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Desde el Neolítico hasta hoy, las comunidades humanas han transitado por muy diferentes caminos para alcanzar sus formas de organización social. De muchos de estos modelos de convivencia pueden extraerse valiosas enseñanzas para examinarlas y acometer una cada vez más necesaria transformación económica y social que rompa el marco del capitalismo actual, y se ajuste a la ética y al respeto por los recursos del planeta. Este es un libro que se aparta de las líneas maestras de la historia y la economía más clásicas para realizar una crítica nada complaciente de un presente que está lejos de ser ideal, por culpa de la creciente desigualdad tanto entre ciudadanos como entre países. A través de un pormenorizado análisis del pasado, Raúl García-Durán ofrece unas sólidas propuestas para avanzar hacia un futuro que todavía está por escribir.
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RAÚL GARCÍA-DURÁN
CAMINANTES
Hacia una sociedad ético-ecológica
© del texto: Raúl García-Durán, 2020.
© de esta edición: RBA Libros S.A., 2020.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: marzo de 2020.
REF.: ODBO694
ISBN: 978-84-9187-639-7
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Este libro está dedicado a todos aquellos caminantes que han luchado, luchan y lucharán por la fraternidad y la libertad y la igualdad. Porque pretende ser una ayuda en el camino, ayuda necesaria porque, como dice Machado:
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
A lo que añadía Unamuno:
Y no quiero elegirlo, sino hacérmelo por la intricada selva, por lo intransitable; camino al infinito, lo inaccesible.
El análisis se remonta a muy antiguo, hasta la prehistoria, porque de esta podemos extraer indicaciones de hacia dónde dirigirnos, pero está orientado básicamente hacia el futuro, el sentido del caminar es ir a alguna parte, aunque esta sea inaccesible o nos perdamos varias veces. Asimismo, siempre habrá que andar, no hay punto final, meta, aunque sí objetivo.
Pretende, por tanto, ser un libro brújula, o más bien alimento, pan y vino para el camino.
Agradezco a José A. García-Durán, economista, y a Dolors Gubau, profesora, que me hicieron ricos comentarios; a Pascual, ayudante en el estilo, y a Emilio Montserrat, médico, sin cuyo apoyo el libro no hubiera sido posible; los cuatro son caminantes hacia ese tipo de sociedad y sus aportaciones han ayudado y enriquecido el manuscrito.
La motivación de este libro es ser una pequeña gota de agua que, junto a muchas otras, acabará agujereando la piedra que nos oprime, de forma que, a través de ese agujero, podamos avanzar hacia una sociedad en la que las personas podamos ser fraternas, libres e iguales.
Se trata de un libro de historia, pero no de historia clásica, sino crítica, no fanática, no de consuelo, no negativa ni falsa, que ha de tener en cuenta las diferentes circunstancias, que no predice el futuro, lo sueña o intenta mejorarlo. Hay una historia negativa desde el neolítico, pero también conductas solidarias, lo que es falso es la idea de progreso lineal, espero dejarlo claro en el libro.
No puede ser que la historia solo tenga una función negativa, opresora y degradadora en la existencia humana. Casi como si fuera una iluminación se me apareció la importancia decisiva de la ambigüedad no solo en relación con la historia, sino en relación con todo en lo que incide en el pensamiento, el sentimiento y el comportamiento del mismo ser humano. La historia no es, no puede ser como una reiteración afirmativa, simplemente el lugar, la geografía, donde se materializa el mal. Tampoco puede ser, como de una manera u otra proponen, por una parte, los partidarios cristianos de la historia salutis y, por otra, las corrientes de inspiración marxista, tan numerosas, simplemente el bien.1
Con ambigüedad, pero:
No hemos de aprender historia para intentar predecir o cambiar el presente y futuro a costa de saber qué pasó en el pasado; no sirve, es falso, son siempre circunstancias y entornos diferentes. Hemos de saber historia. No para predecir el futuro, sino para liberarnos del pasado e imaginarnos destinos alternativos.2
Viva la imaginación y la creación a partir de ella:
Desconfía de la historia. Suéñala, recházala.3
Y vivan los sueños si sabemos despertar.
Si hay una lección determinante de la historia mundial de los últimos tres siglos es que el progreso humano no es lineal, y que estaríamos equivocados en suponer que todo será siempre mejor.4
Pero sí que hemos de intentar que sea mejor, si no, no lo será.
Para entender este libro hemos de considerar lo siguiente:
Cada observación se resiente de los rasgos personales del observador, es decir, que harto a menudo refleja más su estado psicológico que el de la realidad sometida a observación; sugiero, pues, que lo que digo sea tratado con la debida dosis de escepticismo, si no de total incredulidad. Lo único que el observador puede alegar, a guisa de justificación, es que también él posee una medida métrica de realidad, inferior en amplitud quizás, pero que nada cede en calidad al sujeto sometido a escrutinio.5
Todos observamos la realidad de forma subjetiva porque somos sujetos, no objetos, de forma que el fanatismo oscurece la visión. No escribo para el lector fanático, sino para el que pretende iluminar, que es lo que yo pretendo.
Además,
[l]as ideas falsas suelen ofrecer un consuelo frágil y falso. En la vida es importante antes que ninguna otra cosa perfeccionar el entendimiento o razón. En esto consiste la felicidad más alta; de hecho, la bienaventuranza no es nada más que la satisfacción del espíritu que surge del conocimiento intuitivo de Dios.6
Viva la razón, pero también el sentimiento.
Y para acabar:
Si mi libro ayuda a alguien, todo habrsupá tenido sentido.7
PRIMERAPARTE
Resulta que cada hombre se encuentra formando parte de su circunstancia con el sistema de creencias, la concepción o interpretación del mundo vigente a la sazón en aquella sociedad. Dejándose penetrar de ella o combatiéndola y oponiéndole otra original, el hombre no tiene más remedio que contar con las creencias de su tiempo, y esta dimensión de su circunstancia es lo que hace del hombre un ente esencialmente histórico, o, dicho de otra forma, el hombre no es nunca un primer hombre, sino siempre un sucesor, un heredero, un hijo del pasado humano. Le toca siempre vivir en un instante determinado de un proceso anterior a él, se ve obligado a entrar en escena en un preciso momento del amplísimo drama humano que llamamos «historia» [...]. Yo soy yo y mi circunstancia.
JOSÉORTEGAYGASSET,
Historia como sistema
La historia no tiene fin, por más que les pese a los partidarios del Consenso de Washington, porque no tiene finalidad (Lefebvre, 1970). No tiene un objetivo que cumplir. Es un devenir, un proceso, no un progreso. Infinito si consideramos el universo, aún en expansión, y que puede serlo también (al menos con una existencia tan duradera como lo sea la del sol que nos alimenta) en cuanto al devenir humano, aunque solo si somos capaces de lograr un desarrollo sustentable. La historia no es una línea, o, si la queremos dibujar como tal, será una línea quebrada, con marchas adelante y atrás, avances y retrocesos, consecuencia de la evolución natural y de la acción (muchas veces contradictoria y en conflicto) de los agentes históricos.
La idea de progreso es una idea tramposa porque mezcla tres conceptos diferentes: a) la defensa, desde la Ilustración, de la racionalidad económica capitalista, disfrazada de única razón posible, lo cual significa la imposición del desarrollo de la cultura occidental a todo el mundo y el sometimiento humano a la economía; b) su reducción al progreso científico-técnico, que lleva a afirmar barbaridades, como el que todo avance científico-técnico debe ser hecho aunque sea moralmente negativo, sometimiento también a la técnica; c) la continua aspiración a la realización de la libertad humana (individual y social). Solo en este tercer sentido me considero «progresista». La historia, insisto, funciona a base de avances y retrocesos y un mismo hecho histórico tiene aspectos positivos y negativos. Un ejemplo basta: nadie puede negar los inmensos avances que significó el descubrimiento de la escritura y luego de la imprenta, pero al mismo tiempo la primera se convirtió en factor de dominación burocrático (los que sabían escribir), mientras que la segunda convirtió el analfabetismo en marginación social.
Las contemporáneas teorías del caos reafirman claramente la crítica a la idea de progreso y de linealidad. En gran parte porque la historia la hacemos los individuos, de comportamiento libre, aunque no independiente, condicionado natural y socialmente.
La historia es pasado, de él venimos y él nos ha hecho; presente, que es también cambio, construcción del futuro (de hecho, el presente desaparece rápido), y futuro, que unos y otros hacemos en el presente. La historia no está predeterminada, depende de lo que hagamos individual y colectivamente, es cambio, aunque no progreso lineal. Sí que existe, sin embargo, una historia potencial, aquella por la que actuamos los diferentes agentes históricos.
¿Cuáles son estas fuerzas, agentes históricos, que hacen la historia? En primer lugar, insisto, los individuos humanos, individuos que somosal mismo tiempo individuales y sociales, condicionados por la sociedad en que vivimos.
¿Cuál es la circunstancia de que nos habla Ortega? Los restantes agentes históricos en los que está inserto el individuo. Principalmente, por su mayor efecto histórico, las clases: la historia es la historia de la lucha de clases tal como ha mostrado el materialismo histórico, aunque muchas veces deformando y dogmatizando esta idea. En otras ocasiones me he ocupado del tema, de forma que a ellas me remito (García-Durán, 1975, 2000 y 2009). La base para no caer en su deformación es la distinción clases «en sí» y clases «para sí». Las clases no son un concepto meramente económico ni un conjunto de individuos, sino:
Las clases son determinados intereses históricos objetivos enfrentados entre sí, fruto de las relaciones de producción (clases en sí), las cuales se concretan (o no) en fuerzas sociales activas (clases para sí) a través de la lucha de clases, cuyo resultado forma las relaciones de producción, formación social, de la cual las clases son resultado (estructura de clases) y agente (lucha de clases). (García-Durán, 1975).
Pero los individuos no se agrupan solo en clases, sino también en clanes que luego (a través de las culturas) formarán tribus y pueblos, pueblos que crean civilizaciones (y civilizaciones que crean pueblos) a través de distintas generaciones. Definamos estos conceptos:
Cultura es un conjunto integral constituido por los utensilios y bienes de los consumidores, por el cuerpo de normas que rigen los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, ciencias y costumbres. (Malinowski, 1970).
Es un amplio aparato material, humano y espiritual de base biológica que crea las instituciones con las que satisfacer las necesidades.
Dinámica es:
Un conjunto dado de valores puede explicar por qué una cultura funciona, posiblemente sin apenas cambios, durante mucho tiempo; pero ninguna cultura se mantiene en un equilibrio permanente [...]. Las contingencias características de una cultura pueden no ser adecuadamente transmitidas, de tal modo que la tendencia a ser reforzadas por un conjunto dado de valores no se mantenga. El margen de seguridad al producirse emergencias puede, por consiguiente, aumentar o disminuir. En resumen, la cultura puede vigorizarse o debilitarse [...]. Una cultura es un conjunto de prácticas. Pero este conjunto es susceptible de mezclarse con otros conjuntos de prácticas de otras culturas. (Skinner, 1973).
Dando lugar a pueblos:
Y lo mismo el espíritu de un pueblo. Su actividad consiste en hacerse un mundo real, que existe también en el espacio. Su religión, su culto, sus costumbres, sus usos, su arte, su constitución, sus leyes políticas, el orbe entero de sus instituciones, sus acontecimientos y actos, todo esto es su obra, todo esto es ese pueblo. (Hegel, 1985).
A través de generaciones:
1933 parece un tiempo único, pero en 1933 vive un muchacho, un hombre maduro y un anciano [...]. Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera —en el mismo mundo—, pero contribuimos a formarlo de forma diferente. Solo se coincide con los coetáneos. Los contemporáneos no son coetáneos [...]. Pero ese mundo cambia con cada generación porque la anterior ha hecho algo en el mundo, lo ha dejado más o menos distinto de cómo lo encontró. (Ortega, ob. cit.).
Todo ello dentro, y sometido a, la generosidad de la naturaleza, aunque actuemos como si estuviéramos por encima de ella. Destruyéndola a través de un desarrollo económico que pretendemos infinito, pero que entra en contradicción con las leyes de la termodinámica que gobiernan el comportamiento de la materia y la energía. Primera ley: la materia y la energía no pueden destruirse ni crearse, simplemente se transforman, de modo que la utilización de recursos significa, además de producción de bienes, creación de residuos. Degradándose, como nos explica la segunda ley. Con su uso, la materia y la energía crean entropía,desorden o falta de disponibilidad.
Resumamos: la historia de la humanidad se desarrolla, en el marco de la generosidad de la naturaleza, a partir de la acción de los individuos, convertida en fuerza social desde los clanes, los pueblos y las civilizaciones, con diversas generaciones y dando lugar a una compleja estructura de clases en conflicto que configuran una formación social que dará lugar a diferentes modos de explotación o formas de producción y apropiación del excedente (o parte de la riqueza que no se consume, sino que se destina a crear más riqueza). Se cuentan tres modos a lo largo de la historia, aunque quizás estemos empezando un cuarto...
Si hemos comprendido bien el concepto de clase, llegaremos a la formación de la historia a partir de la base material en que descansa la sociedad, que no es, aunque lo confundamos, lo mismo que base económica; por paradójico que parezca, incluye también los aspectos espirituales, ya que se refiere a la vida real:
Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia es en última instancia la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y absurda. (Engels, 1969).
Hasta hoy ha habido tres bases materiales de organización de la sociedad: una base material biológica que se concreta en los lazos de parentesco, una base material territorial que se concreta en el Estado y una base material económica que se concreta en el capital. De hecho, tres modos de explotación (o formas de apropiación del excedente). Bases materiales separadas, creadas, por las dos grandes revoluciones que han existido en la historia, cambio de la base material de organización de la sociedad: la neolítica y la burguesa.
a)Primero, mientras subsiste la comunidad, no hay división social del trabajo ni Estado, no hay clases sociales, la sociedad está regida (como en cualquier otra especie) por la base biológica, por los lazos de sangre, por las leyes de parentesco, con una organización comunista que es lo que hace precisamente que el comunismo patriarcal sea el modo de explotación de los recursos que más se mantenga a lo largo de la historia: más del 90% de la historia de la humanidad. Su viabilidad y permanencia también se explican por ser un modelo facilitado por una población numéricamente reducida. El trabajo es colectivo, igual que la apropiación del excedente, aunque no es una realidad totalmente igualitaria, transformándose las claras diferencias biológicas, principalmente el sexo (por su distinto papel en la reproducción, tan importante como la producción), en importantes diferencias sociales que justifican el nombre de patriarcal. Hasta la primera gran revolución, la neolítica...
b)Revolución que culmina en la aparición del Estado como gestor del territorio, en la creación de una base política, base de formación y poder de una clase dominante aristocrática que se va a apropiar, gracias a su poder político, de parte de la riqueza social, del excedente, a partir de un tributo a la clase dominante. Es el modo de explotación tributario, que se desarrolla bajo muy diferentes formaciones sociales (asiática, antigua y feudal). De la confluencia de la Antigüedad (Grecia y Roma) —ya excepcional en el sentido de no habitual— con la también excepcional superación de la comunidad a través de la formación social germánica (véase más adelante), surge la apropiación privada feudal que dará lugar al actual capitalismo. La mayoría de la humanidad sigue la formación social asiática (autoridad central a la que pagan tributo las diferentes comunidades conquistadas), salvo Europa, «accidente histórico» a partir de la creación de la formación social antigua en Grecia, seguida por Roma, que luego se impondrá, sin embargo, como modelo «universal» basado en la propiedad privada. No existe un modelo único de historia a seguir (la occidental), y hasta que se produce la conquista colonial de ninguna manera este modelo era universal. La colonización impidió a las otras culturas seguir su propia evolución (¿hacia dónde se habrían dirigido?). Es el principal robo de la colonización, más importante aún que el de las materias primas.
c)El accidente histórico europeo empieza a generalizarse a partir de la segunda gran revolución, la burguesa, con su creación —el capitalismo— también excepcional, que significará la aparición, ahora sí, de la base económica, la organización de la sociedad a partir de la racionalidad económica, de la máxima rentabilidad privada, único lazo de unión ya entre los hombres, convertidos en individuos aislados, sin comunidad.
En los próximos capítulos de esta parte veremos con más detalle cada una de estas fases de la historia para poder comprender la posibilidad o no de una cuarta base material y sus características.
ENGELS, F., «Carta a Bloch» en Escritos, Barcelona, Edicions 62, 1969.
GARCÍA-DURÁN, R., El concepto de clase social,Barcelona, Avance, 1975.
—, Mercancías, androides o personas,Madrid,Tecnos, 2000.
—, De porque históricamente otro mundo mejor es posible, Madrid, Iepala, 2009.
HEGEL, G. W. F., Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Alianza, 2004.
LEFEBVRE, H., La fin de l’histoire, París, Minuit, 1970.
MALINOWSKI, B., Una teoría científica de la cultura, Barcelona, Edhasa, 1970.
ORTEGAYGASSET, J., Historia como sistema, Madrid, Espasa-Calpe, 1971.
SKINNER, B. F., Más allá de la libertad y la dignidad, Barcelona, Fontanella, 1973.
A nuestros ojos, un individuo, por complejo que sea, tiene por carácter primordial y esencial el de ser uno. Si no lo fuera, ya no sería un individuo, sería un compuesto de diversos. Pero, en el primitivo, el sentimiento vivo interno de su persona no va acompañado de un concepto riguroso de la individualidad. Y no solamente las fronteras de esta permanecen vagas e imprecisas, ya que las pertenencias del individuo son él, puesto que su doble, su imagen, su reflejo son también él; aún hay más: la churinga del australiano, el kra del ewe, el ntoro del aixanti, el homónimo de los baila, etc., sin confundirse enteramente con el individuo, tampoco se distinguen de él. Si falta este elemento que fundamenta la individualidad, al mismo tiempo que la une a los antepasados de los que proviene, esta no podría existir. El individuo solo es el mismo a condición de ser igualmente otro que él mismo. Bajo este nuevo aspecto, lejos de ser uno, como nosotros lo concebimos, es también uno y diversos al mismo tiempo. Es, pues, por decirlo así, un verdadero «lugar de participaciones» [...]. El ser viviente verdadero es el grupo: los individuos solo existen por él.
LUCIENLÉVY-BRUHL,
El alma primitiva
El hombre nace en comunidad. Es, ya de origen, a la vez social e individual, lo cual es importante porque en la prehistoria se forma el fondo básico de nuestro ser, que no puede ser erradicado, se forma la historia positiva de la humanidad, los momentos «progresistas» (en el sentido aceptado) de esa historia, la que nos puede llevar al mejor mundo posible por el que algunos luchamos y al que quiere contribuir este libro.
De todo ello sabemos poco, pero sí algo. Sabemos que lo básico es el componente social. Podría multiplicar los ejemplos, me conformaré con una sola visión global:
Los hombres primitivos, hasta tal punto identifican su vida con la vida de la tribu, que cada uno de sus actos, por más insignificante que sea en sí mismo, se considera un asunto de toda la tribu. Toda su conducta está regulada por una serie completa de reglas verbales de decoro, que son fruto de su experiencia general, con respecto a lo que debe considerarse bueno y malo; es decir, beneficioso o pernicioso para su propia tribu. Naturalmente, los razonamientos en que están basadas estas reglas de decencia suelen ser, a veces, absurdos en extremo. Muchos de ellos tienen su principio en las supersticiones [...]. El derecho común del salvaje es su religión; es el carácter mismo de su vida. La idea del clan está siempre presente en su mente; y por eso las autolimitaciones y el sacrificio en interés del clan es el fenómeno más cotidiano. Si el salvaje ha infringido algunas de las reglas menores establecidas por su tribu, las mujeres lo persiguen con sus burlas. Si la infracción tiene carácter más serio, lo atormenta entonces, día y noche, el miedo de haber atraído la desgracia sobre toda su tribu, hasta que la tribu lo absuelve de su culpa. Si el salvaje accidentalmente ha herido a alguien de su propio clan, y de tal modo ha cometido el mayor de los delitos, se convierte en hombre totalmente desdichado: huye al bosque y está dispuesto a terminar consigo si la tribu no lo absuelve de la culpa, provocándole algún dolor físico o vertiendo cierta cantidad de su propia sangre. Dentro de la tribu todo es distribuido en común; cada trozo de alimento se reparte entre los presentes. (Kropotkin, 1989).
No hemos de caer en el mito del «buen salvaje»,8 pero, dentro de la múltiple diversidad de las tribus, hemos de recordar (y aprender de) las virtudes de la comunidad.
Principalmente hemos de aprender la no separación entre los distintos componentes de la actividad social, la economía, la política y la ideología. De hecho, las comunidades existentes los tienen unidos, como explica Clastres (1978), contra el dominio de la economía y contra el Estado:
¿Qué hace en una sociedad primitiva que la economía no sea política? Como vemos, se debe a que la economía no funciona allí de modo autónomo. Se podría decir que en este sentido las sociedades primitivas son sociedades sin economía por rechazo de la economía [...]. No hay pues un rey en la tribu, sino un jefe que no es un jefe de Estado. ¿Qué significa eso? Simplemente que el jefe no dispone de ninguna autoridad, de ningún poder de coerción, de ningún medio de dar una orden. El jefe no es un comandante, la gente de la tribu no tiene ningún deber de obediencia. El espacio del liderazgo no es el lugar del poder, y la figura (muy mal llamada) del «jefe» salvaje no prefigura en nada a la de un futuro déspota [...]. ¿En qué estima la tribu que un hombre es digno de ser jefe? Solo en su competencia técnica, al fin de cuentas: dones oratorios, pericia como cazador, capacidad de coordinar las actividades guerreras, ofensivas y defensivas. Y de ninguna manera deja la sociedad al jefe pasar más allá de ese límite técnico, nunca deja convertirse una superioridad técnica en autoridad política. El jefe está al servicio de la sociedad, es la sociedad misma (verdadero lugar del poder) quien ejerce como tal su autoridad sobre el jefe [...]. Lo que nos muestran los salvajes es el esfuerzo permanente para impedir a los jefes ser jefes, es el rechazo a la unificación, es el trabajo de conjuración del Uno, del Estado. La historia de los pueblos que tienen una historia es, se dice, la historia de la lucha de clases. La historia de los pueblos sin historia es, diremos por lo menos con igual grado de verdad, la historia de su lucha contra el Estado.
Aunque no todo es positivo. He iniciado ya el tema usando la expresión comunismo patriarcal en vez de lahabitual de comunismo primitivo.
Es comunismo porque no existe división social del trabajo (solo sexual); el trabajo es colectivo y lo es también la apropiación de este trabajo, incluido el excedente. De hecho, se cumplen en él las tres condiciones que Marx (1968) exigía al Partido Socialdemócrata alemán como características a construir con el socialismo: no escasez, «politecnismo» (que cada cual pueda hacer cualquier trabajo) y trabajo voluntario.
Pero es patriarcal:la antropología (Meillasoux, 1977) y el movimiento feminista han demostrado que son comunitarias, pero no igualitarias. Su base material, que es biológica y se rige por las relaciones de parentesco y la necesidad básica de supervivencia, exige no solo producción sino también reproducción, no teniendo, evidentemente, en esta todos los individuos el mismo papel, lo cual convierte a la mujer en edad de reproducir en el bien más apreciado, en un bien material de hecho. Participa, como todos, en el reparto de los bienes producidos (recogidos o cazados), pero al mismo tiempo es ella misma una mercancía con la que la jerarquía de parentesco (principalmente los ancianos) negocia con los otros. Los jóvenes están además menos considerados por su menor conocimiento, salvo los muy buenos cazadores.
Comunismo patriarcal,pues, surgiendo, ya en el origen de la especie (por razones sociales, no por naturaleza), el patriarcado. Que se mantendrá hasta hoy, en gran parte porque el matrimonio por «linajes», negociado por los padres por razones políticas o económicas, se prolongará prácticamente hasta el Renacimiento. Luego el capitalismo, en la cultura occidental, usará a la mujer como trabajadora, ama de casa y objeto sexual. El modelo anterior se mantiene, sin embargo, en gran parte, en las otras culturas.
Pese a todas sus limitaciones antropológicas, Engels (1972) llega a decir:
En un viejo manuscrito inédito, redactado en 1846 por Marx y por mí, encuentro esta frase: la primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de los hijos. Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino.
Lévi-Strauss (1985) señala que la desigualdad hombremujer tiene una base objetiva, la distinta capacidad para el trabajo: el hombre sería más cultural y aptopara la caza, mientras que la mujer sería más natural y apta para el trabajo doméstico. Olvida, sin embargo, que el hombre es más «cultural» porque se apropia de la «cultura» existente: las armas (caza, pero también guerra: la mujer no participa para no poner en peligro a los niños que cuida), las técnicas y las magias superiores.
La marginación de la mujer es, pues, una constante en nuestra historia y volveremos al tema sucesivas veces; pero ahora sigamos abordando la actividad económica, que no está aislada, pero existe. ¿Cómo? A través de lo que la antropología conoce como el don-contradón yla reciprocidad. Lo que uno tiene no es suyo, es de todos, y debe obligatoriamente dárselo a todos (don), aunque sabe que a quien se lo ha dado le dará a su vez, también obligatoriamente, algo, el contradón, que la comunidad considere equivalente, aunque no a nivel económico, pues, insisto, no existe economía separada. No existe actividad comercial, ni tan siquiera trueque, y mucho menos dinero.
Polanyi (1989) muestra como el objetivo de la reciprocidad no es el crecimiento económico, sino satisfacer las necesidades no materiales, maximizar el placer de dar y recibir, minimizar los conflictos, fortalecer las relaciones sociales, garantizar la autosubsistencia (no el beneficio) y también la consideración social de cada uno de los individuos. Si alguien no cumple con la reciprocidad, será despreciado por el conjunto, pudiendo llegar a ser expulsado de la comunidad.9
Temple (1989) muestra, por otra parte, como la valoración de un hombre no se da entonces por su acopio de bienes materiales, sino por su comportamiento, su cumplimiento de las normas de la comunidad y su generosidad, lo que es importante tener en cuenta para nuestro presente y futuro.10
Para Lefort (1978), el objetivo fundamental del don es el reconocimiento de la individualidad en una comunidad en que predomina el componente social. Se da el don para demostrar la propia valía personal, la generosidad, y no para recibir el contradón, sino para que el otro lo dé a su vez y muestre su valía. El don es la «solución que los hombres elaboran para situarse los unos en relación con los otros, establecer o restablecer su estatus haciéndolo reconocer».
El teórico más citado del tema es Mauss (1985). Así explica el don a Mauss un informante maorí:
Voy a hablaros del «hau»... El «hau» no es el viento que sopla. Nada de esto. Suponga que posee un artículo determinado (taonga) y que me da este artículo; me lo da sin fijar un precio. No hacemos pues mercado. Entonces yo doy este artículo a una tercera persona que después de un cierto tiempo decide darme algo en pago (uta), me regala alguna cosa (taonga). Entonces este taonga que me da es el espíritu (hau) del taonga que yo he recibido de usted y que le he dado a él. El taonga que yo he recibido por este taonga (venido de usted) es preciso que se lo devuelva. No sería justo por mi parte (tika) guardarme estos taongas para mí tanto si son agradables (rane) como desagradables (kino). Tengo que darlos, pues son un hau del taonga que me habéis dado. Si yo conservase este segundo taonga para mí, podría venirme algún mal, en serio, incluso la muerte. Tal es el hau, el hau de la propiedad personal, el hau de los taonga, el hau de la selva.
Mauss aclara:
Se comprende clara y lógicamente, en este sistema de ideas, que es necesario dar al otro lo que es en realidad parcela de su naturaleza y sustancia; pues, aceptar alguna cosa de alguien, es aceptar alguna cosa de su esencia espiritual, de su alma; el conservar esta cosa sería peligroso y mortal y ello no solo porque sería ilícito, sino también porque este cosa que viene de la persona, no solo moralmente, sino también física y espiritualmente, esta esencia, este alimento, estos bienes, muebles e inmuebles, estas mujeres o descendientes, estos ritos o comuniones, toman fuerza mágica y religiosa sobre nosotros. En fin, esta cosa dada, no es una cosa inerte.
Shalins (1970) señala como Mauss está excesivamente influenciado por la espiritualidad de los maoríes, pero quizás sea esta la mejor forma de explicar el concepto porque así lo veían ellos y su reciprocidad estricta se debía precisamente a cómo lo veían. De forma religiosa, porque la religión era su ética.
La aclaración de Mauss ya nos hace pensar que, aunque a nosotros nos lo parezca, el don no es un regalo.