Cautiva por venganza - Maureen Child - E-Book

Cautiva por venganza E-Book

Maureen Child

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Beschreibung

Se casó con él, lo utilizó y luego lo abandonó Rico King había esperado cinco años a vengarse, pero por fin tenía a Teresa Coretti donde la quería. Para salvar a la familia, tendría que pasar un mes con él en su isla… y en su cama. Así saciaría el hambre que sentía desde que ella se fue. Pero Rico no sabía lo que le había costado a Teresa dejarlo, ni la exquisita tortura que representaba volver a estar con él. Porque pronto, su lealtad dividida podía hacerle perder al amor de su vida.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Maureen Child

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Cautiva por venganza, n.º 1971 - abril 2014

Título original: Her Return to King’s Bed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-4274-8

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

–¿Un ladrón de joyas, aquí, en el hotel? –preguntó Rico King al jefe de seguridad.

Franklin Hicks, un hombre en la treintena, alto, con la cabeza rapada y ojos azules, frunció el ceño.

–Es la única explicación. La huésped del bungaló seis, Serenity James, ha denunciado el robo de unos diamantes. Ya he interrogado a la doncella y al servicio de habitaciones.

Rico no necesitaba mirar el plano del hotel para localizar el bungaló seis. Como todos ellos, estaba lo suficientemente aislado como para ofrecer la máxima privacidad a sus huéspedes. Gente como Serenity James, una joven y prometedora actriz que, contradiciendo su nombre, vivía al límite, y que, según sabía Rico por el servicio de seguridad, recibía continuas visitas de hombres. Cualquiera de ellos podía haberse llevado las joyas. Y Rico confió en que la resolución del robo fuera sencilla.

–¿Has hablado con los invitados de la señorita James?

–Estamos intentando localizarlos, pero dudo que sea ninguno de ellos –contestó Franklin resoplando–. Quienquiera que robara los diamantes hizo una selección precisa de las piedras que podrían venderse más fácilmente. Parece un trabajo profesional. Además, ha habido dos denuncias más en los últimos días.

–¡Maldita sea! –masculló Rico.

El hotel Castillo Tesoro llevaba abierto solo seis meses. Era un hotel exclusivo que pronto se había convertido en el favorito de celebridades y millonarios en busca de un lugar aislado y discreto. El hotel estaba situado en medio de la isla caribeña de Tesoro, de propiedad privada. Nadie podía atracar en ella sin el permiso del dueño, Walter Stanford.

La isla era exuberante y el hotel era una maravilla, con numerosas piscinas, magníficos spas y vistas espectaculares del océano desde todas las habitaciones. Era lo bastante pequeño como para que se considerara un destino selecto. Contaba con ciento cinco habitaciones, además de los bungalós repartidos por la propiedad. Los interiores eran opulentos, el servicio impecable y la isla tenía una atmósfera ensoñadora. Para aquellos que podían permitírselo, el Tesoro ofrecía un mundo de lánguidos placeres para los sentidos.

Y Rico no estaba dispuesto a permitir que su buen nombre se viera empañado. Si había un ladrón profesional, lo encontrarían.

–¿Habéis visionado las cámaras de seguridad?

–No hay nada –contestó Franklin, contrariado–. Lo que encaja en la teoría del profesional. Quienquiera que lo hizo, sabía evitar la cámara.

–Convoca una reunión con tus hombres. Quiero a todos con los oídos y los ojos bien abiertos. Y si es preciso, contrata a más gente –dijo Rico–. Llama a mi primo Griffin. King Security puede proporcionarnos el personal necesario mañana mismo.

Franklin se tensó. Había trabajado en otra ocasión con los gemelos Griffin y Garrett King y había preferido aceptar el puesto de jefe de seguridad de la isla. No le gustaba la insinuación de que no sabía resolver el problema por su cuenta.

–No necesito más hombres. Mi equipo es el mejor. Localizaremos al ladrón.

Rico asintió. Comprendía que había herido el orgullo de Franklin y estaba dispuesto a darle una oportunidad. Pero si finalmente consideraba que necesitaba refuerzos, Franklin tendría que aceptarlo.

Aquel hotel había sido el sueño de Rico. Lo había construido su empresa de construcción de acuerdo a sus especificaciones, y era el epítome del hotel de lujo. Era dueño de varios hoteles, todos ellos espectaculares. Pero el Tesoro era la joya de la corona y haría lo que fuera para proteger su buen nombre.

Rico miró por la ventana con gesto pensativo. La isla era un verdadero tesoro: kilómetros de playas vírgenes, mar de color aguamarina, espesas selvas en el interior con espectaculares cascadas de agua; y sol todos los días, con una suave brisa que ahuyentaba a los insectos y aliviaba el calor.

Rico había tardado meses en convencer a Walter Stanford para que le vendiera parte de la isla. De hecho, había tenido que recurrir a sus primos mayores para que acudieran a hablar con el anciano. Y de hecho, Sean King había salido beneficiado, al acabar casándose con la nieta de Walter, Melinda.

Con todo el trabajo y esfuerzo invertido, le enfurecía pensar que algo pudiera salir mal. Sus huéspedes acudían en busca de belleza, privacidad y seguridad, y estaba decidido a que la tuvieran. La sospecha de que hubiera en la isla un ladrón de joyas le hizo apretar los puños. Si era cierto, lo localizaría y se aseguraría de que pasara un largo tiempo en prisión.

Y lo encontrarían. La isla era de difícil acceso y hacía días que ni atracaba ni partía ningún barco, así que el ladrón no podía haber huido.

Ladrón de joyas.

Súbitamente esas palabras le encendieron una luz de alarma en la mente, pero se dijo al instante que debía estar equivocado.

Ella no se arriesgaría tanto. No se atrevería a volver a enfrentarse a él. Pero, ¿y si se equivocaba?

–¿Jefe?

–¿Sí? –Rico miró a Franklin por encima del hombro.

–¿Quiere que contacte a la Interpol?

–No –dijo Rico, ante la sorpresa del jefe de seguridad. Y volvió la mirada hacia la ventana mientras sentía una descarga de adrenalina al pensar que podía estar a punto de llevar a cabo la venganza que llevaba esperando cumplir desde hacía cinco años.

Hasta que no pudiera comprobar si su intuición era acertada, no pediría la intervención de la Interpol.

–Lo arreglaremos internamente –dijo Rico, apartando la mirada de la ventana–. Ya decidiremos qué hacer cuando localicemos al ladrón.

–Como quiera –dijo Franklin. Y se fue.

–Así es –masculló Rico para sí. Y si descubrían que el ladrón era en realidad una mujer, y la misma mujer que le había robado con anterioridad...

–Papá, por favor, vete antes de que sea demasiado tarde –Teresa Coretti desvió la mirada desde su padre a la puerta cerrada de la suite.

Estaba dominada por la ansiedad desde que había llegado a Tesoro, pero en cuanto había descubierto que su padre y su hermano estaban allí para sus supuestas vacaciones, no había tenido más remedio que ir en su busca.

–¿Cómo me voy a ir si todavía no han acabado mis vacaciones? –preguntó su padre con un exagerado encogimiento de hombros y una sonrisa pícara.

Vacaciones. ¡Qué ironía!

De haber sido verdad que Nick Coretti se había tomado unas vacaciones, no se habría denunciado la pérdida de ningún objeto en el hotel.

Dominick era la versión italiana, algo más bajo y mayor, de George Clooney. Siempre estaba bronceado y nada le pasaba desapercibido a sus penetrantes ojos marrones. Las canas que pintaban su cabello oscuro le dotaban de un aire de distinción. Era todo un caballero y había sido un fiel esposo hasta la muerte de la madre de Teresa, diez años antes.

Desde entonces, había utilizado su carisma para hacerse un hueco en la alta sociedad, donde, como él mismo decía: «La cosecha siempre valía la pena». Adoraba a las mujeres y ellas a él. Y era el mejor ladrón de joyas del mundo, entre los que también estaban Gianni y Paulo, los dos hermanos de Teresa.

Su padre siempre estaba planeando el siguiente golpe y Teresa debía haber supuesto que no resistiría la tentación que representaba Tesoro, que para él era todo un filón. Lo peor de todo era que el hotel pertenecía Rico King.

Hacía cinco años que no lo veía, pero todavía le recorría un escalofrío ante la sola mención de su nombre. Podía ver sus ojos azules como si lo tuviera delante; casi podía sentir el sabor de su boca y apenas pasaba una noche sin que soñara con sus manos sobre su piel. Tras un esfuerzo sobrehumano por borrarlo de su vida, se encontraba en su territorio.

Miró hacia la terraza con ansiedad, como si esperara que apareciera en cualquier momento, mirándola destilando odio por los ojos.

Pero en el exterior solo había una mesa de cristal, unas sillas y una hamaca, y una cubitera de plata con el champán favorito de su padre.

–Papá, ¿no recuerdas que te dije que te mantuvieras alejado de Rico King?

Nick se quitó una inexistente mota de polvo de su elegante chaqueta y se pasó la mano por el inmaculado cabello.

–Claro que lo recuerdo, ángel mío. Y tal y como te prometí, no he tocado ninguna de sus pertenencias.

Teresa suspiró.

–No me refería a eso. Tesoro es de Rico, así que robar a sus huéspedes es lo mismo que robarle a él. Estás tentado la suerte. Rico no es precisamente un hombre comprensivo.

–Teresa, siempre has sido demasiado asustadiza, demasiado... honesta.

Teresa sonrió con tristeza, preguntándose si habría otra familia en la que la honestidad se considerada un defecto. Había vivido desde pequeña en el límite de la legalidad. Con cinco años podía reconocer a distancia a un policía de paisano. Mientras otros niños jugaban, ella aprendía a abrir cerrojos. Cuando sus amigas aprendían a conducir, ella se especializaba en cajas fuertes.

Adoraba a su familia, pero no había conseguido acostumbrarse a robar como modo de vida. A los dieciocho años anunció a su padre que lo abandonaba y se había convertido en la primera Coretti que estudiaba una carrera y conseguía un empleo legal. Algo que su padre consideraba una manera de desaprovechar su talento.

Observó a su padre acomodarse en una hamaca y mirar a su alrededor.

El Tesoro era un hotel excepcional, tal y como podía esperarse de Rico. Ella misma había descubierto años atrás, al conocerlo en Cancún, que él siempre aspiraba a lo mejor.

En su hotel de México, el Castillo del Rey, Teresa era una de las innumerables chefs que trabajaba en la cocina. Era su primer trabajo y le encantaba participar en el ajetreo general. Había estado convencida de que era lo mejor que le había pasado en la vida, hasta que conoció a Rico en persona.

Tras una larga jornada de trabajo y antes de volver a su apartamento, se había dado un capricho, relajándose en una hamaca de la playa con una copa de vino para disfrutar de la calma de la noche y un rato de soledad.

Entonces apareció él caminando por la orilla. La luz de la luna hacía brillar su cabello oscuro y la camisa blanca que vestía. Llevaba unos pantalones tostados y caminaba descalzo. Era alto y espectacularmente guapo. Y también su jefe. Rico King era un playboy multimillonario, y en aquel momento estaba tan solo como ella.

La escena estaba grabada a fuego en la mente de Teresa.

Rico había mirado en su dirección como si sintiera que lo observaba y, sonriendo, se había dirigido a ella.

«Creía que estaba solo».

«Yo también».

«¿Quieres que estemos a solas juntos?».

Teresa recordaba a la perfección el suave acento que teñía sus palabras, sus penetrantes ojos azules, su cabello azabache y su tentadora sonrisa. Rico se había sentado a su lado y había compartido su copa de vino mientras charlaban durante un par de horas.

Teresa se obligó a volver al presente y dejar de pensar en él o en lo que podría haber pasado si todo hubiera sido distinto. Estaba en el hotel de Rico por una única razón: que su familia se marchara antes de que Rico los descubriera. Pero su padre se negaba a escucharla.

Y a ella no le cabía la menor duda de que Rico los localizaría. Lo conocía demasiado bien y tenía la certeza de que no cejaría hasta conseguirlo. Solo era cuestión de tiempo. Por eso tenía que sacar a los Coretti de la isla cuanto antes.

Siguió a su padre a la terraza. El sol brillaba con fuerza y en la suave brisa flotaba un perfume a flores tropicales.

–Papá, no conoces a Rico tan bien como yo. Te aseguro que os descubrirá.

Su padre resopló con desdén.

–Querida, ningún Coretti ha sido descubierto nunca. Somos demasiado buenos.

Tenía razón, pero nunca se habían enfrentado a un adversario como Rico. Era cierto que varios cuerpos de policía de distintos países lo habían intentado en vano, pero su interés en la familia de ladrones había sido meramente profesional, mientras que Rico se lo tomaría como algo personal.

–Papá, tienes que hacerme caso –Teresa posó una mano en su brazo–. Por favor, salgamos de la isla mientras podamos.

Su padre chasqueó la lengua.

–Sobrevaloras a ese hombre porque significó algo para ti. Crees que está obsesionado con nosotros.

–¿No recuerdas que me estuvo buscando?

Su padre hizo un vago gesto con la mano.

–Porque heriste su orgullo al dejarlo, cariño. Ningún hombre se quedaría indiferente si perdiera a una mujer tan maravillosa. Pero han pasado cinco años, y ha llegado la hora de que dejes de preocuparte por él.

Cinco años que eran como cinco minutos. Rico era el tipo de hombre que una mujer no olvidaba nunca.

Además, su padre no sabía todo lo que había sucedido entre ella y Rico. Había cosas que era difícil compartir incluso con la familia.

Observando a su padre en aquel instante, que contemplaba la vista como si fuera el dueño de la propiedad, pensó que, en otras circunstancias, él y Rico podrían haber llegado a ser amigos. Eran los dos hombres más testarudos y empecinados que conocía.

Y con esa reflexión se dio cuenta de que se trataba de una batalla perdida. Dominick Coretti jamás dejaba un trabajo a medias. No se marcharía hasta que lo diera por concluido. Y eso lo convertía en un fácil objetivo para Rico.

Todos los hosteleros conocían a los Coretti. No eran invisibles, sino tan buenos como para que nunca se encontraran pruebas contra ellos. Eran ricos y no se ocultaban. Nick Coretti, como sus antepasados, creía que había que vivir plenamente. Que para ello necesitara el dinero ajeno, no cambiaba nada. Normalmente, Teresa se habría resistido a acudir a Tesoro por temor a alertar a Rico. Pero dado que su familia se exhibía sin la menor cautela, y que habían desaparecido varias joyas, era cuestión de tiempo que Rico estableciera la conexión.

Su padre se puso en pie, se sirvió otra copa y se apoyó en la barandilla. Aunque aparentara mirar el paisaje, Teresa sabía que estaba estudiando a los huéspedes, eligiendo a su próxima víctima, si es que no la había seleccionado ya.

Por muy encantador que fuera, Dominick era un hombre con mucho carácter, al que era mejor no contrariar. Como cabeza de la familia Coretti era un general al mando de una tropa. Cuando hacía un plan, el resto de la familia obedecía.

Excepto ella. De niña había ansiado instalarse en la casa que tenían fuera de Nápoles en lugar de viajar constantemente. Jamás permanecían en un mismo lugar más de un mes y, como solo volvían a casa ocasionalmente, era imposible tener amigos. Tanto ella como sus hermanos habían sido educados en casa, y junto con las asignaturas normales, sus hermanos y ella habían recibido clases en apertura de cerrojos, falsificación y cajas fuertes. Para cuando los niños Coretti llegaban a adultos, estaba preparados para incorporarse al negocio familiar.

Fue entonces cuando Teresa tomó una decisión. Su padre se había enfurecido y había tratado de convencerla. Su madre había llorado y sus hermanos no lo habían creído, pero finalmente, había sido el primer miembro de la familia en salirse del negocio.

–Te preocupas demasiado, Teresa –dijo él, sacudiendo la cabeza–. No es un trabajo diferente a los demás. En cuanto acabemos, nos marcharemos y punto final.

El problema era que la familia Coretti tenía un asunto pendiente con Rico del que su padre no sabía nada y aquel no era el momento de contárselo.

–¿Qué puede hacer si no tiene ninguna prueba? –Nick rio y dio un sorbo al champán–. Parece mentira que no sepas que nadie puede atrapar a los Coretti.

–Es evidente que no es tan difícil como crees –dijo una voz profunda desde detrás de Teresa.

Teresa se quedó paralizada. La habría reconocido en cualquier parte.

Con una extraña mezcla de temor y anhelo, se volvió lentamente y miró a Rico King a los ojos.

Capítulo Dos

–¿Quién es usted y qué hace aquí? –exigió saber su padre, entrando desde la terraza y enfrentándose a Rico.

–Papá –dijo Teresa, poniéndose en pie–. Te presento a Rico King.

–¡Ah, nuestro anfitrión! –dijo Nick, esbozando una sonrisa–. Aun así, no tienes derecho a entrar sin ser invitado.

Rico sintió la sangre en ebullición y le irritó tener que esforzarse en apartar la mirada de Teresa para mirar a su padre. El brillo en los ojos del viejo Coretti le indicó que sabía a la perfección quién era, y que su aparente ingenuidad era parte del juego.

–Que seas un ladrón operando en mi hotel me da todo el derecho del mundo.

–¿Ladrón yo? –exclamó Nick, hinchando el pecho y resoplando con tanta fuerza que Rico pensó que iba a salir volando.

–Papá, por favor –dijo Teresa, interponiéndose entre los dos hombres. Se giró hacia Rico y dijo–: Nos marcharemos de inmediato.

–No vais a ir a ninguna parte –dijo Rico, a la vez que sentía crecer la rabia.

Llevaba cinco años preguntándose dónde estaba. Si estaba muerta o herida. Si se reía de él en la cama de otro hombre. No. Teresa no iba a irse hasta que él lo decidiera. Y no tenía ni idea de cuándo llegaría ese momento.

Teresa palideció y sus ojos marrones reflejaron un sinfín de emociones difíciles de identificar. Aunque, se dijo Rico, tampoco le importaba averiguarlo. Y para convencerse a sí mismo, desvió la mirada hacia Coretti.

Dominick Coretti era un hombre elegante y seguro de sí mismo, cuya chispeante mirada delataba que estaba pensando en una manera de salir del paso y salvar una situación inesperada. Pero no tendría salida a no ser que hiciera lo que Rico iba a exigirle.

–Me ofende que pienses que soy un ladrón –empezó, optando por la rutina de hacerse el huésped ofendido–. No pienso quedarme donde se me insulta. Ni mi familia ni yo pasaremos una sola noche más en esta isla.

–Tu familia no podrá abandonar la isla hasta que devolváis las joyas que habéis robado.

–Disculpa pero...

–No hay disculpa que valga –dijo Rico con aspereza. Tenía que admitir que Coretti interpretaba tan bien su papel y que, de no haber estado convencido de quién era, le habría creído. La cuestión era que él sabía a la perfección quién era la familia Coretti–. Una vez devolváis las joyas –añadió con una sonrisa de superioridad–, podrás marcharte con tu hijo. Pero mi esposa se quedará aquí, conmigo.

–¿Qué esposa? –preguntó Nick.

–¿Esposa? –repitió Teresa, atónita.

A Rico le satisfizo ver cómo se abrían sus preciosos ojos desorbitadamente y perdía el color de las mejillas.

–Nunca me dijiste que te hubieras casado con él –dijo su padre, acusador.

–No tenía importancia –dijo Teresa sin molestarse en mirar a Rico.

Aquellas tres palabras fueron como otras tantas bofetadas para Rico y avivaron su furia. No era importante ni su matrimonio, ni que hubiera huido, ni que su familia le hubiera robado.

Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para que su voz no delatara hasta qué punto estaba fuera de sí.

–No fue eso lo que dijiste en su momento.