla con su buen humor habitual–. Necesitamos este trabajo, Chrissie.

–Vas a empaparte.

–Sí, pero cuanto antes salga, antes volveré.

–De acuerdo, doña Eficiencia, saluda al jeque de mi parte si lo ves.

–Como si fuera a acercarme.

–Y si está, tendrá guardaespaldas por todos lados, pero puedes comentarle a su equipo que eres una estudiante ejemplar y que muy pronto irás a Q’Aqabi, que estarías encantada de ofrecerle tus servicios…

–¿Cómo dices? –le preguntó Isla escandalizada.

–Ya sabes a qué me refiero, doña Remilgada. Vete antes de que se enfríe el café y no te olvides de dejarlo caer.

¿Hacía mal en esperar que si el jeque había acudido a visitar la obra, ese café con chocolate blanco, caramelo y cargado de leche no fuese para él? Sonrió a Charlie cuando le abrió la puerta. Una chica tenía que tener fantasías y en las de ella había jeques increíblemente guapos y rudos que montaban caballos blancos… Jeques con túnicas que flameaban al viento y vivían en tiendas de campaña mecidas por la brisa de desierto…

–Tenéis suerte de que no os descuente el tiempo que pasáis soñando –farfulló Charlie mientras pasaba a su lado–. Si no andáis con ojo, os cobraré el desayuno.

En realidad, Charlie era afable, ladrador y poco mordedor. Además, ella no pensaba quedarse sin desayuno cuando era su única comida aceptable del día. Bajó la cabeza y fue apresuradamente hasta el barrizal. La única forma de caminar por la obra era moverse todo lo deprisa que podía sin derramar el café.

–¡Alto!

Se paró en seco y estuvo a punto de soltar la bandeja. Había llegado a una verja vigilada por un guarda de seguridad con cara de perro, pero como la verja estaba abierta, había entrado.

–No puede pasar a la obra –le comunicó el guarda con brusquedad.

–Pero me han ordenado que venga –intentó explicarle ella.

–Nadie puede pasar sin la ropa de protección y tengo que comprobar su identidad…

El guarda se acercó y ella dio un respingo. Era una reacción instintiva, una de las muchas secuelas del intento de agresión… Le daba escalofríos que un hombre la tocara, con la excepción de Charlie, quien era como un tío anciano y gruñón, y el hombre del club…

–Yo me ocuparé.

Dio otro respingo al oír la voz de otro hombre y quiso que la tierra se la tragara.

–Es usted… –dijo ella con un hilo de voz al reconocer al hombre del club.

–Sí, menuda sorpresa –reconoció él con ironía–. Yo me ocuparé –repitió despidiendo al guarda.

La reacción del guarda fue impresionante. Prácticamente se puso firme y lo saludó.

–Sí, señor.

Dos brazos muy fuertes le habían rodeado la cintura antes de que pudiera decir algo.

–¿Qué está haciendo? –consiguió preguntar ella, que se había quedado sin respiración.

Tenía que concentrarse en llevar el café mientras ese gigante la conducía. Además, por segunda vez, no tenía miedo, solo le molestaba que esa gente le complicase tanto entregar el café.

–Se me caerá la bandeja si va tan deprisa.