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Camilleri y Montalbán dialogan en estas páginas sobre el oficio de escribir y sobre sus célebres personajes, Salvo Montalbano y Pepe Carvalho. Los dos maestros de la novela negra no solamente explican las claves que dan forma a sus historias, sino que reflexionan con agudeza e ironía sobre la literatura, la sociedad y la vida con la espontaneidad propia de una conversación entre amigos. El lector tiene la oportunidad de conocer la faceta más informal y cercana de dos de los más grandes y queridos autores contemporáneos, y, a través de la viva voz de cada uno de ellos, descubrir los entresijos de su universo ficcional y personal, así como su forma de concebir la escritura.
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Andrea Camilleri: Creo que fue el propio Vázquez Montalbán quien afirmó que Tatuaje, uno de los libros que tiene como protagonista a Pepe Carvalho, nació como resultado de una apuesta… etílica. Ahora, tengo curiosidad por saber si Pepe nació también de esta apuesta y de qué tipo de alcohol se trataba, porque estoy absolutamente convencido de que del güisqui surge un cierto tipo de literatura, de la ginebra otra y aun otra del vino.
Manuel Vázquez Montalbán: Es cierto, Pepe es el resultado de una apuesta etílica. Hacia 1972 o 1973, en España comienza una época de cambios en los gustos literarios. Tras los años de la literatura social se produce una reacción de carácter vanguardista influida por la revista Tel Quel, por el estructuralismo, el post-estructuralismo y cosas así, y la literatura se convierte en algo muy pesado. Una definición precisa la dio Rafael Alberti cuando le preguntaron si leía a autores españoles: «La poesía sí, he leído la poesía, pero la novela me resulta muy difícil porque los protagonistas necesitan cuarenta páginas para subir una escalera o treinta para abrir una ventana». En cierto modo yo pertenezco a aquella época, a aquella clase de escritores. Creía en la interpretación mecanicista de la inminente muerte de la burguesía y de la novela como instrumento de análisis y de conocimiento de la sociedad. Escribíamos novelas que eran una especie de autodestrucción de la novela. Buscábamos, con una especie de laocoontismo, entre los diferentes géneros el modo de destruir la estructura literaria, su arquitectura interna. Yo también había escrito alguna novela experimental y, en una de estas titulada Yo maté a Kennedy, el personaje se llamaba Carvalho, pero no era aún el Carvalho de la serie…
Una noche, a altas horas, tras una cena no demasiado buena y en una reunión con jóvenes de izquierdas —por esos años la izquierda no comía bien, tenía una cierta voluntad de querer expiar su origen pequeño burgués y creo que la conversación versó sobre lo malo que era el vino— llegó un momento en el que dije: «Estoy harto de esta literatura tan pesada. Quiero escribir una novela como las de antes, una novela de policías y ladrones, llena de acción; contar una historia en la que sea necesario organizar la trama, donde la intriga sea parte necesaria; escribir una novela policíaca». Como consecuencia de este desafío dediqué quince días a escribir Tatuaje. Es una novela muy sencilla, creo, pero para mí supuso redescubrir la posibilidad de recuperar un modelo. No era consciente, en aquel momento, de estar bajo la influencia de lo que se llamaba posmodernidad y buscaba un modelo, el modelo original del género policíaco para romperlo en cierto modo y llegar a proponer una novela de tipo casi social, un retrato de la sociedad, pero en clave irónica y con la capacidad de extrañamiento que puede ofrecer la novela policíaca.
Si el vino que acompañó la cena hubiera sido un Barolo o un buen vino de Borgoña, no sé si el resultado habría sido diferente.
A. C.: Uno de nuestros grandes poetas, uno hoy algo olvidado que se llamaba Cardarelli, decía: «Soy un cínico que tiene fe en lo que hace». En las solapas de los libros, solo en las solapas, se lee que Pepe Carvalho es un cínico. ¿Comparte la idea?
M. V. M.: Creo que Carvalho es un cínico en sentido filosófico. No es un cínico moral, convencional, tal y como hoy se entiende el significado de la palaba cínico. De hecho, es un nihilista activo, es un anarquista. Yo soy todavía un socialista científico, pero Carvalho es un anarquista. La lectura que hace de la realidad y la relación que tiene con ella y con los demás es una relación nihilista, pero a la hora de la verdad Carvalho demuestra una cierta capacidad de involucrarse con los perdedores, con las víctimas. Este es un comportamiento típico del héroe romántico, y también del héroe de la novela policíaca que tiene algo de nivel literario y ético. «Cínico» me parece una palabra excesiva para calificar a Carvalho.
A. C.: Usted ha ambientado dos novelas protagonizadas por Pepe Carvalho (El delantero centro fue asesinado al atardecer y El laberinto griego) en una Barcelona devastada por la especulación inmobiliaria en la que, como ha escrito usted de manera espléndida, lo más importante es reducir todo lo posible la distancia entre el comprarse y el venderse. Todos sabemos cómo uno consigue venderse, pero ¿cómo consigue uno comprarse a sí mismo?
M. V. M.: Creo que en el momento en el que uno se vende se está también comprando.
A. C.: El balneario ha sido definido como una metáfora de Europa y del sueño por conseguir la sociedad del bienestar. Hace poco, D’Alema, provocando un modesto escándalo en los periódicos, ha preguntado a Vázquez Montalbán si O César o nada podría entenderse como una metáfora del comunismo y la respuesta de Montalbán creo que no iba en esa dirección. ¿Es obligatorio leer una novela esperando descubrir en ella una referencia metafórica?
M. V. M.: Creo que esa novela es toda ella una metáfora. A veces es demasiado evidente, muy clara; otras veces es una metáfora oscura y escondida cuyo significado debe desvelar el lector. Para mí ha sido una sorpresa que, tras haber leído O César o nada, D’Alema haya afirmado que la novela es una metáfora del Partido Comunista. Entre todas las metáforas que pueden hacerse con el Partido Comunista, sacar una de esta novela es muy difícil. Ahora, tras este encuentro, estoy en condiciones de estudiar la cuestión. No sé cómo D’Alema, que es un buen lector, que ha demostrado haber leído atentamente la obra de Camilleri y la mía, ha podido llegar a esta conclusión, pero evidentemente ha leído muy bien la novela.
A. C.: ¿Por qué un tipo como Pepe Carvalho trabajó para la cia?
M. V. M.: La realidad de un personaje es una realidad estrictamente literaria: no conozco a nadie que sea como Pepe Carvalho. Literariamente es real, pero la realidad literaria no tiene nada que ver con la otra realidad, ni con la ideológica ni con la científica. La lectura invita a crear una realidad y por eso Carvalho, que ha trabajado para la cia y militado en el Partido Comunista de España —un hombre culto que sabe de libros— puede convertirse en alguien real. Esta era mi intención.
Creo que en la vida es posible ser primero de la cia y después del pce, o viceversa. Lo puede confirmar, por ejemplo, la evolución de la Unión Soviética: hasta un determinado momento todos eran comunistas y, un día después, todos eran democristianos, socialdemócratas o luchadores por el regreso del zar. Esto sí que es un problema; es más difícil de comprender esto que entender que Pepe Carvalho haya militado en el pce y luego trabajado para la cia.
A. C.: En la espléndida novela que esAsesinato en el Comité Central —a propósito, el otro día tenía unas ganas locas de fumar en el estrado pero, al estar sentado al lado de D’Alema tuve miedo de encender el cigarrillo no fuera el caso que en el momento del apagón el sicario errara por centímetros y me acuchillara a mí— hay una cita que dice que los comunistas hubieran sido capaces de asaltar el cielo. En Tatuaje, el tatuaje dice «He nacido para revolucionar el infierno». En una novela que no acaba de ser policíaca pero que es una novela extraordinaria de la que luego hablaremos (El pianista) se habla del asalto al Palacio de Invierno. Ahora que el cielo ha sido asaltado y se sigue asaltando a diario, que el infierno ha sido completamente revolucionado por los teólogos y que el Palacio de Invierno es centro de atracción turística, ¿qué queda por asaltar?
M. V. M.: Irónicamente, a veces he dicho que tras asaltar el Palacio de Invierno hemos asaltado la cocina. Hasta 1975 o 1976, muchos compañeros del Partido estaban dispuestos todavía a asaltar el Palacio de Invierno e incluso el cielo. Poco después comenzaron a preocuparse por los buenos vinos y por si era mejor el Rioja del 63 o el del 64, y de cosas por el estilo.
Aparte el humorismo, esto nos demuestra que la polémica de finales de los años 60 entre la mística de la historia y el descubrimiento de lo cotidiano marca un punto de inflexión importante en el pensamiento marxista. El caso francés de Lefebvre, el caso húngaro de Ágnes Heller o las reivindicaciones del Mayo francés suponen un cambio de rumbo. La lucha por cambiar la historia y la conciencia de que la historia depende de una dialéctica interna siguen siendo importantes, pero gana terreno la idea de que solo se vive una vez. Este descubrimiento supone recuperar el derecho al placer. Por eso la cultura más joven de aquellos tiempos, la que siguió a aquellos días, incorpora el placer a su estrategia.
Yo soy hijo de esta situación, de este conflicto ideológico. Creo que el conflicto entre historia y cotidianeidad sigue vivo, como lo está el conflicto entre el yo —la persona— y el nosotros —lo colectivo, lo general—. Vivimos tiempos de reacción contra el «nosotros» en favor del «yo», contra lo colectivo en favor de lo particular, pero creo que se trata de una situación excepcional, y que acabaremos por llegar a un cierto equilibrio.
A. C.: