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Si el hielo se encuentra con el fuego... La hermosa Leila, la menor de las famosas hermanas Skavanga, se había ganado la fama de ser el diamante intacto de Skavanga, y estaba cansada de serlo. Había llegado el momento de empezar a vivir la vida y ¿quién podía enseñarle mejor a vivirla que Rafa León, ese atractivo español? ¡Rafa no tenía inconveniente en mezclar el trabajo y el placer! Intrigado por su timidez y pureza, y tentado por su petición, se ocuparía de que Leila disfrutara de todo lo que podía ofrecerle la vida. Sin embargo, cuando la fachada gélida de ella dejó paso a una pasión desenfrenada, él se dio cuenta de que jugar con fuego tiene consecuencias.
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Seitenzahl: 200
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Susan Stephens
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Caricias y diamantes, n.º 2426 - noviembre 2015
Título original: The Purest of Diamonds?
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7251-6
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
LA TENSIÓN atenazó las entrañas de Leila cuando miró por la ventanilla del taxi y vio los invitados que entraban en el hotel. No era la mejor época del año para celebrar algo en Skavanga. El pueblo de Leila, estaba más allá del Círculo Polar Ártico, pero cuando su hermana Britt daba una fiesta, a nadie le importaba el tiempo. Las mujeres tenían que llevar tacones de vértigo y vestidos ceñidos y los hombres escondían los trajes oscuros bajo abrigos de alpaca y pañuelos de seda. Ella era la única de las tres hermanas Skavanga que no destacaba en las fiestas. Su fuerte no era la conversación intrascendente. Prefería estar en su despacho, en el sótano del museo de la minería, donde reunía información fascinante...Tenía que relajarse. Britt le había prestado un vestido precioso y unas sandalias con tacón de aguja, y tenía una chaqueta forrada de piel de borrego. Solo tenía que entrar en el hotel y perderse entre el bullicio.
–¡Que se divierta! –le deseó el taxista mientras ella le pagaba–. Siento no haber podido acercarla más al hotel, pero nunca había visto tantos taxis.
–No se preocupe. Está bien...
–¡Cuidado! ¡No se resbale...!
Demasiado tarde.
–¿Está bien? –le preguntó el taxista asomando la cabeza por la ventanilla.
–Estoy bien, gracias.
Era una mentirosa. Había dado unos pasos sobre el hielo que habrían sido la envidia de una estrella del patinaje, si esa estrella era un payaso, claro. El taxista sacudió la cabeza.
–Las carreteras están heladas.
Ya se había dado cuenta. Estaba caída junto al taxi, le dolían los tobillos y, afortunadamente, el vestido era azul marino y no se notaría mucho el barro, podría limpiárselo fácilmente. Se levantó y esperó a encontrar un hueco entre el tráfico, como el taxista.
–¿Esos no son los tres hombres del consorcio que salvó el pueblo? –le preguntó él señalándolos.
A ella se le paró el pulso. Efectivamente, por las escaleras subían el marido de su hermana mayor, el jeque de Kareshi, el prometido de su hermana intermedia, el conde Roman Quisvada, un italiano increíblemente guapo, y el tercer hombre del consorcio, el peligrosamente atractivo y sin pareja Rafa León, quien le dirigió una mirada como un misil a su objetivo. Ella sacudió la cabeza con impaciencia por haberse permitido fantasear por un instante. Era la hermana tímida y virginal de una familia de mujeres arrojadas y Rafa irradiaba peligro por todos los poros. Hasta la mujer más experimentada se lo pensaría dos veces antes de caer en sus brazos y ella solo era una pueblerina apocada. Sin embargo, el taxista tenía razón cuando decía que esos tres hombres habían salvado al pueblo. Sus dos hermanas, Britt y Eva, Tyr, su hermano desaparecido desde hacía mucho tiempo, y ella habían sido los dueños de la mina de Skavanga, pero cuando se acabaron los minerales y se encontraron diamantes, no pudieron pagar el equipo especializado que se necesitaba para extraer las piedras preciosas. El pueblo de Skavanga siempre había dependido de la mina y el porvenir de todos sus habitantes quedó en el aire. Fue un alivio inmenso que el consorcio participase y salvara tanto a la mina como al pueblo.
–Si se da prisa, todavía queda un multimillonario –comentó el taxista guiñándole un ojo–. Creo que los otros dos ya están casados o a punto de estarlo.
–Sí –ella sonrió–. Con mis hermanas...
–Entonces, ¡usted es uno de los famosos Diamantes de Skavanga! –exclamó el taxista sin disimular lo impresionado que estaba.
–Así nos llaman –reconoció Leila riéndose–. Soy la piedra más pequeña y con más defectos...
–Lo que la convierte en la más interesante para mí –le interrumpió el taxista–. Además, todavía queda un multimillonario libre para usted.
Le encantaba su sentido del humor y no podía dejar de reírse.
–Todavía me queda algo de sensatez –replicó ella–. Además, no soy del tipo de Rafa León, afortunadamente –añadió ella con un suspiro muy teatral.
–Tiene cierta... reputación, pero no hay que creerse todo lo que dice la prensa.
Leila se acordó de que las revistas del corazón habían llegado a decir que las tres hermanas monopolizaban el escenario mundial y tuvo que estar de acuerdo con él. El único escenario que monopolizaba ella era el de la parada del autobús cuando iba a trabajar.
–Recuerde una cosa –añadió el taxista–. A los multimillonarios les gusta casarse con alguien normal. Quieren una vida tranquila en casa, ya tienen bastantes emociones en la oficina. No se ofenda –añadió inmediatamente–. Lo digo como un halago. Parece una chica tranquila y agradable, nada más.
–No me ofendo –ella se rio con una carcajada–. Tenga cuidado con el hielo, me parece que le queda una noche larga y fría por delante.
–Es verdad. Buenas noches y diviértase en la fiesta.
–Lo haré –aseguró ella.
Sin embargo, antes tendría que pasar por el cuarto de baño para limpiarse el vestido. Las fiestas no le entusiasmaban, pero tampoco quería dejar mal a sus glamurosas hermanas. Cruzó la calle y se perdió entre las sombras. Rafa León estaba en lo alto de las escaleras mirando la calle. Seguramente, estaría esperando a que alguna mujer sofisticada se bajara de una limusina. ¡Era impresionante! Sin embargo, no podía entrar sin pasar desapercibida. Aunque, por otro lado, solo tenía que elegir el momento y pasar de largo. Él no se fijaría en ella. Rafa estaba mirando hacia un lado y ella estaba subiendo las escaleras de dos en dos por el contrario, hasta que pisó una placa de hielo, soltó un grito y se preparó para el batacazo.
–¡Leila Skavanga!
Se quedó muda cuando el hombre más increíblemente guapo del mundo dejó su rostro a unos centímetros del de ella.
–¡Rafa León! –exclamó ella fingiendo sorpresa–. Discúlpame, no te había visto...
Si había unos brazos en los que no quería caer esa noche, esos eran los de él, pero Rafa estaba agarrándola con tanta fuerza que no tenía más remedio que quedarse donde estaba y con la sangre bulléndole en las venas y en otros muchos sitios. Se quedó inmóvil e intentó no respirar para que él no oliera el sándwich de queso que se había zampado antes. Él, en cambio, olía de maravilla y esos ojos...
–Gracias –dijo ella recuperando el juicio mientras él la soltaba.
–Me alegro de haberte agarrado.
Tenía una voz grave, sexy y con cierto acento.
–Yo también me alegro.
–No te habrás torcido el tobillo, ¿verdad?
Ese hombre alto, guapo y moreno por antonomasia estaba mirándole las piernas. Ella, que sabía que tenía los muslos hechos un asco, se alisó el vestido.
–No, estoy bien.
Giró los pies como si quisiera demostrarlo y se sintió ridícula. Él hacía que se sintiera patosa.
–Ya nos conocemos –comentó él encogiendo sus sexys hombros.
–Sí, nos conocimos en la boda de Britt. Me alegro de verte otra vez.
No solo olía de maravilla y era irresistible, sino que los ojos maliciosos y la energía que irradiaba parecían de otro mundo. Ese encuentro la desasosegaba y anhelaba escapar, pero Rafa parecía no tener prisa. En realidad, estaba mirándola como si fuese una pieza de museo. ¿Se le habría corrido el maquillaje? No sabía maquillarse bien... ¡Peor aún! ¿Tendría trocitos de sándwich entre los dientes? Cerró la boca e intentó comprobarlo con la lengua.
–No solo nos conocemos, sino que somos casi familiares, Leila.
–¿Cómo dices...? –cuando Rafa la miraba no podía pensar con claridad–. ¿Familiares?
–Sí –contestó Rafa en español–. Ahora que el segundo integrante del consorcio va a casarse con una hermana Skavanga, solo quedamos nosotros dos. No hace falta que pongas esa cara, solo quería decir que, a lo mejor, podríamos conocernos un poco mejor.
¿Por qué iba a querer conocerla ese hombre triunfador y devastadoramente guapo?
–No... tengo muchas acciones... de la empresa... –balbució ella con recelo.
Rafa se rio y ella se quedó sin aliento cuando él se inclinó sobre su mano.
–No tengo intención de robarte las acciones, Leila.
¿Cómo era posible que el roce de unos labios sobre el dorso de una mano despertara tantas sensaciones? Había leído sobre cosas así. Sus hermanas, antes de casarse o prometerse, habían hablado mucho sobre encuentros románticos, pero era un mundo desconocido para ella. Aunque, en realidad, Rafa no quería ser romántico, solo quería que se sintiese cómoda. Entonces, ¿por qué estaba consiguiendo todo lo contrario? La gente seguía subiendo, los empujaba y hacía que la conversación fuese imposible, tan imposible como que se separaran. Se le daba muy mal la conversación trivial. Podía hablar del tiempo, pero siempre hacía frío en Skavanga y la conversación no duraría más de diez segundos. Sin embargo, era una fiesta de las hermanas Skavanga y Rafa era su invitado...
–Espero que estés disfrutando de tu viaje a Skavanga.
A él pareció divertirle su forma de romper el hielo.
–Ahora, sí –replicó él con una sonrisa que habría conseguido que Hollywood se rindiera a sus pies–. Hasta esta noche, no he dejado de tener reuniones de trabajo. Acabo de salir de una.
–Entonces, ¿te alojas en este hotel?
Ella se sonrojó cuando Rafa la miró con el ceño ligeramente fruncido. Seguramente, había pensado que estaba insinuándose cuando solo era el típico ejemplo de que era negada para la conversación intrascendente. Afortunadamente, Rafa estaba mirando alrededor para ver si podían entrar sin que los aplastaran.
–Creo que la cosa se ha calmado un poco, ¿entramos?
–Puedo arreglármelas sola... –replicó ella suponiendo que él quería largarse.
–No te preocupes tanto, Leila –insistió él sonriendo–. La fiesta va a encantarte. Confía en mí...
¿Que confiara en Rafa León cuando todo el mundo conocía su reputación?
–Será mejor que encuentre a mis hermanas, pero gracias por tranquilizarme... y por tu ayuda providencial –añadió ella con una sonrisa.
–No hay de qué.
Tenía unos ojos negros, cálidos y luminosos que le llegaban muy hondo si se tenía en cuenta que Rafa León era casi un desconocido. Eso solo la convencía más de que tenía que ajustarse al plan previsto; a beber algo rápido con sus hermanas, a cenar, a charlar un rato y a largarse en cuanto fuese posible sin resultar maleducada.
–Estás temblando, Leila...
Era verdad y no se había dado cuenta hasta ese momento. Ella se mordió el labio inferior para dejar de pensar en que, si temblaba, no era porque hiciese un frío gélido.
–Toma, ponte mi abrigo...
–No, yo...
Demasiado tarde. Ella llevaba una chaqueta magnífica, pero Rafa era muy rápido y ya tenía su abrigo sobre los hombros, y no podía negar que sentía su calor corporal en el abrigo y que olía el leve aroma de su colonia.
–Por cierto, ¿cómo te has manchado el vestido, Leila?
Decidió hacer una broma ya que se fijaba en todo.
–Yo... umm... me desvanecí un momento.
–Vaya, creía que te había salvado –comentó él entre risas.
–Casi.
–La próxima vez, tendré que hacerlo mejor.
–Con un poco de suerte, no habrá próxima vez. Fue mi culpa por charlar con el taxista en vez de atender a lo que estaba haciendo.
–Espero que el... aterrizaje no fuese muy doloroso –replicó Rafa con una mirada de complicidad.
–Solo me dolió el orgullo.
–Creo que será mejor que entremos antes de que sufras otro accidente, ¿no te parece, Leila?
Su sonrisa era irresistiblemente sexy y tuvo que mirar hacia otro lado, pero le gustaba que un hombre se ocupara de ella, sobre todo, cuando era doña Independencia. No iba a acostumbrarse, pero tampoco iba a pasarle nada por disfrutar de su encanto durante unos minutos de esa noche especial. Además, estaba segura de que el señor León encontraría alguna excusa para abandonarla en cuanto entraran en el hotel.
Por fin había conocido a la tercera hermana Skavanga y había resultado ser toda una sorpresa. Leila, tensa pero graciosa, carecía por completo de seguridad en sí misma. No le extrañaba que no le divirtiera la fiesta, las sonrisas falsas y las conversaciones frívolas tampoco eran su diversión favorita. Era complicado ser el menor de una familia y él lo sabía muy bien, aunque se había librado de todas las restricciones que le impusieron cuando era muy joven. Tampoco era de extrañar que se hubiera convertido en un niño astuto cuando no había tenido padres y sí había tenido tres hermanos mayores que lo maltrataban y dos hermanas, también mayores, dispuestas a rematar la faena. Según su experiencia, si eras el hermano menor, solo podías acabar siendo de dos maneras, resuelto y inflexible como él o retraído y sumiso como Leila Skavanga.
–Primero encontraremos el cuarto de baño para que te limpies el vestido –propuso él en cuanto entraron en el hotel.
Leila lo miró y él se dio cuenta de que se sentía inusitadamente protector con ella.
–Era lo que había pensado –confirmó ella dejándole claro que podía cuidar de sí misma.
–¿Antes de que te interceptara?
–Antes de que me cayera en tus brazos –le corrigió ella.
Él se rio. Le gustaba el brillo desafiante de sus ojos. Leila tenía mucho más de lo que se veía a simple vista, pero, entonces, ella se sonrojó y miró hacia otro lado. ¿Por qué se abochornaba? ¿El contacto físico con él era excesivo? ¿Podía ser tan inocente? Su detector de ingenuidad le contestó que sí, aunque lo tenía oxidado por la falta de uso. Sus hermanas no se distinguían por ser tímidas y retraídas, lo cual hacía que Leila fuese más intrigante todavía. Además, cuando ella volvió a mirarlo, sus ojos, aparte de ser preciosos, estaban muy abiertos y reflejaban candidez. Él notó una reacción física inconfundible.
–Vamos a arreglarte para que puedas disfrutar de la fiesta –dijo él abriéndole paso entre el gentío.
Ella intentó disimular una sonrisa. La idea de que Rafa León la «arreglara» era muy tentadora, pero, gracias a Dios, tenía mejor juicio. La situación solo tenía una ventaja. Todo el mundo miraba a Rafa mientras cruzaban el vestíbulo y nadie se fijaba en ella ni en el barro de su vestido. Debería avergonzarse, pero ¿acaso no debería ser el año en el que se liberara? La consideraban la soñadora de la familia, la más calmada y la apaciguadora, y si quería liberarse de esa etiqueta tan cómoda, tenía que cambiar inmediatamente, pero todos los cambios no tenían por qué producirse esa noche. En realidad, sería más seguro que no se produjeran. Cuando decidió cambiar, no introdujo al diablo en la ecuación. Don Rafael León, duque de Cantalabria, no era el hombre más adecuado para foguearse. Ella había pensado en el equivalente moderno de un hombre con pipa y zapatillas, alguien transigente y afable, alguien seguro, y Rafa León no tenía nada de seguro. Entonces, ¿por qué era tan caballeroso con ella? Por su cortesía innata, claro, se contestó mientras él le tomaba las manos para llevarla debajo de una lámpara.
–¡Leila! ¡Es peor que lo que me había imaginado!
Él retrocedió un poco para mirarle el vestido y ella sintió una oleada abrasadora por dentro.
–¿Estás segura de que no te has hecho nada? –le preguntó él.
–Sí, nada en absoluto...
Ella solo quería seguir gozando un momento con la calidez y la fuerza de sus manos. Pensó que las suyas tendrían que parecerle frías y flácidas y apretó las de él con más fuerza, aunque las aflojó enseguida al darse cuenta de que le había mandado el mensaje equivocado.
–No voy a perderte de vista en toda la noche –comentó él con un brillo burlón en los ojos, como si supiera lo incómoda que se sentía ella por haberlo tocado–. No puedo arriesgarme a que sufras más accidentes.
–De acuerdo –murmuró ella sin dejar de mirarlo como una boba.
–¿El cuarto de baño, Leila?
–Claro... –ella se espabiló mentalmente–. Además, estoy bien y puedo apañarme.
–¿De verdad?
–Sin ti –confirmó ella con amabilidad.
¿Él no podía hacer caso a sus deseos?, se preguntó mientras Rafa la llevaba de la mano por el vestíbulo y la gente se apartaba a su paso como si fuese el mar Rojo.
–Rafa, estoy segura de que tendrás que hacer otras cosas y estar con otras personas.
–Sí, contigo para cerciorarme de que la noche acaba mejor de lo que ha empezado. Además, no estás reteniéndome, Leila. Es una excusa magnífica para librarme de una noche con gente que no conozco, que no quiero conocer y que no volveré a ver en mi vida.
Ella había sentido lo mismo cuando salió de su casa, pero porque era muy tímida entre desconocidos y ese no podía ser el problema de Rafa.
–He estado acordándome de la boda de Britt –reconoció él mientras esperaban en la fila del guardarropa–. Me acuerdo de que jugabas con las niñas que hacían de damitas de honor y que las tuviste muy entretenidas.
–Yo también me divertí. Me temo que nadie puede decir que sea sofisticada.
–Alguien podría decir que eres encantadora, Leila.
Su secreto de había desvelado. Le encantaban los niños. En realidad, le encantaban los niños y los animales más que a la mayoría de los adultos porque eran francos y a ella se le daban muy mal las complicaciones mentales.
–Nuestro turno –comentó Rafa con una mano en su espalda.
Se estremeció. Quizá fuese porque su mano era muy fuerte y el contacto muy delicado...
–Entonces, ¿te gustan los niños? –siguió él.
–Sí –se quitó el abrigo que le había prestado y miró a ese hombre que, probablemente, preferiría estar a mil kilómetros de allí–. Es más, estoy deseando tener hijos, pero no me interesa el hombre –añadió ella en tono defensivo.
–Sería complicado –replicó Rafa apretando los labios de una forma muy atractiva.
–¿Por qué? –preguntó ella con el ceño fruncido.
–Por una cuestión biológica.
Él esbozó una sonrisa maliciosa y ella decidió que era peligroso y que tenía que tener cuidado. Entonces, y afortunadamente, su impresionante hermana Britt entró en el hotel del brazo del atractivo jeque. Los vio inmediatamente, miró a Leila como si le preguntara qué hacía con él y giró la cabeza hacia los ascensores para indicarle que debería subir inmediatamente a la suite familiar antes de que se metiera en un lío con el hombre más peligroso de la ciudad. Ella miró a Britt con una sonrisa forzada que le preguntaba si era necesario. Su hermana se encogió de hombros. A Britt le daba igual. Iba muy bien acompañada, como Eva, su otra hermana, y sería muy bien recibida en cualquier reunión, mientras que ella solo sería un incordio si subía a la suite que Britt había reservado para la reunión previa a la fiesta.
–Guárdate bien la ficha, Leila.
–¿Cómo dices?
–La ficha del guardarropa –le explicó Rafa mientras se la entregaba–. Ahora, entra en el cuarto de baño para limpiarte el vestido. Además... –él bajó la mirada– tus medias están mojadas.
–Mis pantis –le corrigió ella en un tono remilgado.
–No me desilusiones, por favor –replicó él con esa sonrisa demoledora.
Había perdido todo el equilibrio y había llegado el momento de descansar un poco del hombre más impresionante que había visto.
–No hace falta que me esperes –le dijo ella por encima del hombro mientras se iba al baño.
Le había dado una escapatoria y esperaba que hubiese captado la indirecta. Se inclinó sobre el lavabo para recuperar el aliento. Podía olvidarse del vestido y del barro, pero no podía dejar de pensar en el hombre que estaba al otro lado de la puerta. ¿La esperaría? Casi seguro que no, afortunadamente. Nadie la había alterado de esa manera y eso solo podía significar que estaba loca de atar. Rafa León tenía una reputación que hacía que Casanova pareciese un aprendiz. Estaba soltero porque salía con todas y ella no estaba dispuesta a ser una más. Se apartó del lavabo, cortó un trozo de toalla de papel y se limpió el barro del vestido. El vestido quedó bastante bien, pero Rafa se había dado cuenta de que también tenía manchados los pantis. Se los quitó y los tiró a la papelera. Hizo una mueca. En ningún momento había pensado ir con las piernas blancas como la cera a la vista, pero ¿quién iba a fijarse? Rafa se fijaba en todo. Sin embargo, lo más probable era que no volviera a hablar con ella en toda la noche. Además, si hablaba con ella, ¿no era el año en el que iba a liberarse para hacer todo lo que había anhelado hacer, como viajar y conocer gente, por ejemplo? Si estaba esperándola, ¿por qué no iba a permitirle que la acompañara a la fiesta? Britt y Eva no iban a echarla de menos en la suite. Ya estarían dedicadas a repartir cócteles y canapés. Además, Rafa era mucho más divertido que el alcalde de Skavanga o el anciano vicario, quien le daría una charla sobre la necesidad de encontrar un marido antes de que fuese demasiado tarde. ¿Demasiado tarde con veintidós años? Además, ¿quién necesitaba un marido? Ella solo quería un hijo, varios hijos a ser posible. Por otro lado, en el improbable caso de que Rafa estuviese al otro lado de la puerta, ¿qué podía pasarle? Britt y Eva también estarían con sus parejas, además de unos cien invitados. No todos los días tenía la ocasión de charlar con un multimillonario. ¿Estaría esperándola o habría respirado con alivio en cuanto cerró la puerta del cuarto de baño y se habría largado? Abrió la puerta antes de que perdiera el poco valor que le quedaba.
–Leila...
–Rafa...
Se quedó sin respiración en cuanto vio esos ojos negros y burlones. El traje oscuro se le ajustaba perfectamente al poderoso cuerpo, era más alto que los demás hombres e irradiaba un fuerza que hacía que pareciera un cazabombardero entre una flotilla de biplanos.
–Perdóname por haberte hecho esperar tanto.
–La espera ha merecido la pena, Leila. Estás maravillosa.
¿Qué...? Estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero se acordó de que eso solo era un ejemplo más de su pericia como seductor.
–Bueno, por lo menos me he quitado el barro, pero también he tenido que quitarme los pantis...
¡No! ¿Qué había dado a entender? Los ojos de Rafa tenían un brillo burlón, pero ella no pudo contenerse y los nervios hicieron que empezara a balbucear.
–Las piernas desnudas... Bueno... Las piernas blancas...
Él pensó que tenía unas piernas fantásticas, como el resto. En ese momento recordó que Leila llevaba el mismo vestido que en la boda de Britt, cuando había jugado con los niños.
–Es de Britt –le explicó ella al ver que él lo miraba–. Lo llevé en la boda de mi hermana.
–Ya me acuerdo.
–Es el vestido más bonito que he visto –siguió ella como si tuviera que excusarse por llevar algo que le sentaba tan bien–. Le pedí a Britt que no se gastara el dinero comprando un ridículo vestido de dama de honor que no volvería a ponerme jamás y aquí estoy llevándolo otra vez. Es lo que llamo sacar partido al dinero...
Mientras oía la atropellada explicación de Leila, él se preguntó por qué no tenía vestidos propios, pero ¿qué le importaba?
–Me queda un poco ceñido –siguió ella con bríos renovados–. Britt está muy delgada...
Para él, cuanto más ceñido, mejor. Nunca le habían gustado las mujeres que parecían medio muertas de hambre. Ese vestido siempre le quedaría mejor a Leila porque era voluptuosa.
–No voy a muchas fiestas, no sientas lástima por mí –siguió ella antes de que él pudiera abrir la boca–. Normalmente, voy a sitios más tranquilos que este...
–Yo también los prefiero.