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En 1666, la química logra el estatuto de ciencia. Su inclusión en la Académie des sciences la obliga, no obstante, a desprenderse de aquellas partes consideradas «incómodas»: los químicos tuvieron que abjurar de la crisopeya —la transmutación de los metales en oro— y de la búsqueda de la piedra filosofal. Estas quedaron relegadas a la marginalidad de la alquimia, que pasó a constituir un campo independiente. Sin embargo, aunque periférica, la alquimia ha sido siempre un lugar de resistencia. Lejos de ser una mera «abuela» de la química, su visión ha constituido una alternativa a las lógicas dominantes de la tradición occidental racionalista. Para la alquimia, el mundo es un todo orgánico, total pero no totalizable y, por ello, no sistematizable bajo un método experimental único. Caracterizada por una racionalidad paradójica, con frecuencia contradictoria, ha sido condenada por ello al estatus de pseudociencia; este libro rescata el lenguaje y los principios alquímicos y los celebra como herramientas críticas fundamentales, semillas transgresoras de un saber que nos permite repensar los sistemas políticos y filosóficos actuales. Acompañada por decenas de bellos y raros grabados de tratados alquímicos, la elegante prosa de Andityas Matos nos ofrece una experiencia a la vez política, poética e histórica.
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Título original en portugués: Contra/políticas da alquimia
© Andityas Matos, 2024
Traducción al castellano de Francisco de León
Primera edición: febrero, 2024
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Ned ediciones, 2024
eISBN: 978-84-19407-28-3
Impreso en España
Printed in Spain
La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del copyright está prohibida bajo el amparo de la legislación vigente.
Ned Ediciones
www.nedediciones.com
Lo inexpresable (aquello que me parece lleno de misterio y que no puedo expresar) es, quizás, el trasfondo bajo el cual adquiere sentido lo que sí he podido expresar.
Ludwig Wittgenstein
Pensamientos diversos, 1931
Índice
Índice
Prólogo
1. La mar
De La historia metafísica, física y técnica del cosmos mayor y menor
2. La dignidad de la materia
Benjamin y las ideas ridículas
3. Sin sujeto
Puta pura
4. Comunas alquímicas
De una entrevista imaginaria a Mario Levrero por Mario Levrero
5. El libro mudo
La tabla de esmeralda (Tabula smaradigna)
6. Repetición, metamorfosis, robo
Un epigrama de Atalanta fugiens
7. Radikaos
La escritura anexacta
8. Contra el origen, contra la pureza
Marsilio Ficino acerca del tiempo
9. ¿Metalquimia?
De las páginas finales del tratado Aurora consurgens
10. Acabar co(n)/(mo) los libros
Hacer su tiempo
Epílogo: sopladores
Dios se saborea
Bibliografía
Presentación del traductor
Traducir y otras formas de cocinar el diálogo
Francisco de León1
Confieso que, como seguramente ocurre a más de uno de los que tienen este libro entre sus manos, mis textos favoritos son aquellos que nos hacen cuestionar, seriamente, nuestras ideas; que nos permiten con-vocar nuestro pasado como acto de memoria y como parte de un proceso crítico que, entre muchas otras cosas, confirma que las ideas, el pensamiento, el diálogo (como ya lo verán los lectores más adelante) son movimiento, flujo constante. Entonces, uno descubre que se puede o bien hacer un ejercicio de resistencia, es decir, construir un muro alrededor de la propia visión, cerrar toda posibilidad de luz; o bien, mejor aún, uno puede abrirse a dicho flujo y transformar(se) junto con la lectura. Eso fue justo lo que me ocurrió desde la primera lectura de las Contrapolíticas de la alquimia que Andityas Matos nos presenta. Me explico: hace ya unos años publiqué un libro dedicado al análisis de la figura monstruosa en el Frankenstein de Mary Shelley (no es el caso señalar aquí los pormenores de la investigación), cuyo primer capítulo dedicaba a dar un panorama general y crítico acerca de las influencias y referentes que sirvieron a la británica para la creación de su emblemática novela: los trabajos científicos como los de Galvani o Erasmus Darwin, de creadores de autómatas como Jaquet-Drot o de Vaucanson, y sobre todo, de alquimistas como Paracelso o Dippel (quien vivió en el castillo Frankenstein), plagaron la imaginación (y cómo no iba a ser así) de la joven autora. Al abordar a estos últimos en el susodicho capítulo me atreví a afirmar que los alquimistas eran, en muchos sentidos, los padres de la ciencia moderna. No es que mi intuición o mi investigación estuvieran del todo erradas, pues el objeto principal de mencionar sus trabajos era hacer ver que no se trataba de los charlatanes que muchos pintaban tanto en la época de Shelley, así como en la actualidad, sino que sí eran pensadores e investigadores serios e interesantísimos a los que poner atención merecida; sin embargo, caí en el habitual error de colocar a los alquimistas como parte de una historia rectilínea y monolítica, en la cual quedan como meros antecesores de la química contemporánea, en lugar de pensarlos desde el lugar de diferencia que habitan, y con ello, desde su(s) potencia(s) política(s).
Conforme esa primera lectura avanzó, el impacto y la reflexión siguieron creciendo. Con la lucidez, el humor, la rigurosidad y la rebeldía que le caracterizan, Andityas Matos (con también mucho de alquimista él mismo) revela a los alquimistas como generadores de conocimiento, de experimentación, de comprensión de la realidad, confrontantes con la tradición moderna y, por ello, puntos de fuga y encuentro para pensar nuestras políticas contemporáneas, como terrenos de imaginación y puesta en juego de nuevas formas de vida. Todo ello me llevó a aceptar sin dudar su amable invitación para traducir el libro, que fue también, hoy lo tengo claro, una invitación para (re)pensar las dimensiones del diálogo.
Me atreví entonces a realizar una primera aproximación al texto, una primera traducción que se cruzaba con la lectura de algunos de los referentes que ayudaron a Andityas en la construcción de esta obra. Junto con ello, conforme las semanas corrieron, se fueron apareciendo en mi correo electrónico versiones corregidas del texto que siempre prometían ser las definitivas: «Ahora sí la última». Lejos de molestarme, cada una, y hasta ciertos momentos de confusión con respecto a cuál de ellas estábamos trabajando, me daba constancia del espíritu con el que Contrapolíticasde la alquimia hallaba su forma definitoria (nunca definitiva), pues su naturaleza misma le llevaba a ser un texto que nunca termina de ser (no como algo estático, al menos). Fue por ese tiempo cuando, luego de que le enviara una primera traducción (más lograda) del capítulo 1, Andityas me propuso el que fue sin duda el ejercicio más importante de la labor: revisar en conjunto la traducción de cada capítulo y nuestros respectivos apuntes, compartirnos notas de voz en las que detallábamos por qué escoger tal o cual palabra en lugar de algún sinónimo posible, en que jugábamos con títulos, con la sintaxis, con la semántica. Todo ello me recordaba el momento del libro en que Andityas afirma que, más que parecerse a los experimentos de la ciencia occidental, los trabajos de los laboratorios alquímicos se parecen a las recetas de cocina, pues, aunque exista una base que seguir, esta no se replica (y no tendría por qué) exactamente en la misma forma, ni ofrece exactamente los mismos resultados cada vez que se lleva a cabo. Porque en la receta de cocina (y eso lo creo firmemente) hay también un ejercicio de memoria, un encuentro con los antepasados, que habitan de manera activa el mundo, con nosotros, a través de nosotros. Sobra decir que, por eso mismo, la receta de cocina apunta también a la generación de futuros posibles.
Y todo eso, creo, se nos puso en juego a la hora de traducir: no solo estábamos llevando palabras y frases de un idioma a otro (con muchos otros idiomas de por medio: los de las citas y referencias del texto), sino que estábamos poniendo en juego a cada palabra, las formas de comprender nuestras lenguas, nuestras ideas, nuestros pensamientos, nuestras nociones de otredad, nuestras acciones y nuestros cuerpos; es decir, participamos de aquella vibración que se llama diálogo (y que es tan bellamente abordado en este libro). Se trata de una conversación entre autor y traductor, pero también entre nosotros y los alquimistas, los pensadores, los lectores posibles y las potencias que, más allá del tiempo, la vida y la muerte, pero también con ellos, se nos van abriendo en esa voluntad de dialogar.
Alguien, hace ya mucho, me enseñó que la traducción es, o al menos habría de ser (debería pretender ser, si se hace con amor), una labor de una nobleza extraordinaria, pues abre para los lectores en potencia (esa otra palabra también muy bella e importante de la que se habla en el libro) a mundos, a formas de realidad que están en el idioma, en la obra traducida. Nos permite descubrir que esos mundos y esas formas de realidad no nos son ajenos, ni hostiles, sino posibilidades de transformación, no de crecimiento personal, de éxito y superación, como los que pretenden los charlatanes e ideólogos (perdón por el pleonasmo) del rancio mundo capitalista que nos ha tocado habitar. Transformación, más bien, como mutación infinita, como flujo, como reconocimiento del otro, como comunidad abierta (también en flujo), como potencia.
Así, la traducción de Contrapolíticas de la alquimia se nos convirtió (o al menos eso me gusta imaginar) en un ejercicio alquímico que apenas ve su comienzo ahora que este objeto agonizante llamado libro se encuentra frente a vuestras miradas.
Barcelona, 24 de agosto de 2023
1. Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Investigador invitado de la Universitat de Barcelona. Autor de libros de poesía, entre los que destaca La noche mil y un veces (CONACULTA, 2008). Guionista de las puestas en escena El enviado de Cthulhu (2009) y Zombicentenario (2010), y coautor del guion Las orillas del infinito (FIDECINE, 2010). En el ámbito académico, es autor del ensayo Prometeo en llamas: metamorfosis del monstruo (UNAM, Afinita, 2011). Participó como autor del libro colectivo Reflexiones sobre cine mexicano contemporáneo (Cineteca Nacional, Estudio Paraíso, 2012). Ha sido becario del Banff Centre de Alberta en Canadá (2008) y de la Universitat de Barcelona (2011).
Prólogo
María Pandiello2
En el simbólico año de 1666, el empresario y político Jean-Baptiste Colbert convencía al rey de Francia, Luis XIV, para crear la Académie des sciences. El nacimiento de la institución francesa pretendía, entre otras cosas, colocar al país a la cabeza de la investigación científica en una Europa deslumbrada con el desarrollo técnico e intelectual. Resulta curioso que, ya desde su tierna fundación, Colbert prohibiese explícitamente dos prácticas: la primera de ellas era la adivinación astrológica; la segunda, cualquier intento de producir la piedra filosofal.
Muy a regañadientes, la química había entrado a formar parte del elenco de materias científicas de la academia en 1666, aunque no fue esta una inclusión sencilla y, ni mucho menos, pacífica. En primer lugar, la chymica o alquimia (hasta entonces términos prácticamente indistinguibles) era una disciplina escurridiza que no encajaba con el ideal cartesiano de las matemáticas o la geometría —disciplinas veneradas en la recién estrenada Academia—. Tampoco tenía la química unos contornos definidos; significativo es el hecho de que no existiera una terminología definida para referirse a ella: tanto podía ser chymica como alquimia. Además, los practicantes de esta ciencia conformaban un grupo sumamente heterogéneo; bajo las alas de la alquimia era posible encontrar una disparidad fascinante: empresarios arribistas, reyes hipocondriacos, médicos y eruditos cortesanos, mujeres iletradas con un profundo conocimiento botánico y medicinal, aristócratas en búsqueda de remedios cosméticos, boticarias, aprendices de laboratorio, falsificadoras, envenenadores, charlatanes, místicos, nigromantes, etc. En definitiva, la chymica carecía de una identidad digerible para la Academia, ya que no solo atravesaba distintos estamentos sociales, sino que se cultivaba en contextos diversos y con numerosas finalidades.
La entrada de la chymica en la Academia comportaba, además, otro tipo de dilemas morales intrínsecos a la farragosa y maloliente práctica. ¿Para qué servía la chymica? Lo máximo que los académicos franceses estaban dispuestos a conceder a sus colegas químicos era una disciplina sucedánea de la farmacéutica. Sin embargo, cuando los ilustres químicos de la Academia, como Homberg o Duclos, comenzaban a hablar abiertamente de la piedra filosofal o de la crisopeya (transmutación de los metales en oro), sus compañeros no podían evitar sentir una especie de vergüenza ajena. Lawrence M. Principe lo ilustra a la perfección cuando afirma que, para muchos académicos, la chymica (o alquimia) era como tener que asistir a una cena real con un primo provinciano.3 Efectivamente, como toda institución académica, la francesa estaba poblada de una clase elitista que salvaguardaba diligentemente su imagen pública, y contar con alquimistas entre sus miembros podía desprestigiar la institución. En ese sentido, la Academia francesa tan solo estaba prolongando un debate activo desde hacía siglos, pues tanto la crisopeya como la piedra filosofal siempre fueron cuestiones polémicas en el seno de la alquimia. La intervención en el curso de la naturaleza comportaba cuestiones morales largamente discutidas por filósofos y teólogos de la Europa medieval y renacentista. Por otro lado, muchos veían en los alquimistas a necios persiguiendo quimeras o simples estafadores y criminales. En cualquiera de los dos casos, un alquimista tan solo podía ser un loco o un impostor. La crisopeya, la piedra filosofal o incluso el elixir de la juventud estaban en el dominio de la alquimia y, allí, compartían espacio con multitud de prácticas como la farmacéutica, la cosmética, la perfumería o la pirotécnica, entre otras muchas. En este amplio espectro de disciplinas, algunas eran consideradas dignas de entrar en la Academia; otras, sin embargo, debían suprimirse cuanto antes.
Lo que sucedió en las décadas posteriores a la fundación de la Académie des sciences —me refiero a los años entre 1666 y 1722— fue tan simple como un lavado de imagen. Tras muchas disputas en la Academia francesa, los químicos fueron más o menos coaccionados a denunciar públicamente los usos de la crisopeya y de la piedra filosofal, aunque, evidentemente, todo ello seguía practicándose en privado. La idea era eliminar los elementos incómodos de la chymica e introducirlos en otra categoría —la alquimia—, potenciando, de este modo, la dimensión científica de la chymica. Así, comenzaron a delimitarse terminologías: alquimia y química hacían referencia a contenidos diferenciados. Esta escisión tardía distingue, a grandes rasgos, a la química, como una ciencia ejecutada por investigadores académicos, de la alquimia, una pseudociencia marginal que tiene como único objetivo transmutar metales en oro. No obstante, es preciso insistir en que esta escisión se trata de un paradigma moderno que no representa en absoluto a la práctica alquímica de los siglos anteriores, cuya identidad es mucho más heterogénea, rica y plural de lo que se tiende a describir. La alquimia, muy estigmatizada hasta el día de hoy por parte de historiadores de la ciencia, tiene un papel fundamental en el desarrollo de la química en particular y de las ciencias en general.
De la larga y enrevesada travesía de la alquimia en Europa podemos extraer una conclusión fundamental, y es que siempre ha sido una disciplina marginal. Es verdad que numerosas veces fue patrocinada por esferas de poder. Sin embargo, ello no la salvó de su estatuto periférico; invariablemente, se estudió y se practicó en círculos más o menos cerrados y subterráneos. Fue precisamente desde esa marginalidad donde la alquimia no solo desarrolló gran parte de su identidad —manifiesta en su lenguaje iniciático e insólitas visiones—, sino que también se forjó como un arma de disidencia y de resistencia. Allí, desde la periferia, esta disciplina no ambicionaba conocer el mundo, sino que aspiraba a transformarlo, conspirando, de este modo, contra una realidad imperfecta. Para ello, la alquimia recurría a la monstruosidad, a la transgresión, al artificio, a la hibridez y a la impureza, subvirtiendo, de este modo, paradigmas largamente irrebatibles.
El libro que sigue a continuación recoge con gran sensibilidad esa semilla transgresora de la alquimia. No es este un ensayo sobre la historia de la alquimia, es mucho más que eso: es un rescate del lenguaje y de los principios alquímicos como herramientas críticas fundamentales. Lo más clarividente del autor es que no sistematiza el método alquímico —gran error de las revisiones modernas—, sino que abraza todas y cada una de sus contradicciones. En los surcos del péndulo mercurial, reside el rastro de un movimiento, un vaivén que oscila entre la utopía y el pragmatismo. Es este, en definitiva, un ensayo que celebra y explora todas las consecuencias inherentes a la marginalidad de la alquimia: su combinación paradójica entre la resistencia y la mutabilidad, la creación de redes comunales atípicas, su transversalidad como ciencia amorfa, sus grandezas y, por qué no, sus bajezas.
Amberes, 22 de agosto de 2023.
2. Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Lisboa, máster en Historia del Arte por la Universidade Nova de Lisboa y licenciada en Filología Románica por la Universitat de Barcelona. Está especializada en manuscritos del siglo xv, cronística medieval, historia de la ciencia, semiótica, cultura cortesana y bibliofilia. Su tesis de doctorado ha sido premiada en varias ocasiones y ha publicado múltiples artículos científicos. Recientemente ha publicado Visiones de fuego: una historia ilustrada de la alquimia. Actualmente se encuentra escribiendo su siguiente libro.
3. Principe, «Transmuting chymistry into chemistry».
1.