Cartas de relación - Hernán Cortés - E-Book

Cartas de relación E-Book

Hernán Cortés

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Beschreibung

Las Cartas de relación de Hernán Cortés, son cinco cartas escritas durante siete años y dirigidas al emperador Carlos V de España. Constituyen uno de los testimonios más notables de la historia de la conquista de América. En sus cartas Cortés describe su viaje a México, su llegada a Tenochtitlán, capital del Imperio azteca, y algunos de los eventos que resultarían en la conquista de México. En las cinco cartas, escritas durante siete años al emperador Carlos V,  plasmó su intención de conquistar y poblar nuevas tierras, siempre a nombre del rey y para gloria de España. - La primera carta escrita por Cortés titulada: Primera carta de relación de la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo, se perdió. Si bien Francisco López de Gómara tuvo una copia e incluyó un breve resumen en su crónica. En 1842 se publicó una carta enviada por la Junta de regimiento de la ciudad de Veracruz, fechada el 10 de julio de 1519. Se titula: «Carta de la justicia y regimiento de la Rica Villa de la Veracruz». La carta de Veracruz o Primera relación está dirigida a la reina Juana y a su hijo Carlos, ya para entonces rey de España. - La segunda carta de relación es en primera persona. Es la carta que describe las peripecias de la marcha hacia México Tenochtitlan, la estancia en la capital mexica, el encuentro con los hombres de Pánfilo de Narváez, la huida de la ciudad y la derrota de la Noche Triste. - En la tercera carta de relación se narra el cerco a Tenochtitlan y Cortés se describe a sí mismo como un estratega, astuto y valiente. En su narración enfatizó que la tierra no estaba pacificada aún y señaló la importancia de su figura para mantener el control de la población indígena. - En la cuarta relación Hernán Cortés explica por qué no había obedecido las instrucciones enviadas por el monarca en 1523. En una misiva el emperador Carlos V le recomendó encarecidamente la prohibición de las ejecuciones de que eran víctimas los indígenas. Además de algunas instrucciones para modificar ciertos aspectos de la administración de la hacienda real. Aquí Cortés intentó convencer al emperador de su eficacia como gobernador de los nuevos territorios ganados para la corona y expone los muchos servicios prestados en su beneficio. - La quinta relación, fechada en septiembre de 1526, narra la expedición a las Hibueras, la ejecución de Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica y su regreso a la ciudad de México, en donde fue despojado de su título de gobernador.

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Hernán Cortés

Cartas de relación

Barcelona 2024

Linkgua-ediciones.com

Créditos

Título original: Cartas de relación.

© 2024, Red ediciones S.L.

e-mail: [email protected]

Diseño de la colección: Michel Mallard.

ISBN rústica ilustrada: 978-84-9007-574-6.

ISBN tapa dura: 978-84-1126-637-6.

ISBN ebook: 978-84-9007-098-7.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Primera carta-relación 9

Preámbulo 9

Ropa de algodón 53

Segunda carta-relación 55

Tercera carta-relación 185

Cuarta carta-relación 321

Quinta carta-relación 383

Libros a la carta 507

Brevísima presentación

La vida

Hernán Cortés (Medellín, 1485-Castilleja de la Cuesta, 1547) dirigió la expedición de la Corona española que culminó con la caída del Imperio Azteca a comienzos del siglo XVI e inauguró la primera fase de la conquista española de las Américas. Aunque abandonó la Universidad de Salamanca tan solo tras dos años de estudio, posiblemente éstos, sumados a su dilatada experiencia como escribano, primero en Sevilla y más tarde en La Española, le permitieron desarrollar no solo su amplio conocimiento de las leyes de la Corona española, sino también la capacidad para exponerle a Carlos V por escrito, en sus Cartas de relación, los acontecimientos que él mismo protagonizó.

Veinte años después del primer viaje de Colón a las Indias, el 10 de febrero de 1519, tendría lugar el comienzo de la conquista del llamado Nuevo Mundo: Hernán Cortes zarpaba de La Habana hacia la costa mexicana al frente de diez naves, cuatrocientos hombres, dieciséis caballos y algunos cañones y culebrinas. En los dos años siguientes un imperio y su cultura quedarían subyugados. La figura de Cortés se convertiría en el emblema del conquistador y, asimismo, de la crueldad, la barbarie y la astucia. Del convulso encuentro entre la cultura occidental y la azteca, que enfrentó y mezcló a indios y españoles, nacería un nuevo pueblo y una nueva cultura. Las Cartas de relación, que integran cinco cartas escritas durante siete años y dirigidas al emperador de España Carlos V, constituyen uno de los testimonios más notables —junto con los Diarios de Colón, la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de Díaz del Castillo y la Historia de la destrucción de las Indias del padre Bartolomé de las Casas— de ese extraordinario encuentro y, sobre todo, de la mentalidad occidental del Renacimiento.

Primera carta-relación

De la justicia y regimiento de la rica villa de la Veracruz a la reina doña Juana y al emperador Carlos V, su hijo

10 de julio de 1519

Preámbulo

Claramente parece, cuando en las historias falta el fundamento y principio del recontamiento de las cosas acaecidas, que queda todo confuso y encandilado; y porque en este libro están agregadas y juntas todas o la mayor parte de las escrituras y relaciones de lo que al señor don Hernando Cortés, Gobernador y Capitán General de la Nueva España, ha sucedido en la conquista de aquellas tierras, por tanto acordé de poner aquí en el principio de todas ellas, el origen de cómo y cuándo y en qué manera el dicho señor gobernador comenzó a conquistar la dicha Nueva España, que es en la manera siguiente:

Estando en la isla Española, el año del Señor de 1518 años por gobernadores de aquellas partes de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano, los muy reverendos padres fray Luis de Sevilla, prior de la Mejorada, y fray Alonso de Santo Domingo, prior de San Juan de Ortega, frailes profesos de la orden del bienaventurado señor San Jerónimo, a los cuales habían enviado después de la muerte del católico rey don Fernando con la dicha gobernación, los reverendísimos señores gobernadores de España, don fray Francisco Jiménez, Arzobispo de Toledo y Cardenal de España, y Mossior de Trayedo, Deán de Lovaina, embajador del rey don Carlos nuestro señor, que después fue cardenal de Tortosa, y finalmente Papa Adriano Sexto; Diego Velázquez, Teniente de Almirante de la Isla de Cuba, envió el dicho año a suplicar a los padres gobernadores que residían en la isla Española, que le diesen licencia para armar ciertas naos que quería, según costumbre de aquellas partes, enviar a su costa a una tierra que él decía que había descubierto hacia la parte occidental de la dicha isla de Cuba, para saber y bojar la dicha tierra y para traer indios cautivos de ella, de que se pudiesen servir en la isla de Cuba para rescatar en ella oro y las otras cosas que hubiesen, pagando el quinto de todo ello a Sus Altezas, según la orden y costumbre que en aquello había; lo cual los dichos padres gobernadores le concedieron y dieron licencias, y así armó tres navíos y un bergantín y envió por capitán de ellos a un pariente suyo que se decía Juan de Grijalva, mandándole que rescatase todo el más oro que pudiese.

Y es de saber que los primeros descubridores de la dicha tierra fueron otros, y no el dicho Diego Velázquez, según adelante parecerá, los cuales, no sabiendo lo que se decían, la intitularon y llamaron Yucatán, porque los dichos primeros descubridores, como llegasen allá preguntasen a los indios naturales de la dicha tierra que cómo se llamaba aquella tierra, y los indios no entendiendo lo que les preguntaban, respondían en su lenguaje y decían Yucatán, Yucatán, que quiere decir, no entiendo; así los españoles descubridores pensaron que los indios respondían que se llama Yucatán, y en esta manera se quedó impropiamente a aquella tierra este nombre de Yucatán.

Pues como el dicho Juan de Grijalva fuese a la dicha tierra nuevamente descubierta, comenzó a rescatar con los indios de la tierra las cosas que en su navío llevaba, según Diego Velázquez se lo había mandado, y no le dando allí el rescate de tan buena manera como Diego Velázquez quisiera, volvió a Cuba con poco rescate, a donde fue mal recibido de Diego Velázquez, el cual hablando con Fernando Cortés, que a la sazón era vecino y justicia de la ciudad de Santiago en la dicha isla de Cuba, que a la sazón estaba rico en dineros y tenía ciertos navíos suyos propios y era muy bien quisto y tenía muchos amigos en la isla, concertóse Diego Velázquez con él para que entrambos hiciesen una buena armada en que el dicho Fernando Cortés fuese por capitán general de ella en nombre de Sus Altezas, por el poder que para ello le habían dado los padres Jerónimos gobernadores de aquellas partes. Hecho y asentado entre ellos el concierto, puso el dicho Diego Velázquez solamente la tercia parte de los naos de la armada y el dicho capitán Fernando Cortés, puso de lo suyo propio las otras dos tercias partes de las dichas naos y todas las costas que se hicieron en la manda.

Y haciéndose a la vela en el mes de octubre del año del Señor de 1518, y andando costeando por las costas de la dicha isla de Cuba con tiempos contrarios, finalmente salió de la dicha isla de Cuba el dicho Fernando Cortés, Capitán General de la dicha armada, a 12 días del mes de febrero del año del Señor de 1519, para ir a la dicha tierra intitulada Yucatán, con diez naos, las siete de las cuales eran propias del dicho capitán Fernando Cortés, y las tres de Diego Velázquez, y después le alcanzaron otras dos naos que el dicho Diego Velázquez le envió. Así que fueron por todas las naos de la dicha armada, doce entre pequeñas y grandes, en las cuales iban quinientos españoles.

Pues como llegase a la dicha tierra llamada Yucatán, habiendo conocimiento de la grandeza y riquezas de ella, determinó de hacer, no lo que Diego Velázquez quería, que era rescatar oro, sino conquistar la tierra y ganarla y sujetarla a la Corona Real de Vuestra Alteza; y para proseguir su propósito, sintiendo que algunos de los de su compañía temerosos de emprender tan gran cosa, que se le querían volver, hizo un hecho troyano, y fue que tuvo manera, después que desembarcó toda la gente, de dar al través con todas las armas y fustes de la armada, y haciendo justicia de dos o tres que le amotinaban la gente, anegó y desbarató todas las naos, haciendo sacar la madera y clavazón de ellas a la costa, con presupuesto que, viendo los españoles que no tenían en qué volver, ni en qué poder salir de aquella tierra, se animasen a la conquista o a morir en la demanda.

Y éste fue el principio de todas las buenas venturas del dicho capitán Hernando Cortés. Y acertó también esto, que si no lo hiciera, hubiera pocos de los que consigo llevaba que se atrevieran a aquella empresa en tan gran tierra, tan poblada de gentes belicosas, y aunque el capitán le pesara, según los aprietos y peligros en que después se vieron, si las naos estuvieran enteras se le volvieran todos o los más a la isla de Cuba. En esta manera comenzaron a conquistar la tierra donde hacía hechos hazañosos y acometía y emprendía cosas inauditas, en donde según juicio humano, no era creído que ninguno de ellos pudiese escapar, como adelante aparecerá.

Habiendo, pues, el capitán Hernando Cortés calado algo de la tierra, acordó de fundar una nueva población en la cual, echado el principio y tomado su sitio, le puso por nombre y le llamó la Rica Villa de la Veracruz. Y puesto en ella alcaldes y regidores y otros oficios, el dicho capitán general don Hernando Cortés, el concejo, justicia, regidores y tenientes de la dicha villa, acordaron de enviar a España dos procuradores a la reina doña Juana y al rey don Carlos, su hijo, nuestros señores, con las primicias y muestras de las riquezas de aquella tierra que comenzaba en nombre de Sus Altezas a conquistar; y partiéronse los procuradores de la dicha Rica Villa de la Veracruz vinieron a España, y llegaron a Valladolid en el principio del mes de abril del año de quinientos veinte en la Semana Santa, estando el rey don Carlos, nuestro señor, en principio de camino para Alemania, a recibir la corona imperial; y presentaron a su Majestad lo que traían y una carta que el cabildo, justicia y regidores de la dicha Villa de la Veracruz escribieron a Sus Altezas, cuyo tenor es el siguiente:

Muy altos y muy poderosos, excelentísimos príncipes, muy católicos y muy grandes reyes y señores:

Bien creemos que vuestras majestades, por letras de Diego Velázquez, teniente de almirante en la isla Fernandina, habrán sido informados de una tierra nueva que puede haber dos años más o menos que en estas partes fue descubierta, que al principio fue intitulada por nombre Cozumel y después la nombraron Yucatán, sin ser lo uno ni lo otro, como por esta nuestra relación vuestras reales altezas mandarán ver; y porque las relaciones que hasta ahora a vuestras majestades de esta tierra se han hecho, así de la manera y riquezas de ella como de la forma en que fue descubierta y otras cosas que de ella se han dicho, no son ni han podido ser ciertas, porque nadie hasta ahora las ha sabido cómo será ésta que nosotros a vuestras reales altezas escribimos y contaremos aquí desde el principio que fue descubierta de esta tierra hasta el estado en que al presente está, porque vuestras majestades sepan la tierra que es, la gente que la posee y la manera de su vivir y el rito y ceremonias, secta o ley que tienen, y el feudo que en ella vuestras reales altezas podrán hacer y de ella podrán recibir, y de quién en ella vuestras majestades han sido servidos, porque en todo vuestras reales majestades puedan hacer lo que más servidos serán; y la cierta y muy verdadera relación es en esta manera:

Puede haber dos años poco más o menos, muy esclarecidos príncipes, que en la ciudad de Santiago, que es en la isla Fernandina, donde nosotros hemos sido vecinos en los pueblos de ella, se juntaron tres vecinos de la dicha isla, el uno de los cuales se dice Francisco Fernández de Córdoba, el otro Lope Ochoa de Caicedo, y el otro Cristóbal Morante, y como es costumbre en estas islas que en nombre de vuestras majestades están pobladas de españoles, de ir por indios a las islas que no están pobladas de españoles para se servir de ellos, envían los susodichos, dos navíos y un bergantín para que de las dichas islas trajesen indios a la dicha isla Fernandina, para servirse de ellos; y creemos, porque aún no lo sabemos de cierto, que el dicho Diego Velázquez, teniente de almirante, tenía la cuarta parte de la dicha armada. Y uno de los dichos armadores fue por capitán de la armada, llamado Francisco Fernández de Córdoba, y llevó por piloto a un Antón de Alaminos, vecino de la villa de Palos. Y a este Antón de Alaminos trajimos nosotros ahora también por piloto, y lo enviamos a vuestras reales altezas para que de él, vuestras majestades puedan ser informados.

Y siguiendo en viaje fueron a dar a la dicha tierra intitulada de Yucatán, a la punta de ella, que estará 60 o 70 leguas de la dicha isla Fernandina de esta tierra de la Rica Villa de la Veracruz, donde nosotros en nombre de vuestras reales altezas estamos, en la cual saltó en un pueblo que se dice Campeche, donde al señor de él pusieron por nombre Lázaro, y allí le dieron dos mazorcas con una tela de oro por cama, y otras cosillas de oro. Y porque los naturales de la dicha tierra no los consintieron estar en el pueblo y tierra, se partieron de allá y se fue la costa abajo hasta 10 leguas, donde tornó a saltar en tierra junto a otro pueblo que se llama Nochopobón y el señor de él Champotón; y allí fueron bien recibidos de los naturales de la tierra, mas no los consintieron entrar en su pueblo y aquella noche durmieron los españoles fuera de las naos en tierra; y viendo esto los naturales de aquella tierra, pelearon otro día en la mañana con ellos, en tal manera que murieron veintiséis españoles y fueron heridos otros tantos. Finalmente, viendo el capitán Francisco Fernández de Córdoba esto, escapo con los que le quedaron a acogerse a las naos.

Viendo pues el dicho capitán cómo le habían muerto más de la cuarta parte de su gente, y que todos los que le quedaban estaban heridos, y que él mismo tenía treinta y tantas heridas y que estaba casi muerto que pensaría escaparse, se volvió con los dichos navíos y gente a la isla Fernandina donde hicieron saber al dicho Diego Velázquez cómo habían hallado una tierra muy rica en oro, porque a todos los naturales de ella los habían visto traer puesto adellos en las narices, adellos en las orejas y en otras partes, y que en la dicha tierra había edificios de cal y canto, y mucha cantidad de otras cosas que de dicha tierra publicaron, de mucha administración y riquezas, y dijéronle que si él podía enviar navíos a rescatar oro, que había mucha cantidad de ello.

Sabido esto por el dicho Diego Velázquez, movido más a codicia que a otro celo, despachó luego a un su procurador a la isla Española con cierta relación que hizo a los reverendos padres de San Jerónimo, que en ella residían por gobernadores de estas Indias, para que en nombre de vuestras majestades le diesen licencia, por los poderes que de vuestras altezas tenían, para que pudiese enviar a bojar la dicha tierra, diciéndoles que en ello haría gran servicio a vuestras majestades, con tal que le diesen licencia para que rescatase con los naturales de ella, oro y perlas y piedras preciosas y otras cosas, lo cual todo fuese suyo pagando el quinto a vuestras majestades, lo cual por los dichos reverendos padres gobernadores Jerónimos le fue concedido, así porque hizo relación que él había descubierto la dicha tierra a su costa, como por saber el secreto de ella y proveer como al servicio de vuestras reales altezas conviniese. Y por otra parte, sin lo saber aquí los dichos padres Jerónimos, envió a un Gonzalo de Guzmán con su poder y con la dicha relación a vuestras altezas reales, diciendo que él había descubierto aquella tierra a su costa, en lo cual a vuestras majestades había hecho servicio, y que la quería conquistar a su costa, y suplicando a vuestras reales altezas lo hicieran adelantado y gobernador de ella y ciertas mercedes que allende de esto pedía, como vuestras majestades habrán ya visto por su relación, y por esto no las expresamos aquí.

En este medio tiempo como le vino la licencia que en nombre de sus majestades le dieron los reverendos padres gobernadores de la orden de San Jerónimo, diose prisa en armar tres navíos y un bergantín, porque si vuestras majestades no fuesen servidos de le conceder lo que con Gonzalo de Guzmán les había enviado a pedir, lo hubiese ya enviado con la licencia de los dichos padres Jerónimos; y armados, envió por capitán de ellos a un deudo suyo que se dice Juan de Grijalba y con él a ciento sesenta hombres de los vecinos de la dicha isla, entre los cuales venimos algunos de nosotros por capitanes, por servir a vuestras reales altezas. Y no solo venimos y vinieron los de la dicha armada aventurando nuestras personas, más aún casi todos los bastimentos de la dicha armada pusieron y pusimos de nuestras casas, así en lo cual gastarnos y gastaron asaz parte de sus haciendas. Y fue por piloto de la dicha armada el dicho Antón de Alaminos, que primero había descubierto la dicha tierra cuando fue con Francisco Fernández de Córdoba. Y para hacer este viaje tomaron susodicha derrota, que antes que a la dicha tierra viniesen, descubrieron una isla pequeña que bojaba hasta 30 leguas que está por la parte del sur de la dicha tierra, la cual es llamada Cozumel, y llegaron en la dicha isla a un pueblo que pusieron por nombre San Juan de Porta Latina y a la dicha isla llamaron Santa Cruz.

En el primer día que allí llegaron salieron a verlos hasta ciento cincuenta personas de los indios de dicho pueblo, y al día siguiente, según pareció, dejaron el pueblo los dichos indios y acogiéronse al monte, y como el capitán tuviese necesidad de agua, hízose a la vela para ir a tomarla a otra parte. El mismo día, y yendo su viaje, acordóse de volver al dicho puerto e isla de Santa Cruz, y surgió allí, y saltando en tierra, halló el pueblo sin gente como si nunca fuese poblado; y tomada su agua se torno a sus naos sin calar la tierra ni saber el secreto de ella, lo que no debieran hacer, pues fuera menester que la calara, y supiera para hacer verdadera relación a vuestras altezas reales de lo que era aquella isla. Y alzando velas, se fue y prosiguió su viaje hasta llegar a la tierra que Francisco Fernández de Córdoba había descubierto, a donde iba para la bojar y hacer su rescate, y llegados allá anduvieron por la costa de ella del sur hacia el poniente hasta llegar a una bahía a la cual el dicho capitán Grijalba y piloto mayor Antón de Alaminos pusieron por nombre Bahía de la Asunción, que según opinión de pilotos, esta muy cerca de la punta de Las Veras, que es la tierra que Vicente Yáñez Pinzón descubrió y apuntó. La parte y mitad de aquella bahía, la cual es muy grande, se cree que pasa a la Mar del Norte.

Desde allá se volvieron por la dicha costa por donde habían ido hasta doblar la punta de la dicha tierra, y por la parte del norte de ella navegaron hasta llegar al dicho puerto Campeche, que el señor de él se llama Lázaro, donde había llegado el dicho Francisco Fernández de Córdoba para hacer su rescate que por el dicho Diego Velázquez le era mandado, como por la mucha necesidad que tenían de tomar agua. Y luego que los vieron venir los naturales de la tierra se Pusieron en manera de batalla fuera de su pueblo para defender la entrada, y el capitán los llamó con una lengua e intérprete que llevaba y vinieron ciertos indios a los cuales hizo entender que él no venía sino a rescatar con ellos de lo que tuvieran y a tomar aguaje, y así se fue con ellos hasta un jagüey de agua que estaba junto a su pueblo y allí comenzó a tomar su agua y a decirles con el dicho faraute que les dieran oro y que les darían de las preseas que llevaban. Y los indios, desde que aquellos vieron, como no tenían oro que le dar dijéronle que se fuesen, y él les rogó les dejasen tomar su agua y que luego se irían, y con todo eso no se pudo de ellos defender sin que otro día de mañana a hora de misa los indios no comenzasen a pelear con ellos, con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, por manera que mataron a un español e hirieron al dicho capitán Grijalba y a otros muchos, y aquella tarde se embarcaron en las carabelas con su gente sin entrar en el pueblo de los dichos indios y sin saber cosa de que a vuestras reales majestades verdadera relación se pudiese hacer.

Y de allí se fueron por la dicha costa. Así llegaron a un río al cual pusieron por nombre el río de Grijalba, y surgió en él casi a hora de vísperas; y otro día de mañana se pusieron de la una y de la otra parte del río un gran número de indios y gente de guerra, con sus arcos y flechas, y lanzas y rodelas para defender la entrada en su tierra, y según pareció a algunas personas creían contar cinco mil indios. Como el capitán esto vio, no salto a tierra nadie de los navíos, sino desde los navíos les habló con las lenguas y farautes que traía, rogándoles que llegasen más cerca para que les pudiese decir la causa de su venida; y entraron veinte indios en una canoa y vinieron muy recatados y acercáronse a los navíos, y el capitán Grijalba les dijo y dio a entender por aquel intérprete que llevaba, cómo él no venía sino a rescatar, y que quería ser amigo de ellos, y que le trajesen oro de lo que tenían y que él les daría de las preseas que llevaba. Así lo hicieron el día siguiente, trayéndole ciertas joyas de oro sotiles, y el dicho capitán les dio de su rescate lo que le pareció y ellos se volvieron a su pueblo. Y el dicho capitán estuvo allá aquel día, y otro día siguiente se hizo a la vela y sin saber más secreto alguno de aquella tierra, y bojaron hasta llegar a una bahía, a la cual pusieron por nombre la bahía de San Juan, y allí saltó el capitán en tierra con cierta gente, en unos arenales despoblados.

Y como los naturales de la tierra habían visto que aquellos navíos venían por la costa, acudieron allí, con los cuales él habló con sus intérpretes y sacó una mesa en que puso ciertas preseas, haciéndoles entender cómo venían a rescatar y a ser sus amigos; y como esto vieron y entendieron los indios comenzaron a traer piezas de ropa y algunas joyas de oro, las cuales rescataron con el dicho capitán, y desde allí despachó y envió el dicho capitán Grijalba a Diego Velázquez, la una de las dichas carabelas con todo lo que hasta entonces había rescatado; y partida la dicha carabela para la isla Fernandina a donde estaba Diego Velázquez, se fue el dicho capitán Grijalba por la costa abajo con los navíos que le quedaron y anduvo por ella hasta 45 leguas sin saltar en tierra ni ver cosa alguna, excepto aquello que desde la mar se parecía, y desde allí se comenzó a volver para la isla Fernandina, y nunca mas vio cosa alguna de aquella tierra que de contar fuese, por lo cual vuestras reales altezas pueden creer que todas las relaciones que de esta tierra se les han hecho no han podido ser ciertas, pues no supieron los secretos de ellas más de lo que por sus voluntades han querido escribir.

Llegado a la isla Fernandina el dicho navío que el capitán Juan de Grijalba había despachado de la bahía de San Juan, como Diego Velázquez vio el oro que llevaba y supo por las cartas que Grijalba le escribía, las ropas y preseas que por ellas habían dado con rescate, parecióle que se había rescatado poco, según las nuevas que le daban los que en la dicha carabela habían ido y el deseo que él tenía de haber oro, y publicaba que no había ahorrado la costa que había hecho en la dicha armada, y que le pesaba y mostraba sentimiento por lo poco que el capitán Grijalba en esta tierra había hecho. En verdad no tenía mucha razón, porque los gastos que él hizo en la dicha armada se le ahorraron con ciertas botas y toneles de vino y con ciertas cajas y de camisas de presillas y con cierto rescate de cuentas que envió en la dicha armada, porque acá se nos vendió el vino a cuatro pesos de oro, que son dos mil maravedís la arroba, y la camisa de presilla se nos vendió a dos pesos de oro, y el mazo de cuentas verdes a dos pesos, por manera que ahorró con esto todo el gasto de la armada y aún ganó dineros, y hacemos de esto tan particular relación a vuestras majestades porque sepan que las armadas que hasta aquí ha hecho el Diego Velázquez han sido tanto de trato de mercaderías como de armador, y con nuestras personas y gastos de nuestras haciendas; y aunque hemos padecido infinitos trabajos, hemos servido a vuestras reales altezas y serviremos hasta tanto que la vida nos dure.

Estando el dicho Diego Velázquez con este enojo del poco oro que le habían llevado, teniendo deseo de haber más, acordó sin lo decir ni hacer saber a los padres gobernadores Jerónimos, de hacer una armada, y volver a enviar a buscar al dicho capitán Juan de Grijalba su pariente. Y para hacerlo a menos costa suya, habló con Fernando Cortés, vecino y alcalde de la ciudad de Santiago por vuestras majestades, y díjole que armaran ambos a dos hasta ocho o diez navíos, porque a la sazón el dicho Fernando Cortés tenía mejor aparejo que otra persona alguna de la dicha isla, por tener entonces tres navíos suyos propios y dineros para poder gastar, y porque era bien quisto en la dicha isla. Y que con él se creía que querría venir mucha más gente que con otro, como vino. Y visto por el dicho Fernando Cortés lo que Diego Velázquez le decía, movido con celo de servir a vuestras reales altezas, propuso de gastar todo cuanto tenía en hacer aquella armada, casi las dos partes de ella a su costa, así en navíos como en bastimentos, de más y allende de repartir sus dineros por las personas que habían de ir en la dicha armada, que tenían necesidad para proveerse de cosas necesarias para el viaje.

Hecha y ordenada la dicha armada, nombró en nombre de vuestras majestades, el dicho Diego Velázquez al dicho Fernando Cortés, por capitán de ella, para que viniese a esta tierra a rescatar y hacer lo que Grijalba no había hecho, y todo el concierto de la dicha armada se hizo a voluntad del Diego Velázquez, aunque no puso ni gastó él más de la tercia parte de ella, según vuestras reales altezas podrán mandar ver por las instrucciones y poder que el dicho Fernando Cortés recibió de Diego Velázquez en nombre de vuestras majestades, las cuales enviamos ahora con estos nuestros procuradores a vuestras altezas. Y sepan vuestras majestades que la mayor parte de la dicha tercia parte que el dicho Diego Velázquez gastó en hacer la dicha armada fue en emplear sus dineros en vinos y en ropas y en otras cosas de poco valor para nos lo vender acá en mucha más cantidad de lo que a él le costó, por manera que podemos decir que entre nosotros los españoles, vasallos de vuestras reales altezas, hace Diego Velázquez su rescate y granjea sus dineros cobrándolos muy bien.

Acabada de hacer la dicha armada, se partió de la dicha isla Fernandina el dicho capitán de vuestras reales altezas, Fernando Cortés, para seguir su viaje con diez carabelas y cuatrocientos hombres de guerra, entre los cuales vinieron muchos caballeros e hidalgos y dieciséis de caballo. Y prosiguiendo el viaje, a la primera tierra que llegaron fue a la isla Cozumel, que ahora se dice de Santa Cruz, como arriba hemos dicho, en el puerto de San Juan de Porta Latina, y saltando en tierra se halló el pueblo que allí hay despoblado sin gente, como si nunca hubiera sido habitado de persona alguna. Y deseando el dicho capitán Fernando Cortés saber cuál era la causa de estar despoblado aquel lugar, hizo salir a la gente de los navíos y aposentáronse en aquel pueblo; y estando allí con su gente, supo de tres indios que se tomaron en una canoa en la mar, que se pasaban a la isla de Yucatán, que los caciques de aquella isla, visto cómo los españoles habían aportado allí, habían dejado los pueblos, y con todos sus indios se habían ido a los montes por temor de los españoles, por no saber con qué intención y voluntad venían con aquellas naos. Y el dicho Fernando Cortés hablándoles por medio de una lengua o faraute que llevaba, les dijo que no iban a hacerles mal ni daño alguno, sino para amonestarles y atraer para que viniesen en conocimiento de nuestra santa fe católica y para que fueran vasallos de vuestras majestades y les sirviesen y obedeciesen como lo hacen todos los indios y gente de estas partes que están pobladas de españoles, vasallos de vuestras reales altezas, asegurándoles el dicho capitán por esta manera, perdieron mucha parte del temor que tenían y dijeron que ellos querían ir a llamar a los caciques que estaban la tierra adentro en los montes, y luego el dicho capitán les dio una su carta para que los dichos caciques vinieran seguros. Y así se fueron con ella dándoles el capitán término de cinco días para volver, pues como el capitán estuviese allí aguardando la respuesta que los dichos indios le habían de traer, y hubiesen ya pasado otros tres o cuatro días más de los cinco que llevaron de licencia, y viese que no venían, determinó porque aquella isla no se despoblase de enviar por la costa de ella otra gente.

Y envió dos capitanes con hasta cien hombres, y mandóles que el uno fuese a una punta de la isla, y el otro a la otra, y que hablasen a los caciques que topasen y les dijesen cómo él los estaba esperando en aquel pueblo y puerto de San Juan de Porta Latina para hablarles de parte de vuestras majestades, y que les rogasen y atrajesen como mejor pudiesen para que quisiesen venir al dicho puerto de San Juan, y que no les hiciesen mal alguno en sus personas ni casas ni haciendas, porque no se alterasen ni alejasen más de lo que estaban. Y fueron los dichos dos capitanes como el capitán Fernando Cortés los mandó; y volviendo de allí a cuatro días dijeron que todos los pueblos que habían topado estaban vacíos, y trajeron consigo hasta diez o doce personas que pudieron haber, entre los cuales venía un indio principal al que les habló el dicho capitán Fernando Cortés de parte de vuestras altezas con la lengua e intérprete que traía, y le dijo que fueran a llamar a los otros caciques porque él no se había de partir en ninguna manera de esa dicha isla sin verlos y hablarlos; y dijo que así lo haría y así se partió con su carta para los otros caciques, y de allí a dos días vino con él el principal y le dijo que era señor de la isla y que venía a ver qué era lo que quería.

El capitán le habló con el intérprete y le dijo que él no quería ni venía a hacerles mal alguno, sino a decirles que viniesen al conocimiento de nuestra santa fe y que supieran que teníamos por señores a los mayores príncipes del mundo, y que éstos obedecían a un mayor príncipe que él, y que lo que el dicho capitán Fernando Cortés les dijo que quería de ellos, no era otra cosa sino que los caciques e indios de aquella isla obedecieran también a vuestras altezas, y que haciéndolo así, serían muy favorecidos, y que haciendo esto no habría quien los enojase. Y el dicho cacique respondió que era contento de hacerlo así, y envió luego a llamar a todos los principales de la dicha isla, los cuales vinieron, y venidos holgaron mucho de todo lo que el dicho capitán Fernando Cortés había hablado a aquel cacique, señor de la isla. Y así los mandó volver y volvieron muy contentos, y en tanta manera se aseguraron que de allí a pocos días estaban los pueblos tan llenos de gente y tan poblados como antes, y andaban entre nosotros todos aquellos indios con tan poco temor, como si mucho tiempo hubieran tenido conversación con nosotros.

En este medio tiempo supo el capitán que unos españoles estaban siete años cautivos en el Yucatán, en poder de ciertos caciques, los cuales se habían perdido en una carabela que dio al través en los bajos de Jamaica, la cual venía de Tierra Firme, y que en ellos se escaparon en una barca de aquella carabela saliendo a aquella tierra, y desde entonces los tenían allí cautivos y presos los indios, y también traía aviso de ello el dicho capitán Fernando Cortés, cuando partió de la dicha isla Fernandina para saber de estos españoles y como aquí supo nuevas de ellos y la tierra donde estaban, le pareció que haría mucho servicio a Dios y a vuestra majestad en trabajar que saliesen de la prisión y cautiverio en que estaban, y luego quisiera ir con toda la flota con su persona a redimirlos, si no fuera porque los pilotos le dijeron que en ninguna manera lo hiciese, porque sería causa de que la flota y gente que en ella iba se perdiese, a causa de ser la costa muy brava como lo es, y no haber en ella puerto ni parte donde pudiese surgir con los dichos navíos; y por esto lo dejó y proveyó luego con enviar con ciertos indios en una canoa, los cuales le habían dicho que sabían quién era el cacique con quien los dichos españoles estaban, y les escribió como si él dejaba de ir en persona con su armada para librarlos, no era sino por ser mala y brava la costa para surgir, pero que les rogaba que trabajasen de soltarse y huir en algunas canoas, y que ellos les esperarían allí en la isla de Santa Cruz.

Tres días después que el dicho capitán despachó a aquellos indios con sus cartas, no le pareciendo que estaba muy satisfecho, creyendo que aquellos indios no lo sabrían hacer tan bien como él lo deseaba, acordó el enviar, y envió, dos bergantines y un batel con cuarenta españoles de su armada a la dicha costa para que tomasen y recogiesen a los españoles cautivos si allí acudiesen, y envió con ellos otros tres indios para que saltasen en tierra y fuesen a buscar y llamar a los españoles presos con otra carta suya, y llegados estos dos bergantines y batel a la costa donde iban, echaron a tierra los tres indios, y enviáronlos a buscar a los españoles, como el capitán les había mandado, y estuviéronlos esperando en la dicha costa seis días con mucho trabajo, que casi se hubieran perdido y dado al través en la dicha costa por ser tan brava allí la mar según los pilotos habían dicho.

Y visto que no venían los españoles cautivos ni los indios que a buscarlos habían ido, acordaron volverse a donde el dicho capitán Fernando Cortés los estaba aguardando en la isla de Santa Cruz, y llegados a la isla, como el capitán supo el mal recado que traían, recibió mucha pena, y luego otro día propuso embarcarse con toda determinación de ir y llegar a aquella tierra, aunque toda la flota se perdiese, y también por certificarse si era verdad lo que el capitán Juan de Grijalba había enviado a decir a la isla Fernandina, diciendo que era burla que nunca a aquella costa habían llegado ni se habían perdido aquellos españoles que se decían estar cautivos.

Y estando en este propósito el capitán, embarcando ya toda la gente, que no faltaba de embarcarse salvo su persona con otros veinte españoles que con él estaban en tierra, y haciéndoles el tiempo muy bueno y conforme según a su propósito para salir del puerto, se levantó a deshora un viento contrario con unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los pilotos dijeron al capitán que no se embarcaran porque el tiempo era muy contrario para salir del puerto, y visto esto, el capitán mandó desembarcar toda la otra gente de la armada, y a otro día a mediodía vieron venir a una canoa a la vela hacia la dicha isla. Y llegada donde nosotros estábamos, vimos cómo venía en ella uno de los españoles cautivos que se llama Jerónimo de Aguilar, el cual nos contó la manera cómo se había perdido y el tiempo que había que estaba en aquel cautiverio, que es como arriba vuestras reales altezas hemos hecho relación. Y túvose entre nosotros aquella contrariedad de tiempo que sucedió de improviso, como es verdad, por muy gran misterio y milagro de Dios, por donde se cree que ninguna cosa se comienza que en servicio de vuestras majestades sea que pueda suceder sino en bien. De este Jerónimo de Aguilar fuimos informados que los otros españoles que con él se perdieron en aquella carabela que dio al través, estaban muy derramados por la tierra, la cual nos dijo que era muy grande, y que era imposible recogerlos sin estar y gastar mucho tiempo en ello.

Pues como el capitán Fernando Cortés viese que se iban acabando los bastimentos de la armada, y que la gente padecería mucha necesidad de hambre si dilatase y esperase allí el mal tiempo, y que no habría efecto el propósito de su viaje, y determinó, con parecer de los que en su compañía venían, de partirse; y luego se partió dejando aquella isla de Cozumel, que ahora se llama de Santa Cruz, muy pacífica, y en tanta manera, que si fuera para ser poblador de ella, pudieran con tanta voluntad los indios de ella comenzar luego a servir; y los caciques quedaron muy contentos y alegres por lo que de parte de vuestras reales altezas les había dicho el capitán, y por les haber dado muchos atavíos para sus personas; y tenemos por cierto que todos los españoles que de aquí adelante a la dicha isla vinieren, serán también recibidos como si a otra tierra de las que ha mucho tiempo que son pobladas llegasen. Es la dicha isla pequeña, y no hay en ella río alguno ni arroyo, y toda el agua que los indios beben es de pozos, que en ella no hay otra cosa sino peñas y piedras y artabucos y montes, y la granjería que los indios de ella tienen es colmenares, y nuestros procuradores llevan a vuestras altezas la muestra de miel y cera de los dichos colmenares para que la manden ver.

Sepan vuestras majestades que como el capitán reprendiese a los caciques de la dicha isla diciéndoles que no viviesen más en la secta y gentilidad que tenían, pidieron que les diesen ley en que viviesen de allí adelante, y el dicho capitán los informó lo mejor que él supo en la fe católica, y les dejó una cruz de palo puesta en una casa alta, y una imagen de nuestra señora la Virgen María, y les dio a entender muy cumplidamente lo que debían hacer para ser buenos cristianos; y ellos mostráronle que recibían todo de muy buena voluntad, y así quedaron muy alegres y contentos.

Partidos de esta isla, fuimos a Yucatán, y por la banda del norte corrimos la tierra adelante hasta llegar al río grande que se dice de Grijalba, que es, según a vuestras reales altezas hicimos relación, adonde llegó el capitán Juan de Grijalba, pariente de Diego Velázquez. Es tan baja la entrada de aquel río, que ningún navío de los grandes pudo en él entrar; mas como el dicho capitán Fernando Cortés está tan inclinado al servicio de vuestra majestad y tenga voluntad de hacerles verdaderas relaciones de lo que en la tierra hay, propuso de no pasar más adelante hasta saber el secreto de aquel río y pueblos que en la ribera de él están, por la gran fama que de riqueza se decía que tenían, y así sacó toda la gente de su armada en los bergantines pequeños y en las barcas, y subimos por el dicho río arriba hasta llegar a ver la tierra y pueblos de ella; y como llegásemos al primer pueblo hallamos la gente de los indios de él puesta a la orilla del agua, y el dicho capitán les habló con la lengua y faraute que llevábamos y con el dicho Jerónimo Aguilar que había, como dicho es de suso, estado cautivo en Yucatán, que entendía muy bien y hablaba la lengua de aquella tierra, y les hizo entender como él no venía a hacerles mal ni daño alguno, sino a hablarles de parte de vuestras majestades y que para esto les rogaba que nos dejasen y hubiesen por bien que saltásemos en tierra, porque no teníamos donde dormir aquella noche sino en la mar en aquellos bergantines y barcas en las cuales no cabíamos aún de pies, porque para volver a nuestros navíos era muy tarde porque quedaban en alta mar. Oído esto por los indios, respondiéronle que hablase desde allí lo que quisiese, y que no tratase de saltar él ni su gente en tierra, sino que le defenderían la entrada. Y luego en diciendo esto comenzáronse a poner en orden para tirarnos flechas, amenazándonos y diciendo que nos fuésemos de allí; y por ser este día muy tarde, que casi era ya que se quería poner el Sol, acordó el capitán que nos fuésemos a unos arenales que estaban enfrente de aquel pueblo, y allí saltamos en tierra y dormidos toda la noche.

Otro día de mañana vinieron a nosotros ciertos indios en una canoa y nos trajeron ciertas gallinas y un poco de maíz que habría para comer hombres en una comida, y dijéronnos que tomásemos aquello y que nos fuésemos de su tierra; y el capitán les habló con los intérpretes que teníamos, y les dio a entender que en ninguna manera él se había de partir de aquella tierra hasta saber el secreto de ella, y que les tornaba a rogar que no recibiesen pena de ello ni le defendiesen la entrada en el dicho pueblo, pues que eran vasallos de vuestras reales altezas; y todavía respondieron diciendo que no tratásemos de entrar en el dicho pueblo, sino que nos fuésemos de su tierra, y así se fueron.

Después de idos, determinó el dicho capitán de ir allá, y mandó a un capitán de los que en su compañía estaban, que se fuese con doscientos hombres por un camino, que aquella noche que en tierra estuvimos se halló que iba a aquel pueblo; y el dicho capitán Fernando Cortés se embarcó hasta con ochenta hombres en las barcas y bergantines, y se fue a poner frontero del pueblo para saltar en tierra si le dejasen; y como llegó halló los indios puestos de guerra armados con sus arcos y flechas y lanzas y rodelas, diciéndonos que nos fuésemos de su tierra, si no queríamos guerra que comenzásemos luego, porque ellos eran hombres Para defender su pueblo. Y después de haberles requerido el dicho capitán tres veces, y pedídolo por testimonio al escribano de vuestras reales altezas que consigo llevaba, diciéndoles que no quería guerra, viendo que la determinada voluntad de los dichos indios era resistirle que no saltase en tierra, y que comenzaban a flechar contra nosotros, mandó soltar los tiros de artillería que llevaba, y que arremetiésemos a ellos, y soltados los tiros, al saltar, que la gente saltó en tierra, nos hirieron a algunos, pero finalmente con la prisa que les dimos y con la gente que por las espaldas les dio, de la nuestra que por el camino había ido, huyeron y dejaron el pueblo, y así lo tomamos y nos aposentamos en la parte de él que más fuerte nos pareció.

Y a otro día siguiente, vinieron a hora de vísperas dos indios de parte de los caciques y trajeron ciertas joyas de oro muy delgadas y de poco valor, y dijeron al capitán que ellos le traían aquello por que se fuese y les dejase su tierra como antes solían estar, y que no les hiciese mal ni daño; y el dicho capitán les respondió diciendo que a lo que pedían de no hacerles mal ni daño, que él era contento, y a lo de dejarles la tierra dijo que supiesen que de allí adelante habían de tener por señores a los mayores príncipes del mundo y que habían de ser sus vasallos y les habían de servir, y que haciendo esto vuestras mercedes, y los favorecerían y ampararían y defenderían de sus enemigos. Y ellos respondieron que eran contentos de hacerlo así, pero todavía le requerían que les dejase su tierra, y así quedamos todos amigos. Concertada esta amistad, les dijo el capitán que la gente española que allí estábamos no teníamos qué comer, ni lo habíamos sacado de las naos, que les rogaba que el tiempo que allí en tierra estuviésemos nos trajesen de comer; y ellos respondieron que otro día traerían y así se fueron y tardaron aquel día y otro que no vinieron con ninguna comida, y de esta causa estábamos todos con mucha necesidad de mantenimientos, y al tercer día pidieron algunos españoles licencia al capitán para ir por las estancias de alrededor a buscar de comer, y como el capitán viese que los indios no venían como habían quedado, envió cuatro capitanes con más de doscientos hombres a buscar a la redonda del pueblo si hallarían algo de comer, y andándolo buscando toparon con muchos indios, y comenzaron luego a flecharlos en tal manera que hirieron a veinte españoles, y si no fuera hecho de presto saber el capitán para que los socorriese, como los socorrió, créese que mataran más de la mitad de los cristianos; y así nos vinimos y retrajimos a nuestro real, y fueron curados los heridos, y descansaron los que habían peleado. Y viendo el capitán cuán mal los indios lo habían hecho, que en lugar de traernos de comer, como habían quedado, nos flechaban y hacían guerra, mandó sacar diez caballos y yeguas de los que en las naos llevaban, y apercibir toda la gente, porque tenía pensamiento que aquellos indios con el favor que el día pasado habían tomado, vendrían a dar sobre nosotros al real con pensamiento de hacer daño; y estando así todos bien apercibidos, envió otro día ciertos capitanes con trescientos hombres adonde el día pasado había habido la batalla, a saber si estaban allí los dichos indios o qué había sido de ellos. Y al poco envió otros dos capitanes con la retaguardia con otros cien hombres y el dicho capitán Fernando Cortés se fue con los diez de a caballo encubiertamente por un lado.

Yendo, pues, en este orden, los delanteros toparon gran multitud de indios de guerra que venían todos a dar sobre nosotros en el real, y si por caso aquel día no les hubiéramos salido a recibir al camino, pudiera ser que nos pusieran en harto trabajo. Y como el capitán de la artillería que iba delante, hiciese ciertos requerimientos por ante escribano a los dichos indios de guerra que topó, dándoles a entender por los farautes y lenguas que allí iban con nosotros, que no queríamos guerra sino paz y amor con ellos, no se curaron de responder con palabras sino con flechas muy espesas que comenzaron a tirar; y estando así peleando los delanteros con los indios, llegaron los dos capitanes de la retaguardia, y habiendo dos horas que estaban peleando todos con los indios, llegó el capitán Fernando Cortés con los de a caballo por una parte del monte por donde los indios comenzaron a cercar a los españoles a la redonda, y allí anduvo peleando con los dichos indios una hora, y era tanta la multitud de indios, que ni los que estaban peleando con la gente de a pie de los españoles veían a los de a caballo, ni sabía a qué parte andaban, ni los mismos de a caballo entrando y saliendo en los indios se veían unos a otros; mas de que los españoles sintieron a los de a caballo, arremetieron de golpe a ellos y luego fueron los susodichos indios puestos en huida y siguiendo media legua el alcance visto por el capitán cómo los indios iban huyendo y que no había más que hacer, y que su gente estaba muy cansada, mandó que todos se recogiesen a unas casas de unas estancias que allí había, y después de recogidos se hallaron heridos veinte hombres, de los cuales ninguno murió, ni de los que hirieron el día pasado.

Y así recogidos y curados los heridos nos volvimos al real y trajimos con nosotros dos indios que allí se tomaron, los cuales el dicho capitán mandó soltar,, y envió con ellos sus cartas a los caciques, diciéndoles que si quisiesen venir a donde él estaba, que les perdonaría el yerro que habían hecho y que serían sus amigos. Y este mismo día en la tarde vinieron dos indios que parecían principales, y dijeron que a ellos les pesaba mucho de lo pasado, y que aquellos caciques les rogaban que les perdonasen, y que no les hiciesen más daño de lo pasado, y que no les matase más gente de la muerte, que fueron hasta doscientos veinte hombres los muertos, y que lo pasado fuese pasado, y que en adelante ellos querían ser vasallos de aquellos príncipes que les decían, y que por tales se daban y tenían, y que quedaban y se obligaban de servirles cada vez en nombre e vuestra majestad algo les mandasen; y así se asentaron y quedaron hechas las paces. Y preguntó el capitán a los dichos indios por el intérprete que tenía, que qué gente era la que en la batalla se había hallado, y respondiéronle que de ocho provincias se habían juntado los que allí habían venido, y que según la cuenta y copia que ellos tenían, serían por todos cuarenta mil hombres, y que hasta aquel número sabían ellos muy bien contar. Crean vuestras reales altezas por cierto que esta batalla fue vencida más por la voluntad de Dios que por nuestras fuerzas, porque para cuarenta mil hombres de guerra poca defensa fuera cuatrocientos que éramos nosotros.

Después de quedar todos muy amigos, nos dieron en cuatro o cinco días que allí estuvimos hasta ciento cuarenta pesos de oro entre todas piezas, y tan delgadas y tenidas de ellos en tanto, que bien parece su tierra muy pobre de oro, porque de muy cierto se pensó que aquello poco que tenían era traído de otras partes por rescate. La tierra es muy buena y muy abundante la comida, así de maíz como de fruta, pescado y otras cosas que ellos comen. Está asentado este pueblo en la ribera del susodicho río por donde entramos, en un llano en el cual hay muchas estancias y labranzas de las que ellos usan y tienen. Reprendióseles el mal que hacían en adorar ídolos y dioses que ellos tienen, e hízoseles entender cómo habían de venir en conocimiento de nuestra santa fe, y quedóles una cruz de madera grande puesta en alto, y quedaron muy contentos y dijeron que la tendrían en mucha veneración y la adorarían, quedando los dichos indios de esta manera por nuestros amigos y por vasallos de vuestras reales altezas.

El dicho capitán Fernando Cortés se partió de allí prosiguiendo su viaje, y llegamos al puerto y bahía que se dice San Juan, que es adonde el susodicho capitán Juan de Grijalba hizo el rescate de que arriba a vuestra majestad estrecha relación hace. Luego que allí llegamos, los indios naturales de la tierra vinieron a saber qué carabelas eran aquellas que habían venido, y porque el día que llegamos era muy tarde de casi noche, estúvose quedo el capitán en las carabelas y mandó que nadie saltase a tierra; y otro día de mañana, saltó a tierra el dicho capitán, con mucha parte de la gente de su armada, y halló allí dos principales de los indios a los cuales dio ciertas preseas de vestir de su persona, y les habló con los intérpretes y lenguas que llevábamos, dándoles a entender como él venía a estas partes por mandado de vuestras reales altezas a hablarles y decir lo que habían de hacer que a su servicio convenía, y que para esto les rogaba que luego fuesen a su pueblo, y que llamasen al dicho cacique o caciques que allí hubiesen para que les viniese a hablar; y porque viniesen seguros, les dio para los caciques dos camisas, cintas de oro y dos jubones, uno de raso y otro de terciopelo, y sendas gorras de grana y sendos pares de zaragüelles, y así se fueron con estas joyas a los dichos caciques.

Y otro día siguiente, poco antes de mediodía, vino un cacique con ellos de aquel pueblo, al cual el dicho capitán habló y le hizo entender con los farautes, que no venía a hacerles mal ni daño alguno, sino a hacerles saber cómo habían de ser vasallos de vuestras majestades y le habían de servir y dar lo que en su tierra tuviesen, como todos los que son así lo hacen; y respondió que él era muy contento de lo ser y obedecer, y que le placía de servirle y tener por señores a tan altos príncipes, como el capitán le había hecho entender que eran vuestras reales altezas. Y luego el capitán le dijo que pues tan buena voluntad mostraba a su rey y señor, que él vería las mercedes que vuestras majestades en adelante le harían. Diciéndole esto, le hizo vestir una camisa de holanda, un sayón de terciopelo y una cinta de oro, con lo cual el dicho cacique se fue muy contento y alegre, diciendo al capitán que él se quería ir a su tierra y que los esperásemos allí, que otro día volvería y traería de lo que tuviese porque más enteramente conociésemos la voluntad que del servicio de vuestras reales altezas tiene, y así se despidió y se fue. Y a otro día adelante vino el dicho cacique como había quedado, e hizo tender una manta blanca delante del capitán, y ofrecióle ciertas preciosas joyas de oro, poniéndolas sobre la manta, de las cuales, y de otras que después se hubieron y hacemos particular referencia a vuestras majestades en un memorial que nuestros procuradores llevan.

Después de haberse despedido de nosotros el dicho cacique y vuelto a su casa en mucha conformidad, como en esta armada venimos personas nobles, caballeros hijosdalgo, celosos del servicio de Nuestro Señor y de vuestras reales altezas y deseosos de ensalzar su corona real, de acrecentar sus señoríos y de aumentar sus rentas, nos juntamos y platicamos con el dicho capitán Fernando Cortés, diciendo que esta tierra era buena, y que según la muestra de oro que aquel cacique había traído, se creía que debía de ser muy rica, y que según las muestras que el dicho cacique había dado, era de creer que él y todos sus indios nos tenían muy buena voluntad; por tanto, que nos parecía que nos convenía al servicio de vuestras majestades que en tal tierra se hiciese lo que Diego Velázquez había mandado hacer al dicho capitán Fernando Cortés, y que era rescatar todo el oro que pudiese, y rescatado, volverse con todo ello a la isla Fernandina, para gozar solamente de ello el dicho Diego Velázquez y el dicho capitán, y que lo mejor que a todos nos parecía era que en nombre de vuestras reales altezas, se poblase y fundase allí un pueblo en que hubiese justicia, para que en esta tierra tuviesen señorío, como en sus reinos y señoríos lo tienen, porque siendo esta tierra poblada de españoles, además de acrecentarlos reinos y señoríos de vuestras majestades y sus rentas, nos podrían hacer mercedes a nosotros y a los pobladores que de más allá viniesen adelante.

Y acordado esto nos juntamos todos, y acordes de un ánimo y voluntad, hicimos un requerimiento al dicho capitán en el cual dijimos, que pues él veía cuanto al servicio de vuestras majestades convenía que esta tierra estuviese poblada, dándole las causas de que arriba a vuestras altezas se ha hecho relación, y le requerimos que luego cesase de hacer rescates de la manera que los venía a hacer, porque sería destruir la tierra en mucha manera, y vuestras majestades serían en ello muy deservidos, y que así mismo le pedíamos y requeríamos que luego nombrase para aquella villa que se había por nosotros de hacer y fundar, alcaldes y regidores en nombre de vuestras reales altezas, con ciertas protestaciones en forma que contra él protestásemos si así no lo hiciese.

Y hecho este requerimiento al dicho capitán, dijo que al día siguiente nos respondería, y viendo pues el dicho capitán cómo convenía al servicio de vuestras reales altezas lo que le pedíamos, luego otro día nos respondió diciendo que su voluntad estaba más inclinada al servicio de vuestras majestades que a otra cosa alguna, y que no mirando el interés que a él se le siguiera si prosiguiera en el rescate que traía presupuesto de rehacer, ni los grandes gastos que de su hacienda había hecho en aquella armada junto con el dicho Diego Velázquez, antes posponiéndolo todo, le placía y era contento de hacer lo que por nosotros le era pedido, pues que tanto convenía al servicio de vuestras reales altezas. Y luego comenzó con gran diligencia a poblar y a fundar una villa, a la cual puso por nombre la Rica Villa de la Veracruz, y nombrónos a los que la presente suscribimos, por alcaldes y regidores de la dicha villa, y en nombre de vuestras reales altezas recibió de nosotros el juramento y solemnidad que en tal caso se acostumbra y suele hacer.

Después de lo cual, otro día siguiente entramos en nuestro cabildo y ayuntamiento, y estando así juntos enviamos a llamar al dicho capitán Fernando Cortés, y le pedimos en nombre de vuestras reales altezas que nos mostrasen los poderes e instrucciones que el dicho Diego Velázquez le había dado para venir a estas partes, el cual envió luego por ellos y nos los mostró, y vistos y leídos y por nosotros bien examinados, según lo que pudimos mejor entender, hallamos a nuestro parecer que por los dichos poderes e instrucciones no tenía más poder el dicho capitán Fernando Cortés, y que por haber expirado ya no podrían usar de justicia ni capitán de allí en adelante.

Pareciéndonos, pues, muy excelentísimos príncipes, que para la pacificación y concordia de entre nosotros y para gobernarnos bien, convenía poner una persona para su real servicio que estuviese en nombre de vuestras majestades en la dicha villa y en estas partes por justicia mayor y capitán y cabeza a quién todos acatásemos hasta hacer relación de ello a vuestras reales altezas para que en ello proveyese lo que más servido fuesen, y visto que a ninguna persona se podría dar mejor en dicho cargo que al dicho Fernando Cortés, porque además de ser persona tal cual para ello conviene, tiene muy gran celo y deseo del servicio de vuestras majestades, y asimismo por la mucha experiencia que de estas partes e islas tiene, a causa de los oficios reales y cargos que en ellas de vuestras reales altezas ha tenido, de los cuales ha siempre dado buena cuenta, y por haber gastado todo cuanto tenía por venir como vino en esta armada en servicio de vuestras majestades, y por haber tenido en poco, como hemos hecho relación, todo lo que podía ganar e interese que se le podía seguir, si rescatara como tenía concertado, le proveíamos en nombre de vuestras reales altezas de justicia y alcalde mayor, del cual recibimos el juramento que en tal caso se requiere, y hecho como convenía al Real servicio de vuestras majestades, lo recibimos en su real nombre en nuestro ayuntamiento y cabildo por justicia mayor y capitán de vuestras reales armas, y así está y estará hasta tanto que vuestras majestades provean lo que más a su servicio convenga. Hemos querido hacer de todo esto relación a vuestras reales altezas, por que sepan lo que acá se ha hecho y el estado y manera en que quedamos.

Después de todo lo susodicho, estando todos ayuntados en nuestro cabildo, acordamos de escribir a vuestras majestades y enviarles todo el oro, plata y joyas que en esta tierra habemos habido, además y allende de la quinta parte que de sus rentas y derechos reales les pertenece, y que con todo ello, por ser lo primero, sin quedar cosa alguna en nuestro poder, sirviésemos a vuestras reales altezas mostrando en esto la mucha voluntad que a su servicio tenemos, como hasta aquí lo habemos hecho con nuestras personas y haciendas; y acordado por nosotros esto, elegimos por nuestros procuradores a Alonso Fernández Portocarrero y a Francisco de Montejo, los cuales enviamos a vuestra majestad con todo ello, y para que de nuestra parte besen sus reales manos, y en nuestro nombre y de esta villa y concejo, supliquen a vuestras reales altezas nos hagan merced de algunas cosas cumplideras al servicio de Dios y de vuestras majestades y al bien público y común de la dicha villa, según más largamente llevan por las instrucciones que les dimos.

A los cuales humildemente suplicamos a vuestras majestades con todo el acatamiento que debemos, reciban y den sus reales manos para que de nuestra parte las besen, y todas las mercedes que en nombre de este concejo y nuestro, pidieren y suplicaren las concedan, porque además de hacer vuestra majestad servicio a Nuestro Señor en ello, esta villa y concejo recibiremos muy señalada merced, como de cada día esperamos que vuestras reales altezas nos han de hacer.

En un capítulo de esta carta dijimos de suso que haría a vuestras reales altezas para que mejor vuestras majestades fuesen informados de las cosas de esta tierra y de la manera y riquezas de ella y de la gente que la posee, y de la ley o secta, ritos y ceremonias en que viven. En esta tierra, muy poderosos señores, donde ahora en nombre de vuestras majestades estamos, tiene 50 leguas de costa de una parte y de la otra de este pueblo. Por la costa del mar es toda llana, de muchos arenales, que en algunas partes duran 2 leguas y más. La tierra adentro y fuera de los dichos arenales, es tierra muy llana y de muy hermosas vegas y riberas en ellas, y tan hermosas que en toda España no pueden ser mejores, así de apacibles a la vista como de fructíferas de cosas que en ellas siembran, y muy aparejadas y convenibles, y para andar por ellas y se apacentar toda manera de ganado.