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Los debates sobre ciencia y religión rara vez dejan de ser noticia. Ya sea que se traten de lo que se enseña en las escuelas, de la encrucijada entre los valores religiosos y las recomendaciones médicas o de los cuestionamientos sobre cómo abordar nuestro cambiante medioambiente global, las emociones suelen estar a flor de piel y las respuestas no parecen satisfactorias. Sin embargo, la ciencia y la religión son mucho más que un choque de extremos. Como exponen Thomas Dixon y Adam Shapiro en esta equilibrada, sugerente y breve introducción, existe una gama de puntos de vista, argumentos sutiles y perspectivas fascinantes para abordar este complejo y centenario tema. Así como exploran las preguntas filosóficas clave que subyacen al debate, también destacan los contextos sociales, políticos y éticos que han hecho de las tensiones entre ciencia y religión un asunto tan tenso e interesante en el mundo moderno. En esta nueva edición, Dixon y Shapiro relacionan conceptos históricos como la evolución, el sistema solar heliocéntrico y el problema del mal con temáticas actuales como la politización de la ciencia, los debates sobre la mente, el cuerpo y la identidad o la necesidad moral de enfrentar el cambio medioambiental. Desde los misioneros médicos hasta las congregaciones que adoptan nuevas tecnologías durante una pandemia, desde la astronomía de Galileo hasta la construcción del Telescopio de Treinta Metros, los autores analizan cómo algunas de las cuestiones sociales más complejas de nuestros días tienen su origen en debates sobre ciencia y religión.
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Ciencia y religión. Una breve introducción se publicó originalmente en inglés en el año 2022. Esta traducción es publicada en acuerdo con Oxford University Press. Ediciones UC es responsable de la traducción de la obra original y Oxford University Press no es responsable por ningún error, omisión, imprecisión o ambigüedad en esta traducción o por cualquier daño causado por la dependencia al respecto.
EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión Cultural
Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, Santiago, Chile
www.ediciones.uc.cl
CIENCIA Y RELIGIÓN
Una breve introducción
Thomas Dixon y Adam R. Shapiro
© Oxford University Press
Derechos reservados
Noviembre 2023
ISBN 978-956-14-3199-7
ISBN digital 978-956-14-3200-0
Traducción: English UC Language Center
Ilustración de portada: Margot Irarrázaval
Diseño y diagramación: versión productora gráfica SpA
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
CIP – Pontificia Universidad Católica de Chile
Dixon, Thomas (Thomas M.), autor.
Ciencia y religión : una breve introducción / Thomas Dixon y Adam R. Shapiro ; traducción Lorena Melissa Chávez Argandoña.
Incluye bibliografía.
1. Religión y ciencia.
2. Filosofía de la ciencia.
I. Tit.
II. Shapiro, Adam R., autor.
2023 215 + DDC 23 RDA
La reproducción total o parcial de esta obra está prohibida por ley. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y respetar el derecho de autor.
CONTENIDO
Prólogo
Agradecimientos
CAPÍTULO 1:¿De qué tratan realmente los debates entre ciencia y religión?
CAPÍTULO 2:Galileo y la filosofía de la ciencia
CAPÍTULO 3:Dios y la naturaleza
CAPÍTULO 4:Darwin y la evolución
CAPÍTULO 5:Mente, cerebro y moralidad
CAPÍTULO 6:Los mundos de la ciencia y la religión
Referencias
Lista de ilustraciones
Lecturas complementarias
Para Emma Dixon y Stacey Bhaerman
PRÓLOGO
Los libros sobre ciencia y religión se dividen generalmente en dos categorías: los que quieren convencerte de la factibilidad de la religión y los que buscan lo contrario. Este libro de la serie Una breve introducción no pertenece a ninguna de estas categorías. Su objetivo es ofrecer un relato informativo y ecuánime de lo que realmente se debate. Este tema a menudo genera una apasionada polémica que revela la intensidad con la que las personas, sean o no religiosas, se identifican con sus creencias acerca de la naturaleza y Dios. Los orígenes y funciones de esas creencias son precisamente el tema de este libro.
En los debates actuales sobre ciencia y religión son habituales las nociones históricas sobre personajes célebres, especialmente Galileo Galilei y Charles Darwin, los supuestos filosóficos sobre los milagros, las leyes de la naturaleza y el conocimiento científico, así como también las discusiones sobre las implicaciones religiosas y morales de la ciencia moderna, desde la mecánica cuántica hasta la neurociencia. Todos estos temas se analizan aquí. Es cada vez más común que se reconozca que “ciencia” y “religión” describen dos tipos de pensamiento, los que empezaron a separarse y compararse en las culturas europeas, y que la historia global de ambos está marcada por el legado del colonialismo y el contacto cultural.
En este libro no esperamos convencer a nadie de que deje de discrepar con otros en relación a ciencia y religión, ni mucho menos. Solo esperamos que este libro sirva para que la gente pueda debatir con conocimiento de causa.
AGRADECIMIENTOS
Thomas Dixon
Quiero volver a agradecerle a todos los maravillosos académicos, colegas y amigos a los que di las gracias en la primera edición de este libro, entre ellos Fraser Watts, John Hedley Brooke, Janet Browne, Hasok Chang, Rob Iliffe, Jim Moore, Jim Secord, Stephen Pumfrey, Geoffrey Cantor, Colin Jones, Miri Rubin, Virginia Davis, Yossi Rapoport y el difunto Peter Lipton. Muchos de mis amigos generosamente revisaron el borrador de la primera edición, entre ellos Emily Butterworth, Noam Friedlander, James Humphreys, Finola Lang, Dan Neidle, Trevor Sather, Léon Turner y Giles Shilson. La primera edición se la dediqué a mi hermana Emma, quien hace muchos años me aconsejó elegir una carrera académica en lugar de ser abogado. Agradezco su apoyo y el de toda mi familia, especialmente el de Emily, Caleb y Laurie. Aunque agradezco a todos los que contribuyeron, mi mayor agradecimiento en esta segunda edición es para Adam R. Shapiro, mi coautor. Él trabajó incansablemente en mejorar, actualizar y ampliar el texto y consiguió prolongar su vida y utilidad para una nueva generación de lectores. ¡Gracias, Adam!
Adam R. Shapiro
Thomas y yo nos conocimos en 2007 en la conferencia “Ciencia y religión: Perspectivas históricas y contemporáneas” en la Universidad de Lancaster, con motivo de la jubilación de John Hedley Brooke. En mi papel como doctor recién graduado, esa conferencia fue una de mis primeras oportunidades para interactuar con especialistas en ciencia y religión de todo el mundo. Thomas me invitó a contribuir en el volumen que emanó de esa conferencia y estoy muy agradecido de que, más de una década después, me pidiera que me basara en el excepcional trabajo que hizo en la primera edición de este texto. Estoy en deuda con mis mentores, Ron Numbers, Adrian Johns y Bob Richards. En especial, me gustaría darle las gracias a Sarah Qidwai y Scott Prinster por las enriquecedoras discusiones que tuvimos sobre las últimas tendencias en el estudio de la ciencia y la religión y por ayudarme a decidir qué temas nuevos merecían ser discutidos (¡más de los que caben aquí!). Por último, muchas gracias a Stacey, Yitzy y Moti, a quienes les robé minutos para escribir este libro.
CAPÍTULO 1
¿DE QUÉ TRATAN REALMENTE LOS DEBATES ENTRE CIENCIA Y RELIGIÓN?
El 22 de junio de 1633, Galileo Galilei se arrodilló en Roma. La Inquisición de la Iglesia católica romana lo había encontrado “vehementemente sospechoso de herejía, por sostener y creer una doctrina falsa, contraria a la divina y Sagrada Escritura”. Esta era la doctrina de que “el sol es el centro del mundo y no se mueve de este a oeste, que la tierra se mueve y no es el centro del mundo, y que uno puede sostener y defender como probable una opinión después de haber sido declarada y definida como contraria a la Sagrada Escritura”. El filósofo y astrónomo florentino, de 70 años, fue condenado a prisión, que luego pasaría a ser arresto domiciliario, y también a recitar los siete salmos penitenciales una vez a la semana durante tres años como castigo. Su penitencia incluyó un verso especialmente acertado del Salmo 102: “Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos”. Arrodillado ante los “Reverendísimos Señores Cardenales, Inquisidores Generales”, Galileo aceptó su sentencia, juró completa obediencia a la “Santa Iglesia católica y apostólica” y declaró que maldecía y aborrecía los “errores y herejías” de los que había sido sospechoso, a saber, la creencia en un cosmos centrado en el Sol y en el movimiento de la Tierra.
Según la mitología que surgió en torno a su juicio, después de renunciar públicamente a sus creencias, Galileo supuestamente murmuró E pur si muove [Y sin embargo se mueve]. Si bien no hay pruebas de que Galileo haya dicho esto, la leyenda se ha utilizado durante siglos para promover una historia en la que la religión oprime a la ciencia. La representación de Galileo como el mártir maltratado que defendió la verdad empírica contra el fanatismo bíblico de la religión organizada es probablemente el ejemplo más famoso de la idea de que la ciencia y la religión están inevitablemente en conflicto. Todos los episodios posteriores de encuentros entre ciencia y religión‒debates sobre el significado de la evolución y la naturaleza de la moral humana, los orígenes del cosmos e incluso la relación entre los seres humanos y su entorno planetario– se desarrollan en la órbita de ese cuento popular. Al final, Galileo estaba en lo cierto al afirmar que la Tierra se mueve, ya que orbita alrededor del Sol una vez al año. Pero, como veremos más adelante, el castigo de la Inquisición a Galileo no fue el clásico enfrentamiento entre “ciencia” y “religión” que se suele contar.
El agnóstico victoriano Thomas Huxley expresó vívidamente en su crítica a El origen de las especies (1859) de Charles Darwin esta idea de lucha entre religión y ciencia. “Los teólogos extinguidos yacen alrededor de la cuna de cada ciencia como las serpientes estranguladas junto a la de Hércules; y la historia cuenta que siempre que la ciencia y la ortodoxia se han opuesto, es justamente esta última la que se ha visto obligada a retirarse de las filas, sangrando y aplastada, si no aniquilada; escacharrada, si no muerta”, escribió Huxley. La imagen del conflicto también le ha resultado atractiva a algunos creyentes religiosos, quienes la utilizan para presentarse como miembros de una minoría asediada pero justa, que lucha heroicamente por proteger su fe contra las fuerzas opresoras e intolerantes de la ciencia y el materialismo.
Aunque la idea de una guerra entre ciencia y religión sigue estando muy extendida y goza de gran popularidad, la mayoría de los escritos académicos recientes sobre el tema han socavado la hipótesis del conflicto inevitable. Como veremos, hay buenas razones para rechazar las simples historias de oposición. Desde el juicio a Galileo en la Roma del siglo XVII hasta los desafíos contemporáneos sobre la evolución y el cambio climático causado por el hombre, la relación entre ciencia y religión ha sido más compleja de lo que parece.
Los pioneros de la ciencia moderna temprana, como Isaac Newton y Robert Boyle, consideraban el estudio de la naturaleza como parte de una empresa religiosa dedicada a comprender la creación de Dios. Galileo también pensaba que la ciencia y la religión podían existir en armonía. El objetivo de un diálogo constructivo y de colaboración entre ciencia y religión ha sido respaldado por miembros de tradiciones religiosas en todo el mundo, así como por muchos científicos, quienes siguen considerando su investigación como un complemento y no como un desafío a su fe.
¿Significa esto que la historia de la ciencia y la religión es en realidad una historia de armonía, más que de conflicto? Desde luego que no. Debemos evitar una visión estrecha de los conflictos o acuerdos posibles entre ciencia y religión. Los individuos, las ideas y las instituciones pueden y han entrado en conflicto, o se han resuelto en armonía, en un sinfín de combinaciones diferentes.
El historiador John Hedley Brooke escribe que un estudio histórico serio ha “revelado una relación tan extraordinariamente rica y compleja entre ciencia y religión en el pasado que resulta difícil sostener tesis generales. La verdadera lección resulta ser la complejidad”. Esta se analizará en capítulos posteriores. Desde luego, no ha existido una relación única e inmutable entre dos entidades llamadas “ciencia” y “religión”. No obstante, hay algunas cuestiones filosóficas y políticas centrales que se han planteado con frecuencia en este contexto: ¿Cuáles son las fuentes de conocimiento más fidedignas? ¿Cuál es la realidad más elemental? ¿Qué clase de criaturas son los seres humanos? ¿Cuál es la relación adecuada entre Iglesia y Estado? ¿Quién debe controlar la educación? ¿Pueden las escrituras o la naturaleza servir como guía ética confiable?
Los debates sobre ciencia y religión versan, a primera vista, sobre la compatibilidad o incompatibilidad intelectual de alguna creencia religiosa concreta con algún aspecto particular del conocimiento científico. ¿Se oponen las creencias en la vida después de la muerte o en el libre albedrío con los descubrimientos de la neurociencia moderna? ¿Es incompatible creer en la Biblia con creer que los humanos y los chimpancés evolucionaron a partir de un ancestro común? ¿Es contradictorio creer en los milagros con el mundo estrictamente regido por leyes que revelan las ciencias físicas? Una respuesta a la pregunta que hace este capítulo –¿De qué tratan realmente los debates entre ciencia y religión?– es que estos abordan cuestiones de compatibilidad intelectual.
Sin embargo, lo que queremos subrayar en esta breve introducción, es que estas contiendas contemporáneas de ideas son las puntas visibles de estructuras mucho más amplias y profundas. Nuestro objetivo será analizar históricamente cómo hemos llegado a pensar como pensamos acerca de la ciencia y la religión, explorar filosóficamente qué ideas preconcebidas sobre el conocimiento están involucradas y reflexionar sobre las cuestiones políticas y éticas que a menudo establecen la agenda tácita de estos debates intelectuales. En la mayoría de los casos, las cuestiones sobre ciencia y religión tienen lugar en un contexto social y cultural más amplio. A menudo, los debates sobre ciencia y religión no solo buscan encontrar alguna verdad abstracta sobre la naturaleza humana o el cosmos, sino que pretenden utilizar esos conceptos para negociar cuestiones que afectan nuestra vida cotidiana.
Encuentro con la naturaleza
El conocimiento científico se basa en las observaciones del mundo natural, pero observarlo no es tan sencillo ni tan solitario como puede parecer. Piensa en la Luna. Cuando miras al cielo en una noche despejada, ¿qué ves? Ves la Luna y las estrellas. Pero, ¿qué observas realmente? Un montón de pequeñas luces brillantes y un objeto circular blanco más grande. Si nunca hubieses aprendido ciencia, ¿qué pensarías que es ese objeto blanco? ¿Es un disco plano o una esfera? Y si fuera una esfera, ¿por qué vemos siempre el mismo lado? ¿Por qué su forma parece cambiar de una fina media luna a un disco completo y viceversa? ¿Es este un objeto como la Tierra? Si lo es, ¿qué tamaño tiene? ¿Qué tan cerca está? ¿Vive gente ahí? ¿O es como el Sol, pero nocturno y más pequeño? ¿Es, quizás, como una de las lucecitas brillantes pero más grande o cercana? De todas formas, ¿cómo y por qué se desplaza así por el cielo? ¿Hay algo que la empuja o se mueve sola? ¿Está conectada a algún tipo de mecanismo invisible? ¿Es un ser sobrenatural?
Como ya sabes, la Luna es un satélite grande y rocoso en forma de esfera que orbita alrededor de la Tierra, aproximadamente una vez al mes, y que gira en su propio eje en el mismo periodo, lo que hace que siempre veamos la misma cara. Además, la Luna no genera su propia luz, sino que refleja la luz del Sol. Las posiciones relativas cambiantes del Sol, la Tierra y la Luna explican por qué la Luna tiene “fases”. En determinados momentos se puede ver por completo la cara iluminada de la Luna y en otros solo partes de esta. Quizás sepas también que todos los cuerpos físicos se atraen entre sí por una fuerza gravitatoria proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa, y que esto ayuda a explicar los movimientos regulares de la Luna alrededor de la Tierra y los de la Tierra alrededor del Sol. Probablemente, también sepas que las lucecitas brillantes del cielo nocturno son estrellas, parecidas a nuestro Sol; que las que vemos a simple vista están a miles de años luz y que las que observamos a través de telescopios están a millones o incluso miles de millones de años luz. Por tanto, mirar al cielo nocturno es mirar al pasado lejano de nuestro universo. Pero por más que sepas todo esto, no lo descubriste por simple observación; alguien te lo dijo. Probablemente lo aprendiste de tus padres, de un profesor de ciencias, de un programa de televisión o de una enciclopedia en línea. Sin embargo, ni siquiera los astrónomos profesionales han comprobado la veracidad de ninguna de estas afirmaciones mediante sus propias observaciones empíricas. No es que sean perezosos o incompetentes, simplemente saben que pueden confiar en el cúmulo de observaciones autorizadas y razonamientos teóricos de la comunidad científica que ha establecido estos hechos como verdades físicas fundamentales a lo largo de muchos siglos.
Si bien es cierto que el conocimiento científico se basa en observaciones del mundo natural y se comprueba a partir de ellas, este implica mucho más que orientar los órganos de los sentidos en la dirección correcta. Como individuo, incluso como científico, solo una mínima parte de lo que sabes se basa directamente en tus propias observaciones. Y aun así, esas observaciones solo tienen sentido dentro de un complejo marco de hechos y teorías existentes que se han ido acumulando y desarrollando a lo largo de muchos siglos. Sabemos lo que sabemos sobre la Luna y las estrellas gracias a una larga y compleja historia cultural (que revisamos brevemente en el capítulo 2), que media entre la luz del cielo nocturno y nuestros pensamientos sobre astronomía y cosmología. Esta historia abarca los desafíos que Galileo Galilei planteó a la concepción antigua y terracentrista del mundo a través de la astronomía de Copérnico y el uso del telescopio recién inventado en el siglo XVII, así como el establecimiento de las leyes de movimiento y gravitación de Newton y los avances más recientes en física y cosmología. También, incluye las historias de los mecanismos sociales y políticos que permiten y regulan la propagación del conocimiento científico entre la población a través de libros y correspondencia y en las aulas y laboratorios.
Es importante destacar que la ciencia tiene como objetivo demostrar que las cosas no son siempre lo que parecen, que las apariencias engañan. La Tierra bajo nuestros pies parece sólida y estable, y el Sol y las demás estrellas parecen moverse a nuestro alrededor. Pero la ciencia acabó demostrando que, a pesar de todas las pruebas sensoriales en contra, la Tierra no solo gira sobre su propio eje, sino que además se precipita alrededor del Sol a gran velocidad. De hecho, uno de los personajes de los Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo (1632) de Galileo expresa su admiración por quienes, como Aristarco y Copérnico, habían sido capaces de creer en el sistema centrado en el Sol antes de la llegada del telescopio: “No puedo admirar suficientemente la eminencia intelectual de aquellos que la escucharon y la juzgaron verdadera. Por la vividez de su intelecto han violentado sus propios sentidos, prefiriendo lo que les decía la razón a lo que la experiencia de los sentidos les mostraba con evidencia” (Figura 1).
Figura 1. Un grabado de la Luna realizado por el artista Claude Mellan a partir de observaciones telescópicas de principios del siglo XVII.
En épocas más recientes, tanto la biología evolutiva como la mecánica cuántica le han pedido a las personas que crean en cosas inverosímiles: que compartimos un antepasado no solo con los conejos, sino también con las zanahorias, por ejemplo, o que los componentes más pequeños de la materia pueden comportarse como ondas y como partículas. A veces se dice que la ciencia es solo una sistematización de observaciones empíricas, o nada más que la aplicación cuidadosa del sentido común. Sin embargo, también tiene la ambición y el potencial de demostrar que nuestros sentidos nos engañan y que nuestras intuiciones básicas pueden llevarnos por mal camino.
Pero cuando miras al cielo nocturno, probablemente no estés pensando en datos o teorías procedentes de la astronomía y la cosmología. En lugar de ello, puede que te invada un sentido más amplio del poder de la naturaleza, de la belleza y la grandeza de los cielos, de la inmensidad del espacio y el tiempo y de tu propia pequeñez e insignificancia. Incluso podría ser una experiencia espiritual para ti, reforzando tu sentimiento de asombro ante el poder de Dios y la inmensidad y complejidad de la creación, recordándote las palabras del Salmo 19: “Los cielos declaran la gloria de Dios; el firmamento revela la obra de sus manos”.
Esta respuesta emocional y religiosa al cielo nocturno estaría, por supuesto, tan mediada histórica y culturalmente como la experiencia de percibir la Luna y las estrellas en términos de cosmología moderna. Si no tuvieses algún tipo de educación religiosa, seguramente no serías capaz de citar la Biblia, y quizás ni siquiera podrías articular una concepción elaborada de Dios. Las experiencias religiosas individuales, al igual que las observaciones científicas modernas, son posibles gracias a largos procesos de colaboración humana en una búsqueda compartida de la comprensión. En el caso religioso, lo que se interpone entre la luz que incide en tu retina y tus pensamientos sobre la gloria de Dios es una larga historia de un conjunto particular de experiencias sagradas, transmitidas oralmente o en forma de textos, y su interpretación dentro de una sucesión de comunidades humanas. Y, como en el caso científico, una de las lecciones aprendidas a través de ese esfuerzo comunitario es que las cosas no siempre son lo que parecen. Los profesores de religión, al igual que los de ciencias, intentan mostrar a sus alumnos que hay un mundo invisible detrás del observado, el que podría incluso echar por tierra sus intuiciones y creencias más arraigadas.
La dimensión política
Entre los historiadores de la ciencia y la religión, se han presentado dos formas principales de refutar la “narrativa del conflicto” promovida por los racionalistas de la Ilustración, los librepensadores victorianos y los ateos científicos modernos. La primera estrategia consiste en reemplazar la imagen dominante de conflicto con la de complejidad: poner énfasis en las formas tan diferentes en las que las interacciones ciencia-religión han evolucionado en distintos momentos, lugares y circunstancias locales. Algunos científicos han sido religiosos, otros ateos. Algunas confesiones religiosas acogen con satisfacción ciertos aspectos de la ciencia moderna; otras desconfían. Parte importante de este enfoque es reconocer que ni la “ciencia” ni la “religión” hacen referencia a una entidad simple y singular, así como reconocer la existencia de importantes diferencias nacionales y lingüísticas. Por poner un ejemplo bien conocido, los debates sobre evolución y religión se han desarrollado de forma muy distinta en Estados Unidos, Europa y otros lugares. Como se expone en el capítulo 4, los debates sobre la enseñanza de la evolución en las escuelas están condicionados por las circunstancias jurídicas y políticas que afectan a la forma en que se regula la educación.
Si este primer enfoque para desacreditar la narrativa del conflicto consiste en complicar la trama, el segundo implica cambiar a los personajes principales. Este enfoque dice: ha habido conflictos reales, pero no son enfrentamientos entre ciencia y religión. La pregunta entonces es: ¿quién o quiénes son los verdaderos antagonistas en esta historia? A veces, lo que parece ser un conflicto entre ciencia y religión es en realidad un enfrentamiento entre dos cosmovisiones religiosas, en el que las teorías y observaciones científicas determinan el debate entre ambas partes. En otros casos, los partidarios de una cuestión política local lo redefinen como un conflicto entre ciencia y religión para que la lucha parezca más grandiosa, épica y moralmente justificada. Al asociarse con el debate aparentemente eterno de “ciencia contra religión”, los participantes pueden describirse a sí mismos como mártires, patriotas o representantes del “lado correcto de la historia”.
Desde luego, no existe una reestructuración sencilla que sirva para todos los casos, pero la idea general es que el verdadero conflicto es de índole política sobre la producción y difusión del conocimiento. La oposición entre ciencia y religión se considera entonces una representación de algunos conflictos políticos modernos clásicos: el individuo frente al Estado, o el liberalismo secular frente al tradicionalismo conservador.
En capítulos posteriores, surgirán preguntas sobre la política del conocimiento. Por el momento, consideremos otro ejemplo: el filósofo y revolucionario Thomas Paine. Fabricante de corsés fracasado, recaudador de impuestos despedido y escritor político ocasional, Paine abandonó su Inglaterra natal para iniciar una nueva vida en América en 1774. Un par de años más tarde, su polémico panfleto Sentido común (1776) fue un factor clave para persuadir a los colonos estadounidenses de entrar en guerra contra el gobierno británico, lo que lo consagró como el autor más vendido de la época. Socio de Benjamin Rush, Thomas Jefferson y otros fundadores de los Estados Unidos de América, la filosofía política democrática y antimonárquica de Paine dio forma a la Declaración de Independencia. Paine también asistió a conferencias populares sobre Newton y astronomía en Inglaterra, y pasó muchos años de su vida trabajando en el diseño de un puente de hierro de un solo arco, inspirado por la delicadeza y la fuerza de una de las grandes obras de la naturaleza: la tela de araña. Vio revoluciones en los gobiernos que consideró semejantes a las revoluciones de los cuerpos celestes en los cielos. Cada una de ellas era un proceso inevitable, natural y regida por la ley. Más tarde, tras haber participado en las revoluciones estadounidense y francesa, Paine abandonó la monarquía y se centró en el cristianismo. Las instituciones del cristianismo eran tan ofensivas para su sensibilidad ilustrada y newtoniana como las del gobierno monárquico. En su libro La edad de la razón (1794), Paine se quejaba de “la continua persecución llevada a cabo por la Iglesia, durante varios cientos de años, contra las ciencias y los profesores de ciencia”.
La versión de Paine de la narrativa del conflicto tiene más sentido cuando se considera el contexto político. Paine era un pensador científico que se oponía al cristianismo. Criticó a la Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, por sus historias de “libertinajes voluptuosos” entre los israelitas y la “implacable venganza” de su Dios. Para conmoción de sus amigos, Paine escribió sobre la Biblia: “Sinceramente la detesto, como detesto todo lo que es cruel”. Paine también arremetió contra el “sacerdocio” en la relación “adúltera” entre la Iglesia de Inglaterra y el Estado británico. Aunque lo que esperaba no era el fin de la religión, sino la sustitución del cristianismo por una religión racional basada en el estudio de la naturaleza, que reconociera la existencia de Dios, la importancia de la moralidad y la esperanza de una vida futura, pero que suprimiera las escrituras, los sacerdotes y la autoridad del Estado. Sus razones eran democráticas. Las iglesias nacionales ostentaban un poder ilegítimo sobre el pueblo al pretender tener un acceso especial a las verdades y revelaciones divinas. Pero todo el mundo puede leer el libro de la naturaleza y comprender la bondad, el poder y la generosidad de su autor. En la religión del deísmo, recomendada por Paine, no había necesidad de que el pueblo estuviera sometido ni a los sacerdotes ni al Estado. La ciencia podía sustituir al cristianismo demostrando que todo individuo puede encontrar a Dios mirando el cielo nocturno en lugar de leer la Biblia o ir a la iglesia. “Lo que ahora se llama filosofía natural, que abarca todo el círculo de la ciencia en la que la astronomía ocupa el lugar principal, es el estudio de las obras de Dios, y del poder y la sabiduría de Dios y sus obras, y es la verdadera teología”, escribió Paine.
Recurrir a las leyes de la naturaleza para explicar la filosofía moral y política no fue solo el recurso de los radicales; como veremos en el capítulo 3, la idea de que el libro de la naturaleza ofrece orientación moral y política también la adoptó William Paley, quien era más conservador, en su Teología natural (1802). Tanto la visión de Paley sobre la tolerancia religiosa como los ideales de Paine sobre la separación de la Iglesia y el Estado están consagrados en las actas constitucionales de Estados Unidos. Igualmente, son visiones políticas opuestas las que entran en conflicto en los debates actuales sobre ciencia y religión en Estados Unidos. Los políticos estadounidenses que ponen en duda las teorías científicas de la evolución, el cambio climático causado por el hombre o los esfuerzos en materia de salud pública, a menudo lo hacen para enviar una señal, para indicar su apoyo general al cristianismo, su oposición a las interpretaciones excesivamente laicas de la constitución y su hostilidad a las visiones naturalistas y materialistas del mundo.
La interacción entre ciencia y religión también se utilizó como recurso literario en dos obras de teatro de mediados del siglo XX inspiradas en momentos reales de conflicto histórico. La Vida de Galileo, de Bertolt Brecht, se compuso en los años treinta y principios de los cuarenta. Brecht era un comunista alemán, opuesto al fascismo, que vivía exilio en Dinamarca y posteriormente en Estados Unidos. La obra utiliza la historia de Galileo para investigar los dilemas a los que se enfrenta un intelectual disidente que vive bajo un régimen represivo, y también para debatir la importancia de perseguir el conocimiento científico con fines morales y sociales y no por mero interés. Brecht vio en la historia de Galileo lecciones políticas aplicables a un mundo que luchaba contra el fascismo autoritario y, en la versión posterior de la obra, cuestionaba la actuación ética de los científicos tras el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki.
La obra de Jerome Lawrence y Robert E. Lee Inherit the Wind [Heredar el viento], estrenada en 1955 y llevada al cine en 1960, era una dramatización del “juicio de los monos” de Scopes de 1925. Los acontecimientos históricos en los que se basa la obra se analizan en el capítulo 4. Inherit the Wind utilizó el enjuiciamiento de Scopes por enseñar sobre la evolución para establecer conexiones entre el fanatismo religioso asociado al creacionismo en Estados Unidos en la década de 1920 y el fanatismo racial en los albores de la era de los derechos civiles. Tanto Galileo, de Brecht, como Inherit the Wind, de Lawrence y Lee, utilizan la tensión entre ciencia y religión para explorar temas como la libertad intelectual, el fascismo y la censura, el poder político y la moralidad humana.
“Ciencia y religión” como campo académico
Hasta ahora hemos considerado la ciencia y la religión como dos empresas culturales distintas que interactúan en las esferas personal y política. Sin embargo, hay otra dimensión importante que añadir a esta visión preliminar: el desarrollo de “ciencia y religión” como campo académico por derecho propio.
Por supuesto, teólogos, filósofos y científicos llevan siglos escribiendo tratados sobre la relación entre el conocimiento natural y la revelación. Muchas de estas obras fueron muy populares, sobre todo en los siglos XVIII y XIX. Los Tratados Bridgewater sobre el poder, la sabiduría y la bondad de Dios manifestados en la creación