Buenos días, manicomio ¿dígame? - Isabel Márquez - E-Book

Buenos días, manicomio ¿dígame? E-Book

Isabel Márquez

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Beschreibung

¿Me estaré volviendo loco? ¡Deberían de recluirle en un manicomio! Son algunas frases que tenemos presentes cada día. Pero, ¿sabe la gente diferenciar la locura saludable de una enfermedad que necesita tratamiento psicológico o psiquiátrico? ¿Sabe la gente qué es un manicomio? Según dice ¿Me estaré volviendo loco? ¡Deberían de recluirle en un manicomio! Son algunas frases que tenemos presentes cada día. Pero, ¿sabe la gente diferenciar la locura saludable de una enfermedad que necesita tratamiento psicológico o psiquiátrico? ¿Sabe la gente qué es un manicomio? Tras años de duro trabajo con enfermos mentales graves, las enfermeras Isabel Márquez e Isabel Cabellos han decidido relatar las experiencias y las mutaciones de la institución psiquiátrica. El resultado es una apasionante aventura por el mundo del caos, de la paranoia y del delirio. Un libro repleto de historias, secretos, testimonios, recuerdos, sentimientos contradictorios y anécdotas dignas de películas de terror. "Ya es hora de compartirlos y de sacarlos fuera de los muros del manicomio, que la sociedad conozca y aprenda lo que sucede al otro lado del espejo". Todo ello narrado con aguda sensibilidad, confidencialidad y con una pizca de humor. Isabel Márquez "todos tenemos una idea parecida acerca de lo que es un hospital. Sin embargo, el imaginario colectivo es muy ingenioso a la hora de dibujar el escenario que se esconde detrás de las paredes de un manicomio". Con tan sólo escuchar esa palabra nos estremecemos yen nuestra mente aparecen imágenes escalofriantes de un universo oscuro,

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Buenos días. Manicomio ¿dígame?

© Isabel Cabellos García y Isabel Márquez Romero, 2017

© Imagen de cubierta: Fotograma de Alguien voló sobre el nido del cuco. UNITED ARTISTS / ALBUM

Montaje de cubierta: Juan Pablo Venditti

Corrección: Rosa Herranz Rodríguez

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano.

Primera edición: octubre de 2017

© Nuevos Emprendimientos Editoriales, S. L., 2017

Preimpresión: Moelmo, S.C.P.

eISBN: 978-84-16737-30-7

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Había una vez una cuidad de locos donde en ocasiones la realidad superaba la ficción... Un lugar donde lo lógico se tornaba ilógico y donde sus moradores apelaban a la razón, al buen sentido y a la lógica para poder ofrecer argumentos coherentes y creíbles.

Un lugar mágico en plena naturaleza, rodeado de árboles y montañas, apartado del bullicio de la ciudad y donde tras sus muros moraban seres considerados diabólicos, posesos, endemoniados y peligrosos...

Isabel Márquez

Contenido

Introducción

Tras los muros del manicomio: una historia que contar

Psikiatric anecdotarium

Conociendo el manicomio: sumergidas en una realidad confusa

El manicomio de antes y el psiquiátrico de ahora

La puesta en escena: anécdotas y dominios

A cuestas con la artillería pesada, ¿enemiga o aliada?

Escenarios de terror: endemoniados y peligrosos

Con el miedo en los talones: subidones de adrenalina

Ideas de prejuicio: vigilancia, envenenamiento y complot

Para echarse a reír: la no lógica

Micrófonos secretos, exorcismos, posesiones y anécdotas para no dormir

Clásicos del género psiquiátrico: de Carrie al Lejano Oeste

Retóricas psikiátricas

Entre la bruma de la memoria: un futuro por descubrir

Bibliografía

Introducción

El título, Buenos días. Manicomio, ¿dígame?,responde a una frase célebre y popular que se puso de moda por los años 1990 y que era de obligado cumplimiento. Frase que todo el personal veterano que trabaja en el psikiatric conoce y repite cada vez que suena el teléfono de la planta de agudos de psiquiatría. Hemos cambiado el nombre de la planta por la palabra manicomio por cuestión de confidencialidad. Además, a partir de ahora, a la unidad de hospitalización de agudos la llamaremos bedlamp (casa de locos).

Esta sencilla frase formaba parte del protocolo de identificación de la unidad. Por este motivo, todos los profesionales de enfermería que trabajaban en las unidades de hospitalización, una vez descolgado el teléfono, debían decir: «Buenos días. Manicomio, ¿dígame?Buenos días, si era en el turno de mañana; o buenas tardes, en el turno de tarde; o buenas noches, en el turno de noche. Ahí va una primera anécdota; los profesionales de enfermería repetían tantas veces esta frase que cuando sonaba el teléfono en su casa continuaban repitiendo: «Buenos días. Manicomio, ¿dígame?».

En cierta manera, se convirtió en todo un símbolo de identificación de las plantas del psikiatric. Incluso se utilizó como método de evaluación del personal por parte de las supervisoras que querían saber si su personal seguía las normas de las unidades de hospitalización. A día de hoy, continuamos utilizándola. Nosotras («Isabeles»), que somos un claro ejemplo de la herencia recibida de aquellos años, como buenas custodias de las «normas» continuamos perpetuando el legado que se nos ha confiado como un tesoro.

A estas alturas, queridos lectores, os preguntaréis: «¿Quiénes son «Isabeles»? Pues cabe decir que somos dos diplomadas en enfermería, especialistas en salud mental que, tras largos años de trabajo como enfermeras psiquiátricas y después de muchas andadas por el territorio de la psiquiatría, trataremos de ir descubriéndoos a lo largo de este libro los secretos del manicomio de antes y del psiquiátrico de ahora, sus entramados, sus misterios, sus entredichos, sus «tejemanejes» y sus tópicos, que no son pocos; sumergiéndoos poco a poco a través de nuestros relatos y de los de otras profesionales (testimonios que nosotras mismas hemos ido recopilando a lo largo del tiempo), en un mundo desconocido para muchos y conocido por muy pocos.

Hay que mencionar que las personas que componemos el equipo de enfermería de la unidad de agudos, según nuestras propias compañeras de otras unidades, somos «personas risueñas, alegres, divertidas» e incluso, se podría decir, «escandalosas» en ciertos momentos. En otras ocasiones, serias, responsables, reflexivas y exigentes. De lo más normal, porque hay momentos y situaciones para todos. En Bedlamp todo tiene cabida.

Este equipo de enfermería de la planta bedlamp lo conformamos mujeres: dos enfermeras («Isabeles»), cuatro auxiliares y los canguros de fin de semana (Ophelia, Megan, Rhoda, Selene, Rhea y Minerva, entre otras). Somos personas que sabemos encontrar el lado positivo de las cosas e incluso en ocasiones reírnos de ellas. Este don nos permite afrontar situaciones especiales cargadas de subidones de adrenalina que conllevan un peligro para nuestra propia integridad física y que resultan peligrosas. Este buen humor, precisamente, nos ha ayudado a superar muchas situaciones vividas. Situaciones de alto riesgo que requieren por parte de los profesionales una serie de planteamientos y enfoques con unos límites muy marcados para poder controlarlas.

Los límites impuestos por el hospital son necesarios si se quiere impedir que los pacientes sufran las repercusiones sociales de su conducta antes de comprender su alcance; si se quiere evitar que se aíslen o que se rodeen de espíritus afines que refuercen, socialmente, las exteriorizaciones de su conducta inadaptada (Gralnick, 1974: 193).

Esta autoridad generalmente recae sobre el personal de enfermería, pues son los encargados del cuidado y vigilancia del enfermo, aunque deben ejercerla con la mayor flexibilidad posible.

Pero, pese a que la flexibilidad debe ser muy grande, no debe permitirse la concreción de una situación caótica. Esto sucede algunas veces cuando a un conjunto demasiado numeroso de enfermos se les concede una libertad excesiva. Y puede suceder también cuando se trata de dar gusto a demandas irracionales de algunos enfermos, sin pensar en el efecto que tal actitud pueda tener sobre el resto del grupo. Muchas veces, el paciente presiona para lograr satisfacer sus gustos y, si las autoridades hospitalarias ceden, franqueando los límites de lo razonable, el resultado es que no se benefician ni el enfermo ni sus compañeros. Al mismo tiempo, suele pedirse al grupo que tolere la conducta egoísta de determinados pacientes. Muchas veces, es delicado encontrar el punto medio y puede resultar difícil trazar límites adecuados. Pero, en gran medida, esta tarea debe cumplirse por parte del equipo terapéutico y administrativo. El personal médico y las enfermeras deben ejercer su autoridad con gran prudencia. Deben ser flexibles sin mostrar debilidad; firmes, pero no agresivos. Deben ser lo bastante fuertes como para mantener sus decisiones, aunque tengan que enfrentar la hostilidad de uno o de varios pacientes. Deben mostrar autoridad, pero no autoritarismo. En todo momento, deben maniobrar con gran habilidad, sin exagerar la autoridad, de manera que puedan replegarse sin rencor frente a una situación demasiado explosiva, aunque tengan que volver sobre el problema en un momento más oportuno. Los que ejercen la autoridad deben tener siempre presente que ganar o perder una batalla frente al paciente no reviste ninguna importancia; lo esencial es que, como resultado del enfrentamiento, los enfermos logren un mejor insight y las autoridades aumenten sus conocimientos. Algunas personas consideran que el hospital debe representar un retiro del mundo (Gralnick, 1974: 22-23).

A lo largo de este libro, presentaremos nuestra particular y peculiar manera de ver el mundo de la locura. Descubriremos el manicomio desde una visión emic, a través nuestras miradas expertas, pues «los años pesan y el conocimiento y las anécdotas son muchas y no caben en un libro». Compartiremos con vosotros todo tipo de anécdotas, algunas divertidas y otras no tan divertidas. Anécdotas de verdaderas novatas, de principiantes, de desconcierto, de verdadero pánico, algunas dignas de películas de terror.

Os sumergiremos en el psiquiátrico y os presentaremos a sus moradores, tanto enfermos como profesionales. Pues las experiencias son muchas y no nos caben ya en los bolsillos, por eso nos hemos dicho: «Ya es hora de compartirlas y de sacarlas fuera de los muros del manicomio; que la gente sepa, que conozca y que aprenda lo que sucede al otro lado del espejo». De aquí surge la motivación de plasmar nuestra experiencia en el psikiatric y dar a conocer este mundo tan estigmatizado todavía por nuestra sociedad.

En esta cuestión radica la importancia de este libro. Libro fruto de nuestro esfuerzo como enfermeras que tras años de duro trabajo en una institución psiquiátrica y en una unidad de agudos nos atrevemos por primera vez a plasmar las impresiones surgidas de nuestra propia observación y nuestro relato. A lo largo de sus páginas, «realizaremos una aproximación al escenario, a la institución psiquiátrica y a la locura, entendida ésta como actor social, pues pensamos que la locura toma posesión de su cuerpo, se apodera de sus pensamientos y es la que habla a través de los sujetos», según refiere la propia Isabel Márquez.

Es un mundo presentado a través de relatos, narrativas, testimonios, recuerdos, sentimientos encontrados de alegría, tristeza, miedo, angustia, cariño, etcétera, vividos por nosotras tras años de brindar cuidados a los «locos». Aunque «hay más [locos] fuera que dentro»,como dice Isabel Cabellos. Mucha información que aparecerá a lo largo de este libro es producto de la tesis doctoral de Isabel Márquez, una de nosotras. Tesis doctoral1 del programa de doctorado en Antropología Social y Cultural de la Universidad Autónoma de Barcelona yque lleva por título: En el boulevard de los sueños rotos: estudio de caso sobre la enfermedad mental y su tratamiento en una unidad psiquiátrica de agudos (Márquez, 2015).1

Y, sin más preámbulos, iniciamos esta apasionante aventura por este mundo de caos, de delirio y de paranoia que esperamos sea de vuestro agrado y arranque alguna que otra sonrisa.

1. Véase Márquez, I., En el boulevard de los sueños rotos: estudios de caso sobre la enfermedad mental y su tratamiento en una unidad psiquiátrica de agudos, tesis doctoral en Antropología Social y Cultural, Universidad Autónoma de Barcelona, 2015. Si el lector está interesado en consultar esta tesis doctoral está disponible en: http://hdl.handle.net/10803/377428

Tras los muros del manicomio: una historia que contar

Cuando la pena cae sobre mí,

el mundo deja ya de existir,

miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos.

Para encontrar la niña que fui

y algo de todo lo que perdí,

miro hacia atrás y busco entre mis recuerdos.

Luz Casal

Está oscuro y fuera se siente el frío de la noche. Los coches o motos de los trabajadores van llegando. La mayoría de ellos acuden a su trabajo en vehículo propio, dado las malas combinaciones de transporte que existen para poder llegar a ese lugar...

Sophia entornó los ojos y vio cómo poco a poco todos ellos pasaban por debajo de un arco enorme que configuraba parte de la fachada, con retratos de personajes célebres grabados. Este mundo apareció ante sus ojos a través de una barrera de seguridad que se abría y a lo lejos vislumbró la silueta del manicomio de entonces y el psiquiátrico de ahora...

Por esa puerta van entrando los trabajadores a través del arco de la entrada; en su mayoría son auxiliares o técnicos de curas de enfermería y diplomados en enfermería. Sobre estas horas de la mañana, de 6:45 h a 7 h, entran los profesionales de enfermería. El resto de profesionales entra a las 8 h.

A través de una carretera serpenteante que bordeaba el centro, accedió a ese centro colmado de viejas historias, historias llenas de sufrimiento, de vida y de muerte, de logros y fracasos, de cambios producidos a lo largo de tantos años... Su mirada se posó en uno de los primeros pabellones construidos, aquellos que debajo de sus entrañas escondían pasadizos secretos y se conectaban unos con otros, donde durante la Guerra Civil las religiosas que vivían en el convento corrían despavoridas... Espacios que, tras sus muros, guardaban un sinfín de misterios y cuyo uso actualmente estaba cedido a la universidad —pensó Sophia—. Esbozó una sonrisa al recordar cómo voces remotas narraban que en las entrañas de algunos pabellones todavía existían las cadenas y las argollas.

Encaminó su coche hacía el vestuario donde se cambiaban las enfermeras... Todo continuaba igual. Rememoró viejos tiempos. Abrió su bolso y buscó un llavero con un puñado de llaves —«parecemos antiguas amas de llaves», pensó—. Con el manojo de llaves en la mano, se dispuso a abrir su antigua taquilla. Allí continuaban sus uniformes, sus enseres personales y viejas fotos enganchadas en la puerta. Cogió un uniforme limpio —pues una antigua compañera muy amablemente se lo había guardado— y empezó a desnudarse suavemente, procediendo a cambiarse la ropa de calle por su uniforme.

Rememoró aquel antiguo ritual cargado de simbolismo que pasa desapercibido para ellas, pero que cambia completamente su imagen y su rol. Pues, con esa ropa de calle colocada en una taquilla, se despojan del que hasta ese momento es su mundo, intentando dejar atrás los problemas y los roles que cada una de ellas desempeña fuera de ese espacio —una mala noche durante la cual no se ha podido dormir, los hijos que quedaron en casa, uno de los cuales tiene fiebre, los problemas con la pareja, las tareas de la casa, los problemas con los padres, los estudios, etcétera—. En un segundo, intentan dejar en su subconsciente todas esas cuestiones que hasta ese momento son el eje central de sus vidas.

Mientras se iba cambiando de ropa, Sophia fue consciente por primera vez del cambio de mentalidad que se estaba produciendo en su subconsciente, asumiendo el papel (ahora era una enfermera, encargada de brindar cuidados) que a partir de ese momento ejercería durante toda una larga jornada de trabajo. Trabajo que se realizaba en un espacio cerrado, sobrio y marcado por el internamiento: llaves, cerraduras, barrotes, enfermos... Incluso los uniformes y las batas blancas; recordó la frase que hacía años le refirió una paciente aquejada de la enfermedad de Alzheimer: «manchas blancas que corren sin pararse».

Enfocó su mirada en aquel lugar, el vestuario, punto neurálgico y de encuentro, donde confluyen casi todos los trabajadores y donde se intercambian todo tipo de informaciones; lugar de confidencias, cotilleos, bromas, susurros y murmullo de voces contadoras de historias, anécdotas, comentarios e incluso risas. Risas que a esa hora de la mañana inundaban aquel espacio sobrio, constrictor, represivo y lo tornaban vivo.

Preparada con el uniforme y la artillería pesada, los útiles de trabajo (bolígrafos de colores, rotuladores, libreta con chuletillas) y ataviada con todo el material necesario. Sophia salió del vestuario y se encamino al pasillo que conducía a las escaleras o al ascensor. Recorrió el pasillo, llegó al lugar donde estaba el ascensor, introdujo la llave en la cerradura —pues el ascensor también funcionaba con una llave— y se acomodó dentro de él, sintiéndose muy pequeñita.

Sin pretenderlo, dirigió una mirada al pasado y los recuerdos afloraron en su mente; sintió tristeza. Ante sus ojos, aparecieron imágenes de tiempos pasados que, de alguna manera, formaban parte de la historia del manicomio, de la cual ella fue protagonista. Un mundo que en un principio resultaba aterrador, donde todavía existían las naves diáfanas, configuradas como macrohabitaciones, que realmente eran un fiel reflejo de aquellas imágenes que todos tenemos del manicomio. Nunca, ni en sus más remotos pensamientos, sospechó que se encontraría con episodios para los cuales no estaba preparada y que recordaría durante toda su vida.

El ruido del ascensor le hizo volver a la realidad. Poco a poco, se acercaba a su unidad de destino y se preguntó en silencio: «¿Qué me deparará el día de hoy?», «¿estará muy cambiada la unidad?», «¿seré capaz de enfrentarme a los recuerdos?». Con estos interrogantes se fue sumergiendo en ese espacio y extraño mundo de locura donde, en ocasiones, se rompen los sueños, las aspiraciones, los objetivos, las metas de toda una vida; y donde algunos de sus protagonistas sienten que el mundo se les viene encima (Isabel Márquez).

Psikiatric anecdotarium

En sus momentos de lucidez, todos los locos son sorprendentes.

Casimir Delavigne (1793-1843)

Todo tiene un comienzo, pero ¿por dónde empezar? En ocasiones es difícil rememorar tiempos pasados; muchos de nosotros vamos perdiendo facultades cognitivas como la memoria, otros nos volvemos selectivos con nuestros recuerdos, y hay quién no quiere recordar —sobre todo cuando las experiencias han podido ser traumáticas para la persona—. Pero en nuestros recuerdos está nuestra historia, nuestro bagaje del mundo, podríamos decir que nuestra esencia, lo que hemos sido y lo que somos.

En algunos momentos, esas pequeñas imágenes se agolpan en nuestro cerebro; sí, en ese lugar escondido, oculto, un disco duro que lo guarda todo y que en ciertos momentos necesita de un reinicio, de un borrado, de un olvido, de un no acordarse...

Son historias vividas por nuestras emociones: Alegría, Disgusto, Ira, Miedo y Tristeza; simpáticos personajes que cumplen una tarea específica en el interior de nuestro cerebro, tal y como Disney-Pixar muestra en la película Inside Out,2 que se estrenó en junio de 2015. O como nos cantaban hace ya muchos años un dúo llamado los Pecos que quizás algunas de vosotras recordáis:

¡Recuerdos, recuerdos que emborronan mi tristeza!

Recuerdos hechos con principio y fin [...]

Recuerdos, recuerdos de palabras dichas en algún momento

que han quedado en mí [...]

No quiero recordar recuerdos, no quiero destrozarme así.

Me inventaré cualquier excusa [...]

Recuerdos, recuerdos de palabras dichas en algún momento

que han quedado en mí [...]

(Pecos, 1980)

Los recuerdos son una parte imprescindible del ser humano, son necesarios para no olvidar de dónde venimos y hacia dónde nos dirigimos; y recordar. Recordar es lo que las protagonistas de este libro hemos hecho. Simplemente recordar y rememorar tiempos pasados vividos en el manicomio; para algunas de nosotras casi toda una vida, porque todas iniciamos nuestra trayectoria en el psikiatric cuando aún éramos muy jóvenes.

Durante todos estos años, enfermeras y auxiliares «nos las hemos visto de todos los colores»... Hemos reído, hemos llorado, hemos pasado miedo; podríamos decir que hemos vivido un poco de todo. Estas experiencias han ido conformando un vínculo entre todas nosotras que nos ha convertido en un equipo que, a día de hoy, es respetado y reconocido en toda la institución. Se nos conoce como el equipo de Bedlamp. Ahora somos reconocidas, pero hubo un tiempo en que, como todo principiante, éramos personas desconocidas en el psikiatric, personas sin nombre, ni rostro, simplemente un número... Hasta que, poco a poco, nos labramos un respeto, una profesionalidad y un nombre. Nosotras las enfermeras recibimos varios nombres (Zipi y Zape, las Koplowitz, etcétera), aunque la mayoría de la gente nos conoce como «las Isabeles», porque las dos nos llamamos Isabel.

En sus inicios, casi todas las personas dedicadas a cuidar sufren y viven unvía crucisimaginarioporque cada día deben cubrir una suplencia en una unidad diferente, en los diferentes turnos (mañana, tarde, noche), todos los fines de semana del año, todos los festivos, sin apenas descanso. Nosotras no fuimos la excepción ya que, por aquellos años, principios de los años 1980, así era como funcionaban las cosas. Cada día acudías a una ubicación diferente y hasta que llegabas a conocer cómo funcionaba cada unidad o las características de cada paciente pasaba un largo período de tiempo. Seguramente, si alguno de los lectores os dedicáis al cuidado, estos dos últimos párrafos os serán familiares; gajes del oficio, como diría Isabel Cabellos.

En palabras de Isabel Márquez:

Empecé un calvario, pues cada día debía suplir en una unidad diferente. Aunque en aquel momento fue duro, este cambiar de unidad fue lo que me permitió conocer este mundo y a sus moradores. El camino ha sido largo y arduo; he tenido sonrisas y lágrimas, como la película protagonizada por Julie Andrews.3 Todos estos años, que son muchos, he vivido experiencias que me han permitido conocer y aprender con ellos y de ellos (Isabel Márquez).

Efectivamente, estos duros y constantes cambios de unidad son los que nos han permitido conocer las diversas unidades, pacientes y profesionales del manicomio, colocándonos en una posición privilegiada para reunir los recuerdos y anécdotas que a continuación os presentamos.

2. Inside Out (Pete Docter y Ronnie del Carmen, EEUU, 2015).

3. Sonrisas y lágrimas (The sound of music, Robert Wise, EEUU, 1965).

Conociendo el manicomio: sumergidas en una realidad confusa

Hay un salón delante del espejo y otro detrás. En el de detrás todo funciona al revés, la realidad se ha invertido y Alicia se siente extraña, tiene que interpretar cada cosa por primera vez. ¿Quién no se siente como Alicia alguna vez al día? ¿Cuántas veces caemos en el mundo al revés sin darnos cuenta? [...] Parece que hemos venido a este mundo con un espejo en el cerebro, que es la proyección del yo en las cosas.

En las aguas, en las piedras pulidas, en el metal brillante o en el cristal hemos buscado nuestro reflejo desesperadamente.

Y a veces más que mirarnos nos asomamos a sus reflejos para descubrir el futuro o para liberarnos de nuestra pequeña realidad.

Clara Sánchez

Todos tenemos una idea parecida o similar acerca de lo que es un hospital. Nos imaginamos un gran hospital de color blanco, con largos pasillos, salas de espera llenas de enfermos y personal sanitario ataviado con uniformes o batas.

¿Cómo nos imaginamos un psiquiátrico?, ¿cómo es percibido por el imaginario colectivo? Si pensamos en la dimensión social de estas instituciones, en la realidad clínico-hospitalaria, nos encontramos con una institución olvidada por todos, con la que ninguno de nosotros quisiera tener ningún tipo de contacto.

Esta institución apartada, marginada y extramural no es otra que el manicomio. Con sólo oír la mención de esta palabra, muchos de nosotros nos estremecemos y en nuestra mente aparecen imágenes escalofriantes de un mundo oscuro, frío y desolado, y sin pretenderlo sentimos miedo:

No quiero ver a los locos. No hay nada que hacer con ellos. Que no vengan a jodernos. Que se vayan a otra parte. Si se quiere con sus médicos, en un mundo cerrado, bien cerrado, hermético, donde se les olvide —en otro mundo—. Esto es exactamente a lo que responde el manicomio: constituir otro mundo estanco donde sea confinada la locura. Por otra parte, el mundo normal, nada más que razón, nada más que sensatez —en el manicomio nada más que insensatez—. El manicomio purga, decanta, purifica, recoge entre sus muros toda la locura del mundo. Las rejas del manicomio separan, demarcan: fuera de lo normal, dentro de lo patológico (Gentis, 1970; en Basaglia, 1970: 12).

Nos imaginamos al loco encerrado en celdas, tras unas rejas o barrotes, donde aún existen las cadenas o, por el contrario, nos imaginamos al enfermo mental encerrado en contra de su voluntad y sometido a una inactividad absoluta; pero ambos sometidos al poder de un saber o conocimiento médico denominado psiquiatría. Esta institución que se esconde —tras sus muros— es la denominada por Goffman [1961(1972)] «institución total» y que Basaglia definió de la siguiente manera:

Una institución totalitaria puede definirse como un lugar de residencia y trabajo, donde un gran número de individuos en igual situación, aislados de la sociedad por un período apreciable de tiempo, comparten en su encierro una rutina diaria, administrada formalmente [...] Pero ha de advertirse que el mismo carácter intrínseco de prisión tienen otras instituciones, cuyos miembros no han quebrantado la ley [...] Tales como «los hospitales psiquiátricos» (Basaglia, 1970: 13).

Este autor escribió:

Yo compartía la opinión corriente respecto a los hospitales psiquiátricos de provincias que, después algunas experiencias superficiales me parecían algo a medio camino entre la prisión y el claustro: unos lugares insólitos que despiertan el sutil deseo de violación (Basaglia, 1970: 29).

A pesar de los años transcurridos y aunque la psiquiatría ha estado en constante mutación, los psiquiátricos continúan manteniendo su imagen de siempre. Según un artículo publicado en 2007 (Vera, 2007: 57-67), la institución del manicomio es un escenario muy frecuente en películas hoy en día, sobre todo en las de terror. Por poner algunos ejemplos, podríamos citar Refugiomacabro/Asylum (1972) de Roy Baler4 o Gothika (2003) de Mathieu Kassovitz.5 También es frecuente recurrir a antiguos manicomios como escenario tétrico y misterioso en el que tienen lugar insospechados fenómenos, como en Session (2001) de Brad Anderson,6 rodada en el hospital psiquiátrico de Denver. Este tipo de cine de terror ha tendido a presentar los hospitales mentales como lugares oscuros, tenebrosos, de paredes frías y muros altísimos, con enfermeras diabólicas y directores dementes.

Sin embargo, no sólo el cine de terror ha empleado esta fórmula. En general, todo el cine ambientado en manicomios presenta el lugar de manera semejante, pues la gran pantalla tiende a trasmitir una imagen de la institución mental asociada al desorden, el descontrol y la desorganización. Las imágenes más repetidas en el escenario del hospital psiquiátrico son las de un loco al que hay que controlar con una camisa de fuerza que deben colocarle entre varios enfermeros, los pasillos repletos, los comedores hacinados... Tampoco falta nunca la escena de la habitación llena de locos donde cada uno hace gala de su locura formando una jaula de grillos.

Además de en el cine, en la televisión también es frecuente la emisión de noticias, reportajes o series de ficción sobre personas con enfermedades mentales en los que se ofrece una visión llena de prejuicios y estereotipos que conducen al estigma y la discriminación.

Expuesta esta introducción al mundo del manicomio, un interrogante: ¿qué pensamos del manicomio nosotras? Nosotras pensamos que el manicomio es el lugar en el que se aborda la problemática mental de la persona y se la intenta reinsertar a su día a día:

La imagen que tengo es de un centro hospitalario grande, en el que se ofrece atención individualizada en todos los ámbitos, que a veces resulta complicada porque se manejan muchas circunstancias personales del individuo. Desde fuera, tengo la imagen de personas crónicas que deambulan por el recinto y de personas agudas que deambulan en pijama acompañados por una bata blanca (Isabel Cabellos).

Oír hablar de «manicomios», «locos», «esquizofrénicos», «psicópatas», «contenciones», etcétera,hace que experimentemos un escalofrío, pánico, rabia, indefensión; en una palabra, miedo.Por ello intentamos olvidarnos de este otro mundo existente, cerrando los ojos a una realidad que en nuestro ser más íntimo esperamos que nunca aparezca en nuestro horizonte. Pero, a veces, aparece, bien porque la persona sufra una enfermedad mental o bien porque decidamos trabajar en esta institución. Lo cierto es que el psiquiátrico continúa siendo una institución desvalorizada, marginada y rechazada; un establecimiento encargado de dar contención a la locura y un símbolo represivo en el imaginario colectivo y social. Esta imagen tan negativa y nefasta por parte de la sociedad va ligada al estigma que persigue a la enfermedad mental o a la locura, y a la divulgación que hacen de ésta los medios de comunicación. Todo ello provoca una discriminación que origina un prejuicio que desvaloriza a estas personas. Esto puede reflejarse en una asignación menor de recursos técnicos y humanos. De hecho, la dotación de personal en este tipo de centros es inferior. Por ejemplo, en un hospital general la ratio de enfermeras/pacientes es de 1/10; en psiquiatría es mucho menor: en agudos estamos en 2/26, y eso que esta unidad sería homóloga a la unidad de cuidados intensivos (uci) de un hospital, esto es normal en la mayoría de los hospitales psiquiátricos (Isabel Márquez).

Estos conceptos —dentro de la autoridad que nos concede el conocimiento, la experiencia en el tema y nuestro trabajo— los entendemos de un modo completamente diferente. Pero, y desde fuera ¿cómo se perciben? Con esta incógnita por responder quisimos hacer un compendio de lo que las personas profanas o inexpertas pensaban antes de su primer contacto con el psikiatric.

La primera pregunta era: «¿Qué entiendes por manicomio?».

Una de las respuestas que obtuvimos fue: «En general se habla de que es un hospital donde tratan a gente con desequilibrios mentales» (Sirena). Ante esta respuesta, desde nuestra perspectiva profesional nos preguntábamos: ¿qué se entiende por desequilibrio mental?

Otra de las contestaciones fue: «Se trata de un hospital psiquiátrico en el que residen de forma temporal personas que precisan un control o tratamiento psicológico» (Pandora). Nuevamente nos surgían otras preguntas: ¿la gente diferencia entre tratamiento psiquiátrico y psicológico?, ¿la gente piensa que una alteración psicológica nos lleva a un ingreso en un centro psiquiátrico?

En otro caso alguien respondió: «Un manicomio es un lugar donde se recluye a personas con disfunciones psíquicas a los que, por su seguridad y la de la gente de su entorno, no se pueden dejar en libertad» (Adara). Entonces nos planteamos tres temas curiosos: por un lado, el de la disfunción psíquica y su asociación con la seguridad propia y la del exterior. Esta seguridad ¿estaba directamente relacionada con el hecho de requerir una falta de libertad? O sea: ¿es el manicomio un centro de reclusión de libertad para el control de la seguridad propia o ajena?

«Un manicomio es un lugar donde intentar quitarles las manías a los que las tienen» (Atenea). Aquí el concepto se define como mitificación de un término en su grado máximo, ya que se asocia «manicomio» a «manías». Y ¿quién de nosotros no tiene manías?

«Un manicomio es un centro donde se tratan problemas de salud mental en un estadio determinado» (Artemisa). Pero, ¿qué estadio es? Lo que deja claro esta definición es que desde fuera se engloban todo tipo de enfermedades mentales como una sola, y la única diferenciación entre ellas es el grado en que ésta se presenta. En función de este grado, se traducirá en un ingreso hospitalario o no.

Por último, el manicomio fue definido como: «Un hospital para tratar las enfermedades mentales». Esta respuesta —la más concisa, la más concreta, la menos aventurada— sería sin duda la que más se acerca a la realidad profesional.

La segunda pregunta que planteamos fue: «¿Qué función crees que tiene un manicomio?».

La primera respuesta fue: «La función de un manicomio es intentar centrar a las personas a través de la medicación o el tratamiento psiquiátrico» (Minerva). Resulta curioso el empleo de la expresión «intentar centrar», ya que directamente se generaliza y se piensa que el loco es una persona descentrada. Pero ¿qué significa estar descentrado?, ¿con respecto a qué?, ¿con la realidad, con el entorno?

«Un manicomio es un lugar donde residen de forma temporal o para siempre pacientes que precisan un control y tratamiento psicológico» (Ligia). La medicación o tratamiento psiquiátrico, con una clara diferenciación, es otro tema incluido en la respuesta. Nos planteamos: ¿es diferente el tratamiento de la medicación? Y, si así fuera, ¿qué es el tratamiento para una persona que desconoce el tema? De nuevo, encontramos que el ingreso es «para controlar», y nos preguntamos: ¿sólo ingresan en estos centros personas descontroladas? Y, si así fuera, ¿qué significa control? Se asocia nuevamente al tratamiento psicológico, no psiquiátrico, no medicamentoso, no psicoterapéutico. ¿Y la función de la enfermera? ¿O es que el hospital psiquiátrico se encuentra sólo lleno de psicólogos? Vamos dejando preguntas abiertas para que vosotros lectores/as vayáis reflexionando sobre ellas.

Otra respuesta nos dice: «Es un lugar donde tratar a estas personas y su función es permitir su reinserción en la sociedad» (Ophelia). Respuesta, nuevamente, concreta y real. Habla de personas, no de locos ni de enfermos mentales de forma despectiva. Supone un avance fundamental hacia la normalidad. Cualquier paciente, de cualquier hospital, con cualquier diagnóstico, es una persona y como tal ha de ser tratado.

Otra encuestada considera que: «La función de un manicomio es la reinserción en la sociedad» (Selene). No habla del problema, sino del objetivo, del fin, que en definitiva es éste. Y nosotras añadiríamos: dentro de la mayor brevedad posible, durante el mayor tiempo posible y de la forma más duradera posible.

«Un manicomio, aparte de la función curativa o paliativa, tiene mayoritariamente una función de almacenaje y separativa. Aislar del mundo normal a los que creen que viven en un mundo anormal» (Sephora).

En primer lugar, decir que la función del manicomio es «de almacenaje y separativa» resulta una respuesta muy dura, sobre todo cuando estamos hablando de personas. No podemos almacenar seres humanos y menos separarlos del entorno. Es más, el paciente psiquiátrico que se recupera con mayor prontitud es aquel que inicia la vinculación con su propio entorno de forma más temprana y mejor. Esta respuesta está directamente relacionada con la influencia de un gran número de pensamientos e imágenes transmitidos, entre otros, por los medios de comunicación y audiovisuales, que giran en torno al antiguo manicomio y la camisa de fuerza. Aunque sea difícil de creer, para algunos estás ideas aún son reales. En tiempos remotos ésta era la idea principal: función curativa y paliativa. Pero nos preguntamos: ¿el enfermo mental se puede curar?, ¿o ha de aprender a que la remisión y el mantenimiento de su enfermedad depende directamente de la medicación y los correctos seguimientos ambulatorios de su enfermedad?; ¿cuándo se considera curado un paciente mental?, ¿no es cuando abandona el tratamiento y no vuelve a recaer?

En segundo lugar, sobre lo referido a la «separación del mundo normal»,nos podríamos preguntar: ¿qué es el mundo normal?, ¿no es acaso normal, para ellos, su propio mundo en algunos casos? El hecho de que tengan ideas distorsionadas de la realidad no los hace más agresivos. ¿Podrían vivir en el mundo si no se meten con nadie? Y, por el contrario, los agresivos que viven en el mundo ¿deberían estar almacenados y separados?

«La función de un manicomio, en lo posible, es mejorar y curar dichos problemas» (Chloe). Y la respuesta en este caso es que sí; la mejoría —mínima en un principio y franca a posteriori— es el principal objetivo. La curación es más difícil, aunque existen remisiones a muy largo plazo. Existen, incluso, pacientes que ingresan en una sola ocasión y no vuelven a ingresar. ¿Se podría decir que ya están curados? Posiblemente sí, pero en definitiva es porque se saben cuidar o los cuidan adecuadamente.

Finalmente: «La función de un manicomio es intentar, dentro de las posibilidades de cada paciente, que su vida sea lo más normal posible» (Ophelia). Podemos decir que esta respuesta ha dado en el clavo. Nos hemos de acercar a la normalidad global, pero sin olvidar la propia normalidad. Cada persona es un ser diferente e independiente, y lo que es normal para uno puede que no sea normal para otros. Pero ¿no nos podrían ingresar a todos en un momento dado en un manicomio por este motivo?

Expuesta esta introducción al mundo del manicomio y del loco,7 centraremos nuestro recorrido por el psikiatric, escenario protagonista de este libro. Iniciaremos este itinerario con un interrogante: «¿Cómo fue nuestra primera experiencia en el psiquiátrico?».

Para Isabel Cabellos resultó una experiencia extraña:

Al entrar en el psikiatric me lleve una muy grata impresión. Los espacios eran grandes, tenía unos jardines fabulosos muy bien cuidados. Sin embargo, la duda y el sentimiento de inquietud aparecieron al iniciar una observación de las personas. En lo primero en lo que me fijé fue en que la gente deambulaba con ropa de calle y sin una bata blanca, por lo que podía tratarse indistintamente de un enfermo, un familiar o un trabajador del centro.